ℭ𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 5 - 𝔒𝔰𝔠𝔲𝔯𝔦𝔡𝔞𝔡

...

Habían pasado cinco meses desde que la sequía comenzó a consumirlo todo. Aunque el agotamiento me acompañaba a diario, poco a poco había logrado reunir el dinero suficiente para dar el primer pago de una pequeña casa en la ciudad. No era una mansión aún, pero sería nuestro hogar, un refugio para mis abuelos y para mí, lejos de la incertidumbre que nos daba Ban Pa-In. Planeaba darles la sorpresa esta tarde; quería ver sus rostros llenos de alegría al saber que por fin podríamos dejar atrás las dificultades.

Ese día parecía uno más. Las cosechas seguían siendo pequeñas, y debíamos cuidar los recursos con precisión. Somchai casi no aparecía últimamente, ocupado cuidando de su hermano menor, que estaba enfermo. Aunque me dolía no verlo tanto, entendía que su familia lo necesitaba. De vez en cuando le daba algo de dinero para que pudiera comprar medicinas o comida. Notaba que lentamente, el pequeño empezaba a mejorar, cada día lo veía más fuerte y eso era un alivio para mi amigo y sus padres. Y, por supuesto también para mí.

Estaba feliz porque sentía que, por primera vez en mucho tiempo, todo iba a mejorar. Con mi bolsita de tela bien apretada en las manos, me acerqué al vendedor de la casa. Su rostro amable me recibió con una sonrisa, y después de intercambiar algunas palabras, me entregó la llave, el símbolo tangible de nuestro nuevo comienzo. Mi corazón estaba lleno de emociones, pero antes de poder guardarla en mi bolso, un grito desgarrador llenó el aire. Y por supuesto también para mí.

—¡Ban Pa-In se está incendiando! —La voz de un hombre rompió la calma, y de inmediato el mundo pareció detenerse.

Mi cuerpo se quedó congelado por un segundo, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar. Levanté la vista y vi a un grupo de aldeanos corriendo hacia el horizonte, señalando el cielo. Mi corazón comenzó a latir con tanta fuerza que pensé que se saldría de mi pecho.

Entonces lo vi: una columna de humo negro elevándose al cielo, oscureciendo las estrellas. El fuego iluminaba la noche como un monstruo rugiente. Era nuestro pueblo. Mi hogar.

Mis piernas se movieron por puro instinto. Subí a Boon y lo animé a correr tan rápido como sus patas pudieran llevarnos. El aire estaba lleno de gritos y sollozos de los aldeanos que, como yo, corrían desesperados hacia Ban Pa-In. Algunos dejaban caer sus herramientas o carretas en el camino, sin importarles nada más que llegar a tiempo para salvar a sus familias.

El miedo me envolvía como un manto frío. No podía pensar con claridad, pero las imágenes de mi abuela y mi abuelo llenaban mi mente. Ellos estaban allí, en medio de todo. ¿Estarían bien? ¿Habían logrado escapar? ¿Somchai? ¿Los monjes y mis demás amigos? La idea de perderlos me apretaba el pecho hasta casi no dejarme respirar.

—Por favor, Boon, más rápido —susurré con la voz quebrada, aunque sabía que él ya estaba dando todo de sí.

El sonido de las pisadas de Boon retumbaba en mis oídos, mezclándose con el rugir del fuego a lo lejos. Cada vez que cerraba los ojos, veía a mi familia atrapada entre las llamas, llamándome. Una parte de mí quería gritar, pero las palabras no salían. Lo único que podía hacer era seguir adelante.

El camino hacia Ban Pa-In parecía eterno. Las sombras del bosque se extendían como espectros bajo la luz de la luna, y el aire comenzaba a llenarse con el hedor del humo. Mi corazón latía con tanta fuerza que sentía que me desgarraría por dentro. Cada golpe de las patas de Boon contra el suelo me acercaba más a una realidad que no quería enfrentar.

El fuego se hacía más visible, iluminando la noche con un brillo anaranjado que teñía el mundo de terror. Sentía lágrimas acumulándose en mis ojos, pero las aparté rápidamente. No podía permitirme llorar. Tenía que ser fuerte, aunque cada parte de mi ser quisiera rendirse al miedo.

