𝓔𝓵 𝓶𝓾𝓷𝓭𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓶𝓸𝓷𝓼𝓽𝓻𝓾𝓸: 𝓭𝓲𝓮𝓬𝓲𝓸𝓬𝓱𝓸

Hola :) lamento no haber actualizado la semana anterior. Estuve enferma, pero acá está el capítulo y es extenso como los anteriores. ¡Espero les guste! Por fis voten, comenten y esas cosas que me animan mucho.

* * *

Segundos después de que la puerta de la celda se abrió, un aluvión de guardias irrumpió en el lugar. Caelus seguía temblando, inmóvil en su sitio, sus ojos perdidos no lograban enfocarse en nada. Sentí manos ásperas agarrar mis muñecas con una brutalidad innecesaria, doblándolas tras mi espalda. El dolor punzante me hizo jadear, pero mis quejas solo les sacaron una sonrisa desdeñosa. A unos metros, divisé a Lucius atravesando la estancia con pasos rápidos, su rostro era una máscara de puro horror. Sin embargo, su camino fue bloqueado rápidamente por dos guardias. 

Me esforcé por encontrar a Caelus entre la confusión, pero antes de lograrlo, una mano fría se cerró alrededor de mi nuca, hundiendo los dedos en mi cuero cabelludo. Tiraron de mi cabello con fuerza, obligándome a avanzar con la cabeza agachada, en un acto deliberadamente humillante. El ardor en mi cuello se mezcló con el sabor amargo de la impotencia. Intenté protestar, pero el guardia aumentó la presión hasta que un quejido escapó involuntariamente de mis labios. El paso apresurado de los ángeles casi hacía que me pisaran los pies, luchaba por seguir su ritmo.

Me llevaron a una sala oscura, donde el aire era pesado y el suelo, cubierto de piedra rugosa, parecía absorber todo sonido. Sin rodeo alguno, me lanzaron al suelo, donde aterricé con un golpe seco que me sacó el aire. Jadeé, pero me levanté rápidamente, con los ojos recorriendo cada esquina en busca de una salida. No había ventanas, solo paredes desnudas y cuatro figuras imponentes: ángeles. Me rodeaban con la calma de depredadores seguros de su presa. La conciencia de lo indefensa que estaba me recorrió como un escalofrío. 

Una de ellos, de ojos oscuros y expresión impenetrable, me observaba con curiosidad, como si no terminara de entender qué hacía allí. Por un instante fugaz, su mirada traicionó una chispa de duda, reflejando el mismo desconcierto que yo sentía. Pero esa emoción desapareció tan rápido como había aparecido, reemplazada por una frialdad calculada, similar a la de sus compañeros.

—Debe ser algún truco mundano de su vida humana —murmuró uno de ellos a los demás, pero su voz resonaba en la sala, haciendo que nada escapara a mis oídos—. Seguro fue una prostituta en esos tiempos.

—Aparecerá en cualquier momento —añadió otro, mirando hacia la puerta con impaciencia—. Deprisa.

—¿No deberíamos asegurarnos primero? Existen protocolos —insistió la guardia, con su voz teñida de nerviosismo.

Comprendí rápidamente el contexto de su conversación. Estaban ansiosos por actuar, aunque estuvieran a punto de cometer un error. Apenas vi el puño que se dirigía hacia mí, cerré los ojos y levanté los brazos para protegerme. El golpe pasó rozando, pero no tuve tanta suerte con el segundo, que impactó con fuerza en mi estómago. El impacto me dejó sin aliento, y un dolor ardiente se propagó desde el centro de mi cuerpo hasta cada rincón.

Caí al suelo, abrazando mi cuerpo en posición fetal, intentando protegerme lo mejor que podía. Sentí las patadas como oleadas, cada una más brutal que la anterior, repartidas sin compasión por mis costillas, muslos y espalda. Intenté encogerme más, pero los guardias me separaban a la fuerza, buscando golpearme donde más doliera.

—Ya basta —ordenó la voz femenina, serena y vacía, como si el caos a su alrededor no la afectara en absoluto—. No sabemos si está embarazada. Insisto en seguir los protocolos.

