ℭ𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 14 - ℨ𝔥ō𝔫𝔤𝔥𝔲á
Año 1630 D.C., Ciudad Tengchong, Provincia de Yunnan, China.
El aire era frío cuando desperté. El amanecer teñía el horizonte con tonos anaranjados y rosados, filtrándose entre los árboles y proyectando sombras alargadas sobre la tierra húmeda. Nos encontrábamos a las orillas de la frontera entre el Reino de Dali y el Tíbet, en algún punto entre las montañas Hengduan. Un paisaje de colinas brumosas y bosques de coníferas se extendía a nuestro alrededor, con senderos de tierra endurecida por la helada nocturna. El viento traía consigo el aroma fresco del río cercano, mezclado con la madera quemada de nuestra fogata agonizante.
Antes de reunirme con los demás, me dirigí en silencio hacia el lago cercano. Me deshice de mis botas y mi abrigo, sintiendo cómo el aire frío de la mañana mordía mi piel. El agua reflejaba el cielo teñido de tonos dorados y rosados, un espejo tranquilo que ocultaba el caos de mis pensamientos. Sin dudarlo, me sumergí.
El agua estaba helada, como una cuchilla cortando mi piel, pero soporté el escalofrío. No era solo por necesidad; esto era un ritual, una forma de recuperar mi enfoque. Lavé cualquier rastro del perfume de hierbas que usé anoche. Si alguien intentaba rastrear un olor sospechoso, no encontraría nada que me conectara con el incidente.
Cada gota helada que recorría mi cuerpo parecía arrancar algo más que el aroma. Era como si la culpa y la duda también se deslizaran por mi piel, disolviéndose en la corriente. Cerré los ojos y dejé que la sensación se arraigara en mí. Debía endurecerme. No podía permitirme más errores.
Cuando finalmente salí, mi piel ardía por el frío, pero mi mente estaba más clara. Me vestí con rapidez y volví al campamento, asegurándome de que nadie notara mi ausencia.
Me incorporé lentamente, asegurándome de que mi expresión no delatara el torbellino en mi mente. Había dormido poco, demasiado ocupada planeando cómo cubrir mi error de la noche anterior. Tenía que actuar con naturalidad. Tenía que ser convincente.
Miré a mi alrededor. Alucard estaba de pie, con la capa echada sobre los hombros, observando el bosque con una mirada impasible. Ashaan se desperezaba cerca de la fogata, frotándose los ojos con fastidio. Dashka, por su parte, seguía atado a un árbol, con expresión hastiada y la cabeza gacha.
—¿Dormiste bien? —preguntó Ashaan con sorna al notar que me levantaba—. Porque yo tuve una noche de mierda.
—No es mi culpa que no puedas dormir sin un techo sobre la cabeza -respondí con una media sonrisa, intentando que mi tono sonara despreocupado.
Ashaan bufó, pero antes de que pudiera responder, Alucard habló por primera vez esa mañana.
—Alguien intentó matarme anoche.
Su voz era tranquila, pero el peso de sus palabras hizo que el aire pareciera más denso. Sentí una punzada de tensión en la nuca, pero no dejé que se reflejara en mi rostro.
—¿Qué? —fruncí el ceño, fingiendo incredulidad—. ¿Cómo?
—Sentí una presencia cercana —dijo Alucard, girando ligeramente la cabeza hacia nosotros—. Pero era... inusual. No podía percibirla con la vista, solo con los sentidos. No sería la primera vez que intentan asesinarme en la oscuridad. Así que dejé que mi espada hiciera su trabajo... pero el intruso fue lo bastante hábil para huir antes de que pudiera acabar con él.
—¿Así que un fantasma? —murmuró Dashka con sorna—. Qué cortés bienvenida la de los espíritus chinos.
Lo ignoré y aproveché el momento para reforzar mi historia. Fruncí los labios, como si estuviera debatiéndome internamente, y luego suspiré.
