𝙛𝙞𝙫𝙚
CAPÍTULO V
Todo en lo que alguna vez Yoongi creyó se desmoronaba a pedazos. La anatomía, la biología, la lógica, la vida misma y la increíble existencia de infinidad de criaturas que se creían imposibles dejaban de cobrar sentido en su cabeza, dejando paso a su imaginación para expandirse libremente a horizontes que jamás hubiera imaginado sobre las millones formas de vida posibles que podrían encontrarse, incluso en un lugar tan común como el océano. Aunque bueno, era muy común claro pero ni siquiera un noventa y cinco por ciento había sido explorado hasta la fecha, ¡así quién podría negar la existencia de criaturas inimaginables habitando la misma era y planeta que los humanos y los animales! Sólo un necio, estaba claro, y el niño Min acababa de entenderlo.
De igual forma, Yoongi no daba crédito a lo que sus afilados ojos estaban viendo.
Todo pasó tan rápido, el tritón siquiera tuvo tiempo de llevar a cabo otra acción más que abrir la boca y balbucear en el medio del abismo mental en el que había caído en menos de diez segundos, perdiendo todos sus reflejos de repente o su habilidad de moverse como para haberse lanzado al agua en el mismo momento en el que escuchó el más mínimo ruido.
Quizás el fruto de la luna lo había atontado, quizás tenía deseos de encontrarse una vez más con el pelinegro antes de decir adiós para siempre y se le habían cumplido, o quizás simplemente tenía ganas de morir a manos del que pudo haber sido un extraño que le hubiera hecho daño al notarlo tan indefenso en aquella roca y casi sin la capacidad de la movilidad.
—Yo-yoongi, yo... —Jimin tampoco podía creer cómo en lugar de espantarse y huir de él o desmayarse, de gritar, de suplicarle clemencia a una criatura de porte extraño para un humano, el recién nombrado soltaba un pequeño grito y se lanzaba al piso de cabeza a buscar algo que con la sorpresa se le había caído, haciendo un gran ruido al estampar sus rodillas contra la madera y comenzar a gatear desesperado en busca de lo que había escapado de sus manos y aparentemente se iba rodando por el suelo, haciendo ruido también al chocar sus palmas en el material del muelle, oyéndolo maldecir reiteradas veces por lo bajo— ¿Uh...? —El pelirosa estaba confundido, pero no por eso pudo evitar la serie de recuerdos que comenzaron a azotar su cabeza. Sonrió ante las rápidas imágenes mentales de un niño jugando con peces, y entonces lo recordó— ¡Hoku! —Gritó desesperado, recordando de pronto a su nuevo amigo el cual estaba vigilando que estuviera fuera de peligro. El ruido lo atraería sin duda alguna, más aún con el maldito grito que acababa de soltar, y se asustaría de sólo ver al humano. Estúpido, estúpido Jimin.
Entonces Yoongi alcanzó el borde del muelle, donde consiguió atrapar lo que se le había resbalado de entre las manos tras casi apoyar una mano en el aire y caer nuevamente al océano.
—¿Pasa algo, hyu-...? —Jimin se espantó al ver salir al animalito a la superficie, quien había emergido de entre las aguas cerca de la roca de su rey, pero también cerca de Yoongi. Fue cuestión de tiempo para que notara la presencia del humano y se volteara hacia él, y cuestión de segundos para que el pequeño se sumergiera, sin siquiera darle la oportunidad a Jimin de intentar explicarle para alejar el sentimiento de miedo que sabía que lo invadirá en aquel momento, tan sólo pudiendo verlo irse nadando como si su vida dependiera de ello. Aunque bueno, así es como era su vida siendo presa de los humanos, el chico de la aleta no podía culparlo por abandonarlo a su suerte con el paliducho.
Internamente llevó el final de su aleta a sus labios y la mordió con fuerza, regañándose a sí mismo por el caos que estaba resultando la que sería su última noche de paz cerca del mundo humano. Se encogió sobre sí mismo, intimidado como hace años no lo hacía, cuando asumió su rol en la comunidad marina a la que pertenecía.
