𝓒𝓸𝓷𝓸𝓬𝓲𝓮𝓷𝓭𝓸 𝓪𝓵 𝓶𝓸𝓼𝓽𝓻𝓾𝓸: 𝓭𝓸𝓬𝓮

Estaba realmente nerviosa ante la posibilidad de volver a encontrarme con Jo. Habían pasado más de dos años desde la última vez que nos vimos. Ahora, de manera inesperada, se presentaba la oportunidad de verlo nuevamente. Convencer a Caelus de llevarme al Consejo Divino requeriría paciencia, aunque me inquietaban sus oscuras intenciones.

Él había mencionado que me necesitaba, insinuando que yo poseía algo que representaba una amenaza para los ángeles. Sin embargo, Caelus era un ángel, y no parecía que yo fuera una amenaza para él.

Decidí analizar la situación con la mayor inteligencia posible para encontrar una vía de escape. Tenía claro que debía ser cuidadosa en mi comportamiento hacia él, ya que estaba en desventaja en una relación de poder. Su actitud dejaba claro que no planeaba destruirme, pero sí utilizarme, aunque aún no sabía de qué forma exactamente. Él sabía más de mí de lo que yo sabía de él, lo que representaba otra enorme desventaja. A mi favor estaba el hecho de que atendía mis necesidades de descanso, alimento, refugio y vestimenta, aunque lo hacía de manera torpe y extraña.

La propuesta que me había hecho Caelus, o más bien, la que estaba obligada a aceptar, era simple: debía seguir sus órdenes sin cuestionarlas. Me prometió que no me haría daño ni me obligaría a hacer cosas que estuvieran más allá de mis capacidades. Era una apuesta a ciegas, pero no tenía otra opción. Aun así, pregunté por mis alternativas.

-Como sé que necesito tu genuina cooperación, tengo pensado ofrecerte algo tentador a cambio, Celestia -dijo Caelus, acercándose lentamente. Con una mano delicada, apartó un mechón de mi cabello, provocando un leve cosquilleo en mi piel-. Mientras pueda contar con tu apoyo y sigas mis instrucciones, seré tu más fiel servidor. Tendrás toda mi ayuda para alcanzar tus objetivos, siempre que no interfieran con los míos. Ordena lo que desees, y lo haré por ti.

-¿Y si pido mi libertad? -sabía que no tenía sentido hacer esa pregunta, pero necesitaba extinguir hasta la más mínima esperanza cuanto antes. Él no era una buena criatura.

-Eso es algo que interfiere con mis planes, querida... -respondió, su voz suave pero firme. Sus ojos se clavaban en los míos, provocando una oleada de emociones intensas en mi interior-. Sin embargo, cuando todo esto termine, quizás podamos encontrar una salida.

-¿Eso qué quiere decir?

Las luces en el paraíso ya se habían apagado. El ambiente era frío, mucho más helado que en mi hogar. La maldita choza del ángel era un lugar hostil que jamás podría llamar casa. Me envolví en mis brazos, buscando inútilmente algo de calor.

-No tengo ni la menor idea, querida -se alejó, y le vi acercarse a tomar un frasco con pastillas negras. Era un detalle importante que ya lo había visto hacer antes. Sentía curiosidad por saber de qué se trataba.

-Dime entonces qué es lo que quieres que haga-dije, tratando de enfocar mis pensamientos en lo que realmente importaba, aunque no podía dejar de notar cómo sus manos, habitualmente firmes, temblaban ligeramente al abrir el frasco.Noté que esta vez tomó muchas más pastillas de las que le vi tomar en la mañana. Le tomó unos segundos tragar antes de volver a concentrarse en mí.

-Serás mi arma, Celestia. Matarás para mí, manipularás para mí, acuchillarás, dispararás...

-Me entrenaron para ser una cuidadora de almas, no una asesina -repliqué, intentando que mis palabras sonaran más seguras de lo que me sentía. Mi corazón latía con fuerza, como si intentara escapar de mi pecho ante la aterradora idea que él acababa de proponer.