—No quería alarmarlos... pero creo que anoche también intentaron robarme la gema.
Ashaan me miró de inmediato.
—¿Qué? ¿Y por qué diablos no lo dijiste antes?
Me arremangué la manga de mi abrigo y mostré mi brazo vendado. La tela estaba manchada con sangre seca, un corte lo suficientemente profundo para ser creíble. Además, me había rasgado un poco la blusa en el hombro, como si hubiera forcejeado con el atacante. Sabía que la herida ya había sanado, mi naturaleza no humana me aseguraba eso, pero debía fingir que aún dolía. Debía hacer que la mentira se mantuviera firme.
—Me desperté cuando sentí un tirón en mi bolso —dije, asegurándome de que mi voz sonara firme—. Alcancé a forcejear con alguien, pero escapó antes de que pudiera ver su rostro. Me alcanzó a hacer esto.
Dejé que mis palabras se hundieran en el grupo. Ashaan miró mi herida con sospecha, pero finalmente chasqueó la lengua y negó con la cabeza.
—Esto se pone cada vez mejor... —murmuró—. Si alguien nos está siguiendo, nos está probando.
—Intenté rastrearlo -añadí, cruzándome de brazos—. Me interné en el bosque, pero sus huellas desaparecieron como si nunca hubiera estado allí. No era un ladrón común.
Alucard seguía observándome con esa calma inquietante que le era natural. Por un segundo, creí notar un destello de algo más en su mirada. ¿Sospecha de mí?
—Yo no noté nada —intervino Dashka de repente, encogiéndose de hombros-. Pero sí escuché pasos. No era un animal. Se movía como un humano, pero... luego desapareció.
Eso sirvió para que Ashaan soltara un bufido y se pusiera de pie, sacudiéndose el polvo de su abrigo.
—Genial. No solo nos están siguiendo, sino que además son jodidamente sigilosos. Me encanta esta expedición.
Alucard no dijo nada más. Se limitó a girarse nuevamente hacia el bosque, sus ojos afilados como si pudiera ver algo que los demás no. Yo reprimí el impulso de tragar saliva.
—Debemos movernos rápido —declaré, ajustándome la capa sobre los hombros-. Si algo nos sigue, no podemos permitirle ventaja. Debemos encontrar el siguiente vestigio cuanto antes.
El grupo asintió, y en poco tiempo desmontamos el campamento y nos pusimos en marcha. La frontera con China se extendía ante nosotros, un camino empedrado que serpenteaba entre colinas bajas y pequeñas aldeas.
Nos pusimos en marcha cruzando la frontera. Al acercarnos, los guardias vigilaban con lanzas y armaduras de cuero reforzado. Dejé que Alucard hablara con ellos.
—Somos comerciantes —dijo con su tono tranquilo pero seguro—. Buscamos hierbas raras y pieles para comerciar en las aldeas cercanas.
Los guardias nos inspeccionaron con recelo, pero al ver nuestros sacos con suministros y los animales cazados, finalmente nos dejaron pasar.
Nos adentramos en territorio chino, recogiendo muchas hierbas y cazando un par de animales en el camino. Sabía actuar bien este papel. Examinaba cada hoja y raíz con el esmero de una experta, mientras los demás mantenían su papel de mercaderes.
El camino nos llevó a Tengchong, un pueblo en la frontera suroeste de China, cercano a la India y Birmania. A medida que nos acercábamos, el paisaje cambió. Los bosques densos dieron paso a campos de té escalonados y colinas onduladas cubiertas de neblina. Al fondo, las montañas se alzaban como guardianes silenciosos, mientras el río serpenteaba por el valle, reflejando el sol de la mañana.
Las casas eran de madera oscura con techos de tejas curvadas, los bordes ligeramente elevados en un diseño tradicional. Algunas tenían faroles rojos colgando de los dinteles, iluminados por la tenue luz del día. A pesar del frío, las calles estaban vivas: comerciantes instalaban sus puestos en la plaza central, donde vendían desde sedas bordadas hasta hierbas medicinales y especias de aroma intenso.
