𝐎𝟐. 𝐓𝐨𝐝𝐨 𝐫𝐞𝐜𝐭𝐨, 𝐡𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐞𝐥 𝐚𝐦𝐚𝐧𝐞𝐜𝐞𝐫 (𝐏𝐚𝐫𝐭𝐞 𝟐.)
Tokio, Japón. Diez años antes.
— ¡Siéntense, niños! — la profesora se había parado frente a todo el grupo, su presencia obligaba al inquieto grupo de niños a guardar la calma en sus asientos — antes de comenzar con la clase de hoy, me gustaría presentarles a alguien especial — la mujer caminó hacia la puerta del salón, extendiendo su mano hacia afuera con intención de que alguien la tomara.
Apareció entonces la silueta de una pequeña niña, de cabello negro hasta los hombros, un cerquillo recto enmarcándole el rostro junto a unas gafas grandes de armazón plateado, pero quizás lo que había conseguido captar por completo la atención de Haruchiyo era un pequeño punto situado sobre sus labios, a la derecha. Sus ojos azules se abrieron de par en par, y sin ningún precedente se clavaron sobre la figura de la pequeña.
Era la cosa más bonita que había visto.
Se llamaba Misaki Hara, y se acababa de mudar a la capital del país junto a sus padres, o eso era lo que la profesora decía. Sin hacer el más mínimo ruido, la niña de cabello oscuro se sentó en el otro extremo del salón, en una silla intermedia y así no tener que hacer un esfuerzo tan grande en distinguir las notas de la profesora. No parecía hablar mucho, se concentraba en tomar sus notas, realizar las actividades que le indicaban, y quizás leer en voz alta. Nada más allá, nada muy llamativo, hasta que se hubo llegado el receso.
La parte que más le disgustaba de tener que asistir a la escuela era probablemente esa, un momento en el que contemplaba como todos los niños se reunían entre sí a comer, juguetear, pasar tiempo entre sí. Todos a excepción suya, claro estaba. Desde el incidente en el que su rostro se había trasformado en el de una persona a la que ya no reconocía en el espejo la mayoría de los niños repelían su compañía, como si se tratara de un insecto o poco menos, siempre mirándolo desagradablemente a la cara aun cuando ni siquiera hiciera el esfuerzo por acercarse a ellos, consternado, aceptando lo que parecía conllevar tener esas marcas que él no había pedido en la cara.
— ... Hola. — una voz lo hizo girar su vista, apartándola del patio en el que los niños corrían desenfrenadamente, se quedó estático al ver de quien se trataba — ¿está ocupado? — negó con la cabeza, nervioso — ¿puedo sentarme?
Esta vez comenzó a asentir frenéticamente. Misaki se sentó al lado suyo, dejando sobre aquella mesa apartada del patio una lonchera repleta de comida, haciendo su estómago rugir. Rara vez solía llevar algo de comer a clases, no sentía que le hiciera falta, aun cuando las energías se le bajaban a menudo y Takeomi lo reprendía constantemente por no hacerse cargo de su hermana como era debido. Seguía siendo prácticamente un ausente en casa, nunca se hacía cargo de nada, su hermano se empeñaba en pasar tiempo fuera y volver tarde, por lo que eran él y Senju quienes tenían que mantener la casa en forma, pero ella aun era pequeña para cocinar, por lo que era Haruchiyo el que se hacía cargo de los almuerzos, siempre algo para Senju, pero él... era un caso aparte.
— ¿No vas a comer nada? — la niña de voz chillona al lado suyo estaba mirándolo fijamente
— ... No. No tengo hambre — y como si intentara desmentirlo, su estómago volvió a rugir, ahora más fuerte.
Una risita se asomó de sus labios. Lo poco que era visible de sus ojos a través del cristal de las gafas se había achinado, a la par que su nariz se arrugaba. Partió su propio emparedado por mitad, entregándole una.
— Te lo regalo — No supo que decir, simplemente tomó el trozo de pan y comenzó a comer, algo apenado — ¿cómo te llamas?
Se atragantó con un trozo de pan y comenzó a toser — Ah... Akashi Haruchiyo.
— Soy Misaki — y volvió a sonreír, haciendo que esta vez la expresión se contagiara hasta él, para rápidamente cubrirse el rostro con una de las manos — ¿qué pasa?
— No es nada...
Presente
Después de todo lo que había ocurrido en la discoteca, notar el estado de la muchacha, y llamar a Ran para obligarlo a escoltar a las chicas que iban con ella de vuelta a casa, la única solución posible que cruzó por su cabeza fue llevarla consigo a su departamento, esperando así que se tranquilizara un poco. Él no podía quedarse de pie en las calles como si no estuviera pasando nada, después de todo, aunque la policía estuviese comprada para ellos, eso no iba a impedirle perder la cautela que le había ayudado a escalar tan alto sobre esos peldaños. Aun con su llanto presente la llevó como pudo hacia su auto, en el asiento trasero, solo por si las moscas.
