【cuarenta y uno】

ᴇʟ ʀᴇɴᴀᴄᴇʀ ᴅᴇ ᴀʟɢᴏ ϙᴜᴇ ɴᴏ ᴅᴇʙɪᴏ́ ᴇxɪsᴛɪʀ

          El terrible escenario dejó a Charlotte con un semblante confuso y al mismo tiempo preocupado. Zhongli yacía sobre sus rodillas apoyado en su lanza, jadeando en un intento por recuperar el aliento que había perdido tras tantas batallas. El olor a sangre era penetrante, incluso con el aroma a humedad que desprendía la tierra y la piedra con el diluvio que aún seguía en pie.

          Fue cuando intentó acercarse, que Tartaglia le hizo volver a ese mundo, pues le detuvo por el brazo y jaló detrás de su cuerpo en un intento por esconderle.

         —Se encuentra un estado avanzado de corrupción, Charlie, no debes acercarte a él —explicó, observando como el otro no decía una palabra para defenderse—. Si te acercas, es posible que te haga daño.

          ¿Pero cómo podría hacerle daño? Enseguida pensó la joven, colocando especial atención en la piel resquebrajada del Arconte que de poco a poco caía en polvo dorado. Estaba en mal estado, deseaba acercarse y cuidarle, pero no hizo nada temerario, pues, más importante, por el momento los sentimientos de su otra mitad no le estaban llegando.

         —¿Qué deberíamos hacer? —cuestionó. Tampoco iba a manterse eternamente escondida detrás del pelirrojo.

         Pese a que no sabía a qué se estaba enfrentándo, Nobile avanzó dos pasos. No eran cercanos, de hecho, habían acabado en malos términos después de haber compartido innumerables desayunos, comidas y cenas, además, le había arrebatado la oportunidad de estar con la mujer que amaba, sin embargo, Zhongli seguía siendo él, y le debía mucho, así como sentía que podía seguir aprendiendo de su persona.

          —Maestro Zhongli —le llamó el Heraldo, lo suficientemente alto para que el mencionado le escuchara, logrando así obtener su atención cuando levantó la cabeza y los observó—. Charlie está aquí, no hay que buscar más.

          Entendía que el deseo del hombre era encontrarla. 

         —No permitas que se acerque —dijo él mismo, saboreando su cruel estado, que incluso así, solo pensaba en el bien de su querida dama.

         —Pero quiero hacerlo —contestó enseguida la joven. Le aterraba el tono resigando que había adoptado el Arconte.

         Intentó acercarse una vez más, siendo el pelirrojo no más un estorbo entre los dos, sin embargo, Zhongli levantó la cabeza y luego el brazo para advertirle que se detuviera.

        —Charlotte —entonces le llamó en un susurro—. Lo siento mucho. Todo esto fue mi culpa, jamás debí permitir que mis deseos de monopolizarte fueran más fuertes que los tuyos. Y hoy lo comprendo totalmente, que pese a lo que siento, lo nuestro es una mentira, solo es una atadura que no nos permite alejarnos y nos causa daño; algo que no debería existir, algo que debí impedir a tiempo, pero al final, no tuve, ni tengo, la fuerza necesaria para deshacerme de mi ego de dios.

         Todas las noches que le abrazó, los besos que le dio y los muchos que deseo darle, las palabras de apoyo, las miradas llenas de cariño. Los dos comprendían que aquello tenía altas probabilidades de ser falso, sin embargo, todo había sucedido y ellos lo habían vivido.

         —Quizá tenga razón... No, la tiene —se corrigió, aceptando y atrayendo las dos miradas de los presentes—. Pero no es un error. Me gusta estar con usted, me agrada aprender de todo lo que sabe...

         Justo cuando expresaba sus sentimientos, esperando a que todo saliese bien, Perforanubes atravesó el aire, y quien tuvo que desviarle fue Tartaglia con su propio arco, Estrella Invernal. Los dos, sorprendidos por el ataque, apenas retrocedieron al mirar como el Arconte se levantaba.