Los aldeanos vestían túnicas largas de algodón o seda, algunas en tonos oscuros con bordados sutiles, otras más coloridas con patrones florales. Hombres y mujeres caminaban con la serenidad de quienes conocían bien el terreno, pero no podían evitar mirarnos de reojo. Éramos un grupo extraño. Un dhampir de ropas refinadas, un mercenario de piel bronceada con una actitud descarada, un prisionero encadenado y una mujer vestida de negro con un porte demasiado vigilante. Éramos forasteros, y en un pueblo como este, eso significaba que llamaríamos la atención.
Los aromas de la comida flotaban en el aire: arroz al vapor, pato laqueado, jiaozi recién hechos y brochetas de cordero especiadas. Un vendedor pasaba con un carrito vendiendo baozi rellenos de cerdo y cebollín, el vapor elevándose en nubes blancas cuando levantaba la tapa de bambú.
Mi estómago rugía de hambre, pero debía ignorarlo por ahora.
Nos detuvimos en la plaza central, asegurándonos de mantenernos apartados del flujo principal de aldeanos. No queríamos problemas antes de tiempo. Crucé los brazos y miré al grupo.
—Debemos separarnos —anuncié, observando las reacciones de cada uno-. Ashaan, ve con Dashka. Por si acaso. Necesitamos investigar más sobre el vestigio antes de hacer cualquier movimiento.
—¿Ya te cansaste de mí? —bromeó Ashaan, sonriendo de lado.
—Solo quiero asegurarme de que nadie desaparezca misteriosamente —respondí con sarcasmo.
Dashka resopló, pero no dijo nada.
—El vestigio está vinculado a Shi Cheng, la antigua ciudad sumergida en el lago Qiandao —continué, fijando mi mirada en Alucard—. Según lo que he averiguado, la ciudad fue abandonada y quedó bajo el agua, pero su historia está plagada de mitos sobre guardianes y fuerzas que la protegen.
—Y según Dashka, los registros mencionan algo más —intervino Alucard—. Criaturas que merodean en la profundidad.
—Exacto —asentí—. Tenemos el mapa, pero no podemos arriesgarnos a otra emboscada de monstruos sin estar preparados. Necesitamos más información.
Alucard pareció meditarlo un momento antes de asentir.
—De acuerdo. Nos dividiremos por ahora, pero manténganse alerta. Tengchong no es un lugar donde los forasteros pasen desapercibidos.
Cada uno tomó su camino. Por ahora, la misión era averiguar qué nos esperaba bajo el agua... y cómo sobrevivir a ello.
Aproveché la oportunidad para recorrer el pueblo por mi cuenta. Si bien necesitábamos investigar, también tenía otro propósito: comer tranquila. Sabía que Alucard me observaba con más cuidado desde lo que intenté la noche anterior, y no quería su mirada inquisitiva sobre cada cosa que hacía.
Me detuve en un pequeño puesto de comida callejera, donde un anciano vendía tazones humeantes de "guo qiao mi xian" o mejor conocidos como fideos de arroz con caldo, baozi rellenos de cerdo y tanghulu, frutas caramelizadas en brochetas. Pedí un poco de todo, queriendo probar cosas que nunca había visto. El sabor del caldo caliente era reconfortante y, por un momento, me permití disfrutar de la tranquilidad del momento.
Caminando entre los puestos, me llamó la atención una actividad diferente. Un grupo de personas se había reunido en torno a un juego de faroles colgados con tiras de papel. Escuché a un vendedor explicar:
—Cada farol tiene escrita una adivinanza. Quien la resuelva correctamente, puede llevarse el farol como premio.
Me acerqué con curiosidad, pero de pronto me detuve en seco.
