☆ᩧ prólogo ୨ ♡
▬▬▬▬ los astros se alinearon para hacer sucumbir en desgracias y melodías eternas de pensamientos sin fundamento a una triste alma que vagaba solitaria en el eco de la vida.
El viento nunca fue su mayor aliado, recordaba las tardes de duros entrenamientos forzosos que le hacían querer sucumbir ante la carga de sus propias rodillas raspadas y malogradas; el viento siempre se encargaría de despeinar su cabellera de rubí, sus hebras se enredarían de esa manera en su pulido y sudado rostro imposibilitando su visión y el accionar de sus facciones faciales. Pero el céfiro siempre estaba ahí, era inevitable. Ineludible como lo era aquella brisa de aromas grotescos e intensos provenientes de las municiones de las armas, la pólvora de los cañones y la sangre seca de su propio cuerpo acechado. Porque el apellido Lichtbringer estaba intrínsecamente entrelazado con el mal accionar al que denominamos guerra; todo lo bélico, obligatorio y fétido estaba relacionado con aquellos vínculos sanguíneos.
Tal cual período actual de los acontecimientos donde un alma trémula e inocente de poco más de una década viviendo en este mundo, luchaba contra el atroz ventarrón que se alzaba sobre su viaje. Algunos pensamientos intrusivos surcaron su mente, su pasado sonriendo cínicamente siendo así un recordatorio constante del deber que cumplía. Miró a su alrededor, encontrando sus orbes de esa manera el pequeño rastro de compañía que adornaba esta aparentemente eterna travesía. El escarlata de sus pupilas se centró en unos cabellos rubios, de un amarillo tan claro que con algo de esfuerzo se podría camuflar con blanco; frunció el ceño, una sonata de palabras en forma de ideas acompañadas de lamentos y tertulias de desconfianza. Apresuró el paso, el viento venidero finalmente calmándose a medida que se hundían en la espesura natural que les brindaba aquel nítido bosque; el alivio que surcaba las facciones de los cuatro infantes podía ser de todo menos duradero. Adelantado a todos los demás, sudado, tratando de normalizar el flujo de su respiración a uno más constante, se digna a hablar hacia el objetivo que sus orbes habían fijado con anterioridad.
▬▬▬ Si que te gusta correr, ¿no, Braun? ▬▬▬a pesar de escucharse temblorosa su voz, se puede identificar con claridad aquel timbre seco, cortante y con un toque de sarcasmo▬▬▬ Al parecer es lo único que sabes hacer, según puedo apreciar.
El mencionado no puede hacer más que afincar su frente sudada en frío en la corteza de un gran árbol, como si eso fuese a redimir el peso que se cernía sobre sus pequeños y en ese entonces, frágiles hombros. Reiner Braun, honrado guerrero de Marley y portador del aclamado Titán Acorazado, aquel que era capaz de discernir ante cualquier dificultad, derribando barreras y resistiendo los infortunios gracias a la protección a la que llamamos coraza. Más ese honrado guerrero, seguía siendo un niño, infante asustado ante el porvenir; ante la idea de no saber qué hacer con su mísera existencia o tan siquiera lo que sus acciones o palabras podrían provocar en vidas ajenas. Preso del miedo, derrochando temblores y murmuros de un lado a otro, se gira sobre su propia posición solo para ver a la persona que menos comodidad le daba de apreciar: Lichtbringer mantenía su rostro estoico e inmutable, contemplando a un vulnerable Reiner que imploraba por la presencia de sus otros dos amigos.
▬▬▬ ¿Donde están Annie y Bertholdt? ▬▬▬como si fuese lo único que su cabeza pudiera procesar en ese instante, el de hebras rubias cenizas se digna a hablar, el pavor mostrándose y alzándose en su voz.
Eberhard solamente puede analizar la situación, una parte de él sucumbe ante los ojos de cordero degollado e indefenso que mantenía el contrario, más al recordar hechos anteriores, su fachada estoica y de vehemente rabia salía a la luz sin pudor: ▬▬▬ Si no hubieses estado tan concentrado en huir como un maldito puerco de corral, te habrías dado cuenta de que literalmente estaban tras de ti ▬▬▬espeta, había algo en la delicada voz del chico que hacía que los vellos corporales de Reiner se erizaran; decidió simplemente culpar a sus aparentemente vacíos ojos de ese intenso escarlata que le hacían recordar la escena ocurrida hace, tal vez menos de 20 minutos.
