【veinticinco】
ᴄʜᴀʀʟᴏᴛᴛᴇ ʀᴀɢɴᴠɪɴᴅʀ
Sentados a la mesa de la cocina con un té por delante, el silencio reinaba entre aquellos dos, que sin saber que decir daban paso a una gran incomodidad, aunque más para ella que para él por las ya sabidas razones.
—Entonces, recapitulemos: esta es su casa y me trajo aquí porque quedé inconsciente en medio de nuestra pelea, sobre todo porque quería ahorrarse las molestias de ser interrogado en la cuidad, y ahora ninguno de nosotros se ha presentado a la funeraria —resumió su situación con un toque sarcástico, el cual no captó Zhongli, pues asintió convencido.
¡Es perfecto! Pensó ella después para no insultarlo en voz alta.
—En realidad tengo la mente borrosa —confesó segundos después tomándose los lados de la cabeza con fuerza y viendo su reflejo en el té.
—Supongo que es normal, pues al caer se golpeó con fuerza —mintió viéndose relajado.
Cómo si fuese algo que ella debía hacer, lo observó sin creerle una palabra. Ya antes le había ocultado situaciones de extrema importancia, y después de confiar ciegamente en Tartaglia había aprendido al menos un poco la lección. ¿Quién le decía que no le estaba escondiendo algo más? Puesto que no era normal para ella tener la sensación de que algo se le olvidaba, ¿pero qué era eso?
Después de tomar el té que con cordialidad Zhongli había preparado esa mañana, muy a la fuerza ya que dijo mil veces que no tenían tiempo para aquello, Charlotte salió de la casa primero, habiendo convencido al hombre de ir por separado.
—Baja la montaña, no te desvíes o te perderás... —siguió dando instrucciones en el recibidor y con las manos en la espalda, mientras ella apresurada se colocaba las botas largas.
—Entiendo, entiendo, y que no se le ocurra salir ahora de casa, o esto no servirá para nada —repitió, se levantó y corrió a toda prisa.
Según Zhongli, su casa se situaba casi en la cima de aquella montaña muy cerca del lugar en el que entrenaban, es decir, cerca del misterioso manantial; debía entonces bajar la montaña y al visualizar el lugar ella encontraría el mismo camino de regreso a la cuidad. Ciertamente, si lo pensaba con detenimiento, ¿por qué su hogar estaba tan lejos y escondido? Y además, porque si él era un civil común y corriente, su lugar era tan elegante.
Pudo observarlo al dar una mirada rápida hacia atrás, así lo encontró en el recibidor aún con la mano extendida diciendo adiós, pues la puerta corrediza seguía abierta; era una casa grande, además muy tradicional, y al menos corrió por diez segundos para cruzar el jardín delantero y pasar los muros por la entrada principal de dos grandes puertas de madera, todo ello, para encontrar el bosque de frente.
Quiso ignorar todo aquello, mas, imposible le era, sobre todo, tratar de recordar la noche anterior hacia que le doliese la sien, y con ello le parecía más curioso el hecho.
—Quiza deba ignorarlo... —trató de convencerse, sin embargo, mientras seguía su carrera sus mejillas comenzaron a sonrojarse y las comisuras de sus labios se fueron hacia abajo, dejándole un semblante bastante extraño.
Había estado en casa del asesor, dormido entre su cómodo lecho y tomado el té en su compañía. Hasta ese momento aceptaba haber estado alerta, porque con el uniforme ya puesto esa mañana, Zhongli se veía incluso más tranquilo que de costumbre, e incluso, más apuesto...
—No debería pensar de esa manera. ¡Mala Charlotte, mala! —se regañó infantil, negando mil veces con la cabeza y totalmente avergonzada.
Él no mintió en cuanto a las direcciones que debía tomar, pronto estuvo en el mismo lugar de siempre, con el manantial brillante gracias a los rayos del sol matutino, se dijo, era la primera vez que ese lugar resplandecía ante sus ojos, por lo que sin quererlo del todo se detuvo.
Pese a que eran notorias las marcas de su corta batalla en el césped, aún así Charlie no pudo recordar más de lo que ya entendía, hasta que se acercó al agua y observó su reflejo, entonces su sien volvió a picar tan fuerte, que le hizo alejarse con las manos en la cabeza.
—Era él... —susurró, sin saber exactamente a qué se refería, pero después negó como acostumbraba—. Debo volver antes de que me alcance.
