ℭ𝔞𝔭𝔦𝔱𝔲𝔩𝔬 12 - 𝔄𝔩𝔦𝔞𝔡𝔬
El aire en el pueblo era pesado, cargado de ese hedor amargo que acompaña a las tabernas de mala muerte y los callejones olvidados. Llevábamos horas buscando a Dashka, el hombre que no solo había robado las hojas del libro que encontré en la casa del gobernador, sino que también dirigía a la pandilla de matones con la que me había cruzado días atrás. Aquellos que trataron de propasarse con una chica extranjera en una taberna.
Lo recordaba bien: aquel hombre corpulento, con su risa desagradable y su mirada de superioridad, había acabado humillado en el suelo tras enfrentarse conmigo. Ahora él estaba devolviendo el golpe, y no podía permitírselo.
—¿Cuántas de estas pocilgas más tenemos que inspeccionar? —murmuró Alucard con su habitual tono de indiferencia mientras observaba a su alrededor con cierto desdén.
—Hasta que aparezca —respondí, sin molestarte en ocultar mi frustración.
Ashaan, por su parte, se mantenía en silencio, pero yo sabía que estaba alerta, sus ojos analizaban cada rincón por el que pasábamos.
—No lo entiendes, Alucard —respondió Ishaan, en un tono bajo pero tenso, mientras miraba a su alrededor—. Dashka no es solo un ladrón cualquiera. Ese tipo maneja varios negocios turbios en esta región. Contrabando de medicinas mal elaboradas, tráfico de cosas que no quieres saber... Tiene una pequeña mafia en crecimiento. Y bueno, también me debe algo. O más bien. Yo le debo dinero. Mucho.
Me detuve en seco y lo miré con una mezcla de sorpresa y curiosidad. —¿Tú?
Ishaan suspiró, pasando una mano por su cabello desordenado. —Hubo una temporada en la que me... gustaba apostar en exceso. Peleas clandestinas, ya saben. Era algo emocionante en ese momento, pero... perdí más de lo que gané. Dashka estaba detrás de la mayoría de esas apuestas. También está metido en tráfico de medicinas adulteradas y otros negocios sucios. Tiene una pequeña mafia en crecimiento. Y ahora, gracias a lo que pasó en esa taberna, ustedes dos están en su lista negra.
Alucard dejó escapar una risa baja, poniendo una mano en el empuñadura de su espada mientras caminaba. —Interesante. Parece que siempre encontramos formas de meternos en problemas. Aunque, claro, con alguien como Daenytte de nuestra parte, eso no es una sorpresa.
—No es gracioso —replicó Ishaan, con un tono más serio de lo habitual—. Debemos tener cuidado. Ese hombre querrá venganza, y sus matones no son solo para asustar. Pero... —su mirada se desvió hacia Alucard, quien parecía completamente relajado, como si estuviera paseando por una pradera— ... ahora contamos contigo. Quizás podamos enfrentarlos, siempre y cuando Daenytte no haga...
No necesitaba más razones para encontrarlo. Mis pies siguieron avanzando, entrando en otra taberna mientras mis compañeros revisaban otras zonas. No había rastro de Dashka. Ni siquiera los clientes borrachos y susurros habituales parecían darnos pistas. Pero cuando salimos a una calle estrecha y oscura, lo vi.
Dashka estaba allí, con la capucha de su capa cubriéndole el rostro, pero era él. Su forma de caminar lo delataba.
—Ahí está —susurré con urgencia, mi cuerpo poniéndose en alerta.
Dashka me vio al mismo tiempo, y su reacción fue inmediata: echó a correr. Maldita sea.
Sin pensarlo dos veces, lo seguí. Lo escuchaba correr por los adoquines húmedos, su capa ondeando detrás de él. Al final, se adentró en un callejón sin salida. Mi corazón latía con fuerza, pero no era miedo lo que sentía; era la adrenalina, la necesidad de terminar con esto de una vez por todas.
—¡Daenytte, espera! —gritó Ishaan detrás de mí, pero no me detuve.
—Por supuesto que no me escucha... Esta mujer tiene un problema —murmuró Ishaan, exasperado, mientras Alucard simplemente suspiraba y empezaba a seguirme también.
Los adoquines resbalosos bajo mis pies me recordaban el riesgo, pero la adrenalina nublaba mi juicio. Dashka giró al final del callejón, pero cuando llegué, su risa baja y áspera me detuvo en seco. Estaba atrapada en un callejón sin salida.
Lo vi girarse lentamente hacia mí. Al principio, su rostro estaba oculto bajo la sombra de su capucha, pero luego dejó escapar una risa baja, casi gutural. Un escalofrío recorrió mi espalda. Algo no estaba bien.
—Vaya, vaya... si no es la mujer escurridiza de ayer —dijo Dashka, su voz empapada de odio y burla—. Ahora me vengaré de ti. No solo me humillaste en mi propia taberna, sino que arruinaste mi negocio con tu interferencia.
