𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 𝓸𝓷𝓬𝓮 | 𝓡𝓮𝓬𝓾𝓹𝓮𝓻𝓪𝓬𝓲𝓸𝓷 𝓵𝓾𝓮𝓰𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓼𝓾𝓼𝓽𝓸

El viento soplaba con suavidad sobre el campo, meciendo el verde pastizal y algunas flores que se encontraban en sus cercanías. Alian caminó con cautela, sintiendo el crujir de la hierba seca bajo sus pies. A lo lejos, casi imperceptible, una figura solitaria se dibujó: una mujer de largos cabellos castaños y mirada enigmática, emanando elegancia en su caminar.

Conforme se acercaba, distinguió que la mujer se dirigía hacia ella. Alian extendió su mano, intentando ser cortés, pero la mujer la agarró del brazo y la abrazó fuertemente, logrando escuchar cómo sollozaba sobre su hombro. Alian sintió un nudo en el estómago al ver su rostro, lleno de lágrimas. Era una mujer muy hermosa, pero detrás de esa belleza parecía esconderse algo más: una pena inexplicable, un dolor que llevaba cargando desde hacía mucho tiempo.

—No te involucres con los lobos —susurró ella, en un tono quebrado pero firme—. Son monstruos, todos ellos. Aléjate, huye lejos de su vista. Promételo.

Antes de que pudiera responder, sintió sus piernas ceder mientras la tierra temblaba. Unas largas espinas oscuras brotaron a su alrededor, enredándose en su cuerpo. Alian soltó su agarre de la mujer, siendo sostenida por esta quien parecía estar gritando su nombre. Las espinas pronto se clavaron en su piel, doliendo como nunca, y entonces, su conciencia se empezó a desvanecer, dejando su entorno en completa oscuridad.

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Su cuerpo se sentía pesado, incapaz de moverse, pero era consciente de su entorno: la cama mullida bajo ella y el suave aroma de flores frescas usada en la mañana seguía en la habitación. Esa era su habitación. Pero, por alguna razón, no podía abrir los ojos; el simple intento de hacerlo le provocaba un dolor intenso.

—¡¿Qué acabas de decir animal?!

Un grito ensordecedor rompió la calma de su entorno, sobresaltandola. Había pensado que estaba sola, pero ya empezaba a percatarse que no era así. Un fuerte golpe resonó cerca, tan cerca que parecía estar a pocos metros de su cama. El tono de voz era agitado y furioso, lo reconoció como el de Ted. Sin embargo, se le había dificultado un poco el reconocerlo por lo extraño, áspero y sin vida que se escuchaba, como si se tratara de otra persona.

—Seguir órdenes de su excelencia. Abstente de opinar ¿no crees?

— ¡Mi padre no ordenó nada de esto!

— No me refería al duque.

— ¿Mis hermanos? ¡No seas idiota, ellos no ordenarían envenenarla!

— No la envenené, solo le di un poco de mi sangre, nada más.

—¡¿Acaso no es lo mismo?!

—Mi sangre no siempre es venenosa, al menos no en esta ocasión.

—¡¿Desde que tiempo..?!

— Desde que llegó, de hecho pensamos que era inmune...

—¡Tu bastardo de mi...!

Sus ojos empezaron a abrirse lentamente, deteniendo por breves segundos el bullicio de su habitación.
Su vista desenfocada le impedía distinguir el entorno y el tiempo; no logro ver que la luna estaba en su punto más alto, y que, de hecho, Urnotus habia empujado a Ted buscando acercarse a ella para comprobar su estado.

—¡Alian!

Un apretón firme la envolvió de repente, obligándola a cerrar los ojos. Reconoció la sensación de inmediato: era el abrazo característico de Ted, enérgico y fuerte, moviéndola de un lado a otro como solía hacer. Alian sonrió, por alguna extraña razón esa acción la llenaba de felicidad, tal vez por que le recordaba que no estaba en el orfanato, que todos esos días vividos no eran un sueño, que simplemente tenía a alguien quien se preocupaba por ella además de su madre; con todas sus fuerzas reunidas, dejó escapar un débil "Ted...", quedando otra vez inconsciente a mitad de sus palabras por su estado frágil.

