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La brisa helada de la montaña fue lo primero que sentí al despertar. El calor de la fogata había desaparecido por completo, dejando tras de sí solo cenizas y un suelo gélido. Me levanté despacio, sacudiendo la capa que había usado como manta. A mi alrededor, los picos rocosos se alzaban como espinas rojizas contra el cielo. Algunas piedras negras, que parecían haber sido esculpidas por lava solidificada, se mezclaban con el paisaje, dándole un aire de desolación.

Ashaan ya estaba de pie, observando el horizonte con una expresión reflexiva. Alucard, como siempre, parecía imperturbable, ajustando su espada en silencio. Yo me sacudí el sueño de los ojos mientras me aseguraba de mantener la compostura. No podía permitirme mostrar debilidad.

—Deberíamos ponernos en marcha antes de que el frío empeore —comentó Ashaan, mientras comenzaba a subir por una de las colinas rocosas.

El camino era empinado y traicionero. Las piedras parecían afiladas como cuchillas, y sus tonos rojos ardientes contrastaban con las negras que sobresalían aquí y allá. El aire se hacía más denso a medida que ascendíamos, pero no podía negar que había algo majestuoso en aquel lugar. Parecía contener historias enterradas bajo siglos de olvido.

—Este lugar tiene un pasado interesante —dijo Ashaan, rompiendo el silencio mientras avanzábamos—. Las ruinas que buscamos están relacionadas con una antigua leyenda.

—¿Qué tipo de leyenda? —pregunté, manteniendo un tono casual. Sabía que cualquier información sería valiosa.

Ashaan sonrió, como si estuviera disfrutando del suspenso.

—Había un rey que gobernaba estas tierras hace siglos, un hombre llamado Kanishka, cuya ambición no conocía límites. Gobernaba con mano de hierro, pero no le bastaba el poder terrenal; ansiaba lo divino. Se dice que escuchó rumores sobre un artefacto místico, uno que no solo le otorgaría la fuerza de los dioses, sino que también le permitiría controlar la voluntad de quienes lo rodeaban. Este objeto, el Pranava Mala, requería un sacrificio inimaginable. En su obsesión, el rey ordenó que cientos de sus súbditos fueran entregados como ofrenda a un hechicero oscuro que ataría al collar a el con magia negra. Pero su ambición fue su perdición. El poder del objeto no era ilimitado, y cuando comenzó a consumirlo desde dentro, su reino cayó en el caos. Algunos dicen que el artefacto desapareció junto con él, mientras que otros creen que yace oculto, esperando a otro lo suficientemente osado, o necio, como para reclamarlo.

Mientras hablaba, alcanzamos el punto más alto de la colina. Frente a nosotros se alzaba una estructura monumental. Altos muros decorados con estatuas de dioses que conocía bien: Hanuman, Ganesha y otros que habían sido compartidos entre las culturas de Siam y la India. Las figuras parecían observarnos, sus ojos tallados transmitiendo un juicio silencioso. A pesar del paso del tiempo, su majestuosidad seguía intacta.

El camino hacia la entrada estaba lleno de grabados. Piedras agrietadas narraban la historia de un reino perdido. Me detuve a observarlas con curiosidad, trazando con los dedos los dibujos desgastados que hablaban de grandeza y caída. Ashaan continuó su relato mientras avanzábamos.

—Dicen que el rey finalmente encontró el objeto que buscaba, pero a un precio muy alto. Su reino cayó en el olvido, devorado por su propia codicia.

Llegamos a una entrada parcialmente cubierta por rocas. Ashaan y yo nos detuvimos, pero Alucard avanzó sin titubear, apartando las piedras con una facilidad que no me sorprendía. Me aseguré de aparentar esfuerzo al trepar tras él, ocultando mi verdadera fuerza. No podía darles razones para sospechar.

Dentro del templo, la oscuridad era casi absoluta. Tuve que cubrirme los ojos brevemente para evitar que el brillo de mis pupilas me delatara. Ashaan encendió un palo de gaza, cuya llama iluminó las paredes cercanas. El ambiente estaba cargado, como si el lugar guardara secretos que no deseaba revelar.

—Es probable que haya trampas —advirtió Ashaan, avanzando con cautela.

