IV
Nunca odió el invierno en realidad, pero el simple hecho de pensar que sus pulmones podrían no soportar el frío y enfermarse, siempre le causaba inquietud. ¿No había otros que habían enfermado y acabado tan mal como para quedar inertes? Siempre le causaba miedo la idea. Se arrinconaba y enrollaba sobre sí mientras frotaba sus manos, esperando generar un poco de calor.
Habían pasado un par de semanas. Un dolor de estómago confuso, sentía como si sus entrañas se estuviesen revolviendo. Desconocía si se trataba de hambre o ganas de vomitar, aunque hubiera preferido lo segundo con tal de no tener que responder ninguna otra pregunta más.
--¿Y a ti qué te pasa?
¿Era el tono de burla de su hermana o genuinamente estaba preocupada? Nunca aprendió a diferenciar, así que tuvo que alzar la vista para toparse con ese rostro apenas expresivo que mucho menos resolvió su duda, así que ni siquiera le respondió, no sabía qué responderle. Ella frunció el ceño.
--Ven.
No supo si cuando se levantó fue con sus propias fuerzas o fue porque ella lo levantó de un tirón tras sujetarlo del brazo. Así lo llevó de la mano hasta donde estaba Tsuguo, quien hablaba con los otros muchachos mayores con los que convivían.
Kairi señaló al niño menor.
--Míralo, tiene una cara de muerto terrible.
A diferencia del pequeño, a su hermana le importó poco o nada la forma en la que los demás muchachos los miraron con esa molestia de haber interrumpido algo importante. El niño, en cambio, bajó la mirada al suelo mientras tiraba inútilmente del brazo de su hermana, quien tan solo le echó una mala mirada por encima del hombro.
--Kairi, dame cinco minutos. – pidió Tsuguo.
--Claro.
Ella se apartó un poco de donde los muchachos estaban reunidos y fue entonces que le dirigió palabra al pequeño.
--¡No te pongas así!
--P-Pero... ¿Viste sus caras?
--Sí, pero no es como si tuvieran otras que mostrar.
Por el tono desdeñoso que había utilizado, fue difícil saber si estaba hablando en serio o era un intento de aligerar el ambiente. De todas formas, él no estaba de ánimos para reírse si era una broma, aunque puede que no lo haya sido, pues su hermana se había quedado en silencio y no dijo nada más ni insistió en continuar hablando hasta que el mayor se acercó a ellos, aunque acompañado de Keiji, quien se limitó a saludarlos con un gesto de cabeza.
--Vengan. – dijo sin más el mayor.
Lo siguieron. Para el más pequeño, era nuevo que se alejaran tanto del vagón hasta seguir un sendero que atravesaba los inmensos campos a cada lado. ¿Dónde terminaba todo eso? ¿Dónde terminaba el verdor?
No precisamente allí, pero las plantaciones descendían un poco conforme se fueron acercando cada vez más a lo que parecía una pequeña granja. Había también un vehículo que transportaba alguna carga en las numerosas cajas. El mayor fue quien se apresuró a correr antes de que el vehículo encendiera su motor, dirigiéndose ante alguien desde la ventana.
El conductor descendió del vehículo. El hombre tenía el ceño fruncido y el rostro ligeramente tenso mientras Tsuguo dialogaba con él sobre algo que los otros tres no alcanzaban a escuchar. Sin embargo, era notable que el hombre no estaba del mejor humor posible, no hacía falta acercarse como lo hicieron para darse cuenta.
--Solo será una caja. Se lo pido por favor. Nos falta mucho por recorrer a partir de aquí.
Tsuguo hablaba con unas ligeras pausas entre cada oración, tal vez hasta entre cada palabra, con una calma inquietante.
--Tengo que llevar la carga hasta la ciudad.
--Nosotros necesitamos de su ayuda.
El hombre entonces se dio cuenta de los otros tres les miró con molestia, aunque Tsuguo volvió a hablar para que el hombre girara.
--Insisto en que podemos hacer algo por usted a cambio de una caja. ¿Algo en lo que podamos ayudarle?
El niño igualmente ya había apartado la mirada. No había otra cosa que detestara más que esa clase de miradas, esa clase de miradas llenas de odio... Le recordaban demasiado a la mirada de su padre. Pero, al parecer, era el único entre ellos que lo veía de esa manera, o que al menos lo externaba. Notó que Keiji contenía unas risitas mientras mantenía la mirada fija en el hombre. También vio la maliciosa sonrisa de su hermana y también vio la piedra que ella ocultaba entre sus puños cerrados, lo suficientemente grande para tener que cubrirla a dos manos, mientras miraba fijamente hacia el hombre...