La vida en sí misma era un juego infantil del que no podían escapar; algo tan frágil y efímero que se podía escurrir con simpleza entre la palma de sus manos como agua. Porque la existencia propia del ser humano era una jugarreta cínica del destino, una ruleta rusa donde el ganador pisoteaba y murmuraba lamentos al perdedor. Tal cual los mismísimos pasos resonantes de aquellos cuatro chiquillos tratando de ser los ganadores del sorteo llamado fortuna, corriendo al punto en que la respiración se les atoraba en la garganta, sin escapatoria, sin descanso. La muerte de Marcel Galliard era sin duda alguna una simple pérdida para el ejército de Marley, un pequeña herramienta que podía ser utilizada a diestra y siniestra para compromiso propio, el gigante de la mandíbula sin embargo, era muchísimo más Preciado que la propia vida del niño de miles de sueños sin posibilidad de cumplirse. Más para aquellas ánimas todavía rebosantes de la pura inocencia que significa la niñez en su apogeo, la pérdida de su compañero era muchísimo más que un golpe, que una perdida del gobierno o al ejército; significaba la privación de muchísimos ideales ocultos en sus corazones, así como el despertar de los latentes pensamientos en contra de nada y nadie, sardescas conciencias debatiéndose por un bando al cual defender, sin encontrar un rumbo en específico. Eberhard Lichtbringer nunca sintió demasiada empatía por el muchacho de cabellos avellana, más sí que le dolía el hecho de ser tan malditamente infructuoso; ni siquiera pudiendo evitar aquel flujo cruel de los acontecimientos. Quemaba, su pecho ardía ante el peso de las contradicciones que el destino había puesto en su camino; ambos presentes en la escena se sentían exactamente así: perdidos, aunque un corazón más rabioso que el otro.
▬▬▬ Las carreras se te dan bien ▬▬▬llegando con aparente calma a la escena de nublosa tensión, Annie Leonhart, junto a Bertholdt Hoover se abren paso entre ambos chicos que estaban inminentemente cerca, casi como si hubiesen estado a punto de abalanzarse sobre el otro.
La rabia parecía marchitarse de sus ojos, solo para ser reemplazada por el florecimiento del remordimiento; tanto el pelirrojo como los otros tres chiquillos que lo acompañaban comenzaban a decaer de su estado adrenalínico, el pesar de su huida inminente cayendo sobre sus pies. A medida que el ambiente parecía volverse más silencioso, la tensión gorgoteaba como la humedad en madera de antaño; algunos decidieron afrontar sus sentimientos contradictorios mirando a la nada, el suelo, o incluso cerrando los ojos y dejando que la devastadora sensación de culpa arrullase sus conciencias. Ira iracunda era la que abordaba el neutro estado de humor de Lichtbringer; su tierno corazón maldito por la gracia de sus propios genes sentía un ajiaco, la perfecta combinación entre la indecisión y la molestia. Infinitamente maldecía el mundo a su alrededor, la desconfianza y el fulgor creciendo como llama abrasadora dentro de su ser. ¿Creer? ¿Qué significaba la fé en un mundo donde la muerte de un amigo se podía rozar con la yema de los dedos como si fuese un chiste del humor más negro existente? ¿Ha de creerle a su patria, tierra invicta y soberana que lo crió, que lo vio crecer, más que sin embargo, lo convirtió en un arma de guerra sin tener en cuenta su convicción? ¿O acaso a las raíces de inmenso amor denominada familia, la que siempre se había encargado de escuchar su voz llena de sueños y sus orbes dirigidos a la vía láctea, y que sin más, decidieron subastarlo al Ejército, como hipócritas presos del prejuicio social y político de la época? Eberhard solo podía cuestionarse si sus creencias hasta la fecha eran las correctas, rodeado de personas que ni siquiera podía considerar amigos, o aliados tan siquiera; en la profundidad de un bosque donde presenciaron el cruel acto de su amigo siendo devorado frente a sus ojos, hundidos en la espesura a la que llamamos contradicción. Solo rezaba con acabar de una vez por todas esta misión, el deber con su Tierra y Lazos Sanguíneos decidieron superponerse a su propio malestar.
Con un pequeño gruñido casi imperceptible, áspero y totalmente frustrado, comienza a adentrarse en la amargura frondosa, sus belfos susurraron distantes palabras a sus aclamados compañeros: ▬▬▬ Somos guerreros, ¿no es así? Ahora olvídense de Marcel y encárguese de mantener sus malditos culos a salvo. No soportaré un castigo de Magath por culpa de su ineficiencia.
Los demonios de la Isla eran su objetivo, y la avaricia deseosa que inundó sus ojos solo podía significar una cosa; estaba cerca de su objetivo, el eldiano que fuese capturado entre las intrépidas garras de Lichtbringer, no ha de encontrar su camino a casa nuevamente. La piedad no estaba incorporada en su sistema, y si el daño ajeno significaba la salvación de su gente, aceptaría cualquier condena que ataran a su cuello. Incluso si eso conllevase a la pérdida de su propia vitalidad y el pronto marchitamiento de su juventud.
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