Yo me quedé atrás, dejando que la luz revelara lentamente los detalles del lugar. En una de las paredes, mis ojos captaron algo que me hizo detenerme: escritura antigua. Me acerqué y pasé los dedos por los símbolos tallados. No era un lenguaje cualquiera. Reconocía esas curvas y líneas intrincadas. Era Ulvrikaan, la lengua perdida de mi pueblo. Pero ¿qué hacía aquí?

Alucard notó mi interés y se acercó, observando la pared con curiosidad.

—¿Algo interesante? —preguntó, su voz tan calmada como siempre.

—Solo... es extraño. Estos grabados parecen narrar una historia.

Señalé las figuras que, aunque desgastadas, eran inconfundibles. Había siluetas con colmillos largos, representando vampiros, y otras con forma de lobo. Mi mente viajó a los relatos que mi tío me había contado de niña. Eran historias de una guerra antigua, una que había marcado el inicio del odio entre nuestras razas.

El también parecía reconocer algo en esas imágenes.

—Los licántropos ... fueron grandes bestias en un tiempo muy lejano —dijo, su tono neutral, aunque con un toque de nostalgia—. Mi padre me contó historias sobre ellos. Eran salvajes, depredadores irracionales. Ahora ya están extintos. Nadie sabe si eso fue verdad, los libros fueron quemados o robados. Lo poco que queda son leyendas. Pero algunos aún recuerdan... la gran guerra de hace miles de años, una de las más sanguinarias.

Sus palabras me hirieron, aunque me asegurándome de mantener la expresión neutral. Por dentro, su descripción me llenaba de resentimiento. Salvajes, irracionales... No podía evitar sentir cómo esas palabras eran un insulto directo a mi raza. Pero no podía permitirme reaccionar.

—Debió ser terrible para estar grabado en un lugar maldito como este —comenté, fingiendo un tono curioso—. Dos especies peleando... Yo creía que los hombres lobo eran un mito.

Ashaan soltó una risa breve y sarcástica.

—Un mito que probablemente preferirías que siguiera siéndolo, ¿cierto?

Yo solo suspiré y seguí caminando. Mi mente, sin embargo, estaba llena de preguntas. ¿Qué más podría encontrar en este lugar? Si había más rastros de mi raza, el riesgo de ser descubierta aumentaría. Alucard tenía conocimiento de los licántropos, aunque no el suficiente para identificarme. Aún así, sabía que no podía bajar la guardia.

—Es curioso que algo tan importante haya quedado reducido a simples cuentos para asustar a los niños —dije, sin mirarlo directamente, pero asegurándome de que mis palabras sonaran genuinamente interesadas—. ¿Qué clase de guerra debió ser para que incluso los vampiros la recuerden como una de las más sanguinarias?

Las palabras de Alucard resonaron en el aire, impregnadas de un extraño tono de nostalgia. Observaba los grabados en las paredes, como si intentara desenterrar algo más que simples imágenes.

—No solo los vampiros recuerdan esta guerra —dijo, con esa calma suya que parecía eterna—. Y, para ser preciso, no soy completamente un vampiro. Mi madre era humana. Por eso puedo caminar entre ambos mundos, aunque pertenezco por completo a ninguno.

Su respuesta me tomó por sorpresa. No esperaba que se abriera de esa manera, pero eso no cambiaba lo que sentía. Su tono, su elección de palabras anteriores. Mi pecho ardía con un resentimiento que tenía que ocultar.

—Eso explica mucho —dije, tratando de mantener mi voz neutral, casi interesada—. Quizá eso te da una perspectiva más... objetiva sobre todo esto.

Asintió levemente, pero sus ojos seguían fijos en las figuras talladas. Parecía tan absorto que ni siquiera notó cómo mis dedos se apretaron contra la tela de mi capa.

—Las historias que sobrevivieron son escasas —continuó, como si hablara más consigo mismo que conmigo—. Hablan de alianzas improbables, traiciones que alteraron el curso de ambas especies. Pero lo demás... es como si alguien se hubiera asegurado de borrar todo rastro. Incluso mi padre, que vivió esos tiempos, parecía incapaz de recordarlo todo.

Mientras hablaba, mi mirada se posó en uno de los grabados: un lobo colosal enfrentándose a una figura humanoide con colmillos afilados. El detalle era tan vívido que casi podía escuchar los ecos de esa batalla perdida en el tiempo.

—Quizá fue mejor así —comenté, esforzándome por que mi voz sonara reflexiva, casi melancólica—. A veces, olvidar es más misericordioso que la verdad.

