Ⅳ
Silencio.
La afasia reinaba en la habitación, mientras la gresca era monarca de mis pensamientos.
—¿Taeyeon?— oí pronunciar, más no di pie a que siguiera con su guión.
—¿Qué mierda está pasando?— conminé.
—Estamos en guerra, Taeyeon, y tú eres nuestra mejor arma.— es posible argüir cuáles son sus intenciones, y son todo menos afables.
—¿Qué carajo les pasa? ¿Acaso creen que estoy a su merced?— vociferé, fuera de mi confín.
Una sonora carcajada llenó el vacío de aquel pozo en el que me habían encerrado y mi mirada culminó con el responsable de dicha hilaridad.
—¿Crees que te dejaremos ir porque no quieres ayudarnos?— otra risotada— Cariño, no tienes otra opción más que aquella.— esclareció el pelinegro.
—Escucha, Taeyeon, queremos ir por el buen camino contigo, sólo debes ayudarnos un poco.— me pidió un chico muy alto, de pelo negro y pronunciados hombros.
Lo pensé por un momento, ¿qué tengo que perder? Ya no tengo nada. Sólo a mí misma.
—¿Qué quieren que haga?— interpelé.
—Magnífico...— susurró el de la sonrisa de... ¿conejo?
En fin...
—Primero te mostraremos algunas fotos y tú nos señalarás a quien conozcas.— explico aquel chico de pelo oscuro y mechas sutilmente rubias.
—Como sea...— solté en un suspiro, ya cansada de todo esto; pero lista para lo que sea.
Otro de los chicos que estaban ahí salió de la habitación, para regresar a los pocos minutos con una caja entre sus manos de largas pinzas y extremos. La abrieron y comenzaron un debate entre cuáles deberían enseñarme y cuáles no.
Me mostraron varios retratos y, al principio, no reconocí a nadie. Ninguno de esos rostros era semejante a alguno que yo ya hubiera tenido la dicha de divisar; hasta que por fin reconocí uno entre tantos.
—¡Él!— exclamé, dejando a todos desconcertados. El chico de la tierna sonrisa, rió.— Él es quien mató a Suni.— elucidé y pocos bajaron el mentón. Yo lo alcé.
—Ese hijo de puta...— susurró para sus adentros el pálido.
—Perfecto, lindura. Gracias.— dijo entre coqueto y amenazante el azabache.
—La lindura tiene nombre.— lo pensé y...— Un minuto, ustedes saben mi nombre y mi historia, pero yo no sé nada de ustedes.— dije con un semblante serio pero un tono alarmante.
—Un placer, lindura— otra vez con eso—, puedes decirme JK.— así que el sonrisa de conejo tiene apodo; bueno, es un comienzo— Por cuestiones de seguridad, todos tenemos alias; el mío es ese.— esclareció la información ante mis oculares.
—Okey,— dije más para mí que para nadie— ¿y ahora qué?— ¿cuáles serían los siguientes pasos?
—Déjame ver esas heridas.— sugirió el de anchos hombros. No me negué y, en ese instante, todos menos él abandonaron la sala.
—Tengo laceraciones superficiales en cara y espalda, unos cortes profundos en los brazos y el pecho, una infección en uno de los cortes de mi estómago y creo que me fracturé el tobillo.— dije rápidamente mientras me dejaba analizar.
—¿Eres médica?— inquirió sorprendido.
—No, a eso quería dedicarme. ¿Tú sí eres médico?— la verdad, sí quería conocerlos. Si íbamos a trabajar juntos, debía saber al menos a qué se dedican. O sus nombres, como mínimo.
—Hice el primer año de residencia y lo dejé.— dijo mientras analizaba la gravedad de mi infección.
—¿Por qué?— se quedó callado durante un tiempo y luego carraspeó, dando a entender que no quería hablar de eso.— Lo lamento.—
—Tienes una seria infección aquí y el tobillo dislocado, te daré antibióticos.— y se fue en su camino hacia los antibióticos.
—Gracias al cielo, ¡trae morfina!— le pedí mientras le veía abandonar la habitación.
Y otra vez, en mi silencio, la encontré a Suni. No puedo evitar pensar que quizá habría algo más que le hubiese podido haber dicho, algo que pudiese haber hecho; ojalá me hubiesen tomado a mí en lugar de ella.
