𝓔𝓵 𝓶𝓾𝓷𝓭𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓶𝓸𝓷𝓼𝓽𝓻𝓾𝓸: 𝓽𝓻𝓮𝓬𝓮
Solo desperté y, de inmediato, sentí el frío incómodo de una mirada clavada en mí. Era el ángel. Resultaba difícil descifrar lo que pensaba con solo mirarlo, y sentía tanto sueño que no lograba despabilar por completo. Así que, sin poder evitarlo, volví a quedarme dormida bajo su mirada fija.
La próxima vez que desperté, Caelus ya no estaba, pero me sorprendí al descubrir que me encontraba acostada en la cama de la habitación que se me había asignado originalmente. La suave luz del día se filtraba por las cortinas, llenando el cuarto con una calidez apacible que contrastaba con el frío de antes.
Había tenido un sueño tan reparador que mis emociones estaban calmadas y no me dejé llevar por el pánico al sobrepensar por qué Caelus me había movido de lugar. Sentí un hambre voraz, así que me acerqué a devorar la sapia con gran apetito. Comí más de lo que había imaginado hasta quedar completamente satisfecha. Solo me detuve cuando escuché ruidos provenientes de la sala, como si alguien acabara de llegar.
—Caelus, buenos días —dije mientras me dirigía a la sala. Me sentía tan animada que me atreví a tratarlo con cierta familiaridad. Sin embargo, pronto me arrepentí cuando vi su expresión de desconcierto.
—Oh, mi querida Celestia, querrás decir buenas tardes —me corrigió Caelus con un tono sugerentemente burlón, y una ligera sonrisa asomó en sus labios—. Has dormido un día y medio. Naturalmente, tendrás muchas dudas sobre por qué ha ocurrido esto, ¿verdad?
Asentí, y esta vez fui yo quien se mostró confundida. No parecía que estuviera mintiendo, además, su nuevo vestuario corroboraba la idea de que había pasado más tiempo del que creía.
—Te dormiste en mi joom, Celestia —continuó él, su tono fue volviéndose cada vez más suave—. Un joom es una cama especialmente fabricada para los ángeles. Algunas están rellenas con hierbas o medicinas; la mía, en particular, me ayuda a dormir profundamente. Está hecha para mi peso y tamaño, así que es evidente que la dosis ha sido excesiva para ti.
Me sentí avergonzada por mi comportamiento, aunque comprendía que había acudido hasta allí debido al malestar que sentía en ese momento. Dormir en el joom de Caelus había sido realmente reconfortante, y ahora entendía por qué. Desde un principio solo me había parecido un gran cojín gigante, pero considerando la fisonomía de los ángeles, tenía sentido que tuvieran camas especiales. Aunque era extraño que incluyeran hierbas y medicina en ellas.
—Ya veo —respondí casi en un susurro—. Si he causado algún inconveniente con esto, lo lamento de verdad.
—En realidad, no ha pasado nada, y me sorprende que ya hayas despertado —Caelus relajó su expresión. A decir verdad, no solía tratarme de forma hostil; al contrario, usaba palabras extremadamente melosas cuando se dirigía a mí y se ocupaba de atenderme con un cuidado casi obsesivo. Estando en ese estado de relajación, podía percibir sus actos con menos sentido de amenaza, aunque, curiosamente, esa sensación no parecía del todo correcta.
—Tuve una noche terrible para empezar, así que terminé en tu joom. No sabía lo de las medicinas y las hierbas, pero sentí algo muy curioso apenas me recosté. Fue inevitable quedarme dormida.
—¿Qué fue lo que sentiste? —preguntó el ángel, arqueando una ceja con interés.
—Mucho calor... y realmente sentía frío antes. Además, era tan suave y tenía un aroma delicioso.
Caelus sonrió, aunque no estaba segura de si era una sonrisa de burla o de genuina felicidad.
—Es un honor para mí saber que te gusta mi aroma y que te sientes cómoda en mi joom. Puedes usarlo siempre que quieras. Me aseguraré de que no te excedas en tu sueño —dijo, con un tono que mezclaba cortesía y algo más que no lograba descifrar.
—Está bien, muchas gracias —respondí solo por ser cordial, aunque dudaba que volviera a usarlo.
Caelus se puso más serio de repente, su mirada se volvió intensa, como si midiera cada una de mis reacciones.
—Tenemos que hablar sobre tu solicitud, Celestia. Has sido bastante exigente con tu primer encargo —opinó con un tono grave—. Liberar a tu amiga es algo que va a tomar tiempo. En primer lugar, ¿por qué estás tan segura de que ella estará mejor si es liberada?
