✏ Capítulo 27 ✉
— Tu castigo me está complicando mucho la vida.
— Hola, Jimin. Yo también me alegro de verte.
Cerré la puerta del coche y mi hermano salió del aparcamiento.
— ¿Qué prisa tienes?
— Tengo que ir a trabajar.
— ¿Por qué no ha venido a recogerme mamá?
— Tiene no sé qué feria de artesanía fuera de la ciudad.
— ¿Un jueves por la tarde?
— No sé todos los detalles. Pregúntale a ella.
Me callé.
Se notaba que mi hermano estaba harto.
Levanté la mano, me quité la goma elástica que me sujetaba el pelo y me pasé los dedos por los rizos.
— Mamá dijo que alguien iba a ir a recoger a SooBin dentro de un rato para llevarlo a su primer entrenamiento de béisbol —añadió él— así que asegúrate de que coma algo enseguida.
— Vale.
— Y supongo que de cena habrá lo que tú quieras.
Eso quería decir cereales fríos.
— Vale.
Detuvo el coche el tiempo justo para que me bajara y se marchó otra vez.
— Gracias por el paseo —les dije a las luces traseras.
Dentro de casa, grité hacia el cuarto de la televisión:
— Bin, a comer, que tienes béisbol.
Luego fui a mi habitación y me cambié los vaqueros por unos pantalones cortos sueltos, la camisa por una camiseta sin mangas y los zapatos planos por unos calcetines de lana que me llegaban hasta las rodillas, lo de las medias era porque quería vestirme como si fuera verano, aunque técnicamente tirábamos ya para el invierno.
El invierno más caluroso de Seúl, pero invierno, al fin y al cabo.
Me sentí mejor hasta que tropecé con la funda de la guitarra.
Gruñí y la metí debajo de la cama de una patada.
Mi puerta se abrió con un crujido.
— Ay, por favor, llama —dije.
Cuando me giré, vi a Yugyeom de pie en la rendija.
Empujó la puerta para terminar de abrirla, pero no atravesó el umbral.
Debería haber abierto los brazos y dejado que viniera corriendo hacia mí, pero no lo hice.
Le ofrecí una sonrisa fría.
— ¿Sí?
— ¿Me haces unos cereales?
— Tú ya sabes hacerte los cereales, pequeñín.
Miró el espacio que había debajo de mi cama con el ceño fruncido.
— Yo no he sido.
Suspiré.
— Yug. Es importante reconocer nuestra culpa cuando hacemos algo mal. Si no puedes decirme qué has hecho, ¿cómo quieres que me crea que lo sientes?
Hizo un puchero.
— Siento que me odies.
Suspiré.
— Me enfada que mi guitarra esté rota y me enfada que toques mis cosas sin permiso, pero no te odio. Nunca te odiaré.
— Yo no he sido.
Era un caso perdido.
Algún día, la verdad saldría a la luz.
Y aun entonces, daría igual.
Mi guitarra seguiría rota.
— Vale. Vete a comer.
Me senté en la cama, conecté el móvil a unos altavoces y regulé el volumen hasta el nivel más alto que podía aguantar.
Escuchar a Blackout no me ayudaba necesariamente a cumplir mi propósito de relajarme, puesto que ahora me recordaban a Tae Hyung y a las cartas, pero no iba a dejar que ese chico me arruinara mi banda preferida.
Subí el volumen un poco más.
Abrí mi cuaderno y miré el dibujo que había empezado durante la hora de castigo.
No sabía muy bien qué era lo que no me gustaba del diseño.
Yugyeom apareció en mi puerta moviendo la boca, pero solo se oía la música.
Apagué la canción.
— Hay alguien en la puerta —dijo.
— Ah, vale.
Me levanté.
Me imaginé que sería la madre de alguno de los compañeros de equipo de SooBin, que venía a recogerlo.
Sin embargo, al doblar la esquina, vi a Kim Tae Hyung de pie en la puerta abierta.
Estoy seguro de que el shock se me notó en la cara.
La expresión de Kim también era de sorpresa total.
Estaba tan estupefacto que, de hecho, le cerré la puerta en las narices.
