🌌| 4➥ ᴜɴ ʟᴜɢᴀʀ ᴀʟ Qᴜᴇ ʟʟᴀᴍᴀʀ ʜᴏɢᴀʀ



➢ Con Syndra, Unos días más tarde



La superviviente del Abismo. Ese fue el título que me dieron los expertos poco después de ser revisada y checada por los médicos.

Al parecer, sufría de una leve desnutrición. No muy severa, pero si algo contraproducente. Resultaba que haber robado y engatusado gracias a los juegos de cartas fue lo que me salvó del hambre durante temporadas, pues mi cuerpo se acostumbró a pasar tiempo sin comer.

Recomendaron a Emma —Majestic— comprar algunas pastillas y comida nutritiva en caso de que terminara por adoptarme. Para mi buena suerte, así fue, más o menos. A partir de ese día, yo sería conocida como Cynder Kannagi, la hijastra de Majestic. El hecho de que me dejaran mantener el nombre de Cynder fue para no ser confundida con aquella niña que mató a unos niños hace dos años. Todo con tal de que las personas no pensaran en mí como una asesina en potencia, usuaria de un poder inusual e inciertamente peligroso. Aun así, algo me susurraba de que estaba conectada con el accidente. No le di mayor importancia en su momento.

Majestic firmó los trámites de apadrinamiento. Según tenía entendido, Emma necesitaba estar casado para poder tomarme como hija adoptada. Pero, para facilitar todo, se colocó como un padrino; de tal forma, nadie se opondría a que me fuera a vivir con él como pupila. Claro, siempre y cuando el hombre cumpliera el resto de sus obligaciones como futuro padrino.

Durante los siguientes días, pasé por una pequeña rehabilitación en el hospital. Tenía una salud medianamente buena, pero prefirieron priorizar mi estabilidad física y mental, a dejarme ir sin asegurarse de nada. Algo comprensible, viendo la palidez de tez y uñas.

En el transcurso del tiempo que Emma aprovechaba rellenando el papeleo, fui cuidada por algunos policías, entre éstos, destacaba un joven detective de cabello oscuro llamado Tsukauchi. El detective fue muy humilde conmigo, hasta el punto de comprarme algunas golosinas y dulces de la máquina expendedora del hospital. También se cercioró de acompañarme por algunos pasillos hasta encontrar a Emma entre todo el cúmulo de personas. Encima, dejaron que llevará el sombrero y cartas que Compress me heredó. Aquello significaba mucho para mí, debido a él, comprendí que la luz siempre preservará el brillo en la oscuridad de las más agraviadas calles.

Al final, sonriendo felizmente, salí de allí tomada de la mano por el héroe místico. Después de tanto tiempo, volvería a la sociedad y pisaría un lugar con techo, un lugar donde las gotas de la lluvia no caerían cada dos por tres, un lugar donde el frío de la noche no existía. Un lugar al que llamar hogar. ¿El comienzo sería difícil? Por supuesto. ¿Acabaría acostumbrándome? Por supuesto. ¿Encontraría la clave de todas las preguntas que me amordazaban con una soga al cuello? No sabría qué decir. Pues, como todo, la vida daba vueltas y vueltas, sin parar por un solo momento y causando giros inesperados. Ni siquiera se me ocurriría imaginar la magnitud de las cosas que estaban girando a mi alrededor.

Poco después, ambos subimos a una pequeña limusina de colores oscuros, y tras una rápida vuelta por la ciudad de Musutafu, el vehículo frenó suavemente al llegar a un gigantesco bloque de apartamentos, localizados por el distrito central, cerca de grandes empresas.

Decir que estaba ilusionada por conocer mi nuevo hábitat era poco, por ende, bajé del vehículo entre los pitidos de los vehículos que transitaban la carretera, e inhalé hondamente. Accidentalmente, sufrí decepción al captar suciedad en el aire. Marqué una mueca de tristeza, pero sin darme cuenta, Emma la percibió de reojo, así que decidí cambiarla rápidamente por una fingida sonrisa. Después de todo, los días que él estuvo dejándose la piel para este momento merecían una recompensa. No lo arruinaría por un estúpido olor.

Jugando como un par de niños pequeños, Emma guiñó el ojo en mi dirección y respondí de la misma forma. Los dos sonreímos, olvidando la incomodidad y posponiendo la temeridad. Ya tendríamos tiempo de quejarnos como borregos y de gritar como merluzos. Por ahora, nos lo pasaríamos en grande uniéndonos como una nueva familia.

Miré al bloque del edificio sin temeridad alguna, viendo como tenía la forma de una U. Básicamente, se dividía en dos altos picos de cristales azules que brillaban por los haces del Sol, desde los cuales, muchas personas salían y se asomaban desde dichas vidrieras para ver el estupendo paisaje y el entorno o ambiente de las calles cercanas al edificio. Mentiría si dijese que no me sentía como una canija, rodeada entre grandes rascacielos y los ajetreados pitidos de la carretera. Aun así, las ganas de ver las vistas desde ahí arriba eran algo que no podía controlar. Inmediatamente, corrí por reflejo hacia la entrada, donde dos grandes puertas corredizas —también hechas de cristal— se abrieron ante mí como a una Soberana.

A primera vista, el vestíbulo era muy elegante. Al fondo, detrás de toda la decoración barnizada en base a un tipo de madera de pino, un gran mostrador se extendía a los lados de un extremo a otro. El mostrador estaba decorado por barras negras que le daban al "hall" un ambiente reconfortante. También, entre cada par de —distanciados— sofás acolchados, unas pequeñas macetas alzaban frondosos helechos; verdes y rojos por igual. A medida que pasábamos, veía a los residentes entrar y salir casi en fila por la puerta, no sin antes revisar si sus propios buzones llevaban adentro alguna carta. Emma hizo que ignorara todo aquello para que nos dirigiéramos al ascensor; una puerta metálica que yacía a un lado del hall.

Una vez el hombre tocó el botón para llamar al elevador, solo tuvimos que esperar unos 20 segundos antes de que las puertas fueran abiertas de par en par, dándonos paso libre hacia adentro. Antes de que las puertas se cerraran, observé como la mano de Emma tocaba otro botón: el del piso 54, al borde del ático.

Una melodía empezó a sonar de fondo mientras el elevador del ascensor subía verticalmente hasta la copa del árbol, cuesta arriba y sin frenos, sin darme ningún mareó innecesario. Que yo recordara, jamás había subido por ningún otro ascensor; por eso, me agarré instintivamente a la manga del brazo de Emma para buscar una guarida. No obstante, él emitió una risa fingida y me acarició la cabeza como un padre a su hija.

