🌌| 6➥ ʙᴇꜱᴛɪᴀꜱ Qᴜᴇ ᴍᴏʀᴀɴ
Apéndice: En el canon, poco después del escape de Syndra en La Fortaleza Celestial, se encontró en Fae'lor un misterioso documento que narra la posible procedencia de sus poderes. No se sabe nada más al respecto.
➢ Con Syndra, Un año después
La plaga desenfrenó el caos a niveles incontrolables. Las costas de Maizuru, situadas en el Mar del Este, habían sido una ruina durante los primeros meses a causa de una lluvia de devastadores ataques que no cesaron ni por un solo segundo.
¿Razón? Sencillo de explicar. El delegado de clase dijo la verdad aquella vez. Lo que salió del mar no cabía en ningún precedente; una gigantesca brecha que abarcó dos largos muros de agua, y de la que salieron unas grandes y pequeñas bestias que yo ya llegué a ver con mis propios ojos hace mucho tiempo. Unos seres de tinta negra y extremidades deformes vinieron, recubiertos por huesos con la textura hecha de un metal degradado cual armadura, e irradiando fogonazos púrpuras y lavandas. Cabe recalcar el gran número de bajas en las primeras horas fue alarmante incluso con la participación de tantas personas que se esforzaron por evitar lo peor.
Los héroes profesionales dejaron durante días sus principales puestos de trabajo para ayudar a los policías y militares del ejército en la evacuación, y así, luchar contra las criaturas que salían de la brecha del Abismo.
Por la gracia de los dioses, tras semanas luchando en las costas, los héroes recuperaron el control de la situación y lograron subyugar a un gran número de bestias debido a las grandiosas intervenciones de All Might y Endeavor, los dos profesionales más grandes del país.
Hablando de países, muchos de ellos mandaron ayuda y vendieron armas a Japón tras enterarse del incidente, con la intención de aliviar el estrés que se desataba con fervor en las costas noroccidentales. Entre dichos países, destacaban los EEUU, China y la cercana Corea, que estaba irremediablemente preocupada de un posible futuro ataque en las costas orientales de su península. Otros como Australia o la ONU, mantuvieron relaciones políticas en pos de buscar y experimentar con los cadáveres de las bestias para buscar una solución plausible al problema.
Aprovechándose de la infame conmoción, y del rápido control sobre las masas, varias empresas supieron cómo lidiar con esta nueva moda que arrasaba en los foros. Es decir, que no tardaron en lanzar más comics y figuras de los superhéroes y criaturas que atravesaban en portal cada semana. En muchas de ellas se exploraron diversas historias sobre lo desconocido, la verdad oculta tras la brecha en el mar, incitando a varios exploradores reales a saltar a fin de descubrir lo que les esperaba al otro lado. Desgraciadamente, por muchas misivas y misiones de reconocimiento que enviaron en conjunto a héroes de otros países, nadie volvía una vez que se zambullían allí adentro. Se decía que morían atrapados por la locura.
Como condecoración a los héroes que lucharon valerosamente, se les construyó en Tokyo una gigantesca estatua donde se ilustraban a cada uno de los caídos. Rostros pertenecientes a todas partes del mundo, uniendo ligas y estableciendo relaciones entre los enemigos firmados en los anales de la historia.
Por otro lado, no solo fue una ola enorme de fanatismo la que se desató por las calles, sino también otra malévola, acechada en conjunto por cobardes villanos que en un principio no se atrevían a dar los primeros pasos por el miedo que les transmitían los héroes. Pero ahora todos estaban entretenidos.
La tasa de criminalidad aumentó como consecuencia. No demasiado, aunque sí que llegó a notarse en los extremos norte y oeste de Japón, zonas alejadas del incidente.
Los acontecimientos no conocen fronteras, por eso, una larga cadena de eventos sucedió en mi vida a lo largo de todo ese año, hasta el punto de ser incontables.
Para empezar, los ataques no repercutieron directamente en mi vida por fortuna. A la escuela tampoco. Solo a Emma, que pasaba más tiempo en el trabajo que en casa. Lo respetaba por eso mismo. Él solo quería vivir como una persona normal en sus ratos libres, pero prefería hacerlo solo cuando estuviera completamente seguro de que el mal no existía cerca, que podía dormir sin arrepentimientos. Tanto tiempo patrullaba, que me dio rutas personales de entrenamiento, y yo, como una buena aprendiz, intenté seguirlas sin rechistar.
Mejoré bastante. A pesar de practicar con el riesgo de perder la cordura, y sin nadie del que depender en cuyo caso, di todo de mí para cambiar y romper las barreras que no me permitían avanzar. Las semanas de un arduo entrenamiento pasaron a medida que canalizaba todas las emociones en contra de unos blancos de madera, hasta que, al fin, logré superar las murallas. Convoqué y manipulé una perla negra para que orbitara a mi alrededor, como si fuera una siniestra hada que me acompañaba a todos lados. Sonreí, complacida de lograrlo sin perder los estribos y mantener el buen genio en su sitio.
No tardé en darme cuenta del peligro que sumaban dichos orbes de invocación. Eran sumamente volátiles, y podían irradiar la muerte drenando la energía vital del resto de seres vivos. Cargados de angustia, hicieron trizas a los maniquíes de entrenamiento. Con lo que, para evitar futuros asesinatos, decidí que solo los usaría como método de defensa para alejar a aquellos que arremetieran contra mí.
En un principio solía escuchar la voz de una mujer que se esforzaba por ayudarme, una guía al margen de la vida. Sin embargo, cuando usaba la materia oscura con a mayor grado, eran 3 las voces que me susurraban cosas horribles. Seguramente pertenecían a todos los sentimientos oscuros que escondía dentro, en lo más profundo de mi corazón.
Como medida de seguridad, reciclaba constantemente el método que Emma me enseñó para calmarme. Cerraba los ojos, y, respirando lentamente, apretaba y aflojaba los puños de forma continua hasta dejar de sentir el odio brotar de mí. Calmada por fuerza de voluntad. Misteriosamente, no volví a escuchar las irritantes voces que calumniaban en contra de todo en lo que creía. Una buena noticia al fin.