¿Qué estaba haciendo él allí?
¿Había averiguado lo de las cartas?
Tenía el corazón a mil.
Seguramente ya era tarde para ir corriendo a cambiarme de ropa.
Ya me había visto con mis calcetines largos.
Di un paso atrás y él llamó tres veces más.
Intenté dominarme un poco el pelo alborotado antes de darlo por perdido y volver a abrir la puerta.
La mirada sorprendida de Tae Hyung se había suavizado hasta convertirse en su mirada de suficiencia habitual.
Me miró el pelo y la ropa.
— Cállate —dije.
— No he dicho nada.
— Tu cara sí.
— ¿En serio? ¿Y qué ha dicho mi cara?
— Ya sabes qué ha dicho tu cara.
Él se rio un poco y se encogió de hombros.
— ¿A qué has venido? —pregunté.
— Soy el entrenador de SooBin. Hoy tenemos béisbol.
— Ah.
Puf.
¿Kim era el entrenador de mi hermano?
No me extrañaba que se hubiera sorprendido al verme.
Seguro que no se había dado cuenta de que era el hermano de Bin.
— Va. Tú solo pórtate bien con mi hermano... Por favor —añadí.
No habría sentido la necesidad de decirlo si el Tae Hyung de la vida real fuera como el de las cartas, pero no lo era, así que lo dije.
Kim se encogió de hombros con una sonrisa socarrona.
— Claro. Él no tiene la culpa de quién es su hermano.
Solté un suspiro de exasperación.
— Ugh. Voy por él.
Esperaba que Tae Hyung se quedara en la puerta, pero me siguió hasta la cocina.
Sin embargo, Soo no estaba allí; solo Yugyeom estaba sentado a la mesa, comiéndose sus cereales.
Me giré hacia Kim y vi que se estaba mirando las suelas de sus caras zapatillas deportivas.
Claramente, había pisado el montón de cereales aplastados que había en el suelo.
Genial.
Vi cómo se frotaba el pie contra una baldosa de la cocina.
Luego se apoyó en la encimera y casi tira un montón de bowls que aún seguían medio llenos de leche.
Gruñí para mis adentros.
Tae Hyung estaba en mi casa juzgándome otra vez y contaba con nuevos criterios que añadir a su lista.
Apilé los platos y los puse en el fregadero.
Cosa uno entró corriendo en la cocina.
— ¡Hola, entrenador! —le dijo a Kim— ¡Ya estoy!
— Tú debes de ser SooBin.
Mi hermano asintió y luego me miró.
— ¿Qué pasa, Kookie? —preguntó— Pareces enfadado.
— Ah, ¿sí?
— ¿Sigues enfadado porque Yugyeom...?
— ¿Se ha comido todos los cereales con nubes? —lo interrumpí rápidamente— Pues sí.
— ¡No me los he comido! —protestó él desde la mesa.
— ¿Y dónde están?
Yug susurró un «No lo sé» y siguió comiéndose sus cereales.
Soo arrugó la nariz y seguramente iba a contradecirme cuando dije:
— Será mejor que te vayas, no querrás llegar tarde.
Tae Hyung caminó hacia la puerta y yo retuve a SooBin.
— Oye —susurré— No le menciones lo de mi guitarra rota a tu entrenador,
¿vale?
— ¿Por qué no? —susurró también él.
«Porque si le da muchas vueltas, puede que se dé cuenta de que lo de mi hermano rompiéndome la guitarra se parece demasiado a cierta carta que ha leído hace poco»
— Porque no quiero que piense mal de Yuggie.
— ¿No le caería bien Yug si lo supiera? —preguntó mi hermano.
— Es solo que no hace falta que hablemos mal de él.
— Vale —dijo Binnie, y salió corriendo por la puerta.
[🥀]
Pasé dos horas esperando ansioso a que mi hermano volviera a casa.
Traté de distraerme cosiendo, luego escribiendo y luego dibujando, pero fue todo en vano.
Cuando vi que Tae Hyung aparcaba el coche sobre las siete y media, abrí la puerta principal y me quedé en el porche mientras Bin se acercaba corriendo.