Al aparcar la notó intranquila, había dejado de llorar pero las piernas le flaqueaban, y parecía estarse esforzando por aguantar algo, que no descubrió hasta que la muchacha salió huyendo hacia el baño, dentro del cual se encerró, lo único audible fuera de la puerta eran un par de arcadas. A pesar de su insistencia tocando a la puerta, ella seguía repitiendo que no necesitaba de su ayuda, por lo que no quedó mayor remedio que volverse hacia la cocina y preparar un par de tés, era algo de lo poco que guardaba en la alacena, no por falta de dinero o mucho menos, era que pasaba tan poco tiempo dentro de su sitio que siempre terminaba alimentándose fuera.
Miró a un reloj colocado sobre la pared, la hora rondaba ya por las cuatro de la mañana, no tenía sueño, pero asumía que quizá ella lo tendría. Sabía que no era un momento óptimo como para desplazarse hasta donde sea que ella viviera, por lo que una vez que salió, aun pálida por arrojar todo lo que llevaba dentro hacia el retrete, y dar los primeros sorbos al té, planteó su plan.
— Deberías quedarte a pasar la noche
Misaki abrió los ojos, una mezcla de desconcierto y ofensa estaban presentes en ella — No, Haru.
— Es tarde — insistió — no puedo salir a llevarte a casa, no ahora.
— Puedo tomar un taxi, no pasa nada. Quiero ver a mis amigas.
— No te voy a dejar marcharte en taxi hasta no sé donde demonios, no es seguro.
— ¿Lo dices por la gente con la que estás metido? — Calló ante la confrontación. Prefería que mientras menos supiera ella al respecto de eso, mejor sería para ambos. Recién volvía a verla después de un largo tiempo, y prefería no arriesgarla, sobre todo ante la incertidumbre de si volvería o no a verla después — ... ¿mis amigas están bien?
— Sí — respondió, llevándose una mano hacia el cabello — las escoltaron hasta donde viven, no les hicieron nada. Te lo prometo.
— ¿Y al chico del bar? — de nuevo, sin respuesta — ... Haru, respóndeme.
Su mirada no era una que lo desafiara, sino una que parecía entristecida por el contexto en el cual todo había tenido sitio. No era como que nunca hubiera pensado en él desde el momento en el que estuvo de vuelta en Japón, pero después de perder la fe en encontrarlo sintió que lo mejor era no darle más vueltas a la cabeza. Hasta ese momento en el que, contra todo pronóstico, tuvo frente a ella sus ojos azules... acompañados de un arma.
De todos los posibles futuros que había imaginado sobre él, ese jamás había figurado en las opciones.
Su mirada oscura se clavó duramente en él, esperando una respuesta y repasando su figura, cosa que no había tenido tiempo de hacer antes: el cabello largo con tintura rosa le llegaba poco más debajo de los hombros, se veía aun más pálido de lo que recordaba, ¿estaría comiendo bien? Tenía ojeras bastante marcadas alrededor de los ojos, probablemente no dormiría como debía de hacerlo, ¿sería acaso por las cosas en las que se había metido?
— ¿Ran no te hizo daño? — desvió la conversación, no quería tener esa charla con ella, no en un momento como ese, no era precisamente lo que le contabas a una vieja... amiga — ya sabes, cuando...
Hizo un gesto que rememoraba la forma en la que su compañero la había sujetado cuando todo el ajetreo en aquel sitio ocurría. Misaki se limitó a negar con un movimiento de cabeza.
— No, estoy bien — pasó una mano alrededor de su cuello, incómoda. Dirigió la mirada hacia la pequeña taza blanca con té. Si no iba a responder sus preguntas quizá era mejor que simplemente se quedara callada.
Un silencio pesado se instauró en el ambiente, lo único que podía escucharse eran los sorbos de la chica, y las respiraciones de ambos al suspirar. De vez en cuando el ojiazul jugueteaba con los dedos sobre la mesa, meditando cuales serían las mejores palabras para usar, unas que le ayudaran a calmar la tensión previa a la que, sin quererlo, había terminado sometiéndola.
— Eh... ¿hace cuanto que volviste a Japón?
— Dos años — musitó — volví por la universidad. Mis padres no querían pero, bueno, soy mayor de edad ahora, están ayudándome con los gastos y poco más.
El tiempo le sorprendió. Dos años rondando por el mismo sitio y no había podido verla en una situación más cotidiana, aunque tampoco él tampoco era la persona más común del mundo. Quizás era eso.
