🌌| 8➥ ᴄᴏɴᴅᴇɴᴀᴅᴀ
➢ Varios días después, Puerto de Yokohama
La noche era áspera y fría, surcada por una brisa marina que congelaba a todo aquel que se atreviera a cruzar la bahía en señal de alcanzar los puertos, situados al otro extremo de Yokohama.
Las flojas luces de las farolas no daban abasto para iluminar las calles, y peor aun cuando la lluvia irrumpía en los surcos del suelo, provocando inmensos charcos y riberas desbordadas en las amplias zonas de la región austral de Japón. Mientras tanto, las grandes heladas congelaban otras regiones septentrionales, generando un desgaste en los ecosistemas de alrededor.
Obviamente, a muchos no les interesaba los problemas producidos por el mal clima, pues estaban acostumbrados a vivir en las grandes metrópolis construidas por sus propios abuelos; sin embargo, no muy lejos de la verdad, sí que existía gente que notaba esa falta de notoriedad para sacar provecho; ya fueran buenas o malas intenciones, siempre buscaban la forma de enriquecerse de las vulnerabilidades ajenas; siendo prestigiosos científicos que de verdad se esforzaban por el bien común, o la de raudos criminales que escondían tras las máscaras de la hipocresía.
Y obviamente, entre el caos nació alguien que reinó desde muy pronto. Una persona, o más bien, una entidad; un ser que se aseguró de reproducir sus semillas de oscuridad por todo el ancho global del mercado negro.
Ella inhaló hondo.
Era una mujer alta y de tez blanca, cabello largo y caído como una cascada azabache, y con dos ojos teñidos por un amarillo tan profundo que era capaz de calar y arrancar el corazón de las personas que se atrevían a dirigirle la mirada. Por no hablar de sus glamurosas ropas, hiladas con tela de primer mundo; un hermoso vestido azabache con encajes de rosas en la cintura, y un escote cerrado, este último con una especie de capucha medio caída, aun sin estar echada, y lista para ocultar a su portadora. De cintura a pantorrillas, la larga falda de doble capa y pliegues rusos le cubría las piernas, siendo adornada por varios pares de patrones rojos, dibujos que hacían énfasis en la sangre que se vertía sobre el río. Y, en los pies, ella lucía unos hermosos tacones dorados que contrastaba con los brazaletes y collares que decoraban las anteriores prendas mencionadas.
En ese momento, recordó en pequeños fragmentos los recuerdos que tenía de su vida. Momentos dolorosos y tiernos por igual.
Belaya Romashka había sido de todo; niña de una familia rica, una pobre huérfana, prodigio de los deportes, aprendiz de asesina, chica sobresaliente, experta ladrona, miembro del ejército, prisionera, ex convicta, tejedora, espía, mercader de bajos fondos, estafadora, oficinista, madre, esposa, abuela, y fallecida.
Para ella, esos recuerdos trataban de ser una experiencia dolorosa, pero ciertamente hermosa a su vez. Veía con nostalgia a una familia que ya no prosperaba, a las personas que amo yaciendo bajo tierra. Unos sentimientos que creyó abandonar tiempo atrás, pero que le causaban una pequeña jaqueca.
Aun así, nada de eso importó cuando descubrió la verdadera naturaleza del quirk de su hija.
La noche de 150 años antes, ella revivió mientras dejaba de lado su antiguo cuerpo. No se lo pensó dos veces, y escapó como una genuina víbora para retomar los viejos negocios que una vez dejó plantados. La razón; temía que si alguien planteaba la idea sobre su posible resurrección, la utilizase como una rata de laboratorio, pues como ella bien sabía, el ser humano era capaz de hacer cosas horribles solo por lograr grandes objetivos, al igual que ella hizo decenas de veces.
Por eso mismo, Belaya instauró su antiguo negocio ilegal, y volvió a las andadas aprovechándose de los duros mercaderes que creían poder sacarle las cuarenta. Básicamente, empleó los conocimientos que guardaba desde hacía tiempo, haciéndose pasar por un débil cordero para atraer a las hambrientas hienas, y morderlas con sus agudos colmillos de serpiente. Fue una hazaña retomar cada parte, pero, con esfuerzo y sudor, lo logró. Recuperó todo y ascendió lentamente en la delictiva monarquía de los barrios y negocios turbulentos, controlando de esa forma a una gran cantidad de bandas criminales, y a los movimientos y trapicheos que estos mandaban por las calles menos afortunadas.
Ahora, Belaya era conocida como la Rosa Blanca de los puertos de Yokohama, líder de diversas bandas, uno de los grandes reyes del crimen, y un misterio a ciencia cierta, pues muy pocos tenían la osadía de reconocer su rostro y salir vivos para contarlo.
Belaya suspiró al revisar sobre el escritorio del salón un par de cuentas y albaranes pertenecientes a los clientes más acérrimos apegados a los pétalos de la Rosa. Según lo que podía revisar, los hombres del Círculo Escarlata —miembros antiguos del mercado negro— habían sido plenamente asesinados en una operación de alta escala, misión en la que debían de secuestrar y causar el mayor caos posible con el fin de declararle la guerra a los héroes. Sin embargo, un incidente ocurrió en la última instancia; cierta niña provocó un atentado al desatar un infierno en la tierra. El quirk de la niña no sólo masacró a los atacantes, dirigidos por Vlad y Kisame, sino que, además, eliminó de la faz de la Tierra a varios críos de las escuelas que competían en una especie de Festival. Fat Gum, que esperaba allí para despertar el potencial oculto de un niño elegido, no pudo hacer otra cosa más que disculparse en los medios por no saber cómo reaccionar.
De cierta forma, se podría decir que la operación fue un éxito.
El destino de la niña, conocido como Cynder Kannagi, hijastra de Majestic, sería dado a conocer en un juicio que se llevaría a cabo una vez que regresara de un repentino coma. Un sueño que la sumió en un incierto letargo.
A Belaya le importaba lo que sucedería con la niña; le encantaba la idea de secuestrar a la chica para convertirla en una posible heredera, ya que los rumores sobre su quirk hablaban sobre un poder capaz de matar con solo pestañear. La tentación era aún más difícil de aguantar. Pero, esa misma chica los dejó en evidencia; a ella, y a todo el bajo fondo. No la aceptaría jamás. De hecho, la mejor opción sería matarla y acabar con el sufrimiento que le deparaba a la joven. Pero Belaya tenía otros planes en mente.
Las posibilidades eran infinitas, tantas y tan variadas, que Belaya no pudo evitar dibujar una sonrisa mientras comprimía la risa de manera siniestra, justo en el momento en que los truenos y rayos de la tormenta tronaron y centellearon tras la ventana.
Cuando cesó, recuperó la compostura al haber tomado un veredicto conciso; la vigilaría de muy cerca, lo suficiente como para compararse con la bruja que cebaba a Hansel y Gretel, esperando actuar hasta que el mundo lo dictase. Tal vez necesitaría encargarle a alguien dicha tarea. La pregunta era: ¿quién mejor que ella podría tratar de descubrir y destripar la mente de una pequeña con delirios de asesina? Pocas personas, a decir verdad.
Belaya suspiró amargamente sobre la mesa.
El destino de la pequeña sería malo, sin dudarlo; mientras tanto, lidiaría con las dudas y quejas de otros ejecutivos o mercaderes, tal y como haría dentro de unas horas al rellenar los molestos formularios que le mandaron; hojas que abordaban quejas, y que reclamaban devoluciones de grandes cifras producidas ante la debacle de la crisis económica a la que entraron las bandas que conformaban aquella sección del crimen organizado en Japón.
