🌌| 1➥ ʀᴇɴᴀᴄᴇʀ



➢ Con Syndra



Entonces, abrí los ojos, o eso creía.

Todo era distinto a lo que recordaba. No alcanzaba a ver a los característicos ladrillos de la Fortaleza Celestial, ni a los 3 sabios. De hecho, ni me percibía con exactitud. Sentía que estaba compuesta por un vendaval de polvo violeta, pequeñas motas arremolinadas en medio de un estrecho sendero conformado por prados ¿rosas?

¿Dónde estaba?

Desconozco la razón del porque no tenía ojos, o del porque seguía manteniendo la capacidad de apreciar mi entorno. Era una sensación extraña, pero no desagradable. Tampoco captaba como el viento acicalaba o barría este nuevo cuerpo, pero sí podía observar cómo dicha brisa mecía y golpeaba las hierbas de aquellas praderas oníricas, por debajo de un cielo despejado y teñido en un suave velo de plata. Balanceando la cabeza hacía los lados, comprendí que en ese lugar no existían los árboles, sólo colinas repletas de plantas, y un largo sendero de mármol blanco que se estiraba hasta el más allá.

Di unos pasos, como sea que lo hice; adelantando un trecho del sendero, sintiendo el cuerpo vibrar y crecer, y siendo acompañada por una melodía parecida a una dulce sonata de flauta. Fui recuperando la forma de alguna manera. Sin embargo, aunque mi cuerpo entero surgió finalmente del polvo, no era más que eso mismo; partículas y motas violetas y púrpuras que componían una falsa entidad. Para comprobar eso, intenté frotarme la piel, pero terminé desistiendo y tirando la idea a la basura cuando presencié como esta se desvanecía como arena para apegarse de nuevo al cuerpo.

Repentinamente un fulgor brilló a lo lejos. Fijé mi visión para ver como una rugiente explosión dorada de fuego infernal ascendía hacia el cielo: creando un pedestal de luz, y una línea de meta. Una imagen sumamente bella. Me quedé pasmada ante aquel escenario tan surrealista, el de un inmenso torrente de brasas que chocaban contra las nubes.

Dudosa de qué hacer, acabé escogiendo la opción más lógica en ese momento; correr en dirección al pedestal de luz. Algo me decía a la oreja sobre que aquel era mi destino, el lugar donde encontraría una respuesta al misterio que me abordaba en ese momento.

Sin embargo, pasaron las horas viendo que no lograba avanzar en lo absoluto. Al sentir que no llegaba a ningún lado, frené de golpe para pensar en qué demonios ocurría. Los esfuerzos por atrapar el pedestal eran vanos, como si una corriente de aire soplara para frenarme y alejarme de allí. Algo me impedía pasar, y sin saber el qué, formé un gesto de preocupación en el rostro.

Suspiré, esparciendo polvo violeta desde la boca. Desorientada, acabé sentada en el suelo de mármol blanco, intentando hallar una respuesta a dichas cuestiones que se amontonaban en mi cabeza como una maraña de ideas. Pero, algo me sorprendió de sobremanera.

—¿Necesitas ayuda? —golpeó una voz detrás mía. Simplemente, me asusté y giré el cuerpo para contemplar la nada que poseía él sendero. Ladeé la cabeza hacía un lado, confusa—. No estoy ahí.

Torné los ojos en todas direcciones, eufórica por el misterio, pero no hallé nada en concreto. La voz bobalicona volvió a repiquetear a mi alrededor, esta vez, con un tono sarcástico: —Realmente, existo, pero no estoy en ningún lado. Aunque, tampoco existo, pero puedo estar en todos lados a la vez. Soy la voz que representa a los senderos de muerte.

Atemorizada, estiré los brazos y piernas para ponerme en guardia, y grité una pequeña ronda de preguntas a los 4 vientos:

—¿Quién eres? ¿Dónde estoy? ¿Y por qué tengo este aspecto? —Miré al cielo, en busca de respuestas, pero solo oí leves carcajadas.

—Tranquila mujer, no es para tanto. —Paró de reír la voz, a la par que el soplido del viento pululó la atmósfera—. Como he dicho, estos son los senderos de la muerte, y solo se puede acceder aquí cuando uno pierde la vida. —Cerré la boca, recordando una explosión y comprendiendo al instante la situación; La voz tenía razón, debía de estar muerta. Pero, poco era decir que estaba impresionada de que así fuera la muerte. Casi susurré un leve imposible ante el hermoso escenario en el que acabé varada por accidente—. Respecto a quién soy, déjame decirte que me llamó U.