Alucard estaba allí, escribiendo en uno de los faroles.
Mi reacción fue inmediata: escondí mi comida detrás de mi espalda, como si eso pudiera evitar que me viera o juzgara. ¿Me había notado?
Lo observé en silencio mientras dejaba su adivinanza en uno de los faroles y se alejaba. Me mordí el labio. Hace unos días habíamos tenido que resolver un acertijo para obtener una reliquia que casi nos cuesta la vida, ¿y ahora él se dedicaba a escribirlos como pasatiempo? Era contradictorio. Casi gracioso.
Esperé a que se alejara y luego me acerqué al farol que había dejado. Un anciano con un traje verde oscuro y una barba ligeramente larga me miró con interés.
—¿Quieres responder una adivinanza, señorita? —preguntó el señor, con voz tranquila.
Le respondí en el mismo idioma, sin dudar.
—Quiero resolver esta —dije, señalando el farol de Alucard.
Lo desaté y leí atentamente:
"Bajo la luna plateada y distante, errante avanza,
su sombra es un susurro, su paso, un misterio.
De espíritu noble y destino incierto,
refleja la luna en su mirar eterno.
Su andar es viento, su eco un lamento,
y en ondas que caen como río sin puerto,
puedes perderte sin darte cuenta,
como un sueño que se desvanece antes
del alba."
Un escalofrío recorrió mi espalda y mi corazón latió con fuerza. Era demasiado específico. ¿Quizá?
¿Estaba hablando de mí? No, es imposible. Debo dejar de sugestionarme.
Tomé una pluma y tinta y escribí mi respuesta en otra tira de papel.
El vendedor tomó la tira de papel y la leyó en voz baja. Una sonrisa se dibujó en su rostro antes de asentir con satisfacción.
—Ohh... ¿respondes un acertijo con otro? —dijo con un tono divertido—. Este también habla sobre un lobo, ¿verdad? La señorita es creativa.
Sonreí ligeramente, fingiendo modestia.
—Parece que me gustan los desafíos —respondí.
El anciano rió suavemente y, con un gesto amable, me ofreció llevarme el farol.
—Gracias, señor —agradecí con una leve inclinación de cabeza.
Algunos clientes a su alrededor nos observaron con interés.
—¡Ohhh! Esta señorita debió haber resuelto docenas de acertijos en la mañana —comentó uno de ellos con admiración.
Solo sonreí. Si supieran lo que viví...
Aprovechando la oportunidad, decidí dejar mi propia adivinanza. Mojé la punta de la pluma en la tinta negra y escribí con cuidado sobre una nueva tira de papel:
"Camina en la sombra, mas no le pertenece,
sus ojos reflejan el alba que nunca alcanza.
Errante entre dos mundos, sin cadenas ni dueño,
su alma es acero envuelto en ternura callada.
Su presencia brilla incluso bajo el sol,
y en la tormenta, su sonrisa apacigua los corazones."
El anciano leyó mi escritura con interés y luego asintió, complacido.
—¿Quiere que lo cuelgue para que alguien intente resolverlo? —preguntó.
Le entregué la tira con una ligera sonrisa.
—Déjelo exclusivamente para un joven de cabello rubio —dije con voz casual.
El vendedor pareció encantado con la idea.
—¡Qué misteriosa! Así se hace más interesante —rió mientras colgaba el acertijo en uno de los faroles.
Satisfecha, me alejé con el farol en la mano, perdiéndome entre la multitud.
Seguí caminando por las calles, comiendo despreocupadamente. Había probado casi de todo: los baozi aún humeaban entre mis manos, y los tanghulu crujían con cada mordisco. La gente me veía raro. Sobre todo, las mujeres, con sus ropas refinadas y pasos elegantes. Por un instante, pensé: este lugar debería ser el ideal para Alucard.
El bullicio aumentó al acercarme a lo que parecía ser un festival. Preferí esquivarlo y desviarme por una calle lateral, hasta que mis pasos me llevaron frente a una posada de objetos mágicos.