Ashaan, que había estado en silencio hasta ahora, intervino desde atrás.

—O el olvido es una herramienta para aquellos que temen enfrentarse a su historia —dijo, con un tono que cortaba como una hoja afilada.

Sus palabras golpearon con más fuerza de lo que me habría gustado. Sentí que un escalofrío me recorría, aunque mi rostro no lo mostró. Por dentro, las llamas de mi rabia se avivaron. ¿Y los vampiros? Seres sin alma, cadáveres ambulantes que han causado más destrucción de la que cualquiera se atrevería a admitir. ¿Por qué sus crímenes merecen ser olvidados?

Alucard, ajeno a mi lucha interna, estudiaba ahora una escena diferente: una batalla masiva, con figuras que se perdían entre las sombras y el fuego.

—Tal vez... —murmuró, como si hablara consigo mismo— esta guerra marcó el principio del fin para ambos bandos. Una advertencia que nadie quiso escuchar.

Levanté la barbilla, asegurándome de que mi sonrisa pareciera tranquila.

—Qué irónico que algo tan antiguo aún pese tanto en este lugar —dije, mi tono suave, cargado de falsa melancolía—. Aunque supongo que todo lo que queda son sombras de lo que fue.

—Las sombras a menudo tienen más peso del que imaginamos —murmuró Ashaan, mirando los grabados como si intentara descifrar algo que escapaba al resto de nosotros.

Mientras seguíamos avanzando por el corredor, sentí que mi mente era un torbellino. Este lugar... estas imágenes. No podía permitirme bajar la guardia, no con Alucard y ahora Ashaan observando cada detalle. Pero sobre todo, no podía permitir que ellos, especialmente aquel medio vampiro, adivinaran siquiera una parte de lo que en verdad sentía.

Al parecer no estábamos tan solos como creíamos. Criaturas habitaban en aquellas ruinas, acechando en las sombras, como guardianes silenciosos del poder que allí se contenía. La historia que yo misma había creado comenzaba a cobrar vida de formas que nunca imaginé. ¿Era esto obra de la suerte o acaso habíamos despertado una desgracia que había permanecido enterrada por siglos?

Conforme avanzábamos, las ruinas se volvían más rudimentarias, como si la estructura misma retrocediera en el tiempo. La sensación de ser observados era imposible de ignorar; se sentía como si cientos de ojos invisibles estuvieran clavados en nosotros, juzgando cada paso que dábamos. Las paredes parecían respirar, y el crujir de las piedras bajo nuestros pies era el único sonido que rompía el denso y sofocante silencio.

Ishaan, que caminaba a mi lado, se acercó más, visiblemente inquieto.

—Nunca había llegado tan lejos —dijo en voz baja, como si temiera que algo nos escuchara—. Solía venir aquí cuando era más joven, por curiosidad, pero... dejé de hacerlo. Uno de mis amigos desapareció en estas ruinas. Nunca salió.

Las palabras de Ishaan se quedaron suspendidas en el aire, añadiendo peso a la atmósfera ya cargada. El pensamiento de alguien atrapado en este lugar para siempre me hizo estremecerme.

Los pasillos se volvían más estrechos a medida que avanzábamos, obligándome a caminar peligrosamente cerca de Alucard. No podía decir que disfrutara de esa proximidad, pero el reducido espacio no dejaba otra opción. La humedad del lugar se aferraba a mi piel, y el olor a piedra húmeda y descomposición.

Finalmente, los pasajes claustrofóbicos se abrieron en una especie de plazoleta subterránea. Las antorchas que llevábamos iluminaron lo suficiente para revelar su inmensidad. Las estatuas de antiguos dioses hindúes se alzaban como testigos mudos de nuestra llegada. Shiva dominaba el centro, con su tridente apuntando al suelo, como si señalara el corazón de este lugar.

—Esto debe ser lo que buscábamos —murmuré, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda.

Ishaan inspeccionó el lugar con una mezcla de fascinación y cautela.

—Un acertijo —dijo, su voz apenas un susurro—. Parece que si lo resolvemos, el collar será liberado.

Antes de que pudiéramos acercarnos más, algo cambió. La temperatura bajó bruscamente, y un sonido extraño llenó el aire, como un gruñido profundo que reverberaba en los huesos. No era un eco, era algo más visceral, algo que sentías en el pecho antes de escucharlo.

Y entonces las vimos.