—¡Pues con mayor razón! Que se deje golpear de una vez —respondió uno de los guardias con voz agitada, mientras continuaba violentándome—. Nos aseguraremos de acabar con esta blasfemia o al menos inutilizar su cuerpo para que nunca más sea un problema.

La oscuridad comenzó a apoderarse de mí. El dolor se volvió un zumbido distante, y cada latido de mi corazón resonaba como un tambor en mis oídos. Supe que estaba a punto de perder la conciencia, segura de que aquello sería mi fin.

Y entonces, todo se apagó.

...Pero desperté.

La realidad me recibió con lentitud, como si mi mente se abriera paso a través de un océano espeso. Mi cuerpo se sentía entumecido, cada músculo protestando al más mínimo intento de movimiento. Alguien hablaba, pero la voz me llegaba amortiguada, como si estuviera sumergida bajo el agua.

—Veo que te mueves... tranquila...

Los primeros segundos fueron confusos. No lograba reconocer dónde estaba ni quién me hablaba. Me sentía adormecida, como si cada parte de mi cuerpo despertara lentamente. Coordinar un simple movimiento, como el de mis dedos, parecía una tarea titánica.

—Dormiste en mi joom para asegurarme de que recuperaras fuerzas —la voz de Caelus se deslizó con suavidad entre el letargo que aún me invadía. Su tono era tan tranquilo que me resultó desconcertante. Poco a poco, mi mente procesó la realidad: mi rostro estaba apoyado contra una superficie cálida y firme.

—Y lo hiciste sobre mí para que el poder de mi joom no te afectara de forma agresiva—explicó. Esa revelación me atravesó como un rayo, haciéndome sentir desesperada por recuperar el control de mi cuerpo y apartarme de él. Intenté moverme torpemente, pero cada músculo me dolía como si el más leve esfuerzo pudiera romperme.— Por favor, ten cuidado—murmuró Caelus con una extraña dulzura—. Estás muy malherida.

Con movimientos fluidos, se incorporó, llevándome consigo sin esfuerzo hasta quedar sentado, acunándome entre sus brazos. Sentí sus manos ajustándose bajo mi peso, manteniéndome firme pero sin hacerme daño. Por primera vez lo observé de cerca, notando algo nuevo en su expresión: no había rastro de sus sonrisas condescendientes ni de ese aire burlón que tanto odiaba. En su lugar, sus ojos inspeccionaban cada rincón de mi rostro con seriedad, como si buscara respuestas en los rastros de sangre y dolor que quedaban en mí.

—Es culpa mía... —susurró de repente, rompiendo el silencio con un tono de arrepentimiento inesperado—. Por favor, perdóname.

Fruncí el ceño, pero incluso ese gesto mínimo hizo que el dolor ardiera en mi piel. Mi cuerpo estaba en un estado deplorable.

—Yo... —me detuve, sorprendida. ¿Cómo era eso posible? Incluso me dolía hablar.

—¿Qué sucede? —preguntó el ángel, olvidándose momentáneamente de que en realidad era un monstruo.

Respiré hondo, intentando invocar la calma y haciendo un esfuerzo por ser consciente de cada parte de mi cuerpo para moverme. Sin embargo, cuanto más atención ponía, más presente se hacía el dolor.

—No logré entrar a tiempo para sacarte de allí —continuó él, desviando la mirada con aparente culpa—. Quisiera explicarte lo que ocurrió, pero ahora no es el momento.

A pesar de los golpes, mi memoria aún conservaba los últimos hechos con claridad, al menos todo lo que ocurrió antes de perder el conocimiento. Antes de que la celda se abriera, Caelus se había comportado de forma extraña, y cuando llegaron los guardias, actuaron tan rápido que apenas pude mirarlo en busca de auxilio. Después vinieron los golpes y las palabras llenas de desprecio. Era todo completamente irracional.

Al repasar esos recuerdos, vino a mí la insinuación absurda de que yo podía estar embarazada. Esa acusación no solo era ridícula porque Caelus y yo fingíamos ser una pareja, sino porque era imposible. O al menos, eso creía. Había descubierto que muchas cosas que creía inmutables no lo eran. Si fuera posible... probablemente un bebé sería la causa de todo ese odio. Quizás por eso los guardias me habían lastimado tanto. ¿Era esa la razón de las disculpas de Caelus?

