【dos】

ᴇɴᴄᴀᴊᴇ ᴘᴇʀғᴇᴄᴛᴏ

          El tranquilo viñedo aburría a la que siempre tenía algo que hacer, no quería ofender a su hermano con ello, de hecho, agradecía aún con eso encontrarse en paz entre la siembra de uvas bien cuidadas. Sin embargo, no muy en el fondo, se culpaba como una tonta sobre lo que había ocasionado al no atrapar a los bandidos a tiempo, y en como Jean le había dado un gran descanso para que reacomodara las ideas; incluso sabiendo el dato, tenía miedo de que fuese una excusa para destituirla de su puesto como caballera permanentemente, por esa razón, el primer día lo vivió llena de incertidumbre.

          La mañana del segundo día el desayuno se sirvió a la mesa temprano, y pronto estuvo disfrutando de la especialidad junto al callado muchacho pelirrojo.

          —Hoy tengo que ir a la cuidad, si necesitas algo, solo dímelo —informó Diluc casi terminando el alimento.

          —No te preocupes, traje todo lo necesario para la semana, además, no me gustaría hacerte pasar malos ratos con una visita al dormitorio de los caballeros —dijo, considerada.

          En realidad, poco conocía de la historia que llevó al antiguo caballero a abandonar el gremio. Le parecía tan ilógico que a menudo se contaban las hazañas con las que él contaba, diciendo día y noche que era el perfecto hombre para convertirse en el Gran Maestro Intendente, y aun así, este negó su ayuda tras la muerte de su padre sin dar una explicación a nadie. Pero, aquellas historias solo hacían a Charlotte emocionarse y motivarse, deseando ser al menos una fracción de buena de lo que había sido Diluc en aquel tiempo, a pesar de su misma negación a ello.

          Como había dicho el patrón, al llegar la tarde temprana abandonó el viñedo para dirigirse a Mondstadt, dejando a su pequeña hermana a cargo de los empleados que residían en las casas cercanas, no obstante, Charlotte no era más una niña y no necesitaba cuidadores como los tuvo en su infancia, así que aprovechó para dar un paseo cerca del lago.

          Dejó por fin atrás la idea de portar el uniforme y sus ropas de aventurera le adornaron. Su gabardina azul cerceta llegaba elegante hasta sus rodillas, manteniéndola cerrada por los botones cuidadosamente distribuidos; junto con ello, los pantaloncillos blancos apenas se alcanzaban a apreciar con los movimientos bruscos, pero ello hacia a su largas botas blancas lucirse, sin dejar de lado los diferentes accesorios plateados y visión de hielo que le pertenecían, esta última la llevaba colgada en la espalda, al nivel de la cintura y siendo levemente cubierta por su largo cabello.

          —¿Cómo voy a sobrevivir de esta manera una semana entera? —cuestionó en voz alta.

          Podía ver el reflejo de su cuerpo en el agua cristalina, eso, sin tener mucho que hacer una vez arribó al río tranquilo. Ciertamente, pasar horas y horas pensando le era extraño, porque desde que se había unido a los caballeros los encargos le llovían del cielo. Debía aprovechar los efímeros segundos en ese caso, aunque lo único que pudo hacer, fue seguir viendo el reflejo, está vez de todo lo que le rodeaba, hasta que observó el cielo con atención y levantó la cabeza cuando una idea llegó a su mente:

         El territorio de Liyue estaba justo allí.

          De manera imprevista, corrió al viñedo una vez más, pensando en las posibilidades y sin tener en cuenta que era lo que realmente estaba haciendo cuando comenzó a preparar una mochila de viaje y al dejar una nota con un breve mensaje sobre su colchón.

          —Liyue está justo allí. —Abandonó la finca murmurando aquello.

          Tenía razón, las tierras que desconocía estaban a pasos, y por ende, aquellos bandidos también lo estaban. Increíblemente, su idea fue irracional: iría hasta allí, los buscaría y terminaría ella misma con lo que comenzó, sin pensar en nada más.

          Nadie en el viñedo notó su partida, incluso, su plan no era del todo una locura. ¿Cuánto podría tomarle atraparlos? Ellos no estaban tan lejos y no volvería a cometer el mismo error; el hecho de que las tierras de Barbatos colindaran con las de Morax, lo hacía más fácil, porque no sería un viaje largo, y al volver, simple podía disculparse con sus cercanos, porque cuentas hacia los Caballeros de Favonius no debía estando en descanso, incluso nadie podía evitar que ella quisiese tomar sus vacaciones viajando, pero por el momento, se ahorraría tener que explicarle a Diluc o a Kaeya que se marchaba, ya que seguro estos negarían su deseo.