—¿Dijiste mi nombre? —Y entonces fue cuando Jimin se preguntó cómo diablos había llegado al puesto de rey siendo tan descuidado. Bueno, sólo era así cuando se encontraba nervioso, lo recordaba perfectamente, pero a esas alturas de su vida ya no había nada que lo sumergiera en tan ridículo estado, mucho menos nadie.
Intentó ocultar su pena apoyando unos dedos sobre su frente, cubriendo con su mano parte de su rostro y siendo el resto escondido por su cabeza estando baja, siendo aquello lo primero que atinó a hacer, como si aquella barrera visual lo protegiera realmente de algo. Estaba rendido, completamente sumiso ante el mayor depredador de un indefenso tritón o una despistada sirena, todo por culpa del estúpido nerviosismo que de repente lo había azotado como la brisa marina hacía impactar gotas diminutas de agua en su rostro.
Ah, joder, Park.
—E-es que... Es que... —Su voz lo había abandonado en el peor momento, casi tan rápido como sus reflejos le habían dado la espalda. Estaba inmóvil, sin habla, ahora con la sombra de lo que alguna vez fue su voz trepando por sus cuerdas vocales con esfuerzo, carraspeando para intentar ablandar su tono roto y débil. De pronto se sintió estúpido, más de lo que se consideraba hace un minuto, y fue entonces cuando pudo reaccionar— Demonios, ¡no! —Fue capaz de notar cómo todos y cada uno de sus sentidos se reactivaron de súbito, haciéndolo saltar como un resorte de la roca luego de responder casi a modo de gruñido. Debía matarlo, sabía que debía hacerlo ahora que sabía del secreto y no tenía oportunidad de volver manipular su mente para hacer pasar aquel encuentro como un sueño, sus hermanos lo harían, matarían a cualquier humano que supiera el secreto, pondrían primero la seguridad de su manada y la protegían de cualquier humano que atentara contra su familia, pero no podía, simplemente no podía. Escapar de allí y rogarle más tarde a la Luna para que el pelinegro olvidara o negara su propio juicio una vez más era la única solución que veía factible.
Si tan sólo no se hubiera detenido a escuchar lo que Min tenía para decirle.
—¡E-espera! ¡No te vayas!
No quieres matarlo, Jimin. Vamos, no vas a matarlo.
—¿Qué quieres? —El de cabello colorido ni siquiera se animaba a alzar la vista, tan sólo quería alejarse de allí tan pronto como le fuera posible. Su posición no había cambiado demasiado, seguía sin atreverse a alzar la vista y apenas le daba la espalda al chico sobre el muelle, algo erguido y recargado en una sola mano sobre la piedra, a punto de lanzarse al mar donde deseaba deshacerse en espuma.
—¿Realmente eres...? ¿U-un...? Bueno, ¿una sirena?
Y además lo confundía con una hembra, vaya manera de comenzar una conversación, Min.
—Tritón, niño—. Respondió rendido, dando por hecho que su noche había resultado en un fracaso total. Estaba dispuesto a darle fin a aquel desastre, no cometería más errores, se daría la vuela y se alejaría, olvidaría que debía matar al humano, buscaría a Hoku y volvería a dormir junto con su manada. Sí, eso haría, ¿por qué debía responder las dudas de su pelinegro amigo? No serviría de nada para hacerlo olvidar algo de aquello, además de que tampoco eran asuntos que le incumbiesen, no era uno de los suyos.
No era su problema.
Con aquella afirmación en mente se zambulló en el agua en un perfecto desliz que dejó en blanco al humano, observando el aletazo final que dio aquella criatura por fuera del agua antes de ser cubierta por los billones de kilómetros cúbicos que se desplegaban a lo ancho, largo y profundo del mar, casi sin esperanza de que haya oído el último llamado que le había hecho a modo de súplica luego de que el chico mitad pez le revelara ser un tritón.