—Todo duele... —susurré, y el simple acto de pronunciar esas dos palabras fue una agonía. Caelus asintió lentamente, como si estuviera procesando más allá de lo que le decía.

—Tal vez has despertado demasiado pronto —dijo mientras me observaba. Acercó una de sus manos y acarició mi mejilla con su pulgar. Por reflejo, cerré los ojos, esperando sentir algo de dolor, pero él fue extremadamente delicado y cuidadoso—. Tu amigo Jo  habló con Lucius sobre una médica que podría ayudarte. Iremos a verla.

Mi corazón dio un pequeño salto al pensar en Bimba. No podía imaginar a nadie más que pudiera ser la médica que mencionaba. La idea de verla encendió una chispa de esperanza en medio del dolor.

—Te llevaré yo. Usar el transporte solo aumentaría tu sufrimiento, y no aceptaré quejas.

La voz de Caelus sonaba firme, pero había una gentileza en su tono que nunca antes había notado. Aunque probablemente lo hacía por culpa, su preocupación parecía genuina. Pensar en protestar era absurdo. Mi cuerpo dolía tanto que cualquier movimiento era un suplicio.

Aún sosteniéndome entre sus brazos, Caelus me llevó hasta la que era mi habitación. Me dejó sentada en la cama y empezó a buscar entre mis ropas, las mismas que él había conseguido para mi uso en aquella tienda días atrás. Desde donde estaba, observé con creciente inquietud cómo encontró una pequeña píldora negra que había robado días antes de su frasco. Mi cuerpo se tensó al instante. El miedo creció como una sombra en mi interior. Me había descubierto.

Caelus examinó la píldora durante un momento, luego me lanzó una mirada severa antes de guardarla en uno de sus bolsillos. No dijo nada. Ese silencio fue más aterrador que cualquier reprimenda.

—Debo ayudarte a vestirte —dijo finalmente—. No haré preguntas ahora, pero cuando mejores, hablaremos.

Su tono era neutral, pero su firmeza me dejó claro que no habría escapatoria cuando llegara el momento de hablar. A pesar de la incomodidad, dejé que me ayudara en silencio. Protestar era inútil. Mi cuerpo, todavía adolorido y con el vestido roto, apenas respondía. Agradecí, al menos, que hubiera esperado a que estuviera consciente antes de desvestirme. Cuando me quitó el vestido, vi manchas de sangre en mi piel.

—Te prometo que podrás bañarte después —dijo Caelus, como si hubiera leído mis pensamientos—, pero ahora es más urgente que te examine la médica.

Para mi sorpresa, estar parcialmente desnuda frente a él no fue tan incómodo como había temido. En ningún momento su mirada se desvió de lo necesario, y fue cuidadoso al cubrirme lo más rápido posible. No hubo burlas, ni esa sonrisa santurrona que tanto detestaba.

—Por favor, come algo —me acercó un pequeño trozo de sapia. Me desconcertó ver cómo extendía la pieza hacia mí, aún envuelta en su cáscara—. Vamos, por favor...

Aunque no entendía mi reticencia, esperó pacientemente. Alcé la mano para quitar la cáscara, y él, entendiendo lo que quería, la peló y acercó la fruta a mis labios. A pesar de no tener hambre, mordí lentamente, dejando que el pequeño bocado calmara un poco mi agotamiento.

El contacto con Caelus, por primera vez, no me resultó desagradable. Mientras volábamos largas distancias sostenida entre sus brazos y sus alas desplegadas, sentí una sinceridad en él que antes no había notado. Seguía siendo el mismo Caelus, pero algo en su presencia había cambiado.

Sin embargo, al llegar, me di cuenta de que el destino no era el que esperaba. No estábamos cerca de mi hogar, donde Bimba y Vef ayudaban a las almas. El lugar tenía un aspecto extraño, casi irreal. Parecía un pueblo diseñado para imitar uno humano, pero todo a su alrededor estaba descolorido. Los árboles, las flores, las bancas, e incluso los letreros, eran de un gris apagado. Las edificaciones cuadradas y monótonas carecían de armonía, como si algo esencial faltara en su diseño.

