🌌| 3➥ ᴛʀᴜᴄᴏ ᴅᴇ ᴍᴀɢɪᴀ



➢ Un mes después



Sola. Arruinada. Desposeída. Desamparada. Aferrándome como podía al hilo de esperanza del gran manantial. Daba absolutamente igual el nombre que tuviera una chiquilla como yo; nadie se atrevió a tenderme la mano para sacarme de las calles, a dejar que entrara a su cálido hogar.

En ocasiones, me infiltraba en los jardines de algunas viviendas con tal de asomar la cabeza por las ventanas. Una vez allí, observaba a las familias cenando y disfrutando de sus modestas vidas; sin preocupaciones reales más allá de las laborales o escolares. No pasaban hambre, no eran tildados como desechos de la sociedad, no sufrían verdaderas penurias. En cambio, yo arañaba las ventanas al ver cómo estas mismas personas ni siquiera gozaban de la calidez familiar, un bien que podría perderse cualquier día. Como carroñeros, pelean por estupideces, tales como que el hermano pequeño le escondió el móvil a la mayor, o que no les gustó la cena y se quejaron a su madre.

Par de idiotas.

Miré con rabia, apretando dientes y puños mientras fruncía labios y cejas, sabiendo que me tocaría rebuscar entre los desechos de la basura la comida que aliviaría el estómago, pues este rugía bruscamente por no alimentarse de nada durante una semana entera. Un reflejó hizo que colocara la mano sobre el vientre para calmar aquel murmullo. Nadie debía escucharme, si no, me descubrirían.

Rápidamente, me fundí en el aura de la gélida noche de invierno y me mezclé con la oscuridad de la penumbra. Llegué a ser medianamente indetectable; para ello, me eché la capucha negra de la chaqueta por la cabeza, y, rodeando mi cuerpo con la materia oscura, flote al compás del viento.

Un mes atrás, desaté todo el poder que guardaba dentro, en consecuencia, el edificio entero cayó hecho escombros. Ese día, maté a todos los residentes del edificio, al menos a los que no fueron anteriormente devorados. Perdí la conciencia durante 2 horas, quedando enterrada bajo la arena y el amianto que se utilizó previamente en ciertas partes de la estructura. Cuando tosí, sepultada bajo oscuras paredes que se cerraban sobre mí, el veneno natural del amianto hizo que despertara mi sistema nervioso, y que activara otra onda de choque, una potente explosión que retiró la prisión de tierra de un brutal impacto.

Pasé días rondando por los suburbios, herida y arropada con las ropas desperdigadas de los fallecidos en el accidente, cruzando los brazos y buscando el calor interno en aquellos abrigos; deshilachados y rotos, o hechos jirones. No servían más que para cubrir mi pálida tez, pues no evitaban el roce del frío, pero me servían más que de sobra para alejar las enfermedades. También terminé con cabello raído y sucio, pobre y sin brillo como antaño.

Antes parecía nieve, ahora triste ceniza, al igual que mis ojos carentes de vida por tanto llorar en aflicción.

A menudo, caminaba de un lado a otro en soledad, trastabillando entre las aceras de las calles con algo de dolor. Los civiles dirigían miradas de asco, mientras que otros atacaban esbozando pena en sus rostros.

Entonces, como si no los escuchara, estos murmuraban a los oídos de otros:

—No la mires...

—Un héroe la salvará...

—Últimamente hay demasiados niños abandonados por las calles...

Al menos, había unas pocas personas que dejaban cerca de mí algo de dinero. Aquellos yenes podían pagarme bocadillos o latas de conserva. Sentía la boca seca a diario, ya que el aceite y el pan no bastaban para nada humedecerme los labios, y menos para nutrirme de forma saludable. A veces, notaba como todo daba vueltas alrededor y, por reflejo, percibía que necesitaba urgentemente ir a una fuente de agua para beber de un dulce grifo.

El agua resbalaba por mis labios, me recorría la lengua, ignorando la tráquea, y finalmente conseguía saciarme cuando bajaba por la garganta. Eso mismo era lo que producía un mayor número de miradas de asco, pero las ignoraba a costa de sobrevivir y hacerme un hueco en aquel nuevo mundo

Desde entonces, no volví al colegio; nadie me haría ni el más mínimo caso. Total, todos se alejarían de mí por miedo a morir. Ni siquiera los policías vinieron para ponerme en cualquier orfanato del montón. Supongo, que seguía siendo apartada como un gusano... otra vez.

Una vez, tumbé la frente y apoyé la cabeza sobre la pared de un edificio, y, mientras me arrepentía de fracasar constantemente, castañeé los dientes por la helada ventisca que apareció en el cielo ese día. All Might. Se suponía que los héroes eran tan geniales y justicieros como él, que todos ellos salvan a los inocentes de este tipo de penurias, que nunca dejarían a nadie solo. Una sucia y mordaz mentira. Ningún héroe se atrevió siquiera a dirigirme la mirada; solo se dedicaban a lucir las capas y ligar con chicas, mientras que las heroínas exhibían sus traseros y senos por las redes. Unos meses atrás, pedí a papá que algún día iría a la preparatoria UA, y allí, me convertiría en una piedra angular de la sociedad, tal y como All Might. Pero, ¿acaso aquel héroe también lucía una falsa silueta? ¿No podía confiar ni en el Símbolo de la Paz? Y si era así... ¿en quién? ¿En mí misma? Hasta un cretino como Evard había soñado con ser una figura para el resto, a pesar de su complicada personalidad.

Si todo el mundo era realmente así, entonces yo sería la enemiga del mundo. Pues la gente teme lo que no puede comprender.