Seguimos subiendo.

Al final, las puertas del cielo se abrieron. La luz de una pequeña sala chocó contra la del ascensor sin flojera y, ahora sí, sentí como si estuviera a punto de volver a casa. Al otro lado de la sala, en la otra punta, una única puerta de caoba se cerraba con llave ante nosotros.

Dimos unos pasos hacia delante.

—Bienvenida a casa, Cynder —celebró Emma cuando rebuscó en sus bolsillos. De estos, sacó unas llaves doradas que brillaban como la luz del Sol y, rápidamente, llegó conmigo hasta la puerta para introducir dichas llaves en la cerradura.

Con ánimo, las giró varias veces en sentido de las agujas del reloj, y el cierre se fue. La puerta fue empujada suavemente, dando paso a lo que sería mi hogar durante más de 7 años. Por cierto, faltaba poco para que cumpliera las 9; por eso mismo, esperaba que por fin alguien como Emma quisiera celebrarlos con alguien como yo: una chica que fue abatida por el destino para ser criada en la suerte. Así que, en cuanto el hombre vio mi emoción, palpó la pared de dentro de la vivienda.

La luz fue encendida, dejándome asombrada por la vista de la entrada principal. Y, para mi mala suerte, ladeé la cabeza sintiendo algo de confusión ante el decorado del piso. Si bien, era cierto que como cualquier persona Emma tenía derecho a decorar como le diera la santa gana, las expectativas de ver algo tan bizarro como el traje de héroe que este solía lucir eran altas. Miré a todos lados, contemplando el blanco y el negro delinear una habitación moderna y sofisticada, mezclado con el azul del cielo que entraba por las ventanas de doble altura. Era algo minimalista y conjunto, todo conectado y sin paredes de por medio. Los muebles y el tapizado también parecían hechos de losas macizas de piedra sólida; blanca y deslumbrante. Al menos una pantalla plana de gran tamaño colgaba del techo, justo por delante de las cristaleras y siendo rodeada por sofás de colores negros.

Fijé la vista a un lado. Allí, había un par de escaleras que subían a una especie de boquete; posiblemente un pasillo donde aguardaban los dormitorios.

—Te quedarás en la habitación del fondo a la derecha —comentó alegremente Emma, mirándome con aquellos ojos dorados, debajo del cabello rojo que era tapado por otro sombrero parecido al que solía usar como Majestic. Poco después, señaló las escaleras de aquel dúplex—. Tus cosas ya estarán allí; acomódate y disfruta, Cynder. Entrenaremos durante los fines de semana, un poco después de que te adaptes.

Asentí balanceando la cabeza y solté la mano del héroe, dando los primeros pasos por mi nuevo hogar. Noté el terciopelo de la alfombra negra de la entrada por debajo de las zapatillas y, rápidamente, las retiré para no ensuciar la casa. Sintiendo cierta incomodidad, guardé el par en un pequeño armario blanco de la entrada para apresurar el paso hacia las escaleras y así ver lo que me deparaba allí arriba, en la habitación donde dormiría. Sin darme cuenta, a medida que ascendía por las escaleras tomada de la barandilla blanca, centré la vista en las profundizas alturas tras las ventanas, quedando absorta y perpleja de estar tan arriba, como si al fin hubiera batido las alas.

Antes, cuando vagaba por las calles, aprendí a flotar por cuenta propia, aunque no servía de nada porque me agotaba sumamente rápido; por ende, no merecía la pena arriesgarse a ascender a grandes alturas. Pero ahora, desde allí, me maravillaba sin siquiera esforzarme.

La felicidad era luz, o eso decían algunos. Yo, que como futura heroína usaría la oscuridad, tenía la certeza absoluta de que dicha felicidad también podía ser oscura. Solo necesitaba creer fervientemente en esos ideales para volverme alguien grande.

La justicia no pertenecía a ningún color, después de todo.

Al llegar al pasillo, noté como este estaba iluminado por una fila de luces blancas; no muy extenso y bien acondicionado, siendo el suelo barnizado por la misma madera que la del hall del edificio. Lo recorrí al completo, pasando cerca de puertas blancas hasta plantarme recta delante de la del fondo a la derecha. De ella colgaba un pequeño letrero donde estaba escrito en letra grande: "Bienvenida". Una linda invitación por parte de Emma. Agradecida por la calidez que el héroe presentaba, ensanché una sonrisa de oreja a oreja en los labios y tomé el pomo blanco de dicha puerta para bajarlo en el acto. A continuación, lentamente, me adentré en mi nueva habitación.

Instantes después de diferenciar bien a fondo el decorado, una ola de nostalgia se apoderó de mí.

Mi corazón dio un vuelco.

Era todo... idéntico a cuando era más pequeña y vivía con papá. Cierto que no recordaba todo, pero sí tenía en mente cómo fue la primera habitación donde dormí; en ocasiones, hasta recordar estar acurrucada junto a papá.

Aunque la antigua era pequeña, me sentía acogida. Por el contrario, la que veía delante de mí funcionaba al revés. Algo más grande y con ventanas por las que entraba la potente luz. En cuanto a la decoración, me encontré dirigiendo los ojos a todos lados y reconociendo algunas de mis antiguas pertenencias. Entre estas, destacaban las siguientes; las cartas de 3 tipos de colores —azul, amarillo y rojo—, la cama donde se dibujaba un patrón de escarabajos, un pequeño bonsái —este siendo nuevo—, una figura en miniatura de All Might posando como una estrella. Y, por encima de todos esos recuerdos, un cuadro pintando donde quedaba ilustrada una larga serpiente que se enrollaba sobre sí misma para devorar su propia cola: Uróboros.

Toqué mi clavícula derecha, sintiendo el calor recorrer la marca cuando miré al cuadro de encima de la cama. La nostalgia de cuando papá me lo regaló el día que me dijeron que tardaría en desarrollar un quirk, cuando era tratada como un gusano que se escondía lo más lejos posible de las aves que me amenazaban. Había una silueta que no alcanzaba a aclarar, una persona que temor me causaba, pero que a la par también comprendía lo cercano que era de mí; a medida que salía el alba hasta irse el ocaso, se mofaba sin contemplaciones de todo lo que hacía.

Después, todo lo que mi mente podía bifurcar eran decrépitas cenizas e intensas maldiciones provenientes de gritos ajenos.