Yoongi estaba en blanco. No sabía qué decir ni mucho menos qué pensar. Acababa de ser testigo de la excepción a al menos mil condiciones para la vida humana óptima en una criatura con el torso de un humano, una criatura mitad humana, un espécimen que se creía de fantasía. Allí, justo en frente de sus ojos. Y estaba más que seguro de no haberlo soñado, el dolor en sus rodillas luego de haber perseguido la perla rosada por las tablas del muelle se lo confirmaba, tampoco había sido víctima de ninguna seductora pero peligrosa melodía ni había presenciado el reflejo de la luz de la luna en el océano como para atontarse lo suficiente y ponerse a alucinar.
Yoongi no comprendía como debía sentirse. ¿Sorprendido? ¿Asustado, tal vez? ¿Aliviado porque comienza a tener más en claro su cabeza? Realmente no lo sabía, la única cosa de la que estaba seguro era que debía tener una conversación con él, luego de que le haya demostrado su capacidad para comprender su lengua y para responderle fue lo primero que llegó a su mente, incluso antes de la sensación de peligro ante lo desconocido que venía integrada en su ADN como en el de cualquier ser humano.
Y entonces, recordando su suave pero tersa habla, recordó sus palabras, además de que sus oídos colaboraron con su cerebro para unir el recuerdo de una voz con la suya y la imagen de una persona, para pronto llegar al más obvio de sus razonamientos hasta la fecha. Era el mismo chico con el que había hablado durante el día, no había dudas de aquello, su manera de llamarlo "niño" incluso sabiendo su edad, completamente alejada de la niñez o lo siguiente a ella, lo delató.
El joven volvió a llamarlo una vez más unos segundos después, sin obtener respuesta alguna de la que quizás podría ser su fuente de respuestas o su indicio de que algo no andaba bien con aquel lugar que adoraba jugar con su cabeza. Pero al chico ya se lo habían devorado las olas que comenzaban a azotar los costados del muelle con un poco más de violencia luego de una tranquila noche con un cielo oscuro casi despejado. Las nubes no tardaron en hacer acto de presencia una vez más, siendo atraídas con el viento que comenzaba a soplar aire helado que le ponía de punta los vellos de la nuca y le provocaba temblores.
No tenía la esperanza de volver a ver al... ¿Chico? Una vez más en los siguientes sesenta o setenta años de su vida, si es que la salud y las adversidades de la existencia le permitían llegar a tal edad, su poco amigable actitud lo hizo asumir aquello con creces, por lo que en vez de sentarse en la punta del muelle a esperar por el regreso de la criatura más bella que alguna vez hubiese existido, la que ahora podía afirmar que lo había rescatado de una muerte segura por ahogamiento o por descuartizamiento, se sentó resignado a despedir su única oportunidad de comprender aquel solitario y húmedo lugar.
Jugó con las pequeñas piedras relucientes que sostenía en su mano, sintiendo el frío de su exterior y el ruido que hacían al chocar entre sí cuando las agitaba en su palma semi abierta, hasta que finalmente una cayó en lo profundo del mar.
Ya cansado de que todas las cosas le sucedieran a él, se levantó de su lugar en medio de suspiros de frustración y se dio la vuelta, dispuesto a alejarse hasta que oyó una tímida y suave voz llamarlo, la voz que hasta hace unos seis minutos no supo que deseaba escuchar desde que puso un pie en el pueblo de sus abuelos.
—¿Se te cayó esto? —Para cuando volteó vio al joven apoyado en el muelle, con un antebrazo sobre la superficie y la barbilla sobre él, extendiendo uno de sus brazos en el suelo y con la palma abierta para dejar ver, entre gotas de agua, la perla rosada que había dejado caer al agua. Tenía un rostro apenado, y la sombra de una pequeña sonrisa se escondía en la línea que sus labios formaban, apenas levantando las comisuras y levantando el inicio de sus cejas.
Yoongi se sintió extrañado, pero tampoco fue capaz de percibir desconfianza por parte de aquel ser extraño. Su sonrisa lo relajaba, de algún modo, y también jugaba en contra el hecho de que su madre le había enseñado a evitar el anzuelo pero jamás a cómo no morderlo.
