🌟NEW🌟 29 | Ethan
Si de privilegiada vida habláramos la de Ethan Barnes podría ser, quizá, la definición exacta de ello. El afable chico había crecido rodeado de amor, inspiración y oportunidades en un mundo de puertas abiertas; aun así, Ethan no parecía ser el tipo de individuo que se dejase influenciar por mezquinos instintos, muy al contrario, el chico era alguien quien sentía demasiado, empático en lo más profundo, lo cual muchas veces se traducía en una real desventaja.
Desde muy temprana edad que el castaño notó aquella evidente característica en sí mismo, aquella que causaba que fuese demasiado vulnerable ante otros sin siquiera pensarlo y que fácilmente se encariñara con la mayoría de las personas a quienes llegaba a conocer. Ethan era hipersensible, un empático por naturaleza; lo cual significaba que usualmente internalizaba cada interacción, cada palabra dicha a o por otros. De esa manera, al crecer, el chico tuvo un difícil tiempo comprendiendo el insensato actuar de los demás, varias veces viéndose a sí mismo atrapado en relaciones sociales que no eran beneficialmente recíprocas o justas, sobre todo después de que la única persona quien sabía cómo hacerle ver la realidad desde unos más incrédulos ojos pasara a mejor vida.
Su madre había sido el principal muelle en tierra firme, su carácter era figurativamente acompañado de una luz similar a un faro, logrando así guiar el empático juicio de su hijo a través de las caóticas y engañosas marejadas del destino que muchas veces sólo lo arrastraban amargo mar adentro. Amigos, conocidos y novias habían tomado ocasional ventaja de él, pero, de igual forma, Ethan continuaba teniendo una casi ingenua fe en otros y en las segundas oportunidades. Sobre todo, en las segundas oportunidades. Ethan creía ser capaz de ayudar a otros en cualquiera fuera su predicamento; no motivado por algo en sí intrínsecamente egoísta, para nada, el castaño era poseedor de un inamovible instinto de servicio y brindar su mano en ayuda era ya más que un reflejo, era una necesidad.
―¿Crees que a John le agradará lo que obtuve para él? ―consulta Ethan mientras contempla inseguro el pequeño paquete de verde envoltura y amarilla cinta que mantenía sobre la pequeña mesita de centro en su apartamento.
Alice se une desde el baño, ello luego de haber peinado su siempre alborotado cabello oscuro y reducido a una apretada cola de caballo.
―De seguro que sí. John es una persona simple. Bastante agradecido se sentirá que sólo acudas a la cena.
―¿Pero no crees que se lo tome algo mal? Me refiero a que el regalo nació inspirado de una broma.
―Ethan, créeme, John es de acero.
Ambos abandonan algo apresurados el claro apartamento del curador de arte en Londres. El lugar, acogedor, espacioso y hermosamente decorado, era la morada de Ethan en la antigua ciudad inglesa desde que le fue regalado por su padre cuando obtuvo el momentáneo empleo en la Galería nacional de Londres hace dos años, por lo mismo, aquel espacio en la avenida Dorset era su inamovible destino cada vez que tenía tiempo libre para visitar a Alice quien aún residía en el 221D de la calle Baker a no más de ocho minutos de caminata.
La, ahora, pareja llevaba al menos un par de meses en formal relación a distancia. Había sido difícil en su inicio, bastante, sobre todo si se trataba de Alice. La chica, quien en un principio fue motivada por la nostalgia y el anhelo del reconfortante contacto humano luego de años sin sentir una corporal conexión con otra persona, había tomado la iniciativa del primer beso, no obstante, por semanas aquello había resultado sólo en eso; furtivos besos, infinitas charlas, abundante compañía, pero, sobre todo, comprensión. Ethan se adaptó sin problema alguno a los tiempos de ella, sus cambios de humor, su necesidad de espacio, como también sus silencios. Era casi como si Ethan tuviese la ciega voluntad de transformarse en lo que sea que la deprimida versión de ella esperara de él, eso sin siquiera replantearse lo que implicaba para sí mismo como individuo con deseos propios.