De las sombras surgieron criaturas deformes, sus cuerpos retorcidos como si hubieran sido moldeados por manos crueles. Variaban en tamaño y forma, pero todas compartían un rasgo aterrador: no tenían ojos. Sus cuencas vacías eran pozos oscuros, y no pude evitar imaginar que tal vez se los habían arrancado entre ellas, en un acto de desesperación o locura.

La repulsión fue lo primero que sentí, un nudo de asco en mi garganta. Pero fue reemplazado rápidamente por un miedo primitivo, el tipo de miedo que te hace olvidar quién eres. Miré al suelo y vi esqueletos humanos desperdigados, restos de otros que habían intentado lo mismo que nosotros, pero que no habían tenido la misma suerte.

No podía preocuparme por si mis ojos brillaban en la oscuridad o si mi secreto quedaba expuesto. Lo único que importaba era sobrevivir. Conseguir esa gema y salir de este lugar maldito.

Alucard desenvainó su espada, y el arma pareció cobrar vida propia, moviéndose como si respondiera a su voluntad antes incluso de que diera la orden. A su lado, Ishaan sacó un machete que llevaba escondido. Su expresión era una mezcla de pavor y algo más... algo que me enfureció cuando vi hacia dónde se dirigía su mirada. Unos huesos cercanos sostenían monedas antiguas que brillaban débilmente bajo la luz de nuestras antorchas.

"¿Es en serio?" —pensé, mientras las criaturas nos rodeaban.

El primer ataque llegó antes de que pudiera pensar en un plan. Alucard se lanzó al frente, su espada trazando arcos luminosos en la penumbra. Las criaturas caían, pero eran demasiadas. Ishaan, a pesar de su miedo, luchaba como podía, aunque sus ojos seguían desviándose peligrosamente hacia el tesoro que apenas podía resistir.

Tomé aire profundamente. Hoy, las leyendas de mi pueblo no serían solo historias. Hoy, sobreviviría. No había otra opción.

Desenvainé mis espadas con un solo movimiento, dejando que el sonido del metal cortando el aire llenara el espacio. Las giré a mis costados, trazando arcos amplios mientras me lanzaba contra las criaturas. Cada golpe que daba era preciso, cada movimiento tenía un propósito. Sentí cómo mis pies se hundían ligeramente en el suelo polvoriento, pero no podía detenerme. La antorcha, ahora en el suelo, se iba apagando, pero yo no necesitaba su luz. Mis ojos percibían cada sombra, cada detalle de las bestias que se abalanzaban sobre nosotros.

A mi lado, Ishaan permanecía cerca, tropezando con las sombras, claramente incapaz de ver lo que yo podía. Su miedo lo hacía torpe, pero no podía culparlo. Estas criaturas, con sus cuerpos retorcidos y movimientos erráticos, no eran algo que cualquier humano pudiera enfrentar sin vacilar.

Avancé con decisión. Con un giro rápido, golpeé la mandíbula de una criatura que saltaba hacia mí, escuchando el crujido de su cuerpo al impactar contra el suelo. Sentí cómo otra intentaba rodearme, pero antes de que pudiera alcanzarme, giré sobre mi eje y lancé una patada lateral, impactándola con toda mi fuerza. Su cuerpo cedió, y el sonido de sus huesos quebrándose resonó en la sala. Usé esa misma fuerza para impulsarme hacia adelante, hundiendo una de mis espadas en el pecho de otra bestia y sacándola con un tirón que salpicó el suelo con su sangre oscura.

Noté algo extraño. Estas criaturas no dejaban de salir, como si estuvieran siendo vomitadas desde las entrañas mismas de la tierra. Mi mirada se dirigió al enorme agujero en el suelo. Desde allí emergía un hedor nauseabundo, como si siglos de muerte y corrupción se hubieran acumulado bajo nuestras botas. Me pregunté qué tipo de hombre había gobernado este lugar. ¿Qué clase de rey habría hecho pactos tan oscuros para invocar semejante abominación al mundo?

Las criaturas seguían saliendo. No había forma de enfrentarlas a todas. Decidí actuar rápido. Mientras Alucard luchaba más adelante, corrí hacia una estatua colosal del rey Danishka. No pensé demasiado; simplemente me lancé contra ella con todas mis fuerzas, empujándola con el hombro y luego con ambas manos. La estatua cayó con un estruendo ensordecedor, aplastando la abertura de donde emergían las criaturas. Aunque seguían empujando desesperadamente desde el otro lado, por el momento habíamos contenido su avance.

