Lobreguez. Desconsuelo.

 Esos fueron los sentimientos que recorrieron a mi cuerpo entero, luego de aquella herida tan grande. Aquella pérdida. 

Anhelo y le pido a quién sea no volver a abrir los ojos y tener que presenciar un mundo sin ella, y las ganas de quebrar en llanto se hacen enteramente presentes y reales cuando mis párpados sienten cierta incomodidad. 

Desperté y, queriendo no haberlo hecho, con resquemores. Me encontré en otra sala, totalmente distinta a la última; tenía una sola ventana que me daba la vista hacia un muro de tesela, una puerta metálica y, aparentemente, sólo una cama. 

Las paredes de cemento, sin esmero alguno en que quedara más que decente, el tono gris lograba tornar el ambiente muchísimo más lúgubre y la cama; era ínfimo el cuidado que le habían dado, cerciorándose de que allí no se podían pasar más de dos horas. 

Hice el amague de levantarme, posterior a deshumedecer mis pómulos, pero alguien se había encargado de entorpecer mis actos incluso antes de siquiera haber pensado en actuar; estaba encadenada a la piltra. 

Suspiré, sin siquiera atisbo de sorpresa, sólo me quedaba esperar que alguien entrara a la habitación para acabar con mi amargura. Y no se hizo esperar mi fantasía. 

Un chico bastante alto, no muy mayor, castaño y enjuto, abrió la puerta fuertemente, logrando que esta chocara en un golpe seco con la pared. 

—Ya estás despierta, bien...— se sentó frente a mí, con un par de papeles en las manos— ¿Tu nombre es...?— indagó.

—Lee Taeyeon.— no me atañe que lo sepa— ¿Cómo llegué aquí?—

—Te encontramos a unas calles de aquí, golpeada e inconsciente.— explicó, pero no creí que eso fuera todo.

—Ya, y sólo por eso me ayudaron.— dije con ironía. 

—Tenías un papel en uno de los bolsillos.— me quedé esperando que siguiera y, cuando lo notó, rodó los ojos y continuó— Un mensaje.— todo cuadraba ahora; por eso mataron a Suni, porque yo soy el mensaje. Lo habían dicho. 

—¿Mensaje de quiénes?— pregunté sabiendo la respuesta,  una que igualmente tampoco recibí de su parte. Fuimos interrumpidos por otro hombre, un poco más pequeño que el castaño, con cabellera negra deslumbrante y un trabajado físico. 

—No le digas otra palabra.— le ordenó a su compañero— Podría ser una de ellos.— alegó, convencido de que eso era lo que estaba pasando. El castaño sólo le miró con desdén.— No olvides lo que ocurrió la última vez.— y pareció que algo en la cabeza del pelomarrón hizo click, dejándole tomar su lugar al otro. 

—¿Qué quieren?— pregunté, insegura de si querrían algo que les pudiese dar. 

—O nos cuentas todo lo que sabes sobre The Devils o juro que no volverás a ver la luz del sol.— no tenía ni puta idea de quiénes eran 'The Devils', pero lo último que dijo no me molestaba. 

—No sé quiénes son esos.— le repliqué, no esperando una buena respuesta. 

—¿Ah, no?— sonrió con malicia y retomó— ¿Quién te envió?— demandó saber.

—Jamás me dijo su nombre, ni dónde estaba o qué tenía que hacer para... nada.— no pude seguir y bajé la mirada, con los ojos cristalizados.

—¿Qué tenías que hacer para qué?— me presionó a contestar, mostrándome sutilmente una daga. 

—Para que no la matara.— dije firme, mientras el agua salada escurría por mis mejillas. Le miré a los ojos, sin titubeo alguno en base a lo que decía. 

—¿Nunca te dijo su nombre?— negué, cosa que aparentemente no le gustó— ¿Y por qué mierda te envió con nosotros?— dijo frustrado.

—No lo sé, no recuerdo que me haya dicho nada antes de despertar aquí.— confesé veraz. 

—Ajá, ¿y estás aquí porque sí?— no me creía una palabra, se acercó amenazante y posó el arma blanca en mi garganta.— Quiero que escupas todo por esa boquita, y quiero que lo hagas ahora.— exigió. Sólo le miré a los ojos, sin decir una palabra, y se re-acomodó en su lugar. 

Comencé a reír, sin saber siquiera el por qué.— Esas no son formas de tratar a tus... ¿invitados?— sonreí más cuando noté que eso le molestó.— Estoy aquí porque ustedes me trajeron, idiota.— escupí. 