-¡Y es perfecto! -exclamó, alzando las manos en un gesto que parecía casi celebratorio-. Nadie sospechará de ti.

-Mi rol es cuidar, amar y proteger almas divinas -continué, con una mezcla de temor y firmeza en mi voz-. Nunca he visto un arma en toda mi existencia. Acabaré destruyéndome a mí antes. Se arriesga en vano, es lo que intento decir.

Caelus se detuvo por un momento, mirándome con una mezcla de admiración y algo más oscuro, algo que no podía identificar.

-No es así, Celestia -respondió, su tono fue más suave, casi seductor-. Yo te enseñaré.

De pronto, estaba convencida de que Caelus era un lunático.

-Por favor, considera mis comentarios como una forma de entender el contexto -aclaré-, haré lo que pidas. Y aunque no confío en ti, dijiste que no harías nada que me lastimara o que fuera en contra de mis capacidades, así que te lo cobraré. No quiero morir.

Esa última frase me delató y captó por completo la atención del ángel.

-¿Morir? -repitió mientras se acercaba de nuevo, cada paso suyo parecía hacer temblar el suelo bajo mis pies. Sentía una repulsión instintiva al tenerlo tan cerca, pero al mismo tiempo, su presencia ejercía una atracción peligrosa. Su apariencia era la de un ángel, brillante en hermosura y bondad, pero sabía que todo era una máscara. Aun así, mi mente se confundía, atrapada en el hechizo de sus ojos y el aroma que lo rodeaba, dulce y embriagador-. Antes también dijiste algo sobre la muerte, y pensé que sería en un sentido figurado. Sin embargo, lo has vuelto a decir, y tu expresión me inquieta. Es simplemente... -su voz se apagó cuando extendió una mano, colocándola suavemente sobre mi pecho, justo sobre mi corazón. Sentí un escalofrío recorrerme, pero mi cuerpo, en lugar de apartarse, se quedó congelado bajo su toque. La palma de Caelus era cálida y firme, pero no hubo nada en su gesto que pareciera lascivo; más bien, buscaba algo, como si intentara sentir el latido mismo de mi alma. Su rostro se acercó más, y por un instante, creí que iba a besarme. Pero en lugar de eso, inclinó la cabeza y acercó su oído a mi pecho. Fue entonces cuando finalmente mi instinto de supervivencia se activó, y me aparté bruscamente, poniendo distancia entre nosotros.

-¡Está siendo un pervertido de nuevo! -grité, sintiendo una mezcla de furia y humillación. Pero en lo más profundo, sabía que lo que realmente me aterrorizaba era la facilidad con la que él podía invadir mis pensamientos y emociones.

Caelus pareció quedarse estupefacto. Sus labios entreabiertos y la tensión en su mandíbula indicaban que lo había tomado por sorpresa. Estaba frente a mí, con el entrecejo fruncido, y aunque su mirada estaba fija en la mía, parecía estar perdida en algún rincón de su mente, absorta en pensamientos que no podía descifrar.

-Está bien, por favor, discúlpame -dijo finalmente, su voz apenas fue un susurro. Por un instante, algo en su postura cambió; sus hombros se relajaron ligeramente, y noté una vulnerabilidad en sus ojos que no había visto antes, como si hubiera perdido el control de la situación. Ese destello de flaqueza me dio el valor para jugar una de mis cartas.

-Quiero salvar a las almas del teatro -solté de repente, sin pensar en las consecuencias. El impacto de mis palabras se reflejó en su rostro, pero se mantuvo en silencio, escuchándome con una atención intensa que me hizo dudar por un segundo. Aclaré mi garganta, tratando de mantener la compostura-. Me ayudarás en eso.