¿U? ¿Dónde escuché ese nombre antes?

—¿Eso es todo...? —dije de forma insegura, mientras bajaba los hombros. La voz se ofendió.

—¡No es todo, pero nadie debe conocer mi nombre! ¡Es un hecho!

—Vale... —En realidad, no lo entendía muy bien. Pero no podía ponerme a discutir con algo que no comprendía. El motivo de que un ser como aquel viviera en un lugar como ese era súbitamente anormal. Peligroso, tal vez. Apunté los ojos en dirección al lugar donde se erigía el pilar de luz, y lo señalé con el dedo índice—. ¿Podrías decirme qué es eso de allí?

La voz elevó el tono.

—Sí, eso es la entrada al reino celestial. El lugar donde todas las almas suelen ir a descansar tras la muerte. No obstante, noté que tú no puedes pasar, y creo tener una idea de cuál es esa razón —comentó, haciendo que desorbitara los ojos de la indignación.

—A ver, he hecho cosas malas, pero merezco algo bueno tras ser traicionada y desechada varias veces en toda mi vida. Después de todo, soy como todos los seres humanos en el mundo. ¿Acaso no tengo derecho a vivir en libertad incluso en la muerte? ¿Acaso nací para ser el juguete de alguien? —me quejé, desafiando al ente.

Hubo un breve silencio. Dos segundos en adelante, dicho vacío fue acompañado por el silbido de un viento refrescante, uno que fui capaz de gozar al fin. La voz habló de nuevo, algo apabullada:

—Cierto, pero no es por tu actitud, pequeña alma. Percibo en tí algo diferente, la esencia de una Runa. Tu debes de ser quien drenó la energía de la Runa Espiritual unas horas atrás, y, en consecuencia, dejaste a Runaterra sin esos protectores vinculados al artefacto. —Desorbité los ojos, absorta por descubrir lo que se venía encima—. Me temo que la guerra va a destruir ese mundo. Es tal y como predijo el profeta. Una batalla contra las criaturas del Vacío, millones de vidas que se esfumaran de la nada, y puede que también sus almas. Ocurrirá una contienda sin precedentes debido a que el equilibrio de poder ha sido desbalanceado a favor del enemigo común.

Mierda. 

Aquellas nuevas significaban tres graves noticias; la primera, que el espíritu de Jonia y otros muchos dormirían hasta mi regresó. Todos aletargados, sin hacer nada más que esperar por la inevitable conquista de Runaterra. La segunda, que no restauré ni eliminé el sello, lo cual significaba que no llegué a ninguna parte, razón más que suficiente como para castigarme por dentro. Y, la tercera, que no tendría un lugar al que volver, ya que las abominaciones del Vacío devorarían a todos y todas por igual.

Me tapé la boca con la mano mientras humedecía los ojos.

Lo arruine todo.

Buscando desatarme a mí misma, causé el cataclismo final. Toda la lucha fue inútil.

Caí de rodillas al suelo. El cabello violeta me cubrió la cara mientras lamentaba entre terribles sollozos el daño que provoqué a lo largo de toda mi vida. Quizás, si me hubiera conformado con el sello... Quizás, si me hubiera quedado atrapada en el manantial... Quizás, si no le hubiera pedido a Ryze la dichosa Runa, nada de esto hubiera pasado.

Todo por mis caprichos egoístas. Que lamentable. Si el maestro me viera ahora mismo, se reiría junto al resto de discípulos.

—Para volver a esgrimir ese poder —continuó el señor U, tomando seriedad en su timbre de voz—, y liberarte del sello al que tu maestro te impuso, hiciste uso de algo que no te pertenecía. Deplorable para una persona con semejante don.

—No quería... —intenté formular, pero mi garganta no quería hablar. Simplemente, atraganté los sollozos mientras intentaba articular palabras de arrepentimiento.

—Los grandes espíritus están contigo, y lo estarán por el resto de la eternidad, Soberana Oscura. Hazte a la idea de lo que eso conlleva; todos formaban una conexión con la Runa Espiritual, no tenían pensamientos reales más allá de proteger el equilibrio del mundo. Ahora, tú eres esencial para cada uno de ellos. Serás esa runa hasta el fin de los tiempos.

