✏ Capítulo 44 ✉❧

Vi a Tae Hyung en el estacionamiento a la mañana siguiente.

Iba hablando y caminando junto a un amigo suyo, con una sonrisa tan radiante que podía detener el tráfico o los corazones, siendo el mío prueba de ello.

¿Cómo iba a seguir viéndolo si el día terminaba mal?

— Ahí está Tae Hyung.

Jimin lo saludó, pero él no le vio, así que empezó a bajar la ventanilla.

Yo lo agarré del hombro.

— No, por favor.

— ¿Qué pasa?

— Nada. ¿Podemos esperar un poco para hablar con él?

— ¿Esperar hasta cuándo? —entonces abrió mucho los ojos— ¡Ah! ¿Te gusta el entrenador de Binnie? ¿Estás en la fase de «ser misterioso»?

Gruñí, pensando en la carta que esperaba a ser leída debajo de la mesa.

— Estoy en la fase totalmente opuesta a la de ser misterioso.

— Entonces no lo estás haciendo bien.

— Lo sé. Seguro que fracaso estrepitosamente. He incumplido todas las reglas —salí del coche, ahora que él ya había pasado de largo— Te veo después de clase.

[🥀]

Química.

La mesa esperaba frente a mí como una lápida en una película de zombis.

Me quedé plantado en la puerta, mirándole, sin saber muy bien si en esa metáfora de los zombis yo sería el chico que carga contra ellos pico en mano.

Seguramente sería el que sale huyendo en dirección contraria.

— ¿Vas a seguir andando o a estorbar en la entrada? —dijo Mingyu detrás de mí, intentando pasar por mi lado y golpeándome en el hombro con el suyo.

Me tropecé hacia delante, pero no me caí.

Aquello me dio el impulso necesario para seguir caminando.

Me senté, conté hasta tres y busqué la carta.

Mi mano solo encontró un chicle recién masticado.

Así pues, se trataba de la opción número dos:

Le gustaba otra persona suertuda.

Y ahora él sabía que era yo.

Al menos, se lo había dicho por carta y no había tenido que ver cómo se horrorizaba.

Se me cayeron las esperanzas a los pies, más hechas polvo de lo que creía.

De todas maneras, ¿cómo se me había ocurrido que a un chico popular como Tae Hyung podría gustarle un chico tan fuera de lo común como yo?

Las lágrimas me enturbiaron la vista y volví a despejarla pestañeando con fuerza un par de veces.

Por primera vez en bastante tiempo, me obligué a tomar apuntes decentes, aunque hacía mucho que el señor Lee había dejado de pedírmelos al final de la clase.

Cuando por fin sonó el timbre, librándome de aquel sufrimiento, el señor Lee me llamó.

— Espera un momento, por favor.

Mingyu me dedicó una sonrisa de satisfacción, así que me pregunté si se las habría arreglado para meterme en problemas otra vez.

En cuanto se fue todo el mundo, el señor Lee me enseñó una nota doblada.

— ¿Es esto lo que estabas buscando antes? —preguntó.

Mi corazón empezó a latir con fuerza.

El señor Lee tenía mi esperanza en la mano y yo quería abalanzarme sobre él para recuperarla.

Asentí.

— ¿Tae Hyung y tú se creen que estoy ciego?

Los hombros se me tensaron.

¿Eso quería decir que también había robado mi nota del día anterior?

¿La que había escrito para decirle a Tae Hyung quién era?

— No.

— Me alegra oírlo, porque sus actos indican lo contrario.

— Lo siento.

— Se acabó lo de escribir cartas en clase.

— La última no la escribí en clase —dije, aunque sabía que no importaba.

— Da lo mismo.

— ¿Puedo llevármela ya? —pregunté, señalando con la cabeza la carta que él sostenía en su mano como si fuera un trofeo que no podía ganar.

— Voy a guardármela. Cuando tenga tu nota de Química, te la devuelvo. Hasta entonces... —abrió el cajón de su mesa y la dejó caer en su interior— Es mía.

Necesité toda mi fuerza de voluntad para no arrodillarme y suplicarle que se apiadara de mis pobres y exhaustos nervios.

Recogí mi mochila y me dirigí hacia la puerta.

Los pasillos estaban vacíos.

Todo el mundo se había ido ya a comer.

Si Tae Hyung me hubiera escrito una respuesta positiva al descubrir mi identidad, ¿no debería estar ahora mismo en el pasillo con esa increíble sonrisa suya, diciéndome que quería casarse y tener hijos de música rock conmigo?

