ℍ𝕠𝕘𝕨𝕒𝕣𝕥𝕤 𝕌𝕟𝕚𝕧𝕖𝕣𝕤𝕚𝕥𝕪

Andrómeda Black llegaba tarde a clase. No era culpa suya que su madre, la gran Druella Black, la mejor economista de toda Escocia, hubiera decidido mandarla al juicio en el que Bellatrix iba como abogada para, en sus palabras, que aprendiera cómo tenía que comportarse ante la caridad. Druella era perfectamente consciente del horario de su hija mediana en la universidad Hogwarts, de artes, ciencias y todas las letras, pero parecía que le importaba bastante poco que tuviera que entregar uno de los trabajos que más contaban para una de las últimas asignaturas que le quedaban para aprobar.

Estaba claro que era su castigo por haber pasado tanto tiempo en la cafetería que había a las afueras del campus, una en la que las Familias no habían puesto un pie nunca. Ahora tanto ella como Sirius no dejaban de ir a esa cafetería llena de becados. Y eso, por supuesto, ofendía a la gran familia Black y al resto de las Familias.

A Andrómeda no le importaba estudiar para ser abogada, pero no soportaba tener que defender a los clientes que su madre le iba poniendo para estudiar sus casos. Todos eran, claramente, de las Familias. Generaciones y generaciones que siempre estudiaban lo mismo. Estaban los Malfoy y los Crouch, dedicados a la política; los Carrow y Lestrange en el ejército; los Nott, Greengrass, Avery, Rosier, Rookwood y Parkinson en las finanzas. Entre ellos y los Black podían contar con todas las grandes esferas y podían manejar a la perfección toda la sociedad escocesa. Y eso a Andrómeda la ponía enferma, por eso había empezado a mezclarse con todos los becados de la universidad de Hogwarts.

Había sido difícil, claro, ¿cómo iban a confiar en una Black? Sobre todo porque, hasta su segundo curso, no se había atrevido a poner un pie en El Café, justo después de que un chico se chocara con ella cuando iba a clase.

Edward Tonks, becado en enfermería, llevaba un café en la mano cuando arrolló a Andrómeda Black en los pasillos de Hogwarts. Hubo gritos, el café estaba caliente y salpicó a ambos y no ayudó que Andrómeda fuera con Bella y algunas de las amigas de su hermana, que repetían aquella clase de segundo curso.

Edward se disculpó mil veces mientras ellas le insultaban sin parar y Andrómeda no dijo nada, mucho menos cuando Bella estaba tan cerca y ella todavía no había empezado a volar. Para mala suerte de la familia Black, los cuadernos de apuntes quedaron mezclados en el incidente y Andrómeda se encontró en clase de derecho penal con apuntes de enfermería de segundo curso, un horario y una nota al inicio del cuaderno que decía que o bien se pasaran por la residencia de estudiantes a dejar el cuaderno o bien en la cafetería a la entrada.

Para Andrómeda, que tenía un piso propio a las afueras del campus, le era mucho más cómodo pasar por la cafetería y luego volver a casa.

Entró en la cafetería, se acercó a la barra para dejar allí el cuaderno y allí estaba, un Edward Tonks realmente agradecido porque se hubiera tomado la molestia de devolver el cuaderno esa misma tarde.

—Necesito el mío, así que... —murmuró Andrómeda y Edward asintió.

Pronto tenía en sus manos el cuaderno y, además, un café.

—Invita la casa, espero que te guste, aquí lo llamamos especial Ted, lo he creado yo mismo. Si veo que la enfermería no es lo mío quizá me cambio a cocina —dijo el chico, sonriendo.

Ella no dijo nada, cogió el cuaderno y como bien le había enseñado Duella, dejó allí mismo el café, levantando la cabeza como bien hacía su hermana Bellatrix cuando uno de esos becados se atrevía a hablarla. Pero estaba mal, estaba fatal y esa misma noche no pudo dormir.

A la mañana siguiente volvió a ir a la cafetería y pidió dos especiales Ted. Lo siguiente que hizo fue ir al edificio de enfermería y esperó allí. No lo había hecho adrede, pero casi se había aprendido el horario del chico, por eso no tardó en verle llegar, acompañado de más gente que parecían compañeros de clase. Se veía tan bien integrado, tan amigable, tan... real.

—¿Especial Ted? —le preguntó cuando vio como se paraba delante de ella, serio, sin decir nada.

Pero finalmente cogió el café y sonrió.

—Nos vemos más tarde, Drómeda, en la cafetería —le dijo antes de entrar a su clase.

Esa fue la primera de muchas veces que Andrómeda Black llegó tarde a clase por culpa de Ted Tonks. Se convirtió en experta en ocultar sus faltas a clase con notas más que perfectas, la obediencia en casa cuando Druella pedía algo y así es como había llegado sin que su madre se entrometiera en sus asuntos hasta el cuarto curso.

Pero las prácticas habían comenzado, su familia tenía el bufete y ella tenía que trabajar allí. Ver a Ted en El Café era cada vez más difícil, como también lo era ver al resto de sus amigos, pero se las estaba apañando bien.

