𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 𝓼𝓮𝓲𝓼 | 𝓛𝓪 𝓷𝓾𝓮𝓿𝓪 𝓯𝓪𝓶𝓲𝓵𝓲𝓪

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La duquesa era hermosa. Sus cabellos, de un tono que le hacía recordar a los duraznos, y sus ojos color café, no paraban de observarles, reflejando con facilidad sus emociones. Sus movimientos irradiaban elegancia, y la forma en que se dirigía a los hermanos mostraba un genuino cariño. Transmitía una sensación de tranquilidad; la sonrisa que mostraba le recordaba mucho al de su madre, logrando que bajara la guardia.

—Entremos, si siguen ahí pueden enfermarse —dijo aún con una sonrisa—. Avisen a Urnotus, debe estar en la biblioteca.

Las sirvientas asintieron y se retiraron. Detrás de la duquesa, los hermanos menores de los mellizos cuchicheaban con amenidad. Alian supuso que eran hermanos, era evidente su relación consanguínea. Se aferró a Manrih, tratando de evitar acercarse a ellos, pues no podía saber cómo eran sus actitudes; tal vez fueran agresivos como los niños del orfanato, o como Hermel, ese niño que aparentó ser amable con ella para luego empujarla hacia el sótano del orfanato, dejándola encerrada todo un día. No sabía si eran de confianza; por el momento, solo confiaba en Manrih.

—Ted, Orion —llamó la duquesa, sosteniendo al más pequeño de la mano—. Saluden, es vuestra hermana.

Alian se ocultó detrás del brazo de Manrih. Había soñado varias veces con tener un hermano; en las noches donde Luz no regresaba a la cabaña por quedarse cuidando de los niños, Alian le rogaba con mucha insistencia a los dioses, pidiendo un hermano con el que pudiera pasar tiempo y no sentirse sola. Siempre imaginaba lo bonito que sería cargarlo o darle de comer, pero nunca había pasado por su cabeza que tendría hermanos de esa forma, lejos de su madre, en otro reino y con una familia rica.

Orion, el más joven de los hermanos, se acercó con timidez.

—Orion Blinch, encantado —dijo con una sonrisa pequeña

Alian miró a Manrih, buscando su aprobación. Él asintió y dio un apretón suave a su mano, tranquilizando sus nervios.

—Primero dejemos que se acomode y descanse un poco —sugirió Manrih.

Agrim asintió, concordando con las palabras de su mellizo. Ted, un niño más alto que ella, soltó una risa, acercándose con desbordante alegría, extendiendo su mano en forma de saludo.

—Un gusto conocerte, Ted Blinch.

La mano de Ted espero ser correspondida. Alian fijó su mirada en él; su sonrisa era igual de cálida que la de la duquesa. Transmitía un aura juguetona y alegre, todo lo contrario a sus hermanos mayores. Lo único que le inquietaba eran sus ojos, o siendo más exactos, su mirada. El tono de sus iris eran de un tono rosado oscuro, reflejando más frialdad e incluso indiferencia, contradiciendo su actitud y palabras.

Un empujón la hizo reaccionar. Manrih, intentando que volviera a estar consciente, le murmuró en tono bajo que respondiera. Respiró hondo y extendió su mano temblorosa para estrechar la de Ted. Al tocarla, sintió una extraña mezcla de calidez y frialdad, como si el toque amable de Ted estuviera envuelto en una capa de hielo.

—Alian Silver —murmuró, apenas audible.

Ted sonrió más ampliamente, mostrando sus dientes blancos. Parpadeó, aún manteniendo sus manos estrechadas; sus miradas volvieron a cruzarse, provocando un desconcierto creciente en su mente. Antes, aquella mirada transmitía una sensación de ser cazado; sin embargo, todo malestar se había esfumado. En su lugar, una mirada llena de vida se presentaba frente a ella, una persona completamente distinta.

Pudo escuchar su corazón latir con agitación. Una ola de incertidumbre la envolvió, y una voz interna empezaba a advertirle que no confiara. Ese cambio de actitud la inquietaba, pero no podía decir nada, pues apenas intentó hablar fue arrastrada dentro de la mansión con prisa.