          Fue repentino, abordar el camino hacia la tierra no tan lejana pronto se convirtió en una buena idea, solo, habría que evitar cometer el error de acortar paso por Espinadragón, pues a pesar de que no estaba mal querer saludar al joven alquimista, Albedo, retrasaría sus planes de manera considerada y no estaba preparada para afrontar el frío cala huesos.

          —Tal vez deba preguntar... —Más de una vez se vio obligada a ello, y reconocer a la Geoarmada en los diferentes puntos que visitó era algo bueno, porque significaba que iba por buen camino.

          El viaje fue todo un sueño para Charlie, no paró a descansar en ningún momento y no lo necesitaba como tal, solo, se mantuvo expectante de la fauna y flora que no nacía en su Mondstadt, tomando algunos materiales en el camino por si las dudas; de igual manera, no hubo complicaciones al tomar la ruta corta y vigilada, pero en caso contrario, su lanza y visión era todo lo que necesitaba para defenderse de enemigos a su paso.

          Otro aspecto a destacar en las tierras del Arconte Geo, fueron las estatuas situadas en diferentes puntos, aquellas que pertenecían a los siete. No le parecía la gran cosa, pues el Arconte Anemo también podía verse por todo Mondstadt. Sin embargo, fue ahí, en donde al acercarse a una de ellas pudo visualizar una silueta alta e imponente a pasos; llevaba capucha, pero a simple vista podían apreciarse sus cabellos largos y oscuros saliendo de ella, y cuando esta misma notó su presencia, le miró de soslayo volteando un poco el rostro.

          —Oh, tal vez deba preguntarle —decidió cuando agachó la mirada para consultar el mapa, no obstante, al levantarla, el desconocido ya no estaba presente.

          Pese a ello, se acercó y se detuvo frente a la piedra para observar de manera cautelosa la imágen del Patrono de los Contratos, y respetuosa avisó sobre su visita en un rezo, tal como Bárbara, la Diaconisa de la iglesia le había enseñado. Ello, olvidando los dorados orbes que le vieron hacia unos segundos.

          Así, hasta que por la noche arribó a la cuidad, aquella elegante y brillante Liyue que sus ojos atentos apreciaron por primera vez.

          Guardó el mapa cuando estuvo rodeada de los residentes y avanzó siguiendo el camino de piedra. Se encontraba impresionada por la estructura tan diferente de los edificios, y sobre todo de la ropa y accesorios de los presentes. Sin duda, todo fue digno de admirar, hasta que preguntado por ahí, encontró un lugar donde quedarse por esa noche.

          —La comida se sirve en el restaurante del primer piso, ahora la cena está en proceso, pronto le avisarán cuando se encuentre lista —explicaba la mujer que le llevó hasta su habitación independiente en el último piso—. Gracias por elegirnos, disfrute de todo lo que ofrecemos sin ninguna duda.

          Al marcharse cerró la puerta tras de sí, dejando sola a la extrajera, que cuando tuvo la oportunidad, se lanzó a la cama de espaldas al soltar su mochila con descuido sobre el suelo.

          —Terminó siendo un viaje agotador —aceptó, aunque feliz de haber llegado con bien—. Será mejor que descanse, mañana puedo preguntar por ahí a primera hora para encontrar a los bandidos. Definitivamente voy a atraparlos.

          Al final, se quedó dormida sobre el mullido colchón lleno de suaves mantas, que cuando avisaron que la cena estaba lista, no se pudo hacer nada porque asistiera.

          Por la mañana no salió el plan como lo esperaba, del cansancio se había quedado dormida unas horas más después de la primera hora, y ahí, en la parte exterior del restaurante saboreando su comida, también se encontraba con un mapa en las manos.

          —Así que la Casa Dorada es una potencial víctima para ser blanco de los bandidos —señaló entre murmullos el papel—. Pero también está el Banco del Reino del Norte, aunque no creo que sean tan estúpidos para enfrentarse a los Fatui.

          Consideraba, como decía, a las potenciales víctima de robo o estafa, incluyendo en ellas los variados puestos de comercio, que a su parecer, eran muchos. Comprendió en ese momento porqué le llamaban la ciudad del comercio.

          Una vez terminado el desayuno, partió con la mochila menos llena que antes, procurando no detenerse a curiosear mientras se dirigía hacia el edificio del Ministerio de Asuntos Civiles en donde se concentraban algunos guardias.