—Volví.— apareció aquella cabellera y esos hombros a través del umbral.— Te daré estos por ahora, para ver cómo avanza. También traje lo necesario para curar apropiadamente el resto de tus heridas, sobre todo las profundas; pero primero, déjame colocarte el tobillo.— antes de que siguiera, lo interrumpí.
—Yo lo hago, tranquilo.— con dolor y un alarido de por medio, logré colocar mi tobillo y al parecer eso también fue motivo de sorpresa para el chico; quien prosiguió su trabajo. Y yo me dejé hacer y deshacer a su gusto.
—¿Cómo aprendiste a hacer eso?— preguntó intentando no parecer muy asombrado.
—Una chica que trabaja y estudia al mismo tiempo que su hermana más pequeña, no tiene tiempo ni dinero para pagarse una consulta clínica. Además, los niños pequeños son hiperactivos.— una sonrisa incrédula se formó en mis labios. Él sólo asintió y continuó.
Me cosió aquí y allí, vendó y desinfectó por allá. Me suministró los antibióticos más algunos calmantes con una jeringa, y se preparó para irse.
Le detuve antes de que lograra posar su mano en el picaporte.
—¿Cuál es tu nombre?— le pregunté curiosa.
—Puedes decirme Jin. Hasta luego.— no todo podía ser tan malo.
Y antes de caer en un sueño profundo, su cara se mostró ante mis párpados ya cerrados. Una única y solitaria lágrima amenazó con brotar, la retuve.
Juro que la vengaré.
Mis córneas se vieron afectadas por la luz que traspasaba el frágil, fino y mugriento cristal roto que aún restaba de lo que, en algún momento, fueron ventanales.
Dejé a mis párpados recular y a mis pupilas divisar el entorno que ya conocía. Mi espalda recta y mis rodillas semi-flexionadas, con los pies ya en el suelo.
Intenté pararme, pero a penas podía moverme con normalidad; todo dolía. Fue finalmente veraz aquello que alguna vez mis oídos se permitieron oír de aquella singular secuela que trae la hormona de adrenalina.
Me dispuse a otear lo que ocurría detrás del cristal de aquel ventanal que ya nada tenía de sí; ví cómo caían las hojas, cómo se mecían sobre sus raíces las flores, cómo los pájaros iban hacia el norte.
Por primera vez en esos días sentí que podía respirar, que mis pulmones no estaban comprimidos; me sentí libre. Al final, la sensación se fue cuando noté mis muñecas aún esposadas y que seguía en una estancia desconocida. Con extraños.
Pero, aún así, pude concentrarme en el silbido de las aves, el ruido del viento moviendo todo a su paso, suavemente; pude tener aunque sea un minuto de sosiego.
Mis rodillas se sienten débiles y mi mente desvaría entre lagunas mentales, la piel desigual en partes de mi magullada complexión lánguida. Y mi alma se siente vacía; por más que pueda respirar sin sentir presión en el pecho, mi alma se siente rota. En ella siento toda la coacción.
Mi mirada dejó de admirar la naturaleza y empecé a ver el cristal roto de aquella ventana; tuve una idea y tomé uno de ellos. Uno afilado y de gran proporción, pero lo suficientemente pequeño como para poder esconder y que pasara desapercibido.
Empecé a tejer hilos en mi cabeza y armé un plan. La próxima vez que alguien entré, saldré yo en su lugar.
Ahora, la parte más importante, era esconder ese trozo de cristal y lograr llamar la atención de alguien allí dentro. No sería difícil, pero tampoco sería sencillo; aún así, el vidrio estaba ya escondido debajo del intento de almohada yaciente en el intento de cama.
Etapa dos: lograr que alguien entre.
Para conseguir la propuesta y llevar a cabo mi plan de escape, me dispuse a gritar por ayuda. No me conocen ni me quieren, pero me necesitan para llevar a cabo su plan; supongo que lo mío es parte de un sentimiento recíproco.
—¡Ayuda, por favor! ¡Que alguien venga!— decía desde el colchón, de espaldas a la puerta. Ahora que lo pienso, debería hacer algo para lograr que se acerquen a mí para que no descifren mis intenciones y que sea más fácil para mí.