Jimin, en cambio, dudaba que el humano confiara en su pequeña oferta de paz. Realmente nunca se había marchado, tan sólo se había acercado a la raíz del muelle y ahí había permanecido, en una especie de shock que la situación le había regalado. En su vida había tenido que eliminar humanos por la revelación involuntaria de su existencia, sí, claro que sí, pero aquellas veces sencillamente podían ser contadas con los dedos de una sola mano. Cabe recalcar que en ninguno de los casos le había temblado la aleta para lanzarse sobre el dueño de los ojos que habían atestiguado su presencia ni la mandíbula para dar el primer mordisco, aunque claro, con ninguno de ellos había tenido ningún contacto previo que pudiera afectar su juicio al momento de llevar acabo su cometido.
El joven rey estaba de manos atadas, presenciando la guerra que se desataba en su interior. Era la primera vez que aquello le sucedía, no entendía lo que su pecho experimentaba ni por qué aquella horrible sensación se extendía a lo largo y ancho de su cuerpo al tan sólo imaginar el cuerpo sin vida de aquel pálido pelinegro.
Estaba al borde de las lágrimas y, como pocas veces en su vida, verdaderamente no tenía idea de qué hacer. Estaba en medio de una inútil disputa en la que ni siquiera sabía qué partes de su ser se enfrentaban entre sí, siendo jalado por todas y cada una de sus emociones. Se sentía herido, su cuerpo no podía estirarse más en ningún sentido en el que sus emociones estuvieran jalando y el impacto cuando lo soltaran sería terriblemente fuerte.
Fue entonces cuando la primera perla cayó, no pudiendo contenerla más en sus ojos y dejándola ser en la arena que conformaba el fondo marino. No fue hasta que decidió echar un vistazo al lugar donde había caído que notó que esa no era una de sus preciadas lágrimas. La bonita piedra que resplandecía entre la opaca arena y a la que le llegaba la luz lunar, haciéndola brillar aún más, no era del inmaculado color blanco que imaginó que sería, sus emociones estaban estalladas, eran un caos, sí, pero no era una mezcla de sensaciones bonitas como para liberar perlas rosadas.
Para él, la creación de perlas no era noticia del día pero sí, era rara la vez que las producía a partir del sufrimiento de lo más recóndito de su corazon así como también de la carcajada que salía de su garganta o la emoción, pero aún así lograba diferenciar a la perfección sus lágrimas de emociones bonitas y de emociones desgarradoras. Las rosadas se presentaban en cualquier momento que no se sintiera del asco, como cuando las lágrimas que se asoman a los ojos luego de que algo haya provocado una estridente risa imposible de contener o al ver a alguien muy querido luego de mucho tiempo, mientras que las blancas eran las que caían cuando el dolor provocaba un peso insostenible en el cuerpo, un dolor tal que era imposible no llorar y no gastarse la vida en ello, o tan sólo cuando el malestar existe y la persona en cuestión tiene la facilidad de llorar. Cualquier emoción que conllevara un malestar era productor de las perlas blancas, y volviendo al caso, la perla que admiraba desde su posición, a unos metros de distancia, era rosada.
Extrañado, alzó la cabeza y dio un vistazo a sus alrededores esperando ver a alguien más llorando, y no fue hasta unos segundos después que se le ocurrió alzar la vista hacia la superficie, sin esperar encontrarse con los pies colgando de Min Yoongi sobre el mar, sentando en el muelle. O al menos así lo estaba, ya que en instantes se alzó nuevamente sobre sus piernas y se alejó.
¿Sería suya? ¿La habría dejado caer? ¿Estaría feliz? ¿Lo estaría porque no lo mató? ¿O porque se fue? ¿O porque tuvo la oportunidad de vivir para contar lo que vio? ¿Por qué se estaba yendo? ¿A dónde iba? ¿Y su perla?
Jimin no lloraba a menudo ni le gustaba hacerlo, recolectar las perlas le recordaba cómo habían llegado hasta sus manos, y le dolía aún más que la gran parte de ellas fueran blancas, pero aun así las atesoraba con el alma, no podía dejarlas esparcidas por todo el océano, aún si aquello significara contenerlas en sus ojos. Eran importantes, aún más las rosadas, traían de vuelta recuerdos de felicidad, ¿a dónde iba el pelinegro sin su perla?
