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Los pueblerinos golpeaban con furia las puertas del castillo, todos llevaban palos, antorchas y armas como: picos, cuchillos y hachas. Sus mentes estaban cegadas al miedo y el odio, no querían continuar viviendo bajo la penumbra de seres demoníacos, querían recuperar su libertad y seguridad.

Cosas que los Min jamás les quitaron, pero que les metieron tanto en sus cabezas a lo largo de los años que simplemente no veían la realidad. Los vampiros jamás habían atacado a Transilvania, o por lo menos no intencionalmente.

Desde el interior, a unos pasos de la puerta, los hermanos Min se acercaban con tranquilidad, no era la primera... ni la última... vez que sucedería un levantamiento y ellos lo tenían presente. A lo largo de los años habían entendido que jamás serían bien recibidos por su naturaleza, pero era algo que no podían cambiar, aun cuando anhelaban hacerlo.

Las personas de Transilvania normalmente no actuaban por sí mismos, ellos les temían y preferían marcar distancia. Pero siempre había algún incitador que los animaba a hacer algo en su contra, casualmente los religiosos y creyentes eran quienes lo hacían.

Los hermanos Min debido a esto habían hecho el acuerdo con el Vaticano, el cual había sido aceptado solamente por qué no había manera de asesinarlos. O por lo menos eso aparentaban por qué a pesar de ser fieles a sus creencias no lo eran a sus promesas y siempre buscaron la manera de deshacerse de su existencia.

Suga apretó sus puños, suspiró y recibió una palmadita en su hombro de parte de Agust, quien había notado su ansiedad. El menor de los hermanos era el que más había sufrido desde el comienzo, quizás por tener menos edad y haber presenciado tanta violencia.

—Nada malo pasará Suga, mantente tranquilo, sé que puedes controlarte.— le animo YoonGi, deteniéndose unos segundos antes de abrir la puerta y mostrarse a los disgustados humanos.

El peli azul asintió levemente dándole la señal de que lo hiciera, estaba seguro de que no perdería el control por qué al igual que sus hermanos se había alimentado de JiMin y eso aseguraba que sus instintos demoníacos se mantendrían al margen que él les diera.

Agust, de los tres, era el menos seguro de sus acciones, cada que esto ocurría tenía la inmensa necesidad de despedazar a todos y cada uno de ellos. Tal vez por qué en su cabeza se reproducía la manera tan bizarra en qué años atrás habían capturado a su madre, a su amada Hilda y a ellos, el cómo habían intentado asesinarlos.

Aquellos recuerdos despertaban sus mayores miedos, por eso perdió el control algunas veces en el pasado y había terminado asesinando a algunos pueblerinos. No era el único, ya que tanto YoonGi como Suga a pesar de querer evitarlo también terminaron haciéndolo, era su instinto asesinar y alimentarse sin importar lo que en realidad quisieran.

Tras unos segundos que parecieron eternos la puerta fue abierta y los humanos los miraron fijamente, cada par de ojos proyectaba odio, miedo y asco. Sin embargo, eso no era nada nuevo para los hermanos Min, ya habían recibido esas miradas antes y sabían cómo terminaría todo esto.

Tranquilidad si lograban convencerlos de retirarse y en muerte si las cosas se tornaban violentas.

YoonGi encabezaba el trío al ser el mayor, a su derecha Agust y a su izquierda Suga. Cada uno de ellos mantuvo su porte intacto, sus rostros pálidos tenían un semblante neutro tratando de demostrar su total seguridad. La multitud enfurecida se calló al visualizarlos, lo cual duró nada cuando una mujer les lanzó un racimo de ajos, el cual impactó directamente en el pecho del mayor de los hermanos.

—¡Váyanse demonios! — grito aquella desconocida con furia, acto que siguieron los demás.

—¡Monstruos!

—Son una aberración.

—Deberían morirse.

