𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 𝓽𝓻𝓮𝓬𝓮 | 𝓠𝓾𝓮 𝓵𝓸𝓼 𝓲𝓷𝓼𝓮𝓬𝓽𝓸𝓼 𝓷𝓸 𝓶𝓸𝓵𝓮𝓼𝓽𝓮𝓷 𝓪𝓷𝓽𝓮𝓼 𝓭𝓮 𝓽𝓲𝓮𝓶𝓹𝓸

—Ah...—suspiró complacida tras haber almorzado, con su estómago lleno, disfrutando el toque de la brisa en su rostro, no pudiendo evitar bostezar—. Creo que dormiré un poco antes de ir al invernadero...

Sus ojos se posaron en el jardín. El jardín se veía extenso desde el balcón, siendo una increíble vista desde su habitación la reciente parcela plantada de lirios blancos. Recordó con cierta gracia como Ted, durantes esos días que estuvo acompañándola en su habitación mientras se recuperaba, regresó una tarde cubierto de tierra, anunciando que acababa de sembrar lirios frente a su habitación.

Al comienzo, Alian desconocía lo que era un lirio, pero al ver que era una flor muy hermosa, no tuvo más que agradecer a Ted por días enteros.

—Eh~ No es nada—contestaba Ted entre risas—. Aparte, esas flores son iguales a ti, ¡por eso las ordené! Ambas combinan demasiado bien.

No lograba entender el comentario. Los lirios se veían hermosos, elegantes y con un olor suave, en cambio ella no sentía que coincidiera con aquellas cosas, por lo que no terminaba muy convencida, concluyendo que Ted era demasiado exagerado con sus palabras.

Tomó una gran bocanada de aire y suspiró con pesadez. Su cabeza repitió por novena vez en ese día la voz del duque "Nos tomará más tiempo. El emperador acaba de decretar el cierre de los medios marítimos. Nadie podrá entrar ni salir del Imperio por precaución". Alian volvió a sentir esa sensación de malestar, un peso incómodo que no sabía cómo nombrar. Era como una mezcla de frustración y tristeza, algo que le recordaba su constante debilidad, de que solo observaba, sin tener el valor de hacer algo para ayudar.

"¿Seguiré sintiéndome así cuando sea mayor?" pensó, con un nudo en la garganta.

Su mente rememoró las últimas recomendaciones del doctor esa misma mañana, después de que revisara sus heridas.

—Vas bien. Unos días más y estarás completamente recuperada. De hecho, es un milagro que tus órganos internos no colapsaran más con tantas heridas externas —había dicho el doctor, un hombre canoso cuya sonrisa se escondía parcialmente tras su frondosa barba blanca. Mientras hablaba, sacó de su bolsillo un caramelo brillante en forma de estrella y se lo entregó—. Toma. Come tus verduras y haz caso a las indicaciones que dejé a la duquesa, ¿de acuerdo?

Alian sonrió tímidamente para responderle y el anciano doctor soltó una carcajada cálida, halagándola por ser tan obediente. Ahora, en el presente, recordando esa interacción, sus mejillas se encendieron ligeramente. Era tan común en la mansión que fueran amables con ella, que poco a poco comenzaba a creer que, tal vez, era verdad que no era una mala niña.

Pero ese pensamiento fue tan fugaz que se ahogó rápidamente bajo el peso de un recuerdo que se deslizó en su mente, tan inevitable como las gotas de lluvia mezclándose con la tierra. La imagen de aquella tierra húmeda volvió a ella con un temor opresivo; podía sentir de nuevo el frío de la lluvia helada golpeando contra su piel, mientras los gritos de las hermanas resonaban en su cabeza como ecos lejanos, llenos de ira.

El olor a barro alertó sus sentidos, por un momento olvidó dónde estaba. Aunque el ambiente ahora era diferente, su cuerpo reaccionó con el mismo miedo. Cerró los ojos con fuerza, tratando de ahuyentar las voces que se repetían sin cesar en su mente, implacables y crueles.

"No, no debo ser tan presumida."

Sacudió la cabeza y trato de borrar esos pensamientos. No quería que esas memorias del pasado regresaran. Con un suspiro tembloroso, intentó calmarse y no volver a tener otro ataque de pánico.Fue entonces que el fuerte sonido de la puerta, abriéndose de golpe, interrumpió la frágil tranquilidad que yacía en la habitación, haciéndola saltar de su asiento.

—¡Alian! —La voz de Ted llenó la habitación, desbordando energía.