A no ser que no hubiera recibido mi carta y que aún no supiera quién era yo.

Recordé las últimas palabras del señor Lee una y otra vez.

Vi cómo la carta caía en el cajón abierto de la mesa.

Necesitaba esa carta.

Iba a recuperar esa carta.

Con ella sabría si Tae había recibido la mía.

Sabría si tenía que evitarlo para siempre o no.

[🥀]

Le mandé un mensaje a mi hermano durante la última clase para decirle que iba a volver a casa en coche con Jin.

Luego le mandé otro a SeokJin, esperando que estuviera de acuerdo con el plan.

Y añadí:

«¿Quieres ayudarme a robar unas llaves de la oficina central después de clase para que pueda rescatar la carta?»

Le había contado lo que había sucedido durante la comida.

Estaba igual de escandalizado que yo.

Su solución era que se lo dijese a Tae Hyung a la cara y ya está.

La mía podía ahorrarme una vida entera de humillaciones, dependiendo del contenido de la carta.

Entonces me devolvió el mensaje:

«Claro que sí. Yo distraigo y tú rescatas»

Y ahí estaba yo, entonces: 

Rescatándola.

Podía oír la voz de SeokJin junto a la mesa principal mientras hablaba con la señora Chan.

Yo me había colado por la puerta de atrás de la oficina central y me estaba acercando a la mesa larga.

La tarea de Jin era complicada:

No solo tenía que distraer a la señora Chan mientras yo robaba las llaves, sino que tenía que seguir con ello todo el rato que tardara en volver para que pudiera ponerlas de nuevo en su sitio sin que se diera cuenta de que habían desaparecido.

Le había prometido a SeokJin que me daría toda la prisa que pudiera.

También le había prometido una copa de helado con sirope, pero pensar en ello no me servía de ayuda en ese momento.

El señor Lee no tenía clase a séptima hora, así que sabía que se habría ido hacía tiempo.

Solo esperaba que no hubiera cerrado con llave el cajón de la mesa, además de la puerta.

Las llaves eras fáciles de conseguir; ya las había usado antes, porque era una persona responsable y de fiar.

Estaba casi seguro de que me cargaría esa reputación yo solito si la señora Chan me descubría en ese momento.

Me metí las llaves en el bolsillo para que no hicieran ruido y salí a toda prisa.

Una vez fuera, subí el ritmo hasta que empecé a correr.

Yo no corría mucho, no me gustaba, pero corrí como si la vida me fuera en ello.

Quizás, al final debería haberme apuntado al club de campo a través, porque no se me daba nada mal.

Durante un tramo de acera, más o menos.

Para cuando llegué al edificio de Ciencias, no solo había maldecido al equipo entero de campo a través, sino todo el deporte en general.

Me había dado un calambre que me estaba mandando una ola de dolor hacia la parte de arriba del costado y apenas podía respirar.

Frente a la puerta de la clase de Química, me doblé por la cintura para tomar aire.

Luego me acordé de que Jin seguía hablando con la señora Chan, me incorporé y comencé el proceso de eliminación para encontrar la llave.

Había probado ya cinco de las que parecían quinientas llaves cuando la puerta del final del pasillo se cerró de golpe.

Metí otra llave, quiso la suerte que girara y me puse a salvo en el interior de la habitación.

La clase estaba a oscuras, con las persianas bajadas, y mis ojos tardaron un momento en adaptarse.

Avancé lentamente con las manos extendidas delante de mí.

Ya había llegado a la última fila de mesas cuando se abrió la puerta y me giré, tomando aire de golpe y pensando cómo explicarle al señor Lee qué estaba haciendo allí.

Pero no era el señor Lee.

Era Tae Hyung, con esa deslumbrante sonrisa suya que iluminaba la habitación.

La puerta se cerró tras él con un golpecito seco.

— ¿Te he atrapado en la ejecución del crimen? —preguntó.

Traté de recuperar el aliento.

— ¿Estás intentando atribuirte el mérito de esto?

— Te he llamado allá afuera, pero corrías como si alguien te persiguiera.

— Estoy entrenando para hacer campo a través.

— Ah, ¿sí?

— No, qué va. Correr es lo peor que hay. ¿Por qué la gente lo hace a propósito?

Sonrió.

— Ese calzado no es precisamente el más adecuado para ello.

Bajé la vista hacia mis deportivas moradas.