Envuelta en la rabia, el aura se desprendió a la par que cerraba el puño para golpear la pared del callejón donde se aposentaban. El sonido reverberó por lo ancho del pequeño y lúgubre lugar. Por suerte, no destruí los ladrillos de la construcción, pero porque controlé el golpe a último momento.

Ni bien comencé a idear formas de vengarme de la sociedad por ser tratada de dicha manera, una luz se cruzó en mi camino poco después. Algo que corrigió esos errados pensamientos durante una cadena de afortunados acontecimientos. Por primera vez, recordaría lo que era la calidez de una familia.

Como escuché en un lejano recuerdo: Todo es uno en esta vida.

Suspirando de cansancio, tomé una manta cualquiera y me acomodé entre unos cartones, evadiendo el helado invierno que asomaba desde las nubes, y cerré los ojos, pensando que todo pasaría algún día de estos, que volvería a la normalidad y podría comer junto a mi familia de nuevo.

Allí, en el callejón que hospedaba como casa, no solían pasar demasiados criminales, y los pocos que sí transitaban no dedicaban ni un segundo de su tiempo ni para fijarse en mí: como una rata callejera un débil y pequeño roedor que se pelearía por conseguir el pan día a día, luchando con otros para poder sobrevivir.

Acurrucada a las altas horas de la noche, donde la poca visión de las farolas no alcanzaba mi "cama", unos murmullos comenzaron a silbar de cerca; paso a paso, mientras se acercaban entre risas acompañadas de un apestoso olor a alcohol. Desgraciadamente, tenía la cabeza sumergida en el onírico mundo de los sueños, así que, por mucho que los oyera de fondo, no era capaz de reaccionar. Peor aun cuando los sueños que me atormentaban se trataban de aquellos que ya no estaban al alcance de mis manos, puras pesadillas tintadas de falsa esperanza

Repentinamente, un fuerte tirón de mi cabello ceniciento hizo que despertara de golpe, arrancándome de las sábanas, que se desperdigaron como alfombras por en encharcado suelo. Todas acabaron mojadas cuando abrí los ojos y observé como chapoteaban sobre los húmedos charcos del suelo hasta volverse inútiles. Intenté girar la cabeza para ver lo que me ceñía del pelo, pues notaba un fuerte agarre en él. Aprecié a un grupo de 3 hombres; corpulentos, toscos, cuadrados, y de barbas caídas como trompicones hasta el cuello. Todos lucían ropas baratas y cabellos y ojos oscuros, pero ninguno parecía estar del todo estable mentalmente cuando me percaté de sus movimientos esporádicos.

Al ver como lo poco que tenía se desmoronaba en pedazos, me desesperé. Probé a zafarme de los tirones de cabeza, mientras empujaba con escasas fuerzas al hombre que me agarraba del cabello, pero nada surtía efecto.

El borracho sonrió socarronamente. Los otros 2 empezaron a reír ante mis vanos intentos de liberarme.

—¡Esta niña es divertida! —soltó el hombre que me atenazaba el cabello. Levantó el brazo, y me alzó con él como quien alzaba una muñeca de trapo. El dolor en mi cabeza se hizo plausible de repente, haciendo que pataleara vanamente en el aire. Bajé los párpados, intentando escapar de la situación como fuera posible—. ¡Os lo dije, sabía que había una niña rondando como una vagabunda por este sitio! Y, bien, ¿qué queréis que hagamos?

Uno de ellos inhaló hondo, como si lanzara quejidos de placer.

—La verdad —comentó otra voz—: me gustaría pasar un rato con ella.

—¡No! —grité de miedo, probando a alejarlos de nuevo, pero no podía hacer nada de nada, a no ser que utilizara la materia oscura para sofocarlos.

Antes de que las sucias manos de aquellos pervertidos tuvieran tiempo a tocarme, algo se interpuso en medio, sorprendiéndonos en el proceso. Una diminuta canica roja impactó cerca del hombre que me sujetaba del pelo; y, repentinamente, nada más tocar el suelo, la canica eclosionó como un huevo.

Nadie fue capaz de prever como un trozo de hormigón apareció tras la explosión de tierra, azotando a los 3 borrachos con una peligrosa onda de viento, soltando mil cabello y dejando que cayera al suelo. Impresionada, y cubierta de un lodo que sería difícil de quitar —obviamente, no tenía ducha—, miré hacia los lados y contemplé a los 3 borrachos tendidos en el piso, agarrándose las cabezas con el mareo provocado ante el azote de hormigón. Por ende, gimieron de dolor y se levantaron con los ojos inyectados en sangre, vociferando a los 4 vientos: —¡¿Quién ha sido el que ha hecho eso?! ¡¿Que dé la cara el muy cobarde?! —No obstante, una risa les paralizó como el hielo.

Alcé la vista hacia el oscuro cielo, justo en la brecha del callejón donde aguardaban las terrazas y asomaba la Luna junto a las estrellas. Desde tan arriba, un hombre planeó, descendiendo con ayuda de una capa roja que colgaba de su cuello como si de las alas de un murciélago se tratara, pero carcajeando de manera siniestra.

El desconocido tocó el suelo sutilmente, reclinando el cuerpo sobre un largo bastón blanco de mango dorado. Llevaba unas botas blancas de tacón ligero que le llegaban hasta las rodillas. El resto del cuerpo estaba tapado por un gigantesco abrigo color mostaza y sin capucha; largo como una falda, y adornado con una doble botonadura de torso y hombros que hacía resaltar su cuello como el de un conde. Por debajo del cuello, se podía ver que llevaba una camisa roja donde una pequeña joya de jade verde centelleaba justo en el centro de su pecho. También llevaba unos guantes del mismo tono rojizo, pero verdaderamente lo más destacable de su apariencia se trataba del rostro; cubierto por una circular máscara blanca donde se dibujaban figuras geométricas negras, que formaban una sonrisa de ojos cerrados. Por encima de aquella alegre expresión, había una linda chistera inglesa de cinta roja de la que, colgando, una larga pluma verde sobresalía.