—Sé que no está bien ahí —respondí con determinación—. Merece estar en un mejor lugar, donde pueda ser libre.
—¿Y ese lugar cuál es? —preguntó Caelus, cruzando los brazos sobre su pecho, enmarcando aún más la imponente figura de sus alas, que se mantenían extendidas ligeramente a sus espaldas, resplandecientes como el mármol más puro.
—Mi hogar, con las almas de mi hogar. Ellas cuidarán de ella.
Caelus hizo una pausa, observándome con detenimiento antes de replicar con dureza:
—Tu hogar es conmigo ahora. Supongamos que puedo ayudarte y ella se va a vivir donde planeas. ¿Qué ocurrirá después?
Me quedé en silencio. No había desarrollado bien mi idea, había caído en un sueño profundo prácticamente después de nuestra última charla. La inseguridad me invadió mientras el peso de su mirada recaía sobre mí. Tras unos largos segundos de reflexión, finalmente respondí:
—Solo quiero que sea libre.
Caelus se mantuvo en silencio, su expresión era seria y calculadora.
—Es posible que lo que deseas se alinee con mis objetivos —continuó finalmente, sin apartar la mirada de mí—. No tengo temor a ser honesto contigo. Pero debes saber que si me traicionas, te mataré. Y si no te lo he dejado claro, puedes pedirme o decirme lo que sea, no te diré mentiras y cumpliré todo lo que sea posible. Ya conoces cuál es mi límite.
Lo miré con una mezcla de desconfianza y resignación. ¿Realmente estaba diciendo la verdad? Ya estaba perdiendo la paciencia fingiendo el papel de la chiquilla dócil.
—Si se me permite ser sincera, debo decir que confiar en ti es algo que no puedo hacer todavía —dije, levantando la mirada con cierta firmeza, aunque la duda seguía presente en mis palabras—. Sin embargo, no tengo más opciones. Además, quieres volverme una asesina.
Caelus negó con la cabeza y, con un suspiro, suavizó su expresión. Su semblante se tornó más pacífico, casi compasivo.
—Haremos justicia, Celestia —se inclinó levemente hacia adelante para quedar a mi altura, sus alas se expandieron hacia los lados, mostrándose gloriosas e imponentes en su blanco perfecto. Parecía que hasta podía ver mi reflejo en ellas—. Algunos ángeles en el paraíso están corrompidos. Alguien debe darles una lección.
Aquella revelación en sus palabras había conseguido llamar lo suficiente mi atención. Escuchar decir aquello que para mí, como alma divina, era tan obvio, de la boca de un mismísimo ángel, era algo que no me esperaba.
—¿No existe la justicia del consejo divino para eso? —pregunté, dudando de sus palabras.
—Algunos de ellos están precisamente allí, protegidos —noté cómo entrecerraba sus ojos al responder, denotando una ira profunda.
—¿Por qué debería creer que tienes la razón? —repliqué, sintiendo la necesidad de llevarlo al límite. En la academia, nos enseñaron que los ángeles eran seres puros y bondadosos, pero también severos y estrictos. Sus compromisos y juramentos eran considerados sagrados, inquebrantables bajo pena de terribles consecuencias. Sin embargo, yo dudaba de todo aquello, especialmente de lo que mis profesores nos inculcaron. Al fin y al cabo, ellos también estaban al servicio de los ángeles, y eso me hacía cuestionar si la verdad que nos transmitían no estaba también contaminada por su influencia.
—Lo verás con tus propios ojos —dijo Caelus con una mirada más profunda, mientras la sonrisa "amable" que solía mostrarme se desvanecía por completo.
Esa criatura divina representaba un gran misterio, uno que estaba resolviendo con lentitud. Entendía que no pensaba matarme, al menos no por ahora, mientras me considerara útil. También comprendía que quería utilizarme, ya que mi naturaleza, inmune al control de otros ángeles, le resultaba conveniente. Caelus sabía que tenía que ganarse mi obediencia y que le resultaba más provechoso mantenerme con vida. Me ofrecía un trato tentador a cambio de usar mi "rareza". De alguna forma, tenía que hacer que las cosas resultaran a mi favor.
—Si deseas que colabore contigo, tendrás que demostrarme que estoy en el lado correcto —dije, manteniendo mi postura firme—. El que no confíe en ti no es algo personal; no confío en ningún ángel. Me llevarás al Consejo Divino y me permitirás hablar con Jo Dawnwhisper... en privado.
Caelus frunció el entrecejo y me miró fijamente, como si esperara que cambiara de opinión o dijera algo diferente. Sin embargo, no hubo réplicas. Mantuve mi silencio y mi mirada desafiante.