Tenía razón:

Pesaban demasiado para correr.

Echó un vistazo alrededor de la clase.

— Bueno, ¿qué haces?

— ¿No tienes béisbol? —me sequé una gota de sudor de la sien.

— Estaba yendo para allá cuando te he visto.

— ¿Te hacen correr en béisbol?

— A veces.

— Pues lo siento.

Tae sonrió.

— Sé que no soy la persona más observadora del mundo, pero me da la sensación de que no quieres responder a mi pregunta.

Me reí.

— ¿Qué te hace pensar eso?

— Ah, pues no sé...

SeokJin iba a matarme si no me deshacía de él pronto y seguía con la misión.

— ¿Has cambiado de opinión? —preguntó.

— ¿Cambiar de opinión? ¿Sobre qué?

¿Has contestado y ahora quieres retirar lo que sea que hayas dicho?

Mi mirada, que había conseguido evitar la suya con bastante éxito hasta ese punto, se clavó en sus ojos.

Sabía que era yo quien escribía las cartas.

Así que sí había recibido la mía, después de todo.

Ahora él llevaba ventaja, porque sabía que me gustaba y yo no tenía ni idea de cómo se sentía al respecto.

Era posible que me hubiera escrito una estupendísima carta diciéndome cómo pensaba que podíamos ser grandes amigos.

— No.

— No, ¿qué?

— No, no te he contestado. O sea, lo habría hecho, probablemente, tal vez, pero no he recibido la tuya. El señor Lee me la ha robado.

Una sonrisa recorrió lentamente sus labios.

— ¿En serio?

— Tae, por favor, no te regodees en mi pánico.

Se rió.

— Es que es muy divertido.

Di un par de pasos de lado, intentando rodear la última fila de mesas para llegar a la del señor Lee.

— Solo voy a rescatar la carta del cajón y ya hablaré contigo cuando termine de leerla.

Me di la vuelta, pasé junto a mi mesa...

Nuestra mesa...

Y casi había llegado al pasillo cuando él me detuvo con un:

— Koo.

— Tú espera, ¿vale?

— Kookie...

Ya estaba detrás de mí, me puso las manos en los hombros y me hizo darme la vuelta para mirarlo a la cara.

El calor de sus manos parecía filtrarse en mi piel, caldeándome.

— No tienes que forzar el cajón. Puedo contarte lo que dice la carta. La he releído un millón de veces, así que me la sé muy bien.

Esa última frase la dijo en voz baja.

Las cartas eran seguras.

Eran palabras:

Fáciles de leer si las disfrutabas y de dejar de leer si te hacían daño.

Las cartas no me miraban fijamente como estaba haciendo Tae Hyung en ese momento, lleno de ardor.

— Tengo miedo —dije.

— No lo tengas —se aclaró la garganta— Querido JungKook... —empezó a decir, y su intensa mirada no vaciló— He sabido que eras tú quien escribía las cartas desde que fui a recoger a SooBin para llevarlo al entrenamiento de béisbol hace varias semanas. Oí la música que estabas escuchando. Una canción que solo nosotros, y quizás unas cien personas más, como mucho, conocemos. La respiración se me atascó en la garganta.

— ¿Qué? —lo interrumpí— ¿Lo sabías antes de Acción de Gracias? ¿Por qué no me dijiste nada?

— ¿Por qué no me dijiste nada tú?

— Porque me odiabas.

— Pues esa misma razón tenía yo: Porque me odiabas. Pensaba que dejarías de escribir si averiguabas que era yo.

Mi mente repasó nuestros encuentros de las últimas semanas.

Cómo levantó las cejas cuando mencioné que teníamos que llevarnos bien porque era Acción de Gracias; una referencia a nuestras cartas que pensé que él no había comprendido.

Acción de Gracias...

Él supo durante todo el día que era yo.

Y luego lo eché de mi casa.

No me sorprendía que pensase que lo odiaba.

Sin embargo, aún había algo que no lograba comprender.

— ¿Y Mingyu?

— ¿Qué pasa con él? Te he dicho que no estamos juntos.

— ¿Y lo estában antes?

— No. Me pidió salir. Sentí que tenía que darle una oportunidad... Es amigo mío. Lo hice. No éramos... ¿Cuál era la palabra que usaste tú? ¿Compatibles?

Asentí.

— Pero, ¿cómo? ¿Por qué? Él tenía las cartas que te escribí.

