🌌| 5➥ ᴀʟ ᴍᴀʀɢᴇɴ ᴅᴇ ʟᴀ ᴄᴏʀʀᴜᴘᴄɪÓɴ
Apéndice: Las cartas que vemos arriba pertenecen a Twisted Fate, y son las mismas que Mr. Compress regala a Syndra cuando vagaba por las calles. Las versiones alternativas comienzan a influir en el fic de forma más importante desde este punto en adelante.
➢ Con All Might, Prefectura de Kioto, Maizuru
El viento fluía limpio y al compás de la luz de la Luna y de las estrellas que se reflejaban con claridad sobre el espejo del mar. Una noche oscura y relajada a simple vista, pero también traicionera en aquellas costas abundantes de pueblos urbanos.
Bien podría tratarse de algo grave, o no. Nada importaba más en el trabajo de un héroe que salvar las vidas de los civiles, y eso era algo que muy pocos lo grababan a fuego lento en sus mentes. A pesar de todo, siempre había quienes luchaban por seguir y establecer un orden correcto en la sociedad, ser un mártir no significaba nada en comparación a rescatar a los inocentes que ardían entre las peligrosas brasas de las llamas de los provocados incendios. Y, entre aquellos valientes que se lanzaban a salvar sin pensárselo dos veces, All Might encabezaba la lista como el mejor de todos.
Durante una parte de su vida, All Might jamás pensó que llegaría tan lejos. Ocurrió después de conocer a Nana, su maestra, la cual le concedió aquel fabuloso poder para extirpar las raíces del mal que habitaba en los corazones de los criminales: el One For All. Dicho poder consistía en una energía que iba acumulándose poco a poco tras pasar de un portador a otro, sucediendo en cada generación como una antorcha olímpica. De esa forma, él se convirtió en el octavo elegido y, por ende, en el más fuerte hasta la fecha. Tanto fue así, que se elevó por encima del resto de héroes en muy poco tiempo, hasta volverse el Símbolo de la Paz y una celebridad andante por todo el globo.
Desgraciadamente, las cosas no eran tan bonitas vistas desde otro lado. Cuando era joven, las verdades le habían llegado volando a trompicones, como avispas disfrazadas de abejas. Y cuando descubrió el cruel futuro de los usuarios del One For All, en vez de rechazar su propio destino, decidió pronosticar un día soleado para toda la Tierra. Luchó contra tantas bestias furiosas hasta perder la cuenta de a cuantas derrotó. No obstante, una de ellas se lo arrebató todo: All For One, un tirano que actuaba en las sombras con el pretexto de verse a sí mismo como el líder supremo del mal. Nana falleció, sucumbiendo ante el poder de aquel tirano, no sin antes brindarle una señal de esperanza que All Might utilizaría más adelante para batir al villano en un duelo sin precedentes. Aquel sacrificio le dio la fuerza para mantener una ancha sonrisa que sería vista como un emblema internacional: el poder de la justicia que siempre vence al crimen.
Con esa fuerza mental, se enfrentó muchos años después a él por segunda vez. Entonces, venció, acabando y extirpando la semilla del mal de la sociedad. O al menos eso era lo que él creía.
En el proceso, la batalla fue tan dura y difícil que parte de su estómago recibió una vasta úlcera. Aquello le restó tiempo de vida y debilitó su control del One For All hasta el grado de ser reducido a un quirk de uso temporal. La necesidad de un sucesor se hizo inminente ante el poco tiempo de vida que le quedaba, y que se reducía con el pasar de los días.
Y años más tarde, allí se encontraba Toshinori Yagi. Saltando como un conejo sobre el extenso cielo bañado en azul cobalto.
Toshinori repitió la jugada; cargó el impulso del OFA para saltar hacía el cielo a máxima potencia, sintiendo el viento vibrar y mecer sus largos mechones dorados, como un ave batiendo las alas.
Al caer, llegó hasta la playa de arena dorada perteneciente a la localidad de Maizuru. Un lugar fantástico, con hermosas vistas desde la cima del borrascoso acantilado que se situaba a 60 metros por encima del nivel del mar.
Revisó el área fugazmente, examinando con ambos ojos celestes la anomalía de la cual les advirtieron desde el Comité de Héroes de Japón. Al igual que él, una gran parte de los héroes saltaron para dirigirse en dirección a la costa del accidente cuanto antes fuera posible. No obstante, ¿de qué accidente hablaban? Parecía que todo estaba en orden.
No se imaginaba ni por asomo las atrocidades que sucederían en aquella playa durante esa misma noche, una lucha por defender el pueblo de Maizuru de lo inimaginable.