—Sin juegos, Taeyeon, te estoy dando la chance de decirme todo y salir ilesa.— me sentí en un jolgorio y no pude evitar carcajearme, hasta que se levantó y, posando esta vez una pistola en mi cien, me dió un revés. 

—Vale.— dije mientras sobaba con mi diestra el lugar vapuleado— Hablaré.— y el castaño re-apareció. 

—Te escuchamos.— dijo el último en entrar en escena.

—No sé quiénes son, no sé por qué me tienen, no sé qué quieren y, para colmo, mi cuerpo entero escuece— tomé aire y retomé— Me tuvieron encerrada no sé dónde, torturándome, para después dejarme tirada por ahí.— les expliqué.

—¿Quiénes te torturaron y por qué?— estaba determinado a saber.

—No sé quiénes eran, pero no dejaban de preguntarme todo tipo de información sobre esa nueva pandilla de criminales que llegó hace poco.— el tipo sonrió y no supe por qué, sino hasta que habló. 

—¿Te refieres a los BulletproofBoys?— dijo aún con esa sonrisa, sagaz.

—Si, así los llamaron.— el castaño miró al pelinegro, desconcertado, mientras que éste me miraba. 

Con poemas como caras, decidieron irse sin decir una palabra; sin siquiera decirme dónde estaba. 

Pasaron alrededor de quince minutos hasta que volví a escuchar algo en ese lugar, pero esta vez los acontecimientos se daban fuera de mi aposento. Gritos, estaban gritando mientras discutían sobre algo que no logré discernir. 

¡Debes dejarme hablarle, quizá sea la única forma de saber si Izaro sigue viva!— decía alguien con la voz quebrantada y penetrante, nombrando a alguien que yo no conocía; Izaro...

¡Podría no ser quien tú crees, no podemos confiar en ella!— le contestaba a quien, sacando cálculos, no le caí bien. 

Abrieron la puerta, golpeándola en la acción y dejando en puesta de escena a otro hombre, de cabellera atezada y piel albina. 

—Taeyeon, ¿verdad?— me preguntó agitado y sólo asentí. Parecía que se había puesto en una complicada situación al entrar a verme— En donde estuviste, ¿viste a otra persona, una mujer?— inquirió. 

—No, lo siento.— dije amargamente, mirándole con pena.

—Te dije que no te diría nada.— le reprochó desde el umbral el mismo pelinegro de antes. Parecía ser el adalid de la o algo así. 

—Ya te dije todo lo que sé.— elucidé.

—No todo, hay algo que no nos has dicho. Y lo sabré.— me contestó seguro de lo que decía. 

El pálido se retiró cabizbajo y, cuando su compañero estaba por seguirle le acción, dijo algo que me dejó estupefacta. Él movió sus labios y, por cómo lo hizo, creo que dijo Suni

—¡¿Qué sabes de ella?!— le grité reiteradas veces, pero su respuesta fue mostrarme las malditas y brillantes perlas que parecen sus dientes.

Me levanté intentando llegar a la puerta, pero el dolor de mis muñecas al torcerse no me permitió hacer mucho.

Los nervios y la incertidumbre se apoderaron de mí, ellos saben de Suni, pero quieren que yo se los cuente. Quieren hacerme revivirlo, sacar a relucir si los hechos que cuento tienen veracidad. 

No puedo más con la idea de que sepan de Suni e intento llamar su atención de cualquier forma; golpeé metal contra metal, grité, imploré y me cansé de pedirle a alguien que abriera la puerta. La idea de que me tengan encerrada sabiendo todo y haciéndome contárselos me vuelve loca y susceptible.

No sabes lo mucho que te duele algo hasta que te das cuenta de que derramas lágrimas de sólo pensarlo. Esas lágrimas de dolor que no te enteras que se están deslizando hasta que mojan tu indumentaria. No pararé hasta que vuelva aquel desgraciado de la sonrisa de alimaña, seguiré golpeando y desgañitando. 

Dos días. Me tuvieron en aislamiento dos días, pasándome míseras migajas de pan para alimentarme y forzándome a beber gotas de agua limitadas. Ya no me sorprende lo que esta gente es capaz de hacer por intereses propios, pero yo también tenía el mío. 

La ahora sangrante piel de mis muñecas ardía en cada intentó que yo tuviera de quitarme las cadenas.

—¡Venid, engendros!— les gritaba sin descanso. 