Pasarían horas o días hasta que terminara con todas ellas. Ya descubriría cómo sacar tiempo libre para visitar a la chica entre las obligaciones hechas páginas, aunque la niña siguiera paralizada en el coma.
Continuó trabajando y firmando actas durante un largo rato.
Tiempo después, repentinamente, un estruendo sonido saltó de la puerta, crujiendo la madera refinada del suelo y alterando del susto a Belaya por un mísero instante. La mujer se levantó recuperando la tranquilidad en sus movimientos, y se dirigió de camino a la puerta en pos de descubrir quién osó vacilarla de tal manera. Durante unos cortos pasos, clavó las puntas de los tacones en el suelo, reproduciendo el repiqueteo metálico de los adornos dorados que portaba.
Nada más llegar a la puerta y asomarse por la mirilla, se llevó una grata sorpresa. No tenía ni la más remota idea de cómo llegó a pasar, sin embargo, se felicitó tanto a ella misma como al invitado sorpresa. Después de todo, él se lo merecía.
Tiró de la manilla, dándole una cálida bienvenida camuflada por una mordaz sonrisa al hombre pelirrojo de ojos azules electrificados. La ropa del hombre estaba envuelta en sucios harapos y jirones desechos de tela muerta, los cuales mostraban la buena figura que solía tratar de ocultar con afición, no obstante, él remarcó una gélida mueca de diversión. Lo invitó a pasar haciendo un variopinto ademan con los brazos, y ambos se aproximaron a las sillas del escritorio donde Belaya terminaría más adelante aquello follón desastroso de quejas. Mientras tanto, admiraría al único superviviente del Círculo Escarlata.
El hombre suspiró, acostándose mediante el cansancio en la silla que Belaya indicaba que era de uso limitado para clientes, estratégicamente colocada para mirar de espaldas a la entrada.
—Joder... —soltó aire por segunda vez, desviando los ojos a las musarañas del techo nada más alzar la barbilla—. Joder. —Acto seguido, llevó las manos al cuero cabelludo, tapándose la cara de la vergüenza que lo incitaba a desaparecer de la vista de todo el mundo—. Lo siento. Usted tenía razón, no debimos insistir en realizar el ataque tan pronto. Si tan solo la hubiera escuchado, podríamos habernos vuelto ricos y controlado gran cantidad de las acciones monetarias que entran y salen de Japón. —Un berrido salió de Vlad—. Y, encima... joder... joder, todos murieron. Yo solo me salvé a última hora por un puto milagro.
Belaya se reclinó sobre su asiento personal, acercando la cara al hombre de aspecto deprimente mientras descansaba la cabeza sobre una mano que apoyada en la mesa.
—¿Te transformaste? —Vlad tragó saliva y despejó las manos de las sienes, asintiendo. Belaya logró captar de refilón la debilidad a la que el hombre se sumergió profundamente.
—En sangre, como siempre. Pero algo fue diferente esta vez.
—¿Diferente? Explícate —sugirió, mejor dicho, ordenó frunciendo sus finas cejas.
Esta vez, Vlad miró de hito en hito a Belaya, disimulando el miedo que se presentaba con jóvenes tembleques en los hombros.
—Veras, digamos que la niña podía matar lanzando unas esferas y rayos que drenan la vida de las personas. Logré salvarme disolviendo mi cuerpo en sangre justo al momento en que una de ellas me impactó.
—Si es como dices, deberías estar muerto. —Belaya despegó la cabeza de la mano, y juntó las palmas con ambos codos apoyados todavía en la mesa. Vlad asintió de nuevo.
—Exacto. Pero, también sentí el dolor de la niña; tanto la agonía de la soledad como el control que los demás querían ejercer sobre ella, eso, además del sufrimiento de las vidas que eran consumidas alrededor de donde me encontraba. —soltó, mientras sus ojos eran adueñados por un fogonazo de chispas celestes como rayos de tormenta—. Todas ellas continúan pegadas a mi cabeza, corriendo como moscas que claman por venganza. —Vlad se adueñó de la situación empleando una expresión digna del más grande de los reyes: la de un león que ansiaba triturar la carne de sus lacayos—. Gracias a eso, por fin lo he entendido. Ya no deseo ser una abeja descarriada, ni un hazmerreír. ¡Yo anheló sangre, quiero convertirme en el verdadero y único mártir de este mundo!
Una alarma se encendió en ella.
Belaya levantó los hombros, situándose en una posición de superioridad jerárquica y marcando territorio como una víbora que ensartaba a su presa. Además, frunció cejas y labios mientras mostraba su descontento.
—Esa niña me será de utilidad, no puedo dejar que la toques por el momento.
Sin previo aviso, Vlad carcajeó en alto irguiendo la cabeza hasta el techo y recostando la espalda sobre la silla, y se sujetó el torso y tripa con sus brazos para aguantar el aire, como si hubiera escuchado el mejor chiste de toda su vida. Belaya esbozó un semblante de incredulidad, pero prefirió esperar con la guardia alta hasta descubrir cual era el plan que Vlad maquinaba, y porque le hacía tanta gracia.
Cuando estaba por terminar, devolvió el gesto a Belaya.
—Mis disculpas, jefa —carcajeó por última vez, mientras se limpiaba una lágrima traicionera que trazaba un río en su mejilla—. No pensé que se confundiría ante mi mal uso de las palabras.
Belaya relajó las tensas facciones y se encorvó sobre la silla sin todavía creerse del todo la fachada que Vlad presentaba. Tal vez la experiencia de rozar la muerte cambió psicológicamente al criminal.
—Entonces, ¿qué es lo que te hace tanta gracia? —interrogó estoicamente, pero preocupada por dentro. Belaya no sabía qué era lo que su subordinado deseaba o esperaba de ella o la niña. Si la petición se tornaba en algo demasiado grave, tomaría el cargo de ocuparse de Vlad, como ya hizo muchas veces en el pasado con otros muchos criminales que pasaron por alto sus criterios.
—La sangre retornará al río, jefa —pronunció, mostrando dos pequeños colmillos que sobresalieron de sus labios superiores—. Toda la sangre proviene de un mismo lugar, pero esta misma convergió en cientos de humanos con el pasar de las generaciones. —Levantó la mano apretándola mordazmente, estirando sus uñas como si se trataran de las zarpas de un animal, mientras que a lo largo de toda la piel se le hinchaban las venas que tanto rogaban por saciarse con sangre inocente—. ¿Lo pillas? Siempre creía que mi motivo de existir no era más que arruinar la vida de otros, pero me equivoqué. —Centró la vista en Belaya, hasta el punto en que la joven Rosa Blanca casi dio a torcer los ojos por el brillo que el hombre emitía con su presencia—. Ahora sé que voy a devorar a la sangre de cada persona que se cruce en mi camino, y así, todo regresara a ser una sola entidad; un Dios, como aquel que espera en los cielos cristianos.
Belaya parpadeó, formando una ancha mueca de espasmo. ¿Qué demonios acababa de escuchar? ¿Tenía los tímpanos repletos de cera, o es que al hombre se le fue completamente la olla? Vlad, por el orgullo detonaba allí mismo, no parecía ni lo más mínimamente alterado ante su declaración; básicamente, él decía que mataría y bebería la sangre de sus enemigos para convertirse en un dios. Y Belaya se preguntaba, ¿quién le habría contado tal atrocidad? O peor, ¿cómo siquiera llegó a esa conclusión?
