𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 𝓼𝓲𝓮𝓽𝓮 | ¿𝓠𝓾𝓮 𝓮𝓼 𝓮𝔁𝓪𝓬𝓽𝓪𝓶𝓮𝓷𝓽𝓮 𝓾𝓷 𝓱𝓸𝓰𝓪𝓻?

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—¿Quiere más té?

—¿Necesita algo más?

—Señorita, no se sienta mal, la duquesa lo solucionara.

—Pobre señorita...

Alian tomó un pedazo de pastel y lo mastico con lentitud, cabizbaja, maquinando en su cabeza todo lo ocurrido hace algunas horas. El postre se derretía en su boca, pero la sensación era desabrida, sintiéndose hostigada. El salón de la mansión se encontraba alumbrado por velas y candelabros. La noche se asomaba por las grandes ventanas; notó que empezaba a nevar y empezó a cobijarse más en el sillón, agradeciendo que el interior de la mansión fuera cálida, recordando lo frío que era el exterior en la capital.

—Ah, estás aquí —escucho por la puerta, viendo a Ted entrar de forma alegre, haciendo un ademan a las sirvientas—. Pueden retirarse. Mamá está conversando con Agrim, todo se va arreglar ¿No estás contenta?

Asintió con la cabeza, fijando su mirada en la alfombra que se hallaba debajo del sillón. ¿Contenta? ¿Estaba contenta? Era consciente que la mayoría de los niños estarían contentos con su situación. Una familia amable que eran ricos, el sueño de todo plebeyo, e incluso llegó a recordar a los niños de Lize. Por otro lado, la duquesa había demostrado estar preocupada por su situación y, apenas terminó de escuchar su travesía, la abrazo tan fuerte, con lágrimas en sus ojos, prometiendo que lo solucionaría.

—Perdonanos pequeña—soltó entre sollozos silenciosos—. No sabía, no sabíamos nada de tu dolor, perdónanos.

Una sensación de tristeza envolvió su corazón al ver a la duquesa suplicándole que les comprendiera. Tuvo ganas de responderle, de consolar y responder que nada era su culpa, que entendía, pero su voz quedó atorada en su garganta, sin ser capaz de reaccionar.

"Nadie me había pedido disculpas, se sintió extraño"

El pensamiento de Alian se cortó de manera abrupta al ver como Ted tomaba asiento a su lado.

—¿Me estabas escuchando?—preguntó de forma juguetona.

—Si

—Eh~ —canturreo, tomando una galleta de la bandeja que había sido traída para ella—. Plebeya y con una madre. ¿Pero aun así tu mamá no te dijo nada sobre la adopción? Lo habitual es que notifiquen a los padres de los bendecidos no huérfanos, debió de contarte algo.

— ¿Bendecido?

—Si, bende—continuó hasta que se detuvo y la observó con la misma sonrisa, pero con los ojos vacíos, como si no creyera lo que escuchara—. ¿No eres una bendecida?

—¿Qué es eso?

Ted se quedó en silencio y soltó la galleta.

—No, no puede ser —murmuró confundido—. Es algo que todos saben, hasta las criadas...

Alian frunció el ceño en señal de incomodidad. Deseo estar sola y descansar, pero Ted parecía no querer guardar silencio.

— ¡Ya sé! ¡Te lo explico! —dijo con una extrema alegría, haciendo señas con la mano—. Verás, un bendecido es una persona que nace con la bendición y protección de algún dios primario. Son seis: Lenium, Falio, Fer, Cris, Fy y Ur. Por ejemplo, los bendecidos por Fer pueden usar de manera libre el fuego. Los bendecidos también pueden hacer contra...

Su estómago se revolvió con solo escucharlo, hablaba tanto que ni siquiera tomaba un respiro; por un momento sintió que Ted era un loco obsesionado con los temas religiosos de Ardieu que un niño de su edad. Pero, ¿por qué Alian desconocía sobre los bendecidos siendo ella una?

La razón era simple: Luz Silver. Luz solo le había inculcado lo básico de Ardieu, como que tenían seis dioses, que debían de venerar a Ur, y que los humanos estaban castigados por ser egoístas. Añadido a esa formación, Alian no había reflejado signos de poder controlar algún elemento o ser especial; de hecho, Alian y Siro eran los primeros en casi un siglo dentro del orfanato en ser reconocidos como benditos. Por esa razón, antes de ser llevados a Lize, habían sido tratados con menos severidad.

—Si, si, si—replicó de manera repetida tratando detener a Ted, quien ya jadeaba por la rapidez de sus palabras—. Lo entiendo, soy una bendecida, o lo que digas...