          —Tengo razón, por supuesto que la tengo —el tono del mayor cambio a uno irracional, que, llevándose una mano al rostro, no dejó ver su gesto—. Estos sentimientos son absurdos, tan innecesarios. ¿Por qué debería amarte? Si sigues enamorada de Nobile, yo los vi en ese bosque... —Al decir aquello, el mismo se interrumpió y miró con terror a los dos. Zhongli parecía pelear con algo dentro suyo, eso mismo que le había hecho mover su mano para atacarlos.

         —Tienes que irte, Charlie, porque si nos ataca, no voy a poder defenderte —advirtió el pelirrojo. Por supuesto que veía como un reto el hecho, mas no era tan inconsciente para no entender que tenía la desventaja.

         —¿Escapar? ¿Escapar? ¿Escapar?

         Charlotte abrió los ojos en grande cuando escuchó la vocecilla junto a su oido, había estado tan enfrascada en la conversación que no notó cuando un mago del abismo cryo hacia acto de presencia. Lo mismo sucedió con Tartaglia, reaccionando por segunda vez en el momento exacto para alejar del peligro a la dama, sin embargo, recibiendo a cambio un golpe en el brazo.
         Era de esperar que aparecieran enemigos, la batalla aún no había terminado y todos tenían el mismo objetivo: asesinar al Arconte y a la fuente de poder desconocida que habitaba Liyue.

         —Tu brazo... —lamentó la joven al observar al adolorido Heraldo, que con una sonrisa levantaba su arco y corría a devolverle el favor al enemigo antes de que ellos volvieran a tomar la iniciativa.

          Un mago del abismo, uno solo de ellos, se convirtió de pronto en un sin fin de monstruos que atacaron sin dudar al pelirrojo, y la antes caballera se preguntó aterrorizada cuando era que terminaría aquella pesadilla y el cielo por fin mostrara luz, aunque no hubiese nadie ahí que pudiera responderle.

         —¡Detrás tuyo, Charlie! —exclamó de pronto el fatui.

         Un emisario del abismo apareció a su espalda cuando estaba con la guardia baja y le dejó un segundo para responder, no obstante, el arma atravesó la carne sin reparo alguno. De la herida de pecho comenzó a brotar una escencia dorada, así como de la boca, siendo aquella lo equivalente a la sangre, que pronto comenzó a caer a chorros sobre el suelo de piedra.

         —Z-Zhongli —pronunció al ver el espectáculo. Por segunda vez había sido protegida y otro había recibido el daño, y la culpa que sintió le dejó sin fuerza en las piernas que le hicieron doblegarse sobre sus rodillas ante la escena.

          Lo que sucedió fue sorpresivo, aunque no para muchos. El herido resultó ser el mayor, que se atravesó en medio del ataque y dejó que lo lastimaron de gravedad, todo con tal de proteger a su querida Charlotte en el último momento que tuvo para recuperar la cordura.

         —Siento haber dicho que no te amaba...

         —Cuando en realidad eres la luz que me guío cuando estaba perdido...

          Las dos voces resonaron, una de la que los presentes podían ser testigos, y otra que solo ella podía escuchar.

         —¿Cómo me recuerdas, Charlotte? O, ¿cómo es que yo te recuerdo? Ahora entiendo que siempre tuve la culpa, tanto en esta época, tanto en la pasada...

         —Cuestionalos a ellos, amada mía, te dirán que me volví un loco...

          No entendía, no entendía nada, tampoco podía decirle una palabra o levantarse del suelo al observar como Zhongli seguía derramando aquel líquido a través del arma del emisario. Sentía, dentro de ella, como algo estaba punto de rasgarse y de separarse para siempre en consecuencia, y no quería, no lo deseaba, tenía miedo, estaba mareada y agitada, adolorida a tal punto en que no notó cuando comenzó a sentirlo.