Antes de que pudiera moverme, de las sombras surgieron hombres. Eran veinte, tal vez treinta, todos con rostros marcados por cicatrices y miradas tan vacías como el alma de un cadáver. Su piel lucía demacrada, sus ropas estaban rasgadas, y cada uno llevaba algún tipo de arma improvisada. Uno sostenía una navaja oxidada; otro, una cadena que tintineaba mientras caminaba. No eran solo hombres desesperados; eran el reflejo de lo que Dashka representaba.
—No podrás contra esto —dijo Dashka con una sonrisa torva, agachándose junto a una pila de sacos viejos.
Con movimientos rápidos, sacó algo que brilló bajo la luz tenue del callejón: un chakram modificado. Las cuchillas, afiladas como el filo de una guillotina, relucían con una luz fría y metálica. El diseño circular tradicional había sido adaptado para acoplarse a un mecanismo que parecía una ballesta portátil, capaz de lanzarlo a gran velocidad.
Uno de los hombres a su lado tomó el arma con manos seguras y la alzó, apuntando con una precisión que no esperaba de alguien con un aspecto tan descuidado. Mi cuerpo se tensó cuando lo vi disparar. El chakram salió despedido con un zumbido agudo, cortando el aire como si buscara sangre. Golpeó un poste cercano, partiéndolo en dos con un chasquido ensordecedor.
—Cobarde, no puede pelear solo —murmuré para mí misma, apretando los dientes.
Dashka sonrió aún más, su risa baja y llena de satisfacción resonó en mis oídos.
—Eres valiente, lo admito, pero también demasiado confiada. Pensaste que podías meterte conmigo y salir ilesa. Ahora verás quién tiene el control.
Mi mente trabajaba a toda velocidad.
Los hombres empezaron a acercarse, sus intenciones tan claras como el brillo en sus armas. Podía intentar pelear, pero ellos eran demasiados, y Dashka parecía más preparado de lo que esperaba. El chakram y su extraño mecanismo eran algo que no podía ignorar; incluso para alguien como yo, representaban un peligro real.
¿Debería usar mi poder? Sabía que hacerlo significaría revelar más de lo que quería, pero... no tenía otra opción. La otra alternativa era mucho peor.
Dashka gruñó algo inaudible y apretó el gatillo de su arma. De pronto, los discos del arma fueron disparados en mi dirección con una velocidad mortal. Me moví como un destello, girando sobre mi eje y dejando que los proyectiles pasaran rozando mi cuerpo. Cada movimiento estaba calculado, como una coreografía precisa. Me agaché, rodé hacia un lado y lancé una patada giratoria al aire para impulsarme fuera de la trayectoria de otro disco que casi rozó mi rostro.
Uno de los hombres cargó contra mí desde la izquierda, blandiendo una cadena. Salté hacia atrás, usando la pared como apoyo, y me impulsé hacia él con una voltereta en el aire. Mi pierna chocó con su pecho con un golpe contundente que lo hizo retroceder tambaleándose.
Otro disco fue lanzado directamente hacia mí. Esta vez, lo vi venir con claridad. Giré mi cuerpo, extendí las manos y lo atrapé en pleno vuelo. El metal cortó mis palmas, pero apenas lo sentí. El segundo disco no tardó en seguirlo, y también lo detuve en el aire. Con un gruñido de esfuerzo, los lancé de vuelta hacia sus dueños.
Los hombres intentaron cubrirse tras unas cajas de madera apiladas, pero fue inútil. Los discos, impulsados por la fuerza que imprimí, atravesaron las cajas con un impacto ensordecedor, destrozándolas en astillas y enviando a los hombres volando hacia la pared detrás de ellos. Sus cuerpos chocaron con el ladrillo con un ruido seco, y cayeron al suelo, aturdidos.
Pude sentir la sorpresa de Dashka incluso sin mirarlo. Su sonrisa confiada había desaparecido, reemplazada por una expresión de incredulidad.
Mis garras empezaron a crecer, reemplazando mis uñas.
Sentía cómo los instintos de supervivencia tomaban control sobre mí, el lycan en mi interior luchando por liberarse. Había aguantado demasiado, conteniéndome más de lo que debería. El deseo de terminar con todo de una vez quemaba en mis venas, y mis músculos se tensaron listos para el próximo ataque.
Pero todo se cortó abruptamente cuando lo sentí: su presencia.
—¡Daenytte! —la voz de Alucard resonó como una orden en medio del caos.
Mi cuerpo se congeló en el acto. La tensión en mis garras se disipó lentamente mientras giraba la cabeza hacia él. Estaba ahí, con su capa ondeando ligeramente, y esa mirada de desaprobación mezclada con preocupación.
