En una roca solitaria,
o en alguna parte del mar,
el resplandor de la luna llena
refleja a una bella criatura,
que rompe el plateado oleaje
con su azulada presencia.

Su esbelta figura resalta en aquel marco
de una estrellada y silenciosa noche,
es una criatura encantadora,
fuente de gran inspiración.
Los hombres en susurros lo llaman,
y aunque desean verlo de cerca,
le temen, lo aman y lo maldicen.
Sus labios tiemblan con sólo evocarlo.

Él extiende sus brazos,
como si quisiera tocar la luna,
y el abismal horizonte eufórico
con orgullo posee a tan bello ser,
dulce doncel de raza antigua,
deidad alucinante cual flor mística.

Algas y espuma de mar
adornan su largo y voluminoso cabello,
y busca su reflejo en las olas,
embellecido por el nácar
del vasto vientre marino.

Ansioso y en espera de un navío
desea enamorar a un joven mozo,
tal vez su dulce canto lo cautive,
quizás lo maldiga esa noche,
quizás, quizás, su desdicha se eternice
o agonice el infortunio.