Ishaan levantó las manos al techo, murmurando algo en su idioma, probablemente agradeciendo a sus dioses. Yo apenas lo escuché. Mi atención estaba en otra cosa: la estatua intacta de Shiva al otro lado de la sala. Su figura parecía mirarme directamente, juzgándome, como si supiera algo que yo no.

Alucard se adelantó antes que nadie, observando la inscripción en la base de la estatua. Su expresión no cambió mientras leía en voz baja, pero yo vi cómo sus ojos se entrecerraban ligeramente, un gesto sutil que delataba su interés. Ishaan, todavía recuperándose del pánico, se acercó a mí para ayudarme a levantarme. Acepté su mano y le dediqué una sonrisa que no sentía realmente, solo para calmarlo. Luego me acerqué a la estatua con pasos lentos, intentando descifrar por mí misma el enigma.

La inscripción era clara y directa, pero tenía un aire de desafío que no podía ignorar:

"Solo aquello que carece de sombras puede reflejar la luz del alma. Si no lo sabes, no mereces poseerlo."

Ishaan fue el primero en intentar resolverlo. Su voz temblaba un poco, pero respondió con confianza:

—¡El fuego! —exclamó.

Nada ocurrió. El silencio se extendió por unos instantes, pesado, como si el aire mismo contuviera la respiración. Luego, el sonido de una roca cayendo rompió la calma. Una piedra enorme se desprendió del techo y golpeó el suelo con fuerza, sacudiendo la sala. Miré alrededor. La estructura misma parecía estar reaccionando a las respuestas incorrectas.

Cada error nos acercaba un poco más al desastre. Alucard me miró desde la estatua, sus ojos buscando los míos. Aunque no dijo nada, entendí lo que esperaba de mí. Me acerqué a la inscripción, sintiendo el peso del enigma en mi pecho. Cada palabra parecía burlarse de mí, desafiándome a demostrar que era digna de estar aquí.

Miré de reojo a Ishaan, que se mantenía en silencio ahora, y luego a Alucard, que simplemente esperaba. Cada segundo contaba, y con cada respiro sabía que mi próxima palabra podía ser la diferencia entre salir de aquí vivos o quedar enterrados para siempre.

Me acerqué a la estatua de Shiva, aún sintiendo el peso de la adivinanza en mi pecho. Miré los ojos de la deidad tallada, buscando una respuesta, cualquier indicio que me guiara. Entonces murmuré, dudosa:

—¿El alma...?

En cuanto pronuncié esas palabras, los ojos de la estatua comenzaron a brillar con un blanco puro, una luz que parecía surgir de otro mundo. Retrocedí ligeramente, sorprendida por la repentina reacción. La energía que emanaba de la estatua llenó la sala, haciéndome sentir como si el aire se volviera más pesado. Alucard se acercó entonces, su semblante siempre estoico, pero con una curiosidad latente en su mirada.

—Parece que estás cerca, pero no del todo —dijo con calma, inclinándose hacia la inscripción para estudiarla.

Ashaan se acercó también, con su capa arremangada, y entre todos comenzamos a discutir las posibles respuestas. Cada uno aportó una idea, una palabra, intentando descifrar el verdadero significado del enigma. Fue un proceso tenso, cada segundo parecía eterno mientras las rocas de la estructura continuaban amenazando con caer. Finalmente, pronunciamos la respuesta correcta al unísono, como si nuestras mentes se hubieran alineado.

—La verdad.

En ese instante, la estatua comenzó a elevarse con un movimiento sobrenatural, sacudiendo la sala con su poder. Un crujido profundo resonó mientras la figura de Shiva se partía por la mitad, revelando en medio de los escombros algo que había estado oculto durante siglos.

Un collar, antes de piedra gris y sin vida, comenzó a transformarse frente a nuestros ojos. La gema en el centro adquirió un color rojo vibrante, como si un fuego interno la alimentara. Pero no era solo la piedra lo que cambió. Sombras, como humo negro, comenzaron a emanar del collar, danzando alrededor como si tuvieran vida propia.

Lo tomé antes de que alguien más pudiera hacerlo, mi mano rodeando la piedra ardiente. Al instante, un calor abrasador se extendió por mi piel, haciéndome sentir como si estuviera sosteniendo fuego líquido. Mis sentidos se nublaron, y una visión invadió mi mente con una violencia que me dejó sin aliento.

