✏ Capítulo 48 ✉
Había ido a todas partes:
A casa de Tae, al campo de béisbol de los niños en el parque, a la hamburguesería, a todos los restaurantes de comida rápida en los que lo había visto alguna vez, a otros en los que nunca lo había visto...
No estaba por ningún lado.
Ahora simplemente daba vueltas con el coche, buscándolo.
Porque era evidente que estaba en algún sitio, y me mataba pensar que, al parecer, no lo conocía tan bien como para saber dónde se encontraba ese sitio.
Las clases habían acabado hacía mucho.
Yo le había mandado un mensaje a mi hermano para que no fuera a recogerme.
¿Habría vuelto al instituto para entrenar?
¿Se habría ido a algún sitio para pensar?
Me fui a casa.
A lo mejor estaba allí; mi casa le gustaba.
Su coche no estaba frente a la casa cuando llegué, pero de todas maneras miré en todas las habitaciones y en el jardín trasero.
No estaba allí.
No sabía por qué había pensado que vendría corriendo a buscarme cuando era bastante obvio que era de mí de quien estaba huyendo.
Dejé las llaves de SeokJin en el suelo de mi habitación y me derrumbé sobre la cama, sin saber muy bien qué hacer.
¿Esperaba simplemente a que me mandara algún mensaje?
Sentía que ya habíamos esperado lo suficiente en lo que a nosotros respectaba y no estaba seguro de que pudiéramos sobrevivir a otra sesión de espera.
La cabeza de SooBin apareció por el resquicio de la puerta.
— Hola.
— Buenas.
— ¿Puedo hablar contigo? —dió un pasito hacia el interior de la habitación, pero se quedó en la puerta.
— Claro, entra.
Le dejé un hueco en la cama, aún tumbado bocarriba, y di unos golpecitos a mi lado.
Mi hermano se acercó a mí, se tumbó a mi lado y miró al techo.
Como no decía nada, pregunté:
— ¿Qué pasa?
— Espero que no me odies.
Me incorporé sobre el codo, preocupada.
— No te odio. ¿Qué pasa?
No podía mirarme.
Estaba observando el techo como si no fuera solo una superficie vacía y blanca.
Como si de verdad estuviera diciéndole algo.
Juzgándolo.
Al fin, lo escupió:
— Fui yo quien te rompió la guitarra. Lo siento.
Suspiré y me dejé caer de nuevo.
— Ahora me odias.
— No, no te odio. Nunca podría odiarte. Estoy cansado. Es solo que he tenido un día muy largo.
— ¿No estás enfadado?
Estaba enfadado, triste, frustrado y me sentía culpable por haber acusado a Yugyeom durante tanto tiempo de algo que no había hecho.
— Tenemos que pedirle perdón a Yug, ¿no te parece?
— Sí.
— ¿Juntos? —levanté la mano y SooBin puso la suya contra la mía.
Sus dedos eran casi igual de largos que los míos.
¿Cuándo había sucedido eso?
— ¿Y cómo la rompiste?
Quizá no debería haber preguntado.
La historia podía reavivar las llamas de la ira y no tenía energía suficiente para eso en aquel momento.
— Me caí encima.
— ¿Qué? ¿Estaba fuera de la funda?
Bin parecía avergonzado.
— Quería aprender a tocar... Como tú.
Sonreí y le alboroté el pelo.
— ¿Quién te ha enseñado la regla de hacer la barba (alagar para evitar un regaño)?
— Papá.
Lo agarré del brazo y lo ayudé a bajar de la cama.
— Venga. Antes de que aprendas a tocar, tienes que escuchar toda la música del mundo.
— ¿Toda? Eso es mucho.
— Bueno, tienes que averiguar qué te gusta más. Primero vamos a hablar con Yugyeom y luego te daré unos temas para que empieces.
El pie de SooBin entró en contacto con las llaves sobre la alfombra y salieron
volando hasta que golpearon la pared.
Las recogió y me las dió.
— ¿Por qué tienes el coche de SeokJin?
— Tenía que hacer algo importante.
— Ah. ¿Tienes que irte?
Me metí las llaves en el bolsillo.
— Luego. Esto también es importante.
[🥀]
Estaba de nuevo en el coche.
SooBin le había pedido perdón a Yugyeom, yo había encontrado unas canciones perfectas para Bin y le había escrito una carta a Tae.
Era lo único que se me ocurría.
Ahora iba a dejársela en su casa.