Era todo un mago en apariencia. Justo lo que faltaba.

Algo dentro de mí se removió. Tal vez, aquel era el héroe por el que tanto esperé. Sonreí ante la nueva esperanza que se aproximaba en forma de un lazo de luz fluorescente. El desconocido levantó la mano enguantada, como si pidiera una pequeña pausa.

—Alto, pervertidos. —Apuntó con mano y lengua a los 3 hombres, que intercambiaron gestos de confusión ante el allegado—. No puedo tolerar ver algo así delante de mis ojos. Por lo que, humildemente, les pido que se vayan a chinchar en otro páramo. —Acto seguido, el desconocido se apoyó con regocijo sobre el bastón usando ambas manos, atentó por recibir una respuesta satisfactoria.

Sin previo aviso, las risas resonaron por el callejón. Miré por un momento al desconocido, hasta que, por instinto, me acerqué a él buscando protección tras su espalda. El mago me acarició la cabeza con una de sus manos mientras me asomaba para ver lo que sucedía, y, silenciosamente, él susurró: —Quédate atrás y no te separes demasiado. Yo me hago cargo, confía en mí.

—¡Já! ¿Qué clase de broma es esta? ¿Un payaso de feria piensa que puede pelear contra 3 personas él solo? —bromeó uno de los hombres, mientras los brazos de este se transformaban en bates de hierro adornados con agujas—. No vas a salir vivo de esta. Te volveremos picadillo en menos de lo que canta un gallo.

—¡Será coser y cantar! —apoyó otro de los abusones.

Sin embargo, por mucho miedo que tuviera, el mago comenzó a reír mientras alejaba su mano de mí cabeza y se preparaba para pelear.

—¡Muy bien, querido público! Si tanto lo pedís, os enseñaré algunos trucos —gesticuló con una reverencia, inclinando medio cuerpo. El hombre aprovechó para tirar la capa roja y abrigarme con ella, como un héroe de verdad hacía—. Y a ti, pequeña, luego también te daré una pequeña muestra de cómo hacer algún hechizo de autodefensa. —Levantó sus brazos mirando a los espectadores mientras llovía lo que parecía confeti de colores. Una vista que me cautivo al instante, pero que confundió aún más si cabía esperar a los opresores—. ¡Que comience la función de Mr. Compress!

Sonreí de felicidad al ver como un héroe de verdad lucharía y jugaría su vida por la mía, a pesar de aquella rara presentación. Por primera vez, sentí a la fortuna llamando a la puerta.

Por arte de magia, Mr. Compress, el mago, abrió los dedos como un abanico y sacó de la manga brillantes canicas de colores, como joyas preciosas, y, con gracia, hizo un gesto de arrojarlas con efecto. Fueron arrojadas como balas hacia los pies de los borrachos. Sin que estos pudieran prever absolutamente nada de nada, y antes de llegar a ellos, las esferas explotaron como bombas, esparciendo agudos pedazos de ladrillos por los alrededores, y cegando a los criminales.

Cerré los ojos, agarrando la capa y el abrigo dorado de Mr. Compress, poco antes de escuchar como las piezas de arcilla se clavaban en las caras de los hombres, y como se desmayaban a base de peligrosas contusiones. Unos segundos después, observé de soslayo como todos ellos acabaron derribados, rodeados por fragmentos de ladrillos que se encontraban esparcidos por el suelo; sangrando a borbotones. Casi me daban pena.

El mago y yo nos alejamos de allí antes de que alguien viniera y viera el estropicio. No puse resistencia cuando me llevó en brazos, como todo buen héroe que hacía gala de su nombre. Él había sido la primera persona que me salvaba en el tiempo que estuve vagando por las calles, no tendría sentido forcejear con una figura que inspiraba pasión.

Una vez fuera del callejón, me escrutó a través de la máscara con curiosidad durante unos minutos, hasta que, rascándose la barbilla, dijo: —Tienes buenas manos, podrías aprender trucos. Seguramente te serían de utilidad para las calles, así que, por lo que a mí respecta, la oferta sigue en pie; ya sabes, lo de mostrarte algo que te sirva para la autodefensa. ¿Te interesa aprender un truco? —balanceé la cabeza, asintiendo.

—Sí. Desde que lo perdí todo, he estado rondando como una rata por estas calles, señor Compress —Arrugué los nudillos. El hombre se reclinó sobre una rodilla para estar a mi altura. Observé la máscara detenidamente antes de proseguir—. He descubierto lo dura que es la vida, y lo difícil que es el mundo. Sobrevivir no es algo a lo que todos puedan adaptarse. —Dirigí la vista a mis palmas por unos segundos, y poco después, la desvié hacía la marca de Uróboros que tenía en la clavícula: casi brillando de un ligero púrpura—. Desde que tengo conciencia, sabía que haría grandes cosas, que lucharía por mantener correcto el mundo. Pero, durante estos últimos días en los que no me han parado de ocurrir desgracias, he descubierto que debo cambiar para lograrlo. Este poder sin explotar puede ser la clave para dar ese cambio. ¡Así que, por favor! —Incliné el cuerpo noventa grados, rogando con entusiasmo—. ¡Ayúdeme a cumplir ese sueño!

Una atmósfera silenciosa llenó el aire en el transcurso de los siguientes segundos, hasta que la tensión fue opacada rápidamente por una estruendosa risa. El mago se agarró de la panza con diversión, y me señaló con el dedo índice.

