𝟐𝟑/𝟎𝟔/𝟐𝟎𝟐𝟏

𝓔n el capítulo anterior mencioné la divinidad, pero, ¿por qué, si nosotros somos los dioses? Bueno, nosotros también tenemos la capacidad de cuestionar nuestra propia existencia. Algunos creen en algo, otros en alguien, otros en nada... aunque, personalmente, prefiero mantenerlo en un "no sé", ya que me parece lo más realista; pero, en ocasiones, me gusta viajar a través de la mezcla generada entre mis conocimientos y mi imaginación, que me permite ver lo inconmensurable que es este universo de dioses y las infinitas posibilidades de lo que nunca nadie sabrá.

Es extremadamente impresionante y deprimente saber que todo el tiempo que lleva existiendo nuestra especie, o todo el espacio que ha dominado,  es prácticamente nada en comparación con la existencia misma y lo que probablemente haya más allá.

Aunque evidentemente no tiene utilidad práctica pensar en esto, filosóficamente es sumamente complejo y representarlo artísticamente convierte esa magnitud de complejidad a belleza; pero, ¿por qué llegué a esto otra vez? Volvía a mi hogar, admirando la inmensidad del diminuto cielo de tonos pastel que partían de los colores primarios, agradeciendo que, últimamente, mi vida alcanza niveles de plenitud jamás antes vistos, riéndome del hecho de que solo me falta oro (el cual, casualmente, provino del cosmos), siendo este quizás la clave para alcanzar un nuevo nivel de realización. Parece no tener relación con mi reflexión sobre el universo, pero es que, pensando en mi teórica plenitud, estaba imaginando en cómo escribirlo en este diario y planificaba comenzar diciendo algo como "[...] no soy como los dioses en los que creemos, porque a la mayoría de nosotros no nos tocó criarnos en la cima.", pero preferí no tener que hacer dos capítulos distintos cuando la relación podía demostrarla simplemente desnudando mi mente.

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