Alian giró hacia la puerta, pero antes de poder contestar, Ted la levantó de un tirón, haciéndola girar varias veces por encima del suelo.

—¡Ted! —exclamó sorprendida, mientras intentaba recuperar el equilibrio.

El cabello de Ted, tan revoltoso como siempre, tenía algunas ramas enredadas, y en sus ojos brillaba una emoción peculiar, más intensa de lo habitual.

—¡Vamos al jardín! —dijo rápidamente, dejándola finalmente aterrizar con suavidad—. El sol está en su punto, hay una brisa agradable, y no pienso dejar que te quedes aburrida en esta habitación por más tiempo. Ya fue suficiente con tu recuperación. ¡Es hora de recuperar tu libertad! ¡Tengo tantas ideas para divertirnos!

Sin darle oportunidad de responder, comenzó a enumerar sus planes con entusiasmo.

—Mira, primero podríamos hacer un picnic y llevaría a Phont, ya sabes, la pantera de Urnotus. A veces me pregunto cómo un animal tan hermoso puede estar con alguien como...

—¿Eh? Espera, espera, Ted —respondió Alian, tratando de calmarlo. Ya comenzaba a deducir que, una vez que Ted abriera su boca, no habría forma de detenerlo—. Pero... debería cambiarme...

—¡Bah! ¡Eres linda! Además, esta es nuestra mansión, no hay nadie más, y si hubiera alguien, solo serían los sirvientes. ¡Vamos! Vi unas hermosas flores esta mañana, y quiero mostrarte cómo las sembré. Por favor~

Alian no pudo evitar arquear una ceja. Sabía perfectamente que ese "sembré" significaba que Ted había ordenado al jardinero hacerlo. También conocía ese "Por favor~" que no podía evadir, porque era consciente de que Ted era experto en usar su ternura para persuadir a las personas.

Y, bueno, Ted ya era de por sí lindo, así que...


   ・゚ ・゚·:。 ・゚゚・・゚ ・・゚ ・゚·:。 ・


—¡Yey! ¡Wujuuuuu! —gritó Ted mientras corría por el amplio pasillo que conectaba con el jardín externo, tirando suavemente del brazo de Alian para que lo siguiera.

El sol brillaba suavemente en el jardín, derramando una luz dorada que acariciaba cada hoja y pétalo. Los caminos de piedra serpenteaban entre parterres repletos de flores en pleno esplendor, que iban desde el rojo intenso de las rosas hasta el blanco puro de los lirios, creando una combinación agradable con el verde oscuro de los arbustos bien cuidados.

Las gotas de agua aún resbalaban lentamente por los tallos y hojas, cortesía del jardinero Thomas, quien dedicaba todo el día a mantenerlas saludables. El reflejo de la luz del sol, en las gotas de agua, parecían diminutas joyas suspendidas en los pétalos de las flores. Alian no pudo evitar detenerse un momento, observando cómo una de esas gotas caía con delicadeza. Había algo inexplicable en la forma en que brillaban, como si fueran más que simples gotas de agua, como si ofreciera un refugio para ella apartado del mundo.

Ted, que ya había desacelerado el paso, se detuvo a su lado, balanceando los brazos con despreocupación mientras tarareaba una melodía que Alian no reconoció. A su alrededor, mariposas de alas blancas revoloteaban cerca de las flores, aportando vida y movimiento al paisaje. Las fuentes de mármol, distribuidas estratégicamente por el jardín, arrojaban chorros de agua cristalina que producían un sonido relajante, como un susurro constante que llenaba los oídos de Alian.

—¿Qué sucede? —preguntó Ted, girándose hacia ella con una sonrisa que demostraba orgullo—. ¡Ah! ¿Te gustan los lirios? ¡Sabía que hice un gran trabajo al sembrarlos!

Alian asintió con una sonrisa tímida, observando los lirios con fascinación. Sin pensarlo demasiado, dejó que su mano se acercara a uno de ellos, y antes de darse cuenta, lo arrancó con suavidad. Con el lirio en la mano, se giró hacia Ted y, como movida por un impulso que no entendía, colocó la flor detrás de su oreja, dejándola reposar entre su cabello despeinado.

—Sí, son hermosos... —susurró en un tono bajo, pero lo suficientemente audible como para que él la escuchara.

Ted la miró, completamente anonadado. El silencio se prolongó durante unos segundos antes de que Alian, consciente de lo que acababa de hacer, se apartara ligeramente, con el rostro completamente encendido de vergüenza.