—¡Me encanta esa actitud, pequeña! ¿Cuál es tu nombre? —Tímidamente, bajé los hombros y junté las manos sobre mi regazo.

—Soy Syndra Sorano...

—¡Perfecto, joven Syndra! Cuando peleas con la suerte, es todo o nada. Y para no tentarla, necesitarás un nuevo nombre que sirva para ocultarte. Qué te parece... ¿Cynder? —Abrí los ojos, algo dudosa y emocionada por la idea. La cómica voz prosiguió—. Suena parecido a tu nombre, además, significa amabilidad. ¿Qué te parece? ¿Te gusta?

—Bueno, creo que sí. —dije, aliviada y con los ojos puestos en mi salvador. Nunca nadie gastó su tiempo en ayudarme en una labor del estilo. Para mejorar el asunto, aquella oferta me sería de utilidad en los barrios bajos cuando me viera obligada a encubrirme y que supieran quién era yo en realidad. El hombre suspiró con alivio.

—Qué alegría... Bueno, pequeña Cynder, para mi siguiente actuación —contó, levantando el dedo índice—, necesito a una voluntaria que aprenda el truco. ¿Te apuntas?

—¡Sí! —exclamé, alegremente, pero el hombre me calló con el mismo dedo, silbando suavemente:

—Okay, pero no grites mucho, por favor. Los héroes podrían pensar mal de esta situación.

—Sí... —repetí por lo bajo, levantando el brazo levemente—. Y... ¿cuál es el truco, señor Compress?

Repentinamente, el mago aplaudió para chocar ambos guantes; entre estos, dos largas barajas de cartas se formaron desde las mangas hasta ser combinadas en un solo mazo. Agarró las cartas y, sin pensarlo demasiado, me las entregó con una profunda ilusión dibujada en sus gestos. Agradecí en voz baja cuando recibí el regalo como si fuera el único que hubiera tenido en toda la vida. Ofuscadamente, ojeé las cartas, las cuales mezclaban dibujos de espadas rojas, perlas añiles, y cadenas doradas. Una repetición bastante curiosa. Y a decir verdad, en conjunto eran bastante bonitas y raras.

¿De dónde las habría sacado el mago?

Antes de poder decir nada, mientras desviaba los ojos hacia el mago, este asintió complacido y, sin mayor miramiento, se dio la vuelta. Entonces, caminó alejándose de mí, como si su trabajo estuviera hecho. Por reflejó, buscando la esperanza que se apagaba con cada paso que el mago daba hacía la oscuridad de la noche, estiré el brazo para demandar con una chillona voz: —¿A dónde va? ¿Acaso no iba a enseñarme un truco, señor Compress?

Este frenó de seco. Tras un audible suspiró, giró tanto la cabeza como la máscara, manteniendo las manos en los bolsillos del abrigo.

—No hace falta, Cynder. —Una voz templada salió de la máscara—. Puedo ver que la Dama de la Fortuna te sonríe. Sin embargo, no solo se trata de suerte, sino de un destino retorcido. Da igual que no me creas; conoces perfectamente el camino de la magia. Lo sé, puedo sentir en ti el potencial latente como una energía que emana de forma natural. Usa ese don para estafar y sobrevivir, al igual que muchos otros, aunque deberás tapar ciertos obstáculos antes. O también, prueba a repartir felicidad. Pero, si sigues temiendo a la soledad...

De la nada, sentí como un pesado sombrero aparecía sobre mi cabeza. Rápidamente lo tomé con la mano libre, y observé que este se trataba del de Compress; aquella chistera de cinta roja y pluma verde. Ensanché los ojos por la grata sorpresa, mientras enarcaba una sonrisa de felicidad ante ambos regalos del mago, promesas que jamás olvidaría. Intenté buscarlo mirando a todos lados, pero no había ni rastro de él. Solo quedó una voz que silbó junto al viento unas últimas palabras: —Ahora, yo también te acompañaré de cierta forma. Pero, recuerda: no estarás nunca más sola, la suerte te acompaña.

Y tan rápido como un salvador llegó, desapareció disolviéndose como la niebla en la brisa fría de la noche, dándome un profundo mensaje que me serviría para salir en un futuro: haz lo que debas cuando puedas. Sin arrepentimiento alguno.



➢ Dos años después



Tan rápido como pasaban las estaciones, unos dos años transcurrieron tras encontrarme con el mago. Durante todo ese lapso de tiempo, me hice llamar Cynder —como me nombró el mago— mientras estafaba mediante baratijas y juegos de cartas a todo el que se cruzaba en medio. Sí bien era una niña de aspecto inocente, cargaba un poderoso diablo a cuestas. Usando aquella excusa, aprendí lentamente a usar la materia oscura. Descubrí que era capaz de hacer flotar objetos, así que no demoré en probarlo en las cartas para, intencionadamente, impresionar a las personas que caminaban en los barrios bajos.

Por suerte, no tardaban en tirar algo de limosna, mucha más que antes, cuando era más pequeña. El beneficio de la fuerza, supongo.

De hecho, ¿quién era de pequeña?

Cada vez que intentaba pensar en eso, una espina se me clavaba en la cabeza. Casi ni podía recordar quien fui en una época pasada; solo que papá me llamaba Syndra, y algunas imágenes teñidas de rojo. Se podría decir que mi vida empezó cuando comencé a recorrer las calles y a ganar dinero de forma rastrera. Algunos lanzaban malos ojos, casi de repulsión por pedir dinero sabiendo perfectamente que cometía vandalismo; como moneda de cambio, sonreía mientras seguía jugando con las mentes de estas personas. No tardé en darme cuenta de lo fácil que era engañar y manipular; tal vez, debí ser así desde un inicio, y no tan dócil y sumisa como cuando me golpearon aquellos borrachos en un callejón perdido en vete tú a saber dónde, sobre todo, porque portaba un poder tan mortífero que me permitía exterminar la vida de alguien en lo que pestañeaba.

