✏ Capítulo 2 ✉

Estaba sentado en los escalones de entrada del instituto con el cuaderno en mi regazo, dibujando.

Añadí unas pocas flores al borde del short y rellené las medias con un lápiz verde.

Tenía los auriculares puestos y estaba escuchando una canción de
Blackout.

La vocalista, Lyssa Primm, era básicamente mi ídolo en cuanto a moda y a música:

Una letrista genial que lo lucía con sus labios rojos cereza, sus vestidos
vintage y su omnipresente guitarra.

«Abre tus pétalos marchitos y deja que entre la luz», decía la canción en mis oídos.

Yo seguía el ritmo con el pie.

Quería aprender a tocar esa canción en particular con mi guitarra.

Esperaba poder practicar más tarde.

El ruido del auto fue lo bastante fuerte como para ahogar la música, así que no me hizo falta levantar la vista para saber que mi madre acababa de llegar.

Cerré el cuaderno, lo metí en la mochila, me quité los auriculares y me levanté.

Pude ver las cabezas de mis dos hermanos en los asientos traseros.

Mi madre debía de haber ido a recogerlos del colegio a ellos primero.

Abrí la puerta del copiloto.

Una canción antigua de One Direction inundó el ambiente y comprobé que el asiento estaba ocupado por los cajoncitos donde mi madre guardaba los productos que vendía.

— ¿Puedes subirte en el asiento trasero? —preguntó mi madre— Tengo que entregarle un collar a un cliente de camino a casa.

Apretó un botón.

La puerta de atrás se abrió, deslizándose y revelando a mis dos hermanos pequeños peleándose por un muñeco de acción.

Un vaso de plástico rodó y se cayó al suelo.

Miré a mi alrededor para comprobar cuánta vergüenza tenía que sentir.

Ya no había mucha gente en el aparcamiento; unos pocos chicos se estaban subiendo a sus coches o gritando a sus amigos.

Nadie parecía estar prestándome atención.

— Siento llegar tarde —añadió mi madre.

— No pasa nada.

Cerré la puerta de delante, aparté el vaso del asfalto y le di una palmadita a mi hermano en la espalda.

— Quita, Cosa Dos.

Retiré con la mano unos snacks de queso que había en el asiento y me senté.

— Pensé que iba a venir Jimin a recogerme —le dije a mi madre.

Mi hermano mayor, Jimin, tenía diecinueve años.

Tenía su propio coche, trabajaba e iba a la universidad.

Sin embargo, como todavía vivía en casa, privándome de mi oportunidad de contar con una habitación propia, debía cumplir con ciertas obligaciones familiares.

Como recogerme de clase.

— Hoy trabaja hasta tarde en la tienda del campus —me recordó mi madre— Ey, ¿te estás quejando de que la supermoderna de tu madre haya venido a recogerte? —bromeó, mirándome por el retrovisor.

Me reí.

— ¿Las madres supermodernas utilizan la palabra «supermoderna»?

— ¿Cool? ¿Chula? ¿Genial?

En medio de su enumeración, se volvió hacia mi hermano y dijo:

— Soobin, tienes diez años. Déjaselo a Yugyeom.

— ¡Pero si Yugyeom tiene siete! Solo es tres años más pequeño. No tiene por qué quedárselo todo él.

Yuggie me dio un codazo en la tripa tratando de quedarse con el muñeco de Iron Man.

— Ahora es mío —dije, y provoqué un griterío indignado por parte de mis dos hermanos cuando les arranqué la figura de acción y la tiré al maletero.

Mi madre suspiró.

— No sé si eso ha servido de mucha ayuda.

— Mis intestinos lo agradecen mucho.

Mis hermanos interrumpieron sus quejidos y soltaron unas risitas, que era el resultado deseado de mi declaración.

Les revolví el pelo.

— ¿Qué tal el cole, Cosas?

Mi madre dio un frenazo cuando un BMW negro se cruzó en su carril. 

