𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 𝓭𝓸𝓼| 𝓓𝓮𝓼𝓹𝓮𝓻𝓽𝓪𝓷𝓭𝓸 𝓮𝓷 𝓮𝓵 𝓫𝓸𝓼𝓺𝓾𝓮 𝓬𝓸𝓻𝓻𝓸𝓶𝓹𝓲𝓭𝓸

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El sonido de los cascos y el fuerte choque de su cabeza contra la dura madera de la carroza hicieron que Alian se quejara de dolor, despertando de su inconsciencia. Sus oídos zumbaban y pudo escuchar cómo los árboles crujían a su alrededor.

El bosque era oscuro y ominoso, con ramas retorcidas que se alzaban como manos esqueléticas en la noche. El camino pedregoso solo complicaba más el trayecto, haciendo que la carroza se sacudiera violentamente, con los dos niños balanceándose de un lado a otro. Alian, apenas recuperando sus sentidos, no pudo sostenerse, resbalando de su asiento y cayendo estrepitosamente al suelo de madera. El otro niño, aferrándose con fuerza a los pedazos de cuero que cubrían la carroza, gruñía de molestia por los constantes temblores provocados por el carruaje. El ambiente dentro de la carroza era sofocante. Las únicas aberturas que permitían ver afuera eran los huecos dejados por el cuero raído, los cuales estaban colgados. El aire estaba cargado con un olor a humedad y moho; cada sacudida hacía crujir la estructura de la carroza, revelando su mal estado.

—Alto... al... al... to... —gemía entrecortadamente Alian, sintiendo cómo su cabeza le martilleaba. El dolor era intenso y cada movimiento del carruaje parecía amplificarlo. Intentó agarrarse de algo, pero sus manos temblorosas no encontraban donde sostenerse.

El niño a su lado también luchaba por mantener el equilibrio, sus nudillos se encontraban blancos por la extrema fuerza con la que se aferraba a los lados de la carroza. Ambos estaban muy débiles, sus cuerpos ya no tenían energía. Era una tortura que se alargaba con cada traqueteo de la carroza. El anciano, quien dirigía la carroza con una expresión distante, ajeno a todo, no podía escuchar los quejidos de dolor o molestia de los niños; para él, ambos niños eran sólo productos destinados a los nobles, y mientras llegasen vivos, su seguridad y pago estaban garantizados.

Alian intentó levantarse, fallando estrepitosamente. Su cabeza volvió a chocar con la madera, y una herida se abrió en su frente, dejando escapar algunas gotas de carmín que se mezclaban con la suciedad del suelo.

—¿Eh? —cuestiono Alian mientras veía su propia sangre—. ¿Sangre?

El dolor era punzante y la visión le comenzaba a nublarse. Aún confusa, giró para ver al niño que la acompañaba. Reconoció sus cabellos rubios grisáceos de inmediato; solo había un niño en el orfanato con ese tono de cabello, y ese era sin duda Siro Grengellt. Sus largos cabellos dorados oscuros, enredados y desordenados, le cubrían gran parte de la vista, pero aun así se lograba dejar entrever sus ojos azules oscuros, los mismos que reflejaban una profunda fatiga.

Su ropa, desgastada y sucia, colgaba de su cuerpo delgado, mostrando lo mucho que había sufrido en el orfanato y durante el trayecto en la carroza. Sus labios, agrietados y secos, intentaron abrirse para hablar.

—Tu...—soltó en un tono triste para luego fruncir el ceño, como si hubiera recordado algo de manera repentina—. ¿Qué miras?—murmuró con voz ronca, tratando de mostrar dureza pese a la evidente fragilidad. Sus manos, pequeñas y temblorosas, seguían aferradas con desesperación a los lados de cuero de la carroza, tratando de estabilizarse en medio del traqueteo.

