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𝙻𝚊 𝚒𝚜𝚕𝚊 𝚍𝚎 𝙽𝚒𝚎𝚕𝚜
Niels...
En el corazón del vasto mar, donde las olas se entrelazaban con las arenas de tono dorado y las gaviotas trazaban círculos en el cielo, se encontraba la isla de Niels. Una isla de escasos acantilados impenetrables, con costas rocosas y pequeñas playas de arena dorada donde los niños recogían caracolas y soñaban con aventuras. Y un bosque de pinos que se extendía tierra adentro, con sus agujas perfumando el aire con un aroma fresco y terroso. Los árboles eran altos y antiguos, sus troncos llenos de años de vida e historias de cada generación de vikingos que habían pisado esa tierra.
En el corazón de la isla, se encontraba el hogar de la tribu nielsiana. Sus casas de madera estaban agrupadas alrededor de la plaza central, donde se celebraban banquetes y se tomaban decisiones importantes. Erekyon Valdr, el Justo, velaba por su pueblo con una determinación inquebrantable. Su cabello rubio brillaba bajo el sol, y sus ojos color miel reflejaban la carga de su deber. Pero su corazón latía con la misma pasión que los antiguos guerreros.
Los ataques de dragones en Niels eran menos frecuentes que en Berk, pero no menos mortales. Los vikingos habían construido torres de vigilancia en los acantilados, desde donde escudriñaban el horizonte en busca de las sombras aladas. Erekyon sabía que la seguridad de su pueblo siempre era lo primero, y pensaba igual que su viejo amigo y jefe de los Gamberros Peludos.
O mejor dicho su antiguo camarada, con quién había perdido el contacto y roto cualquier lazo un año atrás.
Pues la gran isla de Berk, hogar de los Gamberros Peludos, rudos vikingos, luchadores diestros y exterminadores de dragones. Habían cambiado..
Ya no creaban redes para capturar dragones, ya no afilan sus hachas para cortas sus alas y patas.
Berk había cambiado, Estoico también.
Ahora Berk, era una isla de dragones y vikingos.
Sonaba imposible y ridículo de solo escucharlo.
Erekyon, quien había dedicado su vida al legado de su padre, y del padre de su padre. Había enfurecido cuando el berkiano le había hablado sobre el nuevo rumbo de su pueblo. Todos los años defendiendo su hogar, todas la vidas perdidas en el fuego ardiente de esas bestias, dejarlas de lado.
Valdr nunca lo haría, pues cargaba con las vidas de su guerreros en su hombro. Y no creía en las palabras de un niño de 15 años que decía haber domado a un dragón.
Niels rompió contacto con Berk y se aisló en los lindes del archipiélago, siguiendo con sus creencias.
Y así sería durante largos años.
Y la amistad que algunas vez había nacido entre esos niños de 6 años, que se había formado en las escasas visitas de la pequeña de ojos cielo y en las largas esperas del pequeño de ojos bosque.
Se terminó en un parpadeo...
Erekyon tenía dos hijos.
El mayor y futuro jefe, Elkyan Valdr, de cabellos de tonos oro como el de su padre, y ojos zafiros como los de su madre. Alguien orgulloso y ambicioso, queriendo seguir los pasos de su padre desde que tuvo la fuerza para sostener un hacha. Más su padre se lo había negado, resaltando que aún no estaba listo.
La menor, era Anakya Valdr, idéntica en aspecto a su difunta madre. De quien había sacado su curiosidad y libertad, y la calma y perseverancia de su padre.
Escurridiza como un roedor, quien siempre se escabullia por el bosque en sus tiempos libre, o por la cabañas llenas de fuego, cuando los dragones decidían saquear Niels.
—¡Anakya, de nuevo escapaste del gran salón! —gruño Erekyon sujetando a la susodicha por la cintura, alzando la como si fuera una pluma. Mientras corría dejando atrás a sus camaradas para que se encargaran de las bestias aladas.
Los rugidos y fuegos eran algo común en esos momentos, así como los gritos de los vikingos y las redes lanzadas de aquí para ya.
—Vuelve con los demás jóvenes al refugio —ordenó el jefe, dándole una mirada de advertencia a la adolescente de 16 años.
Anakya bufo al ser descubierta y por no haber podido llegar a ver de cerca a aquellas criaturas.