Vi mi aldea. Vi las casas reducidas a cenizas, el cielo teñido de rojo, y los gritos desgarradores de los que una vez conocí resonando a mi alrededor. Y entonces lo vi: a mi abuelo, siendo asesinado frente a mis ojos. Otra vez.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y retrocedí tambaleándome, incapaz de contener la lágrima que rodó por mi mejilla. El dolor era tan real como lo había sido aquella noche. Me sentí atrapada, como si estuviera reviviendo ese infierno.

De repente, unas manos firmes me sujetaron por detrás. Me tensé al instante, mi cuerpo recordando al asesino de mi abuelo, el mismo cabello dorado cayendo por mis hombros como lo hizo aquel día. Pero no era él. Era Alucard.

—Estoy bien —dije rápidamente, alejándome de él con un movimiento brusco. El contacto había sido suficiente para romper mi trance, pero no podía evitar sentirme vulnerable.

Miré el collar en mi mano. Ese objeto maldito no era cualquier cosa. Era una llave a un infierno personal, una pesadilla que podía consumir a cualquiera que lo tocara. Alucard lo sabía.

—Ese collar debe ser destruido —dijo con seriedad, su tono definitivo.

Apreté la mandíbula. Sabía que tenía razón, pero no podía permitirlo. No aún. Había algo que mi tío necesitaba de esto, aunque la misma idea me llenara de dudas.

Decidimos envolver el collar en la capa de Ashaan para que nadie más lo tocara directamente. Apenas nos preparábamos para salir cuando el suelo comenzó a temblar. Las ruinas empezaron a derrumbarse.

—¡Corran! —grité, girándome hacia Ishaan, quien llevaba el collar envuelto en su capa.

Él corría delante de mí, pero una roca enorme cayó peligrosamente cerca de él. Sin pensar, me lancé hacia él, empujándolo para apartarlo del camino. Ahora la roca caía directamente hacia mí. Sabía que me estaba arriesgando a ser aplastada, pero había decidido usar mi fuerza para romperla. No tuve oportunidad. Antes de que pudiera siquiera intentarlo, sentí unos brazos firmes rodeándome y levantándome como si no pesara nada.

Alucard.

Su velocidad vampírica me sacó del peligro justo a tiempo, pero el hecho de estar en sus brazos me hizo hervir de incomodidad y vergüenza. Mis pensamientos se arremolinaron en mi cabeza.

¿Qué está haciendo? ¿Por qué me está ayudando? Es el enemigo. Piensa que soy debil. ¿Qué se cree? ¡Que me baje!

Intenté mantener la compostura, pero cada segundo que pasaba en sus brazos hacía que mi paciencia se desmoronara. Giré ligeramente la cabeza y noté a Ishaan mirándonos, con una ceja levantada y una sonrisa que claramente estaba disfrutando demasiado la escena.

Eso fue la gota que colmó el vaso.

—¡Bájame ahora! —gruñí, empezando a forcejear.

Alucard parecía ignorarme, con esa calma irritante que siempre tenía, como si no pesara más que un saco de plumas. Sin pensarlo mucho, me retorcí y me solté de sus brazos, aterrizando de pie al rodar en el suelo con algo más de dramatismo del que esperaba.

—¡No tenías que hacer eso! —exclamé, poniéndome de pie rápidamente y apartándolo con un empujón en el pecho.

Él apenas se movió, pero sí arqueó una ceja, como si mi reacción fuera un espectáculo digno de estudió.

—Tiene una manera extraña de agradecerme, pero lo acepto —dijo, con una leve sonrisa burlona que hizo que mi ceño se frunciera aún más.

Ishaan, por su parte, estaba a unos pasos, mirando toda la escena como si fuera la mejor historia que hubiera presenciado en años. Su sonrisa insinuante seguía ahí, y sentí un calor incómodo subiendo por mi rostro.

Suspiré profundamente, intentando recuperar el control.

—Bien. Gracias —murmuré entre dientes, mirando a Alucard por un instante antes de girarme hacia Ishaan—. ¡¿Que?!

Él levantó las manos, fingiendo inocencia.

—Yo no hice nada —respondió, pero su sonrisa traicionera decía otra cosa.