Toshinori rascó su cabeza con exalto, sintiéndose profundamente nervioso por dentro. Aunque no lo viera, sus instintos le susurraban sobre el mal estado del ambiente. Unas maldiciones impresentables en un idioma desconocido para él. En consecuencia, el vaho se mezcló tras cada pequeña exhalación por culpa de la tensión que endureció cada uno de sus abultados músculos
Repentinamente, el comunicador de su oreja derecha sonó en tono de alarma. Llevó la mano a la cabeza para abrir la llamada compartida con la central de policía que le comunicó anteriormente la noticia.
—Diga, central; ¿ocurre algo? —transmitió, siendo recibido por los agentes que esperaban ansiosos las noticias al otro lado de la red.
—¡All Might! —exclamó la voz de Naomasa Tsukauchi—. ¡Debes salir cuanto antes de allí y evacuar la zona de inmediato!
—¿Uh? ¿Por qué dice eso? —preguntó, torciendo la comisura de los labios hacia abajo ante la duda. Como All Might, era sumamente poderoso, una fuerza a tener en cuenta por todo el país. ¿Qué tan mala o desconocida sería la situación si le ordenaban una retirada rápida?
—El mar... —Los murmullos nerviosos de otros agentes se mezclaron con la voz de Tsukauchi. Al cabo de unos segundos, la llamada fue interrumpida por raras interferencias que disolvieron el volumen. Sin embargo, hubo un breve lapso donde logró entender las últimas palabras de su amigo, el detective—. La grieta se abre. —A partir de ahí, perdió la conexión sin todavía haber salido de la llamada.
Los cabellos de Toshinori se erizaron y, apresuradamente, dirigió los ojos hacía el reflejo de la pálida Luna en el mar. Los acontecimientos rompieron la crisálida.
La espuma del mar desapareció de las olas, como si una corriente las devolviera al océano. La textura del agua se contrajo, como si pidiera vomitar los productos más insanos arrojados por los seres humanos, y, en cuestión de segundos, una gran ola se formó prácticamente de la nada. Toshinori dio un gran traspiés para evitarla de milagro cuando ésta estalló enfrente suyo. Y como medida de seguridad, activó una pose de guardia mientras se preparaba para luchar con lo que sea que estuviera a punto de salir del agua. Si no erraba, los refuerzos llegarían en cuestión de minutos, así que tal vez podría aguantar un rato sin ayuda de nadie.
Unos temblores hicieron rechinar la marea, removiendo la arena hacia las profundidades. El héroe tuvo que hundir los píes para aferrarse al suelo y no tropezar. Aun así, las pocas nubes del cielo comenzaron a carraspear recubiertas por la furia del mar, como si rogaran al mundo que el dolor parara cuanto antes, fuera del alcance físico de Toshinori.
Las cosas se estaban saliendo de control, tal vez Tsukauchi le advirtió de algún quirk de tipo emisión en el clima...
Al fin, el espectáculo dio inició.
El mar, que abandonó la calma en impaciencia, fue abierto de par en par como una vez Moisés predicó, creando una pasarela lineal hecha por muros abisales que apartaban el agua a los lados. Poco a poco la tierra también se hundió llevándose a la fauna marina por delante, con la oscuridad siendo sustituida por una espesa niebla negra y púrpura, que brotaba como una infección desde la grieta sin final en el árido mar.
Lo siguiente parecería sacado de un cuento de terror.
—¡All Might! —llamó Tsukauchi sorpresivamente, en estado de alerta—. ¡Has recuperado la cobertura! ¿Qué puedes ver?
No obstante, Toshinori jamás le entregó una primera respuesta real sobre el asunto.
—Madre del amor hermoso... —lamentó en alto, siendo exaltado por la impresión del bizarro paisaje que acontecía delante de él—. ¿Qué sucede en el mundo? ¿Qué demonios es todo esto? —En poco tiempo, torció la sonrisa hasta aparentar un profundo miedo interno parecido al de sus pasadas batallas contra All For One.
Atónito, sus párpados se agrandaron el doble, pues delante de él se dibujó una pesadilla andante salida del mismísimo infierno. El incidente se repitió.
➢ Con Syndra, Al día siguiente, En Musutafu
Me situé en el pupitre para atender a la profesora Smith. Ya habían pasado algunas semanas desde que llegué a la clase de cuarto año, tiempo en el que alcancé rápidamente el resto, como una fugaz bala que rozaba la piel de su objetivo para advertirle de un peligro inminente. Tiempo donde no entablé demasiadas amistades con mis nuevos compañeros, a excepción de Shino Hikari, el cual era simplemente demasiado bobalicón como para no encariñarse con él.
Durante los descansos, aprovechaba para ir a la oficina del director, y si le pillaba en un buen momento, jugábamos a las cartas o al ajedrez. Poco era decir que de las 100 partidas que contábamos echadas, 50 victorias me pertenecían. En realidad, nunca jugué ni una partida limpiamente. Siempre buscaba de reojo algún reflejo o reacción que delatara de cuáles se trataban las cartas que Higarashi Sota tenía. Por eso, lo normal era que acabáramos de forma igualada.
