𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 𝓭𝓲𝓮𝔃 | 𝓕𝓲𝓮𝓼𝓽𝓪 𝓭𝓮 𝓽𝓮 𝓭𝓮 𝓵𝓪 𝓭𝓾𝓺𝓾𝓮𝓼𝓪
—¡Señorita! ¡Señorita! —llamaron las sirvientas en viva voz con pasos apresurados atravesando el amplio pasillo del ala este— ¿No la encuentran?
Un grupo grande de sirvientas se encontraron frente a la biblioteca, preguntando entre todas sobre si habían logrado ver a Alian; gran parte de la servidumbre negó con la cabeza, y llenas de angustia, volvieron a dividirse por grupos para retomar la búsqueda. La duquesa había ordenado preparar a Alian con sumo cuidado, después de todo era "el día".
La duquesa Blinch regresaría a los círculos sociales tras estar en reposo por dos años.
Las sirvientas corrieron por toda la mansión, anhelando que la pequeña dama estuviera bien, dejando escuchar el bullicio de sus voces alejándose poco a poco del exterior de la biblioteca.
—No puedes evitarlas por siempre—dijo Urnotus detrás de una estantería dentro de la biblioteca—. Te recomiendo salir o terminaras en problemas.
Alian negó con la cabeza y se cubrió por encima de la nuca con la manta que se trajo de su habitación. Esa mañana apenas abrió los ojos fue arrastrada a la tina por una ducha aromatizada con pétalos de flores y luego una larga sesión de elegir un conjunto de vestido; las sirvientas no la dejaron tomar asiento, agobiando con preguntas sobre el peinado o el color del vestido. Cuando el hambre hizo rugir a su estómago, las sirvientas entre risas le comentaron que no podía comer hasta la fiesta, según comprendió, por qué debía mantenerse con hambre.
Su visión se volvió borrosa con los minutos pasando, era esa misma sensación de colapso como en el bosque, por lo que temió desplomarse frente a las doncellas.
—¡Alian! ¡Adivina quién...~!
Aprovechando la llegada de Ted, escapó y corrió lo más lejos que su cuerpo le permitiera, entrando a la biblioteca, decidida a esconderse de todo el mundo.
—¿Y por qué no sales? Tu tambien estas aqui y no afuera.
—No me agrada el bullicio.
—Pero ¿no deberías también estar preparándote?
—El evento de hoy es exclusivo de la duquesa —respondió cerrando el libro que tenía en sus manos—. No soy una dama, no tengo razón para estar en esa reunión.
Alian ladeo la cabeza confundida. ¿El no ser una dama era razón suficiente para no asistir? Según su criterio aún seguía siendo hijo de los duques. Adoptado, pero aun así era su hijo.
Las palabras de Agrim explicando sobre la jerarquía consanguínea dentro del ducado se asomaron en su cabeza. Agrim, Manrih y Ted al ser los mayores e hijos legítimos del duque poseían más autoridad solo por debajo de sus padres dentro del ducado, luego estaba Orión, y por último Urnotus y Alian, los hijos adoptados. Eso significaba que ambos estaban obligados a ser obedientes con los otros miembros de la familia.
—Pero, Manrih y Agrim también se estaban preparando. Ted incluso estaba con un traje muy bonito.
—No iré y punto.
—¿Pero no debes obedecer a los duques?.
—No te incumbe.
—¿Por qué?
Urnotus frunció el ceño, hastiado por las constantes preguntas de Alian. Recordó entonces por qué no le gustaba convivir con los niños; siempre interrogaban todo, incluso sobre cosas sin sentido. Solo con ver a Alian, con esa mirada curiosa y llena de vida, sentía un malestar que le resultaba incómodo, recordando algo no muy agradable.
Respiró hondo, fijó la vista en la puerta de la biblioteca y sostuvo el brazo de la niña con fuerza.
—Se obediente y vuelve con las doncellas—soltó su agarre, empujándola fuera de la biblioteca—. No avergüences a su excelencia, adiós.
Un fuerte portazo resonó en los alrededores, alertando a las sirvientas, quienes encontraron a Alian y la llevaron de nuevo para prepararla, a pesar de sus súplicas de no querer continuar. Dentro de la biblioteca, Urnotus retomó su lectura, pero la opresión en su pecho persistía, llenándolo de disgusto. Maldijo en voz baja, frustrado de cómo sus viejos recuerdos seguían atormentándolo.
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Los rayos del sol acariciaban suavemente el jardín de la mansión. Los rosales desprendían una fragancia dulce mientras se enredaban en arcos de hierro forjado, y las enredaderas de jazmín trepaban con gracia por las columnas de mármol, impregnando el aire con su aroma embriagador. Un camino de piedra, salpicado de pétalos caídos, se extendía entre hortensias y mimosas, que brillaban bajo la luz del sol por las gotas de rocío que las cubrían. Al fondo del jardín, junto a un campo de lirios, se encontraba el rincón reservado para la hora del té.