Dragones, bestias devoradoras de todo lo bueno e hijos de la maldad misma —segun la historia de los ancianos y sobre todo de su padre—.
Pero la pelirroja los veía con una percepción diferente, sus iris de cielo reflejaban una chispa de curiosidad.
Que había surgido, al oír las historias más haya de la playas de Niels, del nuevo Berk y del responsable de eso.
Hiccup Haddock, aquel niño temeroso y tímido que había conocido una vez hace años, y a quien había prometido ser su cielo y él, su tierra.
Antes de volver al refugio, dónde los demás menores se hallaban quizás resando por sus vidas y la oportunidad de poder ver el sol un día más. Notó una figura conocida moverse entre las sombras de la cabañas. Y sin dudarlo lo siguió.
Elkyan, su hermano, se encontraba de nuevo queriendo formar parte de aquella cruda batalla, con sed de reconocimiento por parte de su padre.
El joven vikingo se adentró en el espeso bosque de Niels, dónde la luz de luna apenas podía atravesar el espeso boscaje. Las hojas crujían bajo sus botas mientras avanzaba, el bosque era oscuro, pero Elkyan conocía cada rincón. Había crecido entre esos árboles, escuchando las historias de los ancianos sobre los dragones que acechaban en la noche. Y ahora, finalmente, tenía la oportunidad de demostrar su valía.
Había calculado sus movimientos desde largos meses, casi año. En cada ataque de dragón, los estudiaba y analizaba para aprender sus patrones de ataque, había descubierto que los heridos se escondían en el oscuro bosque de la isla. Es por eso que cada oportunidad que tenía había estado preparando y creando trampas para instalarlas entre los esbeltos pinos.
Ahora, solo queda esperar a que su plan surgiera efecto y una de esas vil bestias aladas haya caído en ella.
Elkyan se camufló entre las sombras, con su hacha en mano y una red en sus hombros. Quería una presa viva para llevársela ante su padre.
Un gruñido se escuchó y los pájaros salieron volando de entre los altos árboles, alterando al muchacho, quien con agilidad se ocultó entre los arbustos. Sus ojos de hielo se asomaron con cautela y allí estaba.
El asombro lo agitó haciéndolo dejar caer su arma, ni habiendo rogado a los dioses se habría imaginado presenciar lo que estaba frente a él.
La misma cría maligna del rayo y la muerte misma. El monstruo de la noche y temor de todo vikingo. Y que en el manual de dragones que alguna vez había leído solo decía:
Nunca enfrentar a este dragón. Tu única salida: esconderte e implorar que no te encuentre
Elkyan sintió su sangre arder de éxtasis, sus ojos brillando.
El furia nocturna, de imponente presencia, se encontra enredado de patas y alas gracias a su trampa. Su boca estaba libre, pero al estar herido no podía moverse.
Una flecha de las ballestas defensoras de Niels estaba incrustada en su ala, al parecer había tenido la mala suerte de ser dado por algún vikingo.
—Los dioses me han sonreído —pensó el vikingo mientras recuperaba su hacha y caminaba con sigilo hacia el dragón.
Pero Elkyan se dejó llevar por la confianza, creyendo que el dragón yacía moribundo. Y ya fue tarde cuando sus pies se congelaron en el suelo al ver, aquellos ojos azules como zafiro y pupilas contraídas.
Aquel color le hizo recordar a los de su hermana por alguna razón, tan azules como el cielo.
Al estar sumido en sus pensamientos, fue tarde su reacción ante el ataque del dragón, quien ya había abierto su osico y estaba a punto de lanzar un tiro de plasma.
Por suerte Elkyan se vió empujado, cayendo al suelo con un cuerpo encima suyo.
—¡¿Acaso estás loco Elkyan Valdr?!.
El grito de su hermana lo sorprendió, la vió bajarse de él y sentarse a su lado ambos acultos tras una roca. Escuchando los gruñidos y movimientos del dragón, quien gruñía del dolor ante la flecha en su ala.
Anakya se asomó, y sus ojos brillaron maravillada ante tal criatura.
Por Loki, nunca había pensado que tendría la oportunidad de ver a un furia.
Pero salió de su ensoñación al ver a su hermano moverse de nuevo.