— Ah, ¿sí? —suspiró— Las tenía guardadas en la guantera del coche. Debió de encontrarlas. Lo siento mucho.

— No pasa nada. Pensaba que pensabas que él era yo.

— ¿Pensabas que pensaba que la que escribía las cartas era él? —su voz
mostraba la misma sorpresa que su expresión— ¿Mingyu?

Me reí.

— Sí.

— No. Nunca lo pensé. Ni por un segundo. Ni siquiera cuando entré en Química y le vi sentado en nuestro sitio. Le diré que me devuelva las cartas.

— Me las ha dado a mí.

— ¿Sí? Eso no es propio de él.

— ¿Qué quieres decir?

— No se puso muy contento cuando le dije que no éramos compatibles. Me
sorprende que no las usara en nuestra contra.

No lo había pensado antes, pero también me sorprendía.

— ¿Qué suerte?

— En serio. Ahora, calla, que estoy intentando leerte una carta de memoria.

Seguía sujetándome por los hombros.

Yo seguía sintiendo el calor que salía de mi interior.

— Adelante, pues.

Aquel día me sorprendió descubrir que eras tú, pero, cuanto más lo pensaba, menos me sorprendía. Luego me frustré, porque ese chico tan increíble que había conocido sobre el papel era la única persona en todo el instituto que no quería tener nada que ver conmigo.

— ¿La única persona en todo el instituto? Para mí que estás exagerando un poco.

— No interrumpas las cartas. Si estuvieras leyéndolo, no podrías interrumpirme.

— Pero me habría parado en esa parte para burlarme un poco.

Él se rió e hizo que se me acelerara el corazón.

Así pues, —continuó— pensé que, si me conocías a través de las cartas sin saber quién era en la vida real, quizás estarías dispuesto a dejar mis errores de lado. Luego me volví a sorprender al descubrir que tú habías estado haciendo lo mismo. Así que aquí estamos, en una encrucijada.

Esperé a que continuara, a que terminara.

No lo hizo.

Hablé más alto:

«¿Aquí estamos, en una encrucijada?» ¿Es así como la terminaste? ¿Así de abierta?

Dio un paso adelante, aunque no quedaba sitio.

Mis piernas golpearon una mesa.

— Creo que había un posdata —dijo.

De nuevo no podía respirar, solo que aquella vez no tenía nada ver con haber corrido:

Tenía que ver con lo cerca que estaba; con su voz, que se había vuelto más baja, y con sus ojos, que no se habían apartado de los míos desde que llegó.

Yo también bajé la voz.

— ¿Un posdata? Nunca lo hemos puesto.

— Me pareció que hacía falta.

— Pues sí, hacía falta.

— Un Posdata, sí, era muy necesario —prosiguió mientras me apartaba un mechón de pelo de la mejilla:

Pd. Me gustas. Mucho...

Estaba respirando de forma superficial y los ojos me empezaron a llorar por mantener la mirada fija durante tanto tiempo.

— Es un posdata estupendo.

— Para ser el primero, me pareció que está bastante bien.

No necesité mucho más porque estaba muy cerca.

Lo único que tuve que hacer fue ponerme de puntillas, y nuestros labios se encontraron.

Sabía a chicle de menta y a todos mis sueños y esperanzas.

Bueno, a todos no, pero a muchos sí.

Sus manos pasaron a mi espalda y me apretaron contra él.

Él profundizó el beso.

Mis brazos se deslizaron por debajo de los suyos hasta que también encontraron su espalda.

¿Por qué habíamos esperado tanto tiempo para hacer eso?

Su aliento era cálido y su beso, tan intenso como lo había sido su mirada.

Algo se cayó al suelo con un estrépito y apenas me di cuenta de que eran las llaves que llevaba en la mano.

Mi cerebro estaba demasiado confundido y no lo registró durante otro maravilloso momento entre sus brazos.

Luego me acordé de SeokJin.

Tomé aire y me aparté.

Demasiado rápido.

Me di un golpe con una silla en las pantorrillas.

— ¡Ay!

— ¿Estás bien?

— Sí. Las llaves. Jin. Tengo que irme —no sé cómo, me escurrí de entre sus brazos, recogí las llaves del suelo y salí corriendo.

— ¡Kookie!

— ¡Luego hablamos! ¡Tú también me gustas! —me volví y caminé de espaldas un momento, sonriéndole— Por si no era ya bastante obvio —luego me fui.

Correr era divertido, liberador...

Muy fácil...

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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆

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