Entré con cautela, recorriendo con la mirada los estantes repletos de amuletos, pergaminos y frascos con sustancias desconocidas. Detrás del mostrador, un hombre de avanzada edad me observó con curiosidad.
—¿Buscas algo en particular, señorita? —preguntó en chino con un tono profundo.
—Información —respondí, apoyando los codos sobre la madera—. Sobre un vestigio.
El anciano entrecerró los ojos.
—Hay muchas reliquias en este país, algunas bendecidas por los dioses mismos. ¿Cuál buscas?
—Una que se encuentra en la laguna Qiandao.
El hombre asintió lentamente, acariciando su barba.
—Si es esa, está protegida. No por mortales, sino por antiguos guardianes. Long Wang, el rey dragón de las aguas, vigila los secretos sumergidos. Se dice que sus ojos ven más allá del tiempo, y que solo aquellos con corazones valientes pueden acercarse a su morada. Meng Po, la diosa del olvido, también ronda esas aguas, asegurándose de que solo quienes son dignos recuerden su propósito. Si realmente buscas esa reliquia, ten cuidado. Las aguas no son solo profundas... sino despiadadas.
Sus palabras resonaron en mi mente. Dioses chinos protegiendo el vestigio.
—Gracias por la advertencia —dije, sin mostrar demasiada reacción.
El anciano me miró fijamente por un momento y luego volvió a su trabajo. Salí del local con la información en mente y seguí caminando.
Me detuve en un puesto donde vendían gorros chinos con tul. Tomé uno y me lo coloqué, cubriendo mi rostro parcialmente. Al menos algo en mi apariencia encajaría con este lugar.
Mientras continuaba, un dulce aroma me hizo detenerme. Me acerqué a un puesto de almendras dulces y compré un puñado. En cuanto probé el primero, su sabor suave y crujiente me atrapó por completo. No podía dejar de comerlos.
De reojo, escuché un escándalo más adelante.
Me giré y vi a Ashaan con la carreta, vendiendo las hierbas y animales con el entusiasmo de un mercader experimentado. Con grandes gestos, exageraba las historias sobre sus productos para aumentar su valor. A su lado, Dashka ofrecía pieles con mucho menos entusiasmo.
—¡Damas y caballeros! —exclamó Ashaan con teatralidad en un chino no tan elaborado—. No encontrarán mejores hierbas en toda la provincia. Esta en especial —levantó un pequeño fardo de hojas secas— es usada por los monjes del Templo de las Nubes Púrpuras para alcanzar la iluminación. ¿Sufren de malos sueños? ¿Necesitan energía para un largo día de trabajo? ¡Esta planta lo cura todo!
—¿Y cómo sabemos que es auténtica? —preguntó un anciano desconfiado.
Ashaan sonrió con astucia y señaló a Dashka.
—¡Mi buen amigo aquí presente puede atestiguar su eficacia! —colocó una mano en su hombro, ignorando la expresión de fastidio del otro—. Desde que la probó, ha dormido sin interrupciones y su piel jamás ha lucido mejor.
Dashka bufó y murmuró en voz baja.
—La única razón por la que dormí temprano anoche fue porque me ataron a un árbol, idiota...
—¡Véanlo! —continuó Ashaan, ignorándolo—. ¡Un rostro radiante de vitalidad!
Algunos aldeanos rieron, mientras otros observaban con interés los productos. Dashka suspiró resignado y simplemente cruzó los brazos mientras esperaba que alguien comprara las pieles.
Observé la escena con una sonrisa de lado. Bueno... ¿quién los podía detener?
Seguí caminando entre los puestos, observando los colores vibrantes de las telas y el ir y venir de comerciantes. Me crucé con un grupo de vendedores itinerantes que transportaban sus mercancías en carros de madera, hablando en voz alta sobre los tesoros que traían de tierras lejanas. Más adelante, una mujer ofrecía ropas de seda bordada con delicados dragones dorados. ¿Debería comprarme algo nuevo?