«MONSTRUO»

Me rasqué la cabeza, ignorando otro par de susurros del manantial, y di unos pasos en dirección al armario para ver si otra de las cosas que tanto me importaba seguía presente.

Inhalando hondo, tomé los dos pomos del armario y cerré los párpados. Acto seguido, abrí los ojos y de inmediato me encontré con la chistera. Intacta y pulida como cuando el mago me la regaló tiempo atrás; oscura, alta, y con la larga pluma verde afilada y pegada en la cinta. Rodeé ambas manos sobre el sombrero, ansiosa por recordar el día en que fui salvada debido a la interrupción de un verdadero héroe. Le debía la vida a Compress, y no dudaría en cobrar ese gran favor que me hizo... aunque existen peticiones que no aceptaría.

A medida que los días transcurrían, con el Sol y la Luna alternando los colores del cielo, fui haciéndome a la calidez de mi nueva vida como Cynder Kannagi, olvidando poco a poco el nombre de Syndra.

Durante ese lapso de tiempo, pasaban todo tipo de cosas en la vivienda. A veces, me enfrentaba a Emma en juegos de cartas, momentos en los que lo asombraba al engañarlo usando los trucos aprendí en los barrios bajos. En otros instantes, me cocinaba comida para ver como reaccionaba. Hubo hasta ocasiones donde escuchaba a Emma salir silenciosamente por la puerta para ir a buscar pareja, cuando él creía que seguía dormida a altas horas de la noche. Por lo que había podido entender, él estaba tan desesperado por casarse que no escatimaba en gastos a la hora de buscar pareja.

Para entrenar, bajábamos hasta una habitación que yacía oculta debajo del edificio, una sala enorme parecida a un polideportivo. La primera vez que fuimos allí para empezar con las clases de manejo de quirk, Emma formó un semblante firme y una postura autoritaria, y dijo:

—Como sabrás, los quirks —particularidades— son una evolución asombrosa en la genética humana. Por eso, también se les considera un arma con la cual matar sin contemplaciones. —Tragué saliva, como si algo me dijera lo crudo de aquella realidad: por muy heroico que fuera, podía cometer un error incorregible—. Hasta los anillos que puedo crear serían capaces de partir en dos a una persona. ¿Lo captas? —Llevó el dedo índice a chocar contra mi frente reiteradas veces para fundir esa idea a fuego, como si quisiera que nada de lo que escuchara me saliera por las orejas—. Un solo fallo, un solo mal movimiento, una sola metedura de pata y todo lo que aprecies se pondrá patas arriba.

» Debido a este tipo de problemas, se formó un estatuto para regular los quirks de cada individuo. Bajo el control de unas leyes que penalizan el mal uso de estos, los poderes sobrehumanos se convirtieron en herramientas solo alcanzables para algunos. De eso es por lo que hemos venido a entrenar, Cynder. A partir de hoy, aprenderás una gran cantidad de cosas sobre ti misma.

» Tenemos muchas cosas que hacer, muchas formas en las que prepararte para el departamento de héroes. Incluso debemos hacer que consigas una motivación que no te haga dudar. En fin, lo primero es lo primero; necesitas entender cómo funciona y qué cosas puede hacer la materia oscura. Después de eso, veremos qué utilidades le puedes dar para ir puliendo a futuro un estilo de pelea. ¿Podrías decirme lo que puede hacer?

Vestida con sudaderas y deportivas, me mantenía frente al adulto que lucía su traje de mago. Asentí y exhalé aliviada al oír que las primeras clases tratarían de ser algo relajadas. A continuación, le di un breve resumen de dicho quirk.

—Mi "materia oscura" es peligrosa —avisé, dando un traspiés hacia atrás mientras conectábamos miradas. El héroe observaba con interés mi monólogo, sin las orejas tapadas. Me froté las manos, intentando articular una frase que no sonara como la de una asesina—. Este poder... Tiene la capacidad de extraer y canalizar mis emociones para usarlas como arma y alterar el entorno. Normalmente visualizo la imagen de un manantial para eso. Así, soy capaz de crear ondas de choque, campos de fuerza, o perlas envueltas en negatividad. Como añadido, el efecto de estos ataques sustrae y roba la vida energía vital de los seres vivos; por eso, sé que puedo potenciar los ataques usando a los organismos vivos de mi alrededor. También soy capaz de rodear las cosas con un aura que, en vez de matar, levanta objetos y personas. Antes engullía las cartas en aura para hacer trucos y sacar provecho.

Majestic colocó la mano sobre su mentón mientras bajaba la cabeza, pensando en una solución para darle forma al entrenamiento que seguiríamos durante un tiempo. Pasados unos pocos segundos, el hombre levantó la barbilla, y habló: —Sabes trucos de cartas, has sido criada por un tiempo en la calle, conoces la capacidad del tu quirk, además de saber lo peligroso que es para otros... Interesante. —las comisuras de los labios del hombre se curvaron hacia arriba—. ¡Joder, de verdad que tengo buen ojo! Bien. Esto es lo que haremos; entrenar día sí y día no tus músculos para fortalecerte. —Levanté los ojos, asqueada ante la idea de hacer pleno ejercicio—. Haré que seas una luchadora capaz; de lejos serás un peligro para los villanos, ya sea con perlas o cartas, pero hazme caso cuando digo que no querrán acercarse ante tal bestia que vas a ser.

—Pero Emma, tengo un cuerpo débil, ¿qué planeas? —Majestic copió a All Might, posando los brazos sobre las caderas y esparciendo las llamas del esfuerzo por doquier. Juré ver como unas centellas de luz se irradiaban detrás de su silueta, un brillo dorado que detonaba una confianza digna a la del héroe más poderoso de la faz de la Tierra.

—¿Acaso no es obvio? Puedes ser potenciada a través del aura. No obstante, prefiero ver de primera mano el cómo funciona la materia oscura, no queremos que sea inconveniente. Para eso, el influjo de poder debe ser controlado a la perfección. Darás un gran salto si lo consigues antes de ser evaluada en el examen de recomendación a UA. —abrevió. Con las dudas expuestas sobre la mesa, asentí y me alejé un poco más para dar rienda suelta a mis poderes. Al final sí que daríamos una clase práctica.

Aún aletargada, viré la cabeza a los lados buscando una salida al duro entrenamiento que me tocaba sufrir. Ante los raudos ojos vendados de Majestic me examinaban con interés desde lejos, arrojé la idea a la basura, e indispuesta, cerré los párpados, inhalé hondo y empecé de inmediato.