Todos esos gritos les lastimaban, ellos sabían lo que eran y no necesitaban que se los repitieran. Eran asesinos, monstruos, demonios, bestias y múltiples pronombres no deseados. A pesar de sus naturalezas eran buenos, por más extraño que sonara, aun siendo vampiros intentaban no dañar a los demás. Ellos también ansiaban morir, deseaban una vida normal y lograr la paz en algún momento, pero no podían.

—Queridos vecinos lo mejor es que se retiren a descansar.— dijo tranquilamente YoonGi ignorando los constantes lanzamientos de ajos y agua bendita hacia su persona.

—¡Queremos que se vayan de nuestro pueblo! — grito está vez un hombre en respuesta lanzando una piedra, que con toda la potencia de su brazo golpeó la frente de Suga.

Agust gruñó, mostrando sus colmillos levemente, una acción de puro reflejo, atrajo a su hermano menor y lo envolvió en sus brazos. Una abertura apareció unos instantes en la cabeza de Suga, un chorro de sangre se deslizó desde su frente hacia su cuello y después de eso desapareció como por arte de magia. Todos los presentes fueron testigos de esos paranormales sucesos, si en algún momento habían dudado de sus actos ahora no lo hacían. Habían visto con sus propios ojos como uno de ellos sanaba rápidamente y el otro sacaba sus filosos dientes para amenazar sus vidas.

—Lo hemos visto, son reales ¡Hay que asesinarlos!

Las armas fueron alzadas al aire, YoonGi escondió a sus hermanos tras sus espaldas y torno sus ojos rojos. Estaba totalmente listo para usar sus habilidades y deshacerse de todos esos ineptos desalmados.

—Min.— llamó una voz desde el cielo, allí delante de todos los presentes se encontraba un chico de cabellos naranjas, túnica morada y sonrisa extravagante.

—HoSeok...

El mago, mejor conocido como el blanco descendió y se colocó justo delante de la multitud. Alzó una de sus manos y está atrajo la atención de todos, una luz dorada salió de ella y comenzó a conjurar un hechizo para controlarlos. Suga seguía escondido en el pecho del rubio y Agust continuaba dejándole caricias en su espalda para calmarlo, YoonGi en cambio veía expectante las acciones de su amigo.

—Ahora irán a sus casas, olvidarán todo lo que pasó está noche y continuarán con sus vidas como de costumbre.— ordenó HoSeok chasqueando sus dedos y logrando así que los pueblerinos se fueran sin decir absolutamente nada.

—Gracias.— dijo YoonGi en cuanto se acercó a su persona, le abrazó como si fuese un familiar y el mago le correspondió.

—No es nada, debieron avisarme antes y no habría sucedido nada de esto— señaló un tanto molesto.

—Culpa mía no sé usar el caldero mágico que nos dejaste.— confesó Agust, dándole una sonrisa torcida.

Los cuatro rieron por su honestidad, todo estaba controlado o por lo menos eso creían ellos pues JiMin se encontraba recién siendo acorralado por los cazadores del Vaticano.

—¿Lo sintieron?— cuestionó Suga dirigiendo su pálida palma hacia su pecho, había sentido un dolor justo en su corazón, tal como la vez que JiMin fue secuestrado por SungRyung.

—¿Qué cosa?— dudo HoSeok sin comprender por qué de estar felices riendo se

habían callado los tres al mismo tiempo.

YoonGi asintió —Lo sentí.

—También yo, hay que ir por nuestro JiMin.— agregó Agust preocupado.

Los tres hermanos desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos, sin dar explicaciones. No querían imaginarse nada, pero estaban seguros que su pareja los necesitaba y se encontraba en peligro.

HoSeok se vio en la necesidad de seguirlos, aunque a su velocidad y apenas entró al castillo sintió un fuerte azote contra su cabeza. Miles de imágenes se reprodujeron ante sus ojos, estaba teniendo una visión y solo podía ver la muerte y la desesperación.

—¿Cuántas veces les arrebataras lo que más aman?— renegó el mago mirando al cielo con tristeza, no quería que sus amigos continuarán sufriendo, pero Dios no parecía tener ni una pizca de piedad para ellos, aunque se profesaba lo contrario.

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