Charlotte abrió una de las dos puertas de la funeraria, se apresuró a entrar y a agachar la cabeza sin pensarlo dos veces. Se había puesto el uniforme y arreglado el cabello, pero eso solo la retrasó más de lo que ya estaba.
—Siento llegar a estas horas, no tengo justificación. Si me lo permite, directora, puedo pagar las horas quedándome o llegando más temprano a partir de los siguientes días —habló de inmediato.
La mencionada estaba detrás de la recepción revisando algunos documentos, aunque tampoco perdió tanto tiempo en darle su atención, no obstante, el semblante que Charlie encontró después no le brindó la paz que necesitaba.
Hu Tao sonreía, miraba al asesor ya presente y luego a ella otra vez.
—El maestro Zhongli ya me lo explicó todo, Charlotte, no te preocupes —explicó señalando al mayor que saludaba con la mano cortés cerca de una estantería.
—¿Q-qué fue exactamente lo que él le dijo? —cuestionó enseguida, muy asustada de que el otro hubiese cometido un error que diera paso a un malentendido peor del que ella estaba preocupada.
—Que estuvieron entrenando hasta tarde, no se dieron cuenta de la hora y por eso los dos se quedaron dormidos, aunque no sabía con certeza lo que había sucedido contigo. —Levantó los hombros, aburrida por lo que decía. Realmente esperaba otra reacción de su amiga.
A la joven se le cayó un gran peso de encima, pues esa era, para variar, una buena excusa y no estaba tan alejada de la verdad.
—Sí, me pasé un poco más de la cuenta. —Se rascó la cabeza, ya que no podía dejar de estar nerviosa solo con ello. Si la directora llegaba a concluir que eso no había pasado, el malentendido alcanzaría límites catastróficos para ella.
—Y vaya que te pasaste —señaló la chica después, a lo que Charlotte no entendió nada—. Tu familia fue a visitarte está mañana, pero como no saliste vinieron hacia acá, e igual no tenía noticia tuya, así que les dije que podían ir al Ministerio de Asuntos Civiles.
—¿Qué? —dijo nada más, sin poder procesar sus palabras. Incluso miró a Zhongli, al que se le veía también confundido con los ojos bien abiertos.
—Por lo que me has contado de tus hermanos, supongo que puedo darte unas horas libres más para que arregles el malentendido con ellos —dejó la jefa sin quedarle salida, pero también siendo amable por la amistad que compartían.
De manera inmediata la chica se volteó en su lugar para correr fuera como un caballo de carrera.
—Vuelvo cuando me desocupe, ¡con permiso!... —Ni siquiera se escuchó bien aquello último, pues la puerta se cerró cuando todavía se despedía.
¿Acaso era una broma? En realidad no sabía que cara poner ni que pensar acerca de lo sabido, sin embargo, corrió entre los residentes y turistas hasta alcanzar el edificio que estaba buscando, y al qué por su lejanía arribó casi de inmediato. El guardia en la puerta le dejó entrar rápidamente, ya conociéndola de todas aquellas veces que había visitado el lugar por su condena, y nada más entró, en la recepción se encontraban dos figuras de espaldas y Ninguang de frente, quien al verla sonrió como ella sabía y avisó a los distraídos.
Solo al mirarla de pie a unos pasos, el alma les regresó al cuerpo a esos dos hermanos de palabra, y luego se vieron sorprendidos, pues al mismo tiempo en que Charlie los observaba bien, las lágrimas no tardaron en mostrarse. Y así, débil como la conocían, el de cabellos azules no tardó en abrir los brazos y sonreírle.
Charlotte entonces se lanzó sin pensarlo.
—Está bien, está bien. También te extrañamos —consoló Kaeya risueño, y a su lado el pelirrojo solo pudo suspirar al verla llorar como una niña. Diluc también estaba aliviado de verle con bien, pero tenía otras maneras de mostrarlo.
Quizá el miedo del malentendido con Zhongli le había atrofiado los sentidos, lo cual le impidió pensar acorde al momento, lo que dio cómo resultado aquella acción de infante.
Les había extrañado tanto y nunca pudo darse el tiempo de pensar en el hecho con cuidado; por supuesto, eran sus hermanos, cada día que pasó lejos les recordó, sin embargo, verles provocó en ella un sentimiento de tranquilidad que no pudo ocultar, lo que ocasionó sentirse vulnerable por primera vez de su destino en esa ciudad, porque si lloraba estando sola, ¿quien iba a ayudarle?