—Aguanten, por favor, aguanten —repetía en mi mente como un mantra.

El pueblo estaba cerca. Podía escuchar los gritos más claramente, voces llenas de desesperación y horror. Las llamas danzaban como bestias hambrientas, devorándolo todo a su paso. Mi hogar, mis recuerdos, mi vida... Todo estaba envuelto en un caos ardiente.

Cuando llegué a la aldea, el aire estaba cargado de humo y cenizas, y el calor abrasador hacía que respirar fuera un esfuerzo. Mi cuerpo tembló como una hoja mientras el panorama frente a mí se revelaba en toda su crudeza. Las casas que alguna vez fueron nuestro refugio estaban reducidas a esqueletos humeantes. Las llamas seguían devorando las estructuras de madera, iluminando el caos con un resplandor infernal.

El primer sonido que rompió el silencio fue un grito desgarrador. Miré hacia un lado y vi a un niño pequeño corriendo descalzo, su piel quemada a carne viva. Su rostro estaba retorcido de dolor mientras sostenía con una mano el muñón ensangrentado donde antes estaba su brazo. Tropezó y cayó al suelo, pero se levantó de nuevo, gritando por su madre. Otro niño, no tan afortunado, yacía inmóvil a unos metros, con los ojos abiertos y vacíos, abrazado a su madre, que también estaba muerta. Algunos monjes del templo también yacían muertos en el suelo mientras que sus túnicas ahora eran rojas por la sangre de sus cuerpos.

Quería gritar, pero mi voz no salía. Mis pies parecían estar pegados al suelo mientras observaba a una mujer que trataba de mover los escombros de lo que quedaba de su casa. Sus manos estaban llenas de sangre, pero no se detenía. Sabía que debajo de esos restos estaban sus hijos, pero sus fuerzas se estaban agotando.

Caminé unos pasos, y el hedor de la carne quemada me hizo cubrirme la nariz con la mano. Más adelante, vi algo que hizo que mi estómago se revolviera. Un elefante yacía en el suelo, su cuerpo enorme completamente inmóvil. Sus colmillos habían sido extirpados brutalmente, dejando un agujero sangriento donde alguna vez estuvieron. Sus ojos seguían abiertos, y en uno de ellos, una lágrima brillaba bajo el resplandor de las llamas. A pesar de su muerte, su rostro reflejaba el dolor que había sufrido.

—No... no... —murmuré, negando con la cabeza mientras retrocedía. Sentía que el mundo a mi alrededor se desmoronaba.

Boon comenzó a moverse inquieto bajo mí, sacudiendo la cabeza con nerviosismo. Su trompa se alzaba como si tratara de advertirme algo. Lo acaricié suavemente, tratando de calmarlo, pero la realidad era que no podía permitir que él corriera el mismo destino que aquel elefante. Mi mano temblaba mientras lo empujaba ligeramente.

—Vete, Boon. No puedo dejar que te pase algo —le dije, aunque sabía que no podía entenderme.

Él se negó a moverse. Su mirada estaba fija en mí, y sus patas permanecieron firmes en el suelo. Mi corazón se rompía al verlo así, pero no podía permitir que se quedara. Con lágrimas llenándome los ojos, levanté la mano y golpeé su lomo con la fuerza suficiente para que retrocediera.

—¡Vete! ¡Por favor! —grité, mi voz quebrándose mientras sentía el impacto resonar en mi propia alma.

Boon dejó escapar un sonido grave y dolorido antes de retroceder lentamente. Su enorme cuerpo se giró, y aunque me dolió más de lo que podía soportar, me aseguré de que se alejara lo suficiente para estar a salvo.

Ahora estaba sola. Las cenizas caían como nieve negra, cubriendo mi ropa y mi cabello mientras corría entre los escombros. Mi respiración era irregular, y el suelo quemado quemaba las plantas de mis pies descalzos, pero no me detuve. Tenía que llegar a mi casa. Tenía que encontrar a mis abuelos.

Los gritos de la gente se mezclaban con el rugir del fuego. A mi alrededor, vi figuras que al principio no comprendí. Sombras que se movían con rapidez, tan veloces que apenas parecían humanas. Y entonces lo vi. Ellos. Los mismos monstruos que había visto aquella noche en el bosque.