Dashka aprovechó el momento para retroceder, pero yo ya no estaba pensando en él.
Sabía que debía detenerme. Mi verdadero yo no podía ser descubierto, así que dejé que una de esas cuchillas me rozara la pierna. Fue un corte leve, pero lo suficiente como para que pareciera real. Dejé escapar un grito ahogado y me arrodillé en el suelo, fingiendo dolor.
Alucard corrió hacia mí, posicionándose entre los atacantes y yo, con una expresión que oscilaba entre el enojo y la exasperación.
—¡Eres tan terca! —dijo, claramente molesto—. ¿Por qué tienes que adelantarte? ¿Quieres terminar muerta? ¡Quédate quieta! Yo me encargaré de ellos. Solo quédate a salvo.
Mientras tanto, Dashka, viendo su oportunidad, retrocedió hacia el edificio cercano. Su olor comenzó a desvanecerse, y me di cuenta de lo que estaba planeando.
Suspiré, sintiéndome atrapada entre mis propios impulsos y su insistente preocupación. Miré hacia otro lado, ignorándolo mientras él seguía con su sermón.
—De verdad, Daenytte...
Para cuando terminó de hablar y giró hacia mí, ya no estaba.
Los hombres rieron con burla al darse cuenta de mi huida. Alucard suspiró profundamente.
—Miren la ropa que lleva ese tipo —dijo uno de ellos, señalándolo con burla—. Podríamos comer bien por una semana si vendemos todo.
Alucard los ignoró por completo y dio un paso adelante, preparándose para enfrentarlos.
Lejos del callejón, me apoyé contra una pared y revisé la herida superficial de mi pierna. Como siempre, sanó en cuestión de segundos, dejando un tenue brillo dorado que desapareció rápidamente. Sabía que mi cuerpo estaba diseñado para curarse, pero aun así me envolví la pierna con un trozo de tela para evitar que alguien sospechara.
No perdí tiempo y corrí tras Dashka, quien había ingresado en una casa abandonada. Salté ágilmente hacia el segundo piso, rompiendo una ventana para alcanzarlo antes de que pudiera escapar.
Dashka se giró sorprendido al verme aterrizar frente a él. Levantó su arma de inmediato, pero antes de que pudiera disparar, la sujeté con una mano y doblé el cañón como si fuera arcilla.
—¿Qué demonios...? —murmuró, retrocediendo, con el miedo visible en sus ojos.
Intentó golpearme en un acto desesperado, pero no logró alcanzarme. Me moví con rapidez, derribándolo con un solo movimiento. Cayó al suelo, gimiendo, mientras yo lo inmovilizaba.
—¿Qué eres tú? —preguntó con la voz temblorosa, sus ojos buscando una respuesta en los míos.
—Una creyente —respondí con frialdad, desenvainando mi espada y apoyándola en su cuello.
La capucha de Dashka cayó con el movimiento, revelando un rostro magullado. Mi mirada se endureció.
Esos moretones no se los había hecho yo.
Dashka escupió al suelo con desdén, intentando ocultar su temor.
—¿Qué quieres? ¿Qué buscas de mí, mujer loca?
Suspiré, rodando los ojos con exasperación.
—Los mapas. —Mi voz era cortante, directa—. Tú eras el ladrón que se metió a la casa del gobernador, ¿verdad?
Dashka se tensó, y su sorpresa fue evidente. Gruñó mientras intentaba levantarse, pero volví a presionarlo contra el suelo.
—Sí —admitió finalmente—. Pero gracias a eso sus hombres me encontraron y me dieron una paliza. Todo porque otro ladrón se metió ayer a esa misma casa y pensaron que era yo, de nuevo.
Dashka hizo una pausa, como si algo se le hubiera ocurrido.
—Un momento... eras tú, ¿verdad? ¡Maldita! ¡Todas mis desgracias son por tu culpa!
Apreté el agarre de mi espada contra su cuello, haciendo que gimiera de dolor.
—¿Dónde están los mapas? —le pregunté, sin molestarte en negar nada.
Dashka tragó saliva, sus ojos reflejaban una mezcla de odio y miedo. Mi intuición me decía que había más detrás de sus palabras, algo que no quería revelar.
—¿Dónde están? —pregunté de nuevo, esta vez dejando que la punta de mi espada rozara su piel.
Gruñó, con resentimiento evidente en cada palabra.
—Los mapas... no los tengo. —Su voz era un susurro cargado de veneno—. Los tienen mis hombres, los mismos que estaban aquí hace un rato. Probablemente ya han huido... y, si tienen suerte, ya habrán matado a tu amigo.
Mis ojos se entrecerraron, y por un instante, el aire pareció volverse más pesado. Mis pensamientos volaron hacia Alucard. Él pudo encargarse de ellos... ¿o no?
—Mientes. —Mis palabras salieron entre dientes, mi corazón latiendo con fuerza.