Me cubrí la cara, negándome a aceptar la realidad de la vergüenza que me henchía. Mientras me agarraba las piernas por las rodillas, me volví una pelota, aguantando con todo el esfuerzo del mundo las irreales y desoladoras lágrimas que resbalaban sin control aparente por mis mejillas.

Demasiado que asimilar. Nada tenía sentido. Estaba verdaderamente perdida.

—Has desprovisto Runaterra de los espíritus, pero tampoco eres capaz de acceder al reino celestial para restablecer el orden. —Gemí, profundamente agobiada de intentar parar los sollozos a los que permití salir inconscientemente—. Pero, la diosa Anivia lo notó justo a última instancia, y te concedió el don de volver a la vida. Por ello, deberías mostrar algo de respeto como mínimo.

Ante lo dicho, levanté la cara apenada y miré de soslayo a la nada, enarcando las cejas con curiosidad

—¿Eh? —frené las lágrimas, pasándome la mano por los mofletes, y centré la visión en la espuma plateada que cubría al cielo—. ¿Qué significa eso? No lo pillo...

Una leve exhalación resonó por todas las praderas, algo cansada de tener que responder a cada una de las preguntas. Pero debía de ser así, ya que la conversación se volvió demasiado estrambótica, al grado en que era imposible analizarla sin perder el hilo o extraviarse del camino.

Sequé el líquido magenta que difuminaba mi cara, e intenté sentarme sobre el suelo cruzando las piernas. Y, mientras esperaba por una respuesta, me alise el cabello rápidamente.

La voz retornó bien pronto.

—El criofénix es capaz de resucitar a los muertos; ella puede entregar la bendición de la resurrección a ciertas almas perdidas. Algunas como la tuya, qué no supieron comprender lo bella que es la vida.

—¿Eso significa que es por culpa de Anivia que no puedo ir al reino celestial? ¿No es eso justamente lo contrario que ella buscaba? —pregunté, esta vez insistiendo con pesimismo.

—No —negó el señor U, marcando un tono de voz duro—. Obviamente, los celestiales te obligarían, pero sería imposible para ellos hacer algo así porque una Runa Geogénica no tiene acceso a dicho plano. Las Runas solo pueden existir en los planos físicos.

En resumidas cuentas: no había cabida para mí. Ni allí, ni en algún otro lugar. Como siempre, estaría sola de nuevo, hallando la forma de liberarme del dolor y el asco. Sin embargo, algo no cuadraba en la ecuación.

—¿Y por qué estoy aquí? —apunté, dudosa y con los ojos mínimamente cristalizados—. ¿No debería de ser imposible para una Runa Geogénica?

—Te equivocas de nuevo, tonta. —Mentiría si dijera que aquello no me ofendió en primer lugar—. Eres mitad Runa Geogénica, mitad humana. Aparte, aunque la Runa Espiritual se forjara en la Runaterra física, también sirve como un puente entre los espíritus y lo material, haciendo que puedan moverse con libre albedrío. ¿Me sigues?

Me levanté de golpe y agité las manos, palmas abiertas, en un gesto que pedía frenar de inmediato la conversación. Necesitaba asimilarlo todo con exactitud. Respiré profundamente, recapitulando la información que contó.

—Espera, a ver que me aclare. Según tú —señalé al cielo, repasando el montón de ideas que me rondaban por la cabeza—, soy una de esas runas, y como tal, no tengo derecho a ir al reino celestial. Pero, cómo absorbí la esencia de la Runa Espiritual, guardo la capacidad de conectar los planos y atraer al resto de guardianes. Entonces, morí, y ahora estoy atrapada aquí sin punto de retorno, a pesar de que la mismísima Anivia me diera el don de renacer. Lo que me hace dudar con lo siguiente: ¿qué demonios hago! ¿Y por qué no hay ningún pedestal para regresar allí? ¿Es que el don de Anivia no funciona de esa forma?

El señor U dejó de emitir cualquier sonido por unos instantes. Me encontraba algo histérica, agarrándome la cabeza por los pelos y estirándolos con rabia. No solo me era imposible entender lo que ocurría, aunque pudiera resumirlo vagamente, sino que todo parecía tan irreal como para pensar que me encontraba sumergida todavía en el manantial.