—Cielo santo... ¿Es que acaso enloqueciste? —musitó, enarcando las cejas. Vlad cerró la mano sobre sí, y la plantó al reposó encima de la mesa, cerca de los envíos y quejas de los mercaderes.
—Mentira —defendió Vlad con ahínco—, mis ojos se abrieron al ver de cerca la muerte. Todo encaja, como un gran mecanismo que conforma un enorme artefacto. —Belaya recuperó la guardia alta, sin fiarse en lo absoluto de Vlad. No quería ataques sorpresa a corta distancia, podría suponer un riesgo innecesario.
—¿Qué planeas hacer? —interrogó, golpeando la mesa con el puño contraído de la impaciencia que la estaba empezando a henchir—. No te dejaré joderme el negocio. —Vlad agitó las manos, en un claro gesto de alarma que pedía frenar las hostilidades. Belaya ladeó la cabeza hacia un lado, todavía exhausta por no poder comprender los deseos del hombre. Por ende, suspiró con desdén mientras se relaja una pizca y repetía con amargura la pregunta: —En fin, ¿qué es lo que vas a hacer? Puedes matar a mucha gente, pero nada me aclara que no quieras terminar con mi vida.
Belaya toqueteó el tablero del escritorio con el dedo índice, buscando saber la respuesta cuanto antes ya que Vlad se demoró unos segundos de más en responder, como si se lo estuviera pensando a conciencia. Analizando mejor la situación, si Vlad hubiera querido causarle daño, lo habría hecho desde un principio de cientos de formas diferentes, todas igual de horribles. Aquel pensamiento le hizo darse cuenta de que se alteró tontamente por unas simples y llanas palabras demás. Por ello, Belaya aligeró tanto el gesto de su expresión, como la velocidad del dedo que palpaba la mesa.
Vlad se ajustó en la silla, enderezando la espalda y colocando los hombros en una posición firme y férrea que dejaba las manos pegadas a los muslos. Poco después, observó a Belaya con los ojos llenos de valor.
—Quiero seguir trabajando para usted, adquirir la fuerza para obtener lo que busco, volverme más y más fuerte a fin de que los héroes sientan temor, y que nuestro nombre sea a tener en cuenta incluso en la sociedad común. Pero, para poder crecer y lograr esa misma meta, deseo trabajar exclusivamente como un asesino a sueldo que pueda darse un festín con la sangre de sus víctimas. Nada más me contentaría que eso mismo, jefa.
—Entiendo... —comentó, ciertamente asombrada por la resolución de Vlad. La había cogido por sorpresa que el hombre no quisiera matarla cuanto antes para hacerse con el poder, sino que prefería trabajar como un títere, y seguir creciendo hasta derrocar con sus propias manos a los ciudadanos más grandes del país.
Como respuesta, se trataba de un pleno aprobado en toda regla. Si de esas iban las verdaderas intenciones de Vlad, y ella no había sido engañada tontamente, sería una buena oportunidad para seguir machacando a los héroes. Aun así, un consejo interno de la experiencia que acumuló durante años le aseguraba que aquel hombre no era de fiar, que le apuñalaría por la espalda llegado su momento. Sin embargo, le era muy útil tenerlo cerca para espiar el entorno.
Mejor prevenir que curar, ataría un collar en el cuello del criminal para que este no andará suelto en el libre albedrío, siempre vigilado por los ojos de la Rosa Blanca, tan acechantes como siempre en cualquier lugar. Belaya asintió con la cabeza, sonriendo pícaramente y aligerando el semblante. Y si no, siempre podría desecharlo como al resto de peones.
—¿Jefa...? —Vlad ladeó la ceja, despertando del repentino ensimismamiento a Belaya.
—Si, claro... —suspiró de nuevo—. En fin, ¿por qué te interesa tanto seguir bajo mis órdenes?
—¿No es obvio? —Regodeó otra sonrisa—. Ahora que he sé lo que se siente estar de la muerte, comprendo que siempre quise a mis compañeros, aquellos que recién fallecieron y con los que ahora comparto sangre. ¿Qué mejor forma que cumplir los deseos de mis compañeros que protegiendo a la persona a la que servían con amor? —Belaya ensanchó los ojos por un segundo, comprendiendo que la servidumbre de Vlad provenía de la empatía que el hombre sentía hacia los muertos. Ella asintió, de acuerdo a los deseos que su súbdito guardaba por ella.
—Está bien, prepararé todo en cuanto terminé todo esto. Hasta entonces, disfruta devorando a quien quieras, siempre y cuando no nos hunda en negocio.
—Gracias, jefa —valoró Vlad, inclinando levemente la espalda en signo de reverencia, e irguiéndola instantes después con una expresión similar a la de un niño que encontraba su figura favorita en una tienda de muñecos—. Haré un gran trabajo, ¡ya verá! No la decepcionaré de nuevo.
—Espléndido, Vlad, puedes retirarte por hoy —se despidió tranquilamente, a lo que recibió indirectamente una mueca de escepticismo. La mujer suspiró mientras se palmeaba la frente, comprendiendo el error que cometió sin darse cuenta—. En fin, toma la ropa que necesites del armario...
—Muchas gracias de nuevo. —Repitió la jugada, esta vez levantándose del asiento para dirigirse hacia dicho lugar.
Un rato más tarde, ya cambiado, el hombre salió por la puerta. Había sido alguien presentable, poniéndose la ropa tras la puerta del armario para no ensuciar la vista de Belaya con el par de cicatrices que guardaba por todo el cuerpo.
Pero de toda aquella charla, Belaya sonsacó una cosa la mar de interesante: y es que la Rosa Blanca florecería una vez más.
➢ Con Shino, Hospital General de Musutafu
Sangre. Espesa sangre llovió encima de Shino Hikari. Un líquido caliente se derramó repentinamente por todo el escenario, inundando los alrededores de un mar carmesí, y sumergiendo las esperanzas de Shino y los demás niños en un cero absoluto. Extendió los brazos y nadó en dirección a la nada, buscando salir del falso hervidero de magma, y así acallar los gritos y chillidos de dolor que soltaban a su alrededor los chicos que una vez tuvo fueron compañeros.
En pocos segundos, ese mar pasó a ser un océano inexpugnable; por mucho que avanzara en una sola dirección, las paredes o edificios de la escuela y la ciudad desaparecieron bajo el nivel del agua, haciendo imposible escapar incluso al dar todo de sí. En otros pocos pares de segundos, Shino rindió el cuerpo a la marea.
Pero, ¿acaso los héroes se daban por vencidos siquiera? ¿Había visto alguna vez a uno de estos tirar la toalla, o flaquear ante la adversidad?
No, y nunca los vería cometer tal atrocidad, pues para transformarse en esa entidad a la que todos admirarían algún día, necesitaba ser así, escapar de las sombras del crepúsculo y bañarse en la luz del alba. Por tanto, no declinó. Siguió nadando en el vasto océano rojo, incluso si sus músculos flojeaban o las articulaciones le crujían, él daría hasta la más escasa gota de sudor en pos de superar sus propias expectativas.
Pero, por mucho que él esperara salir sin consecuencias, las dificultades a las que se enfrentaba en aquel sueño no eran para nada consistentes. Por eso, los cadáveres de los niños salieron a flote en la sangre roja del mar onírico, convirtiendo la escena en una pesadilla digna de Dante. Shino contemplo hacia cada lado, cristalizando los ojos del terror y frunciendo el labio inferior para aguantar un grito de pánico. Daba igual lo muy héroe que intentara parecer, no pasaba de los 11 años.
