🌵 𝓣𝓮𝓷𝓸𝓬𝓱𝓽𝓲𝓽𝓵𝓪𝓷 🌵

Aquel pequeño niño abrió sus ojos por primera vez en una bella tarde calurosa. Lo primero que presenciaron sus ojos cafés verdosos fueron los rostros de sus padres. Dio su primera sonrisa a pesar de no distinguir bien lo que veía, su vista aún era borrosa.

-Hola, Tenochtitlan -fue el primer nombre de México, le fue dado por su padre Azteca-. Eres un niño muy alegre.

El pequeño pataleó un poco y movió sus cortos bracitos. Estaba envuelto cuidadosamente en suaves y abrigadoras mantas. Bostezo y volvió a cerrar sus ojos para caer en un profundo sueño.

Tenochtitlan tenía ya dos años de edad cuando nació el segundo hijo de Azteca y Maya, Guatemala. La primera vez que Tenochtitlan lo vio, pensó que estaba medio tonto, lo que pasaba era la diferencia de edad.

-Jefa, ¿por qué no habla? -le preguntó Tenochtitlan a su madre.

-Lo que pasa es que tu hermano es muy pequeño todavía -le sonrió a su hijo sentándolo en sus piernas.

Tenochtitlan vio que su hermano menor estaba envuelto con su mantita. Se la quitó y el pequeño empezó a llorar. Maya sacó su chancla y le dio en la cabeza a su primogénito.

-¡Es un roba mantas! -le dijo el mayor recibiendo otro chanclaso.

-No le hables así a tu hermano. Devuelvele su manta.

Tenochtitlan negó con la cabeza abrazando el pequeño pedazo de tela. Maya tuvo que tejer otro para Guatemala. El hijo mayor de Azteca pensaba que lo único que hacían los hermanos menores era llorar.

Dos niños pequeños corrían por los campos de maíz de sus padres. Jugaban la traes. El mayor de ellos tenía tres años, y el menor tenía uno. El mayor de los dos se perdió en el lago de Xochimilco. A pesar de conocer ese lugar, solía perderse a menudo. Una mujer se apareció paseando por el lago. Tenochtitlan corrió hacia ella y jaló su vestido blanco.

-Oiga, señora, ¿me puede llevar de vuelta a casa? -el pequeño extendió su mano.

La mujer la tomó. En ese momento, se dio cuenta de lo fría que estaba. La mujer se giró a verlo, Tenochtitlan se dio cuenta de que no era humana. La mujer estaba llorando. Trató de soltarse, pero no podía. Fue entonces que su madre llegó corriendo con el pequeño Belice en brazos. Fue en ese momento en el que la mujer soltó la mano del niño y corrió.

-¡Tenochtitlan! -Maya abrazo a su hijo. Venía seguida por Guatemala-. Te he dicho que nunca le hables a extraños.

Vio la mano de su hijo, la Llorona lo había dejado marcado, tenía tres largas y gruesas líneas en su muñeca de color verde. Su madre llenó sus manos con agua del lago y lavó la herida de su hijo. Las lineas se tornaron de un color rojizo normal, del color del brazo de Tenochtitlan.

Los dos hijos mayores de Maya y Azteca fueron a jugar con los hijos de Imperio Inca. Estaban casando ranas en el río. Después de eso, fueron a molestar a los hermanos del norte (Canadá y USA). El mayor de los dos estaba algo pasado de peso y eso les daba una gran ventaja al momento de huir. Así que fueron a su encuentro.

-¡Oye, pibe! -gritó un joven Argentino.

-¡¿Cuántos choclos comiste ahora?! -le preguntó Perú.

-¡¿Acompañados de cuántos tamales?! -le preguntó Tenochtitlan.

Todos comenzaron a reír. El rostro del niño se tornó rojo de la ira. Corrió tras ellos, pero eran más rápidos. Fue entonces que el hermano menor del norteamericano, Canadá, corrió tras ellos. Normalmente era pacífico, pero cuando se trataba de su hermano, el lo defendería a toda costa. Lanzó una lanza, la cual dio en el tronco de un árbol.

-¡Buscanos cuando tengas mejor puntería, weon! -le gritó un joven Chileno.

Tenochtitlan acompañaba a su padre en un rezo al dios de la lluvia. Habían tenido sequías desde hacia un buen tiempo. Estaban practicando el sacrificio humano. Era algo traumante para el pequeño de ahora cuatro años, pero era necesario para tener lluvias.

-Jefe, ¿por qué a los dioses les gustan las vísceras humanas? -preguntó el pequeño después de haber acabado con la vida de aquella persona.

-Bueno, ellos nos dan lo que necesitamos, lo sabes, ¿no? -su hijo asintió-. Nada es gratis en esta vida, y para pagar lo que nos dan, se ofrece el alma de una persona.

En ese momento, empezó a chispear. Tenochtitlan sintió como las frescas gotas de lluvia refrescaban su cara. La tierra se volvió lodo y el cielo se empezó a nublar.

-Vayamos adentro, no quiero se te de un resfriado -Azteca tomó la mano de su hijo y ambos subieron los trescientos escalones de la pirámide que era su casa.

Tenochtitlan veía entretenido el sombrero azúl de aquel extraño. La pluma blanca que tenía en su cabeza le parecía graciosa. Sus padres hablaban con aquel sujeto. Guatemala se escondía detrás de su hermano mayor, no le gustaban los desconocidos desde que la Llorona le había dejado una marca en la muñeca a su hermano. Tenochtitlan no entendía el idioma de ese señor. Caminó hacia el.

-No, Tenochtitlan -Guatemala jaló de sus ropas para que no fuera-. Te va a lastimar.

-Tranquilo, no veo que tenga nada.

Pero en el momento en el que se iba a acercar a el, ya se había ido. No le dio mucha importancia, tal vez no lo volvería a ver.

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