—Elkyan....que..
—Ayúdame a atraparlo —ordenó sin verla, agarrando su red, y caminando de nuevo está vez rodeando al dragón.
La pelirroja lo miró sin poder creerlo, quizo negarse, pero la mirada de su hermano fue suficiente para moderse la lengua.
Maldiciendo en su mente, lo siguió teniendo un conflicto entre su mente y corazón, no quería dañar a los dragones pero si expresará sus pensamientos. No dudaría que a la hora siguiente estaría en un barco desterrada de su hogar.
Suspiró y rogó a los dioses que todo saliera bien.
No sabía cómo y ni quería quedarse a descubrir como rayos habían movido a un dragón del doble de su tamaño y ni imaginar el peso a una cueva, que por suerte estaba a solo unos pasos.
Anakya estaba afuera sin querer ver a pobre animal moribundo y ya sin fuerzas. Esperaba a su hermano quien se aseguraba que el osico de furia no se soltase de la red, así como sus demás extremidades.
La pelirroja vió salir al rubio, quien dando una última mirada a la cueva se volteó a encararla con una fría mirada.
—Ni una palabra de esto a nadie Anakya —amenazó el mayor de los hermanos, y se dirigió de nuevo al pueblo, aún no era momento para mostrar su trofeo a su padre, quería hacerlo en un momento clave.
Esa noche la nielsiana no logró conciliar el sueño, daba vueltas y vueltas en su habitación. Los ojos azules y apagados del furia no salían de su mente. Su corazón estaba abrumado.
Solo pudo cerrar los ojos y pedir a los dioses, que esos sentimientos desaparecieran al amanecer.
Pero lastimosamente no fue así.
Anakya se levantó con el alba, sin haber cerrado los párpados toda la noche.
Bajo las escaleras y se dispuso a ocupar su cabeza en sus labores del día. De ayudar a las mujeres de la tribu con la recolección de las cosechas, hasta trabajar en la herrería como ayudante.
—Llegas tarde rojita —dijo una mujer de cabellera oscura como la noche y personalidad tan cruda como un guerrero, era Kora la herrera del pueblo, quien se había ganado su lugar en la forja de Niels, a pesar de que muchos habían estado en contra.
La ojiazul asintió no muy concentrada.
La mujer de cabellos oscuros lo notó, más solo decidió darle trabajo que hacer y quizás así recuperará su atención.
Pero las dos hachas y una espada mal afiladas, las tres redes mal tejidas mostraron que no fue así.
—Por Thor, deja a esa pobre hacha mal formada aún lado —dijo la mujer, cansada de verla así, se limpio el hollín
de las manos y se sentó cerca de la fragua, mientras se cruzaba de brazos mirándola.
Anakya dejó su trabajo y miró apenada a la deformada arma.
—Es que yo.... —suspiró y se desordenó el pelo, como lo hacía cada vez que estaba nerviosa—. Si hay algo que no crea correcto, pero si lo enfrentará quizás lanzaría por la borda todo lo que tengo hasta ahora ...¿Que harías tú? .
Una pregunta muy exacta y extraña para la herrera, pero aún así respondió.
—Si una persona no siguiera sus propias creencias por complacer a los demás..... No podría llamar su propia vida como suya —dijo sin pelos en la lengua—. Es mejor perderlo todo con honor y gloria, que tenerlo todo con mentiras y vergüenza.
Kora se levantó y caminó hacia la hija del jefe, a quien desde que la vio había notado que no era una nielsiana más. Se agachó y colocó una mano en su hombro.
—La grandeza, Anakya —la miró a los ojos—. No se mide por lo que tenemos, sino por lo que estamos dispuestos a sacrificar por aquello que considerarnos correcto.
Palmeo su hombro, dándole ánimo.
La pelirroja quedó en silencio, con aquellas palabras tatuadas en mente, y mirando el fuego danzar, una decisión brilló en sus ojos.
Cuando la dama de la luna se encontró con el guerrero de la noche, y las doncellas de los luceros salían por fin.
La joven Valdr se escabullia de su cabaña, cuidando no despertar a nadie. Se deslizó por el bosque oscuro, hasta donde una cueva en penumbras la esperaba. Al estar en frente se detuvo y suspiró cerrando los ojos.