Pero eso no solo fue solo lo único en que mejoré, también seguí siendo instruida por Emma en el manejo de las emociones que alteraban el entorno a placer; tanto en la precisión como en la concentración de rabia acumulada. Sin lugar a dudas, Emma era un ángel. Algo ligón y desesperado por encontrar pareja, pero un ángel, al fin y al cabo.
Sintiéndome feliz al por fin poder avanzar después de tantas incontables desgracias, centré la vista en el lápiz y el cuaderno que llevaba en manos, apretándolos con la intención de preparar los siguientes ejercicios antes de que la profesora Smith apareciera por la puerta. A mi lado, Shino replicaba a un lirón en invierno: durmiendo sin pretensión ajena, y regocijándose de sus buenos sueños.
Clavé una mirada gélida en él, pero ni siquiera la presión de un cazador fue suficiente como para hacer merma en su escudo. Tras lanzar un hondo suspiró, me apresuré a interrumpir los dulces sueños del bello durmiente agitando su hombro. Somnoliento, bostezó exageradamente, y, mientras se frotaba las ojeras, me devolvió el gesto con júbilo y recelo.
—¿Eh? ¿Por qué me despiertas? Si todavía no es la hora.
—¿No pensarás en serio qué te pasaré las respuestas de todos los trabajos? —interrogué, frunciendo las cejas inquisitivamente. El chico tragó saliva, y procedió a negarse utilizando ambos brazos como si empujara el aire de enfrente suyo.
—¡No, no, no! Ni mucho menos. —Rascó su cabeza de forma intranquila, desviando los ojos hacía la ventana por la que entraba la luz a mi espalda—. Aunque, ahora que lo dices... Si que necesito algo de ayuda.
Me palmeé la frente, desesperada y agotada por la actitud tan cargante de mi compañero.
—¿Por qué no puedes concentrarte por un solo día? —arrastré las palabras, mordiéndome los labios mientras me sentaba de vuelta en mi pupitre. Shino rió ante la idea.
—Buen chiste, princesa. Pero yo soy de esos que buscan atajos.
Hice un mohín, harta de su conducta y rodé los ojos hacia la ventana para ver a los árboles de cerezo que había plantados afuera. Sí, así era hablar con un chico tan narcisista e incrédulo como Shino Hikari. El de cabello azafrán no demoraba en tirar pullas en caso de que intentarán herir el poco orgullo que le quedaba. Al menos me divertía escuchar dichas idioteces porque me permitía descentrar un poco la atención del entrenamiento mental que Emma quería que siguiera con fervor. Lo que sí es verdad, es que ninguno de los dos salíamos a jugar con el resto de la clase, ni siquiera tras las horas lectivas. A mí no me causaba interés porque prefería tener un enfrentamiento contra el director Sota, en cambio, Shino simplemente aborrecía todo lo que le rodeaba: al grado que hasta los profesores les resultaba difícil establecer comunicación con él.
Sonreí disimuladamente, observando de reojo al chico que cabeceaba intentando conciliar el sueño antes de que la clase diera inicio.
Repentinamente las puertas fueron abiertas, silenciando tanto los gritos como los aviones de papel que volaban por el aula. Cuando todos se sentaron en sus respectivos asientos, la profesora entró.
—Hola clase, ¿cómo les fue ayer? —llamó Helga Smith, avanzando firmemente hasta el escritorio del profesor. Sin mayor dilación, sacó varios pares de hojas, y los ajustó como uno solo golpeando sus bordes inferiores contra la mesa. A continuación, tosió para aclararse la garganta, y prosiguió—. Parece que todos estáis muy calladitos... Qué raro... —suspiró—. En fin, hoy tengo buenas noticias para todos vosotros.
Como si una bomba cayera en medio de la clase, los aullidos de los niños volvieron a resonar por toda el aula, soltando preguntas que flotaban en el aire como;
—¡¿Vendrá algún héroe a enseñarnos algo?!
—¿Nos dejaran usar nuestros quirk en gimnasia?
—¿Viajaremos a un isekai?
Helga negó, balanceando tanto la cabeza como el dedo índice levantado frente de ella. Marcando una sonrisa diabólica ante las caras desorbitadas de varios niños, mostró los papeles que organizó con anterioridad en la mesa, y ordenó: —Examen sorpresa, querida clase. —Ladeó la cabeza hacia un lado, como hacían las muñecas en las películas de terror. El silencio sepulcral que floreció demoró unos segundos en ser sustituido por una ola de nervios e impaciencia.
—¡¿Qué?! —exclamaron todos, causando que una pequeña risa escapara de mí. Más que nada, al ver como Shino no prestaba atención entre todo el caos que se armó, pues este reposaba la cabeza sobre la mesa.