En la carta le decía cuánto lo sentía y lo mal que lo había juzgado durante todos esos años; cómo entendía por qué se había comportado como lo había hecho en su fiesta de cumpleaños (que estaba esperando a que lo llamara su padre y que le dolió que no lo hiciera).
Comprendí por qué intentaba ayudar a los demás desviando la atención y haciendo reír a la gente cuando creía que les estaban haciendo daño:
Porque así era como él lidiaba con sus problemas.
Terminé la carta diciéndole que no iba a alejarme de él.
Que no podría librarse de mí tan fácilmente.
Agarré el volante con fuerza.
La carta estaba sobre el asiento del copiloto, esperando a ser leída.
Ojalá hubiera estado Tae ahí en su lugar.
Estaba a medio camino de su casa cuando me di cuenta de que había un sitio donde no había mirado.
El único sitio al que él me había llevado:
El hotel con el campo de golf.
Crucé tres carriles de la carretera para dar media vuelta, por lo cual una camioneta negra me tocó el claxon durante varios segundos.
Le hice una señal con la mano, pero no miré al conductor a los ojos.
Tae estaría allí.
Tenía que estar.
Llegué al hotel, aparqué y seguí el camino por donde él me había llevado la otra noche.
Tuve que dar la vuelta unas cuantas veces, pero finalmente encontré la puerta.
La que Tae había saltado.
Estaba cerrada, igual que la otra noche.
La luna brillaba con fuerza, y el camino que había al otro lado de la puerta estaba mejor iluminado que la otra vez que estuvimos allí.
Me apoyé en la puerta y volví a sacar el móvil.
«“¿Estás en el hotel?”», escribí.
«“Si lo estás, yo también, y dentro de 5 minutos voy a saltar por encima de esta puerta, aunque seguro que me atrapan... Y, además, no sé si seré capaz de saltar por encima de una puerta. Y llevo falda. Por favor, no me obligues a saltar por encima de la puerta.”»
Me puse de puntillas e intenté ver, aunque fuera un poco, el patio donde nos habíamos sentado.
Solo pude distinguir las coloridas hojas más altas de una planta que había en una maceta.
Tiré de los barrotes.
La puerta no iba a abrirse.
La parte de arriba era plana.
A diferencia de otras muchas puertas que había visto, esta no tenía pinchos de esos que pueden empalar a una persona, lo cual era bueno, pero no había barrotes horizontales que cruzasen los verticales que llegaban hasta la parte superior.
¿Cómo se habría subido Tae aquella noche?
— Puedo hacerlo —susurré— A fin de cuentas, ahora soy el mejor corredor del mundo. Esto debería ser fácil.
Apoyé el pie entre un par de barrotes para darme un primer impulso.
— ¿Estás hablando solo?
El alivio me inundó por dentro al oír su voz al otro lado de la valla.
Saqué el pie sin demasiada elegancia de entre los barrotes y vi su rostro familiar a través de ellos.
Quería rodearlo con los brazos, pero la valla nos separaba.
— Lo siento muchísimo.
— ¿Por qué? —preguntó con su sonrisa habitual— Yo hablo solo bastante a menudo.
—No. Ya sabes por qué.
Agarré los barrotes con ambas manos para apoyarme.
Él negó con la cabeza.
— No lo sientas. Fue Mingyu.
No parecía enfadado, pero tampoco se había movido para dejarme entrar.
— ¿Vas a abrir? Necesito abrazarte. Puedo abrazarte, ¿no?
— Si puedes saltar esa valla, puedes hacer lo que quieras, guapo —dijo con voz seductora, y me guiñó un ojo.
Sabía qué estaba haciendo.
Se estaba escondiendo detrás de su coraza.
Y lo odiaba.
Odiaba que sintiera la necesidad de hacer eso conmigo.
— No.
— No, ¿qué?
— No me trates como tratas a todo el mundo. No te escondas de mí.
— ¿Y tú no has estado escondiéndote de mí? —ahora su voz sí sonaba un poco enfadada.
— ¿A qué te refieres?
— A la canción. ¿Cuándo ibas a enseñármela? ¿Cuando ganara el concurso?
— ¡No! Claro que no. No iba a presentarla al concurso.
— ¿Por qué no? Es muy buena.
— No tenía que escucharla nadie. Y mucho menos el instituto entero.
— Creo que quieres decir «y mucho menos tú».
Empecé a negar con la cabeza, pero tenía razón.