Sin mayor preámbulo, una fuerte corriente submarina tiró de él hacia el fondo del mar, sumergiéndolo de pies a cabeza en una corriente de sangre roja, y siendo enterrado entre los restos cadavéricos de los chicos con los que una vez compartió el salón de clases. Se ahogó entre las penas y la desolación de los recuerdos vividos durante el accidente, aquellas visiones que sucedían y se enzarzaban directamente a sus odios mediante lamentaciones, momentos donde la dulce sonrisa de una chica se transformaba en una gélida expresión envuelta por la presencia que juró haber sentido en cierta ocasión, como si ya hubiera conocido antes el rostro de la entidad que Cynder desató.
¿Y cómo no? Después de todo, entre los fragmentos de sangre que lo ahogaban con desesperación, yacía oculto un atisbo de las observaciones de su investigación.
La esquirla radiante que provenía de una muy lejana silueta desvaneció los charcos de los mares oníricos, dejando que el aire regresará a los pulmones del joven chico, y que la luz entrara por las cuencas de sus ojos. Antes de abrirlos, una imagen le fue impuesta en el cerebro; en ella, logró diferenciar a una especie de ninja revestido con una plateada armadura de metal, además de portar dos guanteletes que se estiraban hasta formar unas agudas cuchillas en sus puntas. Detrás de dicho sujeto, dos cristales dorados giraron en sintonía mientras se devoraban el uno al otro.
Parpadeó.
Lo supo al momento, se encontraba en una habitación de paredes blancas y cian, tirado sobre una camilla sumamente cómoda y acogedora, donde las mantas estaban echadas encima de él. Movió el brazo palpando ojos y frente, y en proceso se percató de 3 distintos factores; lucía una bata hospitalaria, alguien le pegó vendas a la cabeza y abdominales, y que varios pares de cables de estimulación intravenosa salían de él conectándolo a una máquina que captaba tanto sus pulsaciones como tensión en los vasos sanguíneos.
Girando la cabeza en direcciones opuestas, una pared le interrumpió la visión por un lado, mientras que en el otro se topó con una compañera de clase dormitando sobre una camilla, y unas grandes ventanas por las que entraba la luz de los haces del Sol, tan vivaces como la primera vez que Shino atravesó las murallas de la conciencia para nacer. De reojo, también presenció que sobre la mesilla de ambas camas reposaban un par de cestas de flores, vasos de agua medio llenos, y varias cartas.
Sintió inquietud, pero mayor sería esa terrible sensación si escapaba corriendo con aquello apegado al cuerpo. Tragando hondamente mientras mantenía el torso y la cabeza tumbados, decidió esperar a que alguien le ayudara a desencajar los tubos y saber la razón de su estancia en el hospital. Durante ese breve rato, rebuscó y recabó las pistas que tenía de aquello, flashbacks en los que una onda de choque golpeaba a un hombre, y horribles escenas en las que otra onda expansiva acarreaba consigo a los niños de alrededor, él salvándose de refilón.
Una idea le heló la mente; Cynder. ¿Dónde estaba ella?
La había visto perder los estribos al atacar indiscriminadamente a todo el mundo. Tal y como una vez ella proclamó que podría hacer con recelo. Shino esperaba que aquello no hubiera ido a mases, y que no estuviera recluida en consecuencia a dichas acciones propiciadas por los dichosos villanos que hicieron acto de presencia el día de la competición. Después de todo, Cynder era la única amiga que un chico como él era capaz de tener; por mucho que destacara en la prueba de Fat Gum, nadie le echaría buenos ojos hasta que demostrara lo contrario: ser un verdadero héroe. Pero por desgracia, él no hizo más que quedarse quieto, observando como su única amiga mataba en una explosión de ira a media colegio, sin ser héroe o amigo, sin ser nada.
Una vergüenza que sus padres llamaban Shino.
El sonido de la puerta siendo empujada rebotó por las paredes de la habitación, alarmando y alegrando a Shino por dentro. Los pasos de un par de tacones sucedieron, y tras la esquina de la pared del estrecho pasillo, una enfermera entró luciendo las ropas grises de asistencia médica y sosteniendo entre el brazo derecho y la cadera una libreta con anotaciones. La enfermera observó estoicamente al paciente conocido como Shino, y sonrió.
—Veo que por fin despiertas —llamó con su voz a Shino—. Tu familia estaba preocupada; por mucho que les dijéramos que las lesiones no eran tan graves, ellos creían fervientemente que no saldrías ileso. —Cerró los ojos mientras suspiraba con tranquilidad, emitiendo una atmósfera dulce en la sala médica—. Me alegro de que estés despierto. Dime, ¿cómo te sientes?
—Genial... —murmuró en voz baja, y desvió la vista desde la cama hacia la ventana. Sus padres fingieron preocupación para no quedar mal ante el resto, como siempre hacían. Aun así, su condición lo extrañó. Sí las palabras de la enfermera arrastraban verdad, sin tapujos, significaba que la pesadilla sobre Cynder y el desastre en el colegio era cierta, que no se trataba de una tonta visión en su nublada mente—. ¿Qué pasó con ella?
—¿Ella? ¿Te refieres a la chica esa del ataque? —parpadeó la médica, esbozando confusión en el rostro—. Bueno, está inconsciente y se desconoce si despertara. —Shino levantó los labios y enarcó las cejas, formando un gesto de preocupación—. Según las investigaciones que la policía ha estado llevando a cabo, la niña conocida por Cynder Kannagi ya había cometido un homicidio similar en el pasado, y si ella también despierta, probablemente realicen un juicio para tomar un veredicto respecto al caso. Los medios ya la tratan como una niña asesina de alta escala que necesita asistir de inmediato a un reformatorio, si no, sería una futura villana de la que se deberían encargar los héroes. Sin embargo, Majestic alega que la pobre fue torturada y dividida mentalmente desde muy pequeña, y que, como toda persona desequilibrada, necesita de afecto para mejorar y convertirse en alguien decente. Críticas le llovieron a mares, pero mantuvo la compostura con la cabeza bien alta mientras aseguraba estar completamente conforme con estar haciendo lo correcto.
—¡Pero él no ha hecho nada malo! —Shino saltó cuidadosamente en la camilla ante la dada explicación, evitando así que los cables se enrollaran o torcieran de mala manera. Seguido a eso, frunció el entrecejo—. ¿Es que acaso no puede defender a la persona a la que le importa? —La doctora negó con la cabeza.
—Lo siento, chico. La vida es impredecible, injusta o afortunada dependiendo del día. Tu amiga y el héroe van a pasar por una mala racha a partir de ahora. —Cruzó los brazos, reposando la pierna y el hombro izquierdo en la pared con la intención de reclinar el cuerpo en ella y seguir conversando con fluidez—. Eso sí, más te vale tener cuidado y no desperdiciar tus "cartas".
Shino cerró los ojos, asimilando que ya no le sería tan sencillo relacionarse con la amiga con la que tanto compartió. Acto seguido, suspiró amargamente y separó ambos párpados para buscar a la enfermera, la cual continuaba posando de la misma forma.
—Entiendo... Y, ¿fueron graves mis heridas? —preguntó, mordiéndose el labio inferior mientras aguantaba las ansias por descubrir la dichosa respuesta que, en cuestión de segundos, quitaría los malditos cables pasajeros que tanto le aterraba tener insertados en cada rincón o extremidad del cuerpo.