Alice, por su parte, desde su retorno a Londres vivía su día a día cobijada en la disociación. La morena intentaba no tener tiempos libres, ya que, el suficiente estímulo dado por su extensa jornada laboral y continua compañía de sus amigos además de Ethan durante el fin de semana había logrado traerle completamente a flote. La chica se encontraba finalmente en paz con su interior sin la necesidad de adormecerse con el exceso de alcohol o píldoras para evitar sentir demasiado. Su dedicación a su profesión, a ayudar a otros, le había permitido mirar su objetivo en el mundo desde otra perspectiva, a sentirse justamente ínfima pero relevante, una luz más en el infinito mosaico nocturno que era el gris Londres. De igual manera, Ethan había contribuido a equilibrar su química cerebral con un tipo de natural gracia y única dulzura cual ella nunca había experimentado en una relación amorosa; un tipo de dulzor que se volvía agridulce si ella lo analizaba demasiado así que intentaba no hacerlo.
La pareja sube a la motocicleta de Ethan y Sanders se aferra con firmeza a la cintura de él. La principal característica que causó que la chica se permitiese arriesgar su corazón una vez más fue que estar alrededor del castaño la hacía sentir siempre segura y escuchada, pero, más que nada comprendida.
Ethan era el tipo de persona que realmente escuchaba y procesaba el sentir de otros, era alguien quien nunca se burlaría del dolor ajeno, sino que trabajaría tiempo extra sólo para comprender y Alice nunca había conocido a alguien con semejante desinterés en su tratar con los demás. Y, también debido a que no le era difícil leer el no verbal lenguaje del honesto chico, no le costó reconocer que tal vez lo suyo pudiese funcionar bien como algo más que una estricta amistad. Casi tres meses después de su primer beso, él finalmente se había dado el valor de hacer la pregunta que le acosaba desde entonces, aquella que implicaba formalizar su relación. Inspirado por una amena tarde en compañía de amigos, entre risas, bromas y anécdotas, al llegar a su apartamento por la noche y acompañado de ella, no pudo sino arriesgarse a romper la cautela con la cual se movía respecto a Alice y preguntarle si ella desearía ser su pareja, a lo cual ella no tardó en responder de manera afirmativa adornada con una genuina y agradecida sonrisa.
Hoy en día llevaban dos meses de armoniosa relación en donde disfrutaban cada fin de semana como si fuese el último. Salidas con amigos, cortos viajes, comida casera, música y películas. Era una buena relación, una bastante común y agradable, sincera... Simple. No era que la simplicidad aludiese a problemas, al contrario, aun así, Alice no podía evitar sentirse intranquila a momentos, ya que, ella no estaba acostumbrada a la calma. La chica nunca había tenido la oportunidad de experimentar un genuino amor sin turbulencias, ni siquiera uno platónico, por lo mismo su tiempo de adaptación continuaba significativamente desfasado con el de Ethan, pero él era paciente, tanto, que su comprensión sería recompensada sin siquiera esperarlo.
―Gracias por venir a la cena. Y mi más profunda gratitud por este maravilloso vino. Creo nunca haber probado uno mejor ―dice John al integrarse a Ethan quien parecía fascinado con la lumínica decoración y el matiz progresivamente cálido de las hojas en el frondoso jardín trasero de la casa de los Watson. El fumador castaño se voltea hacia el doctor y sonríe curioso.
―¿No te agradó mi otro regalo?
John es tomado por sorpresa ante la directa pregunta, pero decide no mentir, ya que, según la lógica londinense ello era casi imposible.
―No soy un fan del Tottenham... Muy al contrario ―enfatiza un poco apenado.
―Lo sé. Alice me lo dijo. De hecho, pretendía ser algo así como una broma... El regalo. El regalo era algo así como una broma.
―Oh... Ya veo ―asiente comprensivamente. Ethan ríe por lo bajo al notar la ausente mirada del incómodo doctor.
―Te recomiendo inspeccionar con mayor cuidado la pequeña caja que contenía tu regalo. Creo que no la revísate como se debe.
John, extrañado, pestañea repetidamente y le da un ligero sorbo a su copa, pronto alzando su dedo índice en el aire como un ademán para que el castaño le esperara en el mismo lugar. Ethan obedece, apaga la colilla de su acabado cigarrillo, y no restan más de dos minutos hasta que un eufórico doctor volviese a su lado.
―¡SON ENTRADAS PARA EL SUPER-CLÁSICO! ―exclama aun sin poder creerle a sus ojos o manos que sostenían dos tickets preferenciales para el decisivo partido entre el Arsenal y Tottenham que se llevaría a cabo el próximo domingo―. ¿Cómo...?