Finalmente, el señor U siguió con las explicaciones:

—Claro... sobre eso... veras... —tomó otra leve pausa—. El que estés aquí ha mostrado una ruta al Vacío, un camino que les permite acceder a la Runaterra espiritual. Dicho y hecho, lo han ocupado. El camino de vuelta no sólo ha desaparecido para ti, sino para todos los bendecidos por Anivia. Me temo que las criaturas han seguido el poder de la runa que llevas dentro, y que lo seguirán haciendo hasta darte caza.

Alertada ante la gravedad de la situación, me di cuenta de que un solo error podría hacer que todo acabase destruido, que hasta el menor movimiento podría causar un desastre sin igual en todo el universo. Eché el aliento, ofuscada en pensar la solución correcta en pos del futuro.

—¿Y qué debo hacer? —exclamé, transpirando a todo pulmón—. Mi existencia ha dejado de tener sentido; soy necesaria, pero inútil; eficiente, pero incapaz; fuerte, pero débil. Odio al mundo entero, pero no soporto la idea de pensar en quienes no tenían la culpa, aquellas jóvenes que pasan o pasarán por mis mismas desgracias. ¡No quiero eso para nadie más!

Todas esas vidas pendían de un fino hilo, pero no estaban a mi disposición, sino del de las criaturas que asolarían Runaterra en cuestión de meses o años. Sin darme cuenta de los errores que cometí, acabé envolviendo a mucha gente en una guerra sin precedentes. Inexcusable.

La voz siguió hablando del destino que me aguardaba. Un destino que poco era decir sí me sorprendió cuando lo escuché.

—Aunque puedas declinar aún más la balanza a favor del caos, debes renacer. Y no aquí, sino en otro mundo.

—¿Eh? ¿Renacer? —Parpadee—. ¿No dijiste hace un momento que era imposible? —Seguí cuestionando, perpleja ante la sugerencia.

—Si quieres volver de alguna forma, debes renacer en otro mundo para que el Vacío te encuentre, y así traspasar uno de sus portales. Si lo consigues, puede que seas capaz de entregar a toda Runaterra esos espíritus dormidos. —balbuceó en bajo, siendo casi inaudible.

—Sigo sin entenderlo...

—Fácil; has de renacer y ser detectada. Y durante tu crecimiento, debes convertirte en alguien lo suficientemente fuerte como para traspasar los portales del Vacío sin ser corrompida en acto. Con solo tu mera presencia en el mundo, liberarás a los espíritus presos en las cadenas de tu corazón. Una apuesta arriesgada, pero con un resultado seguro. El problema es que, al tener un cerebro nuevo, me es imposible hacer que mantengas los recuerdos... Tendré que encargarme personalmente de eso.

Y otra vez, el señor U volvió a las andadas entre balbuceos y oraciones extrañas. Finalmente, prosiguió.

—Bien, Syndra. El sello no se ha desvanecido al estar conectado a tu espíritu, pero para ayudarte, haré una marca en la clavícula derecha. No liberará la condena a la que te sometió Konigen, pero si podrá restaurar los recuerdos perdidos mucho después del renacimiento.

Repentinamente, diversos pedestales de luces doradas se alzaron hacia los cielos plateados, todos desde distintas localizaciones. Los caminos de mármol blanco fueron abriéndose ante mí como por arte de magia, retirando los matojos de finas hojas y hierbas rosas. Lancé una mirada de desconcierto ante todo lo que ocurría por los alrededores, como si fuera el señor U el verdadero dios de aquellos páramos casi desiertos

—Ahora sí, encamina el rumbo de tu nueva vida, y sálvanos de la condenación final... —Y, de repente, su voz se fue apagando sin prisa alguna, dejando un pequeño vacío en el viento, no sin antes, susurrar una última cosa—. Mi elegida...

Sentí un agudo dolor en la cabeza, pero lo pasé por alto cuando amainó después de unos segundos.

Acto seguido, comprobé que la voz desapareció hablándole al aire entre tonos graves y agudos que reclamaban respuesta, pero nada surtía efecto. Era como si un vendaval de viento impreso se lo hubiera llevado por el camino, al contrario que a mí. Ahora, estaba de nuevo sola en aquellas praderas rosas, trazadas con caminos que iban hasta cada uno de los pilares de luz dorada, similares a prismas. Se suponía que aquellas cosas eran portales para las almas perdidas, que me darían la posibilidad de renacer en distintos mundos...

