𝓟𝓻𝓸𝓵𝓸𝓰𝓸 | 𝓟𝓻𝓮𝓯𝓪𝓬𝓲𝓸 𝓭𝓮 𝓵𝓸𝓼 𝓪ñ𝓸𝓼 𝓹𝓪𝓼𝓪𝓭𝓸𝓼


"Y cuando no quede nada, volverán al polvo del que nacieron y serán uno con el Padre"


Hace mucho tiempo en Ardieu, dioses y humanos coexistían en perfecta armonía. La inmortalidad no era un bien codiciado, pues era un rasgo compartido por todos. Los deseos no se guardaban celosamente y la confianza reinaba, incluso en la más oscura de las sombras. Sin embargo, incluso el paraíso tenía sus fallos, Falio, el dios de la oscuridad y gobernante del reino de las tinieblas, empezaba a debilitarse debido a la inmortalidad y la buena salud de sus creaciones. El mayor de los dioses alcanzó un punto crítico, sus vasallos se descontrolaron, tomando las almas que encontraban a su paso para su amo, lo cual lastimosamente terminaría provocando un genocidio. Los otros hermanos, enojados por las acciones cometidas, lo exiliaron del lugar sagrado, castigándolo a vagar en el mundo mortal para que reflexionara, siendo entonces nunca hallado y sus templos olvidados.

Los humanos, con rencor en sus corazones e indignados por las acciones de sus dioses, comenzaron a codiciar sus dones. Sus cabezas empezaron a ver injusto que solo los dioses pudieran manipular el mundo a su antojo, pues creían que el mundo había sido creado para ellos, no para sus creadores. Los mortales rabiaron y reclamaron lo que ellos consideraban que era legítimamente correcto; y  si los dioses no les agradaba la idea, entonces no habría de otra que deshacerse de ellos. 

¿Por qué necesitaban dioses? ¡Ellos mismos podrían ser sus propios creadores! 

Fue así que inicio la primera guerra santa; una guerra que tenia por objetivo reclamar la libertad humana contra los dioses. Traicionaron a sus creadores, tomaron los templos como si fueran objetos, y a pesar de que los dioses buscaron calmarlos otorgando bendiciones divinas a algunos humanos, nada basto para la ambición que empezaba a comer la pureza de lo que alguna vez crearon.

Tras largos milenios de lucha, los humanos cayeron en la derrota. El castigo por sus acciones fue dura: perder la inmortalidad y inmunidad a las enfermedades. Muchos gritaron arrepentidos, pero ya era tarde; los dioses, viendo lo miserables que eran los humanos, les permitieron conservar a los bendecidos, tal vez por que eran consciente de que necesitarían de estos para protegerse en un mundo devastado.

Los años pasaron, y las historias de aquellos interminables milenios de guerras y vergüenza quedaron registrados en ruinas o papel apolillado. Los humanos mantuvieron la esperanza de ser perdonados, por lo que continuaron venerando a sus dioses, esperando algún día el regreso de estos. Sin embargo, lo único que regreso fue la guerra. El espacio empezó a ser limitado, ya no había suficiente espacio para quince reinos y las diferencias entre los reinos comenzaron a ser evidentes. Humanos contra humanos, ambición con egoísmo, danzando en compas de emociones intensas y callando a los que lloraban por piedad. 

Las traiciones se volvieron comunes y los esclavos en la nueva costumbre entre la gente llamada nobles.

No había ya salvación. Los dioses habían abandonado a la humanidad, nada quedaba por hacer.

Nada, hasta que él apareció.

La única ocasión donde los humanos temblaron de pavor sin distinguir de clase o reino. Él humano que hizo derrumbar el ego a los dioses como los mortales; él, quien dejó una marca imborrable en ambos lados. 

Aquel quien obligo a ambos lados unirse para detenerlo, pero esa es otra leyenda aparte.

Año 1873 del Nuevo Mundo tras la primera guerra Santa.

Aquí comienza nuestra historia.

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