De no ser porque Jo y Lucius nos esperaban a la entrada habría pensado que nos encontrábamos en el sitio equivocado. Al vernos, Jo, que siempre se había mostrado respetuoso y reservado, se acercó con paso firme y el rostro lleno de ira.

—He sido paciente hasta ahora —dijo con voz dura, sus ojos estaban fijos en Caelus—. Pero hay un límite. Y no me importa lo que seas, ni el título de ángel. No aceptaré que Celestia tenga que soportar más humillaciones.

Su actitud me sorprendió. Ver a alguien tan correcto como Jo utilizar palabras tan fuertes hacia un ángel me hizo dar cuenta de lo deplorable que debía ser mi aspecto. Su tono seco cortó el aire, llenándolo con una tensión que hizo que Lucius se moviera de inmediato. Deslizó un pie hacia adelante, colocándose entre ambos, como un escudo silencioso que buscaba amortiguar cualquier respuesta agresiva que pudiera salir de la boca de Caelus.

Caelus, sin embargo, no reaccionó. Aunque la furia chisporroteaba detrás de sus pupilas, se mantuvo erguido y sereno. Sus hombros apenas se tensaron, como si un peso invisible le presionara la espalda, pero cuando habló, lo hizo con una calma peligrosa.

—Sé que todo esto ha sido mi responsabilidad, y lo solucionaré. Este no es tu asunto. 

Jo entrecerró los ojos, sus labios temblaron por un momento, como si estuviera a punto de refutar. Pero al final solo resopló, desviando la mirada hacia mí. Sus ojos se suavizaron, dejando entrever una mezcla desgarradora de preocupación y dolor. No necesitaba un espejo para entender que mi estado era mucho peor de lo que había imaginado.

Nos dirigimos hacia una pequeña casa, diferente de lo que había esperado. No era ni remotamente similar al lugar que recordaba, donde ella y Vef ayudaban a las almas. Esta casa compartía la misma estética que el resto del lugar: gris, descolorida, como si toda la vida hubiera sido drenada de ella. Las formas de las edificaciones eran cuadradas y poco armoniosas, y los árboles y las flores eran de un gris monótono.

Mi corazón se alivió cuando vi a Bimba esperándonos, pero latió aún con más fuerza cuando ella me llamó por mi nombre y  reconoció. Había temido, aunque solo por un segundo, que me hubiera olvidado, pero sus ojos cálidos disiparon esa idea.

Bimba se acercó con pasos rápidos, rodeándome con un abrazo suave, como si temiera que pudiera romperme en mil pedazos. —Ven —susurró—, vamos adentro.

La sala de la casa era pequeña y austera, con muebles de madera oscura y paredes apenas decoradas por manchas de humedad. Los demás se quedaron en la entrada; los ángeles tenían que encoger sus alas para evitar rozar las paredes, acomodándose como podían en el espacio limitado.

Caelus hizo ademán de seguirme, pero una mirada breve de mis ojos bastó para detenerlo. Apretó la mandíbula, visiblemente frustrado, pero entendió que necesitaba estar a solas. —Entraré en unos minutos —murmuró en advertencia—. No te demores demasiado.

Los recuerdos de mi infancia y adolescencia me invadieron al instante. Había estado en esta misma situación muchas veces, bajo el cuidado de Bimba, aunque el ambiente ahora era más sombrío. A pesar de ello, su presencia seguía teniendo el mismo efecto tranquilizador de siempre.

Sin decir palabra, Bimba comenzó a examinarme. Sus dedos, delicados pero firmes, se movían con precisión, como si estuvieran trazando rutas invisibles por mi piel. Me pidió que levantara los brazos, que flexionara las piernas, y recorrió cada centímetro de mi cuerpo con la atención meticulosa de quien busca respuestas en un mapa incompleto.

—Te golpearon en zonas estratégicas —murmuró, frunciendo el ceño—, donde no dejarían señales evidentes. Pero... —Sus dedos rozaron suavemente mi cuello, buscando alguna pista—. No entiendo por qué te cuesta tanto hablar. No hay signos de estrangulamiento.

Sentí cómo los músculos se tensaban bajo su tacto mientras empezaban a aparecer los primeros rastros de moretones, manchas tenues que no reflejaban la intensidad del dolor que había soportado. Mi cuerpo parecía un enigma: sufría más de lo que las marcas dejaban ver.