La mujer bajó los labios, mezclando pena y nervios en una misma mueca. Por lo que Shino intuyó en un primer vistazo, las noticias no serían agradables. Al cabo de unos segundos, la enfermera habló: —Si que tienes algo, si...
—¿Es algo grave? —interrogó, ladeando la ceja con mayor interés y preocupación dado el tema.
La enfermera cambió el eje de los ojos hacia la ventana, como si no quisiera revelar nada más. La parte verdaderamente difícil de ser médico no era la de tratar a los pacientes heridos, sino explicar las consecuencias y los problemas que las cicatrices les dejarían de por vida, algo que Shino comprendió al ver la profundidad con la que la mujer joven se perdió, evadiendo la cruel realidad. Asumiendo el destinó, el chico tragó saliva y espero por la mala noticia.
La enfermera retomó la vista hacia él.
—Lo lamento, pero me temo que dejará huella en ti aunque no produzca consecuencias a futuro —aclaró, antes de responder realmente—. Un escombro salió volando, y acabó rostizando tu frente. —Un estallido chirrió dentro del joven. Shino sudó por las sienes, y se palpó la venda húmeda que tenía en dicho lugar, recordando cierto dolor que ocurrió poco antes de que se le nublara la visión durante el accidente—. La caída entre los escombros quebrados te arañó el abdomen, pero no han causado de forma considerable. Sin embargo, esa herida de la cabeza será una dura cicatriz que tendrás que arrastrar a partir de ahora.
Una herida fatal, y una cicatriz que portar. Una marca que le haría recapacitar cada vez que cometiera el mismo tonto error de siempre; el de no actuar acorde a un héroe que sangraba por proteger al resto.
Shino exhaló aire, hallando una pizca de paz entre las malas noticias que recibió. La cicatriz no sonaba tan horrible como la enfermera lo pintó en un inicio, puede que incluso le quedará bien con ciertos ajustes y retoques en el cabello.
—Bueno, podría ser peor —concluyó, un pelín orgulloso consigo mismo. La enfermera rió mientras se tapaba la boca, intentando no ofender al paciente.
—Si, existe gente adulta que no sobreviviría a ese golpe, y pese a eso, aguantaste como todo un campeón hasta despertar en pocas semanas. —La mujer dejó de apoyarse en la pared, y rodeó la camilla donde se encontraba depositado Shino para acercarse a la mesa, donde aguardaban las flores y las cartas—. Eso muestra que tienes resistencia y temple. Un talento que muchos niños soñarían con utilizar para el bien común al convertirse en héroes. —La enfermera finalmente alcanzó la mesilla, y, rozando las manos sobre esta, rebuscó hasta tomar el sobre donde un sello dorado se diferenciaba en la esquina superior con los kanjis de Seguridad Pública—-. Esta carta es sumamente importante. Así que, ¿quieres que la lea, o prefieres sorprenderte por ti mismo?
El brilló retornó a los ojos del chico, que asintió con la cabeza para remitir una aceptación a la primera de las sugerencias. Seguido a eso, tragó saliva mientras la mujer retiraba el sello del sobre y sacaba el verdadero mensaje por el que tanto tiempo Shino luchó y entrenó al lado de Majestic, sufriendo el dolor de un intenso entrenamiento al que debería acostumbrarse dependiendo de las noticias. La enfermera estiró la carta medio doblaba, y empezó a leerla acentuando en profundidad cada letra de la misma:
«Querido señorit@ Hikari, es un placer anunciarle en nombre de la Comisión de Seguridad Pública de Héroes sobre su aceptación como pupilo recomendado por parte del Héroe IBM: Fat Gum.
Somos plenamente conscientes del accidente que ocurrió pocas horas después de la prueba, y como medida de prevención, hemos decidido tomar las riendas de este desastre.
Normalmente solemos clasificar a chicos con potencial de convertirse en héroes afiliados a la Comisión, pero este año quisimos ofrecerles una prueba sincera que fuera aprobada por alguien de renombre. Sin embargo, el desastre ocurrió antes de tiempo, y para que esta injusta situación en nuestra sociedad no pase de nuevo, decidimos volver a nuestra selección original a fin de que no vuelva a repetirse tal acto de agravió. Sumándole a eso el hecho de que los villanos se verían ciertamente atraídos a retomar un ataque en contra de nuestras jóvenes promesas, un acto inadmisible para nuestros estándares.
También queríamos decirle que puede sentirse orgulloso de haber sido aceptado a pesar de todo el escándalo causado entre los quisquillosos medios de comunicación.
Y como último punto de este breve mensaje, deseamos dar a entender la formación que tendrá como alumno. El primer punto trata de que sus estudios seguirán siendo una necesidad a la que deberá sumarle tiempo, pues no nos vemos capaces de criar y educar a un héroe que no desempeñe todo de sí. La segunda parte es sobre los labores físicos, pero para ajustar su horario con el de ciertos héroes que querrán ver a la futura estrella, preferimos que elijan usted y el héroe asignado las fechas de los entrenamientos. La tercera y última parte, sería aceptar las dos anteriores. Sin la certeza poder dar marcha atrás. Fat Gum irá horas después para que usted o sus padres firmen un formulario de consentimiento.
Una vez más, disculpe las molestias que hayamos podido causar, y esperamos que se recupere pronto de las heridas.
Dicho esto, esperamos grandes cosas de ti. Y muchas gracias por haber fascinado a uno de nuestros héroes.»
Lo hizo. Lo consiguió. Solo necesitaba que ambos desinteresados adultos confirmaran la asistencia en dichos entrenamientos, y toda su vida daría un giro de tuercas para siempre. Ya no sería llamado gandul, o perezoso, y mucho menos una carga para otros. Se convertiría en un encapuchado con el talento de despertar los corazones de los más adustos criminales del bajo mundo. Y todo gracias a la ayuda de cierta amiga, y a un héroe con poco tiempo libre.
Le haría un favor a Cynder; la ayudaría con el juicio.
Cuando ambos progenitores pasaron por la puerta, horas después, y escucharon al chico transmitir la grata noticia de la Comisión, aceptaron la oferta sin demora. Sin embargo, al momento de pedirles auxilió respecto a la durmiente Cynder, la madre no tardó ni medio segundo en negar con la cabeza mientras gritaba como una histérica por todo lo alto, aterrada ante la idea de que la niña que provocó una masacre quisiera ser defendida por su propio hijo.
—¡¿Cómo se te ocurre pensar en eso?! ¿Te has visto siquiera? —bramó, frunciendo el ceño como un cruel ángel que sentenciaba a un demonio inocente. Aunque, en realidad solo se trataba de una madre preocupada por la salud del niño que una vez trajo al mundo, un detalle plausible gracias a las lágrimas que escapaban de ella con largos ríos trazados por sus mejillas—. Te abrió la cabeza con un pedrusco, ¿y lo primero que piensas es que debes tenderle la mano a esa villana? No serás un buen héroe si no actúas como tal.
—¡Es mi amiga! —defendió férreamente, atenazando las sábanas blancas de la camilla hasta arrugarlas de manera brusca—. Y también es la razón por la que me aceptaron como pupilo de un héroe, ¿Que más puedo hacer por ella que ayudarla? ¡No seré un buen héroe si no soy capaz de salvar a las personas que están en peligro de que sus vidas acaben volviéndose una miseria!