Finalmente, el chico fue despertado de la misma forma que la primera vez que llegué al instituto, para que poco después realizáramos el examen. No resultó nada difícil, al menos no me pareció complicado. Claro, estar días repasando el temario básico para poder acercarme al resto de alumnos quizá me daba algo de ventaja sobre los temas que los otros niños olvidaban fácilmente. Sobre todo por mi mente aguda. Por ende, no tardé más de medio hora en rellenar cada hueco de las preguntas y entregar el examen. Los alumnos me lanzaron miradas atónitas, no obstante, continué mostrando una expresión relajada y serena, sin querer encauzar emoción alguna al recibir admiración o envidia por parte de ellos.
Un largo rato pasó, aproveché para repasar otros apuntes relativos a los quirks, información interesante que no entendía antes, y que perdí durante esos años en los que estuve desaparecida por los barrios bajos de Japón, en busca de sobrevivir al hambre que me inflamaba la garganta.
Y así, la hora del descanso llegó. Hora en la que tenía pensado dirigirme hacia la sala del director para retarlo a una partida de comemierda —un juego de descartar cartas— y ganar triunfalmente. Pero, antes de que pudiera siquiera levantarme de la silla, mis orejas captaron una conversación ajena que me llamó sutilmente la atención, hasta el punto en que giré la cabeza para ver de reojo a dos compañeras de clase que esperaban en la puerta.
—¿Escucharon las noticias de anoche? —murmuró una chica por lo bajo. Algunos negaron, mientras que otros ensancharon sus ojos, como si recordaran de golpe algo importante.
—¡Ah, sí! El atentado de Maizuru —contestó el chico, cautivando los ojos curiosos de todos, a excepción de Shino, que bostezaba probando a levantarse de su letargo—. Dicen que All Might estuvo presente en el incidente y que no pudo hacer más que luchar mientras el resto de héroes se encargaban de resguardar a los civiles.
—¿Sabéis qué pasó exactamente? —preguntó otra chica, que miraba con desconcierto al grupo que se reunió en la entrada del aula—. Debió de ser algo grave como para alarmar al Comité de Héroes.
Un chico —el delegado— ajustó sus brillantes lentes, y respondió: —No se sabe demasiado aún, pero un amigo de mi padre, que trabaja para la policía, nos ha dicho que unos misteriosos seres salieron de una brecha que surgió en medio del mar.
Al igual que algunos chicos, me quedé estática durante unos segundos, teniendo la certeza de que todo lo que ese chico creía con fe era completamente cierto, como si ya hubiera pasado por una situación similar a esa. Me llevé la mano a la cabeza cuando esta me clavó un pinchazo en el cerebro, pareciendo querer comunicarme algo relevante, un dato que no esperaría olvidar jamás. En ese instante, vislumbré al final del túnel de mis recuerdos a unos seres amorfos, mezclados entre cadáveres y sangre.
Cerré los ojos debido al miedo que crecía rápidamente en mí.
No necesité mucho tiempo para encajar ciertos factores. Pero la duda se mantuvo vigente: ¿Era el mismo Abismo que nombraron los policías cuando me apodaron la "Superviviente" de dicho lugar?
Estaba sacando conclusiones muy precipitadas.
Negué, balanceando la cabeza a los lados para olvidarme del tema, y abrí los ojos de par en par tras soltar un agotador suspiro de lástima. No tenía tiempo en imaginar idioteces, me tocaba partirle el orgullo al director.
Los chicos siguieron hablando, precavidos respecto al tema que tocaron.
—Que mentiroso eres, Iruzi —se burló un chico que sudaba de miedo—. Los monstruos no existen, sería algún quirk.
—Eso sospechan... —murmuró el gafotas, rascándose la barbilla—. Como sea, no han dicho mucho. Ya nos informarán la próxima vez en la televisión.
Pase de largo, sintiendo como algo me aferraba con maña, como si quisiera un ser dijera que esperara para oír lo que mis compañeros parloteaban. Me sobé la cabeza, adolorida, y caminé hacía la salida seguida por Shino, el cual me preguntó el día pasado sobre si podía acompañarme para ir a ver el duelo de cartas y, de tal forma, aprender algún truco que usar en apuestas reales. Yo le recomendé no hacerlo para mantener su orgullo de perezoso, pero él se rehusó aclarando que de eso ya no le quedaba.
El timbré resonó al compás de los cantos de los gorriones, dando inicio a la hora del patio.
Tras cruzar algunos cúmulos de jóvenes estudiantes, guardé a escondidas un tres de oros debajo de mi manga derecha, una pieza clave que sería de utilizada para ganar la partida de comemierda aprovechándome de la regla donde empezaba aquel que tuviera un tres o un tres de oros. Otros genios de las barajas veían más oportuno dejar a sus oponentes depositar la primera carta sobre la mesa para así analizarlos a fondo, pero yo creía fervientemente en lo contrario; abusar sin darles un ápice de valor a resistirse.