Bimba me miró con preocupación. —Necesito saber lo que ha pasado. ¿Puedes escribirlo?

Antes de que pudiera contestar, regresó con papel y bolígrafo. Sostener el bolígrafo en mis dedos me resultó extrañamente pesado, como si las palabras que quería plasmar cargaran un peso insoportable. Cada línea que escribía me llevaba a revivir momentos que deseaba olvidar, pero sabía que debía al menos transmitir lo esencial. Por otro lado, me debatía en si contarle toda la verdad a Bimba. No quería que se viera arrastrada en problemas que no podría solucionar. Además, yo ya estaba metida hasta el fondo en toda esa situación, y mientras Caelus fuera honesto al menos en las partes mas importantes, habría una esperanza para que las cosas fueran mejores en algún futuro.

—No preguntaré más de lo que quieras decirme —dijo ella con suavidad, inclinándose hacia mí mientras sus ojos se movían con discreción hacia las paredes, como si temiera que alguien más pudiera escuchar. Su voz tembló un poco al continuar—. Pero hasta donde yo sé, un día desapareciste sin previo aviso. Te he extrañado mucho. 

Aquella última frase fue una daga directa a mi pecho. Sentí cómo el nudo en mi garganta se rompía, dejando escapar sollozos incontrolables. Bimba me envolvió en un abrazo, cálido y seguro, sosteniéndome mientras el peso del reencuentro y la culpa se deshacía en lágrimas. Su abrazo era el refugio que tanto había necesitado, pero incluso en medio de ese consuelo, sabía que no podía durar para siempre.

—Nuestro secreto... ¿Sigue siendo un secreto, verdad?—me susurró al oído, bajo un tono teñido de miedo y urgencia. Sabía exactamente a lo que se refería. Asentí—. No debes decírselo a nadie. Ni siquiera a Jo. Júramelo.

Desde siempre, Bimba había sido insistente en mantener ese secreto, algo que ambas comprendíamos sin necesidad de palabras; mi pulso latía diferente al de las almas divinas, y esa diferencia, intuía, estaba relacionada con mi inmunidad al control de los ángeles.

La puerta se abrió de golpe, dejando escapar un ligero rechinido que hizo eco en el aire tenso de la habitación. La figura del ángel se recortó en el umbral como una sombra imponente. Bimba reaccionó de inmediato, como si un resorte invisible la empujara hacia atrás. Se apartó de mi lado con un movimiento torpe pero decidido, aunque en sus ojos titilaba una chispa de miedo que no logró ocultar.

Aun así, respiró hondo, cuadró los hombros y dio un paso adelante, colocándose entre Caelus y yo. El ligero temblor de sus manos delataba que estar frente a un ángel la intimidaba más de lo que intentaba demostrar. Me sorprendió ver cómo, a pesar de su evidente miedo, se mantenía firme en su posición.

—No quería interrumpir—dijo Caelus, sus ojos se posaron en mí con una intensidad que me hizo temblar—. ¿Cómo está Celestia?

Bimba mantuvo la compostura a duras penas. Sus labios apenas se movieron cuando respondió, aunque su voz intentó sonar profesional.

—Está estable. Con el reposo adecuado se recuperará rápidamente.

Caelus inclinó levemente la cabeza, evaluando cada palabra. Avanzó con lentitud, haciendo crujir el suelo bajo sus zapatos, hasta detenerse frente a nosotras. La distancia era mínima, tanto que pude sentir su presencia como un peso palpable sobre mi piel.

—Fueron golpes de ángeles. ¿Cómo lo ha resistido?

—Fueron estratégicos, dirigidos a puntos específicos para causar dolor sin comprometer su vida.

—Explícame todo—la voz de Caelus cambió sutilmente, elevándose apenas un tono. Noté cómo la mirada de Bimba se vaciaba por un instante y su cuerpo se  tensó bajo la presión de una fuerza invisible. Caelus no estaba preguntando; la estaba obligando a decir la verdad. A pesar del miedo, sentí alivio de no haber revelado a Bimba lo que realmente ocurría entre nosotros.