Siro Grengellt frunció el ceño, buscando sonar amenazante. Llevaba casi la mitad de su corta vida viviendo en el orfanato. Había quedado huérfano después de la invasión contra su aldea, donde la sangre y cenizas fueron las únicas pruebas de la existencia de lo que alguna vez fueron personas. No bastando aquello, en el orfanato tampoco había tenido una buena vida; no le daban de comer ni le proporcionaban aseo. Las únicas veces que había atendido sus necesidades había sido cuando el gobernador pasaba a supervisar, pero fuera de ese día, Siro había tenido que aprender a robar comida a escondidas.

Tal vez por eso conocía a Alian, pero él ya había enterrado ese asunto en lo más profundo de su ser. Su semblante mostraba una madurez prematura y una dureza que no debía de corresponder con su corta edad.

—¡Auch! — se quejó de nuevo Alian hasta que logró levantarse—. Duele, mamá, mamá...

Alian comenzó a sollozar. Su pequeño corazón sentía mucho dolor. Sentía una mezcla de miedo y desesperación al no tener a su madre cerca. Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras los sollozos escapaban de su boca sin control, con la incertidumbre rondando en su cabeza por el futuro desconocido. Se sentía perdida y abandonada, lo que solo aumentaba su llanto desconsolado.

Siro, molesto por el sonido de los llantos, gruñó con molestia.

—Silencio —exclamó harto, mientras se aferraba al cuero colgante—. Tu mamá no está. Nos vendieron, ¿entiendes?

Alian tapó sus oídos y comenzó a negar con la cabeza enérgicamente, sin tener cuidado, volviendo a caer de cara contra la madera. El impacto le dejó una nueva herida, pero el dolor físico no era nada comparado con el dolor interno que sentía al pensar que nunca volvería a ver a su madre.

Siro suspiró con obvio cansancio, fijando su mirada por debajo del cuero y tela de la carroza. Afuera parecía siempre estar a oscuras. Siro recordaba haber estado despierto por varias horas y, si sus cálculos no fallaban, ya llevaban un día y medio de viaje.

"No hemos avanzado. Pareciera que estuviéramos dando vueltas," pensó Siro con creciente inquietud. Arrugó la nariz al notar un olor agrio, como podrido, nauseabundo, que parecía intensificarse con cada minuto que pasaba. El aire se volvía más pesado y el malestar en su estómago aumentaba.

El ambiente oscuro y opresivo del bosque exterior se interrumpió cuando un quejido gutural se escuchó a lo lejos. Era un sonido escalofriante, una amalgama de voces , como si animales se hubieran entrelazado en un rugido ronco y potente que resonaba en el oscuro bosque.

La sensación de terror recorrió la espalda de Alian, quien se quedó quieta, girando lentamente para observar a su compañero.

—Eso, eso, no era un animal—afirmó con la voz temblorosa.

Siro asintió, mostrando preocupación. Sabía que Alian tenía razón y entendía por qué se había petrificado. El quejido era perturbador y diferente a cualquier cosa que hubieran experimentado antes. La carroza redujo su velocidad y se escuchó el relincho del caballo indicando que también había sentido la perturbación.

Las maderas de la carroza rechino mientras el anciano descendía.

—Asi que te despertaste—dijo el anciano con cierta molestia en su voz. Alian al verlo intentó retroceder, en un intento vano de esconderse de él, siendo agarrada de los tobillos y jalada para fuera—. Por los dioses ¡deja de ser ruidosa!

Siro se acurrucó con más fuerza en su sitio, cerrando los ojos con miedo. La culpa en su pecho empezaba a pesarle y sus manos temblaron en respuesta, pues escuchaba los quejidos de Alian y cómo el anciano parecía forzarla a ponerse algo.

—¡No te muevas! ¡Muévete y te quebraré las piernas!

Los ojos de Siro se abrieron por la angustia y se asomó a ver la situación. Alian amordazada y atada a un árbol junto al camino, seguía llorando esta vez por el dolor en sus muñecas pues un nudo fuerte la mantenía al árbol. Un hinchazón en su mejilla indicaba que acababa de ser golpeada. Siro apretó los dientes, molesto por la situación. ¿No se suponía que los bendecidos eran un regalo de los dioses? ¿Que debían ser cuidados puesto que ellos eran lo último dejado por ellos? ¿Ese era el trato que recibían?