—Tus deseos son los míos, mi Celestia. No dejas de sorprenderme —respondió finalmente.
Su rápida aceptación ante mi solicitud fue la primera señal de que estaba dispuesto a ganarse mi confianza, lo cual no pasó desapercibido para mí. Esta vez, cuando me cargó en brazos, lo hizo con una consideración que no había sentido antes. Aunque aún odiaba el contacto tan íntimo con su cuerpo, me había acostumbrado a su aroma, especialmente después de aquella larga siesta en su joom. Aun así, más adelante tendría que preguntarle si había alguna otra forma de viajar para las almas, porque me parecía humillante depender de él para moverme de un lugar a otro.
Cuando nos aproximamos a un gran edificio, me invadió el asombro y el temor al darme cuenta de que Caelus planeaba entrar por una ventana de los pisos superiores en lugar de usar la puerta principal. Solté un grito y me aferré con fuerza al ángel, sujetándolo por los hombros mientras escondía mi cabeza en su pecho. Sentí el latido constante de su corazón bajo mis manos justo cuando estábamos a punto de atravesar un ventanal de vidrio.
—Ah, mi hermosa Celestia, estoy anonadado por tu comportamiento hacia mí —dijo Caelus con evidente burla, su tono era ligero y contrastaba por completo con la adrenalina que corría por mis venas. Permanecí unos segundos más escondida en su pecho, hasta que me di cuenta de que el peligro había pasado. Me alejé de él, dedicándole una mirada de enojo mientras seguía sujetándome con fuerza.
—Podrías haberme avisado que harías eso —protesté. Él me miraba con una sonrisa boba en el rostro, mientras yo echaba humo por las narices. Al contrario de mí, Caelus estaba tranquilo y pacífico, como si nada hubiera pasado.
—Estamos dando un espectáculo, querida —dijo con una sonrisa traviesa, y luego me soltó de repente, dejándome caer torpemente al suelo. Extendió su mano para ayudarme a levantar, pero me pareció una falta de respeto, así que decidí levantarme por mi cuenta, manteniendo mi dignidad intacta.
Entonces, me di cuenta de por qué habíamos dado un espectáculo. Ante nosotros, en el centro de la habitación, se encontraban dos figuras imponentes. Uno de ellos, un ángel tan alto como Caelus pero de apariencia menos atlética, tenía el cabello negro y largo, cayendo elegantemente más allá de sus hombros. Su belleza era tan agraciada que era imposible no notarlo, aunque en ese momento mi atención estaba completamente capturada por otro: Jo Dawnwhisper.
Ahí estaba él. Después de más de dos años, al fin lo veía de nuevo. Mi corazón comenzó a latir con fuerza, resonando en mis oídos. Fue imposible no sonreír, aunque tuve que reprimir el impulso de correr y abrazarlo.
—Lucius, mi querido amigo, cuánto tiempo sin verte —saludó Caelus, interrumpiendo mis pensamientos.
—Bueno, últimamente parece que me extrañas mucho. Apenas ayer me devolviste las llaves de mi casa —respondió Lucius. A diferencia de Caelus, su voz irradiaba bondad, pero había un halo de cansancio que no pude ignorar. Su paciencia parecía estar al límite, y nuestra visita no le agradaba en absoluto.
—¿Ah, sí? Puede ser —Caelus se estiró con una elegancia casual, dejando que sus alas se desplegaran perezosamente a sus lados. El gesto parecía deliberadamente calculado para mostrar su despreocupación—. He tenido unos días bastante pesados. ¿Tienes de ese potente fé para mí? Necesito reponer algo de energía.
—Ahora mismo estoy ocupado —respondió Lucius, su tono estaba lleno de una contenida irritación. Jo, por su parte, permanecía en silencio, observando la escena con una calma imperturbable. Ni siquiera parecía que me hubiera notado.- Hubiera agradecido que la próxima vez me alertaras de tu visita con mayor antelación.
—Me disculpo, pero ella realmente tenía mucha prisa —Caelus me señaló, y al instante sentí el peso de dos pares de ojos clavarse en mí. La mirada de Lucius estaba cargada de auténtica consternación, mientras que la de Jo era… ¿miedo? No podía asegurarlo. Su aspecto delataba un agotamiento extremo, como si no hubiera dormido en días, con ojeras marcadas bajo sus ojos y una palidez intensa.
—Entonces, señorita, ¿qué es lo que necesita de mí? —preguntó Lucius, sorprendiéndome. En mis anteriores experiencias con ángeles, aparte de Caelus, solían ignorarme por completo, hacían como si no existiera. Siempre hablaban directamente con Caelus, tratando mi presencia como una insignificancia. Pero ahora, uno de ellos me dirigía la palabra, y no solo eso, sino que parecía genuinamente interesado en mi respuesta.