—¡Muy bien! —exclamó para luego chasquear los dedos. Una rafaga de viento sacudió las cortinas y algunas veladoras se apagaron— . ¿No es asombroso? Soy bendecido por Fy, por lo que tengo capacidad de controlar el aire a mi antojo. ¿Y tú? ¿Qué controlas?

Desvió la mirada con inquietud. ¿Cómo podría explicar a Ted que ni ella misma conocía lo que era?; la única habilidad que era consciente de tener era la de reconocer hierbas o soportar golpizas, pero fuera de eso no sentía ese poder especial que Ted describió.

—No lo sé—respondió con timidez, jugando con sus dedos —. ¿Resisto a los golpes?

—¿Resistente a los golpes? —repitió Ted, frunciendo el ceño—. No me suena, no creo que sea un poder bendito.

Alian se encogió de hombros, sintiendo inquietud. La resistencia a tantos castigos como venenos , dentro de su cabeza si resultaba como bendito; gracias a eso había logrado aún mantenerse viva a pesar de su falta de alimentación, pero Alian no deseaba contarle esas cosas a Ted.

—¿Extrañas mucho tu hogar?

Sintió un nudo en el estómago. Era una sensación extraña, similar a aquella ocasión donde las hermanas la arrastraron de los cabellos acusándola. ¿Tristeza? ¿Desesperación? ¿Ira? No sabía con exactitud. Sentía que en cualquier momento vomitaria, que solitaria blasfemias en contra de las mujeres que la habían golpeado y eso la asustaba.

—Mi mamá... —murmuró, tratando de encontrar palabras adecuadas—. No puedo dejarla.

Ted rodó los ojos y tomó otra galleta, entregándolo en las manos de Alian, las cuales estaban inquietas.

—¿Acaso tu hogar solo es ella? ¿No tienes amigos o vecinos?—dijo Ted ladeando su cabeza de un lado para el otro, jugando con balancear su cuerpo—. Según pude leer, Mellet es un lugar cálido y tropical. Pensé que tal vez extrañabas tanto tu hogar por el clima del Imperio, pero, pareciera que te aferras sólo a la idea de tu madre.

—Eso no es cier...

—¿Cómo son las personas en Mellet? ¿Son iguales a tu madre?

Se quedó en silencio y miró la galleta en sus manos, sintiendo un peso encima suyo. "¿Quiero volver?" La pregunta se repitió en su mente, una y otra vez. Rememoro a su madre, en la calidez de sus abrazos, las noches en las que se acurrucaban juntas, contando lo que harían si tuvieran más espacio en la cabaña. Su madre era su refugio, su única familia. Pero también los recuerdos dolorosos la atormentaron; sintió como sus antiguas heridas empezaban a arder a pesar de ya no estar, en las veces que había sentido el hambre y el miedo.

"Pero no puedo dejar a mi madre", pensó, sintiendo un dolor en su garganta. Su madre había sacrificado tanto por ella, la idea de abandonarla le resultaba imposible; además, estaba enferma y debía volver para cuidarla. Le enseñaron desde que podía caminar que nunca desafiara a los mayores, que ellos tenían razón absoluta y que les debía todo, incluida la vida. Alian sintió que tener esos pensamientos de duda eran una traición absoluta a su madre. Pero, ¿le gustaba el orfanato? No podía responder con certeza a esa pregunta. ¿Le gustaba que la golpearan por errar en la limpieza diaria? No ¿Le agradaba quedarse sin comida por días hasta que su madre reclamará a la directora? Tampoco ¿Anhelaba volver a ser enterrada viva por las hermanas como en esa ocasión donde su madre se ausentó por meses? En definitiva no.

—Yo...—soltó, apretando con fuerza sus manos, recordando la sensación de la tierra húmeda—. No se, no se como son...

—¿Y si tu madre no te quiere de la manera en que tu crees que lo hace? —preguntó Ted con una expresión indiferente, masticando otra galleta, dejando migajas en su ropa—. ¿Y si te vendió para poder ella vivir de una mejor manera?

Alian se levantó del sillón, negando con la cabeza repetidamente.

—¡No! ¡No, eso no es cierto! —grito tapando sus oídos, rompiéndose su voz a medida que hablaba—. Me quiere, soy su hija, soy su...

Ted resopló cansado y fijó su mirada en un retrato dentro del salón. Un viejo retrato de sus hermanos mayores cuando eran pequeños.

— A veces, las personas hacen cosas terribles creyendo que son correctas. —exclamó con un tono de voz jovial, provocando desconcierto en Alian—. Un consejo: no te aferres a un lugar que te hizo tanto daño. Comienza de nuevo y demuestra que se equivocaron, hazles tragar toda su mi****.