Dashka soltó una risa amarga, apenas un susurro que parecía disfrutar mi incertidumbre.
—¿Estoy mintiendo? Quizás deberías correr a averiguarlo. Claro, si es que queda algo de él para encontrar.
La tensión se apoderó de mi cuerpo. Alucard era muy fuerte, lo sabía. Dashka estaba demasiado confiado. Por un instante, dudé entre acabar con él ahora o salir corriendo a buscar a Alucard.
Apreté la empuñadura de mi espada con fuerza, sabiendo que no podía permitirme un error.
—Si me matas, nunca los encontrarás. O bueno... si los encuentras, nunca tendrás la información suficiente, porque yo personalmente quemé algunas hojas —añadió Dashka con una sonrisa torcida.
Antes de que pudiera responder, escuché pasos rápidos detrás de mí. Volteé y vi a Ashaan llegar al callejón, agitado, con las manos apoyadas en las rodillas mientras recuperaba el aliento. Su rostro pasó de alerta a burlón al notar la escena frente a él.
—Vaya, o tuviste una mala noche o está probando nuevos estilos —dijo con una sonrisa sardónica, mirando a Dashka, que aún estaba inmovilizado bajo mi espada.
Dashka apretó los dientes, furioso.
—¡Cállate, imbécil! Esto me lo hicieron los hombres de esos bastardos de la familia del gobernador. ¿Crees que me lo hice yo mismo? —espetó con rabia, su rostro deformado por el resentimiento.
Suspiré, cansada de la tensión que parecía no cesar. Lentamente retiré mi espada del cuello de Dashka y di un paso atrás, aunque no bajé la guardia.
—Ashaan, encárgate de él —dije en voz baja, pasándole la responsabilidad.
Ashaan arqueó una ceja pero no dijo nada, simplemente desenfundó su arma y apuntó a Dashka con calma, como si estuviera disfrutando del poder que ahora tenía sobre él.
Mientras tanto, mi mente se inundó de pensamientos sobre Alucard. Él es muy fuerte, es imposible que lo hayan vencido... ¿no? Pero una punzada de duda me atravesó. ¿Y si esos hombres tenían algo más? Un arma capaz de dañar vampiros... algo que lo pudiera matar.
Sacudí la cabeza, tratando de mantener la compostura, pero la idea seguía rondando. ¿No debería ser yo la encargada de matarlo a él? ¡Maldición! Si le pasa algo, mi misión va a fracasar. Y si mi misión fracasa, mi tío nunca me ascenderá.
Tomé aire, intentando calmarme, pero la incertidumbre era un nudo en mi pecho. Tenía que actuar rápido.
—Ashaan, no lo mates todavía. Lo quiero vivo —dije al final, mi tono cortante.
Dashka dejó escapar una carcajada entre dientes. Y Dashka añadió nuevamente.
—¿Miedo a no encontrar lo que buscas? No te preocupes, preciosa. A tu amiguito seguramente lo encontrarás... si tienes suerte.
Lo ignoré y me volví hacia Ashaan.
—Hazlo hablar. No importa cómo. Yo vuelvo enseguida.
Sin esperar respuesta, me di la vuelta y me dirigí hacia las sombras, mi mente dividida entre la urgencia de encontrar a Alucard y el peso de no fallar en mi misión.
Decidida, regresé al lugar.
Lo que encontré me dejó sin palabras: los hombres de Dashka estaban desmayados en el suelo, todos inconscientes. En una esquina, vi la capa negra de Alucard sobre un bulto. Mi corazón se detuvo un segundo, y corrí hacia allí, agachándome para levantarlo.
—¡Oye! —dije, sacudiendo el bulto—. Anda, despierta. No juegues conmigo... ¿Las hojas? ¿Las recuperaste?
Pero algo no estaba bien. El bulto era más ligero de lo que esperaba de Alucard, y cuando lo giré, me di cuenta de que era uno de los hombres de Dashka envuelto en la capa. Horrorizada, lo solté, y el cuerpo del matón cayó al suelo con un golpe seco.
—Y yo que pensé que regresabas por mí —dijo una voz detrás de mí.
Me giré rápidamente, encontrando a Alucard parado, completamente ileso, con los brazos cruzados y una expresión divertida en su rostro.
—¿Por qué siempre tienes que complicarlo todo, Daenytte? —dijo, su tono entre burla y resignación.
—Cállate -murmuré, levantándome y alejándome del matón inconsciente—. Tú también me asustaste.
—¿Yo? —Alucard sonrió con ironía-. Estabas más preocupada por las hojas que por mí.
No respondí, evitando su mirada mientras él caminaba hacia los cuerpos desmayados.
Su capa negra, que había dejado estratégicamente a un lado para distraer a los matones, estaba envuelta alrededor de uno de los cuerpos.