Estiré el brazo para impedir que Yugyeom se golpeara la cabeza con el asiento de delante.

No tuve que mirar al conductor para saber quién era, pero lo vi de todos modos, con su pelo oscuro y ondulado perfectamente peinado.

Tae Hyung tenía toda la pinta de ser un chico cool del montón:

Alto, con una gran sonrisa y unos ojos castaños de cachorrito, pero sin la personalidad correspondiente.

— Alguien no sabe conducir de forma segura —murmuró mi madre mientras Kim se alejaba con su coche.

Ojalá le hubiera pegado un buen bocinazo.

— Hay muchas cosas que no sabe hacer.

«Por ejemplo, conseguir que los apodos rimen»

— ¿Lo conoces?

— Es Kim Tae Hyung. Aunque la gente lo llama V de Vante.

Eso sí que tenía sentido.

Imán...

¿JungKook? 

¿Cómo se podían acordar de eso?

— Ah, ¿sí? —preguntó mi madre— Pues eso no está nada bien.

— Es una broma —mascullé.

Pero deberían hacerlo.

Sonaba bien.

— Tae Hyung... —Mi madre entrecerró los ojos, pensativa.

— SeokJin salía con él. En primero.

«Hasta que Tae Hyung y yo nos peleamos tanto que básicamente mi mejor amigo tuvo que elegir bando»

Él decía que la ruptura no fue culpa mía, pero lo más seguro es que lo fuera.

La mitad del tiempo me sentía culpable por ello y la otra mitad pensaba que le había ahorrado mucho sufrimiento.

— Ya decía yo que me resultaba familiar —dijo mi madre mientras giraba hacia la derecha— ¿Ha venido a casa alguna vez?

— No.

Gracias al cielo.

Sin duda, Kim se habría metido conmigo por el eterno desorden de nuestra casa.

Con cuatro hijos, se encontraba en un estado de perpetuo desastre.

SeokJin me había arrastrado una vez a casa de Tae Hyung por su decimocuarto cumpleaños.

Cuando llamamos a la puerta y él abrió, en su cara se pudo ver perfectamente cómo se sentía al descubrir que yo también me había apuntado.

— Bendita sorpresa de cumpleaños —dijo en tono sarcástico al entrar de nuevo en la casa, con Jin y conmigo detrás.

— Créeme, yo tampoco quería venir —le contesté.

SeokJin corrió para alcanzar a quien en ese momento cumplía años.

Mientras tanto, yo me quedé parado en el vestíbulo.

El interior de la casa era enorme y sorprendentemente blanco.

Hasta los muebles y los adornos eran blancos.

Nada habría conservado la blancura en mi casa ni por un segundo.

Me estaba dando la vuelta lentamente, absorbiéndolo todo, cuando SeokJin asomó la cabeza por una esquina y preguntó:

«¿Vienes?»

Las voces de mis hermanos me sacaron del recuerdo y me trajeron de vuelta al interior del coche, con mi familia.

Ahora se estaban peleando por un paquete de M&M's.

— Lo he encontrado yo debajo del asiento, así que es mío —dijo Soobin.

Saqué el cuaderno y me puse a trabajar otra vez en el short.

— Oye, mamá, ¿podemos comprar hilo negro? Se me ha acabado.

Mi madre giró hacia la calle principal.

— ¿Puedes esperar a que acabe la semana? Papá está terminando un trabajo.

Mi padre era diseñador de muebles autónomo.

Era imposible predecir la cantidad
de trabajo que iba a tener, así que nuestro presupuesto familiar tampoco se podía calcular.

Básicamente, todo lo relacionado con mi familia era impredecible.

— Sí, claro.

Intenté no suspirar.

[🥀]

Una vez en casa, pasé por encima del montón de mochilas que había justo detrás de la puerta y fui a mi habitación.

— Voy a usar la computadora —grité a quien quisiera escucharme, y agarré el portátil que estaba sobre la mesa de la entrada.