Sacudí la cabeza. No, ya hice eso en la India y esas ropas eran un fastidio para pelear.
Mientras avanzaba, noté un grupo de hombres causando problemas. Le habían arrebatado su comida a una anciana que parecía vivir en las calles. Patearon su plato con desprecio, derramando la comida sobre la tierra. Típico. Siempre tenían que aparecer los busca pleitos.
Sus armaduras rojo oscuro relucían bajo el sol, sus armas colgaban a sus costados, y sus peinados extraños los hacían destacar aún más. ¿Eran una mafia? ¿O cómo se llamaban los de su tipo en este país?
Uno de ellos habló con tono burlón:
—Este lugar es uno de los más prósperos para las artes marciales. Los guerreros de las sectas inmortales y los errantes despreocupados vienen aquí a probar su valía. Comida, bebida, entretenimiento... ¿qué más se puede pedir?
El que parecía ser su líder se cruzó de brazos y sonrió con arrogancia.
—Abundantes oportunidades de cenar y celebrar, sí... pero tenemos algo que hacer.
Uno de los hombres arqueó una ceja.
—¿Qué cosa? Acabamos de tomar la secta Wei Chang. Todavía tenemos que manejar los asuntos internos.
El líder se giró lentamente, dejando que el peso de su nombre cayera con fuerza:
—Yo, Zhao Han, quiero ser conocido en todo el mundo. Las personas que escuchen sobre mí deben temblar de miedo, deben entrar en pánico al mencionar mi nombre.
Uno de sus secuaces sonrió.
—¿Entonces qué hacemos aquí?
—Causar problemas —dijo Zhao Han con tranquilidad.
—¿Qué tipo de problemas?
El líder inclinó la cabeza pensativo antes de encogerse de hombros.
—Aún no lo decido. Les avisaré cuando lo sepa.
Los otros rieron, como si la idea en sí fuera un chiste interno.
Refunfuñé en voz baja y me acerqué a la anciana para ayudarla, pero antes de que pudiera hacerlo, un fuerte viento se levantó de repente. Algo no estaba bien.
Intenté levantar a la mujer, pero ella me apartó bruscamente.
—¡Alto! ¡Fuiste tú la que me tumbó la comida!
Fruncí el ceño.
—¿Qué? —solté, confundida.
—¡Dame dinero! ¡Lo necesito para un doctor! —insistió, fingiendo sollozar.
—No fui yo...
—¡No te vayas! ¡Dame dinero! —continuó, agarrándome del brazo con fuerza.
Antes de que pudiera responder, otro golpe de viento me azotó de lleno. Esta vez más fuerte. Sentí mi sombrero volar, dejando mi rostro expuesto. Me solté de la mujer y di un paso atrás, cerrando los ojos por el polvo levantado.
Cuando los abrí, me encontré con un obstáculo sólido.
Choqué contra alguien.
Mi espalda tocó su pecho firme y, en un instante, unas manos me sostuvieron con suavidad para evitar que perdiera el equilibrio. Alucard.
Por breves instantes, nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos dorados reflejaban la luz del entorno, como si pudieran atravesarme. Mi respiración se entrecortó apenas por un segundo, una sensación extraña recorrió mi pecho. No apartó la mirada, y yo tampoco.
Entonces, algo captó mi atención. El farol.
Mi farol.
El que llevaba la adivinanza que había escrito.
Mi corazón se sobresaltó por un instante. Pero antes de dejar que algo se reflejara en mi rostro, me aparté con rapidez.
—¿Qué? ¿Qué haces aquí? —dije con cierto nerviosismo.
Alucard no respondió de inmediato. En su lugar, levantó el farol con su mano enguantada y lo hizo girar ligeramente entre sus dedos.