—De todos modos, ya está hecho. Deberíamos irnos antes de que alguien más aparezca —añadió, ajustándose la camisa blanca de encaje mientras pasaba junto a mí. El, de pie en el centro, ajustaba los guantes que llevaba, con la respiración tranquila, como si aquello hubiera sido un simple calentamiento.
El caos en el callejón se había disipado. Los hombres de Dashka estaban desparramados por el suelo, inconscientes, y el que parecía ser el segundo al mando yacía al final del callejón, su cuerpo pesado apoyado contra una pared.
—¿Las hojas? —pregunté, cruzándome de brazos.
—No están en su bolsillo —respondió Alucard, inspeccionando al hombre desmayado con una mirada fría y calculadora.
Fruncí el ceño y miré al hombre inconsciente. Aunque su figura imponía, sin sus matones y con Alucard cerca, parecía mucho menos intimidante.
—Tenemos que llevárnoslo para interrogarlo también, logré atrapar a Dashka —dije, acercándome.
Alucard se enderezó y me observó por un momento, asintiendo con lentitud. Mientras él se encargaba de asegurar al hombre, algo brilló en el bolsillo de otro de los maleantes. Me agaché para inspeccionarlo y encontré un pequeño fajo de monedas. Sonreí para mis adentros y lo tomé, revisando el monto con rapidez.
—Un ladrón que roba a otro ladrón... —dijo Alucard con tono burlón desde donde estaba—. Al menos déjales algo.
Rodé los ojos, suspirando. Saqué unas monedas y las dejé caer sobre el pecho del hombre inconsciente, acomodándolas de forma exagerada para que él pudiera verlas.
—Este dinero no es realmente suyo —le respondí, guardándome el resto del dinero en un bolsillo interno—. Es de las personas a las que estafan y atormentan. De todas formas, lo usaré para ayudar a las familias que han perjudicado.
Alucard alzó una ceja, claramente divertido con mi lógica.
—No deberías ser tan sensible con estas cosas —añadí, ajustándome la venda que cubría mi pierna "herida"—. Después de todo, ellos se lo ganaron.
—¿Eso te dices para dormir tranquila? —bromeó, pero no parecía molesto.
—Llámalo como quieras —respondí, levantándome y limpiándome las manos—. ¿Nos vamos o tienes más comentarios?
Alucard no respondió, simplemente recogió su capa del suelo, la sacudió con una elegancia casual y la volvió a colocar sobre sus hombros.
—Vamos. Este lugar apesta —dijo mientras comenzaba a caminar, llevándose al hombre inconsciente con él.
Lo seguí, escuchando los sonidos de la noche que comenzaban a llenarse de murmullos a medida que la gente volvía a sus casas. Aunque no lo admitiría, la presencia de Alucard me tranquilizaba más de lo que quería aceptar.
Una vez que nos aseguramos de que no había nadie siguiéndonos, nos detuvimos en un callejón apartado. Alucard dejó al hombre inconsciente contra la pared, asegurándolo con una cuerda que había improvisado. Yo me apoyé discretamente en la pared opuesta, tratando de no llamar la atención sobre la venda en mi pierna.
Cuando Alucard terminó, se giró hacia mí con el ceño ligeramente fruncido.
—Déjame revisar esa herida.
—No es necesario —respondí rápidamente, alejándome un poco—. Solo fue un rasguño.
Él no parecía convencido. Sus ojos se clavaron en mí con esa mezcla de paciencia y terquedad que comenzaba a reconocer en él. Sin decir nada más, se agachó para intentar inspeccionar mi pierna.
Di un paso atrás instintivamente, mi corazón latiendo más rápido de lo que debería.
—Estoy bien —dije con firmeza, pero mi voz sonó un poco más nerviosa de lo que esperaba.
Él suspiró, poniéndose de pie nuevamente, pero en lugar de desistir, dio un paso hacia mí.
—No parece que estés bien. Si realmente solo fuera un rasguño, no estarías tan inquieta. Déjame verlo.
Retrocedí otro paso, sintiendo cómo mi espalda chocaba con la pared. Tragué saliva mientras él se acercaba, con la mano extendida como si fuera a apartar la venda. Su proximidad me puso aún más nerviosa, pero antes de que pudiera decir algo más, una voz interrumpió el momento.
—¿De qué me perdí? —preguntó Ishaan, jadeando mientras llegaba al callejón. Su rostro estaba cubierto de sudor y su respiración era irregular. A su lado estaba Dashka, igualmente agitado, con las manos atadas a la espalda y una cuerda alrededor del tórax, que Ishaan tiraba para mantenerlo bajo control.
Alucard se detuvo y giró la cabeza hacia él con una ceja arqueada, pero yo aproveché la interrupción para empujarlo suavemente por el pecho, apartándolo de mí.
—Capturamos a su chacal —dije rápidamente, señalando al jefe inconsciente que estaba contra la pared.