No podía permitir que el muchacho perdiera aquello.
Se armó de valor en su posición y parpadeó unas veces más para evitar que sus verdaderas perlas escaparan de sus ojos, y pronto nadó hacia la que yacía en la arena para luego llegar a la superficie e intentar alcanzar al chico que en ese mismo instante debía estar alejándose sobre las tablas de madera. De inmediato llegó hasta el duro material y le extendió la perla, esperando tener su confianza pero dudando muchísimo sobre si lo conseguiría o no con tan simple gesto.
Era pura amabilidad, simplemente. Pero claro, no era precisamente lo que a su especie le sobraba con la de Yoongi.
—La has encontrado—. Y nuevamente sorprendiendo al monarca, Yoongi se acercó a paso tranquilo hasta su mano, se puso de cuclillas y aceptó lo que ofrecía a palma abierta.
—Claro, no era mía y sólo estaba dando vueltas por ahí—. Jimin le restó importancia y se encogió de hombros, esta vez apoyando ambos antebrazos en la madera y posicionando su barbilla sobre estos estando cruzados entre sí.
—Oh... Muchas gracias...
—Jimin. Soy Jimin—. No sabía qué estaba haciendo, sólo seguía la conversación del pelinegro casi sudando y con el pulso acelerado, sintiendo el corazón en la boca. Es decir, por Neptuno, lo tenía cerca una vez más, era más que obvio que su corazón se agitaría así, pero no creyó que volvería a hacerlo de la misma manera luego de tantos años.
O tal vez tan sólo tenía miedo de lo que las agallas humanas podrían llegar a hacerle.
—Jimin... Bueno, creo que me recordarás de hoy, soy el niño de veintitrés años.
Jimin rio nervioso, sintiéndose un tanto mejor luego de haber estado al borde del llanto.
—Sí, lo recuerdo, ¡eres Yoongi!— Continuó mostrando las preciosas perlas blanquecinas que eran sus dientes, sin lograr esconder al hablar su pequeña pero bonita sonrisa que dejaba entrever una perfecta hilera de molares, y por otro lado escondiendo levemente sus ojos pequeños detrás de sus párpados y unas bolsitas regordetas de debajo de sus ojos.
Yoongi se sintió dichoso ante la vista, más valiosa incluso que todas las riquezas y las perlas que había encontrado hace tan sólo unos momentos, incluso más que todas las del mundo.
—Así que... Eres un tritón, eh—. El pelinegro habló ahora un poco nervioso, sin saber cómo manejar la situación. Para contrarrestar la incomodidad que quería evitarle a la criatura frente a sus ojos le regaló una sonrisa que dejaba ver un poco sus rosadas encías, rascándose la nuca como un reflejo ante su estado y entrecerrando sus gatunos ojos.
Es decir, vamos, no todos los días se encuentra a un tritón... ¿Cómo diablos debía sobrellevar la escena?
—Ah, sí, y... Tú un humano—. Pero era demasiado tarde para ahorrar incomodidades al otro, porque Jimin ya no podía dejar su cola quieta por debajo del agua, zarandeándola nerviosamente mientras que veía a su acompañante en las mismas que él.
—Y... —Carraspeó un poco, intentando seguir la conversación con el bello tritón— ¿Qué...? ¿Qué hacías por aquí? —Pero realmente no pensó en cómo hacerlo y sólo dijo lo primero que le llegó a la cabeza, arrepintiéndose luego de haber abierto la boca. Era una criatura marina, ¿en qué otro lugar estaría que no fuera el océano, su hábitat natural?
—Nada especial, realmente. Quería tener un momento a solas con madre Luna, pero veo que alguien más tuvo la misma idea—. Respondió incriminatoriamente a modo de broma, intentando recordar las veces recientes que había oído conversaciones humanas o las que habían quedado en su cabeza de cuando tan sólo era un niño para no errar y hablar en el tono equivocado.