La mesa de hierro fundido, cubierta con un mantel blanco bordado, sostenía una tetera de porcelana fina decorada con motivos florales. Un delicado vapor, con suave aroma a hierbas frutales, se elevaba de la tetera, mientras una selección de postres finamente decorados completaba la escena. Varias damas, vestidas con lujosos atuendos, reían y cuchicheaban entre ellas, aludiendo a la duquesa con sonrisas y miradas cómplices.
—Su excelencia, la pequeña dama anuncia su llegada —anunció una doncella frente a las nobles, captando la atención de los presentes.
—Alian, encantada de conocerlas —saludo con un tono forzado de solemnidad—. Espero disfruten de la fiesta de té.
Algunas damas sonrieron enternecidas, alabando en voz alta la aparente educación de Alian. Las invitadas de esa ocasión ostentaban títulos nobles inferiores al de la duquesa, por lo que debían mostrarse respetuosas, a pesar de que algunas de ellas estuvieran mordiéndose la lengua, conteniendo la repulsión por las raíces de la reciente hija adoptada de los Blinch.
Los imperiales y los mellietos no se toleraban en absoluto; se trataba de un odio milenario que se remontaba desde la creación de los primeros hombres.
—¡Qué adorable! —exclamó Lady Valena Herrigton con una sonrisa falsa—. Es tan educada, la duquesa debe sentirse orgullosa de tener una hija tan dulce.
—Sin duda, Lady Valena —respondió otra dama, la condesa Reniss, con una leve inclinación de cabeza—. Toda una muestra de la buena crianza de los Blinch.
La baronesa Osenya Vilsertch, observó a la niña con una sonrisa fría y en un tono bajo, apenas audible pero calculado soltó su opinión.
—Es de admirar cómo algunas familias logran moldear las raíces más humildes. Escuché que los mellietos son capaces de aprender rápido, puedo ver que es cierto.
Un silencio sepulcral se instaló en el jardín. Las damas intercambiaron miradas cautelosas; aunque algunas sonrieron por compromiso, las palabras de Lady Osenya habían dejado una tensión palpable en el aire. Alian, aunque desconocía la complejidad de los nobles, captó la indirecta y hostilidad no solo hacia ella, sino también hacia la duquesa, pues la baronesa Osenya no había apartado su mirada de ella en todo momento.
—Tiene toda la razón, Lady Osenya —respondió Giuliana con cortesía, apenas disimulando su disgusto—. Alian es muy inteligente, después de todo es una bendecida. Nuestros dioses han sido sabios al otorgarle ese don, ¿no cree usted lo mismo?
—Ciertamente, su excelencia. Es un orgullo contar con una bendecida, los dioses no se equivocan —respondió Osenya con el ceño fruncido, esforzándose por mantener su sonrisa. Rápidamente lanzó una mirada a Lady Valena, como si buscara su intervención.
Alian notó cómo algunas damas empezaban a mostrarse incómodas.
Osenya... Osenya..., buscó entre sus recuerdos la lista de invitados que Agrim le había hecho memorizar el día anterior. El apellido le resultaba familiar, y cuando finalmente lo recordó, palideció.
¡Claro! ¡Vilsertch! ¡Esa es la casa real del Imperio!
El miedo empezó a apoderarse de ella. No solo era la casa de la familia real, sino la casa noble bendecida directamente por los dioses después de la Guerra Santa. Los libros de historia hablaban constantemente de ellos, y Alian sabía que la familia Vilsertch era respetada y temida en los cinco reinos. ¿Cómo habia sido posible que la duquesa respondiera de esa manera? ¿No se daba cuenta de que se estaba metiendo en problemas?
—Alian, toma asiento. Damas, continúen, ¿Acaso no vinieron a divertirse?
Las damas asintieron y pronto retomaron la conversación, llenándose de comentarios indiscretos sobre la moda, las alianzas políticas de los últimos meses y los últimos rumores de la corte invernal.
Las horas transcurrieron en aparente cordialidad. Las tazas de té se vaciaron y llenaron de manera constante mientras la duquesa no dejaba de adular a Alian, mencionando los comentarios de Agrim y Manrih con respecto a sus estudios y lo bien que se adaptó a su nueva vida. Alian, cada vez más avergonzada por la constante atención que se le daba, bajaba la mirada, sintiendo cómo un calor intenso subía por sus mejillas hasta quedar completamente enrojecida.
—Que tierna...—dijo Lady Elisse Reymond , mirando a Alian con una sonrisa comprensiva—,se acaba de apenar. Es claro que, con esa apariencia, no tardará en recibir propuestas matrimoniales. La duquesa va a estar ocupada recibiendo a tantos pretendientes.
—Es verdad, ¿puede ser que estemos viendo a la futura flor del Imperio? —añadió Lady Noelia , inclinándose levemente hacia Alian —. Estoy segura que pronto varios nobles pelearán por tener tu mano. Duquesa, debe elegir con cuidado, no vaya a ser se escape.
