ᴘʀᴏ́ʟᴏɢᴏ

𝚃𝚒𝚎𝚛𝚛𝚊 𝚢 𝙲𝚒𝚎𝚕𝚘

Dragones y Vikingos...

Una mezcla ridícula e imposible para todo hombre que supiera manejar un hacha y amara la hidromiel.

Si, tratándose de los vikingos, no había plaga más despreciable que aquellos monstruos con escamas y alas, que escupían fuego y se robaban sus yaks y ovejas, destruyendo y quemando sus cabañas.

La isla de Berk, una isla del archipiélago Barbárico relativamente pequeña, que se encontraba doce días al norte de Calvario y algunos grados al sur de Muere de Frío, justo sobre el meridiano de la Tristeza, una isla en dónde vivían los vikingos más rudos y que estaban en constante batalla contra los dragones.

—¡Estoico, mi viejo amigo!

Una voz fuerte y ruda se escuchó en el puerto del pueblo vikingo, que estaba bajo la protección y liderazgo de Estoico el Vasto.

El enorme hombre de cabello y larga barba pelirroja sonrió y abrazo a su viejo amigo y camarada.

—¡Erekyon, es un gusto verte! —respondió el vikingo, viendo al jefe de Niels, otro pueblo al norte.

Erekyon Valdr, el Justo. Un hombre de cabellos rubios cenizas y ojos miel claro, de estructura robusta aunque no tanto como el jefe de Berk.

Ambos tenían un estrecha relación y compartían su propósito de acabar con los dragones y proteger a su pueblo. El nielsiano se encontraba de visita en Berk para una reunión con el jefe.

—¿Y quién es esta pequeña? —dijo el jefe de la tribu de los Gamberros Peludos, agachándose al notar un pequeño cuerpo detrás del rubio.

Se sacó el casco y sus ojos verdosos se suavizaron al ver a una pequeña de quizás la edad de su propio hijo.

Vamos Anakya, saluda —murmuró Erekyon a su hija, moviendo la pierna para dejarla ver.

La pequeña lo miró tímida y corrió a ocultarse de nuevo detrás de sus piernas, mientras se asomaba un poco, curiosa por el enorme vikingo.

Estoico rió enternecido.

—Un gusto Anakya, soy Estoico, un viejo amigo de tu padre—saludó.

La pelirroja solo se quedó mirándolo, con sus grandes ojos azules como el cielo.

Y el gran vikingo pensó, que quizás.

Había encontrado una posible amiga para su tímido hijo

—¡No lo dejen escapar, apunten a las alas!

Los gritos de los vikingos se oían afuera, así como los rugidos y gruñidos de los dragones. Berk se encontraba de nuevo bajo ataque de esas bestias aladas.

Había fuego por casi todos lados, hachas siendo lanzadas al igual que redes.

Anakya se encontraba observando por un orificio de la ventana cerrada, curiosa por aquellas criaturas del cual su padre —quien había salido a ayudar al pueblo de su camarada— le había advertido.

La nielsiana se habia refugiado en la cabaña del jefe de Berk, por recomendación de éste.

—No deberías hacer eso...

Volteó al escuchar un bajo susurro, con sentimientos de miedo y preocupación pigmentados en el. Sus ojos azules se encontraron con otros de tono verde, ahora vidriosos.

Anakya se bajó de la silla que uso para llegar a la ventana y se acercó al niño quien abrazaba su dragón de peluche bajo la mesa. 

El era Hiccup, un tímido niño de cabellos castaños y ojos verdosos como el mismo bosque. Hijo de Estoico el Vasto.

—¿Por qué no? —preguntó en el mismo tono bajo, sus iris de tono zafiro siempre chispeantes de curiosidad.

Hiccup abrazó más su peluche y la miró con temor.

—Los dragones podrían saber dónde estamos.

La pequeña lo miró como si quisiera saber más, pero notó el temor que aquel niño le tenía a esas criaturas. Y como no, con los relatos que siempre le daba su padre, cómo no tenerles miedo.

Anakya se sentó a su lado y agarró sus dos muñecas, empezó a moverlas queriendo distraerse, pero su atención siempre volvía a la ventana al oír los rugidos.

Vió a su compañero de refugio temblar y abrazar a su peluche. Se acercó a él un poco queriendo hacerlo sentir mejor. Pensó en como ayudarlo y recordó lo que su padre siempre le decía luego de volver de una batalla.

—¿Quieres que sea tu cielo? —soltó de repente para confusión de Hiccup.

El berkiano lo miro confuso.

—¿Mi qué?...

—Tú cielo —repitió de nuevo Anakya, con una mirada inocente—. Mi padre siempre me dice, que mis ojos son su cielo, que lo hacen sentir mejor —repitió las palabras de su padre, apuntando a sus ojos, aunque no entendiera del todo su significado, le era suficiente saber que ayudaba a su padre a estar mejor, y creía que podría funcionar también con Hiccup.

El castaño la miró curioso, y atentamente observó el tono azulado de sus ojos, un azul profundo y claro como el que pigmentaba el infinito cielo libre de nubes. Sin darse cuenta su temblor se detuvo.

No me gustan las alturas... —murmuró ocultando su rostro detrás de su peluche por unos segundos, para luego levantar la mirada y ver de nuevo los bonitos ojos de la niña—. ¿En verdad funciona? —murmuró al final.

Anakya lo miró también, notando el bonito verde que brillaba junto a las tenues brasas del fuego ya casi extinto. Sonrió un poco y se acercó hasta quedar frente suyo, ambos bajo aquella mesa de roble, lejos de los dragones y vikingos.

Funcionará.... —extendió su dedo meñique—. Es una promesa.

Hiccup observó el pequeño dedo extendido dudoso y al final luego de suspirar hizo lo mismo con timidez, enroscando ambos dedos y creando una promesa.

La pelirroja sonrió y luego se le ocurrió una idea.

—Ya que seré tu cielo, tu puedes ser mi tierra —dijo como si fuera la mejor idea del mundo, viendo la confusión de nuevo en el niño.

—¿Yo ser tú tierra?  —preguntó, mientras la veía asentir repetidas veces.

—Tus ojos, son de un verde muy bonito, como... —pensó un momento—. Como el césped de un gran prado, o las hojas de un vivo bosque.

Murmuró segura, sin notar que las mejillas del pequeño se pintaban del mismo tono que las brasas del fuego, al oír aquella comparación de sus ojos.

—Tú serás mi tierra, y me darás calma cuando lo necesite —lo miró y volvió a extender su meñique, con una sonrisa—. Asi como yo lo haré contigo.

Hiccup observó de nuevo su meñique, curioso de todas aquellas palabras, no entendía del todo, pero si en verdad por primera vez alguien lo tomaba en cuenta para algo, no dejaría pasar esa oportunidad y así quizás poder hacer por fin un amigo.

Yo....seré tu tierra —murmuró con timidez al volver a unir sus dedos y observar aquellos bonitos ojos color cielo.

Anakya sonrió y entrelazó sus meñiques

Y yo, seré tu cielo —dijo observando también sus ojos color bosque.

Formando así una promesa y el papel que tomaría uno en la vida del otro.

Siendo así..

El Cielo y la Tierra...

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