Vampiros.

Uno de ellos sujetaba a una mujer del brazo mientras hundía sus colmillos en su cuello. La sangre chorreaba por su cuerpo mientras ella trataba inútilmente de liberarse, sus gritos se apagaron poco a poco hasta quedar en silencio. A unos metros, otro vampiro tenía a un niño pequeño en brazos, bebiendo de su cuello mientras la sangre empapaba su ropa. El niño gritaba con un dolor que cortaba el alma, hasta que finalmente dejó de moverse.

Era un infierno. Un caos que no podía describir con palabras. El fuego, los gritos, la sangre... todo se mezclaba en un espectáculo de horror que parecía salido de las peores pesadillas. Mis puños se cerraron con fuerza, y mi respiración se volvió más pesada. Mis ojos se oscurecieron, llenándose de una furia que nunca había sentido.

—No... no más —susurré, mientras mis pies me llevaban hacia adelante. El miedo había desaparecido. Solo quedaba odio.

El aire quemaba mis pulmones mientras corría entre los escombros, el fuego y el horror que había consumido mi aldea. Cada paso me acercaba más a mi casa en la colina, pero el camino parecía interminable. El llanto de los niños, los gritos de las madres y el rugir de las llamas se mezclaban con los alaridos grotescos de los vampiros y esas criaturas deformes que destrozaban todo a su paso.

Mi corazón latía frenéticamente, una mezcla de terror y furia alimentando cada uno de mis movimientos. Sentía que las piernas no me respondían, pero algo dentro de mí me empujaba hacia adelante. No podía detenerme, no podía pensar. Si mis abuelos estaban allí, necesitaba salvarlos.

De pronto, uno de esos monstruos apareció frente a mí. Sus ojos brillaban con un rojo intenso, y su boca estaba cubierta de sangre fresca. Sus colmillos relucían bajo la luz del fuego. Sin detenerme, saqué la barra de metal que llevaba atada a mi espalda. Antes de que pudiera pensar, ya estaba corriendo hacia él.

Con un grito que salió de lo más profundo de mi pecho, lancé un golpe directo a su torso. La barra atravesó su corazón como si fuera mantequilla, y un chillido desgarrador salió de su boca antes de caer al suelo. Mis manos temblaban al ver el cadáver frente a mí. Por un instante, el pánico se apoderó de mí.

—Lo maté... lo maté... —susurré, mi cuerpo paralizado, mi primera muerte, ahora me había convertido en una asesina.

No tuve tiempo para procesarlo. Otro vampiro cargó hacia mí, sus garras extendidas como cuchillas. Me moví por instinto, girando sobre mi eje para esquivar su ataque. Antes de que pudiera reaccionar, lancé un codazo directo a su mandíbula, sintiendo cómo se fracturaba bajo el impacto. El monstruo retrocedió, gruñendo de dolor, pero no le di tiempo para recuperarse. Levanté la pierna y le di una patada en la rodilla con toda mi fuerza. Escuché el crujido seco del hueso al romperse. Mi fuerza ahora usada con todo su potencial ya no tenía que ocultarla.

Uno tras otro, los vampiros se abalanzaban sobre mí, pero cada movimiento que hacía era más preciso que el anterior. Mis golpes eran contundentes: un rodillazo al estómago que lo dejó sin aire, un codo al cuello que lo tumbó, una patada giratoria que mandó a otro volando contra una pared. Estaba usando todo lo que había aprendido en el templo, cada lección grabada en mi cuerpo como un reflejo automático.

Mientras peleaba, escuchaba los gritos de los aldeanos. Vi a un hombre atrapado debajo de un vampiro. Sin pensarlo, corrí hacia él, golpeando al monstruo con la barra en la cabeza. El sonido de los huesos rompiéndose resonó, y el vampiro cayó inerte.

—¡Corre! —le grité al hombre, quien apenas logró levantarse antes de huir tambaleándose.

Pero entonces las cosas empeoraron. De entre las sombras, aparecieron criaturas diferentes. No eran vampiros, eran algo peor. Sus cuerpos deformes tenían alas negras como las de un murciélago, y sus ojos brillaban con un tono amarillo enfermizo. Uno de ellos voló hacia mí con una velocidad aterradora.