Las damas rieron de forma refinada, algunas cubriéndose con sus abanicos. Alian parpadeó, perpleja y con la mente en blanco ante los comentarios. Sus manos temblaban ligeramente mientras las damas seguían con entusiasmo. ¿Propuestas matrimoniales? pensó, sintiendo cómo algo la aplastaba, haciéndola pequeña ante todas las damas. ¿Por qué propuestas de matrimonio? Todavía soy una niña ¿No? ¿No se supone que los adultos solo se casan? Intentó buscar los ojos de la duquesa, esperando que contara que era una broma, o que al menos alguien le explicara la situación. Una señal que desmintiera lo que estaba escuchando, pero la duquesa solo sonreía, aceptando los comentarios con calma.
—Oh, primero déjenme disfrutar de mi hija un poco más—dijo finalmente la duquesa, percibiendo la incomodidad de Alian—. Es cierto que su futuro parece ser prometedor, pero por ahora, solo quiero disfrutar el presente con mis hijos antes de que vuelen lejos del nido.
Las damas asintieron y continuaron la conversación, pero Alian ya no podía concentrarse. El peso de las expectativas cayó sobre sus hombros y, aunque intentó olvidar la situación, las palabras se quedaban atrapadas en su garganta. Logró mantener una sonrisa, manteniendo la compostura, mientras su mente se llenaba de duda y miedo.
El dulce aroma de los postres llegó a su nariz, calmando sus temores por un breve instante, pero tan pronto bajó la guardia sintió una opresión en el pecho. Miró su plato; los dulces, bellamente decorados con flores de azúcar y frutas frescas, ahora provocaban una náusea creciente en el estómago. La textura y el olor, que antes le habían resultado agradables, se convirtieron en un estímulo que le hacía luchar contra unas intensas ganas de vomitar. Contuvo la respiración, obligándose a fingir que todo estaba bien. No podía arruinar ese día especial para la duquesa, así que intentó soportarlo, apretando con fuerza los dedos en su vestido blanco perlado.
—Ahora, el plato central de esta reunión —anunció la duquesa Giliana, alzando una tetera de delicada porcelana—. Damas, me complace presentarles mi último descubrimiento. Este es un té recientemente creado y traído directamente de Delfint, se llama Blendred, su consumo es exclusivo y ayuda mucho para conciliar el sueño.
Las damas murmuraron con interés, pidiéndole a la duquesa algunas muestras del té. La duquesa vertió el líquido en las tazas, liberando un aroma exótico y especiado. Alian esbozó una sonrisa, conteniendo el asco que se acumulaba en su garganta. Su entorno comenzó a volverse borroso, y las voces de las damas se transformaron en un eco lejano. Tuvo un mal presentimiento: su cuerpo estaba a punto de colapsar.
—¿Puedo... puedo retirarme, por favor? —susurró con voz débil, alzando la mirada hacia la duquesa mientras intentaba levantarse del asiento. Sus piernas flaquearon, y se tambaleó, luchando por mantener el equilibrio.
Pero antes de que la duquesa pudiera responder a su petición, un sabor metálico inundó la boca de Alian, provocando una tos brusca frente a todos los presentes. Intentó tragar lo que fuera que había subido por su garganta, pero el sabor le resultó familiar, dejándola petrificada de miedo. De repente, su visión se aclaró, revelando una gran mancha roja que se extendía por su vestido de organza, ahora hecho un desastre. Automáticamente, y por costumbre, pidió perdón de manera torpe, pero otra tos cortó sus palabras, y más sangre brotó de entre sus labios.
Las damas se quedaron en silencio, inmóviles, con los ojos fijos en ella, horrorizadas.
—¡Dioses! —exclamó Lady Elisse, llevándose una mano a la boca.
Alian permaneció quieta, observando la sangre en su mano con un terror absoluto. Intentó hablar de nuevo, pero un espasmo la sacudió, y expulsó más sangre que salpicó en la mesa y las tazas cercanas.
Su respiración se volvió entrecortada y, con los ojos llenos de lágrimas, buscó ayuda desesperadamente en la duquesa.
—¡Alian! —gritó Giliana, alcanzándola justo a tiempo para sostenerla.
Pero antes de que las sirvientas pudieran acercarse a auxiliarla, Alian perdió la consciencia. Un zumbido invadió sus oídos, y el jardín, junto con las damas presentes, se deformaron dentro de sus sentidos, sintiendo su entorno lejano. Sus fuerzas la abandonaron, cayendo inconsciente en los brazos de la duquesa.
La última imagen que alcanzó a ver fue el rostro de Giliana, pálido y empapado en lágrimas, abrazándola con desesperación antes de que la oscuridad la envolviera por completo.
Los gritos ahogados de las damas y el estruendo de las tazas rompiéndose contra el suelo fueron el eco final que selló la fiesta de té.
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