—Los golpes fueron dados con suficiente fuerza para dañarla, pero no para matarla. En especial, se enfocaron en la zona del útero... —dijo, sus palabras fueron mecánicas y vacías, como si se tratara de una marioneta hablando a través de ella—. No puedo confirmar daños mayores porque ya no me dedico a ser médica de almas.

La revelación golpeó mi mente como un trueno. ¿Bimba ya no era médica? Me quedé paralizada un instante, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.

—¿Cómo que ya no eres médica de almas divinas?—pregunté con evidente impaciencia. La Bimba que yo conocía nunca habría abandonado algo así, al menos no por voluntad propia.

Ella no respondió. Permanecía atrapada bajo la influencia de Caelus, su mirada se mantenía distante y sus labios sellados por la voluntad ajena.

—Vaya, te ha regresado la voz—comentó Caelus con una sonrisa ladeada, cargada de un sarcasmo que rozaba el desdén.

El comentario me atravesó como una provocación deliberada. Sin pensarlo dos veces, di un paso adelante, posicionándome entre Bimba y él, ignorando el dolor punzante que recorría mi cuerpo como una descarga eléctrica.

—¿Por qué ya no eres médica de almas, Bimba?—insistí. Todavía me quedaban algunas lágrimas y la voz me temblaba, aunque me hallaba visiblemente mejor que cuando apenas había despertado tras la golpiza.

Bimba me miró con preocupación, sus cejas se enseñaron ligeramente fruncidas. Pero desvió la vista hacia Caelus, como si mi pregunta fuera un eco distante al que no podía aferrarse.

—Los ángeles que propinaron la golpiza pensaban que Celestia podría estar embarazada. Por eso se centraron en esa área.

Un escalofrío recorrió mi columna. Caelus frunció el ceño, como si la idea fuera tan absurda que ni siquiera merecía ser considerada.

—¿Embarazada?—repitió Caelus, con un tono cargado de incredulidad. 

—Es lo que dijeron al golpearme—añadí, pasando una mano por mi vientre adolorido—. Como estaban tan obsesionados con esa zona, me estuve cubriendo todo el tiempo. En cualquier caso ellos estaban en un error, no es posible un embarazo. 

Caelus me miró con una expresión que me dejó helada.
—Bueno... sí podrías.

La respuesta de Caelus me dejó atónita, y al mismo tiempo también sorprendió mucho a Bimba.

—Pero solo los ángeles y los humanos pueden concebir—argumenté, mi mente estaba tratando de encajar la información. 

Caelus soltó una breve carcajada, cargada de burla.

——Parece que te enseñaron mal en esa academia. Esperaba que al menos supieras algo tan básico.

—¿Está diciendo que ustedes...? —La voz de Bimba se quebró en un susurro tembloroso. El miedo en su rostro se transformó en puro terror mientras procesaba lo que creía entender.

—No, no, claro que no —me apresuré a aclarar, aunque una incomodidad extraña se agitaba en mi estómago.

Caelus sonrió con evidente malicia.

—No hay nada de qué preocuparse. Tenemos cuidado en ese sentido... Pero aún así, quiero que la examines. Buscaré los insumos y volveré. No serás ya médica de almas, pero podrás hacerlo, ¿verdad?

—En serio, no es necesario —protesté, sintiendo cómo el dolor en mi cuerpo empezaba a desvanecerse, como si el nerviosismo lo eclipsara por completo.

—Insisto en que seas examinada adecuadamente.

—Yo insisto en que no hace falta. Me siento mucho mejor.

La mirada de Caelus se endureció.

—No has recibido tratamiento. No es posible que te sientas bien así como así.

—No tendría sentido mentir si siento dolor, te aseguro que estoy bien—insistí.

—Repito. No. Es. Posible—dijo con firmeza.

—Bueno, también pensé que no era posible concebir entre un alma divina y un ángel, pero aquí estamos —repliqué con un toque de sarcasmo—. Y como pareces saberlo todo, me encantaría que me iluminaras con una clase de reproducción.

Caelus soltó una risita en respuesta a mi tono desafiante. —Oh, te enseñaré con gusto.

El carraspeo de Bimba llamó nuestra atención. Era la señal perfecta para poner fin a esa incómoda conversación. Además, nos habíamos olvidado de que ella seguía allí, observando todo con la incomodidad escrita en su rostro.