Durante mi estancia en cuarto año, hubo un día ridículamente divertido que jamás olvidaré. Ocurrió jugando una partida de comemierda en contra de Higarashi Sota y Shino Hikari. El duelo a tres bandos era prolongado, pero sencillo al mismo tiempo. Con esfuerzo, alcancé a esconder las mejores cartas bajo mis mangas, justo cuando estos fueron despistados por la sorpresiva entrada de una enojada Helga al despacho, que recriminaba al director desmenuzando cada parte de su insana irresponsabilidad como maestro y tutor del centro al pasar tantos ratos divertidos con nosotros en vez de atender a las quejas del profesorado.
—¿Te ha quedado claro? —El director tragó saliva, a la par que yo ojeaba sus cartas de reojo aprovechando el reflejo de las lentes circulares. La mujer de cabello azul y ojos verdes suspiró con desdén, dejando de reprochar la ineptitud del hombre—. Ya decía yo.
El director, como todos los días, sonreía con humildad pese a que la enfermedad lo hacía decaer a ratos. Él se excusaba aclarando lo poco que faltaba para curarse, pero no creía en sus palabras, llanas de esperanza; mi intuición decía claramente lo contrario. Al menos, el sospechoso de la última vez no volvió a aparecer por la escuela. Lo quieras o no, eso nos alivió a los 3 que estuvimos presentes durante las amenazas.
Cuando Helga se fue, reanudamos la partida, pero cuando mis contrincantes quisieron darse cuenta, gané plantando la última carta sobre la mesa y vaciando mis manos en el proceso.
Sonreí descaradamente.
Las estaciones avanzaron al mismo tiempo que nosotros, justo cuando entramos a quinto año de primaria. Seguros de confianza, Shino y yo forjamos una bonita relación donde solíamos salir para jugar videojuegos o relajarnos sentados en el mismo banco del parque mientras cada uno leía o escuchaba música.
La primera vez que lo invité a casa, él, atónito al contemplar el largo rascacielos donde vivía, me preguntó: —¿Eres rica o algo? —reí inmediatamente. No podía explicar que era la hijastra de un héroe profesional, así que me decanté por la idea de que Emma era un diseñador de alta fama en el mundo.
Por suerte, como Emma estaba muy ocupado, no solía pasar por casa. Las pocas veces que apareció delante de Shino podía contarlas con los dedos de una mano. Tampoco es que fuera muy difícil actuar junto al mago, solo necesitábamos improvisar nuestras líneas. En cuanto él entraba, le guiñaba el ojo disimuladamente para que me siguiera el juego: —Padre, por fin has vuelto, ¿qué tal ha ido el trabajo? ¿Han conseguido las tallas perfectas para el nuevo traje de Majestic? —así de pocos reservados que éramos delante del idiota de Shino, que no captaba las indirectas que nos lanzábamos el uno al otro.
Recordaba también la primera vez que me invitó a su casa durante ese año. La acogedora familia de Shino derrochaba humildad a mares en aquellos rostros esculpidos por grandes artistas. No dudaron ni un minuto en regalarme algo de dinero, que no necesitaba, pero insistían en querer que lo gastara en dulces para otra ocasión.
La madre y el padre de Shino se parecían mucho a él. Los dos eran rubios y de ojos dorados como el resplandor del sol, pero las facciones de su madre parecían no ser del todo japonesas. Tímida, probé a preguntar: —Disculpa, ¿de dónde es usted? —ella rió. tapándose la boca, y me tendió unas suaves palmadas en la cabeza, hasta responder:
—Soy de Noruega, querida.
Por otro lado, me di cuenta que, efectivamente, la familia de Shino también guardaba bastante dinero ya que en la casa se podían apreciar todo tipo de reliquias antiguas adornadas en cada esquina.
Al volver a exponer mis dudas, ellos argumentaron aclamando de los diversos viajes que llevaron a cabo por el mundo. De hecho, tenían pensado dejar a Shino al cuidado de su tío durante un largo viaje en el que recorrerían por Australia, y que les tomaría aproximadamente 4 meses. Me ofrecí a dejar que Shino se quedará con Emma y conmigo, pero ellos rechazaron la oferta como buenos padres y aludieron la necesidad de que Shino madurara cuanto antes para acompañarlos en alguna ocasión.
Reciclé la idea de seguir preguntando y aclaré la vista para ver más reliquias, hasta que fijé los ojos en una en particular. Pendiendo de una claraboya en la pared de la entrada, el artefacto tenía forma de un gigantesco guantelete de cobre oxidado, marrón y sucio, y en cada nudillo llevaba unas pequeñas piedras doradas que yacían tristemente apagadas.
Los dos adultos notaron la curiosidad que me asaltaba, y hablaron mientras admiraban la mejor pieza de toda su colección.
—El guante de Rakh. Se cuenta que el villano asesinó al clan de los Solari para conseguir las piedras incrustadas en sus frentes, y así canalizar la energía solar que estos podían guardar a placer. El villano fue detenido por un gran número de héroes, mientras que el guantelete fue devuelto a una familia de descendientes del clan Solari.
—¿Vosotros? —Ensanché los ojos al comprender la oración, aún absorta por la pasada belleza del guantelete. El hombre afirmó balanceando la cabeza de arriba a abajo, y acto seguido, retiró los flequillos de su frente para mostrar una gema dorada que brillaba tenuemente como un faro.
—Así es. Nuestros quirks están relaciones al Sol. Sé que Shino es muy perezoso, pero ya le habrás visto alguna vez usar el suyo, ¿verdad?. —Asentí, mintiendo. No vi a Shino usarlo directamente, pero sí que me llegó a contar que él podía reproducir una copia de luz, e intercambiarse con ella para desplazarse, Me preguntaba donde podía tener el la gema, ya que no era capaz de discernirla en la frente—. Es un orgullo ser parte de la historia. —Me devolvió una sonrisa de orgullo—. Mi padre me regaló el guantelete cuando me casé. Y, por consiguiente, yo personalmente se la entregaré a Shino el día de su boda.