La duquesa sonrió, observando la escena con ternura.

—Está muy emocionado —comentó mientras veía cómo su hijo no dejaba de arrastrar a Alian de un lado a otro—. No ha dejado de hablar sobre su nueva hermana, ha estado ansioso desde que Mont lo notificó.

Ambos hermanos se observaron de reojo, con un sentimiento mutuo de incomodidad.

Mientras tanto ambos niños corrían hacia el interior de la mansión. Alian no pudo evitar admirar la majestuosidad del lugar. Las paredes estaban adornadas con tapices y cuadros de paisajes invernales y el suelo de mármol reflejaba la luz de los candelabros que parecían estar hechos de cristal. Dentro de la mansión se sentía una calidez agradable, contrastando con el exterior, que no dejaba de soplar brisas heladas. Un enorme cuadro familiar ocupaba una pared entera, mostrando a los integrantes de la familia, revelando lo extensa que era en varones, siendo la única mujer la duquesa.

Llegaron a una gran sala con ventanales que dejaban entrar la poca luz del sol que llegaba a esos lares, iluminando los muebles elegantes y las alfombras suaves. La chimenea, adornada con grabados dorados, reconfortaba el lugar, llegando a transmitir el olor de leña quemándose poco a poco.

—Este es el salón principal de la familia —explicó Ted aun manteniendo esa amplia sonrisa—. Aquí es donde nos reunimos para pasar tiempo juntos, en el otro extremo oeste está el de invitados, pero ese es más pequeño que el nuestro.

Ted corrió hacia una estantería y sacó un libro grueso.

—Este es mi libro favorito. Crónicas del mundo antiguo. ¿Sabes alguna? Son realmente interesantes cuando...

Su mente se quedó en blanco al escuchar como hablaba tan rápido sin siquiera tomarse un tiempo para respirar. Las letras del libro eran realmente pequeñas, por lo que apenas pudo verlas sintió como se agobiaba aun sin haberlo leído.

—Ted, primero la llevaremos a su habitación, debe descansar. Luego puedes jugar con ella. —dijo Manrih, alcanzando a su hermano a tiempo antes de que fuera a otro rincón de la mansión—. Madre, ¿Desea escoltarla?

—Por supuesto —respondió soltando el brazo de su hijastro mayor—. Continuaremos con nuestra conversación más tarde, Agrim.

Los mellizos dieron reverencia, retirándose del lugar no sin antes mandar una mirada a su hermano a manera de advertencia.

—Mamá, ¿puedo llevarla a su habitación?

—Mi pequeño león—dijo la duquesa con cariño, dándo caricias al cabello de su hijo—. Puedes hacerlo, pero considero que debes de primero hab...

La respuesta se vio interrumpida por un grito de júbilo de Ted, quien ya estaba otra vez jalando a Alian hasta la habitación preparada para ella. A medida que corrían, o bueno, que Alian intentaba seguirle el ritmo, su respiración se agitaba por el cansancio de estar siendo llevada al límite. Esa enorme mansión estaba acabando con ella en apenas unos minutos, en complicidad con el niño energético que no dejaba de hablar mientras corría. Subieron una escalera de caracol que los llevó a un corredor decorado con plantas y cuadros de personas con ropas elegantes. Una puerta casi al final del pasillo fue lo único que frenó a Ted, abriendo la habitación con fuerza, revelando una habitación cálida y acogedora, con una cama grande cubierta de mantas suaves con colores claros.

—¡Taran! Tu habitación —dijo mientras la arrastraba dentro—. Bonita ¿no? Fue hecho con el mejor artesano del ducado, es decir, del Imperio, ¿no es eso increíble?

Alian miró alrededor con los ojos muy abiertos. La habitación era más lujosa de lo que jamás había imaginado. La cama tenía un dosel con cortinas de encaje, y los muebles de madera estaban tallados con intrincados detalles dorados. Las ventanas, cubiertas con pesadas cortinas de terciopelo, ofrecían una vista hacia el jardín, logrando sentir el aromas de flores, nuevas, exóticas para su olfato.