Antes de que pudiera reaccionar, sentí sus garras clavándose en mis hombros. Un chillido salió de mi boca mientras me levantaba del suelo, el viento golpeando mi rostro mientras ascendíamos. La criatura me apretaba con fuerza, pero algo dentro de mí se rebeló. Usando toda mi fuerza, logré agarrar su cuello con ambas manos y, con un giro rápido, lo quebré.

La criatura soltó un alarido y cayó, llevándome con ella. Sentí el impacto en todo mi cuerpo cuando aterrizamos sobre el techo en llamas de una casa. El dolor en mi brazo me hizo gritar; un pedazo de madera roto había atravesado mi carne.

Con los dientes apretados, rompí el trozo que sobresalía de mi brazo. No había tiempo para debilidades. Me levanté tambaleándome mientras más vampiros corrían hacia mí, atraídos por el olor de mi sangre.

Retrocedí unos pasos, mi mente trabajando rápido. Mis ojos se posaron en unas latas de grasa de pescado tiradas cerca de un costado. Una idea se formó en mi cabeza, una manera de abrirme pasó más rápido.

Corrí hacia las latas, abriéndolas con rapidez. Vertí la grasa sobre mis piernas, el líquido resbalando por mi piel. Luego, con un movimiento decidido, acerqué mis pantalones al fuego. En un instante, mis piernas estaban envueltas en llamas.

El calor era insoportable, pero no me detuve. Corrí hacia los vampiros, lanzando patadas ardientes que los golpeaban con precisión. Uno cayó al suelo, envuelto en llamas, mientras otro retrocedía, gritando al sentir el fuego. Golpe tras golpe, las llamas en mis piernas los debilitaban, y mi furia se convertía en mi arma más letal.

Finalmente, el dolor se volvió insoportable, y rodé en el suelo para apagar las llamas. Mi piel ardía, pero no podía detenerme. Me levanté con dificultad, mi brazo sangrando y mi respiración pesada.

Corrí hacia mi casa, que estaba completamente envuelta en llamas. Mi cuerpo temblaba mientras miraba las llamas consumir lo que alguna vez fue mi hogar.

—No, no, no... —murmuré, mi voz quebrándose.

El sonido de un grito rompió mi trance. Era la voz de mi abuela. Venía de las cosechas, más allá de la casa. Sin pensarlo, corrí hacia allí, mis piernas moviéndose como si no fueran mías. Tenía que llegar a tiempo.

Al llegar al campo, el espectáculo frente a mis ojos me dejó sin aliento. Mi abuelo, el hombre que siempre había sido un pilar de calma y sabiduría, estaba peleando como nunca lo había visto. Usaba un machete con una destreza que jamás habría imaginado. Sus movimientos eran precisos y letales, combinando giros con cortes rápidos que partían a los vampiros en dos como si fueran de papel. Cada golpe estaba cargado de fuerza y determinación, una intensidad que nunca había mostrado antes.

Ese imponente guerrero era mi abuelo. Las historias eran ciertas, y yo no podía apartar la vista de él. El aire a su alrededor parecía vibrar con cada movimiento, cada ataque lleno de precisión y poder. Giraba sobre su pie con la gracia de un maestro de Muay Boran, pero esta vez su danza estaba cargada con la letalidad de su arma. Un vampiro se lanzó sobre él con furia, pero mi abuelo lo detuvo con un golpe directo al estómago usando la empuñadura de su machete. Sin perder un instante, realizó un corte limpio que separó la cabeza de la criatura de su cuerpo.

Mi mirada se desvió hacia el suelo. Mi abuela estaba allí, recostada con una expresión de terror en el rostro. Su pierna sangraba profusamente, y estaba claro que no podía moverse. Su cabello estaba desordenado, y su respiración era irregular mientras intentaba contener las lágrimas.

—¡Abuelo! ¡Abuela! —grité, mi voz quebrándose al ver la escena.

Corrí hacia ellos, mi corazón latiendo con una mezcla de pánico y furia. Mi abuelo me lanzó una mirada fugaz, su rostro cubierto de sudor y manchas de sangre, pero volvió a concentrarse en los enemigos que lo rodeaban.