Esta vez fue Tsuguo quien entornó la mirada hacia ellos. Nada más ver los amenazantes ojos del mayor dirigidos a ella, Kairi hizo una mueca de disgusto.
El hombre los miraba con confusión y nerviosismo, como si fueran algo a lo que él le temía y despreciaba al mismo tiempo. Le dijo algo más al mayor que ellos no alcanzaron a escuchar antes de volver al vehículo para encenderlo, perdiéndose de vista a través del sendero luego de un rato.
--¡Pudiste matarlo! – dijo por fin Tsuguo hacia su hermana.
--No me culpes por intentarlo. – declaró ella con indiferencia tras arrojar la piedra al lado del camino.
--Bueno, no hay caja supongo...- tras un suspiro, Keiji volvió a su sonrisa de siempre. --Sin embargo, dudo que no tenga algo dentro de la casa o el granero. Tenías hambre, ¿no, Tokei?
--No lo sé...
--¿Cómo que no sabes?
--No... Creo que ya no tengo hambre.
--Hm, para eso mejor nos hubiéramos quedado.- dijo Kairi sonriendo.
Keiji se echó a reír, pero ella luego le dio un codazo antes de dirigirse a su hermano mayor.
--Sin embargo, Tsuguo, ¿no es conveniente que tomemos alguna de las cosas que tiene el hombre aquí? Dudo que no se quiera compadecer de unos niños que no tienen a donde ir.
Él le miró con molestia, tal vez por el tono y porque ella seguía sonriendo de forma burlona. Sin embargo, se limitó a contestar la pregunta de todas formas:
--No. Hice un trato con él. Volverá en tres días.
Tanto Kairi como Keiji le miraron inquisitivos al respecto. Tokei sabía que buscarían hacerle tantas preguntas como pudiesen, pero Tsuguo simplemente guardó silencio todo el camino. Su paciencia era increíble, pues esos dos parecían no querer callarse en cuanto a las preguntas. Se limitó a repetir lo que había dicho.
--Volverá en tres días y nosotros volveremos en tres días también. No es discutible, ¿entendieron?
Parecieron entender mucho más de lo que Tsuguo hubiese querido, pensó el niño, pues los dos se habían echado a reír llenos de júbilo. El mayor se mantuvo más bien indiferente su reacción y, en cambio, tiró de la mano del menor, que se había quedado viendo a sus otros dos hermanos con confusión.
--Vamos, Tokei, date prisa.
--Sí, vamos, Tokei, casi es de noche y debes dormir temprano. No queremos que esas ojeras tuyas se hagan bolsas.
Si se sinceraba, a veces hasta llegaba a darle miedo el cambio tan brusco que podía presentar su hermana, de esa sonrisa burlona a una seriedad aterradora y viceversa. Se lo confesó alguna vez.
--No es como si tu fueras tan normal tampoco.- le dijo también aquella vez, con tanta indiferencia y una sonrisa a medias.
Él se quedó en silencio, estático, y ella no hizo más que estallar en carcajadas.
--Está loca y ya. – Keiji negó con la cabeza y el menor tan solo le miró con extrañeza.
--Ustedes dos se me hacen iguales. – sentenció.
Su hermano se limitó a sonreír.
--¿Qué puedo decirte, Tokei?
En realidad, no veía muy diferentes a sus tres hermanos.
Recordaba ese día, la idea de escapar... La idea fue de Tsuguo, o así lo creyó en un principio, antes de saber que tanto Kairi como Keiji se lo habían planteado igual. Recordaba los golpes hacia ellos, hacia él, cómo por acercarse a intentar hacer algo había recibido golpes a cambio... Le encantaría decir que él también había pensado en escapar, pero la verdad es que, de no ser por sus hermanos, seguramente se habría resignado a quedarse en casa. Se sentía demasiado ajeno a sus hermanos, como si en ellos y sus ideas habitara una especie de sentido común colectivo que resultaba imposible de entender para él.
--Divagas mucho a veces. – le dijo Tsuguo.
No entendía cómo Tsuguo dejaba ir las cosas tan rápido. Simplemente sucedían y, a pesar de experimentar algún sentimiento al respecto, al otro momento ya estaba como si nada hubiese sucedido. En su rostro no había calma, sino más bien una expresión vacía, muy extraña. Diría cansancio, pero ni eso podría definirlo. Al niño le resultaba inquietante la forma en la que su hermano mayor se comportaba.
Luego, estaban Kairi y Keiji. Keiji había nacido un año después que Kairi y, aun así, todos los que los habían conocido se refirieron a ellos como gemelos al menos una vez, pensando que lo eran. Pero, como el niño lo había pensado, no eran muy diferentes entre sí tampoco.