No había sido una pregunta, pero mi voz temblorosa traicionó la inseguridad que trataba de ocultar. Su silencio me desconcertaba, y sentí cómo el aire se volvía más denso a nuestro alrededor. Sin embargo, necesitaba continuar.

-Si me has estado vigilando desde hace dos años, sabrás de mi amistad con Cyra -continué, intentando mantener mi tono firme-. Me llevaste allí a propósito, ¿no? -De nuevo, no respondió, pero la intensidad de su mirada se incrementó, como si estuviera evaluando cada palabra que salía de mi boca-. Encuentra la forma de liberarla para mí.

Esperé su reacción. Fue quizás solo un segundo de completo silencio, pero lo sentí eterno, cada instante estirado por la tensión que colgaba en el aire. Podía oír el eco lejano del viento golpeando la estructura de la casa.

De improviso, y provocando que casi se me saliera el corazón, Caelus se arrodilló ante mí. El sonido de sus rodillas al golpear el suelo resonó en la habitación, y el ángel inclinó la cabeza en un gesto que me tomó completamente por sorpresa. Su mano, firme y decidida, se posó sobre su pecho. Había solemnidad en su gesto, algo que no había esperado ver en él, logrando que me desconcertara aún más.

-Tus deseos son mi voluntad -pronunció, su voz profunda y la seguridad que emanaba me dejó sin palabras.

En esa posición, con Caelus arrodillado ante mí, mis ojos fueron atraídos irresistiblemente hacia sus alas. Desde este nuevo ángulo, se desplegaban majestuosas, como una cascada de luz, cada pluma brillando con una pureza casi cegadora. No pude evitar sentirme hipnotizada por su esplendor, sentía una tentación irresistible de tocarlas, aunque solo por unos breves segundos. Antes de que pudiera siquiera alzar la mano, Caelus se levantó. Mi fascinación se desvaneció rápidamente, y la blancura de sus alas evocó en mi mente un recuerdo que me sobresaltó; aquella prenda costosa que había dejado por accidente en el vestidor de la tienda, olvidada en medio del abrumador caos que había sido aquel día.

-Maldición... -se me escapó la palabra en un susurro, sin poder contener mi frustración. Caelus alzó ambas cejas, su expresión inquisitiva se clavó en mí, esperando una explicación-.Olvidé esa camisa... esa prenda de gran valor en la tienda -admití con un suspiro pesado, sintiendo cómo el control que había comenzado a recuperar se desmoronaba nuevamente-. ¿Es posible que regresemos a verla todavía?

Caelus me observó con una mezcla de indiferencia y algo que podría haber sido diversión.

-No es importante -soltó con total desinterés, sus palabras fueron cortantes como una daga-. El vestido que llevas quintuplica su valor.

Me quedé sin palabras, el desconcierto se apoderó de mí. La ligereza con la que desestimó lo que para mí había sido un lapsus importante me dejó desconcertada, pero preferí no volver a tocar el tema.

-No estaré en casa esta noche -continuó, su tono cambió a uno más formal-. Eres libre de hacer lo que quieras. Yo tampoco confío en ti, así que dejaré con llave.

No dije nada, era mejor así. La idea de tener un tiempo a solas era en realidad un alivio. Pensé que podría aprovechar la oportunidad para investigar el frasco de pastillas que Caelus tomaba. Sin embargo, los recuerdos del suceso del monstruo de la noche anterior irrumpió en mi mente, llenándome de un miedo que creí haber superado.

-¿Me encerrarás en la habitación de nuevo? -pregunté, intentando mantener la calma en mi voz, aunque la preocupación se filtraba en cada palabra.

-No -respondió, su voz firme y decidida.

-¿El monstruo volverá? -insistí.

-Ah, cierto... -dijo, como si recién recordara el incidente-. El monstruo estará afuera, así que espero que eso te dé menos ganas de salir de casa a explorar.

Su respuesta, aunque destinada a tranquilizarme, solo logró que mi ansiedad aumentara.