Ishaan miró al hombre atado y luego a nosotros, sus ojos llenos de curiosidad.
—¿Y qué estaban haciendo ustedes dos antes de que yo llegara? —preguntó, todavía recuperando el aliento.
—Nada importante —respondí, cruzándome de brazos y evitando mirar a Alucard, quien me observaba con una ligera sonrisa, como si se estuviera divirtiendo con toda la situación.
Vi que el se encogió de hombros y suspiró con calma. Dashka parecía sorprendido al vernos luego frunció el ceño enojado, su amenaza pasada ahora era vacía.
—Nada que deba preocuparte. Ahora, vamos a encargarnos de esto.
Con eso, se volvió hacia el hombre inconsciente, listo para comenzar con el interrogatorio. Ishaan seguía mirándome con curiosidad, pero decidí ignorarlo. Lo importante era que teníamos al jefe y su secuaz, la situación bajo control... al menos por ahora.
Sin perder tiempo, los llevamos a una casa abandonada a la orilla del río para interrogarlo. La estructura parecía a punto de ceder ante el crecimiento del agua, pero no podíamos darnos el lujo de ser precavidos. Necesitábamos respuestas, y las necesitábamos rápido.
El hombre estaba atado a una silla vieja, que crujía cada vez que se movía. Su jefe, Dashka, estaba también amarrado a otra silla, más cerca del borde del río, observando con una mezcla de odio y preocupación.
Me incliné frente al secuaz, intentando adoptar un tono tranquilo pero firme.
—Hablemos claro —le dije, mirando sus ojos llenos de miedo—. Dime dónde están los mapas, y esto terminará aquí.
El hombre tragó saliva, desviando la mirada hacia Dashka, quien mantenía un silencio tenso.
—No lo sé... —murmuró, su voz apenas un susurro.
Suspiré, intentando mantener la paciencia.
—No quiero repetir la pregunta.
Ishaan, que estaba detrás de mí, cruzó los brazos con una expresión de fastidio.
—Esto es inútil —dijo, avanzando hacia el hombre.
Antes de que pudiera detenerlo, Ishaan lo agarró por el cuello de su camisa y lo lanzó al río sin ninguna advertencia. El hombre soltó un grito ahogado antes de que el agua helada lo envolviera.
Me giré hacia Ishaan, furiosa.
—¿Qué demonios haces? —le reclamé.
Él me ignoró y se agachó junto a la orilla, sujetando al hombre por el cabello y sacándolo del agua. El secuaz tosió violentamente, empapado y temblando, mientras Ishaan lo miraba con una sonrisa irónica.
—Esto es justicia poética —dijo Ishaan, encogiéndose de hombros—. Ese tipo me dio una paliza hace semanas.
Me masajeé las sienes, tratando de contener mi frustración.
—¿Y bien? —dijo Ishaan, acercando el rostro al del hombre, que jadeaba con dificultad—. ¿Hablarás ahora o prefieres otro baño?
El hombre tembló, balbuceando con pánico:
—¡No sé nada! ¡Lo juro! El jefe... ¡Él es quien lo sabe todo!
Suspiré y me giré hacia Dashka, quien observaba la escena con una sonrisa torcida. Me acerqué, tomé su silla y la arrastré hacia el borde del río. La madera rechinó de manera siniestra, amenazando con ceder bajo su peso.
—¿Dónde están los mapas? —pregunté, esta vez con un tono helado, mientras lo miraba directamente a los ojos.
Dashka trató de mantener su fachada desafiante, pero el temblor de sus manos lo traicionaba.
—No hablaré... —murmuró con un deje de resentimiento.
Apreté los labios, dispuesta a soltarlo, cuando sentí una mano firme en mi brazo. Era Alucard. Su toque, firme pero contenido, me hizo retroceder un paso, dejando escapar un resoplido de frustración. Dashka cayó al suelo de cara, aún amarrado a la silla, su respiración entrecortada llenando el breve silencio que siguió.
El peso de la mano de Alucard aún parecía estar en mi brazo, y con él, una mezcla incómoda de emociones. Frustración, por haber sido detenida cuando tenía todo bajo control. Confusión, porque no entendía por qué él siempre intervenía en los momentos cruciales, como si dudara de mi capacidad para manejar las cosas.
Lo miré, mi pecho subiendo y bajando con rapidez mientras intentaba encontrar palabras que no llegaban. ¿Qué le pasaba ahora? ¿Por qué siempre me detenía?
—Colabora —dijo Alucard con una calma peligrosa—, o dejaré de ser gentil.
Dashka tragó saliva con fuerza, mirando la espada de Alucard, que flotaba a pocos centímetros de su rostro, amenazante. Finalmente, suspiró.
—Está bien... Pero antes quiero algo a cambio.
Fruncí el ceño, incrédula.
—¿Qué cosa?
Dashka levantó la cabeza con una sonrisa irónica.