Alian no logró escuchar cómo ambos hermanos gritaban su nombre, buscando que permaneciera consciente; afortunadamente tampoco presenció el intercambio de palabras duras entre sus dos hermanastros, golpeándose uno con el otro, el cual terminaría con un alboroto en medio de la noche dentro de la mansión.




—¡Despertó!

El grito alarmó a las sirvientas que se encontraban en medio del pasillo esperando a la señora de la mansión, quienes comenzaron a correr hacia la habitación para responder al llamado de su señora.

—Rápido, den aviso al joven amo.
—¡Despertó! ¡Oigan todos, despertó la señorita!

El bullicio se extendió con una rapidez comparable al del viento gélido que soplaba aquel día soleado, llenando los corredores con pasos apresurados y voces emocionadas, incluso el rincón más solitario parecía vibrar con la noticia.

Misery, el mayordomo y mano derecha del duque, apareció en el umbral del dormitorio apenas escuchó lo sucedido. Saludó brevemente a la duquesa antes de fijarse en el estado de Alian.

—Lamento interrumpir, señora. Escuché que la señorita despertó, así que vine para...

Sus palabras se quedaron congeladas al fijar su mirada en Alian, quien parpadeó confusa al notar cómo el recién llegado la escudriñaba. No era una mirada amable, ni tampoco neutral. Era una mirada familiar que conocía demasiado bien: rechazo. Había aprendido durante su corta vida a reconocer las expresiones que los adultos mostraban hacia ella, esa expresión, esa mezcla de desdén, temor o desprecio que a menudo encontraba en los adultos. Sentirla en el rostro de Misery al despertar la hizo encogerse automáticamente bajo las sábanas, escondiéndose de forma casi instintiva.

Además, las miradas curiosas de las sirvientas que se asomaban desde la puerta, confundieron su cabeza, ¿Cuánto tiempo había estado durmiendo? ¿Cómo habían terminado en su cuarto, si lo último que recordaba era el jardín? Bostezó suavemente y se frotó los ojos. Su cabeza estaba nublada, y tenía la sensación de haber estado angustiada, como si acabara de despertar de un sueño que la había hecho llorar.

—Toma —dijo Urnotus con voz serena, extendiendo un vaso de agua. Su rostro se veía pálido y cansado, las ojeras bajo sus ojos lo hacían parecer más desaliñado de lo normal, y su mejilla derecha tenía un vendaje, resultado de la pelea que había tenido con Ted la noche anterior —. Has estado con fiebre toda la noche. Debes estar sedienta.

Alian asintió débilmente y tomó el vaso entre sus manos temblorosas.

—Gracias... —murmuró con un hilo de voz.

Bebió sorbos pequeños, sintiendo cómo el agua refrescaba su garganta seca y aliviaba la pesadez de su cuerpo. Al terminar, soltó un pequeño suspiro y sonrió con timidez. Sentía que estaba más despierta. La duquesa, quien observaba cada uno de sus movimientos, dejó escapar una sonrisa, la forma en que Alian sostenía el vaso, con manos tan pequeñas y delicadas, hizo que imaginara la imagen de un pequeño canario tomando agua a cuentagotas.

—Mi pequeña... —susurró la duquesa con un nudo en la garganta mientras acariciaba con ternura el cabello despeinado de Alian. Luego llevó su mano a su frente, verificando su temperatura—. Perdóname... No pude cuidarte bien. Disculpa mi incompetencia, por favor.