—Es lo correcto Anakya —se dijo a sí misma en sus pensamientos, y con cautela se adentró.
Sus ojos de cielo observaron el lugar y como el día anterior, el dragón seguía allí, la pelirroja frunció la ceja al ver aún la flecha de ballesta incrustada en su ala, que empezaba a notarse cada vez más dañada. Maldijo a su hermano por dejarlo así de moribundo.
El furia abrió los ojos al instante y gruñó al verla cerca, quiso abrir la boca pero el bozal se lo impidió.
Anakya se agachó y levantó las manos lentamente.
—Shhh..tranquilo...no..no vine a hacerte daño —murmuró bajo e intento dar un paso, pero el dragón gruñó de nuevo —. Okey, parece que me tienes rencor...lo entiendo, no debí ayudar a mi hermano.
El furia frunció los ojos y gruñó de nuevo. Se sacudió queriendo quitarse el bozal y la red.
—Si tampoco debí colocarte eso —bufó la nielsiana, regañandose.
Volvió a suspirar e intentando de nuevo, empezó a acercarse, teniendo cuidado de no ponerlo más nervioso, sintiendo su corazón a punto de salir por su boca.
Llegó hasta el ala herida y suspiró, con cuidado inspeccionó y tragó saliva, volteando a ver al dragón
—Esto...me dolerá más a mí que a tí, ¿pero intenta no hacer ruido, sí? —murmuró con voz temblorosa, por Thor, se había vuelto loca.
Agarrando la flecha cerró los ojos al oírlo gruñir.
—Shhh, por...por favor aguanta —dijo nerviosa y volvió a agarrar la flecha, empezando a extraerla, mordiéndose el labio al oír al dragón rugir.
Rogó en su mente que los dioses estuvieran de su lado y que nadie escuchará al dragón. Esperando que la profundidad de la caverna y espesas capas del bosque pudieran cubrirlo.
Cuando la flecha afilada dejo la piel del dragón, este cayó al suelo agotado, respiración de forma pausada.
Anakya cayó sentada a su lado, respirando rápido y temblando. Sin poder creer lo que estaba haciendo.
—¡Lo....lo hice...dioses lo hice! —dijo levantándose de un salto y caminando hacia la cara del dragón—. ¡Viste eso, yo...yo te ayude!.
Murmuró con una linda sonrisa y emoción brillando en sus ojos. Pero dió un salto hacia atrás al oírlo gruñir hacia ella.
—Oh sí, sí...mejor seguiré —dijo nerviosa, caminando de nuevo hacia el ala.
Mientras el dragón bufaba y trataba de librarse de las atadura, pero de nuevo no podía. Su cuerpo se tenzo al sentir algo en su ala, una masa biscoza y unas caricias, su rostro se movió curioso intentando ver, más al no poder solo le quedó oler.
El furia gruñó al sentir un asqueroso aroma.
—Sí, el olor puede no ser el favorito de muchos, a mi tampoco me resultaba agradable —murmuró Anakya, con una sutil sonrisa, mientras cortaba la tela con una pequeña daga—. Oh, tranquilo...no lo usaré contra tí.
Susurró al sentirlo gruñir, al cortar la tela se levantó y mostrándole la daga y la arrojó hacia otro lado.
Sintió la mirada atenta del dragón, notando aún su enojo al mirarla. Valdr suspiró y solo se concentró en vendar la herida.
—Eres un dragón muy desconfiado...—murmuró bajo para sí —. Aunque tienes tus motivos.
Al terminar observó complacida su trabajo, luego vió la red y pensó.
Caminando hacia donde dejó su daga la tomó, lentamente mirando al dragón
—Solo lo usaré una vez más —dijo con cuidado, para no alterarlo más. Caminó hacia las cuerdas que ataban el bozal y empezó a cortarlas rápidamente.
Al tener libre su osico, el furia nocturna gruñó y rápidamente su boca se iluminó de un tenue azul eléctrico. La vikinga dió pasos atrás aterrada. Cerró los ojos pensando que la atacaría, pero el gruñido terminó así como la luz que salía de su osico. Anakya abrió los ojos y ambas miradas de tono zafiro se quedaron fijamente unidas.
La bestia alada soltó un fuerte respiro por sus cosas nasales y luego desvío la mirada.