Otro quejido gutural se escuchó a lo lejos, poniéndole los pelos de punta. El anciano observó a Siro, agarrándolo de la muñeca, arrastrándolo fuera de la carroza y amarrando sus muñecas con una soga.

—Escucha, te desataré una vez vea qué es esa cosa —explicó el anciano con mucha más calma mientras anudaba con fuerza—. No pongas ese rostro, eres un hombre, ¿no? Pues trágate ese miedo y afronta las cosas hasta que vuelva.

Siro se quedó en silencio, conteniendo las ganas de contestar las palabras del anciano. Era fácil ordenar, pero parecía que el anciano se olvidaba de algo muy importante: Siro era un niño, no un hombre.

Una bolsa de cuero cayó sobre el pasto, conteniendo provisiones de agua y dos trozos de pan dulce rancio.

—Revisaré y regresaré enseguida. Pobre de ustedes si intentan escaparse; no me va a importar que sean niños, los haré pagar —advirtió el anciano con frialdad.

Tragó saliva mientras sentía cómo sus manos temblaban. No se podía hacer mucho. Era delgado y pequeño, solo podía obedecer y esperar, solo eso.

El anciano desapareció en la espesura de la niebla, y el oscuro bosque comenzó a reírse. El anciano no regresaría, algunos cuervos se posaban en las ramas cercanas a los niños, como esperando a que alguna tragedia sucediera. Los minutos pasaron y no había rastros de que el anciano apareciera. Internamente, Siro comenzaba a plantearse el hecho de escapar. No le importaba si lo fueran a atrapar. Podía correr, aguantar lo empedrada que estaba el camino, estaba seguro de que podía hacerlo.

Un llanto ahogado lo sacó de sus pensamientos. La mirada de ambos niños se cruzó, notándose la confusión y miedo. Un sinfín de emociones se transmitían con el simple silencio, tanto que Siro no pudo tolerarlo más y se desplomó de rodillas al suelo. La situación era demasiado para él, quien a pesar de haber madurado antes de tiempo, aún era un niño en ese mundo.

Cubrió su rostro mientras trataba de contener sus lágrimas. Podía escuchar los graznidos de los cuervos; se reían, se estaban riendo de ellos. Un grito de horror se escuchó en la espesura del bosque. Siro miró con horror hacia los árboles secos que a lo lejos parecían sombras gigantes, balanceándose de un lado a otro, helando su sangre.

Alian, aún con la mordaza, intentó hacer ruido, buscando comunicarse con Siro.

—¡Haaaa! —logró gritar después de intentar varias veces. El grito hizo que Siro reaccionara y recordara que no estaba solo.

—Alian, debemos de es...

Las palabras de Siro fueron calladas, reemplazadas por un jadeo de terror. Retrocediendo de forma presurosa, Siro pudo ver cómo un ser viscoso emergía del suelo, debajo de su compañera, sumergiendola entre hilos de viscosidad. La criatura tenía una textura de color verde pantanoso, y lentamente, como si disfrutara ver sufrir a Alian, la absorvia. Alian luchó vanamente; la criatura era grotesca, como un fango de lodo, con ojos dentro de su cuerpo, simplemente aterrador para todo ser humano.

La impotencia se apoderó de él. Siro sabía que incluso si corría a extenderle la mano, no podría ayudarle. Para cuando Alian terminó por desaparecer, había sido devorada, solo quedando la carroza y él, pues el caballo tampoco parecía estar ya con ellos. Unos segundos después, tras estar en silencio, soltó a llorar sin contenerse. Lloró como nunca pudo después de la muerte de sus padres. Lloró de impotencia, de miedo, y, sobre todo, de odio hacia sí mismo.

Siro Grengellt no entendía por qué seguía vivo.

Mientras tanto Alian seguía luchando en el interior de la criatura. Inconsciente, la protección de los dioses la mantenía inerte pero viva.

Si nadie iba a rescatarla en las próximas horas, Alian ya no volvería a despertar.


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