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Poder disfrutar del aroma a pan recién hecho por las mañanas es de los placeres más grandes que YoonGi tiene, por pura casualidad el edificio al que se mudó recientemente tenía delante una bonita pastelería. Por eso es que podía darse el lujo de despertar con tan delicioso olor inundando sus fosas nasales, aunque no solo era eso, sino también que tenía una vista de los mismos dioses que le permitía admirar al joven dueño del negocio.
Park JiMin es un chico de veintiséis años con cabello castaño, ojos grises, mejillas regordetas sonrosadas y belfos gruesos, simplemente perfecto, al igual que todo lo que preparaba diariamente; un excelente chef repostero.
YoonGi lo había visto desde que vino a pedir informes sobre el departamento que encontró en internet, fue como amor a primera vista y ya habían pasado ocho meses desde que ocurrió el flechazo.
Recuerda que en aquel momento, JiMin se encontraba en la calle regalando pequeñas muestras para darse a conocer y obviamente aprovechó para acercarse y hablarle. El repostero fue amable, cálido y se la pasó sonriéndole extensamente, de esa manera tan peculiar en que sus ojitos se entrecerraban por sus abultadas mejillas y YoonGi se quedó sin habla.
Ocho largos meses desde ese encuentro y no había hecho ni un solo avance, más que mirarlo a la distancia y comprarle diariamente. Incluso ya había ganado unos kilos de más por tanto pan y postre que consumía, pero no le importaba en absoluto.
—Vale totalmente la pena.— se anima YoonGi, mirando el plato en medio de su mesa, el cual compró específicamente para llenar de panes y pasteles.
YoonGi había engordado, pero hacía ejercicio cada que podía y tenía tiempo, eso lo había vuelto alguien bastante fornido a diferencia de cómo era antes. También tenía una pinta de chico malo o quizás rudo, siempre iba vestido de negro, con sus botas pesadas negras, lleno de piercings, tatuajes y con su cabello negro en mullet.
Todos en el edificio le temían, pues a simple vista pensaban que era algún mafioso o tal vez algún pandillero, cosa que complementaba bien con su enorme motocicleta.
JiMin y YoonGi eran dos polos opuestos.
Esa mañana, luego de tomar una ducha y verificar que efectivamente necesitaba comprar más pan, YoonGi tomó las llaves de su vehículo y su chamarra de cuero negra para ir donde JiMin, una pequeña visita antes de ir a su trabajo para revisar algunos pendientes.
¿A qué se dedica YoonGi? A pesar de su aspecto y personalidad, es a sus cortos treinta años un excelente empresario. Casi todo su trabajo lo hace desde la comodidad de su hogar y su mano derecha, NamJoon, se encarga de que se realice adecuadamente.
Gracias a eso es que tiene mucho tiempo libre, vive en ese barrio, en un departamento de zona media y con una motocicleta no muy llamativa porque le gustan las cosas sencillas. Tiene el dinero suficiente para vivir de lujo, en un área privada, hasta podría tener guardaespaldas, empleadas y demás, pero no es su estilo y en ningún otro lado estaría su bonito chef.
El letrero de "Sweet Cookies" en tonos pasteles y foquitos blancos parpadeantes lo hace sonreír, cruza la calle que los separa y abre la puerta, lo que hace que una pequeña campanita tintinee avisando su llegada.
JiMin está detrás del mostrador con su pulcro uniforme blanco, se encuentra de espaldas, agachado y acomodando algunos productos en las alacenas inferiores. YoonGi se detiene en seco al verlo porque su respingón culo es lo primero que ve y sinceramente es demasiado tentador para mantenerse cuerdo, muerde su labio inferior y desvía la mirada.
—B-buenos días.— tartamudea el pelinegro empuñando sus manos y maldiciéndose por ser tan tonto con la primera impresión.
—Bienvenido.— lo saluda JiMin, parándose correctamente y mirándolo fijamente a los ojos, los cuales llaman su atención por su color marrón, como el chocolate del glaseado en las donitas que hace.
—¿Tienes roles de canela? — pregunta YoonGi sacando su cartera del bolsillo trasero, según para no verse tan obvio.
JiMin asiente, se dirige a la vitrina con los productos que tiene y toma una caja para llenarla con su pedido. Su corazón se encuentra acelerado, este pan en específico tiene un ingrediente que sencillamente lo hace poner nervioso. Vuelve hacia el mostrador, empaqueta y le coloca una calcomanía en forma de galletita que es el logo de su negocio.
Observa al chico delante de él, lleva unos pantalones negros de cuero al igual que su chamarra, una camisa negra con pequeños hoyos de las que andan tanto de moda, un cinturón de pinchos, botas negras pesadas de casquillo y una cadena rodeando su cadera.
YoonGi se le hace una persona extremadamente atractiva, es justo su tipo, le encantan sus piercings, como los cinco que tiene en cada oreja, el de la ceja, el labio, la nariz y la lengua. Además, tiene varios tatuajes que decoran su hermosa piel pálida en las manos, muñecas, brazos y cuello, claramente esos son solamente los que puede ver con la ropa que lo ha visto utilizar desde que se mudó.
La imaginación de JiMin vuela unos instantes, preguntándose dónde más podría tener perforaciones y tatuajes, se sonroja hasta las orejas por estar pensando cosas como esas.
—¿Cuánto es?— repite por cuarta vez YoonGi, rascando su nuca con algo de nerviosismo, ya que le había preguntado antes y no parecía estar atento.
JiMin no encuentra cómo reparar su error, muerde su labio inferior y suspira, la ha cagado en grande por estar mirándolo demasiado. YoonGi es un cliente recurrente, no sabe a qué se dedica o si tiene dinero suficiente, pero siempre le compra de sus panes y pasteles.
—Llévalos gratis, estos van por la casa.— asegura, sonriendo extensamente.
—No puedo aceptarlos.
—Claro que puedes, vamos, siempre me ayudas comprando y un regalo al año no hace daño.— insiste JiMin, tendiéndole la bolsa con roles.
YoonGi saca unos billetes, los mete en el pequeño cerdito de propinas que hay sobre el mostrador y guarda su cartera. Vuelve a poner su mirada en los grisáceos ojos de JiMin, le sonríe igual de extenso mostrándole sus bonitas encías rosas y toma los panes sintiendo un revoltijo de emociones.
—Gracias, Minnie.— dice y se va caminando apresurado, como alma que lleva el diablo porque acaba de decirle un apodo tierno a alguien más, algo que nunca ha hecho en su vida, ni siquiera a su difunta madre.
JiMin se queda con sus gorditos labios abiertos, formando una bonita "o" y parpadea repetidamente, hasta que sale de su ensueño y chilla de emoción, eso ha sido realmente lindo.
Se acomoda su uniforme blanco y se apoya en el mostrador con el codo alzado y su rostro descansando en la palma de su mano, esto para ver la acera de enfrente. YoonGi está colocándose un casco negro con rojo y se sube a su motocicleta para irse, la bolsa de los postres la lleva entre las piernas para asegurar que no se caiga o maltrate.
—Yoonnie... Yoonnie~.— repite canturreando, en cuanto lo ve marcharse.
Los ojitos de JiMin brillan de felicidad, se relame los labios y gime bajito al imaginarse los bonitos labios finos y rosas del chico comiendo sus roles de canela, esos que justamente preparo con mucha dedicación mientras pensaba en él la noche de ayer.
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