En un estado de concentración silenciosa absoluta, canalice el conducto de maná tirando de aquel hilo que me conectaba al manantial. Conseguí acceder sin mucha complicación. Ligeramente, agité las manos desnudas en el aire cual ritual; en pocos segundos, sentí como el tapón que atrofiaba el maná era desencajado como una botella de cerveza. La energía negativa brotó en un torrente de poder poco después, rodeándome de un aura que mezclaba colores oscuros y púrpuras mientras sentía cada latido del corazón como una fuerte punzada de infección y corrupción.

La carga negativa fue llenada, desbordando vigor y fortaleza. En consecuencia, abrí los ojos por segunda vez, y vi de hito en hito a Majestic. El hombre me devolvió un gesto fruncido en el rostro, como si estuviera pensando en qué otros usos serían eficientes para la materia oscura. Decidí ayudarlo en la investigación, alcé uno de los brazos para arremolinar el viento en energía y, siendo imbuida en él, levité unos centímetros por encima del suelo. Forcé el rostro del héroe a cambiar, impresionado al comprobar que no mentía y de que era capaz de mucho a pesar de no ser más que una niña.

Dejando de lado fanfarrias, rebajé el flujo de poder antes de que se desbordara de sobre manera, y descendí al suelo hundiendo los pies en el concreto del mismo. Inmediatamente, saqué una de las cartas de los bolsillos —la de color rojo como el vino— y la hendí en el efecto cromático. Acto seguido, la arrojé en dirección a una pared. El viento silbó al mismo tiempo que un fuerte impactó rechinó por lo ancho de toda la sala, elevando una pantalla de polvo.

Removí las manos en un ademán de deshacer el polvo al agitar el viento, y ambos contemplamos el respectivo resultado de la pequeña prueba. Majestic ahogó un quejido de asombro. La carta —todavía centelleando como una estrella oscura— se mantenía clavada como un agudo garrote en la pared, de la cual, salían grietas que se extendían a los lados como las raíces de un árbol.

Sonreí, contenta ante el esperado efecto. Bromas aparte, no podía negar el aspecto pesado y afilado de la carta. De hecho, escuchaba como la fuente de poder me exigía seguir probándome hasta los límites, por lo que, alerta, corté el contacto con el manantial de un profundo tajo. El bajón de poder casi causó mi caída al suelo, pero aquel movimiento de desdén fue captado a tiempo por Majestic. A último momento, materializó un anillo gigante para sostenerme.

Nada más recuperar algo de fuerza y aliento —puesto que me encontraba transpirado desenfrenadamente—, me puse en pie y bajé del anillo flotante. Quedé enfrente de Majestic, algo mareada pero consciente de la situación. Desalentada, acentúe:

—Eso es más o menos lo que puedo hacer. Corte el contacto lo más rápido que me fue posible cuando la energía negativa comenzó a susurrarme que siguiera.

Majestic tornó la expresión a una mucho más estoica, y revolcándose el mentón, se quedó mudo y dubitativo por unos segundos.

—Por lo que veo, eres capaz de acceder sin sentir esas emociones... supongo que rondar por los recovecos de los barrios bajos fue de ayuda. De todas formas, para fortalecer ese quirk tuyo, debes normalizar los malos sentimientos. —Ladeé la cabeza hacia un lado, sin comprender del todo a lo que se refería—. Es una idea sencilla. Si tus poderes reaccionan a tus emociones y sentimientos negativos, solo debemos aminorarlos. Así, cuando estés en un momento de riesgo o desesperación, la ira o la tristeza serán los guías que te lleven a un nuevo nivel. Ese factor inusual será lo que te conceda la mayoría de tus victorias.

Daba igual como Emma lo pintara, ese plan de entrenamiento era una locura absoluta. Desde que tengo uso de memoria he sido consciente de lo peligrosa que puedo llegar a ser si me altero. Dejarme llevar no era la gran idea, sin embargo, tampoco había más opciones por el momento.

—Si me descontrolo, morirás por accidente... —sumé importancia al asunto, negando con la cabeza al enfocar la vista en él—. No quiero hacerte daño... ¿Es que no existe otra forma?

Ante la pregunta que planté en el aire, el hombre desvió la mirada y murmuró en alto pequeñas ideas que se encendían como las chispas de una hoguera. Casi todas ininteligibles para mí, pero él seguía y seguía rebuscando entre todas las opciones disponibles.

—Y si... tal vez... —Un ahogado silencio llenó la sala de tensión, tanto fue así, que sentí una gota de sudor bajar por mi frente—. Ni idea—concordó, estirando los brazos en un gesto de negación y haciendo que cayera de culo contra el suelo de la decepción. Me observó, y habló con claridad—. Lo mejor será convertir esas emociones en algo artificial. Es decir, cuando entrenemos, debes centrar esas desgracias en contra mía.

Impresionada, balanceé la cabeza para prohibir aquel plan de tarados. Sin embargo, el efecto en el héroe fue todo lo contrario. Intente declinar con palabras: —¡Eso es demasiado ingenuo por tu parte! —El héroe rió, golpeándose el pecho valientemente y curvando las comisuras de sus labios hacia arriba por segunda vez.

—Ya te gustaría, pero yo estoy aquí —Fracturó el aire con la luz de sus palabras, encendiendo una pequeña chispa de inspiración en mí.

El sentimiento de inquietud partió por el camino del amanecer, cediendo el paso a un ideal que me representaba por todo lo alto. Erigí la barbilla hasta chocar frente con frente y, mientras frotaba mi pecho, di un traspiés hasta ponerme en posición de soldado.

—Tengo miedo de que ocurra lo peor. Pero si tanto confías en que no saldrás herido —dedique unas palabras al hombre que me salvó de la soledad—, entonces ya lo he decidido: ¡Lucharé para controlar este poder y usarlo para el bien de las personas que me rodean! ¡No dañare a nadie más de nuevo!

El héroe se quedó pasmado en su sitio. Le dejé atónito por segundos, hasta que esos mismos instantes silenciosos fueron sustituidos por una súbita risa exagerada. El hombre intentaba recuperar la compostura, pero la intensidad le interrumpió y acabó señalándome con el dedo índice. Bajé los hombros, pensando que, tal vez, dije una idiotez. No obstante, el hombre castañeó entre dientes lo siguiente mientras reía como un mono: —¡Eres una dramática de primera! —repentinamente, tosió. Aquello causó que parara de reír y volviera a portar un semblante autoritario—. En fin, es una buena motivación, pero no servirá para siempre. Replantéate un objetivo a largo plazo, Cynder. Si no, te acabarás arrepintiendo. —Aclaró.