Percibí al instante un ambiente tenso. Shino se largó de allí, y cuando lo alcancé más tarde y hablé con él para entender lo ocurrido, me confesó que se sentía más como una carga que como el milagroso artefacto que sus padres buscaban: Shino estaba resentido por el desentendimiento al que la pareja lo exponía de manera inocente. Todavía sin estar contento, siguió hablando del odio que crecía cada vez que ellos desaparecían durante meses y volvían prematuramente, esbozando sonrisas de felicidad ante nuevas adquisiciones.
Comprendiendo la soledad de Shino, y ante su atónita mirada de perplejidad, me acerqué para abrazarlo como su mejor amiga. Envueltos mutuamente, lloró en mi espalda como un bebe recién nacido, y ambos rememoramos las vivencias de dos almas en pena, como dos pájaros perdidos que se alejaron demasiado y no sabían volar de regreso al nido. Eso sí, jamás le conté de las visiones sobre el Abismo que contemplé hace años, o de la vez que vagué por las calles como una sucia estafadora. Mentí mordiendo la esquina derecha de mi labio inferior, aguantando las ganas de desatar el miedo.
Sería un secreto que cerraría bajo llave.
Como esos, muchos más eventos ocurrieron, pero fueron tan minúsculos e irrelevantes que casi no me trastocaron en nada, por lo que los ignoré como toda una campeona y seguí con lo mío, sin saber que algo se cocinaba a fuego lento entre las sombras, esperando para atacar en el momento oportuno.
Me encontraba leyendo en mi pupitre, esperando por retomar la clase de historia de Japón tras el largo patio. El director dijo que estaría ocupado ese día, así que elegí quedarme en el aula y esperar mientras rondaba los ojos por los textos de cada página del libro que compré la semana pasada: "Genji Monogatari". Una historia clásica de cientos de palabras en donde se relataba la vida del hijo de un emperador que deseaba moverse como plebeyo en plena época Heian, con el fin de participar en las guerras y conocer a sus convecinos, no obstante, también contaba durante varios capítulos las relaciones románticas que iba aconteciendo con pueblerinas. Decían que era un libro difícil, pero no lo vi como tal.
Ladeé las cejas cuando llegué a una línea extrañamente curiosa: son ciertamente tontos los que confían en la fortuna.
Bufé por lo alto, internamente indignada ante esa frase. Todo el mundo podía escoger el camino que prefería. Pero existían quienes tomaban el sendero de la suerte porque, o no tenían remedio, o el resto sería el de la muerte. Algunos ataban, mientras que otros eran atados. No era para nada justo comparar a todo el mundo como si fueran las mismas personas, cada gota de agua tenía su propia forma y pensamiento.
Pasé la hoja y leí las siguientes, hasta hallar una que me conmovió: es general, lo inexplicable nos atrae.
Formé una pequeña mueca melancólica en los labios. No evité sentirme identificada. Realmente las personas funcionamos como tal. Desde pequeña se fijaron en mí, aunque algunos lo hicieron para evitar cruzarse, pero eso no quitaba el hecho de que me enfrenté y escapé de muchos criminales durante un gran tiempo; gente interesada que quería usar la materia oscura para su propio beneficio, pues esta provenía de un quirk excesivamente mortífero e inusual en la sociedad.
Proseguí mi lectura por un breve rato, hasta que el timbre y los alumnos entraron al salón de clases acompañados de la señorita Helga, que balanceaba su cabello azul mientras hacía un recuento de todos los chicos con sus ojazos verde mar, como dos deslumbrantes piezas de jade. Cuando terminó de nombrar a cada uno de los chicos, tosió para aclararse la garganta y llamar la atención entre todos los gritos pertenecientes al jaleo que montaban los demás niños.
—Los exámenes de la semana pasada fueron bastante regulares. —Varios chicos ahogaron sus gritos por el miedo que les recorrió la espalda en un formato de sudor áspero y frío—. Por suerte, parece que el número de aprobados sigue siendo el mismo de siempre —ahora suspiraron con calma—, pero eso no significa que podréis libraros siempre. Más os vale ponernos las pilas para la próxima vez, o me veré obligada a suspender a alguien. —Rodó los ojos, observando a algunos chicos inquisitivamente, los cuales tragaron saliva por instinto.
Alguien suspiró amargamente.
—¿Qué más da? Total, el Abismo nos consumirá algún día de estos. —dejó escapar perezosamente el chico que se sentaba detrás de mí. Los ojos de todos se clavaron en él de inmediato —yo incluida—, asombrados ante la burrada que acababa de soltar así como sin más.
La profesora Helga lo escrutó mordazmente por un momento, y acto seguido, cambió el semblante para hablar con dulzura: —¿Por qué dices algo como eso? Es muy cruel y pesimista para un niño de tu edad el pensar de esa forma—. Cierto era que decir aquello en la sociedad japonesa era como confesar que acabarías con tu propia vida en algún futuro.
El chico cerró los ojos azules y, suspirando, se rascó el cabello púrpura medio caído.
—Bueno, escuché una teoría en internet... —murmuró, desviando los cristalinos ojos hacia el suelo mientras se cerraba de hombros. A este punto, los demás niños mirábamos al chico con una peculiar curiosidad.
¿De dónde podía haber sacado semejante tontería? Tanto los héroes como las variopintas empresas de todo el globo colaboraban firmemente para cortar los ataques y cerrar el portal en base a los estudios de los especímenes, ¿y a la gente no se le ocurría otra que ir por ahí pintándolo todo como el fin del mundo? Un mundo donde nada importaba ya.
—Estúpidos —chasqueé los labios lo suficientemente bajo como para no ser audible para el resto de personas.
La señorita Helga, aproximándose al chico, entonó lo más alto y claro posible:
—¿Estás diciendo que lo que alguien te dijo por una pantalla es lo que ocurrirá? ¿No prefieres creer lo que ves con tus propios ojos a lo que te cuenta un tarado? Es que hemos llegado hasta el punto donde las redes controlan nuestras mentes y la influencia de otros no nos permite pensar por nosotros mismos —El chico se hundió más en su asiento, avergonzado por la pura lógica de la profesora. Ella se giró hacia el resto del aula elevando el timbre de voz con obviedad—. Por favor, no caigáis ante estas tonterías y estad concentrados en vuestras tareas diarias. Y si un apocalipsis se desata, confiad en los héroes. Ellos nos salvarán ante cualquier situación. Creed en ello.