— ¿Nunca...? — el comienzo de la frase llamó su atención, captando su mirada, ahora sin las gafas era mucho más fácil sentirse atrapado por sus ojos — ¿nunca pensaste en...? Bueno...
— ¿Buscarte? Sí.
— ¿Y por qué no...?
— ¿Cómo se supone que lo iba a hacer? — miró hacia la mesa nuevamente — No tenía ni por donde comenzar, la última vez que nos vimos tú...
— Sí, tienes razón. Perdón. — Sacudió la cabeza, como si el gesto le permitiera volver más fácilmente a los recuerdos de dicha época.
— Haru, ¿por qué te llaman así?
— ¿Cómo?
— Sanzu.
— Eso... ya no uso mi apellido. El de antes, ahora soy Sanzu.
Misaki sonrió para sí misma — pero sigues siendo Haru.
El comentario lo tomó por sorpresa, provocándole una de esas risas que la pelinegra siempre había tenido la facilidad de contagiarle. Como si el tiempo volviese en sí mismo, instintivamente se llevó la mano al rostro, cubriéndose la boca, ella lo miró con nostalgia, recargada sobre su puño, con el codo apoyado sobre la mesa. Al pasársele la risa, Sanzu desvió la mirada hacia pared, buscando la hora en el reloj. Con la tontería, una hora completa se les había escapado. Pensó en volver a ofrecerle asilo por lo que quedaba de noche, aun si fuesen dos horas o una, la llevaría a casa en cuanto...
Una idea se le cruzó por la cabeza, recordando uno de los pocos momentos de su niñez que no se había esforzado por eliminar de sus recuerdos, la viva imagen de la sonrisa de la que en aquel momento era una niña volvió a sus memorias, haciéndolo sonreír a él. Al menos si esa era la última noche que pasaba con ella después de tantos años, haría algo para eliminar la amargura del principio, esperando que el final lo eclipsara.
Se levantó de la silla, entusiasmado, y le extendió la mano — Ven.
Lo miró de arriba abajo, aunque se esforzaba, realmente no quería seguir pensándolo por mucho tiempo más. Aceptó el agarre y en seguida se vio arrastrada por él, guiándole fuera del departamento para dirigirse al elevador. Cuando se hubieron cerrado las puertas pulso un botón sin dígitos.
— Solo yo tengo acceso aquí — soltó, impaciente. Las puertas se abrieron con lentitud y llevó las manos a los ojos de la muchacha.
— ¡Eh! ¿qué estás haciendo?
— Espera, tú camina — guío sus pasos aun cubriéndole la vista, hasta que algunos minutos pasaron. El escenario estaba listo — y... ya.
La soltó, permitiéndole parpadear un par de veces para aclarar su visión. Haruchiyo la había llevado a lo alto de una azotea, no sabía el número de piso en el que se hallaba, lo único importante era lo increíble que el amanecer lucía desde aquel lugar. Había pasado tantos años intentando olvidarse de sus memorias infantiles debido a la amargura que estas le desembocaban, pero ahora, en conjunto con el sol saliendo y el muchacho al lado suyo, sentía que, después de todo, había algo que rescatar.
— ¿Recuerdas ese cuento raro que siempre llevabas? — rompió el silencio — los demás siempre te molestaban, no sé porque lo hacían más, si por seguir llevando libros con historias o ser la única persona que se juntaba conmigo.
— Se llama Peter pan... y los demás eran idiotas.
— Mira, aquí, Peter pan — pronunció con un extraño acento — ¿nunca lo has leído?
El niño negó — No hay cuentos en mi casa.
— Entonces yo te lo leo — sonrió.
Sentados en la mesa más alejada del patio, el par esperaba por que fuesen a recogerlos, las clases habían concluido, y con ellas se iban las primeras dos semanas en la nueva escuela para Misaki, quien había encontrado en Haruchiyo una compañía agradable con la cual estar. Todo el mundo parecía figurar en su propia esfera, una en la cual no se sentía del todo bienvenida, pero con él las cosas eran diferentes.
Comenzó a contarle la historia de Peter y Wendy, sobre como ella les contaba a sus dos hermanos sobre Peter y sus historias, hasta la noche en la que él, junto a campanilla se aparecieron por su ventana, rociándolos con polvo de hadas, guiándolos hacia el país de Nunca Jamás.
— "Segunda estrella a la derecha, y todo recto hasta el amanecer" ... mira. — señaló con uno de los dedos la ilustración de los dos astros brillantes que eran capaces de llevarte a dicho lugar —... creo que se parecen, ¿no crees?
— ¿A qué?
Se encogió de hombro para después tocar delicadamente una de las dos cicatrices situadas en las comisuras de su boca. Inmediatamente sintió la sangre subiéndole por las mejillas mientras la pequeña lo miraba con una sonrisa bien plantada en los labios.
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