Alian abrió los ojos, sorprendida, al ver que lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de la duquesa. Su voz temblaba y sonaba llena de culpa. Su apariencia mostraba el cansancio de esos días: el cabello mal arreglado, el vestido desaliñado y la mirada cansada. No era la imagen impecable que Alian estaba acostumbrada a ver en ella, era extraño, y empezó a darse cuenta de que había traído problemas a la familia.

—No, no... —balbuceó Alian, sintiéndose culpable. Trató de alzar una mano, pero sus fuerzas eran escasas—. No... no llore, por favor...

Pero la duquesa no se detuvo. Las lágrimas seguían cayendo mientras sus dedos acariciaban el rostro de Alian con un cuidado, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera lastimarla.

—Te prometo que no volverá a pasar —dijo la duquesa, con un tono firme que contrastaba con su expresión agotada—. Te cuidaré mejor, esta vez te protegeré mejor.

Urnotus, que hasta entonces había permanecido en silencio, desvió la mirada, incómodo con la escena. Parecía querer decir algo, pero se lo guardó, dejando que la duquesa se liberara por los días de preocupación. Alian, quien desconocía lo sucedido en esos días, no sabía qué pensar. Solo sabía que, sentir la atención de todos en ese momento era agradable, parecían verdaderamente preocupados por ella.

—Tuviste un colapso en tus fluidos esenciales—dijo Urnotus, con voz firme pero pausada, mientras sumergía un pañuelo limpio en un bol de agua, para limpiar su rostro—. Fue algo que afectó gravemente a tus órganos. Si no fueras una persona bendecida, habrías fallecido hace tres días.

La duquesa lo miró en silencio, sus labios temblaron por un instante antes de bajar la cabeza. No estaba acostumbrada a oír hablar sobre la mortalidad de otra persona con tanta frialdad, no desde aquel incidente de años atrás. Urnotus, al percatarse de la tensión creciente en la habitación, suavizó su voz al continuar dirigiéndose a Alian.

—Tu organismo aún está débil—continuó, como si explicara algo que sucediera todos los días—. Tendrás que permanecer en cama al menos una semana más antes de intentar caminar siquiera tramos cortos.

El pañuelo, empapado en agua, dejó una sensación fría contra su piel. Alian cerró los ojos por un momento, luchando con una mezcla de resignación y confusión. Bendecida o no, odiaba sentirse inutil en esos momentos y por si fuera poco, aún no lograba entender qué había sucedido en el jardín.

—¿Por qué me pasó esto? —preguntó, con la voz casi rasposa, notando que su garganta también había salido afectada.

—Colapso de tu fluido central —respondió Urnotus de inmediato, con un tono que dejaba ver cierta incomodidad—. Toda persona tiene un núcleo en el alma, atado al cuerpo, normalmente ubicado en el corazón. En los bendecidos, los núcleos no están adheridos al cuerpo; se sitúan en relación con el elemento al que están vinculados. En tu caso, tu núcleo estaba en la parte frontal del cráneo.

Urnotus hizo una pausa antes de continuar, pasando el bol de agua a una sirvienta quien le extendió una toalla para que secara las manos.

—El doctor creyó al principio que tu colapso se debió a mí, pero después de examinar tu cuerpo, concluyó que yo solo detone algo que ya llevaba años. Ya tenías signos de haber sido golpeada, y parece que habías tenido problemas previos con tu bendición.

Cuando Urnotus terminó de hablar, Alian quedó paralizada por el miedo. ¿Habrían visto las heridas de su espalda? ¿O los moretones que aún no desaparecían por completo? ¿Las cicatrices en sus piernas? Su cuerpo empezó a temblar. Nadie debía enterarse. Si lo hacían, pensarían que era una niña mala, alguien sucia, poco digna, como diariamente se lo habían advertido en el orfanato cada vez que regresaba cojeando tras los castigos.

—Yo... yo ya estoy mejor, ¿verdad? —preguntó, tratando de desviar la atención.

La duquesa suspiró y tomó su mano, buscando darle confort.