―Magia.
Watson, agradecido, le da un apretado abrazo, manteniendo su sonrisa intacta y mirada fija sobre ambas entradas incluso después de aquel gesto.
―¿Quieres ir conmigo? Al partido ¡Será fantástico! Reñido, pero ambos sabemos cuál equipo pasará a la siguiente ronda.
―Oh... No, no es necesario que me invites. Es tu regalo de cumpleaños. Además, no soy realmente un fan. Aprecio el futbol, pero no tengo un equipo predilecto ―aclara sincero―. Deberías ir con algún amigo que realmente compartiera tu sentimiento por el club.
―Bueno, no sé si lo has notado durante el tiempo en que me has conocido... Yo no tengo muchos amigos. De hecho, creo que solo tengo un par aparte de Alice. Sin embargo, sólo mantengo contacto con ella ―se encoge de hombros resignado. De pronto su iluminado semblante parece decaer en un apagado gris―. Después de lo de Sherlock, creo que me he aislado lo suficiente como para espantar a cualquiera. Me he vuelto bastante más taciturno... ―murmura lo último, pronto recomponiéndose luego de un profundo suspiro, como obligándose a salir de ese breve letargo al sentir los curiosos ojos azules de Ethan sobre él―. Como sea, muchas gracias por las entradas. Entre nos, este es el mejor regalo que he recibido hoy. Por favor no le digas a Mary, Alice o la señora Hudson.
―No hay problema... ―alcanza a decir antes de que Alice se integrara a ellos.
El resto de la tarde transcurre amena y ya para cuando la fina botella de vino se había vaciado y el sol ocultado en el horizonte, la pareja regresa al hogar de él conducidos por un sobrio y pensativo Ethan.
―A John realmente pareció agradarle el presente.
―¿Encontró las entradas?
―Si ―asiente conforme mientras imita a su novia al quitarse su chaqueta de cuero para así ingresar a la sala―. Tuve que motivarlo a revisar nuevamente la caja del regalo. Incluso me pidió ir con él, a lo cual me negué en un principio, pero ahora me arrepiento... ―confiesa pronto frunciendo sus labios, pensativo mientras se deja caer sobre el sofá doble de la morada junto a una observante Alice―. Le llamaré mañana. No seré un real fan del Arsenal, pero aprecio el futbol y la buena compañía.
―Eres tan dulce...
―¿Qué? ―consulta él algo confundido, ya que, se había distraído momentáneamente con la televisión que había encendido al querer buscar algo digno que ver, así no realizando que su pareja le observaba conmovida por el instintivo desinteresado gesto.
―Sé que no te gusta el caos, en absoluto, y que siempre evitas las confrontaciones porque te incomodan. No es algo a lo que estés o quieras acostumbrarte. Y en un clásico futbolístico entre dos equipos históricamente rivales paz es lo que menos habrá alrededor. Aun así, decides acompañar a John ―ella sonríe enternecida, sobre todo debido a la disuasiva mueca de su siempre gentil novio―. Eres la persona más desinteresada que he conocido alguna vez... ―confiesa melancólica mientras deja caer su cabeza de costado sobre el respaldo del sofá aun contemplándole.
Él, agradecido por el significativo cumplido, busca un suave beso en los labios para pronto desviar su atención hacia la pantalla en donde pasaban la primera película que alguna vez habían visto juntos: "Casablanca" en TCM.
. . .
El segundo domingo de agosto sorprende a los londinenses con un inesperado buen clima cual les atrae optimistas a los cálidos paisajes a sus alrededores. Parques repletos de turistas, familias y amigos, nadie quería perderse la oportunidad de pasar un buen rato al aire libre; y tampoco lo haría Alice, quien se dirigía a paso apresurado hasta un moderno bar en las cercanías de la clínica de West norwood, ya que, había acordado beber unos tragos en compañía de Mary y Liv, la dentista, en vista de que John y Ethan pasarían la tarde viendo al Arsenal y Tottenham enfrentarse en el estadio de Wembley.
―¡Al fin! ―ríe Mary, alzándose desde su puesto para abrazar ligeramente a su amiga y darle la bienvenida al hermoso local, cuya acogedora terraza era en donde ellas se reunían―. Ya comenzaba a pensar que cancelarías.