Ante la mudez de los alumnos, hubo ciertos que saltaron de los asientos para apoyar a su maestra.
—¡Tiene razón, profesora! —corroboró otro chico
—¡All Might derrotará al mal! —gritó una chica cercana a mí, levantando ambos brazos con entusiasmo—. Seguro que todo son pamplinas.
La ola de apoyó atacó al descolocado alumno, que hundió la cara en el pupitre con la asoladora vergüenza girando alrededor de él, quedando como el epicentro de la cobardía. Directamente, la profesora se cruzó de brazos y se volteó inclinando la espalda para acercar su cabeza a la del ruborizado chico, que no podía tragar tantas miradas fijas clavadas en él.
—¿Qué tienes que decir, Tamasu? —El chico se cruzó de brazos por encima de la cabeza, agobiado por la sobredosis de atención. Al cabo de unos segundos, la levantó y miró con unos ojos cristalizados a la profesora Helga.
—No lo sé... Ese streamer era muy convincente. —Bajó todavía más la mirada.
—Ah, con que un streamer... —La profesora enderezó la espalda para situarse recta—. Y dime, ¿cómo se llamaba ese tipo?
El chico se colocó mejor en su asiento, intentando no establecer contacto con ninguno de nosotros, como si evitara las perceptivas miradas de una jauría de hienas. Tras un lapso de dos segundos, susurró unas palabras que emblanquecieron mi débil tez nevada.
—Creo que se llamaba Malzahar, El Profeta.
Repentinamente, unas tuercas encajaron dentro de mí nada más escuchar dicho nombre, como si ya lo conociera con anterioridad. Los niños del salón rieron junto a la profesora tras la rotunda estupidez de creer en aquello, y retomaron la clase con total normalidad. Tentada por la curiosidad, agaché la cabeza mientras las mechas cortas de cabello ceniciento me tapaban la vista, y empecé a pensar en dónde demonios había escuchado aquel nombre que tanto me sonaba.
Un recuerdo lejano, muy lejano. Tan lejano que la voz de la mujer me susurraba con un timbre de voz mezclado con alerta y preocupación por la prematura desolación. Separé los labios y apreté los dientes cuando sentí una migraña crecer descaradamente dentro de mi cabeza. Por reflejo, me estiré de los blancos flequillos con irritación. Y, a medida que pensaba más en ello, la conexión con la fuente se amplificaba, hasta que quedó parcialmente abierta.
«El olvido te espera, ya está hecho». La voz lejana de aquel eco del pasado me chirrió en la frente desde la mente, causando en mí una desacorde agonía que no fui capaz de camuflar. Contra las cuerdas, me vi forzada a rechinar los dientes y endurecer los músculos.
Sin previo aviso, liberé una pizca de energía negativa que brotó como el humo de una hoguera hasta el techo del aula.
El chico que se sentaba detrás de mí lo notó el primero de todos.
—¡Señorita Helga, a Cynder le pasa algo! —Avisó, haciendo énfasis en el leve espasmo de mis gestos.
Junté los párpados cerrando los ojos, y fruncí el ceño cuando me esforcé en contener el encauzamiento de la fuente, pero solo conseguí provocar que la irritación aumentará gradualmente. Me arañé las sientes con la intención de arrancarme la cabeza, que escocia como un caldero de agua hirviendo. Esfuerzos vanos, solo empeoré el sufrimiento.
Dejé de escuchar los gritos de impresión de otros alumnos. Y aun así, noté como la profesora Helga me zarandeaba con preocupación.
De un momento para otro, el dolor incrementó exponencialmente hasta una nueva escala, la de un sufrimiento entremezclado con el odio y la angustia. Un dolor inimaginable para una niña de mi edad.
Aunque no fuera capaz de verme en esos momentos, sabía perfectamente que la marca de mi clavícula derecha brillaba con tanta intensidad como mis titilantes ojos púrpuras, y como el viento se mecía y arremolinaba como un ciclón. Los útiles y libretas de los alumnos volaron y se agitaron como si estuvieran surcando el ojo un temible huracán. Por otra parte, experimenté secarse la boca a un ritmo desenfrenado, para poco después, que esta me pidiera urgentemente rellenar esa sed.
Descontrol absoluto.
Repentinamente, todo cesó. La migraña, el descontrol, el viento, y los materiales de los estudiantes, que no demoraron en caer al suelo y causar un grave estruendo de alboroto.
Nada más abrir los ojos y dirigir detenidamente mi vista a todo el mundo, observé cómo sus ojos estaban dilatados por el miedo, quedando todos alejados a excepción de la profesora, que me rodeaba fuertemente entre sus brazos. MONSTRUO, me dijo el subconsciente. Una palabra que juraba haber oído cuando era más pequeña, puede que fuera en el momento de vagar por las calles. No lo sabía con exactitud.
Todo comenzó a dar vueltas y vueltas, provocando un nauseabundo mareo. Cuando quise darme cuenta, caí rendida al suelo. La oscuridad me tapó la vista, y perdí la conciencia en el acto.
➢ Con Helga Smith
La joven Helga Smith se desesperó al ver cómo la pequeña alumna que tanto quería se desplomaba de lado sobre el suelo. Para su buena fe, Cynder dejó de emitir aquella aura de muerte y desolación que puso la clase patas arriba, pero por el contrario, los alumnos que vieron todo el escenario se quedaron perplejos ante el incontrolable poder que guardaba Cynder para sí misma.
Helga la tomó en brazos de forma nupcial para llevarla cuanto antes a la enfermería; con el cuello de Cynder colgando y arqueado como la bella durmiente, dejando caer sin fuerza sus flácidos brazos. En las profundas ojeras se apreciaba como el desate de poder consumió gran parte de su energía en el proceso.