—Yo... perdón... —murmuró, sin atreverse a mirarlo directamente.

Ted, por su parte, dejó escapar una risa nerviosa, aunque el rubor en sus mejillas lo delataba.

—Sabes... eh... ¡Eso! —dijo de repente, señalando con entusiasmo un par de rosales que trepaban por un arco de hierro forjado. Las flores blancas, grandes y espléndidas, parecían demasiado perfectas para ser simples rosas—. Esas son las flores que te decía. Bueno, claro, yo ayudé... un poco.

Alian asintió rápidamente, tratando de desviar la atención de lo que acababa de pasar. Sentía sus orejas ardiendo y evitó cualquier comentario sobre el lirio. "¿Por qué lo hice?" pensó, inquieta. Había sucedido algo extraño. Las gotas de agua en los lirios, con ese resplandor, la habían envuelto por un instante, dejándola casi en blanco. Fue como si su mente hubiera cedido a un impulso ajeno a la razón. De alguna manera, esa paz, ese brillo sereno, le recordaron a Ted: su alegría, su capacidad de transformar cualquier momento en algo cálido. Sin pensarlo, había asociado esa sensación con él, y su cuerpo simplemente había actuado antes de que pudiera detenerse.

"¡Qué vergüenza!" pensó, deseando que la tierra se la tragara.

Mientras tanto, Ted caminaba unos pasos más adelante de Alian, completamente distraído. Tocaba de vez en cuando la flor detrás de su oreja, como si intentara acostumbrarse a la extraña decoración.

—Ha cambiado mucho —comentó Alian mientras observaba los nuevos tipos de flores que llenaban el jardín—. Creo que tenías razón, estuve mucho tiempo encerrada.

—Te lo dije~ —respondió Ted, canturreando como si se estuviera burlando, mostrando una sonrisa traviesa—. Pero no te preocupes, de hecho, es porque tenemos visita hoy.

—¿Visita? —preguntó ella, levantando la mirada hacia él.

—Uhm... ¿Sabes qué es la corte invernal? Agrim debió habértelo mencionado en tus clases —dijo Ted, con un tono que denotaba duda, como si tratara de recordar si era un tema permitido para ella.

—¿Corte? —repitió Alian, deteniéndose un momento para observar un arbusto de flores de color morado intenso que nunca había visto antes—. Creo que lo mencionó, pero no lo entendí del todo.

—Exacto. Hoy vinieron algunos nobles de la corte. Al parecer, quieren convencer a papá de que regrese —continuó Ted, sin mostrar mucho interés en las flores, mirando hacia el cielo y moviendo los dedos distraídamente, como si estuviera probando su bendición—. Pero ya sabes, nadie puede convencer a mi padre. Es ridículo que siquiera lo intenten.

—¿Pero por qué el duque se fue? —preguntó Alian, mirándolo con curiosidad.

Ted hizo un gesto desinteresado con los hombros, pero una chispa en sus ojos sugería que disfrutaba explicarle las cosas.

—La corte invernal es... bueno, ¿cómo explicarlo? Es el círculo más exclusivo de nobles del Imperio. Solo puedes formar parte de ella si el emperador te invita personalmente.

—¿Y qué hacen allí? —Alian lo miró, inclinando la cabeza ligeramente.

—Vives dentro del palacio —continuó Ted—, aunque en una sección separada de la familia real. Básicamente, es como vivir atado al emperador, adulando todo lo que haga, siguiéndole la corriente en todo. Creo que por eso a papá no le agrada la idea de estar en la corte.

Alian asintió lentamente, intentando procesar lo que decía.

—¿Y por qué todos los nobles desean entrar?

Ted se encogió de hombros una vez más, pero esta vez el brillo en sus ojos desapareció por completo, como si algo dentro de él se hubiera apagado de repente, como si todo rastro de vida hubiera desaparecido dentro de él.

Un escalofrío le recorrió por la espalda. "¿Qué fue eso?" pensó Alian, mientras lo observaba con cautela.

—Porque estar en la corte invernal significa tener el favor del emperador —continuó Ted, con un tono bajo y monótono, como si recitara algo memorizado hace tiempo, algo que ya no le importaba pero que no podía olvidar—. Puedes tenerlo todo: banquetes, fiestas, los mejores maestros, arte, joyas... cualquier cosa. Todos los nobles son capaces de venderse o hacer lo que sea por eso. Sueñan con estar allí porque saben que significa poder, estatus y prestigio.