―Almorcé con la señora Hudson hoy y ya sabes cómo va eso... ―se excusa mientras también saluda a Liv y a otra morena chica a quien nunca había conocido, pero que ella deducía que se trataba de la anteriormente mencionada Janine―. No me dejó ir hasta que finalizara mi segunda taza de té.
―Oh, bueno, en ese caso se justifica la demora ―bromea la rubia, pronto decidiendo cambiar de tema―. Por cierto, ella es Janine.
―Un gusto al fin conocerte.
―Igualmente ―sonríe la morena luego de haberle dado un sorbo a su Cosmopolitan con arándanos extra. Alice parece de pronto algo descolocada por sus oscuros ojos; era casi como si aquella brillante sonrisa intentase ocultar algo tras ella, quizá pretendía difuminar en el gesto su semblante agotado o la rapidez con la que su dueña la había escaneado de pies a cabeza con la vista―. ¿Quieres algo de beber?
―Claro. Me gustaría un...
La chica no alcanza a terminar cuando Janine ya ordenaba por ella a la camarera que recientemente se había acercado a la mesa, no tardando en regresar con lo solicitado. Alice suspira resignada al realizar que, para su desgracia, su bebida también tenía arándanos extras.
―... Y luego el salvaje mocoso casi me muerde la mano. Suerte tuve de que la anestesia estuviese haciendo efecto, de lo contrario hubiese perdido parte de mi índice. Así que no perdí tiempo en hacer lo mío. Venganza profesional ―se vanagloria Liv para la gracia de Mary y Alice. Janine, por su parte, lucía preocupada.
―Pero, ¿el pequeño está bien?
―Lo está. Con un par de dientes menos, pero lo está.
―Espero que no hayas sido tan ruda con el niño...
―Créeme. Me dolió más a mí que a él.
Liv y Janine continúan hablando, ello mientras Mary se voltea hacia Alice al realizar que esta no se atrevía a aportar mucho a la conversación, de seguro al sentirse algo ajena en un nuevo grupo.
―Fue muy gentil de parte de Ethan acompañar a John. Nos salvó a ambas de un molesto domingo.
―¿Ambas?
―Según mi parecer tú hubieses sido su segunda opción, después de mí, para acompañarle a Wembley... Supongo que la señora Hudson sería la tercera ―Alice abre ambos ojos con sorpresa―. No sé si ya lo habías notado, querida, pero John es un completo ermitaño. Debo luchar para sacarlo de casa.
―Vaya...
―¿Era así antes?
―No. De hecho, era común que saliese por cervezas con Mike o Lestrade. Pero supongo que luego de... ―la hablante traga pesado, amargo―. Ya sabes, él no querría andar por cierto sector de Londres.
Mary suspira profundo, conflictuada, y asiente lento.
―Es lo más probable.
―¿Por qué las caras largas? ―les interrumpe Janine de pronto, causando que las amigas dieran un leve respingo sobre sus puestos―. Alice, no has bebido un sorbo de tu Cosmopolitan.
―Lo siento... Es solo que... Bueno... No soy una gran fan de los arándanos. En realidad, los detesto.
―¿Por qué no dijiste nada? ―se queja la morena, evidentemente herida y ofendida. La aludida intenta explicar, pero es interrumpida otra vez―. Mary mencionó que eras vegetariana. Supuse que debido a tu dieta no serías tan exigente ¿cómo diablos te alimentas? ―insiste y Alice nuevamente intenta hablar, pero esta vez es la camarera quien les interrumpe con su presencia porque Janine se dirige a ella―. ¿Puedes llevarte este trago? Sus hielos se han derretido por completo y ya está arruinado ―la chica asiente y recupera los otros vasos para posarlos sobre su bandeja―. Tres Cosmopolitan más y... lo que sea que ella quiera.
Ahora la camarera y Janine se voltean a mirar a Alice y esta al fin puede hablar.
―Un margarita, por favor.
―Oh, eso suena bien. Se me antoja algo ácido ―asiente Liv, malévola―. Ácido como Janine.
Mary ríe sonora para la molestia de la morena y también pide cambiar su orden. La camarera emprende marcha y Liv continúa bromeando a expensas de Janine.