Después de caminar, Shino y yo llegamos a la puerta. Empujé el picaporte, entrando sin llamar, y lo vi.
A Higarashi Sota, sentado justo delante de otro hombre, el cual se erguía de pie delante de la mesa, dándonos la espalda a medias pintas.
Ambos hombres nos miraron, y gracias a eso, logré sentir como el invitado sorpresa clavaba gélidamente en mí sus electrizantes ojos azules. Inconscientemente, respiré una atmósfera de absoluta impaciencia, como si algo malo se cociera allí dentro. En cambio, los orbes verdes del director me escrutaron abiertamente con preocupación, rogando que me fuera de allí lo antes posible.
Shino y yo tragamos saliva.
—Eh Sota, ¿quiénes son estos críos? —berreó el desconocido, con una mueca en aquella cara de pómulos alargados y mandíbula cuadrada. Pude fijarme mejor en él cuando meneó una larga melena roja que le caía por la espalda. El hombre vestía chupas y pantalones de cuero negro adornados por pequeñas cadenas, luciendo como un convicto a la fuga—. No sabía que dejaras pasar a tus estudiantes durante la hora del patio. Supongo que eres un fracasado en toda regla.
Su mirada me caló. Al ser acosada de miedo, di un leve traspiés hacia atrás por reflejo a fin de escapar del alcance de aquellos relampagueantes ojos que me perseguían como un depredador a su presa.
El director, que esbozaba un rostro de nerviosismo, se levantó de su asiento mientras separaba los labios para hablar...
—Oh, sí. Verás... —tartamudeó de forma apurada, a la par que se frotaba las manos. Rápidamente, rodeó el escritorio y agarró del hombro al desconocido—. Estos estudiantes que ves aquí son un par de genios, pero no les gusta hablar con otros niños de su edad. Por eso suelo invitarlos a jugar unas partidas de cartas en mis ratos libres.
Ensanchando los párpados, el hombre nos miró intercaladamente a los 3. Poco después esbozó una sonrisa de alivio.
—¿A las cartas? ¿Tú? ¡Já! —rió con descaro—. No me extraña que te encamines directo a la ruina, amigo mío. Te perdonaré esta vez, pero la próxima no tendrás la suerte de tener a jóvenes testigos delante. ¿Lo captas? —Chocó su dedo índice contra la sien del director.
Tragó saliva. Eso lo llevó a atragantarse por accidente, así que tosió para expulsar su malestar mientras se tapaba la boca con la manga del traje.
—Sí —susurró, agachando la cabeza cual perro sumiso, atado a unas leyes salvajes e inhumanas.
El desconocido le dio una sonora palmada en la espalda, y se dirigió a la salida, clavándome un gesto ensañado. En el proceso, logré notar atentamente que sus pupilas eran verticales como las de los reptiles. Ante esto, mi corazón se volcó por el miedo de presenciar directamente dicha anomalía, tan o más diabólica que la de un fugado de Tartarus, y, por un momento, mis cabellos se agudizaron como las púas de un erizo.
—Más os vale guardar silencio —El hombre hizo el ademán de cortarse el cuello, dándonos a entender la sutil amenaza de muerte—, o lo pagareis caro, niñatos de mierda.
Sin mayor preámbulo, el hombre salió por la entrada azotando la puerta duramente contra el marco, y dejando atrás el sonoro crujido de la madera chocando entre sí. La atmósfera aminoró la niebla, permitiéndonos respirar mejor pese a la leve capa de incomodidad que se mascaba en el ambiente. Aquel hombre que acababa de salir rebosaba cierta aura lúgubre, como si la muerte corriera por sus venas como la sangre misma.
Choqué la vista con Shino, que no se alejaba de la perplejidad momentánea que surgía en las personas al toparse en una situación tensa. Tanto dormir en clase lo alejó de la cruda realidad que lo rodeaba y no pudo ni reaccionar ni manejar sus emociones cuando vio de frente algo como aquello. De hecho, posiblemente no lo habría asumido enteramente.
El director Sota tosió de nuevo, pero cuando nos dirigimos hacia él para preguntarle por su estado, este nos frenó en seco con una sola mano.
—Estoy bien, niños. —Guardó dicha mano, teñida por un rojo vino, en un bolsillo del uniforme—. Es normal en mí, llevo ya unas semanas enfermo, pero no hace falta que os preocupéis. Se pasará en unos días.
—Ajá, pero... ¿quién era ese hombre? —preguntó Shino, sin miedo a saber la verdad, pero su respuesta fue negada por el director.
