✏ Capítulo 3 ✉
Había algo en la clase de Química que estimulaba todos los pensamientos de mi cabeza y hacía que se me disparasen a la vez.
Quizá fuera una mezcla entre lo aburrida que era la asignatura, el profesor monótono y la silla fría.
Me pregunté si habría una ecuación química para ello.
Esos tres factores combinados daban lugar a un cerebro medio derretido.
No, ese no era el término adecuado.
El cerebro no se me cansaba:
Se me llenaba de cosas y daba vueltas y vueltas, todo a la vez.
Un cerebro hiperactivo.
Un cerebro que me impedía concentrarme en las perezosas palabras que salían de la boca del señor Lee.
¿Serían sus palabras más lentas de lo normal?
Aquel día, entre todos los pensamientos normales y las palabras que ya no podía escribir en un cuaderno, tenía la canción que había aprendido a tocar con la guitarra el día anterior dándome vueltas en la cabeza.
Era una canción que me torturaba:
Me encantaba y la odiaba a la vez.
Me encantaba porque era genial; la clase de canción que me hacía querer escribir una igual de buena.
La odiaba porque era genial; la clase de canción que evidenciaba que yo nunca podría escribir una igual de buena.
Y seguía pensando en aquel concurso.
¿Cómo iba a ganarlo?
¿Cómo iba siquiera a participar?
Mi lápiz se cernió sobre mi hoja de papel, la única hoja que el señor Lee aceptaba.
Si pudiera escribir la canción, se me iría de la cabeza y así podría concentrarme en la clase.
Aquella hoja tenía que llegar a las manos del señor Lee en exactamente cuarenta y cinco minutos.
¿Cuarenta y cinco minutos?
Esa clase no se acababa nunca.
Pero, ¿de qué estaba hablando?
Hierro.
Algo sobre las propiedades del hierro.
Escribí la palabra «hierro» en la hoja.
Entonces, como si mi lápiz tuviera vida propia, se movió por la mesa de contrachapado y anotó las palabras que sonaban en mi cabeza:
Abre tus pétalos marchitos y deja que entre la luz.
Añadí un dibujo de un sol pequeñito cuyos rayos rozaban un poco el texto.
Después, solo quedaban cuarenta y tres minutos de clase.
[🥀]
Estaba escribiendo en mi cuaderno mientras caminaba por el pasillo, algo que todavía no dominaba a pesar de todas las veces que lo había hecho, cuando oí las risas.
Pensé que eran por mí, así que levanté la vista.
No lo eran.
Un chico rubio, quizá de primero, estaba en medio del pasillo con los libros bien apretados contra el pecho.
Sobre su cabeza había un bate de béisbol en precario equilibrio.
Kim Tae Hyung estaba detrás de él con las manos a los lados, como si acabara de soltar el bate.
— Pásame la pelota —le dijo Kim a su amigo Bogum, que estaba frente a él y
frente al pobre chico de primero.
Park se la pasó y Tae Hyung se quedó pensando cómo podría alcanzar la parte superior del bate para ponerla encima.
El chico parecía estar demasiado aterrorizado como para moverse.
— Necesito una silla. Que alguien me traiga una silla —dijo él, y la gente
corrió de inmediato a obedecer su orden.
El bate empezó a menearse, se cayó y rebotó por las baldosas del suelo hasta llegar a las taquillas.
— Te has movido, chico —le soltó al chico de primero.
— Inténtalo otra vez —dijo alguien entre la multitud que los observaba.
Kim sonrió con su enorme sonrisa cuadrada de perfectos dientes blancos.
Esa que usaba tanto, consciente del poder que contenía.
Yo fruncí el ceño.
Parecía ser la única persona que permanecía inmune a ella.
Aunque no quería llamar la atención, sabía que debía ayudar al chico, que estaba encogido de miedo.
Pero no estaba seguro de qué podía hacer.
Ser el centro de una atención que no
deseaba gracias a Kim Tae Hyung era algo con lo que estaba muy familiarizado...
Recordé la clase de Educación Física de mi primer año de instituto.
No era uno de esos chicos a los que se les daba fatal todo, pero sí conocía mis debilidades, y Educación Física era una de ellas.
El baloncesto mixto era el deporte por excelencia de esa clase, así que hacía todo lo que podía para mantenerme lo más alejado posible de la pelota.
Por razones que, según supe más tarde, eran probablemente maliciosas, siempre me pasaban la pelota a mí.
Los de mi equipo y los del equipo contrario.
Y yo nunca conseguía atraparla.
Era como si estuviéramos jugando al balón prisionero y yo fuera el único blanco.
Me daban en el hombro, en la espalda, en la pierna y en otras partes del cuerpo...
Fue entonces cuando Tae Hyung, que estaba sentado en la grada, gritó para que todo el mundo lo oyera:
— Es como si tuviera un campo de fuerza que atrae la pelota directamente hacia él. Un agujero negro. Un imán. Jeon JungKook, el Imán.
Lo último lo dijo como si fuera la voz en narración del tráiler de una película.
Como si me hubiera transformado en un superhéroe torpe o algo así.
Luego lo imitaron todos por el gimnasio entero.
Con aquella misma voz y riéndose.
Se reían y se reían, y su risa se me quedó en el oído como el apodo «Imán» parecía habérseles quedado a todos en la cabeza.
Y ahora esa risa había vuelto a aparecer en aquel pasillo, a costa de la última víctima de Kim Tae Hyung.
Carraspeé y dije:
— Anda, mira, un juego para ver quién tiene la cabeza más dura: Tae Hyung o su bate.
Asentí hacia un lado, intentando decirle al chico que se fuera, ahora que había distraído a Kim.
La sonrisa de Tae Hyung se hizo el doble de grande cuando me miró de arriba abajo:
Desde la coronilla, donde sentía que, bajo su escrutinio, mis rizos estaban aún más alocados de lo normal, hasta mis zapatos con los cordones de distinto color.
— Anda, mira, el guardián de la diversión. ¿Están pasando demasiadas cosas, JungKookie?
— Solo veo que se esté divirtiendo una persona.
Kim miró a su alrededor por el pasillo lleno hasta los topes de alumnos.
— Entonces es que no estás mirando bien.
Bajó la voz.
— Ya veo. Te cuesta mirar a alguien que no sea yo, ¿verdad?
Si se me notaba el enfado, estaría dejando que él ganara.
— Solo he venido a salvar a otro pobre desgraciado de tu arrogancia —dije con los dientes apretados.
Aunque tal vez no estuviera salvando a nadie.
El chico no se había movido.
Le había dado la oportunidad de marcharse y seguía allí.
De hecho, abrió la boca y dijo:
— ¿Y si pones la bola encima del bate primero y luego me pones el bate en la cabeza?
Tae Hyung le dio una palmada en la espalda.
— Bien visto. ¿A dónde ha ido a parar el bate?
Suspiré.
No había hecho falta que interviniera.
Al chico le gustaba el maltrato, por lo visto.
Seguí andando.
— La próxima vez, ven antes. No queremos que se nos vayan las cosas de las manos —dijo Kim, suscitando más risas.
El enfado me subió en una oleada por el pecho y me di la vuelta.
— ¿Alguna vez has oído hablar de la aliteración? Deberías probarla.
Era una respuesta patética, un argumento interno que él no entendería, pero era lo único que me salió.
Los chicos que habían a su alrededor se rieron todavía más.
Me giré y me costó, y Dios me ayudó alejarme caminando a una velocidad normal para evitar pasar más vergüenzas.
[🥀]
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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆
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