Inmediatamente, los alumnos salieron del agujero y se abalanzaron hacia enfrente para preguntarle a Helga sobre lo que le sucedió a Cynder. Con tal de evadir la lluvia de preguntas que inundó la clase, dio respuestas carentes o pobres de significado.
—El quirk de la joven Kannagi es muy poderoso. —Helga se rascó la cabeza, aferrándose más a Cynder para que no cayera de sus brazos—. Tanto que su cuerpo no puede contenerlo del todo si demuestra demasiadas emociones. Razón de más para mantenerse al margen por voluntad propia.
—Eso explica muchas cosas... —creyó el delegado de clase, ajustándose las gafas como un mandamás—. Supongo que tendremos que tenerlo en cuenta. De todas formas, no pensé que la levitación de objetos pudiera estar intrincada con sus emociones.
—Sí, es algo así... —susurró Helga, partiendo finalmente hacia la enfermería mientras el resto de niños se abrían para dejar el camino libre.
Un largo rato pasó desde el accidente. Helga la dejó durmiendo plácidamente en la enfermería, y retomó las clases. Mientras tanto, la enfermera Inari se encargaría de chequear a Cynder. Según tenía entendido, el padrastro de la niña vendría dentro de un rato para llevarla a descansar a su casa, lo cual era un alivio, considerando lo incómodo que fue responder las preguntas de cada uno de los alumnos que continuaron curioseando de forma impaciente.
El más afectado de todos fue Shino. Por primera vez, Helga lo vio atento y concentrado a las clases, prácticamente sin poder conciliar el sueño y cabecear como era costumbre en él. Eso la preocupó. El brillo en los ojos del chico parecía más opaco, débil, incluso inerte... Ella sabía que Shino se volvió un gran amigo de Cynder en los meses previos a quinto año, aún pese que ella no hablara demasiado, pero no se imaginaba que la atención entre ambos fuera tal como para cambiar tan drásticamente la personalidad del chico.
Un timbre exaltó a los alumnos cuando las clases terminaron, pues la hora de salir del cole al fin llamó a sus puertas. En grupos, cada cual se fue retirando hasta quedar la clase vacía al completo.
Apresuradamente, Helga organizó todos sus apuntes y recogió las hojas y fichas de alumnos dentro de la mochila, con la intención de terminar rápido e ir a ver a Cynder y a su padrastro. Obligada a leyes autoimpuestas por ella misma, debía disculparse al no saber reaccionar con mayor presteza y equilibrio. Por ende, nada más salir al pasillo hundió los pies en el suelo y se apresuró para llegar a tiempo.
Y así fue.
Entró a la sala, logrando ver al director sentado en una silla mientras hablaba con alguien en particular...
Las tradiciones de la familia de Helga eran severamente estrictas; según estas, ella estaba obligada a casarse con una persona de la alta sociedad. Pero ella nunca pensó en el noviazgo o el matrimonio. Se consideraba una persona asexual, véase, que no deseaba el placer de las relaciones sexuales con ninguna persona en todo el planeta. Y como símbolo de rebeldía, se tatuó en la espalda una paloma que extendía las alas para sentirse igual de libre y segura de sí misma.
A la ruina la desecharon, desheredada por su terquedad.
No obstante, cuando contempló tras las lentes negras del hombre unos penetrantes ojos dorados, esos mismos pensamientos se esfumaron de inmediato entre las nubes. En aquel instante, el carámbano de hielo que formó durante tantos años se derritió por el calor que emanaba el Sol representado en persona. Los ojos le oscilaron adquiriendo la forma de dos corazones verdes, y rápida como una bala se acercó a saludar al hombre. Tan distraída fue, que ni se percató de que la pobre Cynder yacía despierta y tumbada en la camilla, observando la situación con un aliciente interés.
—Veo que al fin llegar, señorita Helga —Higarashi Sota llamó la atención del hombre y la dirigió hacia ella, que se acercaba velozmente para quedar justo delante de ellos—. Este es Emma Kannagi, el padrastro de Cynder —presentó, dejando cabos sueltos para que ambos adultos pudieran verse con profundidad. El hombre ensanchó los ojos de la misma forma.
Helga irguió la espalda, más dedicada que nunca. Aquel hombre era verdaderamente una escultura griega; ojos brillantes, mandíbula cuadrada y perfilada por una perilla recortada, nariz ni muy larga ni muy pequeña, y vestía divinamente con ropas de buena tela. Quien quiera que fuera en realidad, Helga sabía que lo necesitaba en su vida de inmediato.
Coquetamente, le tendió la mano al hombre.
—Mi nombre es Helga Smith —apuntó, frunciendo los labios—, y como ya sabrá, soy la profesora de su hija.
El hombre respondió el apretón de forma educada.
—El mío es Emma Kannagi, el padrastro y tutor personal de Cynder —guiño el ojo con picardía. Un rubor momentáneo apareció en las mejillas de Helga, a lo que el director vio todo esto con perplejidad, como si no se creyera que en medio de una reunión pudieran suceder tales gestos. Pero lo que de verdad lo remató, fue escuchar lo siguiente con sus propios oídos—. Encantado de conocerla, había escuchado hablar mucho de ti.
El director levantó la ceja, todavía sin creerse que el señor Kannagi se atreviera a tirarle los tejos a una de sus trabajadoras, mientras que la propia Helga rodó los ojos con un sólido rubor que dibujaba la vergüenza que sentía internamente.
Sin embargo, antes de que la situación se acrecentara, Kannagi tosió y agitó las manos en negación. Una posible coloración roja apareció también en él.
—Ósea, no me malinterprete. ¡No es como si yo hubiera preguntado por usted! ¡Simplemente tenía curiosidad de cómo era la profesora de mi pupila!
—Lo sé, tranquilo. —Helga rió sonoramente—. A decir verdad, no eres el primer padre soltero que me dice eso.
Emma colocó un rostro de decepción.
—Oh, entiendo... —Sin mayor preámbulo, el padrastro reanudó la chispa avivando la llama del padre que tenía dentro, y preguntó con exaltación: —¡Y por cierto, ¿qué sucedió entonces?! ¡¿Cynder atacó o hirió a alguien por accidente?!
El director se reclinó sobre la silla, dejando que esta chirriaba.