Bufé, pasándome una mano por el cabello, mientras seguíamos avanzando. El día había sido lo suficientemente caótico como para que Ishaan y Alucard decidieran agregar más a mi lista de cosas irritantes. No podía ser más exasperante... o al menos eso esperaba.

El campamento estaba listo, y el aroma de algo inesperadamente delicioso llenaba el aire. La luz del fuego parpadeaba en la noche, proyectando sombras largas sobre los árboles mientras yo observaba a Alucard revolviendo la olla con calma.

No podía evitar mirarlo con una mezcla de asombro y suspicacia. Un vampiro cocinando... Qué ironía. ¿Qué será lo próximo, que recite poesía o toque el laúd?

—¿Entonces también sabes cocinar? —pregunté, rompiendo el silencio, mi voz cargada de incredulidad.

Él no levantó la mirada, pero su tono fue sereno, casi indiferente:

—¿Debería sorprenderte?

—Digamos que no es lo primero que esperaría de alguien como tú.

Me crucé de brazos, tratando de mantener la guardia alta. Es un vampiro... digo mitad vampiro, o lo que sea. Sigue siendo un monstruo. Aunque, admito, tiene sus rarezas.

Cuando finalmente serví una cucharada en mi plato y la probé, me detuve. El sabor era tan bueno que no supe si indignarme más o menos.

—Está... realmente delicioso. —Lo miré de reojo—. Esto no tiene sentido. Cocinas bien, sonríes, incluso salvas personas... Cada día me sorprendes más.

Alucard dejó escapar una pequeña sonrisa, apenas perceptible.

—¿Es eso un cumplido?

—No te emociones. Solo digo que, a comparación de otros vampiros, no haces mucha justicia a la reputación que deberían tener. No das miedo, ni eres cruel. Es... decepcionante.

Su sonrisa se mantuvo, pero no respondió. Eso me irritó un poco más. ¡Por supuesto que no responde! Siempre tan calmado y superior, como si el mundo entero fuera un chiste privado que solo él entiende.

Justo en ese momento, Ishaan, que había estado muy callado, se levantó de golpe y estiró los brazos.

—Bueno, voy a liberar a la vejiga —anunció con la misma despreocupación de siempre.

Me quedé mirando su espalda mientras se alejaba, cuchara en mano.

—Oh, gracias, Ishaan, justo lo que quería imaginar mientras comemos. Muy considerado de tu parte —dije con sarcasmo, alzando la voz lo suficiente para que me escuchara.

Desde algún lugar entre los arbustos, llegó su risa despreocupada. Mientras tanto, Alucard me miró con una ligera curvatura en los labios, para luego dejó escapar una risa baja, como si la situación le recordara algún recuerdo lejano.

Cuando Ishaan se alejó, nos quedamos en silencio por unos momentos, hasta que Alucard, con su típica tranquilidad, rompió la calma.

—Sobre la gema... —dijo, mirando la capa en la que estaba envuelta—. Es peligrosa. Su poder puede corromper a cualquiera, incluso a los más fuertes. Debemos tener cuidado.

Asentí, recordando la visión que había tenido antes en las ruinas.

—Lo sé. —Lo miré brevemente—. Esa cosa casi juega con mi mente.

Por un instante, nuestras miradas se cruzaron. Había algo en sus ojos, algo que parecía entender lo que estaba diciendo, como si él también hubiera lidiado con demonios propios.

La conversación cambió cuando recordamos cómo habíamos luchado juntos en las ruinas.

—Eres muy hábil —dijo de repente—. No muchos humanos podrían enfrentarse a ese tipo de situación y salir ilesos.

Lo miré con cierta incredulidad.

—¿Y entonces por qué me salvaste? si ya habías notado lo "hábil" que soy.

Él se detuvo, girando la cabeza ligeramente hacia mí.

—Porque eres humana. Y por muy fuerte que seas, no eres indestructible, aunque intentes actuar como si lo fueras.

Abrí la boca para contradecirlo, pero las palabras se atascaban. No podía decirle la verdad, así que simplemente me callé y me concentré en la comida.

Notando mi entusiasmo al comer, Alucard tomó la olla y sirvió un poco más en mi plato.

—¿Qué haces? —pregunté, levantando la mirada.

—Sirviéndote más. Es evidente que lo disfrutas.

No pude evitar una sonrisa, pequeña pero sincera.

—Gracias.