Por suerte, el padre calmó a la mujer sosteniéndola del hombro, y habló: —Cariño, Cynder no es una mala niña, ya deberías de saber que era bastante tierna, inocente y educada. Seguro que fue un accidente.
—¡Un accidente que puede repetirse, o terminar de peor forma! ¡No quiero que mi hijo muera debido a la pretensión y la confianza de unos payasos trajeados! ¡Y tampoco que lo odien por toda la vida como el héroe que apoyó a una criminal!
—[...] —El padre suspiró, sin contraargumentar a favor de los deseos de Shino. El chico tampoco dejó escapar el aliento, solo se desesperó al no poder proteger lo que le importaba, sumiéndose de esa manera en la impotencia en la que todo justiciero acababa hundiéndose al menos una vez en su vida.
—No puedo dejarla ir así... —susurró, llorando y saboreando la derrota por... ya ni llevaba la cuenta real de las veces que lo manipularon o controlaron en contra de su voluntad.
Simplemente, Shino se cansó de eso. Puede que la verdadera razón de los esfuerzos que sembró durante esas semanas apareciera únicamente por el sentimiento de inferioridad que le producían sus compañeros de clase, niños a los que no les debía nada en lo absoluto. Tal vez ni siquiera se interesarían en su yo profundo por ser él mismo, sino en el que se convertiría en un afamado protector de la paz. Y, si era así, ¿para qué servía tanto dolor y sufrimiento? ¿Por qué luchó en un primer lugar si nadie más que Cynder le respetaba? ¿Y para qué, si tampoco le dejarían ayudarla cuando necesitaba ser rescatada?
Lo peor de todo esto, es que sabía que su madre guardaba parte de razón; si se atrevía a dirigirle otra mirada de pena a Cynder, lo condenarían al ostracismo social, el vagar de por vida como un héroe relegado cuyo nombre no aportaba ni una pizca de seguridad. Marginado y tratado como una escoria de la que poder reírse, como siempre hicieron.
Entonces, debía elegir; su vida, o la de Cynder. Desgraciadamente, también era consciente que la idea de apoyar a la chica no era un sinónimo de lograr persuadir a los expectantes juzgados para que la dejaran en libertad. Pero si escogía otra opción, tendría que cortar la relación de cuajo y pasar de página.
Daba igual como lo viera, las cadenas de un trágico destino los atarían enteramente durante la inmensa eternidad.
Maldita sea, él quería apoyarla. Pero nadie le permitiría hacerlo.
Víctima de la debilidad, tomó una decisión por la que se arrepintió toda la vida al hacer caso a sus padres, a sabiendas de que las mareas regresarían para reclamar lo que era suyo, y que un día de esos la culpa no sería espiada mediante simples palabras de perdón.
Los medios lavaron el cerebro de los padres de Shino, pero no el de él. Esperaría por la chica que tanto apreciaba, aunque ella tiñera su corazón en el más absoluto de los olvidos con el más oscuro de los resentimientos. Sería la labor de Shino el aguantar y corresponder dicho odio, por muy doloroso que fuera.
Esa tarde propiamente dicha, un niño lloró como la primera vez que llegó al mundo.
Lo siento. Lo lamento muchísimo, no tuve valor para tenderte la mano cuando pediste socorro. Espérame, Cynder, porque si no puedo devolver ese favor ahora, lo haré dentro de mucho. Es una promesa que sí cumpliré. ¡Lo juro!
➢ Con Cynder, Un tiempo después
El director Sota yacía postrado sobre la camilla del hospital, como el derribado tronco de un árbol que jamás volvería a alzarse. Aquella era la última oportunidad que tendría para verle, al menos, hasta dentro de muchísimo tiempo.
La primera vez que desperté, apenas podía recordar bien la razón por la cual caí inconsciente, solo sabía que me encontraba en una habitación blanca y llena de aparatos. Había mirado hacia todos lados, anhelando saber las respuestas que me llenaban la mente con más y más dudas a cada rato; hasta que, Emma pasó tras el pasillito de la habitación y me tranquilizó, aclarándome que transcurrió un mes desde que caí dormida. Después me interrogó con preguntas sobre los sucesos que podía diferenciar de los sueños.
En un principio, negué sin tener la absoluta idea de lo que hablaba. Él sonrió y me acarició la cabeza, largándose de allí con satisfacción. No obstante, al rato siguiente alguien entró; esta vez se trataba del joven oficial Tsukauchi, que vino para lanzar otra ronda de preguntas relacionadas a ciertos villanos que me sonaba haber oído en alguna parte. También me enseñó fotografías horribles de un macabro; entonces, sufrí un fuerte pinchazo en la cabeza.
La puerta que separaba las memorias y el olvido se abrió, dejando paso a un vaivén de emociones y un sinfín de dolor que provocó que un llanto me hostigara la garganta en cuestión de minutos. La felicidad de haber superado ser marginada, o la esperanza de ganar una medalla mientras ayudaba a un amigo. Todo eso lo volqué a un lado en cuestión de minutos cuando rememoré accidentalmente un evento criminal; el momento en que un villano disparó e hirió de muerte al maestro que tanto se preocupó por mi seguridad y confort como todo un padre. Minutos más tarde había enlazado un pacto con una mujer que no reconocía, una voz que desapareció y que nunca jamás volvería a escuchar. Pero, durante el arrebato de ira, recordé que sentí el deleitable estímulo de aniquilar a los malhechores que se atrevieron a sofocar a mis seres queridos.
De solo pensarlo, me entraban ganas de vomitar.
El joven oficial me palmeó la espalda, comprendiendo que yo no había sido responsable ni de mis propios actos durante el accidente. Más tarde se retiró yéndose por la puerta, no sin antes confesar que iría a un juicio justo para declarar ante tribunales mi destino. Cuando lo escuché, noté diversas emociones enfrentadas; el miedo de quedar encerrada entre rejas, la impotencia de causar un golpe duro al mundo, la rabia de saber que me lo merecía, y, finalmente, la cruel sumisión que imponía la justicia sobre los miserables como yo.
Lo aceptaba, pero no lo compartía. No creía que aquello fuera lo correcto en otras personas, a pesar de pensar que no tenía derecho de quejarme sobre el asunto. Después de todo, según me contó Tsukauchi, los medios me difamaron como la Asesina de Carbón. El apodo hacía referencia a los restos descompuestos y carbonizados que provoqué al atentar directamente contra la vida de los villanos y alumnos.
Bajé la cabeza, lamentando en voz baja.
Horas después, Emma me dio una buena noticia que serviría para recuperarme del pésimo estado de ánimo en el que me encontraba metida: el director Sota estaba vivo. El problema era que también lo acompañó una mala noticia; resultaba que el director ocultó tiempo atrás un tumor que jamás terminó de tratar, y sumándole a eso la pérdida de sangre propiciada por los disparos, acabó sumido en un estado al que los médicos nombraban como vegetativo.
No sabía lo que aquello conllevaba, así que me acerqué inocentemente antes de asomar la cabeza para verlo allí. Me horroricé en primera instancia; por ende, ellos simplemente me mintieron con falsas palabras de esperanza, cosas como: —En unos días estará perfectamente. —o...—. No te preocupes, pasa más a menudo de lo que crees.
Sin embargo, ya me hacía a la idea de lo que realmente significaban esas palabras: Sota no volvería a salir del letargo. Y todo aquello era por mi culpa, por haber destruido los sueños de las personas que me rodeaban, al igual que cuando estafaba en las calles a gente inocente.