No quería, pero no tenía alternativa. Si no, el Vacío vendría y podría extraer la energía de la Runa Geogénica.

Dirigí fugazmente la vista hasta uno de ellos, y corrí hasta él a máxima velocidad, casi flotando como hacía cuando me henchía en la materia oscura que podía manifestar; ahora, sin cadenas o estorbos en medio. Solo yo, y el objetivo. Una nueva vida para salvar, y no para matar. Para expiar mis pecados. Las ansias por saber lo que me deparaba eran muchas. Encima, aunque tuviera el sello, tal vez en el otro mundo encontraría un método para retirarlo. Con ese pensamiento alegre llenándome la mente, salté hasta el primer pedestal de luz que vi.

Todo se tornó oscuro otra vez. 



➢ Hospital general de Musutafu



Las turbulentas nubes tronaron en rabia, tal y como la rama de un gran árbol al caer sobre el suelo. Era un día turbio y lluvioso, de los verdaderamente difíciles, sobre todo para la gente de un hospital situado en la ciudad de Musutafu.

En la sala de urgencias, los nervios rebosaban en impaciencia; el doctor, los médicos, y asistentes no paraban de andar de un lado para otro, como revoltosas hormigas. En una operación complicada de narices, los gritos de la paciente, que rogaba por dar un final a su martirio, no escatimaron en gastos desde que comenzaron.

Todos y cada uno de ellos llevaban mascarillas faciales, guantes quirúrgicos, y batas blancas; hasta protectores de pelo y pequeñas gafas. Todos perfectamente preparados para la sangre que salía a borbotones de la mujer.

—¡Necesitamos más anestesia! —rogó el doctor, soplando la mascarilla, y removiendo insatisfecho la bata: la cosa empeoró desde que Shino Sorano, la paciente, entró en parto. La joven madre pasaba canutas en la camilla, llorando por traer otro pequeño ser a ese fatídico mundo, un lugar ridículo donde héroes y villanos luchaban por y para las demás personas.

Los blancos cabellos de la mujer cayeron por su cara, pringados de sudor, mientras mantenía ambos párpados cerrados y temblando de dolor. El parto se complicó aún más.

La familia de Shino Sorano esperaba fuera de la sala de urgencias; un pequeño niño de cuatro años y el padre de la casa. Este último cuidaba del pequeño, que lloraba al no saber lo que le ocurría a su madre, acurrucado en brazos del padre y pidiendo explicaciones con respuestas que no entendería a esa edad. El doctor sintió algo de pena por el niño, que, si no se equivocaba, tenía el nombre de Evard. Un joven de cabello cobrizo como el bronce y unos profundos ojos añiles tales al mar.

Kawaru Sorano entró a la sala de urgencias, poco después de haber dejado al pequeño Evard con unas asistentes de enfermería. Los ojos vividos y púrpuras de este hombre vieron a su mujer, que apuñalaba los tímpanos de todos entre alaridos de agonía. La mortal visión del padre asesinó a los médicos. Rápidamente, se aproximó a donde Shino aguardaba adolorida, actualmente recostada en una camilla de sábanas blancas, y con las piernas abiertas para facilitar el nacimiento del bebé.

Kawaru apretó la mano de Shino, mientras el doctor seguía preparando todo para facilitar el parto. Aunque parecía un nacimiento normal, en verdad era preocupante, ya que la sangre salía tan rápido que era difícil de pensar en cuál sería el resultado de aquello. Como si lo que se removiera dentro fuera una criatura que buscaba arrebatarle la vida a su madre adrede.

Kawaru susurró palabras de ánimo:

—Shino, tú puedes —dijo melosamente, acariciando la mejilla de la mujer albina—. No es la primera vez que haces esto, Evard también fue complicado, pero no imposible.

—¡Joder! —gritó la mujer, ignorando lo que Kagawu decía. Shino se retorció, arqueando la espalda y apunto de bajar las piernas. Todo el equipo actuó de forma veloz para sujetar las rodillas y atarlas en nudos, manteniendo así las caderas en una posición segura—. ¡El primero no fue tan horrible como esto!