Y menos mal que lo hizo, porque no me di cuenta a la primera.

Era inteligente y pasé por varias penurias, pero también demasiado inocente como para procesarlas todas ellas; razón por la que cuando intentaba hacer memoria de alguien, sentía la mente en blanco.

Con todo aclarado, las arduas clases de entrenamiento dieron inicio.

Fueron duras pruebas, clases donde se me exigía convertir las emociones en una fortaleza inexpugnable. A parte, debía mejorar la resistencia física y elasticidad de cada uno de mis músculos. Un trabajo que, si no fuera por Majestic, pasaría a ser imposible ya que nadie entrenaría a una huérfana. Por suerte, no era el caso, por lo que aprovechamos bien aquellos primeros días practicando todo tipo de ejercicios.

Endurecer los músculos sería el mayor de los problemas. Así que trabajamos unos ejercicios sencillos donde puliría la resistencia; duramente, daría vueltas a toda la habitación por más de 30 minutos. Lo conseguí y terminé mareada en el suelo. Tras ese tipo de agotamientos súbitos, Emma me comentaba que lo siguiente trataría sobre la agudeza mental, probando juegos de iq y de contención o control de emociones internas. Un alivio descubrir que esto se me hacía sencillo.

Un día más tarde, después de aprender a cerrar esos instintos, una cara arrogante de Emma me aseguró que le atacara sin contemplación alguna mientras situaba todas las malas emociones en su persona. El miedo palpitó en mi pecho, pidiendo que hiciera caso omiso a la petición del héroe, pero sabía que no me volvería fuerte si no cambiaba para bien. Así que, olvidando el miedo y frunciendo el entrecejo en dirección a la figura del héroe, abrí el acceso a la fuente, siendo hinchada hasta el fondo por la colosal ola de poder.

Ataque directamente, enrabietada y furibunda contra la vida misma. A pesar de eso, no bastó para hacer mella en la confianza del héroe, el cual repitió un gesto conocido para encerrarme entre los anillos dorados a tiempo. Aun así, no cedí y seguí probando a zafarme de las cadenas mientras condensaba el odio en estas.

Repentinamente, mientras me debatía en el suelo, una punzada de dolor hizo que todos los colores se apagaran de golpe. No sin antes, escuchar la voz de mi maestro gritar: —¡Cynder!

Perdí la consciencia.

Al despertar en la cama, no experimentó dolor en absoluto. Esperaba algún coscorrón o jaqueca, por el contrario, me encontraba en perfectas condiciones.

Salí de la habitación, y vi el oscuro pasillo falto de luz. Me extrañé y continué caminando, hasta que encontré a Emma tendido en el sofá del salón, por debajo de las escaleras donde me apoyé para verle. No lucía ninguna camiseta, en ese lugar, una gran quemadura negra tapaba como una cruz la superficie de sus abdominales, sangrantes y carnosos como la lava que borboteaba de los volcanes. Formé una expresión de frustración y espanto.

—Emma... —espeté, horrorizada por la visión se me presentaba delante de mí. Junté las manos, frotando las palmas por el nerviosismo que sentía caer por mis sienes en forma de sudor. El primer día prometí que me controlaría por el bien de otros, en cambio, en menos de una semana conseguí herir a alguien cercano sin darme cuenta en lo absoluto. Normal que la gente me tuviera miedo... Ante él susurró que había emitido, me miró fugazmente con un signo de alerta sobre la cabeza, y formando un gesto de dolor contenido en el rostro—. Eso... ¿Lo hice yo? ¿Fue culpa mía?

Majestic apretó los dientes y cristalizó los ojos, no obstante, juntó los labios para formar una mueca de diversión en la expresión. A continuación, se mofó por todo lo alto, como si la herida que yacía en los abdominales no fuera nada de nada. De la nada, ante mi más alta alerta por miedo de perder a alguien más, se levantó del sillón como si nada mientras se sobaba la ancha cruz roja de la barriga.

—¿Esto? —Se golpeó la herida como quien no quiere la cosa, y se burló de ella restando importancia al asunto. Sin embargo, aunque se creyera mucho, podía ver como sus ojos rogaban en sufrimiento—. No es más que un corte superficial. Me tomo una pastilla y un poco de agua desinfectante, y quedaré como nuevo.

—Pero... —Me aferré con fuerza a la barandilla, bajando la vista hacia el suelo de madera.

—¡Basta de peros! —exclamó él, y antes de que pudiera formar un hilo de palabras, llamó de nuevo mi atención—. Esta herida ha sido únicamente mi error, simple y llanamente, no te entendí bien. A partir de ahora, no volverá a suceder —El hombre arrugó el puño derecho y me apuntó con sus nudillos, pidiendo que correspondiera el gesto de la misma manera—. ¡Lo prometo!

A pesar de que la desconfianza me carcomía desde el interior, consentí una sonrisa en el rostro, y, desde arriba de las escaleras, estiré el cuerpo agarrándome de la barandilla para chocar puños con Emma; sellando nuestra relación definitivamente. Ahora con una promesa que cumplir.

Con un rumbo preestablecido por el momento, los primeros días de la semana siguieron pasando, hasta que la fecha prometida llegó.

Dormida en mi cama durante una mañana cualquiera, Emma empujó la fuerza para despertarme vigorosamente, y gritó:

—¡Cynder, llegó el día! Hoy volverás al colegio.

Oh no.



➢ Una hora después



El momento de regresar a la escuela primaria.

Suspiré amargamente el oxígeno de los pulmones, medio dormida al no conciliar bien el sueño y ser despertada bruscamente por el hombre que me acompañaba hacía el colegio. Me rasque la cabeza, intentando sacar los hilos de cabello que quedaron sueltos y escondidos poco después de que Emma me cortara el pelo hasta la altura de los hombros. Según él, quería que tuviera un nuevo look antes de empezar una nueva vida rodeada de nuevos amigos. Eso sí, aunque no me gustara la idea de volver a un centro, admitía, y sin miedo, que aquel corte me sentaba de maravilla.