No aguanté las lágrimas. Un delincuente como yo no merecía vivir de buena manera. El nombre de Asesina de Carbón casi parecía en halago en comparación.
Eso sí, pese al pesimismo que me inflaba el pecho constantemente durante los días que pasé en el hospital, Emma no se alejó de mí y mantuvo una expresión severa para defenderme ante todas las miradas envueltas en ira o terror. Una acción que le debería de por vida a mi padrastro.
En cambio, hubo una cosa que me extrañó en esos días. ¿Y Shino? ¿Dónde estaba él cuando más le necesitaba?
Ciertamente, tenía miedo que la herida hubiera causado una brecha que nos distanciara de por vida, un infinito abismo que separaba los lazos que forjamos con nuestras promesas. Lo único que deseaba en ese momento era pedirle disculpas y saber que todo estaría bien, que no acabaría en un reformatorio mucho tiempo, y que tendríamos tiempo más que de sobra para disfrutar el uno del otro.
Lo añoraba.
En fin, tras recuperar la salud con ayuda de los médicos, psicólogos, y Emma, llegó la hora de enfrentarme al destino. La cumbre de mi vida sería juzgada en los tribunales generales del estado, y dudaba que no fuera a estar infestado de personas; después de todo, era una niña criminal que asesinó en una explosión de ira a varios alumnos y adultos. Lo raro sería que no fuera nadie a verme o a sacar fotos para lanzar más pullas o publicaciones al respecto.
Después de subir al coche y conducir por la ciudad —escoltados por vehículos de patrullas que servirían de escudos para posibles ataques de villanos—, Emma aparco en una diminuta plaza que se situaba justo enfrente del ayuntamiento, el lugar donde se llevaban a cabo los tribunales de justicia.
Nada más salir del vehículo, una ola de cámaras y flashes me asaltaron como un ladrón a una niña indefensa. Me tapé la cara y bajé los hombros con miedo, antes de que Emma y los policías me cubrieran a sus espaldas para protegerme de la prensa. Los policías no me esposaron, pues Emma les pidió muy específicamente que no lo hicieran debido al miedo que me irradiaba el estar encadenada.
Otro dato que consideré con ternura, a pesar de escuchar que Emma también simpatizaba con el terror del resto.
Y de esa forma, pasamos adentro del edificio. Los pasos del grupo sonaron por los pasillos, atrayendo más miradas de precaución que de atención, hasta que finalmente nos plantamos delante de la puerta de los juzgados. En ese momento, miré con nervios a la puerta mientras suspiraba de los nervios y me frotaba las manos, arrepentida por pensar que me merecía lo peor. ¡Diablos, no quiero pudrirme y perderme la adolescencia! Murmuré en mi cabeza, sabiendo perfectamente que nada bueno saldría de allí, y que acabaría metida en la peor de las posibilidades.
Finalmente, atravesamos la puerta.
Veloz cual gorrión, examiné fugazmente la habitación; varios bancos ornamentados con madera color café formaban filas, mientras que la mesa del estrado aguardaba en el fondo con un juez —de tercera edad— balanceando el martillo. Al lado de él, el magistrado dejaba caer expresiones que recorrían desde rostros imparciales y descontentos, hasta sonrientes y esperanzadores. En cambio, los mencionados bancos de la sala estaban a rebosar de personas, se notaba a simple vista que pasaron horas esperando con paciencia para llevar a cabo el juicio, bajo la luz de las lámparas que colgaban de los techos como si fueran de un palacio europeo. Hasta la atmósfera se mascaba tensa.
Trague saliva, avanzando junto al resto del grupo hasta quedar en una pequeña fila de asientos que pertenecían a mi bando: el de la acusada.
El juez chocó el martillo contra la mesa, ordenando el silencio y señalando el comienzo del juicio. Los murmullos cesaron progresivamente segundos después, permitiendo al juez dictar las primeras palabras de la audiencia.
—Hola, buenas tardes a todos. —Depositó el martillo sobre la mesa, tomando un par de notas para leerlas en alto—. El día de hoy nos vemos reunidos para juzgar los actos de una joven conocida por el nombre de Cynder Kannagi. La acusación dada por el centro y los familiares de los heridos data de hace poco más de un mes. En él, se relata que acontecieron una cadena de explosiones provocadas en un arrebato de ira por la acusada. Y, según los datos que fueron recopilados en formato de pruebas verídicas, esto sucedió al momento en que dispararon al director del colegio de primaria de Nonotsume, el señor Higarashi Sota. —El juez me escrutó tras los lentes que llevaba puestos, con la clara intención de ver a través de mí—. Las pruebas están sobre la mesa, y se te han sido tomados exámenes médicos para comprobar tu estado mental. Así que, di, ¿por qué lo hiciste en verdad, señorita Kannagi?
Me acomodé mejor en mi asiento, pensando en cómo defenderme. Emma me devolvió un gesto de aflicción mientras se mordía el labio inferior, increpándome a guardar silencio. Pensé en hacerlo, pero al cabo de unos segundos, alto y claro, respondí: —Así es. Pero, yo no quería hacerlo. Mi quirk se manifestó y me poseyó. No fui más que capaz de quedarme viendo como una mera espectadora del desastre.
Emma suspiró, como si se le escapara el alma del cuerpo. El juez asintió, dejando que varios hombres del magistrado hablaran por turnos, exponiendo diversos datos de mi situación. Algunos hablaron y detallaron del quirk que tenía, mientras que otros muchos se explayaban en relatar y recopilar el número de muertes y heridos, siendo superior a 30 en ambos casos.
También hubo un hombre me atacó diciendo que todo el daño fue causado por una rabieta. Pero, alguien saltó de su banco ignorando al juez.
—¿Por una rabieta? —Una vena se hinchó en la frente de Emma—. ¡Ve y díselo a la cara, sin vergüenza! ¡No tienes ni la más remota idea de lo que Cynder ha sufrido durante toda su vida, en cambio, te atreves siquiera a contestar diciendo que lo hizo solo por una rabieta! ¡Ella ha visto cosas horribles desde pequeña, y las ha vivido y aguantado plenamente hasta que la encontré! ¡Merece más que nadie una disculpa!
Al parecer, hubo veredictos donde incluso a niños se les sentenciaba a largos años en reformatorios por casos similares, no obstante, nadie allí sabía que hacer conmigo exactamente. Emma cristalizó los ojos, dejándome claro que ni el abogado que contrató podría hacer absolutamente nada. Había demasiadas pruebas y testigos como para encontrar una vía de escape. Ya estaba condenada: el único movimiento que se podía hacer trataba de reducir al máximo la condena, o prohibir de por vida el uso de mi quirk. Sin embargo, el abogado predijo que los movimientos de la Comisión de Seguridad Pública de Héroes no permitirían que una chica con potencial fuera desperdiciada. Aseguró que preferirían esperar, y después entregar una suma de dinero considerable a fin de que se ganaran mi favor para que contribuyese en la sociedad.
Y una mierda, no sería la marioneta de nadie.
Horas pasaron hablando. Ratos donde, de los nervios, castañeaba los dientes como un cascanueces mientras tomábamos pequeños descansos para seguir con la extensa discusión. Cuando el sudor mojó la piel de los adultos, fue cuando temblé de miedo.
Tan rápido como comenzó el juicio, llegó la hora del veredicto. El juez calló a todos, y dio las últimas palabras.