Caelus, que estaba a mi lado, me dio un codazo, aunque mal calculado. La fuerza del golpe me hizo tambalearme hacia un lado y tropezar. No se rió, como hubiera esperado. De hecho, vi una fugaz expresión de preocupación en su rostro, pero no dijo nada, su mirada rápidamente volvió a su máscara habitual, con esa sonrisa que me parecía todo un teatro.
—Mi nombre es Celestia —declaré con determinación, asegurando que mi voz no temblara—. Soy un alma divina, y estoy aquí para hablar con Jo Dawnwhisper.
La mirada de Lucius, con su cabello negro que caía en cascada sobre sus hombros, se afiló, analizándome con curiosidad. Pude escuchar cómo susurraba mi nombre varias veces, repitiéndolo como si intentara grabarlo en su memoria.
—Les daré un par de minutos —sentenció finalmente—. Realmente tenemos mucho trabajo.
—Te acompaño —dijo Caelus rápidamente—. Seguro que tienes un poco de esa bebida que tanto necesito.
Ambos se marcharon sin más preámbulos, dejándome a solas con Jo en la amplia habitación. Las estanterías que nos rodeaban estaban llenas de documentos y pergaminos antiguos, de seguro cada uno testigo de decisiones y secretos divinos. Aunque no habían pasado más de unos minutos desde que nos quedamos solos, el silencio de Jo me resultaba cada vez más inquietante. La sonrisa que se había formado en mis labios al verlo se desvaneció, sustituida por la incertidumbre. ¿Realmente iba a quedarse allí, sin decir nada, sin siquiera moverse?
Había pasado por demasiado para seguir siendo paciente.
—Te extrañé tanto —dije al fin, con mi voz quebrándose. Apenas pronuncié esas palabras, las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, y mi cuerpo empezó a temblar bajo el peso de la emoción contenida. Mis palabras parecieron sacarlo de su trance, porque en ese instante se abalanzó hacia mí, envolviéndome en un abrazo que sentí como algo casi mágico.
Al sentir su cuerpo contra el mío, noté que se había vuelto más grande, más robusto, pero también más frágil de alguna manera. Su abrazo transmitía una mezcla de fortaleza y vulnerabilidad que me conmovió profundamente. Me sentí segura en sus brazos, como si todo lo que había pasado finalmente tuviera un sentido.
—¿Cómo es que estás aquí? ¿Por qué estás aquí? ¿En verdad me recuerdas? —Jo me bombardeó con preguntas en cuanto nos separamos del abrazo. Durante el corto trayecto hasta aquí, había intentado imaginar cómo le contaría toda la historia, pero cada escenario parecía imposible de articular. Además, Caelus me había advertido que no podía revelar detalles sobre nuestro trato, y menos sobre mi "condición especial". Me encontraba atrapada entre la verdad y la necesidad de protegerlo.
—Puedo decirte que no estoy aquí por voluntad propia —contesté con un tono suave—, pero debes saber que estoy bien. Al menos he podido verte.
—¿Es obra de ese ángel? —inquirió, su preocupación era palpable en cada palabra. Asentí de inmediato, notando cómo la inquietud se apoderaba de su semblante—. ¿Te ha hecho daño? ¿Te ha obligado a hacer algo que no deseas?
—Esas preguntas... —susurré, desviando la mirada—, ¿tú sabes lo que ellos pueden hacer, verdad?
—Y veo que tú también —respondió, con un amargo reconocimiento en su voz.
Lo observé detenidamente, intentando descifrar el cambio en su apariencia. Había algo diferente en él, un agotamiento tan evidente que me llenó de tristeza. ¿Había sufrido? ¿Qué sacrificios había hecho? ¿Qué precio estaba pagando por estar aquí?
—Jo, ¿eres feliz ahora que has conseguido lo que querías? —le pregunté, temiendo la respuesta.
Jo me miró, y por un momento, pensé que se derrumbaría y comenzaría a llorar. Pero no lo hizo. En sus ojos vi un dolor tan profundo que me estremecí hasta lo más hondo.
—Quizás lo sería, si realmente lo hubiera logrado... —murmuró con una tristeza que no comprendí del todo. Después de todo, él ya formaba parte del consejo divino, ¿qué podía faltar?
—¿A qué te refieres? —pregunté, intentando entender su dolor.
—No logré protegerte. Me siento realmente miserable por eso —susurró con aparente resignación—, sin embargo, y de manera egoísta, soy muy feliz de poder verte ahora mismo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top