Lo que no llevaba nada bien era el superar ese pequeño enamoramiento. Había sido casi instantáneo y Andrómeda había pensado durante meses que solo era porque Ted había sido amable con ella a pesar de que se había comportado como una auténtica Black. Pero pasaron los meses, los años y ahí estaba, todo seguía igual.

Ojalá tener algo de valor como el que tenía Sirius, que andaba por el campus con todos sus nuevos amigos, sin que le importase lo que dijera la tía Walburga. Él siempre decía que ella era la valiente porque había sido la primera en salirse de los círculos de las Familias, aunque Andrómeda no lo veía para tanto. Solo había empezado a pensar por si misma.

Esa misma tarde, mientras que estaba en El Café, llega el email de su madre con un nuevo caso. Habían vuelto a pillar a los Rosier con tráfico de influencias, los Rookwood habían estafado a un par de empresas y los Avery habían desviado fondos.

—¿Quieres algo más que el café, Drómeda? Se te ve cansada.

Ted le hace un gesto a Rachel, la encargada del local y ella solo asiente, por lo que el chico se pude sentar con ella.

—Estoy harta de mi madre —murmura ella y gira el ordenador para que Ted pueda leer los nuevos casos que le han asignado—. Más estafas, corrupción y más mierda.

—Cuidado, que tu madre no te oiga hablar así o te echa —bromea Ted y Andrómeda solo cierra el portátil con fuerza.

—Pues a ver si lo hace —le responde y coge el vaso de café para darle un buen trago—. O que se los de a Bellatrix, que seguro que su novio también anda involucrado en ellos.

—¿Y por qué no lo dejas? Te va a consumir, Drómeda.

Ted acerca la silla hasta que está a su lado y le pasa la mano por la espalda. Eso solo la relaja lo suficiente como para suspirar y dejar de fruncir el ceño, pero no puede relajarse del todo cuando no dejan de estar en la cafetería de la universidad y su familia todavía se puede enterar de que no son solo amigos para ella, que son más.

—¿Tu tío Alphard no tenía un bufete propio? ¿Por qué no le pides trabajo allí? Te librarás de todo eso.

Ted apunta al portátil y Andrómeda solo hace una mueca. La realidad es que lleva meses rechazando las ofertas de su tío para hacer el cambio de prácticas. Tampoco quiere trabajar para él porque, vale que no defiende a las Familias, pero sigue siendo un Black y todo lo que hace lo hace por dinero. Es el mejor de su familia, pero no es lo suficientemente bueno.

—Seguiría defendiendo lo mismo, pero con una paga menor —murmura y Ted pone los ojos en blanco.

—El dinero no lo es todo.

—Sí si quiero dejar todo esto atrás.

El piso es suyo, está a su nombre. Todo el dinero que gana en las prácticas está a su nombre, en una cuenta a la que sus padres no pueden acceder. Lo único que le falta a Andrómeda es un poco más de valor.

—No quiero trabajar para los Black, Ted, estoy harta.

Guarda el portátil en su bolso, coge el café y no duda en irse a casa. Pero no a su apartamento, no, a casa de los Black, donde viven sus padres, porque ese email ha sido la gota que colmaba el vaso.

Cuando llega no se molesta en apagar el motor del coche, solo entra en la mansión como si fuera la dueña del lugar, tal y como hace su hermana mayor cuando entra a cualquier lado.

—Se acabó, madre.

Entrega el portátil, en el que tiene todas las cosas de la empresa familiar, bajo la mirada atónita de su madre, que mueve papeles de un lado a otro en el escritorio. Ella es quien controla a la perfección el negocio familiar, ella es la que sabe las repercusiones que va a tener que Andrómeda deje su puesto.

Por eso se levanta de la silla y va hasta su hija. No duda en darla una bofetada, con todas sus fuerzas, una que la tira al suelo.

—Tú no vas a dejar nada —escupe ella, con furia.

Andrómeda nunca sabrá cómo salió exactamente de casa de sus padres y llegó a la residencia de estudiantes. Cómo consiguió encontrar la habitación de Ted y como acabó despertándose, de madrugada, con la cara ardiendo y llena de lágrimas abrazada al chico.

Pero sí que supo que en esa habitación iba a estar más a salvo de lo que nunca había estado.

—Tienes suerte de que estudie enfermería y no cocina, con la sangre de la mejilla te podría haber hecho una salsa, pero no te habría podido curar.

Ted está a su lado, con cara de sueño y preocupación. Y Andrómeda solo puede derretirse a su lado.

—Gracias —susurra, antes de acercarse a él y darle un suave beso en los labios.

Uno que él devuelve con una pequeña sonrisa.

Al día siguiente descubren las noticias, el cómo una de las herederas Black ha dejado a toda su familia por un camarero y Andrómeda sonríe.

—¿Qué te parece ser mi primer cliente? Acepto pago en besos por ser tú.

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¡Por fin inauguro el basurero! Es algo nuevo aunque no para todo el mundo es nuevo ya que esto era un relato regalo de amigo invisible que hice para bajounaletra y aquí está jejejeje

Como podéis ver esto es un muggle AU y están en la universidad y en una cafetería y adoro esos tropos de verdad.

Espero que os haya gustado y poco más, ojalá pronto subir algo nuevo por aquí, gracias por leer y votar ❤️

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