—O-oh, ¡lo lamento mucho! No era mi intención molestar—. Yoongi rio mentalmente al recordarse a sí mismo como un personaje de manga cuando está nervioso por hablar con la persona que le gusta, estableciendo una postura firme de repente y sintiéndose tímido al momento de disculparse, con líneas que atravesaran sus mejillas y nariz a modo de sonrojo. Estaba apenado, vaya.
Apenado ante una criatura marina, hasta la fecha, desconocida.
Eres patético, Min. Se reprochó a sí mismo
—Para nada, ya debía irme, de todos modos... Además, contigo aquí puedo venir cuando sea.
Jimin no esperó que su tono de voz ni su última oración fuera a modo sugerente, ni siquiera logró malinterpretarlo aún después de haberlo dicho en voz alta. No le pareció haber metido la aleta donde no debía, pero no entendía la reacción del humano ante él.
Porque claro, Yoongi, a diferencia de la dulce presencia que tenía frente suyo, por otro lado, había tenido experiencias con el torpe coqueteo adolescente y no le resultaba difícil ni percibirlo ni manejarlo, pero no imaginó que alguna vez alguien fuera a hacerlo con tal descaro al punto de hacer retorcer su pobre corazón y agitarlo como se agita una lata de soda.
Estaba no apenado sino lo siguiente. Se sentía intimidado, en cierto modo. Cortejado, como el típico chico que acorrala a la chica contra los casilleros de la escuela para pedirle una cita. Yoongi se sentía como la tímida colegiala contra el frío material de los lockers y apresada por el calor y los fuertes brazos del tipo más popular de la escuela.
¡Despierta, Min! Te está mirando raro... ¡Deja de sonrojarte, imbécil!
Por otro lado, el pobre Jimin no comprendía lo que le sucedía al paliducho rostro de Yoongi, justamente porque había pasado del tono moribundo a causa del frío al rosado, casi al rojo. ¿Tendría fiebre, como la cosa asquerosa que le daba de pequeño? ¿Querrá gritar y como no puede hacerlo está por explotar? ¿Explotar? ¡Oh, no! ¿Y si estaba hirviendo de fiebre y se sentía mal, como si fuera a explotar? ¡Debía buscar las algas medicinales de inmediato! ¡No lo había protegido de su amigo, de sus propios dientes ni de la muerte para nada! Nada le sucedería, ¡Park Jimin, el rey de los océanos, no lo permitiría!
—Umh, ¿hyung? ¿Se encuentra bien? —Pero no lograba ser más que un tímido niño a la hora de abrir la boca frente a él, sin lograr su cometido de ser quien protegería a su mayor. No lo comprendía, podía cuidar de su manada pero para tratar con su hyung no podía ni siquiera cuidarse a sí mismo, ¿cómo lo cuidaría a él? Era estúpido, realmente estúpido.
—¿Uh? ¡A-ah! Sí, sí, descuida, sólo que me tomaste desprevenido.
—¿Yo? —El pechito de Jimin se oprimió ante el pensamiento de haberlo atacado, pero entonces lo olvidó cuando Yoongi le mostró otra pequeña sonrisita para calmarlo.
— Olvídalo, no es nada. Entonces soy tu hyung, ¿cuántos años tienes?
—Sí, pronto cumpliré los veintiuno, soy el más joven en alcanzar el trono en mi pueblo—. Habló con orgullo, feliz de sus palabras.
—Vaya, así que estoy frente a un rey, qué gran honor, su majestad—. Si Yoongi antes no sabía qué hacer, mucho menos idea tenía ahora que comprendía que estaba frente a un monarca. Es decir, nunca había tenido tan de cerca a una figura con poder, ni siquiera a famosos que admiraba, por lo que no sabía cómo comportarse. Lo único que logró hacer fue desarmar su posición de cuclillas para apoyar una rodilla en el suelo y agachar la cabeza, sintiéndose tonto de repente por no saber tratar con un rey.
No esperó escuchar una risita traviesa proveniente del pelirosado, una tímida risita que lo hizo sentir ridículo pero aun así que logró contagiarlo y hacerlo reír también.