Debo buscar algo que pueda llamarles la atención. Si llegara a entrar el chico de sonrisa de conejo, no se acercaría a mí y eso dificultaría mis ideas; tengo que estar preparada.
Dejé de gritar y esperé unos minutos para asegurarme de que nadie estaba llegando. Luego de confirmarlo, tomé el filoso cristal y me provoqué una herida inofensiva, pero que sangrara; me rajé un costado de mi estómago, aunque no muy profundo; no era mi idea morir desangrada. El problema serían las esposas. Ya se me ocurrirá algo.
Tapé el cristal y lo tomé con una mano, mientras con la otra hacía presión en la herida que me provoqué. De mi boca volvían a salir alaridos y pedidos de auxilio, por mi garganta pasaban las vibraciones.
—¡Por favor! ¡Duele mucho, ayuda!— grité hasta que mis cuerdas vocales pidieron a gritos que me detuviera.
Seguía viendo mi abdomen y cada vez sangraba más. Espero no haber escogido el momento equivocado para hacer esto, espero que alguien entre pronto o moriré desangrada. Por favor que alguien entre.
Di dos alaridos más al viento, dos suspiros más a la vida y me rendí. Nadie parecía escucharme y cada vez tenía menos sangre en mis venas y más derramándose a través de las sábanas. Supongo que hasta aquí llego.
Cerré mis ojos por un momento, pero de pronto logré escuchar pasos fuera. Una mano tomó el pestillo y lo quitó para adentrarse a la habitación. Oí dos pasos ya dentro.
—¿Qué pasa, Tae?— a juzgar por su voz, creo que es Jin. No pude haber tenido más suerte.— Tae, ¿estás bien?— me quedé estática, quería que se acercara y pensara que estaba muerta. Mantuve mi vista fija en un punto y dejé que la ira me tomara.
Al ver la sangre, Jin dió un par de pasos más, desconfiado. Apreté mi agarre en el cristal y, cuando llegó a mi lado, quitó las esposas de mis inertes manos. Asustado y demasiado cerca, lo suficientemente cerca para que pudiera virar mis ojos en su dirección, asustándole; clavé el vidrio en su pierna. Él cayó y yo me levanté.
—Taeyeon, ¿qué mierda haces?— dijo Jin adolorido en el piso y, antes de permitirle levantarse o hacer algo, amenacé con el cristal y me acerqué para que se convenciera de que iba en serio.
Tomé el costado de mi estómago y me fui, cerrando la puerta. La ropa que tenía era ancha, así que la arrugué para que sirviera de tapón a la hemorragia.
Al salir, ví un pasillo que iba en sólo dos direcciones; a mi izquierda había tres habitaciones más, dos con puerta cerrada y otra sin puerta, más una puerta cerrada al fondo. A mi derecha el pasillo era más corto y había una escalera que decidí tomar.
Con dolor pero sin pausa logré llegar a lo que parecía ser otro piso. Éste estaba totalmente vacío salvo por dos mesas de metal con instrumentos quirúrgicos y una de concreto que contenía un mapa abierto en ella. Decidí atravesar esa habitación y llegar hasta una pizarra colgada en una columna.
Tenía muchas cosas escritas una encima de la otra, lo único que pude distinguir fueron dos nombres; Lee Taeyeon e Ízaro. Es la segunda vez que registro ese nombre y aún no sé a quién a pertenece.
Tomé aire y continué por una puerta oculta en una esquina; al abrirla, más escaleras aguardaban. Suspiré y me aferré al pasamanos de la escalera, y subí y subí. Corriendo lo más rápido posible.
Pisé todos los escalones hasta que, ya sin aliento, me detuve frente a otra puerta. La abrí sin pensarlo y la brisa inundó mis pulmones; pude ver cómo el sol se escondía a lo lejos para dejar paso a su amor prohibido, la luna, y como los árboles bailaban a la luz de la noche.
Respiré como nunca lo había hecho y cerré mis ojos, dejándome llevar un instante por aquel momento. No todo dura para siempre.
—¡Vayan por allá y encuéntrenla!— se oyó que alguien ordenaba desde abajo y pude distinguir los apurados y fuertes pasos en los escalones de la escalera que los guiaría dónde yo estaba.