Actualmente, caminamos tras salir del metro. Yo lucía un uniforme de estudiante; un seifuku blanco de cuello Kansai añil, adornado por un lacito rojo en el pecho. Por debajo de la cintura, una larga falda azul se mecía con el viento. mientras que unas mallas negras de pierna completa rozaban las zapatillas rojas. Mirando a otro lado, Emma intentó ser discreto. Él se tapó los ojos —como de costumbre— con unas gafas negras. Dejó los fajos de tela atrás para llevar a rastras una camiseta blanca. Y por encima de esta, una chaqueta de cuero negra. Además, vistió las piernas en pantalones azules y botas de vaqueros. Dicho de otra forma, parecía un poco gamberro. Como curiosidad, no llevaba ningún sombrero, por lo que era la primera vez que llevaba su cabello rojo y recortado al descubierto.

Mientras recorríamos las calles, podía observar cómo la gente ni siquiera nos prestaba atención, lo cual significaba una cosa; funcionaba.

Cuando faltaba aproximadamente una manzana para llegar al colegio de primaria, experimenté un leve rubor nervioso en cada célula. Una parte de mí se preguntaba: ¿qué pasa si no te aceptan? ¿Y si no son como tú? ¿Y si no estas a la altura de las expectativas de nadie? ¿Y si vuelves a hacer daño a alguien? Todas esas pequeñas molestias me hacían cuestionar la razón de porque estaba yendo junto a un hombre que conocía de hace poco hasta ese lugar... Haciendo que una leve hinchazón de miedo se inflara poco a poco como un globo en mi interior.

No obstante, no era una opción el salir corriendo sin mirar atrás. Necesitaba hacerme fuerte, responsable y asumir el rumbo de mi vida cuanto antes. Por ende, pisé el suelo hundiendo los pies en el concreto, y alterné la expresión de vergüenza por una mueca de decisión, pues esa clase de sentimientos negativos y pensamientos pesimistas eran los que me harían poderosa. Para ello, tal y como Emma me contó, los normalizaría hasta ser un muro sin emociones aparentes.

Emma me miró con asombró por el repentino cambió de aires y, rascándose los cabellos rojos como el fuego, sonrió con desdén para seguirme el paso por detrás.

—Te ves apurada. ¿Tantas ganas tenías de empezar el curso? —Emma inquirió.

—No, pero sé que de esto puedo aprender a solidificar mi mente. Es una buena oportunidad —respondí, sin desviar los ojos o parar la firme caminata. Emma rió de nuevo.

—¡Veo que tienes un objetivo claro! Sin embargo... —cortó las carcajadas, tosiendo con la intención de llamarme la atención—. Eso no debería de ser un impedimento para hacer amigos. Créeme, los necesitarás.

—[...] —No dije nada en absoluto. No porque no fuera buena idea, si no que calculaba las posibilidades y beneficios de relacionarse con los otros niños del colegio. Un lateral de la cancha me susurraba a la oreja que esos niños se comportarían fatal conmigo si les contaba sobre el verdadero potencial de mi quirk, aunque, el otro lado lanzaba coros de ánimo, asegurando que siempre había niños que se acercarían como amigos.

En ese momento, no supe diferenciar ambos senderos a tomar. Desde antes de la adopción, siempre estuve metida en ese tipo de encrucijadas, donde daba igual el lado y las opciones que eligiera, siempre todo acaba mal, entre las llamas y las cenizas de un incendio. Por esa misma razón es que me provoqué a mí misma, cerrando cualquier otro atisbo de emoción. Endurecí la marcha en dirección al centro mientras fruncía las cejas autoritariamente.

Al final, di la vuelta a la esquina y llegamos.

Ante mí, presencié un recinto de hormigón amurallado con colores cremosos y un pequeño arco semicircular que enseñaba la entrada a primaria. Dichas desvencijadas paredes estaban cubiertas por zarcillos y hiedras verdes. En el arco de la puerta, unos profesores y alumnos entraban y salían formalmente, formando pequeñas filas y corros organizados. De puntillas, observé como una superficie plana de hormigón blanco perteneciente al edificio se diferenciaba por encima de los muros; por lo que, sin mayores dudas, me dispuse a entrar directamente.

Sin embargo, Emma me tomó del brazo y frenó la marcha de ambos en seco.

Chasqueé los labios y clavé una mirada de odio en su pesada sonrisa arrogante.

—¿Es que ni siquiera vas a decirle nada a tu padrino antes de entrar allí? —comentó con sorna. Arrugué los labios y desvíe la vista a la entrada, para poco después, hacer un mohín ruborizado y cruzar los brazos cuando este me soltó.

—Adiós... No veremos luego.

—Sí, Cynder. Que tengas un buen día.

Sin previo aviso, el hombre me giró para plantarme un beso de despedida en la frente. Entonces sí que enrojecí de la vergüenza como un tomate, pero fue a peor cuando él se levantó entre risas y comenzó a acariciarme el cabello como un padre a su hija. Intenté apartarlo al estirar los brazos, probando a golpearlo en la dichosa mano. No funcionó, demasiado para la endeble fuerza que tenía en los músculos. En ese momento, me percaté de que yo era comparable a un triste gato callejero. Recogida en la calle para ser alimentada y protegida por la calidez de alguien que me tendía su mano.

Suspiré de cansancio y tiré a la basura la idea de luchar. Simplemente, él ganó la batalla, así que dejé de forcejear para que siguiera mimándome un poco más.

Pero, repentinamente, dejó de hacerlo.

—Adiós, sobrinita. Nos vemos luego. —Y, dejando las brasas echadas, se retiró al darse la vuelta. Me quedé quieta viendo cómo se iba, frunciendo las cejas de forma recelosa.

Con el pensamiento de asesinar a Emma surcando la mente, refunfuñé entre dientes. La indignación se tornó en vergüenza ajena cuando recapacité. ¿Cómo pude dejarme? ¿Qué tan frívola fui antes de ser adoptada? ¿Cómo para sentirme así por una simple caricia? ¿Qué tantos fallos cometí cuando vagaba sola por las calles? Y, ¿de verdad alguien se preocupó por mí, parte de papá?

Tras lamentarme internamente, suspirando mientras agachaba la cabeza, viré el cuerpo hacia la entrada y anduve hasta llegar a ella.

Había un profesor allí, esperando apoyado sobre una pierna contra la pared y leyendo un libro de bolsillo. En cuanto a facciones; era calvo, con una larga barba negra que le tapaba media cara, pero dejando a la vista la estirada y puntiaguda nariz, y los verdosos ojos como un par de gemas de jade.