En mi camino, dos vampiros me bloquearon el paso. El primero se lanzó hacia mí con las garras extendidas, pero mi rabia superaba cualquier miedo. Levanté mi brazo, atrapando su muñeca en el aire, y con un giro brusco, se la quebré. El monstruo gritó, pero no le di tiempo para reaccionar. Con un movimiento rápido, hundí mi mano en su pecho, sintiendo la resistencia de su carne mientras buscaba su corazón. Lo encontré y lo arranqué de un tirón, viendo cómo su cuerpo se desplomaba frente a mí.

El segundo vampiro intentó aprovecharse de mi distracción, pero giré justo a tiempo. Un golpe directo con mi puño a su mandíbula lo dejó tambaleándose. Aproveché la oportunidad para terminar el trabajo, y con toda la fuerza que pude reunir, lo decapité con un movimiento violento de mi brazo. Su cabeza rodó por el suelo mientras su cuerpo caía como un saco vacío.

—¡Voy por ustedes! —grité, avanzando con determinación.

Pero entonces, algo me detuvo. Un grupo de criaturas monstruosas se lanzó sobre mí. Sus garras huesudas me sujetaron de los brazos y las piernas, inmovilizándome por completo. Pateé y me retorcí, luchando con todas mis fuerzas, pero eran demasiados. Una mano gigante y fría cubrió mis labios, ahogando mis gritos mientras me empujaban contra el suelo con violencia.

—¡No! —quise gritar, pero solo salió un sonido apagado.

Mis ojos se abrieron de par en par al ver lo que sucedió a continuación. Un encapuchado de capa negra apareció, moviéndose con una velocidad que parecía irreal. En un abrir y cerrar de ojos, estaba detrás de mi abuela.

—¡No, abuela, cuidado! —quise advertir, pero el peso de las criaturas sobre mí lo hizo imposible.

Mi abuelo, viendo el peligro, giró rápidamente y se interpuso entre el encapuchado y mi abuela. El filo de una espada brilló bajo la luz de las llamas antes de hundirse en su pecho.

Todo pareció detenerse. Vi cómo la sangre salía de su boca en un torrente, manchando la tierra bajo sus pies. Su rostro se torció en una mezcla de dolor y resolución mientras caía de rodillas.

El encapuchado dejó escapar una pequeña risa fría, un sonido que resonó en mi cabeza como un eco interminable.

Mis lágrimas, que había contenido hasta ese momento, finalmente cayeron. Un grito de rabia y desesperación quedó atrapado en mi garganta, amortiguado por la mano que cubría mi boca. Sentí que mi corazón se rompía en mil pedazos mientras observaba a mi abuelo desplomarse frente a mis ojos.

Mi abuela, con un grito desgarrador, se arrastró hacia él. Sus manos temblorosas lo sujetaron, presionando la herida como si pudiera detener la hemorragia.

—¡No te vayas, Athit! ¡Por favor, no me dejes! ¡Te amo, no te vayas! —gritaba, sus palabras ahogadas por el llanto.

Intenté liberarme, pero los monstruos me mantenían firmemente inmovilizada. Mis uñas se clavaron en las garras que me sujetaban, pero no lograba soltarlas.

Solté un grito desde lo más profundo de mi garganta, aunque estaba ahogado por la mano que seguía cubriendo mis labios. Mis lágrimas, contenidas, pero temblando en el borde de mis ojos enrojecidos, reflejaban un odio ardiente. Mi ceño se frunció con intensidad, mientras sentía que mi alma ya no habitaba en mi cuerpo, como si una parte de mí hubiera sido arrancada para siempre.

Su sangre teñía las manos de mi abuela mientras él la miraba por última vez. A pesar del dolor, una sonrisa suave apareció en su rostro.

—Ustedes son mis tesoros más preciados, deben sobrevivir... —murmuró con voz débil, apenas audible.

El encapuchado alzó su espada, listo para acabar con ambos en un solo golpe. El odio ardió en mi interior como un fuego incontrolable. Todo mi ser clamaba por liberarse, por acabar con aquellos monstruos que habían destruido mi hogar y arrebatado a mi abuelo.