El silencio se instauró dentro del salón. Alian quedó atónita; nunca había escuchado a alguien soltar de una manera alegre insultos tan directos. Una sensación de inquietud se apodero de sus sentidos, alejándose por reacción de él. No solo la actitud insensible de Ted o su vocabulario explícito; esa mirada vacía, la misma que había logrado notar horas antes fuera de la mansión, con ese brillo de ser un cazador, la atemorizó y le hizo plantearse si Ted era un niño normal.

—¿Qué? Parece que hubieras visto a un fantasma.

Alian asintió con la cabeza, muda por el temor y Ted, indignado, frunció el ceño.

—¿Me tienes miedo? ¿Por qué? ¡No soy malo! —reclamó Ted empezando a hacer pataletas, tirándose al piso—. ¡No es justo! ¡No es justo! ¿Por qué soy el único al que todos temen? ¡Quiero amigos!

—¿Qué?

Ted siguió pateando y lanzando llantos lastimeros. Con nervios, Alian logró posar una mano en el brazo de Ted e intentó calmarlo.

—No, no llores —dijo sacudiendo el brazo de Ted, quien no parecía detener sus llantos—. Sí das un poco de miedo, un poco...

—¡¿Un poco?!

—Bueno, tus ojos dan miedo y... —respondió, asustada, mientras retrocedía por el repentino cambio de actitud de Ted.

Ted guardó silencio y su expresión se tiñó de seriedad. El temblor en el cuerpo de Alian retornó, temiendo alguna respuesta violenta por parte del niño; cerró los ojos, esperando el primer golpe y contuvo la respiración.

—¿Qué haces?

Alian abrió los ojos, sintiendo cómo sus mejillas eran pellizcadas. Parpadeó, aún confundida, y notó la mirada de Ted, esta vez brillante y cálida, con una sonrisa juguetona.

—Tú... ¿no estás enojado?

—¿Enojado?

—Tú estabas... —murmuró, intentando explicar lo que había visto—. molesto... creo que era eso...

Ted suspiro para luego dejar sus mejillas y sentarse apropiadamente en el sillón.

—Ah, eso —respondió con un tono casi apagado—. ¿Di esa impresión?

—Un poco...

—Vaya, parece que soy bueno actuando —respondió en un intento vano de animarse a sí mismo—. De hecho, soy intimidante. No es intencional, solo no puedo evitarlo.

Las palabras de Ted sonaron esta vez en un tono de culpabilidad. Alian no supo cómo responder, pero antes de poder seguir el hilo a Ted, este la interrumpió, señalando sus ojos.

—Mira, estos ojos... —explicó, señalando sus pupilas que se entremezclaban entre el rojo y el rosado como las piedras de ópalo—. Según mi padre, muy pocos dentro de nuestra familia pueden tener este tipo de ojos; los pocos que llegan a poseer este rasgo son denominados dentro del ducado como cazadores por el aura que emitimos, algo similar a la de un depredador cazando a una presa, por eso las personas nos temen.

Al terminar de hablar, Ted hizo pucheros y bajó la mirada con tristeza.

—Por eso todos me temen, no importa cuánto intente parecer alegre, todos huyen cuando sienten el aura —continuó para luego frotar sus ojos, notándose el llanto que intentaba controlar—. Pensé que si era amable y alegre no habría problemas, pero no puedo controlarlo, no soy tan bueno como papá.

Alian apretó con fuerza su vestido. Ted parecía ser honesto con sus palabras. Le daba pena verlo llorar y tratar de contener sus lágrimas. Las lágrimas de Ted caían lentamente por sus mejillas, reflejando una soledad profunda. Sus sollozos, aunque contenidos, resonaban en el silencioso salón, creando un eco de tristeza que hacía que el corazón de Alian se encogiera.

Tomando aire, solo pudo ser honesta y darle ánimos.

—Das miedo, pero... no creo que seas mala persona.

Ted detuvo su llanto y la observó. Alian no supo con exactitud si lo hacía con esperanza o con otra intención. Tal vez su falta de conocimiento era el problema y Ted realmente no lo hacía de forma consciente. Por eso, Alian estaba dispuesta a darle una oportunidad antes de juzgarlo.

—¿En serio? ¿En serio piensas eso? —preguntó con emoción para luego abrazarla con alegría desbordante—. ¡Gracias! ¡Al fin! ¡Al fin!

Alian se quedó quieta mientras era sacudida con fuerza por Ted. Esa sensación incómoda desapareció y en su lugar un sentimiento de comodidad comenzó a aflorar en su pecho. Las lágrimas de felicidad en el rostro de Ted la contagiaron, y por primera vez, además de Manrih, pudo sonreír de manera genuina con alguien más.

Las primeras impresiones habían sido tal vez incorrectas, pero el futuro parecía verse de manera más brillante.


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