—Una disculpa de tu parte.
Me quedé en silencio por un momento, asimilando lo que acababa de pedir. Luego solté una risa falsa.
—¿Una qué?
Dashka no respondió, pero su mirada desafiante seguía fija en mí. Alucard suspiró, cansado de la escena, y su espada se acercó un poco más al cuello del prisionero.
—No estamos jugando —dijo con frialdad.
Dashka tragó saliva y finalmente cedió.
—Está bien. Los mapas están enterrados en el cementerio... a las afueras del pueblo.
Su confesión hizo que mis ojos se entrecerraran con desconfianza.
—Nos llevarás ahí —dije, mi voz cargada de determinación.
Dashka gruñó, pero sabía que no tenía escapatoria. Lo que fuera que estaba planeando, no me detendría.
Caminamos hacia el cementerio, con una sola idea en mente: asegurarnos de que esta vez no estuviera mintiendo.
Las afueras del pueblo parecían tranquilas al principio, casi demasiado normales para lo que esperábamos después de lo ocurrido en el callejón. Sin embargo, pronto algo cambió. Un hedor comenzó a impregnarse en el aire, denso y nauseabundo. Al principio era casi imperceptible, pero pronto fue inconfundible: cadáveres descompuestos mezclados con un ligero y extraño aroma a azufre.
Fui la primera en notarlo. Mi pecho se apretó, y sentí que el aire se volvía pesado, pero no dije nada. A unos metros, Alucard se detuvo en seco, y su expresión seria confirmó lo que temía. Él también lo había detectado.
—Hay algo más adelante... —murmuró con voz grave.
Avanzamos con cautela hasta llegar a un pequeño conjunto de casas a las afueras del pueblo. Las edificaciones estaban maltrechas, sus paredes cubiertas de grietas y manchas oscuras. Sin embargo, nada, absolutamente nada, nos había preparado para lo que vimos.
Frente a nosotros, los monstruos de la montaña -aquellas criaturas que alguna vez habíamos enfrentado- ahora emergían como cadáveres putrefactos, arrastrando sus cuerpos deformados desde las tumbas cercanas. Algunos estaban devorando restos de personas que yacían en el suelo, convertidos en un festín asqueroso, rodeados de sangre, moscas y pedazos de carne desgarrada.
Mi estómago dio un vuelco. Quise vomitar al instante, pero fue Ishaan quien no pudo contenerse. Se giró, su rostro pálido, dejando salir su asco mientras maldecía entre dientes.
El horror no terminaba ahí. Varios de estos monstruos habían logrado entrar a las casas cercanas. Desde las ventanas rotas y las puertas entreabiertas, era evidente que estaban consumiendo lo que quedaba de los habitantes. Restos de personas que, minutos antes, seguramente habían estado vivas.
El caos despertó un recuerdo enterrado en lo más profundo de mi mente: mi pueblo, consumido por las llamas, los gritos, la destrucción. No podía quedarme quieta.
Sin pensarlo dos veces, saqué mis espadas. Las junté por la base, formando una barra con filos a ambos lados. Mi furia me impulsó hacia adelante, y con un grito cargado de rabia y dolor, me lancé contra las criaturas. Mi único pensamiento era destruirlas, borrar su existencia.
Alucard no tardó en seguirme, su hoja brillando mientras cortaba a las bestias con precisión y velocidad. Mientras tanto, Ishaan sujetaba con fuerza a Dashka para impedir que huyera, pero eso no lo detuvo de unirse a la pelea, atacando con fiereza a los monstruos que se acercaban demasiado.
El combate fue breve pero brutal. Entre los tres logramos acabar con las criaturas, dejando el aire impregnado con el hedor de la muerte. Cuando el último monstruo cayó, me detuve, respirando agitada. Bajé la mirada hacia mis manos, cubiertas de una mezcla de líquido rojizo y verde: sangre humana y el asqueroso fluido de esas bestias.
Negué con la cabeza, tratando de despejar los pensamientos que amenazaban con consumir mi mente. Alucard se acercó a mí, colocando una mano firme en mi hombro.
—Todavía hay heridos —dijo con calma, aunque su mirada era igual de sombría que la mía-. Vamos, debemos ayudarlos.
Asentí, incapaz de decir una palabra. No quería pensar en nada más, no ahora.
Caminamos entre los escombros buscando sobrevivientes. El aire estaba cargado con el hedor de la destrucción, mezclado con cenizas y sangre seca. Entonces, mis ojos se encontraron con una escena que me heló el corazón: una mujer sostenía a un bebé entre sus brazos, ambas figuras acurrucadas junto a una pared destrozada. La mujer hablaba en voz baja, sus palabras salían como un murmullo desesperado en tamil. Entendí su idioma.
Me acerqué con rapidez, arrodillándome frente a ellos. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y miedo, pero también de un alivio tenue al ver que alguien había llegado.