—Desgraciadamente, no creo que os sea útil comprenderlo todavía. Dejad que los adultos hablemos a solas, ¿vale?
—¡Pero señor...! —intenté formular, saltando repentinamente del lugar donde me quedé paralizada, pero el hombre pidió silencio con un gesto de su dedo índice. Los ojos verdes del hombre se apoyaron en mí, transmitiendo la suficiente calma y serenidad como para hacerme recapacitar antes de que desbordara inconscientemente una ola de poder causada por la preocupación que coloque a su espalda.
En verdad, el director era como un amigo de verdad. Me protegía al igual que Emma, la propia persona que se colaba como padrino para regalarme un pase gratuito a UA.
El director acarició nuestras cabezas, siseando un vacío mutismo que transmitía una buena connotación: todo estaba calculado a su antojo.
—Simplemente, mantened la calma y no le digáis a nadie. Lo solucionaré en cuestión de meses. Sed pacientes. —Mi vista chocó con la suya, un fogonazo de inquietud se escondía detrás de sus ojos, un sentimiento de pánico que trataba de apartar vigorosamente envolviéndolo con orgullo. A los pocos segundos, Higarashi Sota dejó de acariciar nuestras cabezas y fue a sentarse al asiento del escritorio del director—. Y ahora, tomad asiento y echemos una partida. Me quedé con ganas tras ser derrotado dos veces seguidas.
Shino y yo nos volvimos a observar detenidamente, extrañados ante la diferente actitud que aseguró tener el director. Al final, relajamos los hombros y tragamos saliva para hacer caso a lo que nos indicaba, y nos sentamos al otro lado de la mesa.
El director rebuscó rápidamente entre los cajones, y de ellos sacó una baraja española —bastante famosa en ese tiempo— que barajó a toda pastilla para comenzar cuanto antes el duelo, pues solo quedaban unos 20 minutos de patio. El tiempo justo para un par de partidas.
Sin señal previa, repartió a toda velocidad las cartas, sirviéndonos tanto a mí como a Shino unas 5 cartas en total a cada uno. Después del reparto, dejó en medio un dos de oros. Antes de que los 3 tomáramos las nuestras, el director me fijó con su vista para que levantara las manos y bajara las mangas. Él no pedía ser derrotado mediante estafas por quincuagésima primera vez. En cambio, yo sudaba a mares por las sienes, sabiendo que tenía el tres de oro escondido en la manga derecha. Antes de mostrar el brazo, lo oculté debajo de la mesa y plegué la carta sobre la manga, cubriéndola a medida que la tela se arrugaba. Recé para que pasara milagrosamente desapercibida.
Enseñé los dientes mientras cerraba los ojos, plantando una falsa sonrisa de ángel, y subí los brazos con ambas mangas arrugadas, sin rastro alguno de trampas a la vista. El director asintió, retirando las dudas de la mesa y tomando las cartas a la par que nosotros dos para comenzar.
—¡Oh! Esto es bueno —Shino comentó, levantando la barbilla con alegría—. La partida será mía.
Ojee las que me tocaron, satisfecha y contenta, sobre todo porque no necesitaría hacer trampas para dar inicio al duelo de tres bandos. En mis manos, recibí las siguientes cartas de la baraja; as de bastos, caballo de espadas, siete de oros(una intercambiable con la central según ciertas reglas), doce de copas, y tres de oros: la clave de la ecuación. Las ordené por importancia e ideé un plan de ataque y defensa, teniendo en cuenta a nuestro nuevo invitado especial, el conocido como Shino.
—Bien, ¿quién empieza? —preguntó Shino, cerrándose de hombros para que no viera cuales le tocaron.
Marcando una ancha curva de oreja a oreja, sonreí complacida y di la vuelta al tres de oros. Los ojos del director se abrieron de par en par, casi catatónicos de que esta fuera la vigésima séptima vez en que ocurría. Después de esa exaltación, exhaló el aire amargamente.
—No sé cómo lo has hecho esta vez. A pesar de tener 9 años, eres incomprensiblemente inteligente. Eso da miedo. —Soltó otro suspiro de indignación—. Simple y llanamente, lo dejaré pasar por ahora.
Sonreí ante la sugerencia.
—Tuve suerte, aunque no descartaría un destino retorcido —me jacté en alto mientras lucía la carta, casi soltando una pequeña risa que tapé con el abanico de cartas improvisado que portaba en mis manos.
Ahora sí, el duelo dio comienzo.
Las reglas eran sencillas; ganaba el primero en vaciar sus manos. Solo necesitaba seguir el orden y aprovechar el poco conocimiento que Shino tenía sobre el juego para ganar sin darles la oportunidad a ninguno de mis contrincantes.
Todo iba bien, genial, viento en popa. Hasta que el divertido pasatiempo se tornó en una velada triste.
Desconocía la razón del por qué, pero el director, Higarashi Sota, contó mientras jugábamos una cruda historia.