Alian frunció el ceño, la incomodidad crecía dentro de su pecho al ver el repentino cambio en Ted. Algo en su tono, pero sobre todo en su mirada, la hizo ponerse en guardia, como si estuviera frente a una versión desconocida del Ted que conocía.

—¿Ted?

De repente, Ted soltó una carcajada, rompiendo el momento tenso como si nada hubiera pasado. Su expresión volvió a iluminarse, y con un movimiento rápido, puso sus manos sobre los hombros de Alian, dándole un ligero apretón que la tomó por sorpresa.

—¡Pero no hay de qué preocuparse! —exclamó, con la energía de siempre—. ¡Los Blinch estamos bien!

Con una sonrisa despreocupada, arrancó una de las flores moradas que crecía cerca de ellos y la hizo girar entre sus dedos.

—De hecho, tenemos incluso más de lo que la corte ofrece. Por eso los Blinch nunca hemos necesitado vivir bajo la sombra del emperador para demostrar nuestro poder.

Alian parpadeó, todavía procesando el cambio repentino. Aunque Ted había vuelto a su actitud habitual, esa breve oscuridad en sus ojos seguía rondando por su mente, lo que hizo que recordara cuando se conocieron.

"No, debo estar confundida," pensó, apretando los labios mientras seguía los movimientos de su hermanastro con la mirada. "Tal vez Ted solo se siente incómodo de hablar sobre eso."

El crujido de los pétalos al romperse la sacó de sus pensamientos. Ted había apretado la flor con tanta fuerza que algunos de los pétalos cayeron al suelo, flotando suavemente con la brisa antes de posarse sobre la hierba. Alian observó cómo unas gotas, del mismo color intenso de la flor, se deslizaban por los dedos de Ted.

Los ojos de Ted se abrieron con sorpresa, parpadeando varias veces como si no se lo creyera. Alian quería preguntar qué ocurría, pero antes de que pudiera pronunciar una sola palabra, él se golpeó la frente con la palma de la mano y dejó escapar una risa nerviosa.

—¡Ah, lo olvidé!

—¿Qué cosa...?

Ted bajó la mirada a sus manos por un segundo, como si estuviera asegurándose de haber visto correctamente sus manos, antes de cerrarlas en un puño y esconderlas detrás de su espalda.

—Tenía que ver a mamá —respondió rápidamente, con las palabras atropellándose unas con otras—. Tengo que avisarle de que te saque de tu habitación. Se va a preocupar si no te encuentra ¡Ahora regreso!

Sin esperar una respuesta, giró sobre sus talones y se apresuró a correr.

—¡Ted! —gritó Alian, pero ya era tarde, su voz se perdió en el aire, entre el susurro de las hojas mecidas por el viento.

Ahora estaba sola.

Alian bajó la vista hacia la hierba junto al camino. Los pétalos de un color morado intenso yacían rotos, esparcidos al lado de las manchas que teñían el césped. Se agachó, intentando tocar uno de los pétalos, pero un olor fuerte y punzante llegó hasta su nariz, mareándola y obligándola a retroceder. La brisa sopló suavemente, levantando algunos de los pétalos caídos y arrastrándolos fuera de su vista. Noto que las flores poseían un color demasiado vivo, parecido en la textura a la tinta.

Sacudió la cabeza con fuerza, como si eso pudiera disipar las ideas inquietantes que rondaban por su mente. Volvió a observar el amplio camino que se extendía ante ella. Por un momento, consideró regresar a su habitación o buscar a Ted, pero algo la detuvo.

Una risa suave, seguida de voces, llegó desde más allá de la fuente.

Llevada por la curiosidad, Alian caminó en dirección al sonido. Las risas eran ligeras, burlonas, mezcladas con el murmullo constante del agua cayendo en la fuente. Desde su lugar, no podía ver quiénes estaban allí, pero el tono de las voces —pausado y refinado — le hizo descartar de inmediato la posibilidad de que fueran sirvientas.

Siguiendo el sendero hecho de piedra que serpenteaba entre los arbustos, Alian llegó hasta una fuente de mármol, en cuyo centro se alzaba la estatua de una mujer de belleza etérea. De la vasija que sostenía en sus manos brotaba un constante flujo de agua cristalina, cayendo en suaves cascadas dando un entorno apacible.

Más adelante, una glorieta cubierta por una cortina de plantas trepadoras apareció ante su vista, los botones de flores recién abiertas decoraban los arcos, desprendiendo un delicado aroma floral que flotaba en el aire.