Él sonrió apenas, con esa expresión que siempre parecía mezclar sarcasmo y genuinidad.

—Tienes una forma de agradecer que suena más como si me estuvieras diciendo "muérete".

Bueno, tiene razón. Este hombre es inteligente... aunque no sabe toda la verdad. Pero, lo admito, es divertido.

Sin poder evitarlo, dejé escapar una risa ligera, más auténtica de lo que esperaba.

—Es un don. Pero, oye, ¿sabes qué? Eres bastante blando para ser mitad vampiro.

Él se detuvo por un segundo, mirándome con los ojos entrecerrados.

—¿Blando? —repitió, claramente ofendido—. No soy blando.

—Claro que lo eres. Cocinas bien, sonríes de vez en cuando... hasta eres amable conmigo. Bastante blando si me preguntas.

—Amable no significa blando —replicó, con un tono serio pero con una chispa de humor detrás.

—Claro que sí. Si fueras un verdadero vampiro, ya habrías aterrorizado a un pueblo entero para ahora. Pero no. Aquí estás, sirviendo estofado.

Él negó con la cabeza, aunque no pudo evitar sonreír un poco.

—Te aseguro que no soy blando.

—Si tú lo dices —respondí, dándole otro bocado al estofado mientras ocultaba una sonrisa. Esta noche iba a ser más entretenida de lo que pensaba.

Las estrellas titilaban sobre nosotros, ajenas al peso de la gema que ahora reposaba en mi bolso. Debo dársela a mi tío. Eso es lo que vine a hacer. Pero este vampiro... tiene una forma extraña de meterse en mi cabeza. Debo tener cuidado.

Mi mirada se desvió hacia él. Estaba sentado a unos pasos, con su eterna calma y ese aire enigmático que siempre parecía saber más de lo que decía. Tenerlo tan cerca podría alterar mis pensamientos. Es el enemigo, después de todo. Un enemigo muy distinto a lo que esperaba, pero sigue siéndolo.

Su capa estaba tirada al lado mío, ondeando ligeramente con la brisa. Si me acerco un poco más, podría tocarla y saber la verdad... Pero si hago eso, pensará que estoy loca. Mejor diré que estoy limpiándole la tierra.

Con cuidado, estiré la mano hacia la tela, mi respiración contenida como si el aire se hubiese vuelto espeso. La misma textura. La misma capa. No había duda... Él era el asesino. Tenía que serlo. Y si no lo era, entonces esto sería un mal chiste del destino. Pero ahora no podía dudar más. Alucard ya no era solo un sospechoso; ahora estaba segura.

Mi tío tenía razón: los vampiros son crueles. Saben cómo jugar con la mente de las personas, cómo enredarte en sus mentiras mientras te sonríen con ese aire de superioridad. Pero no dejaré que gane. No esta vez.

Me puse de pie de un salto, sintiendo cómo la rabia me llenaba. Alucard levantó la mirada, confundido.

—¿Qué pasa? —preguntó, su voz tan serena como siempre.

Forcé una sonrisa, una que sentí como una máscara quebradiza.

—Nada. Solo necesito un respiro —respondí antes de alejarme del campamento.

Mi mente hervía, un torbellino de pensamientos oscuros y agitados. Este vampiro también está fingiendo, claro que sí. Ganarse mi confianza debe ser parte de sus planes, como un depredador jugando con su presa antes de devorarla. Pero no lo permitiré. Mi puño se cerró con fuerza, mis uñas clavándose en la palma de mi mano. No dejaré que viva.

Respiré hondo, obligándome a contener las llamas que amenazaban con desbordarse en mi interior. Pero el aire parecía escaso, como si la misma noche me estuviera sofocando. Miré hacia las estrellas, buscando un destello de claridad, algo que calmara el caos en mi mente. Ya no importa mi tío ni su misión. Lo único que importa ahora es...

Miré hacia el campamento, hacia Alucard, que ahora estaba de pie, probablemente notando mi ausencia prolongada. ¿Cuántas veces más voy a permitir que alguien juegue conmigo? ¿Cuántas veces más voy a dudar? Este vampiro me salvó, cocinó para mí, incluso me hizo reír. Pero eso no cambia nada. No puede cambiar nada. No debería...

Lo voy a matar, y eso lo juro. No es venganza, no es odio, es justicia. Una justicia que he pospuesto demasiado tiempo, pero que ahora cumpliré, aunque eso me consuma.

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