—No te preocupes por eso, sólo dime Jimin. Vine aquí para olvidar por un momento mis obligaciones para con mi gente, ya sabes, es algo abrumador a veces.
—No puedo siquiera imaginarlo, apuesto que debes ser un excelente rey —Jimin sonrió a boca cerrada, sintiendo su aleta retorcerse de los nervios ante el halago, sin saber bien cómo reprimir los efectos de sus palabras en su anatomía que delataba sus emociones—. Oye... Sé que esto, e-esto puede parecer raro, pero... ¿Podría...? Ya sabes, umh... ¿Podría ver tu cola?
—¿Umh? ¿Mi aleta? —Yoongi asintió, un tanto apenado antes su petición. Por otro lado, Jimin dudó mucho por tan sólo un segundo, pero luego accedió al comprender que aquel muchacho no tenía intenciones de dañarlo, al menos no las tendría si los defectos de su memoria no habían cambiado nada en su corazón compasivo con las criaturas que estaban fuera del plano humano— C-claro.
El menor se alejó un poco del muelle impulsándose con sus brazos para alejarse y así poder recostarse un poco boca arriba en el agua, alzando su preciosa aleta y poniéndola a la altura de Yoongi, vigilando cada una de sus expresiones y movimientos, sin poder evitar estar al acecho.
Volvió a sentir su pecho revolotear ante el halago que la brillosa mirada del humano significaba para él al ver su extremidad más valiosa. Min no podía creer lo que estaba observando a tan sólo unos centímetros de él, sus ojos impresionados lo delataban, y sin poder evitarlo lentamente alzó una mano para tocarla, con miedo de asustar al dueño de tal preciosidad. Jimin por su parte encogió un poco su aleta en su misma posición ante la duda, pero en ningún momento la apartó de su alcance. Sólo se dejó hacer cuando sintió el tacto del chico en sus escamas, sintiéndolas sensibles ante el suave toque.
Jimin no quiso irrumpir la ensoñación de Yoongi ni su propia comodidad siendo acariciado y mecido por las olas, casi durmiéndose al sentir los variados somníferos hacer efecto en su cuerpo como en el de un bebé cuando se le arrulla y se le canta una dulce canción de cuna, pero debió hacerlo o de lo contrario caería dormido. Con suavidad retiró su aleta de la mano del humano y la devolvió al agua, poniéndose firme una vez más para nadar hasta él nuevamente.
—Wow... Nunca creí poder hacer eso... Tu aleta es... Bueno, muy bonita.
Jimin sintió su rostro casi estallar. Oh, rayos, ¿acaso él también tendría fiebre? Pero si era fiebre, entonces, ¿por qué se sentía tan a gusto en vez de enfermo? No tenía fiebre desde muy temprana edad, pero la recordaba a la perfección.
—Gracias... Supongo. Soy un tanto descuidado con ella, pero es lo más preciado que tengo. Si te hubieras sobrepasado lo más probable es que te hubiera metido un mordizco—. Jimin sonrió inocente sin siquiera intentarlo cerrando sus ojos, inclinando su cabeza levemente hacia un costado y alzando sus hombros. Yoongi, por su parte, sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal, correspondiendo su sonrisa con una nerviosa y un tanto torcida.
Bueno, ¿cómo podía reaccionar ante esa declaración?
Teniendo en cuenta todas las facetas, o al menos las dos que conocía, de las criaturas con las que ahora se estaba involucrando y que descubrió hace tan sólo unos días —ahora que puede decir con certeza que las vio y que son reales—, supuso que aquel extraño ser de tan coqueto porte y dulce sonrisa, escondite de los dientes más intimidantes y colmillos más afilados de los que alguna vez se hubiera imaginado contemplar, pudo haberlo atacado desde un principio si así lo hubiera querido, mucho antes incluso de esa misma noche, y pese al fuerte caracter que demostró tener hace unos minutos, se mostraba interesado en entablar una relación sana con él, al menos aquello fue lo único que percibió cuando le extendió en su palma la perla que ya había dado por perdida entre las fauces del mar.