—¿En dónde estabas? Te estuvimos buscando toda la mañana y nadie sabía absolutamente nada de ti —cuestionó el patrón. No quería sonar duro, apenas le veía, pero había estado tan preocupado que le salió natural.
—Lo siento, no podía despertar... —contó y trató de detener el llanto para dar una buena excusa, aunque supo que no funcionó al ver el rostro del mayor.
—¿Cómo es eso? —inquirió de nueva cuenta, porque tal como había pensado, esa no era una buena excusa.
—Déjala ya, Diluc, lo importante es que ahora está aquí y no tiene ni un rasguño. Es un momento para celebrar, podemos dejar los regaños de lado. —Afortunadamente, el capitan le ayudó aún sosteniendo su cuerpo con cariño, tal como una madre justificando la travesura de un niño.
—Por eso siempre se sale con la suya... —murmuró molesto con el moreno, casi señalando que era su culpa que fuese malcriada.
—Es una bonita reunión, pero porqué mejor no continúan en un pabellón. Conozco el que tiene la mejor comida —se entrometió la albina, contenta por los tres y acallando las quejas del pelirrojo.
—Me gusta la idea, la preocupación me dio hambre. Vamos, querida Charlotte —Kaeya fue el primero en aceptar, llevando a la chica de la mano.
Una lugar así era mejor que la recepción del ministerio, así que Diluc no tardó en seguirles el paso, y luego Ninguang salió diciendo a la secretaria que estaría ocupada unas horas.
Mientras caminaban hasta el restaurante, Charlotte no tardó en sonreír por todos los comentarios de su hermano más elocuente y se dispuso a decirle unas cuantas cosas a modo de conversación, así hasta que llegaron, no tardaron en darles una mesa y se sentaron cada uno en su lugar.
—Debes estar muy feliz —dijo la mujer a la ahora castigada. Ya habían ordenado y la emoción podía percibirse desde sus orbes claros, por ello el comentario.
—Sí, nunca lo dije, pero tenía muchas ganas de verlos —confesó la menor con claro rubor en sus mejillas cuando dirigió la mirada al pelirrojo.
—Nosotros a ti también. —Viendo lo feliz que estaba después de llorar, al heredero del viñedo no lo quedó más que confesar para hacer más feliz a su hermanita, incluso si eso no había sonado tan sincero, aunque sí lo era.
Tenían muchas cosas de que hablar, sobre todo acerca del castigo que le habían impuesto después de casi mandarle a la horca. Por lo que entre la de cabellos claros y la mujer de la visión geo, la explicación salió a la luz.
—¿Por qué estabas tan empeñada en no recibir ayuda? Jean estaba tan preocupada, y aún así aceptó tu decisión —hizo saber el capitán, recordando lo ocupada que estaba la Gran Maestra Intendente, sin embargo, luego miró de reojo al muchacho de brazos cruzados e hizo una mueca bastante evidente, señalando así que al igual que Jean, Diluc había estado en las mismas condiciones.
Charlie explicó absolutamente todo lo que tenía que ver con su caso y sus razones, desde su error de hacer contacto con uno de Los Once, hasta el poco orgullo que le quedaba, el cuál no deseaba perder; por lo que al final los hermanos terminaron por entender y agradecer que ya no estaba metida en problemas mayores, porque a fin de cuentas, ya había pasado lo peor.
No obstante, una vez terminaron de comer, la menor pidió unos segundos al pelirrojo y este se los concedió sin problema; así los dos se alejaron de la mesa y caminaron hasta uno de los puentes solitarios que tenía una buena vista de la calle principal.
—Sé que a diferencia de Kaeya, no estás muy contento de lo que hice. Así que puedes decirme todo lo que piensas; puedes regañarme, incluso castigarme cuando vuelva a casa por todo un año... —soltó Charlotte cuando los dos se recargaron sobre la madera en la misma posición, por lo que no podían verse a los ojos. De igual manera, ella estaba tan avergonzada que suponía, era lo mejor.
—No hiciste bien en venir hasta Liyue y no escucharnos a ninguno de los tres, pero ahora eso ya no importa. No te castigaré, puedes estar tranquila —zanjó el pelirrojo con su tono de voz natural. No era que no quisiese escucharle, sino todo lo contrario, era sincero al estar en paz con el tema que tanto le había martillado la cabeza por meses.
Mas ella negó, casi interrumpiendo.
—Después de que papá muriera te hiciste cargo de mí; me trataste como si fuese tú verdadera hermana, y yo solo manché el apellido que me permitieron utilizar. No merezco que me perdones, Diluc, tu padre estaría muy avergonzado de haberme dado un nombre... —Era así como realmente se sentía, y no había necesidad de llorar, porque aceptaba el hecho.