—Es increíble... —comentó con su tono inmutable—. Tienes un talento peculiar para disfrazarte, para moverte sin ser vista... pero no puedes notar a un hombre apestoso que se disfraza de anciana para estafar a la gente.
Giró levemente su rostro y señaló con la mirada a la supuesta anciana, que aún fingía llorar. Ahora que lo veía mejor, sus manos eran demasiado grandes, su postura rígida... y la voz, aunque quebrada, sonaba extrañamente gruesa.
No era una anciana.
Mi expresión se endureció al darme cuenta.
—No puedo intervenir demasiado con esta gente —murmuró Alucard, su tono bajo pero firme—. No debo revelar mi identidad. Pero hay algo más... una presencia maligna se oculta en este lugar.
Asentí levemente, pero mi atención ya estaba en el farsante que seguía sollozando de forma exagerada en el suelo. Cuando intentó retomar su teatro, esta vez dirigiéndose a Alucard con dramatismo forzado, exhalé con fastidio.
—Tan ruidoso... —rodé los ojos.
Sin más, avancé con paso firme y, de un solo movimiento, le propiné una patada en el trasero. No lo suficientemente fuerte para lastimarlo, pero sí para enviarlo de cara contra el suelo polvoriento.
Un murmullo recorrió a los espectadores antes de que algunas risas ahogadas escaparan entre ellos. Su gorro rodó unos metros, dejando al descubierto su verdadero rostro: un hombre de mediana edad con mejillas redondas y una expresión de absoluta culpa. A juzgar por la reacción de la multitud, no era la primera vez que intentaba algo así.
Alucard parpadeó, claramente sorprendido por mi acción.
—¿Qué...? ¿Estás loca? —arqueó una ceja, mirándome con incredulidad.
Sonreí con autosuficiencia y me crucé de brazos.
—¿Qué? Tú no puedes revelar tu identidad, ¿cierto? —me encogí de hombros con fingida inocencia—. Así que yo me enojé por ti.
Alucard exhaló, negando suavemente con la cabeza.
—Siempre tan sutil... y pacífica. Realmente un modelo de gracia y delicadeza —murmuró con sarcasmo.
—Oh, claro, porque tú eres el epítome de la caballerosidad y la paciencia —dije con sarcasmo esbozando una sonrisa—. Bueno, ahora que fuiste heroicamente defendido... supongo que me toca asumir el rol de protector de damiselas de pelo dorado.
Le lancé una mirada divertida y añadí con fingida seriedad:
—Supongo que ahora debo cargarte en brazos. Así que dime, ¿espero tu señal o te lanzas tú solo?
Alucard arqueó una ceja, su expresión serena pero con ese destello burlón en sus ojos dorados.
—¿Sabes? No lo descartaría. Pero si alguien debe cargar al otro, todos sabemos quién ha terminado en ese papel más de una vez... —dijo con calma, con esa precisión suya para clavar comentarios justo donde más fastidian-. Tengo más práctica en esa labor... así que espero que tú te lances ahora.
Hizo un leve gesto con la mano antes de añadir, con la arrogancia más elegante posible:
—Adelante, te atraparé... ya que, como bien dijiste, soy el epítome de la caballerosidad.
Mi sonrisa se congeló un segundo y lo miré con el ceño fruncido, sintiendo un molesto calor en mis mejillas.
—Tch. No tienes gracia.
Alucard dejó escapar una risa baja, el tipo de risa que no se escuchaba con frecuencia, como si disfrutara más de mi reacción que de su propio comentario.
Lo ignoré deliberadamente, negándome a darle la satisfacción de una respuesta. En su lugar, tomé su capa con firmeza y tiré de él con suavidad pero sin darle opción a resistirse.
—Vamos.