A continuación, la mujer aplastó la mano de su marido, como si empleara toda la resistencia restante sobre los brazos y no las piernas. El hombre chasqueó los labios, contrayéndose de dolor, pero aguantó como un campeón, y sustituyó su expresión retorcida por una pálida sonrisa.

—Señorita Sorano, le pido concentración, por favor —advirtió el doctor, pero esta siguió removiéndose mediante espasmos, como un gusano que retorcía el cuerpo sobre la tierra.

—¡Y yo le pido que haga algo! —Su boca cesó los chillidos de golpe, al igual que cesaron aquellos estrambóticos movimientos. Antes de poder decir nada, Shino Sorano abrió los ojos, mostrando un azul vacío como el de las profundidades marinas, similar a un muerto. Poco era decir que todos se fijaron fugazmente en ella, presenciando esa reacción tan espontánea, pero no se prepararon para lo que a continuación iba a decir—. ¿Eh? ¿Dónde estáis? ¿Por qué nadie dice nada de repente...?

—¿Cariño...? —musitó Kagawu Sorano, acercando la cara y contemplando estupefacto a su mujer.

Ella solo gesticuló algo de forma muy silenciosa: —Qué raro, la anestesia ha tenido que surtir efecto... —Inesperadamente, de las comisuras de los labios de la mujer comenzaron a fluir dos cascadas de sangre escarlata. Un río surcó la barbilla, trazando hilos a lo largo del cuerpo, hasta chapotear las gotas sobre el suelo y formar un pequeño charco carmesí.

Kawaru gritó, alterado. Exigía saber lo que estaba ocurriendo. Shino cerró los ojos sin emitir ningún sonido más que el de sus entrañas revolviéndose, junto al de las pulsaciones de las máquinas que se debilitaban por el terminar de cada segundo. Shino Sorano seguía respirando, y se mantuvo así por un rato, hasta que, en unas horas, un llanto ahogó la habitación; pero no los del padre, sino uno que provenía del berrinche de una recién nacida.

El hombre no hizo más que llorar al ver como las máquinas que mostraban el pulso de Shino se reducían por cada mísero segundo; al ver como la mujer sostenía entre unas pequeñas mantas, sin fuerzas, a la niña; y al ver como el pálido cabello como la nieve de su mujer se apagaba...

Kawaru tomó al bebé con un brazo, mientras agarraba la mano de Shino con la otra, y vio directamente a los ojos entreabiertos de la niña. Su hija tenía los mismos ojos púrpuras que él, mientras que los mechones blancos eran de Shino. Un hermoso ángel caído de los mismísimos cielos.

Pasaron unos minutos, hasta que él bebe arrugó el ceño y empezó a llorar un mar de lágrimas. El doctor, algo apenado por este tipo de situaciones, tocó el hombro de Kawaru para separarlo momentáneamente de Shino. Debían llevar a la paciente hacia urgencias y a la niña en dirección a cuidados. Kawaru asintió y, a regañadientes, desvió la mirada mientras soltaba la mano de la madre con algo de miedo: el temor de no volver a tomar la mano de su esposa.

El padre salió de la sala, acompañando a Shino —todavía en la camilla— con apego y miedo de separarse. Una vez fuera, el joven Evard se aproximó para ver el estado de su madre. El rostro del niño se horrorizó al instante, pero una de las asistentes se vio forzada a tapar los ojos al niño antes de que chillara, presa del pánico.

—¡Mamá! —Otra asistente tomó al niño por debajo de los hombros y lo separó de la camilla. Kawaru congeló con una punzante mirada a su hijo, sosteniendo a la niña en uno de los brazos.

—Evard, aléjate. Tu madre necesita descansar.

—¿Qué le pasa a mamá? —preguntó, teniendo los párpados helados del terror, mezclados de forma natural con la indisposición.

El hombre suspiró amargamente

—Lo entenderás algún día, hijo mío.

No obstante, el niño miró con una profunda rabia al envoltorio donde la niña descansaba profundamente dormida, a los brazos de Kawaru. Los ojos azules de Evard se clavaron con resentimiento en él, por eso, Kawaru se vio obligado a devolverle un gesto idéntico.

Evard se giró, cruzándose de brazos y llorando solitariamente en una esquina. Las enfermeras corrieron a consolarlo con leves toquecitos en la espalda. Debía de ser duro el ver como una madre aguardaba a las puertas de la muerte. La camilla retomó de camino a otra sala de urgencias. En el proceso, una enfermera le pidió al padre que dejara en cuidados a la niña, y Kawaru aceptó algo dudoso la preposición, pero no tuvo otra opción, ya que quería ver lo que finalmente ocurría con su mujer.