―Janine es nuestra madre. Ya ni siquiera recuerdo cómo o cuando la conocí. Sólo sé que desde un indefinido periodo de mi vida que simplemente me mandonea y yo no puedo evitar sino seguir sus órdenes.
―¡Claro que no!
―Claro que sí. Creo que desde que acordamos juntarnos dos domingos a la semana en este bar que nunca he bebido más que Cosmopolitans.
―Es como vivir en el mundo de Sex & the city, pero ambientada en los suburbios de Londres ―coincide Mary, compartiendo una cómplice mirada con Alice en junto.
―Son unas calumniadoras ―se queja la morena crecientemente resentida y Alice decide cambiar de tema para así disuadir el creciente mal humor de Janine.
―Entonces... ¿Cómo fue que se conocieron?
―Liv y yo nos conocimos en la preparatoria. Coincidíamos es muchas clases.
―... Y desde entonces no me la puedo sacar de encima ―ríe la dentista para el fastidio de su amiga. Mary, risueña interviene.
―Nosotras nos conocimos a través de Liv en la clínica, luego de que Janine fuese por ella. Después de una breve plática me invitaron al bar y el resto es historia.
―Ya van casi cinco años ―añade la morena después de agradecerle a la camarera el haber traído todo lo solicitado―. Agrégalo a mi cuenta.
―Oh... ¿A qué te dedicas, Janine? ―consulta una sorprendida Alice luego de hacer el cálculo mental del total de la cuenta. Liv contesta por su amiga.
―Ella es la secretaria de un villano multimillonario.
―No es tanto así como un multimillonario...
―¡Claro que lo es!
―Es el dueño de casi la totalidad de los medios de comunicación británicos ―agrega Mary con seriedad, pronto bebiendo un largo sorbo de su vaso. Alice pestañea varias veces.
―¿Magnussen? ¿trabajas para Magnussen?
―Es la asistente personal del diablo ―susurra una bebida y algo colorada Liv.
―¡No digas eso! Él tendrá un carácter difícil, pero, muy en el fondo sólo es...
―¿Negro como el infernal y frío conservador abismo en donde debería estar su corazón? ―insiste la dentista. Alice intenta compartir una tensa mirada con Mary, pero esta continúa pendiente de su bebida cual estaba pronta a finalizar.
―... Él hace un buen trabajo. Ustedes no saben a la gran cantidad de personas a quienes ayuda a través de caridades y...
―... Chantajes, extorciones...
―¡Liv! ―se queja la morena―. Sólo hago un trabajo honesto. Y la paga es maravillosa.
―El dinero nadie lo discute...
―¿Cómo podría ser un trabajo "honesto"? ―interviene Alice de pronto, ganando así la atenta mirada de ambas amigas―. Charles Agustus Magnussen y la palabra "honestidad" no pertenecen al mismo diccionario. Son simplemente incompatibles ―Mary sonríe bajo para sí misma al notar la colorada complexión de una avergonzada y molesta Janine mientras Liv aplaude ligero.
―Será mejor que emprendamos camino ―interviene la rubia quien se había mantenido en silencio desde que el nombre del magnate había surgido en la conversación, demorándose en alzar la mirada desde su teléfono celular―. El partido ya finalizó y John me acaba de enviar un mensaje para que nos reunamos en el apartamento de Ethan.
De esa manera, las amigas se despiden y son raudas en dejar el lugar para abordar el primer taxi que ven aproximarse desde la gran avenida. En tanto, Janine paga la cuenta con Liv abrigándose en junto, ya que, una fría brisa se había alzado.
―No me agrada ―musita Janine cuando dejan el local.
―¿Quién?
―La amiga de Mary.
―¿Alice? ―consulta la incrédula dentista moderando su paso en la acera―. Oh, Janine... No sabes lo que dices. Le he conocido por meses en la clínica y es una buena chica. No puedes juzgarla luego de sólo una tarde. Con suerte le diste espacio en la charla.
―¿Qué quieres decir con eso?
―Dos cosas ―sonríe malévola y se inclina ligero hacia su baja amiga a la izquierda―. Primero: que hablas demasiado y, segundo, que tu sueles tener pésimo juicio cuando se trata de analizar el carácter de terceros ―Liv la interrumpe antes de que la morena pudiese discutir―. ¡Ni me hagas comenzar con tu eterna y deprimente lista de abusivos novios desde la preparatoria!