Fue difícil para todos perder al señor Crepus, pero Charlie no imaginaba todo el dolor que pudo sentir Diluc siendo su verdadero heredero. Ella era pequeña aún cuando sucedió la tragedia y quedó en manos del pelirrojo, puesto que Kaeya se alejó en aquel momento por algo que jamás le contaron; sin embargo, el poseedor de la visión pyro nunca se desquitó con ella, pese a que se sentía lejano por su personalidad. Le hizo la vida más fácil, le lleno de oportunidades que otros huérfanos no hubiesen podido tener... por ello se sentía tan mal y tan culpable de no cumplir sus expectativas.
—Te fallé, nunca podré ser el caballero perfecto tal como lo eras...
Después de aquellas tristes palabras, los brazos del mayor le rodearon, y lo primero que pensó la joven fue en que era cálido y reconfortante. ¿Cuando había sido la última vez que recibió un abrazo del mayor? Cuando eran pequeños, Diluc solía abrazarle siempre que tenía miedo y ella solía estar pegada a él cada que tenía la oportunidad, no obstante, las cosas inevitablemente cambiaron con el tiempo.
—No tienes que serlo —mencionó, apretándola más contra su pecho—. Charlotte, eres mi hermana, siempre lo has sido y siempre lo serás. No necesitas hacer nada para que me sienta orgulloso, y mucho menos recorrer mi camino. Quizá yo tengo la culpa por no hablarte con sinceridad, por haber impuesto una pesada carga en tí ignorando las consecuencias, pero ahora ya no importa lo que hayas hecho o lo que harás en el futuro, papá nunca se avergonzaría de haberte dado un nombre, y yo tampoco lo haré. Nunca —sentenció.
Diluc Ragnvindr no era el hermano más hablador del mundo, nunca parecía preocuparse de lo que los demás hiciesen, y siempre que Charlotte tenía algo para contarle parecía indiferente, no obstante, aunque no estaba abierto a sugerencias, él se preocupaba genuinamente por sus hermanos y siempre los escuchaba con atención.
Era el tipo de persona que mataría si le hiciesen daño a sus seres queridos.
—Te prometo que a partir de hoy sabré hacerle frente a mis decisiones. Por ahora me quedaré en Liyue hasta el próximo Rito de la Linterna; no escaparé, pues aunque no lo parezca por todo lo que he aprendido de los demás, este es mi castigo por haberme equivocado —comenzó a decir contra su pecho, apretando el cuerpo del mayor con fuerza debido a lo que decía—. Te prometo, Diluc... —repitió decidida y continuó al darle la cara—. Aunque el destino no me permita cumplir mis sueños, estarás orgulloso de mi sea cual sea el camino que deba tomar.
Recordó las palabras de Zhongli, aquellas acerca de su fuerza. Si esta solo servía para protegerle, entonces quizá su destino no era destacar, sin embargo iba a intentarlo, y tal como decía, cualquiera que fuese su destino a partir de ese día lo tomaría entre sus manos y lo aceptaría.
—Esa es la Charlotte Ragnvindr que yo conozco. Mi Charlie —apoyó enseguida el pelirrojo. No le hacía daño darle ánimos, pensó enseguida mientras una nitida sonrisa se formaba en sus labios.
Al final, sus hermanos volvieron a Mondstadt, no sin antes contarle que Aether había estado atrapado todo ese tiempo en Inazuma, las tierras de la eternidad regidas por la Arconte Electro, Raiden Shogun. El rubio y su amiguita voladora cumplieron con su deber al hacerles saber todo a los allegados de su amiga y luego partió por una pista importante de su hermana, eso sin saber que tendría que estar ahí por un buen tiempo y escondido por el decreto de cierre de fronteras.
—Los extrañaré hasta que pueda verlos de nuevo. Buen viaje —deseó por último al verlos partir. En su garganta se formó un nudo y sus orbes derramaron lágrimas de alegría.
Cuanto deseaba ir detrás de ellos y volver a casa.
Y por gracia divina, Charlotte volvió a su tarea diaria sin ser cuestionada nuevamente. Las estanterías seguían sucias y desordenadas, no la mayoría pues ya había empleado tiempo en ellas, no obstante, este mismo le sobraba. Desde ese día hasta el Rito de la Linterna, nadie tenía entendimiento de que tantas cosas podrían suceder.
Las probabilidades eran infinitas.
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