Horas después, Shiro Sorano falleció en camilla. Tanto el doctor, como los médicos y las enfermeras fueron incapaces de hallar la razón de aquel bestial debilitamiento; como si la niña le hubiera quitado todo signo vital al salir, como si le hubiera chupado toda la energía para emerger de su vientre, como un monstruo. El señor Kawaru Sorano no tardó en deprimirse, hasta el punto que lanzó duras críticas sobre denuncias tras aquel incidente médico. Alegó que volverían a verse en los juzgados. Por otro lado, el niño, tirado en una silla y repleto de ojeras, simplemente negaba con la cabeza mientras se acurrucaba sobre sí, buscando el calor que su madre no sería capaz de darle en otra ocasión.

Sin embargo, un milagro sucedió en última instancia.

—¡Oh, ¿qué es esto?! —dijo una enfermera, llamando la atención del resto—. ¡Doctor Garaki, algo raro le pasa a la niña de los Sorano! ¡Venga aquí cuanto antes!

—¡¿Qué pasa?! —pidió explicaciones mientras se dirigían a la sala donde la pequeña dormía.

La enfermera se atraganto ella sola antes de hablar. Se salivó los labios, y, a fin de que nadie los escuchara, susurró: —No lo sabemos, pero una marca está brillando como una estrella en la clavícula derecha de la niña de los Sorano. Creemos que se trata de un quirk, pero se siente extraño...

Hundiendo los pies en el suelo de los pasillos del hospital, y teniendo en cuenta que las otras dos personas relacionadas con Shino Sorano estaban siendo tranquilizadas por el personal, el doctor y la enfermera apretaron el paso.

Cuando llegaron a la habitación donde dormían los pequeños, el doctor miró a través del cristal hacia la cuna donde la pequeña de los Sorano yacía echada en un pequeño lecho. Ensanchó los ojos con asombro. Apurado, rodeó la pared y accedió por la puerta de la habitación hasta situarse justo delante de la pequeña. En la clavícula derecha de esta, una luz púrpura alumbraba un pedestal en dirección al techo, un rayo de luz que no paraba de deslumbrar. Aun así, la niña estaba sobre los brazos de Morfeo, sin arrugar la expresión o emitir un solo sollozo de llanto.

El doctor acarició suavemente la frente de la niña, y el pedestal fue descendiendo hasta grabar algo en la pálida piel de su clavícula. Daba la impresión de arder como un infierno, pero no despertaba dolor en el rostro de la pequeña. Poco después, un emblema apareció; una especie de círculo fundido, conformado por una serpiente púrpura que devoraba su propia cola en un ciclo infinito.

El doctor frotó la marca, susurrando lo siguiente:

—Esto es... Uróboros... ¿Qué demonios? ¿Cómo puede un quirk confeccionar algo semejante? —El doctor tapó la marca de nacimiento con un parche para que nadie lo viera, y se largó de allí, concienciado de que debería avisar al señor Kawaru de aquello. Un evento absurdamente inusual hasta para aquellos que nacían con un quirk.

Varios minutos más tarde, el doctor Kyudai Garaki se reunió con padre e hijo para explicar lo sucedido —aunque el niño no entendiera nada de nada—, y de paso, entregarle la niña al pobre viudo.

En verdad, él quería saber la razón de la marca, pero tomarla y dar otro bebe sería demasiado sospechoso y arriesgado en una situación tan delicada como aquella. Al "líder" le hubiera gustado saber si el quirk de la niña tenía algo que ver con el renacimiento. Pero, por el momento, sonreiría falsamente.

La marca del eterno renacer resplandeció unos pocos segundos demás.



🔄---⥀...⥁---🔄

4300 palabras


¡Buenas! Como pueden apreciar, este es el primer capitulo oficial del fic, y por ende, un bastante necesario.

He de decir que espero que se entendiera lo de la Runa Espiritual, y lo enrevesado que es el tema de renacer con un universo tan vasto como el de LoL. También quería preguntaros si adivinasteis la identidad de U antes de la revelación... Creo que el apéndice del comienzo lo spoileaba XD


Por otro lado, ¿Cómo están?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top