Jamás lo usé de la peor forma.

Actualmente, guardaba el sombrero cerca de un pequeño árbol, el lugar donde me escondía tiempo atrás... A decir verdad, no podía entender la razón de porque iba allí, pero el cerebro se me nublaba de nuevo cada vez que intentaba pensar en ello, así que desistí de aquellas vanas cuestiones y proseguí con mi vida. ¿Y qué decir? Gracias al dinero que ganaba a base de "esfuerzo y dedicación", podía pagar ropa y comida, aunque no me alcanzara para una nevera o una casa donde calentarme. Aquel mismo árbol con forma de sauce de la que colgaban pequeñas lianas era prácticamente mi hogar.

Por culpa de los problemas económicos que padecía, muchas de las cosas que compraba debían de estar envueltas o ocultas por debajo del aquel sauce, las cuales retiraba haciendo flotar las raíces y la tierra para tomarlas o enterrarlas en el momento quisiera. Obviamente, cuando tuve dinero, lo primero que busqué fue ropa en buenas condiciones; simples camisetas moradas, y el resto del conjunto entero de negro; pantalones, zapatos y chaquetas por igual, aunque a veces me dejaba llevar con alguna variante pequeña... En otras ocasiones, ocultaba la cara tras mascarillas faciales —las más baratas—, ciertamente útiles para ocultar mi cara después de estafar; sin olvidarme de recoger el cabello ceniciento con ayuda de la chistera, claro está.

En resumen, a cuenta propia era una copia barata del mago que salvó mi vida. Jugaba con las cartas para lograr y gozar, y nadie podía decirme nada pues, vagamente, ningún héroe perdía el tiempo jugando con una niña a las cartas. Envuelta en una táctica perfecta para sobrevivir, y difícil ser percibida a la vista de los "defensores" de la justicia. Eso pensaba, pero como diría siempre: Todo es uno. Por lo que, inesperadamente, el camino del que era el único héroe en todo Japón verdaderamente relacionado con la magia se cruzó con el mío: Majestic.

Un día de octubre como cualquier otro; acababa de estafar a un borracho con el clásico juego de adivinar la carta y logré llevarme unos 500 yenes. Sentía que sería capaz de timar y robar sin ser detectada en la tienda de golosinas de la esquina. Simplemente, entraría y causaría una distracción elevando alguna vitrina y, de mientras, me haría pasar por una pequeña heroína que lanzaría las cartas impregnadas en la misma energía. Los poderes chocarían y se anularían a mi voluntad al hacer fricción.

Realicé el acto, aunque no recibí ninguna recompensa real... Sin embargo, es cuestión de suerte, ya que nunca sabes lo que te va a tocar.

Antes de que pudiera salir invicta de la tienda, un hombre me agarró de la capucha para detener mi avance. Di la vuelta, confrontando a aquel que me paró en seco. Me congelé al instante cuando reconocí el vistoso traje del hombre; harapos de tela entretejida en patrones, formando así una túnica de chaman. Cubierto por fajos, lucía una chaqueta y un sombrero puntiagudo como el de un verdadero profeta y, además, llevaba vendados los ojos. Sobre el cuello, un collar de oro incrustado; por guantes, una fina tela gris que se estiraba hasta su dedo central únicamente; y por cintura, otra rota camisa de cuero verde que se doblaba como una falda.

La barbilla mal recortada de Majestic esbozó una sonrisa de dientes perfectos, calando mi corazón de un profundo miedo. Maravilloso, justo debía de haber un genio en lo respectivo a la magia y las tretas en la primera tienda a la que entré.

 —Vaya, vaya... —canturreó. El hombre pasó sus brazos por debajo de mis axilas y me alzó, conectando vistas indirectamente, pues las vendas de los ojos no dejaban que viera tras ellos—. ¿Qué tenemos aquí? Una pequeña estafadora. Últimamente, hay muchos timadores causando problemas por las calles; y, por lo que puedo ver, hasta gente que ni ha rozado los 15 ha comenzado a delinquir. Ahora, me gustaría ver ese truco de magia una vez más, si es que eres capaz, enana. ¿Serías capaz de repetirlo?

Antes de responder, pataleé otra vez en el aire y busqué una salida plausible con mis ojos brillando tenuemente de púrpura. Que mala situación. Para mi terrible suerte, comprobé que era imposible escapar sin dejar huella. Pero, si no hacía nada en lo absoluto, podría acabar tendida sobre una comisaría, y después, siendo llevada a un reformatorio o casa de acogida. Opciones que no deseaba contemplar.

Marcando un mohín en los mofletes, emané el aura de tinta negra en dirección a la cara del hombre, sabiendo que distraerlo sería la única forma de escapar.

Majestic separó los labios, impresionado por el repentino ataque. Sin poder remediarlo, me soltó del agarre y esquivó hacia un lateral poco antes de que el flujo de la corriente violeta lo devorara como un agujero negro. Sin embargo, este río comió los fajines y cintas del sombrero, dejándolos hechos trizas. Por otro lado, caí al suelo sin problema alguno y comencé a correr en dirección a la salida principal de la tienda mientras preparaba las cartas envolviéndolas en una textura similar a un vórtice.

No me atraparían. Hoy no.