—No te preocupes, señor Kannagi. Nadie salió herido. —respondió tranquilamente tras las abultadas mechas de su barba—. Eso sí, debe de andar con más cuidado y vigilar mejor el comportamiento que Cynder tenga en casa. No sabemos que la llevó a alterarse, pero tal vez deberíamos de preguntarle.
—Entiendo... —suspiró hondo, visiblemente aliviado, y agachando la cabeza con firmeza—. En fin, siento mucho si les ha causado problemas. Es algo difícil reunirme con ella por culpa del repentino cambio en mi trabajo, así que la dejé entrenando a sus andanzas, pensando que todo iría bien. No volverá a pasar, lo juró.
El director soltó una carcajada, alzando la mano para pedirle que dejara de disculparse.
—No te preocupes. Son cosas que pasan —comentó, enderezando la espalda para levantarse del asiento donde se encontraba sentado—. Y ahora, ¿qué tal si la joven Cynder nos cuenta un poco lo que sintió desde su perspectiva? —Ante dichas palabras, todos los adultos voltearon sus rostros para escrutar a Cynder, que yacía despierta y mareada sobre la camilla, sin poder conciliar el sueño.
Ella devolvió la mirada y asintió mordazmente.
—Bueno... No sé cómo decirlo —silbó tiernamente, paralizada del mareo. Mordió sus labios, arrepentida por sus actos—- No sé.
Helga avanzó hasta sentarse sobre el borde de la camilla. A continuación, le acarició las mejillas y el moflete con las yemas de los dedos, tal y como una madre haría con su hija, y susurró por lo bajo: —No tengas miedo de contarlo. Para eso estamos aquí.
Cynder, que seguía observando incrédula a su profesora de clase, contrajo los rasgos faciales, y tapó su cara con ambas manos para comenzar a llorar desconsoladamente como la niña pequeña que era. En cambio, Helga tumbó el cuerpo para rodear con ambos brazos a la niña y así abrazarla en un gesto de amor fraternal.
Amaba mucho a esta chica. Como la hija que nunca se dignó a tener.
Un rato pasó hasta que Cynder calmó sus penas, mientras su profesora la consolaba, y para sorpresa de todos ellos, ella no emitió ni un ápice de aura oscura en todo ese tiempo. Parecía que esas sesiones de entrenamiento en solitario que el señor Kannagi comentó surtieron algún efecto positivo, que la joven lo dominaría con sumo control en el futuro.
Una vez todo terminó, Cynder despejó las lágrimas de su cara, y habló entre los sollozos que intentaba acallar.
—Sí —respiró, buscando la tranquilidad, rodeada en un círculo aglomerado por los 3 únicos adultos de la habitación. Parpadeó por un segundo y prosiguió—. No estoy muy segura, lo único... —Se agarró el hombro derecho con el brazo izquierdo—. Durante el patio leí el libro del Genji, pero cuando retomamos las clases y comenzaron a hablar sobre el Abismo, sentí como si un vacío hiciera hueco en mí. —Bajó la cabeza, desviando los ojos al suelo con un ceño afligido. Helga notó como Cynder perdió el brillo en ellos después del pequeño incidente.
—¿Vacío? —Emma se removió de forma inquieta—. ¿A qué te refieres? —inquirió, ladeando la ceja y con algo de sudor cayéndole por las calvas sienes.
Cynder tomó una pequeña pausa.
—No sé cómo explicarlo. Pero todo empeoró cuando escuché el nombre de ese streamer. El de... —Un gélido y paralizante silencio la interrumpió brevemente—. Malzahar. —Tragó saliva. Los 3 adultos alternaron miradas entre ellos, con profundas sospechas saliendo de los caparazones.
—¿Temes a ese hombre, o a su nombre? —interrogó el director. La niña, confundida, balanceo la cabeza en negación.
—No lo sé... No lo sé... —Perdió las fuerzas en las oraciones—. Solo... no sé —Apenada, cerró los ojos y suspiró de los nervios. Helga le frotó la espalda para transmitir sus buenos pesares. Inocentemente, la chica los abrió de nuevo, dejando salir el opaco color púrpura de estos. Apretó las manos, revueltas por rabia—. Siento que lo escuché en alguna parte, pero no puedo recordarlo. Y no es pena o tristeza lo que siento. Es doloroso. El dolor de un vacío que se abre en mí y que no puedo remediar. Un dolor que me grita: "¡Haz memoria!" ¡Pero da igual cuánto lo intenté, no puedo hacer eso!
—Pues déjalo fluir —propuso Emma, sin torcer su expresión bonachona.
—¿Qué? —Cynder ensanchó los ojos, catatónica ante la rara sugerencia. El resto no fue menos, que lo observaban con desaprobación.
—Espera, ¿en serio ese es tu consejo? —cuestionó Helga, intercalando miradas con el director y Cynder.
Con una de sus clásicas sonrisas bonachonas, Emma chasqueó los dientes frunciendo los labios, y levantó el dedo índice para acallar las dudas de los presentes.
—Exacto, si no puede recordarlo, pues que así sea —aclaró descaradamente—. Provocar la mente podría traerle heridas fatales. Lo mejor que puede hacer para deshacerse de este problema es buscar distracciones que la hagan ignorar dichas cuestiones personales. —Tornó a un semblante serio—. Eso sí, funcionará por el momento, pero más adelante tendremos que hacer algo al respecto. Quizás deba buscar a alguien que pueda restaurar recuerdos o curar la amnesia.
Los presentes asintieron, menos Cynder, que bostezó del cansancio repentinamente. Emma vio a través del gesto antes que nadie.
—Creo que va siendo hora de ir a casa —avisó Emma—. Debes estar cansada por verter tus emociones, ¿verdad? —Cynder asintió perezosamente, dándole el visto bueno a su padrastro—. Está bien, si me disculpan, nos iremos ahora. Muchas gracias por contarme todo esto, señorita Helga y director Sota. De veras que les estoy muy agradecido. —Los encargados del centro lo consintieron.