—Sí, te recuperarás —aseguró con voz amable, aunque sus ojos lucían apagados. Tras estar unos segundos en silencio sosteniendo su mano, la duquesa tragó saliva, como si se estuviera preparando para la siguiente pregunta—Alian... ¿Ted te golpeó?

Alian no respondió. Su silencio volvió pesado el ambiente dentro de la habitación; notó que las sirvientas, que habían permanecido al margen, comenzaron a asentir, como si dieran por hecho lo que la duquesa había insinuado. La situación empeoró cuando la duquesa soltó un jadeo de dolor, siendo sostenida por Urnotus para que no cayera al suelo.

Alian abrió la boca intentando decir algo, pero nadie le prestó atención.

—Lo sabía... El joven amo es muy impulsivo —murmuró una sirvienta con un tono preocupado.

—Pero parecían llevarse bien

—Su excelencia, por favor, mantenga la calma. Ella aún no ha respondido —intervino Urnotus, intentando devolver el control a la situación.

El ceño de Alian se frunció. Molesta, tomó toda la fuerza que le quedaba y levantó la voz:

—¡No! ¡Ted nunca me ha golpeado! ¡Él jamás haría algo así! ¡Por favor, cállense, no hablen mal de él!

La habitación quedó sumida en un silencio abrumador, sin que nadie pudiera reaccionar. Hasta ese momento, Alian nunca había mostrado enojo de forma tan directa. La duquesa la observó con sorpresa, sus miradas se cruzaron, y cuando Alian volvió a repetir el nombre de Ted, sonrió aliviada al ver en los ojos de Alian una honestidad tan transparente como el mismo agua. Ted no era culpable, eso quedaba claro para ella.

—Si Ted no fue el responsable, ¿entonces quién fue? —preguntó Urnotus con un tono cortante—. Esas cicatrices no se forman solas. Algo tuvo que suceder, y por la forma que tienen parecen heridas de látigo... algunas incluso parecen ser hechas con metal caliente.

Un escalofrío recorrió a las sirvientas que se encontraban en la habitación. Ted poseía un amplio catálogo de armas debido a su entrenamiento como futura cabeza de la familia, por lo que sintieron evidente a donde se dirigían las intenciones de Urnotus.

—¿Y cómo sabes eso? —replicó Alian con la voz quebrada, aunque intentaba sonar desafiante.

—¡Entonces estoy en lo correcto! —exclamó, reflejando en sus ojos una chispa de fuego como si acabara de confirmar sus sospechas—. O dices la verdad ahora, o Ted será acusado ante el duque. Decide, Alian.

La duquesa quedó en shock por las palabras dichas por su hijastro.

—¡Urnotus! —exclamó, incrédula—. ¿Cómo puedes decir algo así?

Urnotus la ignoró por completo, manteniendo la mirada fija en Alian. Nadie en la familia entendía del todo la mente del joven maestro de cabellos negros, ni siquiera se sabia con exactitud sus raices o el por que el duque lo habia adoptado. Siempre se había mostrado cortante, incluso con la familia adoptiva que lo acogió. Siempre demostrando ser un genio, al igual que implacable con todos.

—¡Ted no hizo nada! ¡Él no hizo nada! —Alian respondió con su voz débil, a punto de romperse—. Ted no es malo... la mala fui yo. Me merecía el castigo. Por eso la hermana calentó la punta de metal del látigo, para que no lo volviera a hacer. Yo... yo me lo había buscado. Así que, por favor, no culpen a Ted, él no hizo nada malo, por favor...

El tono de súplica en su voz era desgarrador. Alian sollozaba mientras su cuerpo temblaba, sin embargo esto no pareció ablandar el corazón de Urnotus quien simplemente chasqueó la lengua con desdén, dirigiéndose hacia la puerta.

—Lo dije. Esa niña está rota —sentenció, sin ocultar su desprecio—. No creo que esté lista para ir a la academia.