Pasé por la puerta, y, atendiendo hacía atrás por un instante, vi al héroe levantarse para salir corriendo hasta mi dirección, pero arrojé por segunda vez otra fuerte ola de energía negativa, la cual, lo obligó a mantenerse escondido entre los estantes de comida mientras se aseguraba de proteger a los civiles. Aproveché la ocasión para huir por patas. Demasiada tensión para una niña. Desgraciadamente; no era una profesional, ni una adulta o una joven cargada de músculos lo suficientemente desarrollados como para aguantar largas persecuciones; estaba en una clara desventaja física. Por eso, en cuestión de minutos, Majestic vino a por mí a toda velocidad, levitando sobre un aro celestial de superficie plana al que no fui capaz de acertar disparos por mucho que lo distrajera.

Crucé entre la gente, esquivando las piernas y caderas de las personas que estaban quietas o asombradas como conos, e intenté distraer a Majestic lanzando pequeñas esferas negras que generaba en el aire al tirar de los hilos del manantial, pero no sirvieron de nada. Entonces, zigzaguee como un roedor, girando sobre mis propios pasos y alterando el ritmo para desenvolverme entre la multitud.

Me perdió de vista. O eso creía yo, pues no funcionó. El héroe me seguía los pasos por el cielo...

Dadas las circunstancias, elaborar una táctica de escape se veía imposible, y más con aquella oleada de tensión recorriéndome las venas. Así que, escasa y desesperada de ideas, decidí meterme en un callejón y probar suerte. Sabía que realmente no podría hacerle frente: sin embargo, las probabilidades de poder desaparecer antes de que el hombre me viera no eran nulas.

Cuando entré al estrecho callejón, vi como un muro se alzaba al otro lado; grande, sólido y compuesto de duros ladrillos. Me arrastré hasta allí, escuchando detrás mía el sonido del viento siendo cortado por el aro gigante del héroe. Nada más toqué el muro, habiendo perdido la fe, oí como algo bajaba y se plantaba en el suelo hundiendo los pies en el mismo, justo a mi espalda. En ese momento, sonreí triunfalmente mientras me daba la vuelta y, sudando por lo bajo, fingía estar impresionada.

Era todo o nada.

El héroe no se apresuró a acercarse hasta donde me encontraba. Iba lentamente, agarrándose del sombrero de mago que yacía medio caído en su cabeza.

—Bueno, bueno, bueno, eso fue bastante peligroso y divertido... —murmuró, terminando de ajustar el sombrero e inclinando el cuerpo con reproche. Para parecer aterrada, di un traspiés hacia atrás hasta chocar con la pared de ladrillos, cosa que el hombre reaccionó haciendo un gesto en el que me pedía frenar—. ¡No tengas miedo! Solo soy el héroe Majestic, un profesional. —No sabía cómo, pero noté que guiñó el ojo tras la venda de la cara—. Soy un encargado de la justicia, un protector del bien, y un astuto hechicero que derrota a los criminales con baratijas. No voy a hacerte nada malo, solo a soltar una pequeña reprimenda de tus malas acciones para luego llevarte a donde sea que se encuentren tus padres. ¿Entiendes? —inquirió.

—Sí... —Tragué saliva, siendo rodeada por el aura oscura ante la atónita mirada del hombre. Este se alarmó, levantando los brazos rodeados de aquellos de dorados aros celestiales.

—Pues por lo que sigo viendo, estás más alerta que antes —formuló, molesto—, y yo, en específico, odio detener y llevar ante los judiciales a menores sin rumbo; no obstante, es muchísimo peor cuando debo de hacerlo a la fuerza. Así que tú decides —Majestic arrugó las cejas ocultas tras la venda—: O vienes conmigo por las buenas, o te llevó a las malas.

Molesta por la mala decisión que tomé al dirigir la marcha en dirección al callejón, oscurecí los ojos mientras el aura y la energía de mi alrededor se ocurecía en un peligroso agujero negro que irradiaba terror y resentimiento, y que, además, consumía la vida. La furia de que durante los primeros meses nadie se dignara a mirarme a la cara y se la pasaran provocándome para que, cuando fuera feliz, una persona apareciera delante mía y fingiera ser de ayuda, diciendo que cambiaría el camino que una vez escogí. Claro, solo se encargan cuando te conviertes en un desecho que dañaba a otros, si no, te ignoran, pensé para adentro.

Estaba harta de aquellas injusticias.

Apreté los puños por reflejo mientras agachaba la mirada junto al cabello ceniciento que se levantaba como un fuego fatuo.

—Muy bien, tú lo quisiste. —Se preparó el héroe.

Majestic dio un traspiés hacia atrás y balanceó los brazos para tirar, con inercia, los dos aros de energía celestial hacia donde me paraba de pie.

Como respuesta, también estiré las manos hacia aquellos círculos tan parecidos a glifos, y estrujé los puños como si aplastara los cráneos de unas bestias. Al instante, los aros fueron rodeados por la materia oscura, siendo mermados y desprovistos de velocidad progresivamente hasta quedar estancados en el aire. A continuación, se desvanecieron en un estallido sombrío, desapareciendo como por arte de magia y suerte. Majestic miró con un absoluto asombro a todos mis movimientos: ante todo, yo mantuve un rostro sereno y tranquilo, pese a que reflejé en los labios una sed de sangre profundamente intensa.

Elevé los pies del suelo, con el profundo crujido de los fragmentos de ladrillo que se arremolinaban a mi alrededor debido al viento. Necesitaba pasar por el muro y bloquearlo seguidamente, pero tenía pocas posibilidades a no ser que volase. Señalé con la palma derecha abierta a Majestic, el cual sudaba la gota gorda de preocupación por las mejillas. Lo que significaba que la confianza del héroe cayó en picado momentáneamente. No habría una oportunidad mejor que esta.

Aun así, superando mis expectativas, el héroe volvió a sonreír como si todo estuviera controlado. Estiró los brazos en forma de cruz, y los contrajo completamente como si fueran las fauces de un animal.