Desde allí, pudo verlas: un grupo de niñas nobles, vestidas con atuendos lujosos, conversando entre risas despreocupadas.

Sus vestidos, adornados con joyas resplandecientes, reflejaban destellos sutiles bajo la luz, resaltando la opulencia que las rodeaba. Cada movimiento que hacían provocaba un suave tintineo de pulseras y collares, como si incluso el aire reconociera su importancia.

En comparación, el atuendo de Alian, aunque limpio y bien cuidado, parecía insignificante. Se sintió pequeña ante ellas, como una sombra que podía ser pisoteada en cualquier momento.

"Creo que no debería estar aquí", pensó, intentando alejarse con pasos lentos y cautelosos para evitar llamar la atención.

Pero ya era demasiado tarde.

—Oh, ¿quién es? —preguntó una de las niñas, inclinando la cabeza con curiosidad.

—¿Será la hija del vizconde Lewis? —sugirió otra, arrastrando las palabras con aire despreocupado—. Se suponía que vendría hoy, pero...

—Imposible —intervino una tercera, frunciendo los labios con desdén—. Mi padre dijo que el vizconde informó que su hija estaba enferma. Así que...

—Debe ser... —murmuró la primera niña, quien tenía cabello castaño oscuro, paseando la mirada de pies a cabeza sobre Alian con una expresión crítica—. Papá me dijo que los Blinch permiten que los hijos de sus sirvientes convivan en los exteriores de la mansión. Algo muy inapropiado, por cierto. Solo miren cómo va vestida.

Alian abrió la boca para responder, siendo opacada por las risas burlonas del grupo.

—¿En serio? Qué manera tan extraña de vivir la de los Blinch —exclamó una de ellas, riéndose detrás de su abanico.

—Oye, muchacha, dile a las doncellas que nos traigan más postres. De preferencia de fresa —añadió otra con desdén—. ¡Apresúrate! Ah... parece que no le han enseñado modales.

Las risas se intensificaron.

Alian apretó los puños, sintiendo el ardor en sus mejillas. Vergüenza. Rabia. No estaba segura cuál de las dos dominaba más su cuerpo, pero sospechaba que era la primera. Intentó mantenerse calmada, pero las burlas continuaron, cada vez más crueles.

—¡Miren! ¡Parece un tomate! —comentó una, entre carcajadas.

—¿Por qué sigues ahí parada? ¡Muévete! —añadió otra, con una sonrisa de desprecio—. A este paso, nos moriremos de hambre. ¿Acaso quieres ser castigada por no atender bien a las visitas?

Fue entonces cuando escuchó un crujido dentro de su cabeza.

Como si algo se quebrara dentro de ella, su entorno comenzó a distorsionarse. Las risas burlescas se volvieron un eco lejano, ahogándose en un zumbido que resonaba en sus oídos. Su respiración se volvió errática, su pecho subía y bajaba con rapidez, y el aire, antes fresco y liviano, ahora se sentía pesado y sofocante.

El mundo a su alrededor se estrechó. Las niñas, la glorieta, la luz filtrándose entre las plantas trepadoras... todo se volvió una imagen distante, borrosa, como si lo observará a través de un velo oscuro. Su visión se nubló. Antes, esa sensación llegaba cuando entraba en shock tras un regaño o cuando las hermanas del orfanato la castigaban a golpes. En aquellos momentos, su cuerpo se paralizaba, su mente se cerraba y el miedo la consumía por completo.

Pero ahora... no era miedo lo que sentía.

Ahora era diferente, no quería esconderse y llorar, pidiendo perdón.

Algo dentro de ella surgió con fuerza, una rabia latente, reprimida durante años, acumulada en cada insulto, en cada humillación, en cada golpe que había aprendido a soportar en silencio.

Y entonces, una de las niñas pronunció la frase que lo desataría todo:

—¿Saben? Mi papá dice que el ducado se ha vuelto un desastre desde que la duquesa tomó el mando. Esa señora es igual de inútil que su hijo.

Algo dentro de Alian se rompió... se hizo añicos.

—¡Cállate!

Las niñas se callaron de inmediato, sorprendidas por su reacción. Pero Alian apenas las veía.

Su respiración era agitada, su pecho subía y bajaba en espasmos irregulares. Sus manos temblaban. Al principio pensó que era de miedo, pero no... era otra cosa. Un calor abrasador recorría su cuerpo, haciéndo sentir que su piel ardía desde dentro. Su corazón martilleaba contra su pecho, cada latido más fuerte que el anterior, como si tratara de abrirse paso fuera de su cuerpo.