De pronto, sentí una fuerza en mí que jamás había conocido, pero también un dolor que desgarraba mi ser. Mis uñas comenzaron a crecer, transformándose en garras bestiales mientras las antiguas caían, dejando hilos de sangre. Mis dientes cambiaron, alargándose hasta formar colmillos afilados de dos hileras, y mis ojos brillaron, transformando mi mirada en un destello azul intenso y feroz. La fuerza que ahora me abrazaba cegó mi vista por un momento, y cuando volví a la realidad, ya me había soltado de los monstruos que me sujetaban. Mis garras atravesaron el cuello de uno, mientras con un mordisco desgarraba el brazo del otro. En segundos, sus cabezas rodaron al suelo tras una patada giratoria que cerró el combate.

No había tiempo para pensar. El vampiro que había atacado antes se lanzó hacia mí. Intenté contrarrestarlo con toda mi fuerza, pero fue inútil. Me tomó del cuello, y yo clavé mis garras en su brazo desesperadamente. Solo logré un gruñido de su parte antes de que me arrojara contra una pared de piedra. Mi cuerpo se estrelló con un estruendo, y mientras caía al suelo, mi forma volvió a ser la de antes. El dolor ardía en cada centímetro de mi piel, pero no tuve tiempo de prestarle atención.

Vi al vampiro avanzar hacia mi abuela. Ella seguía abrazando a mi abuelo, que yacía en el suelo, agonizante. Corrí hacia el vampiro, aferrándome a su pierna con las pocas fuerzas que me quedaban, pero él me apartó con una patada. Aun así, logré arrancarle un trozo de su capa negra, que sujeté con fuerza en mi puño.

—¡No! —grité, impotente, viendo cómo el vampiro se preparaba para atacar a mi abuela. Ella cerró los ojos, temblando, aferrándose a mi abuelo como si con eso pudiera protegerlo.

De pronto, un sonido grave rompió el aire: un aullido, profundo y feroz, que me heló la sangre. Frente a mí apareció una criatura gigantesca, cubierta de pelo, con garras afiladas y dientes como espadas. Era un lobo, o eso pensé, hasta que lo vi alzarse en dos patas. La bestia tomó al vampiro por el cuello y lo lanzó contra una roca, rompiéndola en pedazos. Comenzaron a pelear, y era como si el mundo entero se detuviera para presenciar ese duelo de titanes.

Fue entonces cuando lo vi: el vampiro misterioso. Su cabello, de un tono rubio, quedó expuesto, pero su rostro seguía oculto entre la tela negra. La gran bestia rugió y volvió a lanzarse contra él, pero el vampiro se desvaneció en un torbellino de murciélagos que se dispersaron en el cielo, dejando tras de sí un rastro de humo negro.

La criatura, frustrada, lanzó un último rugido hacia el cielo antes de volver a las cuatro patas. Luego se alejó, eliminando a las bestias que quedaban en el pueblo, mientras yo, débil y rota, agradecía mentalmente a aquel ser desconocido.

Me arrastré hasta mis abuelos. Mi abuela tembló al sentir que la abrazaba, pero cuando abrió los ojos y me devolvió el abrazo, rompió en un llanto desconsolado. Al mirar a mi abuelo, sentí cómo mi pecho se llenaba de una tristeza insoportable. Su rostro, antes cálido y lleno de vida, ahora estaba pálido, con la sangre goteando por sus labios.

—¡Abuelo, no! Por favor... no puedes dejarnos, no puedes irte —mi voz se quebró mientras las lágrimas caían sin control por mi rostro—. Debes resistir. Te lo prometo... todo va a salir bien.

Mis manos temblaban al apoyarlas sobre mi pecho, tratando de calmar el dolor punzante que me consumía por dentro. Tomé su mano fría y la sostuve con fuerza, como si así pudiera anclarlo a este mundo.

—Ya... ya tengo una casa para nosotros —continué entre sollozos, mis palabras apenas saliendo mientras luchaba por no derrumbarme—. Viviremos tranquilos en la ciudad... tú, la abuela y yo. Todo será diferente, lo prometo. Tendremos un hogar seguro, un lugar donde reiremos otra vez. No, por favor... abuelo, resiste un poco más. Voy a ayudarte... ¡lo haré!