A pesar de la desconfianza que los seres de especies desconocidas para un ser humano le brindaban al menos por primera vez, Yoongi no lograba dar con aquella sensación de peligro que es la que mantiene alerta tanto a los animales como a las personas y lo que, por lo tanto, les permite mantenerse con vida. La curiosidad era mayor que el temor por su vida, pero no más que la fascinación que le provocaba el brillo de esos ojos o la agilidad de esa aleta, o sus intensos colores y las extravagantes transparencias que hacían verla más elegante de lo que de por sí ya era. Lo tenía hechizado, privado de sus instintos de supervivencia más básicos, encerrado en una nube de gas adormecedor con aroma a las hierbas que su abuela utilizaba para hacer té, cuya fragancia lo estabilizaba en todos los sentidos. Atontado era el término correcto.
Pero a pesar de los peligrosos efectos que el joven tritón causaba en Min, este no lograba desconfiar de su palabra. Siquiera se lo permitía a sí mismo, mucho menos pensar en cómo haría para zafarse de sus dientes en caso de que las cosas se salieran de control. Estaba desprotegido, perdido y en la zona de confort de su peligroso acompañante, difícilmente saldría en una pieza de ello, pero... Vamos, quizás realmente valga la pena dejarse ir en aquellos brazos, incluso si la vida se fuera en ello, siendo acunado por esa dulce e infernal voz hasta la inconsciencia, con el calor de un cuerpo abrazando la fría presencia de la muerte.
En caso de un confrontamiento no había duda de quién fácilmente ganaría, y no sólo por estar sobre metros de agua y muy alejados de cualquier persona despierta a la redonda que pudiera oírlo gritar por auxilio.
Pero el impresionado Yoongi ni siquiera podía visualizar un posible ataque por parte de Jimin, no sólo porque una extraña confianza ciega así lo quería sino también porque aquella confianza lograba hacer que se sintiera con mayor comodidad así como también supuso que se sentía el joven monarca a medida que sus conversaciones eran cada vez más fluidas, sintiéndose aún más confiado al verlo bajar la guardia poco a poco y ser el adulto joven que su edad indica, no como el rey de todo un mundo marino desconocido hasta hoy por el ojo humano.
Estaba tranquilo a su lado, su pulso no golpeaba desesperado en señal de peligro, simplemente se preguntaba qué era lo que lo cegaba tanto de su presencia. Si bien podía decir con seguridad que no desconfiaba de él, no podía afirmar no tener miedo acerca de lo que le estaba pasando una vez que notó los efectos de Jimin en su persona. A pesar del crudo frío marino lograba sentir cierto calorcito en sus pálidas mejillas, producto de, supuso, la sangre acumulada allí. También sentía calor en su pecho, su corazón estaba agitado como si hubiera corrido toda una maratón pero no era ese latido sofocante, era un latido suave pero repetitivo, chocando contra su pecho como si quisiera salirse de él. Estaba sudando un poco, un tanto nervioso, desde un sudor frío recorriéndole la espalda y las palmas de las manos, y no lograba sacar de su cabeza los rechonchos labios del tritón hablandole sobre el mar como quien habla de su mayor orgullo, tan entusiasmado como un niño pequeño contándole a su madre haber aprobado una asignatura.
Min Yoongi no lo comprendía. Quiso suponer que aquello era producto de la fuerte presencia de Jimin, que cualquier humano se sentiría igual de afectado por su sobrenatural existencia, que era un don natural para él el alterar a las personas porque ese era un efecto secundario de tratar con una sirena o un tritón siendo un humano.
Pero estaba tan equivocado.
El joven humano no comprendía que Park Jimin estaba entrando, como quien entra por su casa, a su vida para cambiarla radicalmente, dejando semillas regadas por todo el camino recorrido hasta el corazón de Min Yoongi desde el suyo propio, esperando que, con el trato adecuado y el cariño con el que debe crecer una planta, pueda florecer entre ellos el fruto de las más bellas relaciones.
Maldita sea, Park. Esa noche había servido para todo menos para olvidar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top