Prontamente me apresuré a cerrar la puerta y buscar algo para trabarla, pero aquella terraza estaba desierta. Aunque no del todo; había varios barriles en un costado. Así que los apilé lo mejor que pude para, por lo menos, ganar un poco de tiempo.
Con todas mis fuerzas y esperanzas corrí y busqué una salida, escondite o lo que fuera que quien esté allá arriba, si hubiera alguien, quisiera proveerme. Por primera vez en mi vida, consideré rezarle a alguien o algo.
A unos metros por detrás de la salida la azotea continuaba y, gracias a lo que sea, habían varias bolsas vacías contra el vértice entre dos paredes. Veloz y ágilmente las tomé para cubrirme con ellas y, cuando acabé, logré percibir y discernir cómo la puerta era azotada múltiples veces, una más fuerte que la anterior hasta que abrió.
Pude advertir por consiguiente varias maldiciones al aire y en voz baja, más el terrorífico sonido de un arma siendo cargada. Pasos que parecían al azar pero que eran todo lo contrario se pasearon por todo el lugar sin cesar, buscando en quién o qué podía descargar aquella munición.
Cuando sentí que estaba al lado mío, contuve la respiración y me hice lugar para asomar el ojo; estaba de espaldas a mí. Quizá esté loca por hacer lo que estoy a punto, pero no me quedan opciones.
Salí de mi escondrijo y salté a su espalda, le rajé rápidamente la garganta con el cristal que aún mantenía fiel a mi palma. Logró tomarme de las muñecas, haciendo que soltara un quejido pues seguían cortadas por el metal de las esposas, y seguidamente me tiró hacia adelante.
Caí en el frío y duro suelo de cemento que tenía la terraza, pero no tardé en levantarme y arrebatar el arma a ese tipo que, cabe recalcar, no sabía quién era ni me interesaba. No pude verle el rostro, pero me alejé del prominente charco de sangre que salía de su cuello.
Una vez con el arma en mano, sin saber utilizarla, comencé a acercarme al borde de aquel terrado que yacía frente a la puerta. Puse mis pies de punta para lograr una mejor vista hacia el fondo de la caída, no había nada; un acantilado es lo que parecía.
Quise voltearme para buscar algo que fuera útil o quizá tener una idea de lo que hacer, pero al hacerlo me di cuenta de que había sido acorralada. Había dos chicos allí, apuntándome con sus pistolas. Uno era el castaño y el otro el pálido.
—Tae, suelta el arma y ven con nosotros.— dijo en tono de ofrenda el castaño, más yo lo determiné como orden.
—No iré con ustedes. No iré con nadie.— yo fui quien apuntaba ahora, en su dirección.— Sólo déjenme irme.— pedí más como orden yo igual.
—No podemos hacer eso, Tae.— explicó el castaño afianzando su agarre a la pistola. El pálido le miró y seguido a mí, posicionando su dedo índice cerca del gatillo.
—Ni lo piensen, no pueden matarme; me necesitan.— les aclaré y pareció que tenía razón, pues el blanquecino chico alejó aquel dedo.
—¿Sabes? Eso no es del todo cierto, lindura.— otra vez este tipo.— Déjanos ayudarte y ayúdanos tú a cambio. No llegarás lejos con esa herida.— tenía razón, no me quedaba mucho más tiempo así.
—Eso no importa. En cuanto me vaya iré a un hospital donde puedan curarme y no diré nada de esto.— apreté más fuerte la herida, soltando un quejido audible.
—Lindura, baja el arma. No llegarás a ningún lado así.— no, eso no es cierto. Yo lo lograría, debía hacerlo.
—No..., yo... yo lo lograré.— dije más bajo.
—Tae, por favor no nos obligues.— dijo el castaño.
—¡¿Obligarlos a qué?! ¿Uh?— dije acercándome y apuntándoles firmemente.
—Ay, lindura... es una pena que deba hacer esto.— seguido, le quitó el arma al castaño, que pronunció una rotunda negación e intentó no permitir acto pasado, sin victoria alguna, para luego apuntar en mi dirección y jalar el gatillo.
¡Eso es todo por hoy!
Voten y compartan, se los agradecería.
Lxs amo ღ
S I L K Y;
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top