La pelirroja cayó de nuevo sentada, jadeó.
—Por el amor de Loki —susurró, sintiendo su cuerpo sin fuerzas.
Luego de unos minutos de recuperar el control, se levantó y lo miró, se acercó y empezó a cortar rápidamente las sogas de la red. El dragón atentó empezó a mover sus extremidades entumecidas.
Al estar libre se levantó, con una ala moviéndose y la otra recogida.
Anakya retrocedió y rápidamente tiró la daga, al ver la mirada del dragón el ella. Suspiró y levantó las manos en señal de que no tenía más armas.
El dragón caminó lentamente, mientras ella retrocedía con temor, de nuevo rogando a los dioses.
Hasta que el furia se puso en guardia, sintiendo unos pasos cerca que lo hicieron sobresaltarse, parecía que alguien corría hacia ellos. El dragón gruñó y Anakya tragó saliva.
—Elkyan —murmuró sin necesidad de verlo, sabiendo que se trataba de él.
La pelirroja temerosa miro a todos lados pero no había escapatoria, tu cabeza pensaba rápidamente pero sin encontrar una salida.
—¡Ahg...que haces! —soltó un quejido al verse sujetada de su ropa por el dragón, quien la lanzó a su lomo—. ¡Por Thor...espera!.
Pero el furia ya estaba corriendo y saltando sobre las rocas rumbo a la salida. Que la nielsiana no tuvo más que agarrarse como podía para no caer.
Elkyan caminaba rápidamente hacia donde su premio se encontraba, con una antorcha en mano y un hacha. Su ojos azules fríos como el hielo y lleno de furia.
Al intentar ingresar, se topó cara a cara con la cría de la muerte misma.
El joven vikingo no tuvo más que lanzarse al suelo, para que un tiro de plasma no le diera de lleno y acabase con su existencia. Se cubrió la cabeza esperando lo peor, pero el dragón paso sobre él de un salto y se perdió entre la negrura de la noche.
El corazón del rubio está a mil, así como la rabia y frustración llenaban su sangre en cada bombeo.
Más aún cuando volteó y vio un tenue brillo, que reflejaba la luz de la luna que apenas podía entrar.
Y se reflejaba en el brillante metal...
De una pequeña daga.
Anakya se cubria el rostro con los brazos como podía, para que las ramas no la lastimaran, al mismo tiempo que trataba de mantenerse sobre el dragón y no caer hacia una muerte inminente.
—Dioses, ¡¿cómo rayos llegue a esto?!... —pensaba alterada, cerrando los párpados con fuerza, pegandose al lomo del dragón.
Hasta que sintió todo detenerse, y solo escuchó el cantar de los grillos, la rápida respiración de la bestia alada y la suya misma. Abrió los párpados lentamente y se encontró al otro lado del bosque, lo más alejado a la tribu, no tuvo tiempo de reaccionar cuando dragón la lanzó al suelo.
—Ahhg....eso...dolió —jadeó tirada en el suelo—. ¿No podías ser un poco más suave, o al menos avisar?.
Frunció las cejas al ver al dragón ignorarla.
—Genial...ignorada por un reptil enorme, ¿que más puede pasar? —se quejó, mientras se sacudía la ropa, hasta que sintió la mirada del dragón en ella, como si estuviera cansado de esperar algo—. Y ahora...quiere que lo siga... sí —bufó—. Hablé demasiado..
Y no le quedó de otra más que seguir al dragón, quien cada rato se volteaba a ver si lo seguía. Así paso unas horas quizás, Anakya estaba ya tan cansada que empezaba a no parecerle tan malo ir de nuevo en dragón.
Olvidó su cansancio al ver una cueva profunda, algo estrecha. Miro al dragón lanzar un rugido y luego esperar, como si comprobará que estuviera vacía, eso llamó su atención.
Lo siguió adentro con cuidado, aún ni sabia el por qué, ¿sería su cena?, ¿quería su compañía?.
Anakya se detuvo y gruñó bajo.
—¿Para hacerle compañía?, ¿en serio Anakya Valdr? —se regañó
Vió al dragón acurrucarse aún lado, curiosa dió un paso hacia él, pero que se cambio hacia la otra esquina de la cueva cuando recibió un gruñido de advertencia.