Para empezar, esos cambios tan extraños que tenían. En el caso de Kairi, ella casi siempre estaba de mal humor, o al menos eso parecía, por lo que le resultaba extraño que de un momento a otro fuera capaz de echarse a reír a carcajadas por cualquier cosa que sucediera. Como siempre sucedía, le era difícil saber cuando Kairi hablaba en serio o no. En verdad era aleatoria.
Keiji no era precisamente alguien malhumorado. Es más, raro era verlo malhumorado. Siempre andaba con una sonrisa, aunque la sonrisa no reflejaba tranquilidad tampoco. Era una especie de sonrisa que tampoco era capaz de describir, como si simplemente estuviera eternamente impresa en el rostro de su hermano. Sin embargo, esa sonrisa podía tener un tinte más bien sarcástico y hasta cínico cada vez que se echaba a reír de la misma manera en la que lo hacía su hermana.
Ambos se reían por cosas que, al parecer del pequeño Tokei, que solo ellos entendían, pues él nunca fue capaz de ver lo que les causaba tanta gracia a ambos y prefería creer que tan solo estaban delirando. Al menos así era capaz de quedarse tranquilo un rato, sin pensar mucho en ello. Por ejemplo, como aquel día en casa, otro día en el que su padre estaba de mal humor y había reaccionado en contra de Keiji, quien tuvo la mala fortuna de ir a la cocina en ese momento. Desde arriba, solo escucharon unos cuantos gritos. Al final, Keiji regresó a la habitación que los cuatro niños compartían tambaleándose un poco y con la cara enrojecida y húmeda.
Después de un rato, Keiji había comenzado a reírse. Primero, Tokei creyó que estaba llorando ahí, en un rincón de la habitación, pero entonces se dio cuenta que eran risas una vez se había acercado. Risitas para sus adentros que a ratos salían. Y su hermano pequeño no entendía lo que sucedía con él.
--¡¿Pero de qué te ríes?! – le cuestionó el niño en voz baja.
--¿Es que no entiendes nada?
--¡No!
Ahora su hermano contuvo una carcajada. Su hermana se había acercado en silencio.
--Me pregunto qué lo habrá hecho molestarse de tal manera, ¿viste cómo llegó? Abrió la puerta y de inmediato se puso de un humor de perros, realmente parecía que enloqueció. – murmuró ella, con una amplia sonrisa.
--¿Mal día en el trabajo?
--Deja eso, mala paga no es suficiente para que uno entre echando espuma por la boca.
--¡Y que lo digas! Me gritó "¡Otro bastardo más!" y no sé cuántas otras cosas. Imagina que yo también lo sea.
--Por algo no lo querrán.
Así continuaron durante un buen rato. Murmuraban más cosas al respecto de lo que había sucedido con su padre y se reían de ello, todo en voz baja. Y el pequeño escuchaba todo, siempre sin entender nada de lo que decían. Ellos no eran demasiado mayores que él, apenas tendrían nueve y diez años, ¿eran capaces de pensar así desde tan jóvenes? Al parecer sí.
¿Por qué él no era capaz de entender la forma en la que pensaban sus hermanos, por más que lo intentara?
La única prueba que tenía de que ellos eran como él era que también habían llorado ante el dolor de los golpes. Un lazo de dolor que los unía, algo en común, pero que parecía hacerse débil conforme el tiempo pasaba.
Pensaba en las criaturas que se adaptaban a los cambios de las estaciones. Había algunos que sobrevivían tanto al frío como al calor. Sin embargo, otros morían apenas comenzaba el invierno. ¿Era él acaso como esa clase de criaturas que mueren apenas en la primera nevada? ¿Por qué él no era capaz de entender a sus hermanos? ¿Por qué no era capaz de adaptarse junto a ellos?
Tres días, había dicho Tsuguo. Tres días que tendrían que esperar.
--¿Tres días para qué?- se atrevió a preguntarle a su hermano a la mitad de la noche.
--Tres días y nos iremos de aquí, Tokei. Nos iremos a un lugar mejor.
Y así, sin más, se dio la vuelta para continuar durmiendo.
¿Un lugar mejor? Hacerle más preguntas ya no estaba en las posibilidades. Al menos lo habían considerado a él para irse, igual que cuando habían dejado la casa. Tuvo que dormir con el pensamiento de que, sin sus hermanos, quién sabe qué sería de él. El estómago continuaba doliéndole.
Tres días había dicho Tsuguo. Tres días... ¿Realmente sería capaz de aguantar tres días más? Es más, ¿Cuánto tiempo más le quedaba antes de que esa incapacidad suya reclamará una paga que no era otra que su propia vida?
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