Nadie respondió.

Entré en mi habitación...

Bueno, mía era la mitad.

La mitad limpia.

La mitad con muestras de tela y paletas de colores colgadas en las paredes, no la mitad con recortes
de revistas con ideas para maquillajes y famosos guapos.

Aunque alguna que otra vez me hubiera sorprendido a mí mismo admirándola.

Sin embargo, como Jimin no estaba, era libre de tirarme sobre la cama y poner vídeos de YouTube.

Busqué un tutorial para tocar la canción de Blackout.

No era muy conocida, así que no estaba seguro de poder encontrar a alguien que enseñara a tocar la parte de la guitarra.

Tuve que pasar varias páginas, pero al final encontré uno.

Coloqué el portátil sobre la cómoda.

Guardaba la guitarra debajo de la cama, dentro de una funda rígida.

No era por precaución; con dos hermanos pequeños, era por necesidad.

Saqué la funda y la abrí.

Tardé seis meses en ahorrar para aquella guitarra, mi pequeña.

Había renunciado a todos los viernes por la noche para cuidar a los gemelos de dos años de los vecinos.

Eran los niños más difíciles que jamás había cuidado y, teniendo en cuenta el estándar que les había puesto a mis propios hermanos, eso era mucho decir.

Pero mereció la pena.

Esa guitarra era todo lo que siempre había soñado.

Su tono era perfecto y tocarla me hacía sentir menos torpe de lo normal.

Me hacía sentir que había algo que estaba destinado a hacer.

Eso.

Hacía que todo lo demás desapareciera.

Bueno, hacía que todo lo demás desapareciera durante un rato.

Estaba colocando los dedos para tocar el primer acorde cuando la puerta de mi...

Nuestra...

Habitación se abrió de golpe.

— ¡Kookie! —dijo Yugyeom, entrando a la carrera y derrapando delante de mí— ¡Mira! ¡Se me mueve un diente!

Abrió bien la boca y se empujó el diente de arriba a la derecha con la lengua.

No se movió ni un milímetro.

— Qué genial, chico.

— Vale, ¡adiós!

Salió tan rápido como había entrado.

— ¡Cierra la puerta! —grité tras él, pero o no me oyó o no quiso oírme. 

Suspiré, me levanté y la cerré.

Luego volví a concentrarme en el vídeo y en la guitarra.

Dos minutos después, llamaron a la puerta y apareció mi madre.

— Te toca sacar los platos.

— ¿Puedo terminar esto? —pregunté, señalando mi guitarra con la barbilla.

— No puedo empezar a hacer la cena hasta que el fregadero esté vacío, y no estará vacío hasta que lo estén los trastes.

— Vale, ahora voy.

Cerré los ojos y rasgué las cuerdas una vez más, dejando que la vibración se extendiera por mis brazos.

Todo mi cuerpo se relajó.

— ¡Date prisa, JungKook! —gritó mi madre.

Agh...

[🥀]

A la mañana siguiente, antes de clase, pasé por la cocina para prepararme unos cereales.

Mi madre ya había llevado a Yugyeom y a Soobin a la escuela y estaba doblando ropa en el estudio.

Mi hermano, Jimin, seguía arreglándose (tardaba horas) y mi padre estaba  sentado a la mesa de la cocina, leyendo el periódico.

Saqué la caja de cereales de la despensa.

Me estaba poniendo unos pocos en un
bowl cuando vi algo en la encimera que me hizo negar con la cabeza.

Había dos collares sobre el granito beige con un papel debajo de cada uno.

El collar de la derecha tenía dos marcas en el papel.

El de la izquierda tenía otras dos.

— No —dije.

Mi padre levantó la vista por encima del periódico.

— Tú vota. No es para tanto.

— Dices que no es para tanto, pero luego sí lo es. ¿Al amigo de quién has
obligado a votar esta vez?