La duquesa intentó protestar, pero antes de que pudiera decir algo, Urnotus ya había salido de la habitación, esquivando a las sirvientas que lo miraban desconcertadas. Su rostro demostraba sentirse asqueado, pero no supo si era por las lágrimas de Alian o por haber rememorado algún recuerdo desagradable de su pasado antes de llegar a la mansión Blinch.

Volviendo a la habitación donde se hallaba Alian; la duquesa respiró hondo, buscando recuperar la compostura, y volvió su atención hacia Alian, quien lloraba desconsolada, aferrándose a las sábanas mientras su hipo llenaba el silencio de la habitación.

—Alian, pequeña, respira poco a poco—susurró la duquesa, acercándose con cuidado. La abrazó con ternura, acunándola contra su pecho, mientras le sobaba la espalda en un intento de tranquilizar su respiración—. Entiendo. Yo sé que Ted es incapaz de lastimarte. Te quiere mucho. Lo que pasa es que, a veces, es un poco brusco, y Urnotus nunca ha sabido llevarse bien con él.

—No lo culpen, por favor... —gimió Alian, sus palabras ahogadas entre sollozos—. Fue mi culpa. Yo me lo merecía...

—No vuelvas a decir eso, nunca vuelvas a pensar algo así —la interrumpió la duquesa, su voz firme, pero temblorosa por la emoción, sujetando el rostro de la niña—. Ningún adulto tiene derecho a lastimar a un niño. No importa lo que haya sucedido. Tú no merecías nada de eso. Nunca.

Las palabras de la duquesa rompieron algo dentro de Alian. Las lágrimas volvieron a brotar con más fuerza, y un nudo profundo en su corazón pareció deshacerse lentamente. ¿De verdad no lo merecía? ¿Era posible que hubiese estado equivocada todo ese tiempo? Una parte de su mundo, la visión que había tenido sobre sí misma y su lugar en él, comenzó a resquebrajarse.

"¿Por qué mamá no me defendió? ¿Por qué en el orfanato todos me odiaban?"

Entre lágrimas, levantó la mirada hacia la duquesa, susurrando con esfuerzo aquello que le había costado cuestionar.

—Giliana... Entonces, ¿por qué? ¿Por qué me hicieron eso? ¿Por qué me golpearon? ¿Por qué...?

Giliana la abrazó con más fuerza, mientras lágrimas silenciosas se deslizaban por su rostro.

—No lo sé, Alian... No lo sé...

Ambas permanecieron abrazadas, llorando juntas mientras los rayos de un sol brillante iluminaban la habitación, como si el mundo insistiera en ignorar el peso de su dolor. Las sirvientas, respetando la privacidad de su señora, se retiraron sin decir una palabra. Cuando regresaron para la hora del almuerzo, encontraron a la duquesa dormida en un sillón, exhausta por las noches en vela, pero con un brazo aún extendido hacia la cama de Alian.

Entonces, unos pasos resonaron por el pasillo y una voz familiar se escuchó detrás de las sirvientas.

—¡Alian!

Ted apareció, jadeando, con un ramo (mal cortado) de flores en sus manos. Había hojas enredadas en su cabello, y su ropa estaba cubierta de tierra, como si hubiese corrido por el bosque que se encontraba en la parte trasera de la mansión. Alian le miró sorprendida, pero al ver su sonrisa, no pudo evitar sonreírle de vuelta.

—Buenos días, Ted —dijo con voz suave, extendiendo sus brazos hacia él—. Te extrañé, ¿cómo has estado?

Sin dudarlo, Ted corrió hacia ella, abrazándola con fuerza mientras ambos reían. El ramo cayó descuidadamente sobre la cama, y las sirvientas, que habían quedado al margen, los observaron con ternura.

A pesar del dolor que había llenado la habitación horas antes, los dos hermanos se iluminaron al reencontrarse. Había muchas cosas de las que ponerse al día, pero, por ahora, la risa era suficiente para aliviar el peso de los días pasados.

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