Ante mi presencia, el hombre dejó de leer y me analizó detenidamente con un gesto de escrutinio. Acto seguido, cerró el libro de un portazo entre ambas manos. Como moneda de cambio, formé la misma expresión despectiva, pero él bufó ante esto con severa diversión.

—Tú debes de ser la nueva alumna, ¿cierto? Cynder Kannagi, si no me equivoco —comentó el hombre, rascándose la barba rizada de arriba abajo.

—Sí... —Asentí tímidamente, aunque lamenté perder la compostura sólida y brava durante ese pequeño intercambio. Pero pensándolo bien, no sería del todo raro que los profesores supieran la condición que padecía mi quirk, y, por ende, la poca expresividad que debía mantener para no detonar. Después de todo, si me descontrolaba, podría matarlos tanto a ellos como a los alumnos accidentalmente. Mejor prevenir que curar; atando una soga que tirar del cuello para cuando desbordara poder.

Aunque fuera una teoría mía, me la creía. Que gran noticia.

—Bienvenida a la escuela de primaria de Nonotsume, es un placer tenerte como alumna. Soy el director Higarashi Sota —se presentó educadamente el anciano.

—Gracias... señor director.

—Gracias a ti, joven Cynder. —Tosió gravemente, ocultando la boca con la mano para no escupir saliva al momento. Pese a que no mostré preocupación, me pareció sumamente raro, pues juré ver cómo ocultaba una mancha roja estirando las mangas y metiendo la mano en el bolsillo del uniforme rojo que lucía en ese momento—. Disculpa, no es mi mejor fecha. ¡Como sea! Vayamos a tú nueva aula para que vayas acostumbrándote.

—Bien —afirmé, sosegada y curiosa internamente por lo que sea que le ocurría al director.

Le seguí cuando partió rumbo a la clase asignada. Entramos por la puerta principal del edificio, del que colgaba un letrero donde se escribía letras mayúsculas "NONOTSUME", que significaba literalmente: garras salvajes. Surcamos los pasillos, captando los ojos de los pocos alumnos y profesores que andaban o bajaban y subían por las escaleras. Durante el recorrido, no fui capaz de evitar fijarme en cómo casi no había ningún armario o taquilla disponible para los alumnos, además, la luz de las bombillas era tenue, oscilando a ratos entre los colores grises y cremas de las paredes y suelos. Finalmente, alcanzamos la meta: una pequeña puerta blanca.

Antes de dejarme allí, el director me dijo algo más: —Cynder, si crees que estás sola o que no encajas, puedes venir a la sala del director cuando quieras. Emma me contó que eras muy buena en las cartas; pero yo también soy bueno. Será un placer competir contra un genio.

Contenta, esbocé una mueca de agrado inocente en el rostro.

—Está bien, me sentiré encantada de pegarle una paliza —Ante aquello, Higarashi Sota carcajeó entre dientes.

—Gran chiste, señorita. Ya veremos lo que nos depara el destino... —Sin mayor preámbulo, tocó la puerta levemente entre pequeños golpes que fueron audibles. Los jóvenes gritos de los niños del otro lado de la pared cesaron, y dejaron tras de sí un incómodo silencio opacado por los pasos de alguien que se dirigía en dirección a la puerta.

Al cabo de unos pocos segundos, esta fue abierta, mostrando a una mujer —seguramente la profesora—, bastante alta, vistiendo un traje de oficinista color cian, y llevando un pelo teñido de azul oscuro junto a sus resplandecientes ojos verdes. Las facciones de la profesora eran envidiables; labios rosados y carnosos, junto a unos mofletes perfectos e invisibles ojeras en el contorno de sus ojos, realzando una cara perfectamente redonda. Si hubiera sido un hombre adulto, me habría enamorado de dicha figura de caderas perfectas y pecho abultado. Aunque, a decir verdad, las cejas de la misma estaban algo encrespadas, como si el cansancio estuviera aumentando con el pasar días como instructora en el recinto escolar.

Pese al rostro forzado por el agotamiento, la mujer me miró y sonrió cerrando los párpados.

—Tú debes ser la nueva, ¿verdad? —preguntó. La obviedad fue respondida por un tosido del director.

—Helga, ella es Cynder Kannagi. —Me presentó el director haciendo un juego de manos—. Ya hablamos en la reunión acerca de la volatilidad de su quirk. Así que, por favor, tened cuidado las dos. No sabemos de qué forma puede reaccionar o qué consecuencias terribles puede causar.

La profesora Helga resolló con vacile, y aclaró: —Entendido, director Sota. Iré con cuidado, pero espero que no nos cortes el rollo en la clase.

El director volvió a reír.

—Por supuesto que no, Helga. ¡Que tengan ambas un buen día! —Se despidió yéndose lentamente marcha atrás y sin mirar por donde iba. Al menos, el centro y los profesores parecían divertidos.

—Lo mismo digo —corroboró ella, sacudiendo el brazo mientras el hombre desaparecía por los laterales de los pasillos cual libre perdiz.

La mujer suspiró aisladamente antes de dirigir sus ojos hacía mí, y estos parpadearon con júbilo.

—Hola, Como habrás escuchado, mi nombre es Helga Smith —saludó, levantando la mano de forma infantil—, además, seré tu tutora escolar durante los próximos 3 años, antes de que inicies la secundaria básica. ¿Qué tal si vamos entrando y te presentas ante el resto de la clase? —Balanceé la cabeza para asentir—. ¡Genial! Espera un minuto, entra cuando te llame.

Sin aviso alguno, me quedé quieta viendo como la profesora Smith regresaba al aula entre el tecleo de los tacones, y como golpeaba la pizarra como si llamara a la puerta para que le presten la misma atención. Los gritos de los niños cesaron por segunda vez antes de que la voz de la mujer resonará hasta los pasillos con fuerza y alegría.

—¡Clase, ha llegado el día! ¡La alumna que anteayer os comenté se encuentra esperando afuera! —exclamó cambiando el ángulo de su cuello en mi dirección—. ¡Vamos, pasa sin miedo! ¡No seas tímida!

Sorprendida ante la repentina llamada —esperaba que tardara un minuto o más—, pase adentro alternando rápidamente la conmoción por seguridad, y mostrando frialdad en mis ojos púrpuras. Sin siquiera mirar al resto de chicos, me planté en medio de la clase firmemente y, ahora sí, viré el cuerpo en dirección a ellos para observar el panorama. Inconscientemente, coloque una expresión estoica, y los ojos de todos me examinaron como animales curiosos que eran.