Se sentó contra la pared y lo miró de nuevo, el furia mantuvo sus ojos en ella atento, hasta que por fin los cerró, pero notandose que aún la vigilaba.
La vikinga suspiró y abrazó sus rodillas.
—Esta será una larga noche... —pensó
Los molestos ruidos hicieron gruñir al furia, quien abrió los ojos, había caído dormido por el agotamiento. Bufando levantó la mirada hacia la culpable.
Anakya detuvo su pie en el aire, al ver al dragón mirarla y sonrió nerviosa.
—Lo siento... —susurró apenada, mientras dejaba en el suelo un conjunto de peces.
El furia dejó de gruñir y miró atento, la pelirroja sonrió al verlo calmarse.
—Seguro tienes hambre...traje de todo un poco...salmón —mostró el pez, acercándolo al reptil y unas cuantas especies de peces más —. No sé que comen los dragones, pero si se nota que no eres vegetariano así que... Hasta traje esto —sonrió.
Pero su sonrisa duró poco al oír al dragón negro gruñir y dar un salto hacia atrás muy a la defensiva, Anakya se sobresaltó y vió a la anguila y rápidamente la tiró lejos.
—Esta bien, ya no está, ya me deshice de ella —dijo acercándose para calmarlo pero sin llegar a tocarlo, suspiró al verlo tranquilizarse—. Con que no te gusta...aquí entre nos, a mi tampoco, en el caldo sabe horrible.
Susurró y el dragón encurvó la cabeza curioso y confundido.
Valdr volvió a ofrecerle un pescado y esperó atenta.
Una sonrisa pintó sus labios al verlo aceptar y comérselo. Suspiro aliviada y lo miró, su cabeza estaba hecha un lío. Dioses estaba junto a un dragón, la misma cría del rayo y la muerte, y le estaba dando de comer.
—Si mi padre me viera ahora —suspiró desordenando su cabello, y luego se levantó—. Escucha... —lo pensó—. Dragón...debo volver antes que noten mi ausencia, tu quédate aquí, volveré cuando pueda...¿me entiendes? —dijo mirándolo, y el furia levantó la cabeza mientras masticaba el pescado—. Y estoy hablando con un dragón, genial..
Anakya suspiró y lo miró una última vez .
—Cuidate..
Y partió de nuevo a su tribu
—¿Dónde estabas?.
Sus pasos se detuvieron y su garganta se secó, su mente rápidamente aclamó a los dioses, ¿cuántas veces en ese día ya lo había hecho? Esperaba no haberlos hartado.
—En...en la herrería yo...pase la noche, ya creando —rió nerviosa, hablando bajo—. ¿Co...cosas..?
Se mordió la lengua, imaginando que hasta el dios de las travesuras se reía de su adsurda escusa.
Erekyon se levantó de la silla junto a la chimenea y caminó serio hasta ella, mientras su hija mantenía la cabeza agachada.
Hasta que lo escuchó suspirar y sintió una mano despeinando su cabello como el fuego.
—¿Qué te he dicho sobre pasar la noche en la herrería? —dijo el jefe de Niels, su voz grave pero con una pizca de suavidad.
Erekyon, el Justo era conocido por su porte frío y severo, pero no era así con sus hijos. Ellos eran su mayor tesoro, el regalo que su amada y difunta esposa le había dejado para que los protegiera.
—Que es peligroso porque no se sabe cuándo los dragones podrían atacar —repitió apenada Anakya, sabiendo de memoria esa frase.
Erekyon se agachó a su altura
—¿Y qué respondes tú?.
—No volveré a hacerlo...
El rubio sonrió y volvió a despeinar el cabello de su hija menor.
—Cumple con ello para la próxima, mi cielo —susurró aquel apodo que le había puesto, desde que la vio abrir sus ojos por primera vez.
Anakya sintió su corazón extrujarse, nunca había sentido que fallaba a su padre, su ejemplo a seguir como lo estaba haciendo ahora, mintiendo le en la cara.
Asintió desviando la mirada.
—Ve a descansar un poco.
La pelirroja se despidió y fue a su habitación. Quería solo dejarse caer en su cama.
Sin notar, una azulada y fría mirada.
De quien sostenía entre sus manos.
Su daga..
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