Nunca había querido enseñarle esa canción.
— ¿Aún no confías en mí?
— Sí que confío.
— Sigues pensando en mí como el chico que trató mal a SeokJin. Como el chico que también te hará daño a ti algún día. No estás dispuesto a abrirte del todo conmigo.
— No. Eso no es cierto. Tae, te he contado más cosas a ti que a nadie —se me cerró la garganta— De hecho, me has ayudado a encontrar mis letras. Mi voz. Pero no sentía que la letra de esa canción fuera mía. No sentía que tuviera derecho a usarla —saqué la carta que había escrito de debajo de la goma de la falda y la metí entre los barrotes.
Se rió en voz baja.
— ¿Otra carta?
— Hace mucho que no recibes ninguna.
La recogió de donde había aterrizado delante de él.
— Tuya, no.
Levanté las cejas.
— ¿Te ha estado escribiendo cartas otra persona? —cuando no dijo que no inmediatamente, tomé aire, sorprendido— Espera. ¿Tu padre?
Su mirada se clavó en la mía.
Todo el dolor que había estado ocultando desde que llegué estaba ardiendo en ella.
Bajé la voz.
— ¿Me dejas entrar, Tae? ¿Por favor?
Dio un paso adelante y abrió la puerta.
Yo la atravesé corriendo y le eché los brazos encima.
— Me iba a poner a leer una carta —dijo cerca de mi oreja— Eres muy pegajoso.
Sonreí.
— Para de hacer bromas y déjame estar aquí contigo.
[🥀]
Nos sentamos en el patio que daba al campo de golf.
Los dos teníamos una carta en las manos.
Yo tenía la que Tae había recibido de su padre y él tenía la que yo le había escrito antes.
— No tengo por qué leerla —repetí— si es demasiado personal.
— Quiero que lo hagas. Necesito que me des un punto de vista objetivo.
— Vale.
Inspiré y abrí el sobre.
Saqué una única hoja de papel que estaba doblada en tres partes y la abrí con cuidado.
Parecía escrita de forma apresurada, pero no conocía la letra de su padre, así que, que yo supiera, podía haber puesto todos sus esfuerzos en ella.
Tae:
Hijo mío, me alegra saber de ti. Estoy seguro de que la vida no nos ha dejado parar a ninguno de los dos.
Me dio la sensación de que su padre estaba intentando quitarse culpa.
Dejé de leer y le puse una mano a Tae en la rodilla.
No levantó la vista.
Tenía la mirada fija en la carta que le había escrito yo.
Seguí leyendo.
Tengo un nuevo trabajo en el que debo volver a aprender a utilizar un sistema operativo entero y que me mantiene la mente ocupada. Entre eso y mis obligaciones familiares, parece que el tiempo se me escapa todos los días.
Eso dolía.
Como si Tae no fuera una de esas obligaciones familiares.
Seguro que ya sabes a qué me refiero, dado que ya eres prácticamente un hombre hecho y derecho. ¿Qué tal las clases? ¿El béisbol? ¿Tienes planes para la universidad? A ver si puedo ir a visitarte en algún momento el año que viene para que nos pongamos al día como es debido. Mientras tanto, seguro que ambos podemos esforzarnos más para mantener el contacto. Te quiero.
Papá.
Cerré los ojos un momento y esperé a que Tae terminara de leer mi carta.
Cuando acabó, me sonrió y me dió un beso.
— Lo necesitaba —dijo.
Volví a doblar la carta de su padre y la metí en el sobre antes de ceder al impulso de romperla en mil pedazos.
— Lo siento —susurré al devolvérsela.
— No. No lo sientas. Tiene razón. Podría haberme esforzado más.
— No dejes que te eche la culpa a ti.
— ¿Qué hago? —dijo él con un suspiro.
— O lo llamas, o lo dejas ir.
Tae me atrajo hasta su silla y enterró la cara en mi cuello.
Me abrazó con fuerza.
Ojalá hubiera estado antes a su lado.
Ojalá no lo hubiera apartado de mí durante tanto tiempo.
Pero ahora estaba allí, y no había nada de malo en necesitar a alguien a quien aferrarse.
— ¿Me has puesto aquí para poder quedarte conmigo? —pregunté.
— Pues sí.
Me dio un beso y yo se lo devolví.
— Creo que voy a llamar —dijo entre beso y beso.
Sonreí.
— ¿Puedo quedarme?
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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆
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