Las lágrimas se desbordaron mientras hablaba, mi pecho apretado por la desesperación. Mi abuelo, con un rostro pálido y débil, esbozó una sonrisa pequeña, llena de amor y tristeza.

Él respiró con dificultad, su voz apenas un susurro que se deslizaba entre el peso de aquel momento:

—Mi dulce niña... has trabajado tanto. Ninguna niña debería haber hecho lo que tú hiciste. Siempre fuiste tan rebelde y traviesa, pero también nuestro mayor regalo de los dioses. Prométeme... cuida de tu abuela. Esa será mi última voluntad.

—¡No! —repliqué, negando con fuerza mientras las lágrimas nublaban mi visión—. Prometo cuidarla, pero no así, abuelo. No puedes decirlo de esa manera. No puedes dejarnos... no puedes irte. Aún tienes que verme cumplir mi sueño. Tienes que estar allí para abrazarme, para decirme que estás orgulloso de mí.

Su mano, cálida en otro tiempo, comenzó a enfriarse entre las mías. Me aferré a ella con más fuerza, buscando evitar lo inevitable.

—Debes vivir una vida larga con la abuela... en nuestra casa nueva, juntos. Tendremos nuestro jardín de flores de todos los colores, nuestras historias... y reiremos como siempre lo hicimos. Y cuando me convierta en guardia real, cuando gane un gran sueldo, vivirás en una mansión. Todos estaremos allí... tú, la abuela, Boom y nuestros amigos. Por favor, abuelo... ¡debes vivir! No puedo, no puedo estar sin tus consejos, sin tu sonrisa, sin ti.

Él escuchó mis palabras, y vi cómo una lágrima solitaria caía por su mejilla. A pesar del dolor, sus labios se curvaron en una sonrisa que parecía abarcar todo el amor del mundo.

—Denayt... —dijo con voz apenas audible—. Siempre estuve orgulloso de ti. Siempre lo estaré... Pero, mi niña, mi tiempo aquí se acaba. No temas. No llores. Yo siempre estaré contigo, aunque no puedas verme. Soy el latido en tu pecho, tu refugio cuando sientas que el mundo se quiebra. Tú estás en mí, y yo estaré en ti... para toda la eternidad. Las amo.

Y entonces, su último suspiro dejó el aire más frío, más vacío. Su mano perdió fuerza entre la mía, y su pulso se desvaneció.

—¡No! —grité, abrazándome a su pecho inmóvil. Mis lágrimas cayeron sin cesar, mezclándose con la sangre que aún manchaba su ropa. Mi abuela, incapaz de soportar el dolor, se lanzó sobre él también, llorando desconsoladamente. Sus gritos rogaban a los dioses que lo trajeran de vuelta.

Me quedé allí, abrazándolo, mientras la realidad me golpeaba como una tormenta: él ya no volvería. Todo lo que amaba se estaba desmoronando frente a mis ojos, y no había nada que pudiera hacer para detenerlo.

Cerré los ojos, deseando con todas mis fuerzas que fuera solo una pesadilla, pero el frío de la noche y el peso de mi abuela ahora en mis brazos me recordaban que no lo era.

Miré su rostro una última vez mientras mi abuela cerraba sus ojos con manos temblorosas. Su expresión, aunque pálida, aún conservaba aquella paz que siempre había llevado consigo.

Y yo... yo mordí mi labio hasta sentir el sabor metálico de la sangre, tratando de contener los temblores de mi cuerpo.

¿Por qué la vida tenía que ser así? ¿Por qué arrebataba lo que más amábamos en un abrir y cerrar de ojos? La injusticia de todo aquello me devoraba desde dentro.

Mientras tanto, las llamas que habían consumido el pueblo comenzaban a extinguirse. El silencio se hizo más pesado, y con él, mi esperanza parecía apagarse también. Todo se sentía irreal, como si el mundo hubiera perdido sus colores, sus sonidos... su sentido.

El tiempo pasará. Los recuerdos se desvanecerán. Las personas se irán. Pero mi corazón... mi corazón nunca olvidará.

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