Nostálgico, relató un ataque. Un villano que causó la muerte de su hermano, además de producirle una grave fractura en los huesos de la mano derecha. Habló sobre la carrera de un hombre, un pianista arruinado que acabó como director de un colegio de poca monta. Habló sobre su mujer y su hija; lo felices que eran juntos, las maravillas que disfrutaban cuando salían a cenar, cuando veían películas hasta altas horas de la noche, o cuando viajaban juntos por el archipiélago... Pero la fortuna los abandonó un día de esos.
Al parecer, perdió a ambas hace casi 3 años, durante un misterioso ataque. Los villanos le robaron todo lo que amaba.
No lo admitió, pero podía sentir el quiebre en su tono de voz, que carraspeaba al borde del llanto, como si tuviera un carámbano pegado en la garganta.
Lamenté por dentro el tocar el tema, en cambio, el director hablaba de ello como si fuera algo natural y común en el mundo a pesar de formar una expresión fríamente melancólica, como si hubiera sepultado las emociones bajo hielo... Empaticé con él al instante, sintiendo una especie de conexión me unía a él a través de un conducto de familiaridad.
Sin embargo, cuando el director y yo nos quisimos dar cuenta, Shino depositó la última carta sobre la mesa, justo cuando me tocaba tirar. El desgraciado plantó un as de oros. ¡Se reservó la preferencia completa de valores y números para ganar al final! Tan ancho se quedó que se hurgaba la nariz pasando del tema, como si fuera agua pasada.
Los perdedores tiramos las cartas sobre la mesa, avergonzados por ser derrotados de forma estúpida contra un principiante como aquel, que casi ni se sabía las reglas. De hecho, habíamos tenido que explicarlas a medida que pasaban las rondas. ¿Cómo demonios lo hizo? ¿Acaso Shino era muy idiota, o un genio con un talento vital?
—¿Enserio acabo de ganar? —inquirió, sin creérselo totalmente todavía. Ambos lo miramos y afirmamos a regañadientes. El chico desvió los ojos y levantó una de las comisuras de los labios con regocijó—. Genial...
El timbre de la hora del fin del patio reverberó por todas las habitaciones y pasillos del edificio, marcando el fin del recreo y la vuelta a clase. Aunque sería otra placentera hora de siesta para Shino.
Nos despedimos del director educadamente inclinando un tercio nuestros cuerpos. Después, me levanté de la silla y me dirigí hacía la salida junto a Shino.
Dejé que este saliera primero y, girando el cuello hacía el hombre que esperaba sentado en su asiento, susurré unas últimas palabras que buscaban consolar el llanto que guardaba escondido profundamente dentro de él.
—Yo creo que eres genial, lo veas como lo veas, director.
El director ensanchó los ojos justo en el momento en que despegamos los ojos el uno del otro durante el cierre de la puerta.
A continuación, me palmeé la frente mientras suspiraba tras el mal rato que pasé allí dentro, escuchando dichas tragedias tan similares a las pocas que podía recordar y comparar con mis vivencias pasadas. La que más dolía de todas ellas; la cara de papá, descompuesta debido a las nubes que se cruzaban en medio, ennegreciendo las emociones que solía reclamar.
La rabia me hinchó, pero me olvidé de ella al cabo de unos segundos.
Recuperaría la memoria algún día. Así podría apreciarlos sin lamentos, sin cadenas. Libre de las ataduras que me encerraban bajo tierra.
Despechada, y siendo acompañada por Shino, me fui hacia clase. Más tarde, cuando las horas lectivas terminaron, regresé a casa, no sin antes ser invitada por Shino para ir a jugar videojuegos a un local cercano en un futuro no muy lejano.
Al final del día, cometí el error más grave de mi vida: pasar por alto al hombre que nos amenazó.
Una tragedia se cernía sobre Nonotsume. Una tragedia que cambiaría el rumbo de mi vida para siempre.
➢ Diario de Higarashi Sota, El director de Nonotsume
¿Qué hago?
No puedo más, simple y llanamente, me agoto; sumergiendo el cuerpo sobre un mar de pensamientos que me llevan hasta lo más profundo del vacío de mi mente. Estoy harto, no quiero sufrir de nuevo, ni mucho menos que alguien sea condenado hasta donde me alcanza la vista.
Durante todo este tiempo he estado luchando por sobrevivir, por buscar la cura a la enfermedad que me aflige desde hace tantos años, y por encontrar la forma de recuperar lo que perdí el día en que los hombres del Círculo Escarlata hicieron que malgastara cada mísera lágrima. El ver como Nuria y Llona se esfumaron como polvo; las cabezas de mi amada y mi hija hechas trizas. Una pesadilla, pero siendo lo único que aquellos criminales lograron rescatar del Incidente del Abismo.