—Esas cosas vinieron desde la montaña —dijo la mujer con voz temblorosa, sus palabras impregnadas de angustia-. Estas criaturas... nos atacaron hace unas horas. Lo destruyeron todo.
Mi mente comenzó a correr. Desde la montaña... ¿podría ser nuestra culpa?
Pensé en la gema. Era un objeto poderoso, y me aterraba la idea de que algo en nuestro plan hubiera desencadenado este caos. Sacudí la cabeza, intentando despejar esos pensamientos. No, mi tío nunca haría algo así para seguir mi plan. Jamás.
Me obligué a enfocar mi atención en el presente. Miré a la mujer y al bebé, la vulnerabilidad en sus ojos me atravesó. "Debemos ayudar a estas personas. Están sufriendo", pensé, sintiendo una determinación renovada.
Sin esperar una réplica, me puse de pie y ayudé a la mujer a levantarse con cuidado, asegurándome de que el bebé estuviera a salvo. Luego, sin perder tiempo, comencé a mover escombros, a buscar a otros heridos y a reparar las casas derrumbadas. Cada paso que daba estaba guiado por una necesidad urgente de hacer algo, de reparar aunque fuera una pequeña parte del daño.
Alucard se movió conmigo, observándome con atención. Noté una ligera sonrisa en sus labios mientras también comenzaba a ayudar. Pero no podía detenerme a interpretar lo que eso significaba. No ahora. Estas personas nos necesitaban, y si había algo que podía hacer para darles un poco de esperanza, lo haría.
Ashaan, aunque siempre desconfiado, también se unió al esfuerzo. Sin embargo, antes de comenzar, se aseguró de amarrar a Dashka a un poste, ajustando las cuerdas con fuerza para que no tuviera oportunidad de escapar.
El sol comenzó a bajar en el horizonte, tiñendo el cielo de un naranja quemado mientras trabajábamos. No podía dejar de pensar en lo frágiles que éramos todos, pero también en lo que significaba resistir frente al caos. Esta gente lo hacía, y yo no podía hacer menos.
Después de unas horas, logramos ayudar a todas las personas sobrevivientes. Al menos podían tener un hogar de nuevo. El dinero que le quité a uno de los matones de Dashka se lo entregué a esas personas, suficiente para que pudieran empezar de nuevo, aunque fuera con lo mínimo.
Mientras tanto, Alucard ayudaba a unos niños a sacar uno de sus juguetes entre los escombros. La escena me pareció de otro mundo. Lo vi reír un poco mientras los niños, aunque heridos, jugaban entre ellos. Él, un vampiro de naturaleza oscura, cargaba a un pequeño en sus hombros mientras otro tiraba de su capa, intentando envolverlo en sus juegos. Por un instante, todo pareció fuera de lugar: un vampiro y niños riendo entre ruinas.
No pude evitar sonreír. Fue una sonrisa breve, tímida, casi avergonzada, porque no sabía cómo interpretar lo que sentía. Alucard era muchas cosas: peligroso, caótico, impredecible... pero en ese momento, no lo vi como un vampiro. Lo vi como alguien bueno, o quizá de la manera mas alucinada como un verdadero aliado.
Ese pensamiento me tomó por sorpresa. ¿Desde cuándo lo veía así? ¿Era solo gratitud porque había cumplido con su palabra, o acaso algo más? No podía permitirme confiar en nadie, mucho menos en alguien como él. Pero esa pequeña escena, esa imagen de su sonrisa mientras los niños lo jalaban de la capa, desarmó algo en mí que ni siquiera sabía que estaba protegiendo.
Mi pecho se tensó al recordarme que las cosas no eran tan simples. Mi misión era más grande que esto. El era el enemigo aún, ¿verdad?
Sin embargo, por un breve instante, me permití sentir algo parecido a la esperanza.
Antes de que pudiera hundirme más en mis pensamientos, Ishaan se acercó y me tendió el mapa que había logrado desenterrar entre los escombros. Su rostro estaba cubierto de polvo, pero había una expresión de alivio en sus ojos. Lo tomé con cuidado, sintiendo su peso como un recordatorio de lo que aún quedaba por hacer.
Justo al lado, Dashka gruñía enojado, amarrado y derrotado. No pude evitar mirarlo con algo de desprecio. Él representaba todo lo que estaba mal en este mundo: el abuso de poder, la avaricia, la indiferencia por los demás.
Al menos, al final, todo había salido bien. Pero mientras mi mente se centraba en el siguiente paso, un pensamiento oscuro se coló entre las grietas de mi resolución: los vestigios. Si cosas como esta seguían ocurriendo cada vez que intentáramos conseguir uno, tendría que replantearme esta misión. No podía soportar ver más gente sufrir, no después de lo que había pasado antes.
No quería recordar ese día nunca más.
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