Sin que pudiera preverlo, dos medias circunferencias se cerraron sobre mí; brazos y piernas siendo enroscados sobre caderas y rodillas respectivamente. Sin poder evitarlo, fui inmovilizada en cuestión de segundos, pero, cuando dejé de flotar y creí que caería al suelo de morros, otro aro se situó debajo para dejarme a flote. Comprobé desesperadamente que no podía zafarme de allí, intentando torcer el cuerpo esporádicamente como un gusano mientras tiraba a máxima potencia del hilo del manantial, ensimismada en desintegrar los aros-cadenas a través mis manos, pero no llegaba a ellos, solo a la ropa. Ni siquiera podía evitar que el sombrero que Compress me regaló estuviera a punto de caer al suelo, solo podía ver como el héroe se acercaba con un visible gesto de enfado en el rostro.

Mientras yo seguía peleando para escapar de aquellas ataduras, él se aproximó y, suavemente, me agarró por los hombros para bajarme al suelo. No quería ser... ¿encarcelada?

¿Por qué tenía la sensación de que una vez lo estuve?

No tuve tiempo a dudar sobre aquello, pues los nervios florecieron como otra ola de sentimientos negativos, causando que gritara de pánico entre un mar de lágrimas que rodaron por mis mejillas...

—¡Suéltame! ¡Todos... todos vosotros sois una vil y sucia mentira! —lancé pullas como una mala pécora, desesperada por salir y seguir viviendo el estilo de vida al que me apegué. El héroe me depositó en el suelo finalmente, dejándome inmóvil como un pino mientras lloraba casi entre súplicas—. ¡Vete de aquí! ¡Déjame en paz! ¡Ninguno de vosotros se merece los halagos de las personas! ¡Solo sabéis causar daño por diversión para salir indemnes de ello!

Majestic enderezó el cuerpo, y suspiró profundamente mientras desviaba la cabeza en otra dirección. Tomó su sombrero con nostalgia, se alejó un poco, y, al cabo de uno segundos, habló amargamente:

—No todos somos corruptos, ¿sabes? Sí, existe gente mala que se oculta entre los rostros de bondad, gente oscura que se baña en falsa luz para decir que luchan por el bien contrariamente. No obstante, también están las personas que parecen malas a simple vista, pero que, realmente, son las que deberían encargarse de ayudar a otras. —Abrí los ojos, dudosa y algo más calmada pese a que todavía tenía los ojos cristalizados. Dejé de intentar zafarme para prestar atención—. No quiero tirarme flores, pequeña. Sin embargo, no soy de las personas que abusan de su poder para hacer lo que les plazca; nací para salvar, y viviré en torno a eso. —El hombre miró la palma de su mano, y la apretó con fuerza— Me llamó Majestic, y demostraré que con mis trucos puedo ayudar a los niños que perdieron sus hogares. No permitiré que otras personas pierdan la oportunidad de crecer con un padre... —Se giró hacia mí, con los ojos lanzando centellas doradas tras la venda—. Y ahora, ¿quién eres y quiénes son tus padres?

Agrandé aún más los párpados, absorta por las oraciones, Como niña, solo me dejé llevar por el odio y el resentimiento, jamás pensé en las emociones del resto de héroes cuando no alcanzaban a salvar a alguien; tal vez, al ver cómo estas mismas personas intentaban alejarse de ellos desinteresadamente. Por andar siempre metida en problemas, pensé que los héroes no existían, y los juzgué metiéndolos a todos en el mismo saco.

Pero erraba de narices. Era mi culpa porque nunca me acercaba a pedirles ayuda. All Might, el problema era mío, no quería abrir los ojos ante la verdad. Taché a los héroes pensando que los villanos eran los verdaderos salvadores de esta sociedad. Y, aunque no me conozcas, espero que puedas perdonarme algún día.

Probé a negar con la cabeza, aterrada, e intentando zafarme de nuevo para salir de allí. Aquellas palabras... no se equivocaban. Comencé a hiperventilar mientras sufría un choque con la realidad; dudosa de haber cometido cientos de errores a lo largo de toda mi vida.

El hombre repitió la pregunta en el mismo tono, pero acercándose ligeramente hacia mí: —¿Quién eres y quiénes son tus padres? —Y tan rápido como lo dijo, me tomó de los hombros con algo de fuerza para transmitir una desconcertante seguridad que no sabía interpretar.

—No... no lo sé —susurré, tímidamente, desviando los ojos al suelo mientras me envolvía en un sentimiento de culpabilidad, debilidad e inferioridad. El hombre soltó su agarre y, exasperado, exhaló hondo.

—Perfecto, una niña con amnesia y un poder extremadamente peligroso... —Volteó a mirarme directamente. Sin embargo, su expresión ahora era algo más simpática. Puede que me alterara en exceso—. ¿De verdad que no sabes tu nombre?

Un poco aliviada, tragué saliva, y hablé:

—Soy Cynder... Antes, creo que me llamaba Syndra. Aunque no estoy muy seguro... no lo recuerdo muy bien. —Hice un ademán de bajar la cabeza, como si intentara rascarme la frente para extirpar los recuerdos—. No me acuerdo del nombre de papá, pero sí que algo lo mató.

Noté que, tras la venta, los ojos del héroe se agrandaban de la impresión.

—¿Qué fue lo que mató a tu padre, Cynder? —interrogó, curvando una sonrisa de preocupación en el rostro. Después de unos minutos pensando en silencio, la forma de la bestia apareció en mi mente, junto a otras muchas formas diferentes teñidas de colores rojos y lavanda.