—Suficiente —gruñó Caelus—. No quiero discutir. Vinimos porque pensé que te sentirías más cómoda si ella te examinaba, y estoy insistiendo porque realmente quiero asegurarme de que estés bien.

Sus palabras sonaron sinceras, pero en su mirada había un rastro de irritación. Como si, pese a lo que decía, le costara ocultar lo frustrante que le resultaba no tener el control absoluto de la situación.

—Yo no pensé que estuviéramos discutiendo —le respondí con la más absoluta inocencia fingida.

—Lo estás haciendo otra vez —espetó, entrecerrando los ojos con fastidio—. Llevarme la contraria.

Contuve una sonrisa, disfrutando el momento más de lo que debería.
—Parece que alguien está muy acostumbrado a que todos hagan lo que quiere —murmuré, haciendo mi tono apenas más insolente de lo necesario—Está bien —dije al fin—. Aceptaré, pero tengo una solicitud a cambio.

Bimba, que hasta ese momento había estado callada, se acercó rápidamente y tomó mi mano con delicadeza.
—Celestia... —susurró, apretando mi mano como si quisiera evitar que fuera más lejos. Me lanzaba esa mirada suya que siempre funcionaba para hacerme entrar en razón.

Giré la cabeza hacia Caelus, y para mi sorpresa, él me observaba con los brazos cruzados y una expresión casi divertida.

—Te escucho. ¿Qué quieres? —sus palabras, cargadas de un tono casi burlón, hicieron que una chispa de satisfacción se encendiera en mi pecho.

No pude evitar sonreír ante su respuesta. Noté de reojo que Bimba arqueaba una ceja, perpleja ante nuestra interacción. Con un leve suspiro, decidió que ya había tenido suficiente de nosotros, y salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

—Piensa bien lo que vas a decir —me advirtió Caelus, ahora sin rastro de sonrisa—. Dije que te escucharía, pero tu solicitud debe ser lo suficientemente buena para convencerme.

—Hay un alma divina a la que deseo visitar. Su nombre es Vef. Formó parte de mi hogar. —Pronunciar su nombre en voz alta trajo consigo un oleaje de recuerdos enterrados, y me forcé a mantener la compostura. El rostro de Caelus se endureció al instante, su mirada se afiló como un cuchillo—. Pensé que estaría aquí, con Bimba, pero…

—Está bien —me interrumpió, cortando mis palabras como un filo—. Pero será después de que cumplas con tu parte. Y, por supuesto, yo iré contigo.

Lo miré, incapaz de ocultar mi sorpresa. Había esperado más resistencia, una discusión más larga, quizás incluso alguna burla. Pero Caelus había accedido sin apenas cuestionarlo.

—¿De verdad? —murmuré, todavía incrédula.

Caelus se encogió de hombros con una sonrisa apenas perceptible.
—¿Por qué no? —dijo con suavidad—, ya antes te lo he dicho, puedes pedirme lo que quieras.

Había algo en la actitud de Caelus que me hacía pensar que de pronto había perdido la cabeza, pero lo que dijo después, solo hizo que mis dudas sobre su falta de criterio se confirmaran.

—Yo también tengo una solicitud para ti —añadió,  a la par que me observaba con una mezcla de curiosidad y desafío—, quiero que en adelante duermas conmigo en mi joom. Al menos hasta que tu cuerpo deje de sentir dolor.

Mis pensamientos tropezaron entre sí. ¿Había oído bien? Era una petición tan inesperada que me dejó aturdida por unos segundos.

No iba a admitirlo en voz alta, pero aquella solicitud no me resultaba del todo desagradable. Había algo inquietantemente reconfortante en la idea de permanecer a su lado, ya lo había experimentado en algunas contadas ocasiones.

Me crucé de brazos, tratando de recuperar algo de control sobre la situación.
—¿Y que ocurriría si no quiero? —pregunté, levantando una ceja, aunque mi voz carecía de la fuerza que pretendía.

Caelus inclinó la cabeza ligeramente, y su sonrisa se suavizó en una expresión de paciencia indulgente.
—No creo que sea necesario obligarte —susurró, como si tuviera certeza de que mi resistencia era más apariencia que convicción.












Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top