— Votar es un privilegio. No he obligado a nadie. Todo ha sido de buena fe.

— Pues los dos son igual de bonitos. Voto por ambos.

— No. Tienes que elegir.

— Mira que son raros, mamá y tú. No hay esperanza para ninguno de nosotros si ustedes hacen cosas así de extrañas.

Me serví un poco de leche y me senté a la mesa.

Papá aún tenía el periódico delante, como si siguiera leyéndolo.

Solo estaba intentando darme una sensación de falsa seguridad, fingiendo que la competición no era importante.

— Sabes que mamá no va a dejarte en paz hasta que votes —dijo.

— Ya. Es a mamá a quien le importa. Tú solo dime cuál es el tuyo y voto por él.

— Eso es hacer trampa, Koo.

— ¿Por qué empezaron con esta tradición? Mamá no se mete en tu trabajo ni intenta superar tus elegantes muebles tallados.

Papá se rio entre dientes.

— Seguro que me ganaría.

Tomé una cucharada de cereales.

Para hacer que pensara en otra cosa, pregunté:

— ¿Por qué seguimos comprando el periódico? ¿Sabes que esas mismas noticias están en Internet... Desde ayer?

— Me gusta tener las palabras en la mano.

Me reí, pero me callé cuando vi algo en el reverso de la página que tenía delante y que me hizo cambiar de opinión acerca de los periódicos.

De repente, me encantaban los periódicos.

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— ¿Listo para irnos? —preguntó Jimin al entrar en la cocina.

Iba bostezando, pero, como era habitual, perfectamente arreglado:

Llevaba unos vaqueros ajustados,
una camiseta rosa escotada, unos zapatos de plataforma, el pelo recogido en una coleta media y un maquillaje impecable.

Aunque nos parecíamos, teníamos el mismo pelo oscuro y rizado, los ojos de color avellana y pecas poco visibles, nuestros estilos eran totalmente opuestos.

Jimin habría encajado bien con Eun Woo y Mingyu en el instituto.

— ¿Qué?

Parpadeé mirando a mi hermano, confuso.

— Eh, sí. Uhm, papá, ¿puedo
quedármelo?

Papá miró su plato, donde había dejado un baget a medio comer, se encogió de hombros y lo empujó en mi dirección.

— Qué asco. No, me refería al periódico.

— ¿El periódico? ¿Quieres leer el periódico?

— Sí.

Jimin se acercó y agarró el bollo con un movimiento rápido.

— Ey, era para Kookie.

— No era para mí —dije— Quiero el periódico, no el bollo.

Papá gruñó.

— No, tampoco me ha sonado creíble la segunda vez que lo has dicho.

— Muy gracioso, papá.

— Te lo dejo si votas.

Puse los ojos en blanco, aparté la silla de la mesa y volví a examinar los collares.

El de la derecha tenía plumas.

Mi madre estaba pasando por una fase de plumas.

Normalmente me gustaba su bisutería, pero lo de la pluma era demasiado hippy para mi gusto.

Aunque a otras personas parecía gustarles.

Levanté el de la izquierda.

— Aquí tienes al ganador.

Mi padre levantó el puño.

— ¡Ha votado por el mío, Bora!

Yo alargué la mano.

Papá me dio el periódico, me besó en la mejilla y se fue seguramente a buscar a mi madre.

— Tiene gracia que crean que no sabemos de quién es cada uno —dijo Jimin— Como si la competición fuese a estar siempre tan igualada.

— Ya. Deberíamos hacer que mamá ganase por goleada todas las veces, y así tal vez dejarían de competir.

— Le viene bien al amor propio de papá. Venga, pequeño, te llevo a clase.

Me apreté el periódico contra el pecho, abrazando las palabras, y seguí a mi hermano.

Ahora solo tenía que escribir la canción perfecta y ganar ese concurso.

[🥀]
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⚘ Atte. ⚜☦ Ðҽʋιℓ Ɱιɳ ☽⋆

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