¿Por qué las trajeron así? ¿No podían simplemente haberme dado la mala noticia, y ya? ¿Tanto querían verme sufrir?
Recuerdo el día que yacía sentado, atendiendo asuntos del colegio a altas horas de la madrugada. Repentinamente, el timbre sonó en mi hogar. Me levanté, pensando que sería buena idea, y me dirigí para abrir la puerta sin siquiera mirar por la rendija. Vlad, el hombre del cabello rojo como la sangre, abrazaba un paquete enorme con sus brazos. Sin emitir un solo sonido, e ignorándome, avanzó hasta la cocina para depositar el paquete sobre la mesa. No comentó nada novedoso, pero rió con cinismo.
—Esto es todo lo que encontramos en el accidente. No malpienses, viejo gruñón —avisó, antes de cerrar la puerta y partir de vuelta al trabajo.
Presuntuoso, me acerqué lentamente y retiré las cintas blancas. Al cabo de unos segundos, sudando la gota gorda, abrí la caja de cartón...
Mi corazón se hizo trizas, como una taza de café derramándose sobre el suelo, arrepentido por ver lo que escondía dentro. Dos cabezas; las de Nuria y Llona. Las dos transformadas en trozos de carne y sangre, pero todavía grotescamente reconocibles.
Me llevé la mano a la cara para taparme la boca e, inmediatamente, solté todo lo que guardaba; no contentó con vomitar, solté un mar de lágrimas que no paraban de brotar de mis ojos como dos grandes cataratas. Sin mayor dilación, golpeé los puños cerrados en contra de las encimeras, y volteé las mesas y sofás para sofocar y complacer la rabia que crepitaba como un fuego incandescente, clamando por venganza.
Al cabo de un rato, me relajé. La policía ya me explicó lo sucedido días atrás, no tenía sentido vengarme de unas bestias que bien podrían ni volver a aparecer. Conseguí salir adelante sin que nadie supiera de aquello, y seguí con mi vida. Pero teniendo una cosa clara: nada volvería a ser igual.
A día de hoy, sigo escribiendo estas notas con el brazo lesionado por culpa del villano que mató a mi hermano, dejando que la pluma sea la que me guía a la hora de redactar las experiencias de este pobre anciano.
Y os preguntareis, ¿a qué viene todo este resumen tan escénico y mal formado de mi vida? Sencillo: no sé cuánto me queda.
Padezco de un tumor cerebral, uno muy grave que no me puedo permitir pagar. Hace tiempo, intenté encontrar a alguien dispuesto a ayudarme. Para mi mala suerte, acabé metido en medio del Círculo Escarlata. Una horda de criminales y estafadores del mercado negro que piden y reclaman dinero a varios locales con el fin de ofrecer "protección" a contraposición. Sin embargo, ellos me ven como un manzano al que explotar y no como un sauce que proteger. Ligaron mi destino al de ellos, encadenándome sin derecho de objetar siquiera.
Aun así, no soy yo quien les causa interés, sino las semillas que siembro y que crecen a mi alrededor.
En cuanto hicimos contacto, decidieron no marcharse a sabiendas que me sería imposible reaccionar en su contra. Para ello, me amenazaron de muchas otras; la peor de todas, agredir a los estudiantes y a mi familia. En un principio podía defenderlos, pero cuando ocurrió el accidente y me enseñaron el resultado, fui consciente de que el asunto se complicaría todavía más. Necesitaba brillar.
Así, vendí y corté las extensiones de carne de algunos de mis órganos. Tanto empeoró mi salud, que sentía náuseas con solo moverme unos pocos pasos, pero aguanté a fin de cobrar el precio de los delitos que cometí.
Habiéndome adentrado en la oscuridad, acabé por vislumbrar la luz dorada de la estrella que más brillaba durante la noche. Un pequeño ángel cayó desde el cielo. Una niña repleta de emociones fragmentadas por culpa de un peligroso quirk, pero con una cara que era la viva imagen de mi pequeña Llona. Como curiosidad, al igual que Llona, Cynder disfrutaba jugando a las cartas, y buscando en ellas las artimañas necesarias para garantizar su victoria.
Aunque de poco la conozco, me encanta pasar tiempo con ella, como si cuidara de la mismísima Llona.
Por eso mismo, cuando esta tarde la escuche decir que yo era genial, mi corazón se alegró como el de un padre.
No obstante, no me quedan muchos fondos con los que seguir pagando a la banda del Círculo Escarlata. Cálculo un año aproximadamente. Así que, para quien quiera que lea esto y le importe lo que un anciano piensa: ¡por favor, protege a los alumnos! Ellos no merecen pasar por penurias. Y, menos ella, ¡Cynder, la viva imagen de Llona!
¡Mi amada hija!
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6000 palabras
¿Cómo andan?
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