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Me encontraba tumbada en medio de una zona de hierba, admirando las estrellas que brillaban con intensidad en la oscuridad infinita de la noche. Al día siguiente teníamos que irnos y quería disfrutar unos últimos momentos en la tranquila soledad del pueblo, lejos de la caótica y peligrosa ciudad. 

Coloqué mi brazo derecho en frente de mi cabeza, a cierta distancia. Llevé mi otra mano hasta él y acuné con una mano el pequeño adorno que colgaba de mi muñeca. Había sido el regalo de Jack por mi 15 cumpleaños, una pulsera formada por una fina cadena de plata y un dije de un revólver. 

"— Se supone que uno de los regalos más bonitos que puedes hacerle a una mujer adulta son las joyas caras, o al menos eso decía mi padre. Los collares pueden usarlos para ahogarte y no tienes agujeros para pendientes, además de que también pueden utilizarse para cortarte la oreja y que mueras desangrada, así que una pulsera me pareció lo más adecuado. Sabía que el precio iba a ser lo que menos te importara, por lo que preferí elegir algo más de tu estilo. Espero que te guste, estoy seguro de que vas a estar preciosa con ella. Como la gran mujer adulta que algún día cuidará de esta panda de idiotas en la que te estás convirtiendo."

Una pequeña lágrima resbaló por mis mejillas mientras el fugaz recuerdo del mayor recorría mi mente. Todos en la banda habían aprendido a valorar lo sentimental por encima de lo material, ya que el dinero escaseaba con frecuencia en el lugar. No pude evitar esbozar una pequeña sonrisa al recordar como habían pasado una semana comiendo la mitad de lo normal solo para comprarme el adorno. 

Sequé mis ojos y dejé caer mi extremidad, que empezaba a dolerme de mantenerla en alto. Las estrellas seguían brillando en el cielo, ajenas a los problemas terrenales. 

Antes de que pudiera iniciar una nueva reflexión, me incorporé agitada por el sonido de un disparo. Me levanté con rapidez y corrí adonde habíamos disparado a las latas esa misma mañana. Al no ver a nadie allí, inmediatamente deduje que nos habían encontrado antes de lo que creíamos y estábamos en peligro.

Me encaminé a la casa lo más veloz de podía. No solo nos estaban atacando a nosotros, también estaban poniendo en peligro a inocentes. Vi el llamativo pelo de Shorter escondido entre la hierba y me acerqué con cuidado de no hacer ruido y revelar nuestra posición. 

— ¿Qué está pasando? —Eiji se sobresaltó al oírme, al contrario que el asiático que continuaba sin apartar la vista del frente.

— Los capullos de Golzine han llegado. Intentan que Ash salga utilizando como rehenes a su padre y a Jennifer.

— Joder. 

Entre nosotros reinó el silencio. Intentábamos adivinar qué pasaba, pues el rubio acababa de tirar su arma al suelo. Le vimos ponerse frente a los pandilleros con las manos tras la cabeza y, acto seguido, como liberaban a la mujer. 

— Tenemos que ir a ayudarles — Shorter me agarró de la muñeca para impedir que me pusiera en pie.

— Mira — hizo un gesto con la cabeza hacia el coche, en el que ahora estaban entrando Max e Ibe.

Asentí y volví a mi anterior posición. Los mayores encendieron las luces del vehículo y empezaron a acercarlo a la casa.

— ¡Policía!

— Ahora.

Seguimos al asiático con cuidado entre las plantas hasta llegar junto a la casa. Jennifer se encontraba moribunda en el suelo y el padre de Ash había recibido un tiro en el hombro derecho. Uno de los enemigos estaba abatido, pero el otro se había posicionado tras el rubio cuchillo en mano. En un rápido movimiento, Shorter le cortó el cuello, proporcionándole una herida mortal. 

Me mordí la lengua al ver el inerte cuerpo de la mujer. No se lo merecía. Ella no tenía nada que ver con esto, y aún así era la única muerta. 

Un hombre llamado Howard apareció y rápidamente le pidieron que llamara a emergencias. El padre de Ash cogió el arma para limpiar las huellas del menor de ella y pidió que hiciéramos lo mismo con el cuchillo en Jennifer. Todos salimos hacia la camioneta menos el rubio, que se quedó unos últimos minutos hablando con su progenitor. 

Pronto nos encontramos unos cuantos kilómetros alejados de Cape Cod y la emoción del momento había pasado. Max iba conduciendo en solitario para que los demás durmiéramos, mas me veía incapaz de descansar después de todo lo que acababa de ocurrir. Me giré hacia Ash para ver si estaba igual que yo, sorprendiéndolo con sus ojos acuosos fijos en mí.

Sin dejarle decir nada, me arrastré con cuidado por el suelo para abrazarle. Él también me rodeó en silencio, aunque, al estar tumbados, únicamente apoyó uno de sus brazos en mi cintura. No eran necesarias las preguntas; era evidente el porqué de su estado emocional.

Empecé a acariciar su pelo mientras sentía como lentamente se relajaba. Poco a poco ambos caímos dormidos, sintiendo como el contacto del contrario liberaba nuestras preocupaciones y nos permitía descansar en paz.

Me desperté sin la compañía del rubio por la exhaustiva fuerza con la que agitaba mi cuerpo Eiji.

— ¡_____! ¡Estamos en Los Ángeles, mira!

Salí acompañada de él, llegando a un gran acantilado desde el que podíamos observar toda la ciudad. La vista era increíble, al igual que las personas que me acompañaban. Caminé hasta estar al lado de los demás y bajé la vista a mi pulsera. Apreté con fuerza el dije de la pistola y dirigí mi mirada al rubio a mi lado, con una decisión en mente. Iba a encontrar a banana fish y a hacerle pagar por todos sus crímenes, no solo por Jack, por Jennifer o por todas las demás personas que perdieron su vida por su culpa, sino por la felicidad de Ash. Se merecía una vida tranquila, alejado del peligro y la desgracia, e iba a hacer lo que hiciera falta para conseguírsela, sin importar el precio que tuviera que pagar.

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