—No hay de que, ese es nuestro trabajo después de todo —contestó Helga, levantándose de la camilla y apoyando una mano sobre el hombro de Emma—. Nos vemos otro día, señor Kannagi —susurró esto último en la oreja del hombre. Antes de que Emma tuviera tiempo a responder, el director los interrumpió tosiendo gravemente por lo alto.
—Un placer, señor Kannagi. Y hasta otra.
Tras un apretón de manos, los adultos se despidieron con formalidad. Emma tomó a Cynder de forma nupcial para llevarla medio dormida y acurrucada sobre su pecho, y salió por la entrada principal ante los cautivadores ojos de Helga, que emitían desde cierta distancia la aprobación para tener una cita con aquel hombre en alguna ocasión. El hombre sonrió anticipadamente, y desapareció sin dejar rastro aparente.
Por la gracia de los dioses de la fortuna, Helga se libró de ser reprendida por el director. El coqueteó indirecto sobró, pero no imposibilito la charla.
Ese día, Helga descubrió su nueva afición.
➢ Mientras tanto, En otro lugar
Un búho ululó a altas horas de la tarde, regalando suerte y protección a dos canallas que se lo merecían. Como sombras, ambas siluetas se fundieron en una sola para pasar desapercibidos y llegar hasta el objetivo de captura. Reptaron las paredes como zarigüeyas, zigzaguearon entre recovecos como ratas, y se deslizaron por el suelo como serpientes.
El día era cálido, pero no en exceso. Aquello les otorgó un pequeño inconveniente que sortearon sin problemas. A menudo, solían preferir que las personas los rastrearán directamente para marcar territorio, para decir que no tenían derecho a quejarse. Sin embargo, durante la misión que se encomendaron a ellos mismos ignorando las órdenes del Círculo Escarlata, se vieron obligados a cambiar esa actitud por la necesidad de que nadie debía saber en donde se alojaban.
Cuando creían que todo estaba bajo control, ascendieron firmemente por la pared y saltaron para acabar en el tejado, despojados de la capa azabache en la que se fusionaron.
Vlad, que era un gran fan de la ropa macabra y de temática oscura, lo celebró enormemente cuando el jefe le regaló la chaqueta de cuero de motorista. No obstante, no soportaba el sabor de la muerte en primera persona. Por eso, escupió saliva sacando la lengua mientras esbozaba una mueca de disconformidad.
—Buah, ¡que asco! —Se limpió la boca con la manga de la chaqueta de cuero—. ¡No vuelvas a hacer eso, por el amor de dios! —dijo claramente enojando al girarse fugazmente hacia su compañero.
El hombre que esperaba allí detrás, no tenía una forma o un rostro descriptible. Su cuerpo consistía en virutas azabaches que se conjuntaron para convocar una especie de masa de lodo. Estas se entrelazaron en el suelo, formando una mueca de indignación ante el insulto, y sacando unos grandes ojos ambarinos.
—Tal vez si hicieras caso y no abrieras la boca cuando nos desplazamos. —Se movieron los labios pertenecientes a la masa, soltando aquello con total descaro.
Vlad apretó los nudillos y asesinó con los electrizantes ojos a su compañero de equipo.
—Lo que tú digas, Kizane. Pero no olvides que quien manda aquí soy yo, y en consecuencia, puedo hacer de ti grumos cuando quiera. ¿Entendido? —Señaló, pero la boca del suelo se removió entre risas.
—Entendido, "jefecito". —Abrió la herida intencionadamente, creando dos manos falsas que resaltaron las comillas en su tono de voz—. Como sea, ¿dónde está la casa de este hombre?
Vlad carraspeó los dientes, hasta las narices. Le dejamos un tiempo, fue lo que dijeron los altos líderes de la organización, será más fácil exprimir cuando vuelva a cosechar sus frutos, añadieron perezosamente. Pero para personas como Vlad, esas palabras no significaban nada en absoluto. No podían simplemente darle chances de salir triunfante, pues el hombre al que perseguían podría perfectamente ir y explicarles la situación a los héroes. En cambio, ellos se quedarían quietos como habichuelas, esperando a nada en concreto. ¿Para qué demonios le pidieron tan específicamente que parara de sonsacarle dinero? Esas acciones los mandaría a la ruina antes de ser capaces de moverse siquiera.
Entornando los gélidos ojos celestes hacía los tejados, vio en dirección a la vivienda de Higarashi Sota, el director de Nonotsume. Un sección de bloques de apartamentos, apilados unos encima de otros, que conformaban una estructura en la que las escalas aumentaban a medida que los miraban con mayor profundidad. Rodeado de cristales y compuesto por hormigón de color lavanda, Vlad identificó en seguida el balcón que andaban buscando. rebosante de plantas verdes y rojas. A pesar de que las luces de las ventanas no fueran distinguibles a plena luz de la tarde, él ya había estado en el apartamento del director, así que no le surtía problema alguno a la hora de localizarlo.
Receloso, Vlad estiró la mano hacia su compañero, y este se dirigió a él en un gesto de diversión, combinándolos ambos en una perpetua masa de oscuridad que se precipitó hasta el apartamento a través de los cables de tensión, que se esculpían en las aceras para recorrer la calle entera. Por suerte, cuando pasaron por dichas redes, no se electrocutaron debido a que el cuerpo de Kizane estaba compuesto al 70% de residuos no combustibles que servían para bloquear la corriente en él.
Habiendo pasado el lugar sin ser detectados, ambos bajaron hasta la planta en cuestión, y una vez la masa rozó el suelo, Vlad emergió de ella tosiendo gravemente como un animal. Se quejó por lo bajo mientras sostenía el cuerpo sobre las barandillas del balcón para aguantar las náuseas atracadas en la garganta, en consecuencia, Kizane deformó su forma para crear una bobalicona sonrisa en el suelo.
—¿De nuevo? —mofó Kizane por segunda vez.
Vlad chasqueó los labios y se dio la vuelta, observando de cerca la entrada al apartamento desde el balcón, ahora al alcancé de sus manos. Tan sencillo y cruel a la vez. Levantó las comisuras de los labios y se apresuró a entrar ordenando a Kizane filtrarse y converger el cuerpo a través de los indivisibles huecos del marco de la puerta. Este acató las órdenes y atravesó la estancia, y desde adentro, empujó levemente el pomo para no causar ruido.