Esperé a que se volviera y saludara a Kim.
En cuanto este se alejó, dije:
— ¿Y bien? ¿Qué tal ha ido?
Soo estaba contentísimo.
— ¡Ha sido genial! Me encanta el béisbol. Nos han puesto apodos a todos. ¿Quieres saber el mío?
Por supuesto que él iba a ponerles apodos a todos.
— Sí —dije, ya preocupado.
— ¡Rayo rosa!
— ¿Rayo? ¿Rosa?
Bin levantó un pie.
En el lateral de la zapatilla de béisbol tenía el símbolo de Nike en un color rosa chillón.
Mi madre debía de haberlas comprado en la tienda de segunda mano, como muchas otras cosas.
— Sí. A los demás les hizo gracia cuando lo dijo él. Se rieron, pero luego les pareció bien a todos.
Por el bien de mi hermano me tragué el enfado que se me había quedado en la garganta.
No quería que se sintiera mal.
Aquel era un nombre del que todo el mundo se iba a reír cada semana mientras se recordaban una y otra vez que les parecía bien.
— Qué nombre más gracioso —dije por fin.
— Sí. Está bien.
— Bueno, a la ducha.
Echó a andar y luego se paró.
— ¿Kookie?
— ¿SooBinnie?
Bajó la vista y se miró los pies.
— Eh... Da igual.
Fruncí el ceño.
¿Acaso Kim había hecho que se sintiera estúpido?
No quería preguntárselo si no era verdad, pero quería que mi hermano pudiera hablar de ello conmigo.
— ¿Seguro que no tienes que decirme nada? —le pregunté con suavidad.
Él asintió lentamente.
— Sí, seguro.
Puede que mi hermano no necesitara hablar de ello, pero yo iba a hacerlo.
Con el causante.
[🥀]
El viernes antes de clase lo busqué por los pasillos, aunque no estaba seguro de cuál era el horario de Tae Hyung por las mañanas.
Había visto su coche en el aparcamiento, así que sabía que estaba allí.
Normalmente, intentaba evitarlo.
Aquel día iba a ser lo contrario.
Me ardía la sangre.
Tenía calientes hasta los ojos.
Estaba solo junto a su taquilla, mirándola como si se le hubiera olvidado la combinación.
Caminé con decisión hasta él y le toqué el hombro con un dedo.
— ¿Cómo te atreves?
Se volvió con una mirada de cansancio en la cara.
— ¿Qué quieres?
— ¿Has llamado Rayo Rosa a mi hermano? ¿Has dejado que los chicos se burlen de él?
Él levantó las cejas.
— ¿Eso te ha dicho? ¿Que los chicos se estaban burlando de él?
— Sí. Me ha dicho que se rieron de él.
— Durante un segundo.
— Pues no se habrían reído si no le hubieras puesto ese apodo —escupí.
— ¿En serio? ¿Es eso lo que piensas? ¿Tú has visto las zapatillas deportivas que llevaba tu hermano? Yo sabía que se reirían de él. Tenía que pararles los pies.
— ¿Haciéndolo tú primero?
— Dándoles una razón de ser. O un significado genial, incluso.
Las palabras que había planeado decir, fueran las que fuesen, abandonaron mi cerebro.
Me quedé mirando a Kim.
— De nada —dijo— ¿Hemos terminado? ¿Has acabado con todas las injusticias que percibes en el mundo?
Se alejó antes de que pudiera responder.
Luego se volvió y añadió:
— ¿Y quién le ha comprado esas zapatillas? Es a él o a ella a quien
deberías estar gritando.
No esperó a que contestara antes de echar a andar otra vez.
Gruñí y luego miré su taquilla.
Esa que no había abierto.
¿Se había olvidado porque lo había interrumpido o ya había sacado algo cuando yo llegué?
Si ese era el caso, ¿por qué se había quedado ahí mirándola mientras me acercaba?
No, no iba a preocuparme por Kim Tae Hyung.
Él no necesitaba que lo hiciera.
Sabía cuidarse bastante bien.
[🥀]
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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆
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