—Bien, ha llegado la hora de la sentencia. Entre los tribunales y yo hemos llegado a un simple acuerdo —tosió. Apenada, bajé la cabeza y mordí mis labios, al igual que el exasperado Emma, él cual empezó a tiritar de escalofríos—. Por el presente que se me ha sido concedido, declaró culpable a la acusada, y la condenó a pasar 3 años en un reformatorio de alta seguridad donde se le seguirán impartiendo clases particulares para su futura salida. Aparte, también deberá asistir a terapia con el fin de sanar cualquier brecha emocional causada en el accidente. —Golpeó el martillo contra la mesa, sellando la condena—. Eso es todo. Se cierra la sesión.
El mazo no fue lo único que cayó, sino también mis ánimos.
https://youtu.be/huevEn4sbpY
A partir de ese mismo instante, sería separada de las pocas cosas que me quedaban en la vida, y llevada hacia un encierro prematuro, con nulas posibilidades de escapar o convencer a nadie con berrinches o llantos. Al margen de las personas que aprecio, tendría que salir adelante por mí misma en aquel antro de poca gracia.
Rompí a llorar, paralizada ante las cámaras de los reporteros que se colaron adentro. Pero, justo cuando creí que estallaría en un cúmulo de odio y resentimiento, Emma me abrazó para protegerme y sofocar los ríos de lágrimas que resbalaban por mis mejillas hasta tocar el suelo. Sentí como él también se quebraba, patidifuso de que la primera hija que tuvo se separaría de él por un simple momento de debilidad, y asolado por la falta de empatía común entre las personas de la sala, que seguían embistiendo con afiladas palabras en nuestra contra.
Los murmullos crecieron, pero ambos los ignoramos para despedirnos mutuamente.
Emma, entre lágrimas que intentaba sofocar, me acarició la cabeza, pidiendo que me relajara con leves murmullos de atención: —Se fuerte, esto no-no es... —Se atragantó con un sollozo—. Esto no es nada más que una fase. Podrás salir... —De nuevo se trabó—. Podrás salir adelante. Ten fe.
—No es justo. —Me agarró a su pecho con más fuerza, sin querer ser dividida de la vida que construí con tanto esfuerzo, y negué con la cabeza—. No lo es. ¿Por qué debería perderlo todo de nuevo? —Porque lo tenía merecido—. ¿Por qué una niña como yo tiene que pasar por tantas desgracias? —Porque no era una niña cualquiera—. ¿Por qué no puedo ser feliz? —Porque mi propia existencia se basaba en el dolor. Nada más que pura agonía que filtraba la esencia del dolor.
Emma afianzó su agarre, totalmente desconsolado y derrumbado. Sabíamos que aquello podía pasar, pero no previmos que sería tan pronto, o que nos convertiremos en una pieza vital para completar el puzle del otro. Jamás creímos que algún día ese artefacto faltaría, fruto del encauzamiento del viento.
Al cabo de unos minutos, Emma me separó, y, retirándose ambas lentes, me miró profundamente con sus dos bellos ojos dorados como pequeños Soles. Esbozando una triste mueca de felicidad, balbuceó: —Prométeme que te portaras bien, que no cederás ante la desgracia, y que no permitirás que las emociones te vuelvan a controlar por dentro. —Asentí, tragando saliva y limpiándome el rostro, que seguía mojado por las gotas de las lágrimas. Emma me felicitó, levantándome de la silla—. Eres una buena chica, Cynder. Siempre lo has sido, y nunca has querido que nadie te controle. No abandones ese ideal, porque eres única en el mundo. —exhaló, profundamente afligido y resignado a dejarme marchar—. Bien... Supongo que esto es todo lo que puedo decirte... ¡Espera! —gritó de repente—. Todavía soy capaz de enseñarte algo más. —Pasó su mano por mi mejilla, dejando que lo viera con claridad por última vez, antes de nuestra separación—. A parte de comer bien, debes mantenerte firme y saludable. Simplemente, no dejes que tu corazón se descomponga por lo que las niñas de ese lugar te digan, ¿entendido?
Y volví a asentir, rogando otro abrazo de paz.
Pasamos así un rato, hasta que los policías llegaron para mandarme hacia el reformatorio. Entonces, Emma y yo separamos nuestros brazos lentamente, quedando muda y perpleja por descubrir lo rápido que pasaba el tiempo cuando una menos lo quería. Siendo tomada por los policías, estos me alejaron mientras observaba con perplejidad a Emma. El vacío creció entre nosotros dos.
A pesar de que tanto él como yo no nos dirigimos ninguna otra palabra, sí que vi como movía los labios con el objetivo de transmitir un mensaje.
—Compórtate, mi preciada hija.
Las últimas gotas de aflicción me hicieron romper a llorar cuando descifré ese mensaje, justo al momento en que desaparecí por la puerta que se cerró poco después de que pasara por allí. Entonces, forcejeé con los policías, deseando regresar para pedirle perdón.
—¡Papá! —chillé, intentando estirar los brazos a contracorriente. Los policías emplearon una fuerza mayor para alejarme hasta llegar a la salida de emergencia, y pasar por ella.
El viento frío me golpeó de frente, permitiendo que me secara mínimamente la cara antes de ser derrumbada sobre el suelo por culpa de la ansiedad, presa de la pena y el pánico. Los policías se vieron forzados a tomarme de los hombros por segunda vez, y me llevaron hasta un vehículo del policía del ayuntamiento. Una vez allí, forcejeando con el debido cuidado, consiguieron que entrara en los asientos traseros del vehículo policial.
Por un momento, pensé en que se trataba de una mala broma de la que me sacarían pronto, que en unos días estaría de vuelta —sana y salva— junto a Emma. Sin embargo, no volvería a ser la misma de antes. Haría dormir mis emociones en un profundo letargo, quedando vacía por dentro como un cascarón sin vida. Sellando todos y cada uno de los sueños en un irrompible jarrón de mentiras del que no podría despertar yo sola.
Tal y como Emma me enseñó.
Exhausta, lloré a mares. En aquel instante de debilidad, solo pude pensar en la única persona en la que había confiado, y que no vino al juicio.
—¿Dónde estás, Shino? —susurré, rindiéndome ante el destino.
Mi vida cambió para siempre ese día.
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9500 palabras.
¡Vaya coincidencia, final del Acto 1 al final del año! Esto es obra de un destino retorcido, como diría nuestra amiga.
A decir verdad, no tengo palabras para describir este capitulo. Es por lejos uno de mis capitulos favoritos. No solo entrego bastante información sobre una posible futura enemiga, sino que profundizo en las emociones que sientes nuestros protagonistas hasta quebrarlos por dentro.
Si alguien tiene algo que comentar en respecto al tema de Shino, que pregunte por aquí y estare encantado de aclarar la decisión con mayor profundidad. Pero creo que ya expliqué demasiado las consecuencias de lo que podría haberle sucedido si apoyaba a Cynder en el juicio. Por no hablar de que tampoco quería preocupar a la gente cercana a él.
En fin, si alguien tiene preguntas, que las exponga.
Otra cosa que aclarar, es que no me demoré con el juicio porque era un caso perdido. Simplemente, Cynder es demasiado peligrosa como para que no sea recluida en algún lugar donde pueda aprender a controlarse, y si, en Japón existe una ley para los casos similares al que creé en la obra.
Bueno, eso ha sido todo por hoy, os deseo un feliz nuevo año a todos los que hayan llegado hasta este punto de la historia. Os lo merecéis totalmente.
Se despide este autor.
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