No podía creerlo. No podía creer que había gritado. Ella, a quien siempre le habían inculcado la enseñanza de ser obediente y que debía de guardar silencio. Ella, que en el orfanato había aprendido a bajar la cabeza y aceptar cualquier humillación sin rechistar. Ella, que había creído que debía soportar todo sin alzar la voz.

"¿Que he hecho?"

Se llevó una mano a los labios, casi esperando encontrar allí alguna prueba de que su propio grito había sido real. Pero el temblor en su cuerpo, el nudo en su estómago y las miradas clavadas en ella lo confirmaban.

Pero lo peor era que ya no podía retractarse, debía de continuar.

La sorpresa en los rostros de las nobles desapareció, dando paso a expresiones altivas y miradas cargadas de desdén.

Niella, la niña de cabellos marrones, se levantó de su asiento y con lentitud calculada se acercó a Alian, alzando su abanico con una expresión de desprecio.

—¿Cómo te atreves, mocosa?—espetó, y sin previo aviso, golpeó a Alian en la cabeza con el abanico.

El impacto no fue fuerte, pero sí lo suficiente para hacerla retroceder por instinto. Su cuerpo reaccionó antes que su mente, encogiéndose, cubriéndose el pecho con los brazos. Un reflejo automático nacido del miedo, de la costumbre, de los incontables castigos dados en el orfanato.

Niella sonrió con crueldad.

Y el abanico descendió otra vez. Una y otra vez. Cada golpe iba acompañado de un comentario hiriente, de una burla cuyo único propósito era quebrar la dignidad de Alian.

—Si ellos no entrenan bien a sus mascotas, alguien tiene que hacerlo —dijo Niella, deteniéndose al notar que había provocado una herida en la nuca de Alian.

Entonces, con un movimiento brusco, Niella la empujó con fuerza, haciéndola caer contra el suelo de piedra.

—Uff... —bufó con fastidio, sacudiendo su abanico antes de señalarla con él, como si estuviera apuntando a algo sucio—. Ahora, de rodillas y pide perdón.

Sus palabras quedaron suspendidas en el aire.

Alian respiró hondo, sintiendo un dolor punzante en la cabeza. Pero, comparado con lo que había soportado en el pasado, aquello le pareció insignificante.

Sus manos, apoyadas contra la fría piedra, temblaron ligeramente. Con esfuerzo, se incorporó.

—Yo... —murmuró, clavando su mirada en Niella—. ¿Por qué debería disculparme contigo?

Niella parpadeó, como si no creyera lo que acababa de escuchar. Seguidamente, con el rostro enrojecido de indignación, alzó su abanico, dispuesta a golpearla otra vez.

Pero esta vez, Alian no retrocedió.

Antes de que el golpe cayera , Alian reaccionó con rapidez y la empujó con fuerza. Niella perdió el equilibrio y cayó al suelo, soltando un chillido de dolor.

Las otras dos niñas se levantaron de sus asientos de inmediato. Aquel aire de superioridad que tanto ostentaban segundos atras se desvaneció, dejando en su lugar una sombra de temor. Niella, en el suelo, miraba a Alian con incredulidad, llevándose una mano a la muñeca como si no comprendiera cómo alguien como ella había osado tocarla.

Pero lo que más las inquietó no fue la acción, sino la expresión de Alian.

Sus ojos, antes contenidos, reflejaban una furia gélida, una tormenta que se arremolinaba en su interior, como un océano en plena tempestad. Su respiración era pausada, pero sus manos estaban crispadas, sus dedos clavándose en las palmas como si intentara contener algo dentro de sí misma.

Y fue en ese instante que las niñas supieron con certeza que ella no era una simple plebeya.

Aun con la rabia encendida en su mirada, su postura seguía siendo firme. Sus ojos, ahora profundos y afilados como una hoja desenvainada, parecían perforar el interior de cada una. Pero no era solo su mirada; era la forma en que su cuerpo irradiaba una presencia imponente, cómo sus dedos temblaban ligeramente, no de miedo, sino por la contención de un enojo latente.

No había duda: en ese momento, inconscientemente, Alian mostraba las primeras señales de ser un Blinch.

Las niñas tragaron saliva, sin atreverse a moverse.

Porque lo entendían.

Porque sabían que Alian estaba dispuesta a cruzar la línea.


   ・゚ ・゚·:。 ・゚゚・・゚ ・・゚ ・゚·:。 ・

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top