Contemplé a niños de todo tipo de apariencias sentados en sencillos pupitres de madera. Y, al igual que en las calles, entre ellos se destacaban por rasgos exclusivos; un niño con cabeza de tiburón, otro sin boca y ojos de reptil, o uno que tenía dos flequillos dorados cayendo por sus sienes hasta degradarse en puntas rojas como lava.

Levanté sin ganas el brazo para saludarlos, y no recibí ningún gesto a cambio. A decir verdad, la timidez era palpable en la atmósfera. Posiblemente, era la primera vez que tanto yo como la propia clase éramos mezclados tan repentinamente junto a un desconocido.

No obstante, entre las bocas abiertas como pasmarotes de aquellos niños, vi como un chico de cabello y ojos azafrán no me prestaba la más mínima atención. De hecho, sus párpados se cerraban a ratos entre las visibles ojeras, y al mismo tiempo, cabeceaba sobre una mano con lentos suspiros de cansancio, casi como si estuviera dormido. Diría que me sentí indignada por aquella actitud, sin embargo, fue tan único que me fasciné por él.

Un tosido sonó al lado mío.

—Puedes presentarte —indicó la profesora Smith.

—A si... —Enderecé más la espalda, si aún era posible. A continuación, dicté algunas cosas que se me pasaron por la cabeza—. Mi nombre es Cynder Kannagi, tengo 8 años, 9 por cumplir. Soy del distrito central de Musutafu y me gustan pocas cosas, pero tampoco las detesto del todo. Simplemente, se me hacen indiferentes.

—Bueno, ¿y qué sería eso que sí te gusta? ¿O que nos dices de tu quirk? —inquirió la profesora Helga, ladeando la ceja pícaramente. Desvía la cabeza en dirección a las ventanas, intentando librarme de aquella observación para concentrar la mente e hilar las palabras con sentido.

—Ah, esto... Bueno, solía escaparme al bosque para admirar la naturaleza. Respecto a mi quirk... si me alteró puedo hacer flotar cosas. —Me mordí el labio inferior derecho, ocultando al resto de chicos la verdad. La profesora se rascó la cabeza, completamente de acuerdo ante la respuesta.

—Bien... supongo. Veo que eres algo reservada... —Sin saber que decir, la profesora señaló a un pupitre vacío, entre la ventana de la segunda fila y el chico de aspecto azafrán que dormía tranquilamente mientras pensaba en sus cosas—. Siéntate allí, al lado de ese chico.

Sin siquiera decir nada más, me dirigí hacía dicho pupitre. Clave momentáneamente los ojos en el chico, que ni siquiera se planteó devolver el gesto. Recelosa, me senté al lado de la ventana, sintiendo el agradable calor del Sol entrando fugazmente a través del cristal...

De la nada, un potente golpetazo se estampó a mi derecha. Me giré y observé, entre las risas de los otros niños, como el chico de cabello azafrán golpeó la frente contra la mesa tras fallar en el cabeceó. Aun así, no se despertó. Rápidamente, la profesora Smith se adelantó hasta quedar delante del chico y le dio un ligero tortazo en la nuca con la palma abierta de su mano.

Impulsivamente, el chico se levantó del susto entre los gritos y risas ahogadas del aula.

—¡Shino Hikari! —llamó la profesora, arrugando el rostro—. ¿Cuántas veces te he dicho que no te duermas en clase?

—¿Eh...? —Una vena se infló en la frente de Helga Smith. La confusión en él chico —conocido como Hikari— fue tan divertida, que solté una pequeña risa camuflada con la mano.

—Ya has oído.

—Lo siento, profesora —bostezó como un limaco—. Pero, lo hecho no se puede deshacer.

Rascándose la frente por la desesperada actitud del chico, la profesora soltó ominosamente: —Al menos saluda a tu nueva compañera.

—¿Nueva compañera? —volvió a preguntar como un idiota, sin siquiera mirarme. Entre carcajadas y señales que indicaban mi posición, el chico se giró para observarme con los ojos desorbitados por el asombro, como si no pudiera creerse su propia payasada—. Ostras, ¿y tú desde cuándo estás ahí? —dijo, rebajando la altitud de las cejas.

Levantando las comisuras de los labios, respondí:

—Desde hace 2 minutos.

—Ah, pues... Soy Shino Hikari. Buenos días. —El chico extendió la mano entre los tan atónitos ojos de la tan cómica situación.

Sin darme cuenta, perdí la gélida compostura y correspondí el estrechón humildemente.

—Lo mismo digo.

—¿Es que te llamas igual? —bromeó Shino, o eso pensaba, ya que este no esbozaba ninguna expresión de cuyo acto dudar. Reí inconscientemente.

—No, me llamó Cynder Kannagi.

—Bien, me gusta más mi nombre, pero tampoco suena mal el tuyo...

—Bueno, ya está bien —corrigió la profesora en alto, captando los ojos del aula entera y bajándonos los humos—. Dejemos los juegos y recuperemos el ritmo.

Al cabo de un rato, la clase regresó a la normalidad a fin de que la profesora Smith explicara unos teoremas de matemáticas. Obviamente, ella me dejó algunos apuntes para que fuera adecuándome al temario estudiantil. Y, efectivamente, no tardé en atraparlos, o eso creí en primer lugar, pues solo llegué a la mitad del camino.

Más tarde, antes de terminar, no muchos fueron los que se me acercaron para hablar o preguntarme sobre mi quirk. Yo me enfoque en evitar las preguntas innecesarias con respuestas poco explícitas. Sin embargo, cuando fui a salir, el chico dormilón se acercó y, sin miedo, soltó: —Oye, ¿no te he visto antes en algún lado? —Negué, con la cabeza— Ajá... —suspiró—. Joder, creí haberte visto antes en algún lugar.

Sin la más mínima expresión en el rostro, algo me forzó a sonreír y responder alegremente.

—Venga, vamos. —Dicté cual Soberana. De esa forma, terminó mi primer día de clases en Nonotsume. Sin saber lo que me esperaba.

Desgraciadamente, mucho tiempo después, descubriría una cruda verdad sobre Shino Hikari, pues como decía el dicho: la hoja invisible es la más mortífera. El sable que te apuñala cuando menos te lo esperas.


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8300 palabras.


¡Hello boys! Aquí esta su autor favorito despidiéndose al final del capítulo.

A partir de ahora, este espació será utilizado para resolver dudas.

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