-¿Puedo tener un arma para protegerme?

-Cualquier objeto podría convertirse en un arma si lo lanzas con la puntería y fuerza suficiente -replicó con una tranquilidad desconcertante, como si mi preocupación fuera un tema trivial.

-Pero esta casa está prácticamente vacía, ¿qué se supone que le lance? ¿Mi vestido? -contesté con una mezcla de sarcasmo y desesperación, sin saber si él entendía realmente mi miedo.

Caelus me observó por un momento, y una ligera curva se formó en sus labios.

-No tenía idea de que tuvieras sentido del humor -dijo, su tono fue ligeramente burlón-. Haz el esfuerzo por confiar en mí esta noche, estarás a salvo manteniéndote acá.

No confiaba en él, pero tampoco veía otra opción. Con un último vistazo a sus alas, esas alas que tan fácilmente me habían distraído, decidí que lo mejor sería seguir su consejo, al menos por esta noche.

Pasé una noche terrible. La incomodidad de no tener un baño era constante en mi mente, aunque por suerte no pasé ninguna emergencia. La situación empeoró cuando me di cuenta de que, una vez más, no había ningún interruptor o fuente de luz que pudiera encender. La oscuridad era absoluta, opresiva, y me obligaba a moverme a tientas, con el miedo constante de tropezar o hacer ruido que pudiera atraer la atención de algo... o alguien.

Después de un rato, logré llegar al frasco de pastillas que tanto me intrigaba. Al palpar la etiqueta, sentí el relieve de las letras, pero la negrura que me rodeaba hacía imposible leerlas. Mi frustración creció, pero no estaba dispuesta a abandonar del todo mi pequeña misión. Con dedos temblorosos, abrí el frasco y robé una de las pastillas, con la esperanza de que, en algún momento, podría encontrar la manera de identificar su propósito. La escondí cuidadosamente entre mis nuevas ropas, asegurándome de que no se notara.

Luego, intenté centrarme en mis necesidades más inmediatas. Comí algo de lo que Caelus había dejado para mí, aunque el nudo en mi estómago apenas me permitía disfrutar de la comida. Pasé un buen rato en la habitación, tratando de calmarme, de recuperar la compostura que sentía que había perdido en los últimos días. Sin embargo, fue imposible encontrar la paz. La soledad de ese cuarto era agobiante, y cada vez que cerraba los ojos, los recuerdos de la noche anterior volvían con fuerza, especialmente el sonido del monstruo rugiendo y golpeando tras la puerta.

Sentía que en cualquier momento podría sufrir otra crisis de ansiedad. Mi respiración se aceleraba, el pulso martillaba en mis sienes, y el pánico comenzaba a invadir cada rincón de mi ser. Finalmente, decidí que no podía seguir en ese cuarto. Me levanté y, con pasos inseguros, me dirigí a la sala. Aunque estaba prácticamente vacía, el enorme cojín que Caelus había usado para dormir la noche anterior seguía allí, su presencia funcionó como algo reconfortante en medio de la oscuridad.

Me tumbé sobre él, sintiendo el suave hundimiento de mi cuerpo en su superficie. Para mi sorpresa, el cojín emitía un calor agradable. Aquel calor me rodeó como un abrazo, aliviando un poco la tensión en mis músculos. El objeto también desprendía un aroma inconfundible. Era el aroma de Caelus, un olor embriagador y delicioso, una mezcla de frescura y misterio que me rodeó como un velo invisible.

Me acurruqué, abrazándome a mí misma en un intento de encontrar consuelo. Poco a poco, mi respiración comenzó a estabilizarse, y el miedo que me había mantenido alerta empezó a desvanecerse. El agotamiento finalmente me venció, y, antes de darme cuenta, caí en un sueño profundo y sin sueños, refugiada en el cálido abrazo y el delicioso aroma del cojín que me recordaba, de alguna manera, la presencia de Caelus.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top