Lo guié entre los puestos de comida, sintiendo cómo la tela negra se deslizaba entre mis dedos con cada paso. Alucard no se quejó, aunque su andar tranquilo contrastaba con mi urgencia. De vez en cuando, notaba su mirada de soslayo, probablemente entretenido con mi insistencia en arrastrarlo como si fuera un niño desobediente.
Buscaba a los hombres de armadura roja, pero no estaban. Se habían esfumado como polvo en el viento.
Fruncí el ceño.
¿Qué estaba sucediendo?
Sentí entonces cómo Alucard arqueaba una ceja, su tono ligero pero teñido de burla.
—Vaya, ahora me jalas como si fuera tu animal de carga. Dime, ¿soy tu caballo ahora?
Rodé los ojos y seguí caminando sin soltarlo.
—Exacto. Y ahora sé un buen caballo y cállate.
—Tienes un gran talento para dar ordenes. Debí suponerlo. ¿También esperas que te lleve en la espalda?
—Si fuera necesario, lo haría sin dudarlo —respondí con una sonrisa burlona.
—Qué honor —murmuró con sarcasmo—. Aunque, considerando tu historial, dudo que me tratarás con delicadeza.
Estaba a punto de responder cuando una voz interrumpió nuestro momento.
—¡Miren, aquí tengo nuestro botín!
Ashaan apareció corriendo entre los puestos, cargando varias bolsas repletas de monedas y sonriendo con orgullo.
—No deben agradecerme, pero si lo hacen, prefiero que sea con una buena botella de Toddy recién fermentado—agregó, sacudiendo las bolsas con entusiasmo.
Suspiré y crucé los brazos mientras Alucard miraba el botín con una expresión que no pude descifrar.
—¿Y bien? —pregunté—. ¿Qué tan legal fue esta vez tu método de ventas?
Ashaan sonrió con autosuficiencia.
—Digamos que, si en este pueblo aprecian una buena historia, yo les vendí una épica junto con sus productos.
Dashka llegó detrás de él, luciendo exasperado.
—Se pasó dos horas dramatizando sobre cómo las pieles tenían propiedades místicas y las hierbas curaban desde resfriados hasta maldiciones ancestrales.
—Y funcionó —se defendió Ashaan, encogiéndose de hombros—. ¿Quién aquí tiene bolsas llenas de dinero?
Dashka bufó, negando con la cabeza.
—No sé cómo te soportan. O como yo los estoy soportando a todos ustedes en general.
—Talento innato —respondió con una sonrisa descarada.
Rodé los ojos. Ashaan podía ser un charlatán, pero tenía que admitir que sabía lo que hacía.
Suspiré, mientras Alucard observaba las bolsas con una expresión que no logré descifrar. Algo en su mirada me hizo sentir que estaba viendo más allá de lo evidente, como si leyera entre líneas de un libro que yo aún no entendía del todo.
Decidimos alquilar un lugar para pasar la noche. Pero algo en este pueblo no estaba bien. Los rumores hablaban de niños desaparecidos sin dejar rastro, de sombras que devoraban personas sin explicación. Y ahora, esos hombres de armadura roja que se habían esfumado como polvo en el viento... no eran humanos.
Alucard mencionó que para obtener el vestigio debíamos superar un juego que desafiaba la mente y el alma... un desafío para dos. Pero ninguno de los que lo intentaron había regresado.
Ashaan, por su parte, descubrió que solo los ricos podían entrar en aquel lugar prohibido. Ahora entendía por qué había vendido con tanto entusiasmo, aunque su moralidad seguía siendo dudosa.
Nos esperaba un largo camino... y aún no sabía si Alucard también estaba jugando conmigo.
Ese farol... no era solo un acertijo.
Era algo más.
Algo en mi pecho se agitó con fuerza, un peso extraño entre la incertidumbre y la adrenalina. Era una sensación que no debería estar ahí, algo que luchaba por abrirse paso entre mi rabia y mis dudas. Mi corazón latía con una furia que no entendía, como si intentara advertirme de algo.
O tal vez... de alguien.
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