—Era una especie de mantis gigante. No. Más bien, primero se abrió algo en el cielo, durante un funeral... creo. Después, algo salió de allí dentro; muchas cosas plagadas de dientes y garras —Majestic tragó saliva, como si supiera de lo que hablaba—. Un rayo, o algo, estaba por matarme. Algo violeta. Esa mantis... algo traspasó... —Sentí los ojos cristalizarse al rememorar la escena en mi cabeza—. papá... —Me atraganté con las palabras antes de poder proseguir. No obstante, el héroe solo me miró absorto, como si no se creyera lo que escuchaban sus oídos.

Unos pocos segundos después, atónito, el héroe suspiró:

—El incidente del Abismo... Ese raro ataque de las bestias de hace 2 años. Tú... estuviste allí y sobreviviste sin precedente alguno. Quemaste aquel edificio, volviéndolo todo a cenizas. No puede ser... —Esta vez, fue el turno de Majestic perturbar los ojos y desviar la vista hacia el cielo, asombrando por el hecho de que estuviera metida en un accidente que yo apenas recordaba—. Inconcebible... se supone que casi no quedaron testigos aquel día.

De improvisto, se giró en mi dirección para confrontarme con la marcada expresión de un adulto, esbozando una mueca de disgusto. Los aros que me retenían se desvanecieron, dejando que cayera al piso de rodillas y que respirara entre el llanto y la amargura de la libertad. No obstante, fui impresionada por segunda vez cuando el hombre se reclinó hacia delante con una rodilla y me acarició la cabeza y la espalda como un padre a su hija en un tierno abrazo.

—Ya pasó, pequeña Cynder. Falta hablar con ciertas personas para que nos digas qué fue exactamente lo que ocurrió allí. —Sonrió el hombre calmadamente, tratando de hacer que parara de llorar como un bebe—. ¿Sabes? Tienes talento para pelear. Podrías ser mi aprendiz, o...

Ante las palabras, levanté la cara del suelo para verlo directamente, y, limpiando las lágrimas, pregunté con sequía en la voz: —¿O qué...?

—Sonara algo apresurado viniendo de un completo desconocido, pero no soporto ver a niñas llorar. Sobre todo, si son como tú; niños que a los que se lo arrebataron todo. —Rascó su espalda inocentemente—. Aun así, te lo explicaré correctamente para que seas capaz de entenderme. —Tosió para cautivar mi atención—. Por lo que acabo de presenciar; fuiste capaz de destruir mis aros, más o menos, y casi escapar: teniendo en cuenta de que soy un profesional que está rozando el top 10, claro está. No existen muchas personas en este país capaces de impresionar a un héroe de tal grado, y menos a tu corta edad. Tienes un gran potencial. Si tomases un entrenamiento adecuado, sin dudarlo que escalarías hasta un alto lugar en la tabla de clasificaciones. Pero no basta con ser mi aprendiz para alcanzar esa posición...

—No te sigo... —murmuré, sin comprender el hilo de la conversación.

—Fácil; aparte de entrenarte, quiero que seas mi hija adoptiva y, por ende, alumna recomendada para el departamento de héroes de UA. —Ensanché los ojos— Sé perfectamente de que no nos conocemos de nada y que todo esto suena apresurado, pero no dejaré que vayas al orfanato y te quedes allí plantada como una maceta con peluca. Sería desperdiciar tu verdadero talento. Solo tendría que firmar algunos trámites y requisitos para la adopción; siempre que tu también lo desees, por supuesto.

Una luz se bifurcó en el camino; una intensa pero clara luz que me daba las posibilidades de ser guiada; no controlada. Un héroe que se encargaría de fortalecerme, en vez de cortar mi progreso. Y no solo eso, sino que, además, tendría entrada directa a UA para poder luchar como las grandes ligas lo hacían realmente. Durante los últimos meses, los malos pensamientos me nublaron el juicio y la razón, dejando un resentimiento profundo que sería difícil de olvidar; sin embargo, esas personas a las que juzgue por no ayudarme me tendían la mano para asegurar que tuviera un buen futuro; una verdadera vida libre y sin cadenas.

No más desdichas. No más soledad. No más control. Viva la vida.

Ajusté el sombrero, sonreí por lo bajo con una mirada algo oscura, e inquirí: —¿Cómo se llama realmente?

—Me llamo Emma Kannagi. —Tendió la mano para que la tomara, y así, correspondí el apretón. Fui levantada de un leve tirón hasta quedar de pie, y, esbozando una mueca sincera, le devolví un gesto de aprecio.

—Encantada de conocerlo, señor Kannagi.

A partir de ese día, mi vida dio un giro de 180º. La opinión que tenía de los héroes, cambiaría gradualmente.



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7000 palabras


Hola, ha pasado una semana desde el anterior capitulo. Espero que os este gustando la historia, estoy dedicando bastante esfuerzo a la corrección, pero seguro que se escapan algunos errores XD.

Para el que no lo sepa, las cartas que Mr Compress entrega a Syndra son las de Twisted Fate, y varias de las frases del capitulo también. Esto esta hecho para que el personaje de Syndra tenga nuevas perspectivas y sea más digerible; aparte, le da algo de originalidad a esta historia.

Lo que si me aterra un poco es que no me quedara bien la parte de Majestic: para el que me venia siguiendo desde hace tiempo, ya debería saber que suelo usar este tipo de secundarios, sin historia explicada en el canon, para darles una propia y espacio para brillar. Decidí que el mago merecía ser importante aquí, al igual que algo de más relevancia a Compress.

Curiosidad múltiple: El nombre de Cynder fue un buen accidente que se me ocurrió; Cynder está en Galés, y significa Amabilidad. Un nombre curioso para un ser que está lleno de resentimiento. En cambio, Cinder del inglés significa ceniza, perfecto para la metáfora del fénix que renace a mejor.

Comentad y compartid las opiniones del capitulo si es que queréis ^_^

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