          ¿Eso significaba que la armonía entre los dos no era verdadera?

         Su vínculo se estaba rompiendo.

         Y terminó por romperse.

          —Está bien. —El sentía todo lo que ella no podía expresar—. Solo será un momento, y después todo habrá acabado. Te dejaré ir por segunda ocasión.

          Comenzó a rechazarle, provocando que la piel de la semidiosa comenzara a arder mil veces peor que la última vez que sintió algo como aquello, tal como si estuviese quemádose en el fuego; sus dolorosos gritos se escucharon en toda la ciudad y la metamorfosis aceleró su paso aún más rápido que la última vez en el jardín del asesor, convirtiéndola en algo irreconocible, sin embargo, frente a ella, el cor lapis emergió el cuerpo del Arconte y comenzó a cubrirlo de poco a poco antes de que su cuerpo se convirtiera en arena.
          El emisario, encontró una pequeña sonrisa en el rostro del castaño antes de desaparecer en su propio elemento tragarselo junto a él, y de pronto, se hizo el silencio.

         Charlotte calló, su cuerpo dejó de sufrir los estragos del rechazo y volvió a ser tal como era antes de conocer al hombre: con su cabello claro y sus azulinos orbes; pero el dolor no había sido imaginario y el shock la mantuvo sin poder moverse, fue Tartaglia que se deshizo de sus enemigos para ayudarle antes de que perdiera el sentido por completo.

          Reinó una vez más el silencio en el centro de esa ciudad, ni siquiera los monstruos pudieron moverse, dejando a aquellos dos frente a la estatua de cor lapis que no parecía tener forma humana, y la que segundos después, comenzó a agrietarse, mostrando una fuerte luz entre las grietas que cada vez se extendían más y más.

          Se estaba quebrando, como un huevo de pájaro del que pronto emergería una cría.

         —Estoy vacía —susurró de pronto la dama, llevándose las manos a su pecho—. No lo siento, no está conmigo, y si se queda solo él sufrirá por mi culpa —lamentó, echándose a llorar poco después.

          El Heraldo, que entendió inmediatamente a qué se refería, observó el cor lapis que ya comenzaba a caer a pedazos; la había dejado, quebrado su vínculo, su conexión no existía más en ese mundo y al parecer él también había desaparecido. Las consecuencias no fueron lo que Zhongli dijo al comienzo, ella seguía con vida y no podía imaginar que su sacrificio había sido para lograrlo, porque de solo pensarlo, deseaba morir en ese mismo instante.
         Sin saber que hacer exactamente, no se movieron hasta que Xiao apareció frente los dos de forma imprevista y tomó a Charlotte en brazos sin avisar, tal como si fuese una princesa.

         —Deben esconderse, él vendrá y no tendrá piedad con ninguno de ustedes. —Su advertencia estaba llena de un sentimiento desolador que nadie entendió, luego se volteó hacia la estatua y parpadeó con lentitud—. Lamento haber llegado tarde, mi señor.

         Justo cuando saltó y Tartaglia se alejó lo suficiente, la estatua terminó por romperse y emitió una luz cegadora que abarcó toda la ciudad y un poco más de ella. Y, entonces, un ser apareció sometiendo con su presencia a todos los monstruos y civiles que se encontraban escondidos. El miedo se extendió como ola, llegando ser presenciado incluso por los otros Arcontes y en sus demás naciones; Venti, el más cercano, apenas pudo sonreír con nerviosismo al saber lo que se avecinaba.

          Era él, tan imponente y tan bello, adornado por sus ropajes blancos que tanto le caracterizaban en las historias de sus mismos hijos. Primero con la mirada escondida y luego con la misma en todo lo que alguna vez vio nacer, mas no aquella amable que le acompañó al recorrerla en su anonimato.

          Morax había vuelto a la vida, y traía consigo la pesadilla que lo vio morir.

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