Ahora sí, la fase cúspide de la operación daba inicio.
Pisando cuidadosamente, los dos criminales investigaron la casa mientras esperaban por el presunto residente de la misma. En ese tiempo, rebuscaron entre cajones y armarios toda la ropa o informes que el hombre guardaba por seguridad o comodidad.
El plan original consistía en matar, secuestrar, o amenazar a Higarashi Sota o alguno de sus estudiantes de primera categoría. Aunque fuera un hombre que estaba entrando en una mala racha económica, la media de la escuela era bastante alta, al menos eso es lo que ponía en algunas libretas. Que fácil era trabajar como ladrón robando información cuando las víctimas provenían de Japón; aquella gente seguía estancada en el viejo papel y la tinta a la hora de guardar bases de datos o documentaciones personales.
Al cabo de un rato, acabaron hartos de que nada fuera destacable o importante. No había más que cifras ridículas o sin significado, carentes de valor y endebles. Inútiles para sobornos. Por ende, Kizane propuso secuestrar y destripar al director para ganar dinero vendiendo sus órganos. Vlad aceptó en un principio, pero no se dio por vencido en la búsqueda de valiosos tesoros ocultos en las entrañas de un senil anciano.
Extrayendo el polvo de los cajones de la oficina, al fin Vlad logró sonsacar algo tras rebuscar durante casi 2 horas en el apartamento. Tomando el objeto entre ambas manos, Vlad alzó un cuaderno de gama azul sutilmente cuidado. En plena carátula, contenía unas palabras escritas de forma sutil con tinta añil: Diario de un ex-artista.
Una sonrisa pícara apareció en el rostro del criminal, totalmente entusiasmado ante el objeto sostenía delante de él. Dibujando un semblante macabro, fue directo hasta el salón de estar. Kisame aguardaba echado sobre las mantas verdes del sofá, como si estuviera en su propia casa, y esperando por el director para matarlo personalmente. Vlad, llevándose las manos a la boca, silbó para atraer la atención de su compañero de equipo. Acto seguido, el charco de fango arrastró las palabras para callarlo rápidamente y que nadie los escuchara por el ruido que andaban generando.
—¿Es que te has vuelto loco? ¿Qué pasa si alguien se da cuenta de que estamos aquí y llaman a la policía? O peor, a los héroes... —advirtió, alarmado. No obstante, Vlad rió con fuerza y le mostró lo que encontró escondido en la oficina.
—¡Tachan! Un diario secreto —leyó, señalando con el dedo índice el título de la libreta—. Aquí seguro que encontraré lo que buscamos. —Miró a las manillas de un reloj que pendía de la pared, asegurándose que todavía tenían tiempo hasta que el director llegara al apartamento—. Nos sobra una hora en total. Yo creo que hay tiempo más que de sobra para encontrar lo que buscamos y maquinamos un plan mucho mejor que este.
—Haz lo que quieras... Pero yo no pienso moverme de aquí —Kizane acomodo su cuerpo de tinta azabache entre la mesa y el sofá, quedando sobre la alfombra de terciopelo verde—. Avísame en caso de que encuentres algo interesante...
Asintiendo, Vlad separó las solapas del diario y se sentó con brusquedad sobre el sofá, permitiendo que las telas que bordeaban el asiento se estiraran mordazmente. Audaz y perspicaz, el hombre revisó cada una de las páginas que eran escritas con vagas descripciones del día a día del hombre. Hasta que, hartó de tantas cursilerías, el criminal habló con regocijo: —De todas formas; ¿quién gastaría su tiempo en escribir cosas que nadie leerá jamás? Es patético, lo veas por donde lo "leas".
—Vlad, tú lo estás haciendo ahora mismo... —profirió Kizane, apuntando duramente desde la alfombra.
—No es lo mismo, Kizane. Solo lo reviso por encima. —Lamió uno de sus dedos para pasar de página sin ser cortado por los agudos bordes de las esquinas.
—Es prácticamente lo mismo —insistió él.
—Y es por eso que tú no tienes amigos —devolvió la pulla con el doble de fuerza. La masa le dio la espalda.
—Eso es pasarse, tío. —Removió su compuesto para crear dos brazos que se convulsionaron hasta cruzarse, como si hiciera una rabieta infantil.
—Como sea...
Prosiguió leyendo durante un corto rato, hasta que al fin encontró un indicio de sumo interés—. Cynder... Con que una niña genio que se parece a su hija —Murmuró—. ¿Ves? —Acentuó la interrogante—. Te dije que estaría chupado. Ya tenemos un nombre por el que empezar.
—¿Qué has descubierto? —ronroneó desde la mesa, despertando de su ensimismamiento. Vlad esbozó una mueca de diversión mientras cerraba la solapa del libro con una sola mano.
—Una idea maravillosa —dijo pensando en toda la elaboración del mismo—. Según los apuntes que he encontrado hace rato, los estudiantes de cuarto, quinto, y sexto año tendrán una excursión dentro de 2 semanas. Se lo comunicaremos al jefe, él nos dirá si le parece bien interrumpir dicho viaje para divertirnos un poco con esos niños. —El hombre fango evocó un interrumpido silencio, hasta que se revolvió en alegría.
—Es una idea maravillosa... —concordó él.
De forma silenciosa, los dos criminales ordenaron la chapuza que armaron previamente para dejar las cosas tal y como estaban antes. Poco después, se juntaron en un mismo ser para abalanzarse por el balcón y disolverse en la oscuridad como una sombra que acechaba durante el manto del anochecer. Embriagados por el éxito, desaparecieron y regresaron con la intención de informar al resto de miembros del Círculo Escarlata.
En un principio idearon matar a Higarashi Sota; pero sus planes cambiaron rotundamente de rumbo.
Las ruedas del destino giraron una vez más, arraigando un alma en pena a un destino cruel y sin precedentes. Una terrible tragedia profetizada tiempo atrás.
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7800 palabras.
En el siguiente capitulo, ocurrirá el evento que cambiara la vida de Cynder completamente.
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