          —Buenos días, estoy buscando pistas sobre unos bandidos que lograron huir de Mondstadt. Cualquiera sería imprescindible —cuestionó al primer guardia que encontró.

          —Buenos días, he de suponer que usted es una extranjera proveniente de Mondstadt, pero por desgracia no puedo hablarle de este tipo de temas, la pondría en peligro y nadie en Liyue quiere eso —justificó el hombre del uniforme, siendo objetivo.

          Claro que, Charlotte tenía contemplada la situación, ella también, como Caballera de Favonius no esparciría información a las primeras y mucho menos dejaría que alguien estuviese en peligro.

          —Entiendo, gracias de igual manera —agradeció y se marchó de su vista, sin la necesidad de contarle su objetivo y motivos, porque no era necesario.

          A partir de ese momento, recorrió Liyue de pie a cabeza preguntado y recibiendo la misma resolución a su pregunta. Visitó el muelle, del que estuvo impresionada al ver los barcos atracados, y anduvo echando vistazos a los diferentes puestos, y sin poder detenerse, ya había comprado algunos recuerdos.
          Sin embargo, al final, la tarde se hizo presente y no consiguió ninguna respuesta.

          —Entonces, cuando Rex Lapis protegió sus tierras del temible Osial...

          Escuchaba al cuenta cuentos en aquella mesa de restaurante, acababa de comer otra especialidad de la casa, pero su ceño seguía hacia abajo revisando los puntos ciegos una vez más en el mapa.
          Pensaba, un poco decepcionada por no tener una sola pista, en que estaba cometiendo los mismos errores que antes permitieron escapar a los criminales.

          —¡Es Charlie... Claro que es, Paimon la reconocería incluso si fuese de noche! —Se escuchó la vocecita a su espalda, obligándole a voltear una vez comenzó a gritar su nombre en un llamado—. ¡Charlie, oye, Charlie!

          Se llevó una gran sorpresa. El Caballero Honorario, Aether, le saludaba desde no muy lejos, acompañado de su fiel y pequeña amiga, Paimon.

          —¡Que bueno verlos! Comenzaba a sentirme sola —confesó al acercarse con euforia hasta ellos.

          —¿Qué haces en Liyue? Pensé que estabas ocupada con tu trabajo —inquirió el viajero una vez estuvieron de frente.

          —Ah, es una larga historia, aunque... En realidad es corta. —Se avergonzó y negó—. La Gran Maestra Intendente me dio un descanso por fallar en una misión, así que vine a completarla por cuestión de orgullo, solo, no le digas a Diluc que estoy aquí.

          Fue sincera, agachando la mirada y subiéndola poco después al encontrar dos pares de zapatos en el suelo que observaba. Al parecer, solo había notado con la emoción la presencia de Aether y Paimon, pero alguien más estaba allí.

          —Es una pena escucharlo, pero creo que no debiste haber venido con esa intención hasta Liyue —regañó la chiquilla, señalando el hecho.

          —Paimon tiene razón, la Geoarmada se encargará del asunto, no debes preocuparte, y por lo que dices, tampoco preocupar a tus seres queridos —secundó el rubio de ropas excéntricas.

          Charlotte vaciló con la mirada, abochornada por primera vez plantearse en todo su viaje que estaba haciendo las cosas mal, pero no lo aceptaría así de fácil. Luego de ello, sin tener como defenderse, miró a la tercera persona que no había dicho una palabra en toda su conversación.

          Un hombre alto, castaño y de ropas elegantes en tonos cafés. Él la observaba directamente, por ello no pudo ignorarlo más tiempo, sin embargo, había algo en sus orbes dorados que llamaban mucho su atención, y sobre todo, lo enteramente etéreo que se mostraba. Su delgada silueta era para envidiar, y decir lo contrario de sus facciones, era mentir.

          —Olvidé presentarlos por la sorpresa de verte —atendió el viajero una vez notó que ella observaba al desconocido—. Charlotte, él es Zhongli, el asesor de la Funeraria El Camino, actualmente me ayuda con algunos encargos y estamos viajando juntos; y Zhongli, ella es Charlotte, trabaja como Caballera de Favonius y es la hermana del dueño del Viñedo Amanecer.

          —Un placer, señor Zhongli —ella extendió la mano primero como muestra de cortesía.

          —El placer es mío, señorita Charlotte —respondió el contrario.

          Cuando se dieron la mano, la joven descubrió los guantes oscuros en las del hombre, advirtiendo una extraña sensación que escondían, y en como estas fácilmente eran el doble de grandes que las suyas.

          Se soltaron luego.

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