Y ya al otro lado del Támesis, John y Ethan reciben a sus parejas con una improvisada, pero, apetitosa cena compuesta de pizza y cervezas.
―... ¿Y recuerdas el último pase? ¡Oh, fue glorioso! ―cuenta un entusiasta John―. Sólo restaban dos minutos del alargue para que terminase el partido y ¡BAM! ―exclama―. Gol del chico nuevo. El nuevo delantero es oro puro.
Alice contempla la escena con genuina alegría. Desde hace años que no veía a John tan entusiasta por algún acontecimiento, ni tampoco disfrutar tanto de la compañía de otro; Ethan se estaba transformando en un real y buen amigo.
Así es como la amena charla continúa hasta que la invitada pareja decide marcharse, despidiéndose con apretados abrazos de sus amigos. El castaño, con su típica sonrisa conforme, comienza a ordenar los utensilios sin notar la soñadora mirada que su chica le brindaba. Alice admiraba su genuina empatía, hoy reflejada en su dedicada compañía al solitario John cuando ella, también atrapada en su propio eterno y privado luto, no había podido estar para él, Ethan si lo había estado; y ese desinteresado gesto fue capaz de acallar toda duda en su mente para así por segunda vez en la vida cederle libertad a la certeza en su corazón.
La morena intenta relajar su pulso mientras seca con dedicada suavidad la fría porcelana de un blanco plato. Hace mucho tiempo que ella no sentía algo así por otra persona. Una inexplicable sensación de paz siempre al borde de la ansiedad que físicamente se traducía en vértigo, vértigo de pensar en siquiera separarse una noche de él.
―No. No te molestes. Yo limpio.
―Ayudaré de igual manera.
Ethan no le ve caso a discutir con la gentil chica y besa el descubierto hombro de ella por aquel beige sweater de irregular corte. De esa manera se mantienen en silencio durante unos minutos mientras asean la loza usada, pronto él no pudiendo evitar compartir sus pensamientos con Alice.
―Uno de mis recuerdos favoritos de infancia es haber despertado durante la noche, ello luego de una hermosa tarde en familia en una rentada cabaña en Sussex, y haber visto a mis padres haciéndose mutua compañía mientras lavaban los platos de la improvisada cena que tuvimos durante una inesperada tormenta en medio de julio ―confiesa melancólico. Alice hace un conmovido puchero con sus cristalinos ojos fijos sobre él mientras seca otro plato de blanca porcelana―. Ellos siempre lucían felices... Creo... Creo nunca haberles oído pelear. Mucho menos luego de que mamá enfermara, a pesar del duro carácter de papá, él siempre fue devoto a ella con una dulzura especial. Tenía un lugar único en su corazón para ella.
―Es un hermoso recuerdo.
Él asiente conforme y tranquilo cuando termina de enjuagar el último utensilio.
―Desde entonces, y, sobre todo luego de comprender mejor la vida adulta, creo que ese es un tipo de felicidad al cual aspirar.
―Lo es ―coincide ella casi como un susurro, causando que él se sintiera de pronto ansioso como un tímido adolescente.
―Estoy seguro de que... Cuando estamos juntos aquí se siente de esa manera, aunque sea por un fugaz fin de semana.
Alice asiente cabizbaja y para sí misma, sosteniendo el peso de su cuerpo en la estirada diestra sobre el aparador de la cocina.
―Bueno, yo no pretendo ir a ninguna parte.
―Desearía que así fuese permanentemente... ―musita algo avergonzado, viéndose casi de inmediato en la necesidad de corregirse cuando ella alza la vista―. Me refiero a que, por su puesto, eres bienvenida a quedarte todo el tiempo que quieras. Yo raramente estoy acá, pero lo único que realmente me hace soñar con volver cada viernes es pensar que tan solo te tengo a ocho minutos de distancia...
―Entonces me mudaré aquí, contigo.
―¿Hablas en serio? ―consulta el casi perplejo y esperanzado castaño, a lo cual su pareja asiente lento, con su esmeralda mirada fija sobre los azules y cristalinos ojos de Ethan―. Te amo... No sabes cuánto...
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SPOILER DEL PRÓXIMO CAPÍTULO:
*Sherlock entra al chat*
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