Decidí sentarme en aquel colchón que parecía hecho con clavos en su interior, relajarme un poco y recargar energía. De pronto y sin previo aviso, el sonrisitas entró a la habitación bruscamente y me acorraló contra la pared, mostrando una mueca en su curvilínea. 

—¿Te ha gustado tu estadía en este hotel cinco estrellas?— moduló como si lo que estuviese diciendo tuviera alguna pizca de gracia. Le miré mal— No pongas esa cara, bonita. Ya que sabes como serán tus días aquí si no colaboras, te daré un momento para que pienses bien qué me dirás.— propuso sin atisbo de sarcasmo. 

—¿Qué sabes de Suni, hijo de puta?— escupí mis palabras y no tomé en cuenta ni por un momento lo que me había dicho. 

—Oh, Suni, tu hermana pequeña, ¿verdad?— volví a mirarle con coraje— ¿Dónde está, Taeyeon?— indagó.

—¿Cómo que dónde está? ¿Es acaso otra de tus bromas sin gracia?— en su cara noté que me estaba siendo sincero; él no sabía dónde estaba Suni, y yo debía explicárselo. 

—No sé dónde está y, por más que mis bromas sí tengan gracia, no estoy bromeando.— confirmó lo que yo ya había conjeturado.

—Ojalá supiera dónde está...— suspiré

—Taeyeon, ¿alguien tiene a tu hermana?— dijo con un atisbo de preocupación en su voz. 

—No, ya no.— mi voz pareció querer ser enterrada, me costaba soltar vocablo.

—¿Suni está con los tipos que dices que te torturaron?— siguió mascullando la herida. 

—No lo sé.— confesé.— Lo más probable es que hayan escondido el cuerpo en algún recóndito lugar donde jamás sería encontrada. Está muerta.— dije más para mí que para cualquiera.

—Taeyeon, seré directo; quiero saber exactamente todo lo que te pasó.— me pidió que le esclareciera. 

Traje duro y comencé a hablar

—Volvía del trabajo cuando me encontré el departamento hecho un fárrago, fui hasta donde Suni y alguien estaba sosteniéndola, me golpearon la cabeza y perdí la consciencia.— rocé la parte de mi cabeza que había sido herida antes de seguir— Cuando desperté, estaba atada a una silla, en una habitación desconocida. Sin Suni.— la angustia me consumía al igual que la desesperación por sustancias le consume a un adicto en abstinencia. 

—¿Qué querían de ti?— fue directo al grano. Desvié mi mirada hacia una esquina de la habitación, permitiéndome lagrimear. 

—Creyeron que...— respiré con dificultad— que yo era parte o sabía sobre BulletproofBoys. Me tuvieron allí encerrada, con un hombre que me torturó de todas las formas posibles.— continué sollozando.

—¿Y qué pasó?— parecía atraído por el relato.

—Un día dejaron de hacerme daño, me ofrecieron comida, un baño y curaron mis heridas. La única persona amable allí fue la señora Youra.— al pronunciar dicho nombre, la expresión del pelinegro se tornó sorpresiva. 

—¿Kang Youra?— no pude creer que también la conocía; le miré sorprendida a los ojos. Confirmé lo que había preguntado y me pidió que prosiga.

—Luego del baño, me devolvieron a la habitación inicial. Nunca ví más que esa habitación, no me lo permitieron.— los recuerdos se paseaban por mi mente, hiriéndome cada vez más— Me amordazaron y me forzaron a ver cómo ese desgraciado apuntaba a Suni y...— no pude seguir y tampoco me pidieron que lo haga. 

—Vale.— se levantó y abrió la puerta, dejando ingresar unos cuantos individuos más. No quise levantar la mirada— Taeyeon, mírame.— hice caso omiso. 

—Taeyeon, soy yo, el primero que vino a verte. Mírame.— su voz era profunda y acaramelada, me forzó a levantar la vista; había seis personas más que al principio. Entre ellos se encontraba el castaño, el pelinegro y el pálido.

—Escucha, el papel que traías era una amenaza y vino contigo para que sepamos que es serio y real, probablemente de The Devils.— hizo una pausa y yo no hablé— Necesitamos tu ayuda.— dijo el pelinegro. 

—Taeyeon— habló uno al que no conocía, de cabellera negra con algunas hebras rubias—, nosotros somos los BulletproofBoys. 































































¿Cómo están?

Chale, espero que bien...

S I L K Y;

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