—Es... es increíble—susurró Alian, aún sin poder creer que todo eso era para ella, olvidando por un momento que ese no era su hogar.

Ted soltó su brazo y soltó risas de forma risueña. Corrió hacia un rincón de la habitación, extendiendo las puertas de un armario grande, revelando una selección de vestidos y ropa fina.

—¡Mira! ¡Desde esa esquina hasta la otra, toda esta ropa es tuya! —dijo Ted, sacando un vestido azul claro, entregándolo para que pudiera tocarlo.

Alian tomó el vestido dudosa, sus manos temblaban y trago saliva al sentir la suave tela entre sus dedos. Era tan extravagante todo lo que veía que empezaba a sentirse abrumada.

—Si, muy bo...bonito —dijo, tratando de sonreír.

Se sentó en el suelo, sosteniendo el vestido en su regazo. Rememoró a su hogar, la calidez de la cabaña donde vivía con su madre, los aromas que seguían impregnados en sus ropas a hierbas silvestres, la risa de los niños pequeños quienes eran los únicos que la trataban bien. Ignorando su entorno, volvió a sentir un picor en sus ojos, pero esta vez trató de contenerlos.

"No debo llorar. No debo llorar. Si lloro solo molestare a los demás."

Ted se acomodo a su lado, dando golpecitos en el vestido con sus dedos, llamando la atención de Alian.

—¿Sucede algo? ¿Dije cosas desagradables?

Negó con la cabeza, notando una preocupación genuina en sus ojos. Trató de detener sus lágrimas, pero le costaba mucho recuperar la compostura.

—No, no eres tú—respondió en voz baja—. Solo...solo extraño mi hogar y a mi mamá.

Un silencio abrumador se instauró en la habitación por varios minutos; ella trataba de calmarse y Ted, en completo silencio, observaba el suelo, siendo luego preocupante para Alian al ver que no se movía ni un poco.

—¿Estás bien?

Ted enredó sus dedos en sus mechones de cabello, para luego sacudir su cuerpo, observándola con intensidad. La sensación que antes había desaparecido, regresó. Como una presa siendo acorralada por un depredador.

—¿No hablaste con nadie sobre aquello?

—¿Qué? —dijo confundida—. ¿De mi mamá? Solo al joven Agrim y Manrih; me dijeron que me ayudarían a contactarla, pero cuando la recuerdo me pongo triste.

La expresión de Ted cambió drásticamente, sus ojos brillaron con una mezcla de sorpresa y alarma. Antes de que pudiera responder, una voz firme resonó a puertas de la habitación.

—¿Mamá? —se escuchó frente a ellos, provocando que Ted se sobresaltara—. Pequeña, ¿a qué te refieres con mamá?

Ambos levantaron la mirada, encontrando a la duquesa en la puerta, acompañada de sirvientas. Las manos de Ted temblaron, y evitó la mirada de su madre, deseando no ver la expresión que tenía tras escucharlos. El ambiente dentro de la habitación se volvió denso, cargado de una tensión palpable. La duquesa, siempre tan serena y elegante, ahora tenía el rostro pálido por la conmoción. Las sirvientas, paralizadas, intercambiaban miradas nerviosas.

—A mi mamá. Mi mamá de verdad —soltó Alian sin notar la tensión en la habitación.

El jadeo de las sirvientas la hizo percatarse de que acababa de cometer un error. El silencio se volvió ensordecedor, y opresivo. La duquesa mostró una expresión de horror, como si hubiera escuchado algo realmente aterrador.

—Tú... —dijo con la voz entrecortada, como si le costara continuar—. ¿No eras huérfana?

La pregunta resonó en su cabeza, empezando a comprender la situación, lo cual hizo que varias piezas encajaran en sus recuerdos. La reacción de los hermanos al escucharla mencionar a su madre en el carruaje, la alegría de la duquesa al recibirlos, el repentino silencio de Ted al escuchar sobre su mamá.

La familia Blinch creía haber adoptado a una niña huérfana.


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