🌟NEW🌟07 | Vanilla

―¿En qué andas? ―pregunta el suspicaz doctor y su confiado amigo se encoge de hombros con ligereza―. Por supuesto. Siempre jugando a ser misterioso.

―Ese tipo de entrometida curiosidad te podría haber ayudado a conservar a tu novia.

―Golpe bajo ―anuncia indicándole amenazadoramente con su severo índice, pronto volteándose para servir el whisky. Holmes sonríe con suficiencia y camina solemne hasta su amigo para recibir el vaso.

―¿Qué hiciste esta vez?

―¿Por qué asumes de inmediato que soy yo quien arruinó la noche?

―Porque esta es la sexta vez que sucede. Tus novias siempre suelen notar que no les escuchas una vez que la "etapa de luna de miel" ya ha pasado.

Watson le observa atónito durante unos segundos, deseando tener argumentos para discutir su ofensa, pero, pronto realizando que no tenía más que negación pura.

―Yo las escucho...

―Lo siento ―dice el detective con falsa modestia ante el resignado semblante de su amigo, ello mientras se encamina hacia su sofá individual y toma cómodo puesto―. La palabra no es "escuchar", porque, si, lo haces, mecánicamente, pero, a fin de cuentas, lo haces ―comenta mirando el contenido de su copa con genuino interés―. El tema es que no te importa lo que ellas digan.

―¡Si me importa! Siempre me ha importado.

―Claro que no. No cuando lo máximo que logras estar con alguien es no más de un mes ―bufa y bebe un poco antes de agregar―. La única excepción fue "Sarah número cinco" porque ella era tu antítesis. Era una acaparadora cuando a ti te falta disponibilidad emocional. Lo gracioso fue que ella terminó la relación porque ni siquiera con sus controladoras maneras podía sacar algo más de ti.

John entrecierra sus ojos y sonríe cerrado.

―Jeannette finalmente decidió dejarme porque me negué a abandonar con ella el 221B durante la víspera de navidad. Verás... Luego de lo sucedido con Irene, temí que sufrieras una recaída ―recuerda amargo cuando se sienta frente a su amigo. Este alza ambas cejas. No conocía ese detalle, así que se mantienen en contemplativo silencio durante unos minutos.

―Es curioso que seas tan buen amigo y tan mal novio.

―Digo lo mismo ―rebate Watson y Holmes rueda los ojos.

―Es por eso que yo no me molesto con los superficiales embrollos que traen implícitos las relaciones amorosas. Conmigo no hay caso.

―Quizá deba imitarte y dar un paso al lado respecto a este tema.

―Dudo que dures más de dos semanas por ti mismo, pero, buena suerte con ello ―sonríe complaciente y alzando su copa. John bufa con ligero desdén y bebe sin más.

―¿Sabes? Hagamos una apuesta.

―¿Qué propones?

―Yo dejaré de salir en citas y tú dejarás ese asqueroso hábito de fumador ―Holmes ríe para sí mismo y su seguro amigo se inclina en su dirección―. Cincuenta libras cada uno todas las semanas. El ganador se lleva todo.

―Como desees.

A la mañana siguiente, Holmes despierta poco a poco. Se sentía agotado, ello a pesar de no haber bebido más de una copa en compañía de John, sin embargo, al voltearse sobre su cama, sus fosas nasales son avasalladoramente invadidas por el dulce aroma a vainilla del característico perfume de Alice.

Él suspira profundo y cierra sus ojos por unos eternos segundos. De pronto, como un ligero flashback, todo detalle de lo sucedido durante la temprana noche anterior se manifiesta entre sus recuerdos, y él no puede más que hundir su cabeza en la perfumada almohada. La calidez del aroma de ella parecía tener el don de manejar el palpitar de su corazón a su merced. Ahora necesitaba verla.

El despeinado rizado se apresura a la ducha, ignorando que su teléfono le indicaba que tenía tres nuevos mensajes, y no mucho después vuelve a su habitación para vestirse con uno de sus típicos trajes de profundo tono azul, eligiendo a conciencia la camisa púrpura que alguna vez había tenido que recuperar desde el closet de Sanders. Así, emprende apresurado camino hasta las escaleras, sacudiendo sus semihúmedos rizos mientras asciende, pronto notando que la puerta del 221D estaba abierta. Él sonríe ladino y se detiene inseguro antes de cruzar el umbral, decidiendo desabrochar el botón de su blazer a último momento para lucir despreocupado.

Holmes se abre paso en la sala. Esta lucía igual de ordenada que siempre, pero con Loki adornando el mantel de la chimenea esta vez. Alice parecía estar preparando desayuno, así que pretendía unírsele en la cocina, pero, se encuentra con ella cuando desde el corredor se encaminaba a su destino.

―¡Hey! ―dice fuerte debido a la impresión, aunque, no puede evitar ablandar su cristalina mirada en dirección a Sherlock. Este sólo le dirige un respetuoso ademán con su cabeza y cierra los ojos durante un segundo debido a que podía claramente percibir el dulce aroma de la piel de su amiga. La morena, por inercia, acomoda su cabello tras su hombro para relajar su semblante, lo que fortalece aún más el poder de su perfume sobre los rendidos sentidos del detective―. ¿Quieres desayunar con nosotros?

―¿Nosotros?

John está lloriqueando por Darleen ―susurra abriendo ambos irónicos ojos con enormidad y él bufa agotado, aunque, accede de igual forma.

―Entonces ¿irás a suplicarle antes o después del desayuno? ―bromea el sarcástico detective cuando se une en la cocina y el doctor no se molesta en alzar su vista desde el periódico que leía.

―No. De hecho, creo que haré lo que dije anoche ―dice mientras cambia de página―. Al igual que tú, no me molestaré con las reglas y obligaciones de relaciones amorosas. Me daré un merecido tiempo para mí mismo y luego ganaré la apuesta.

Sherlock y Alice no pueden evitar compartir una fugaz mirada. Ella alza una inquisitiva ceja, pero el detective no responde, pronto volviéndose a Watson otra vez.

―Bien por ti ―dice Sanders al fin y se dispone a recuperar las tostadas para posicionarlas sobre los respectivos platos de sus amigos―. A veces lo mejor para volver a tomar perspectiva es pasar tiempo con uno mismo.

―Lo sé. Pero parte de mí teme volverme un ermitaño antisocial como Sherlock ―bromea dejando caer el doblé del periódico sobre sí mismo y el aludido finge que no escucha.

―Claro que no lo harás ―le tranquiliza―. Ni siquiera Sherlock puede vivir sin compañía.

―¿Pueden no hablar de mí por alguna vez en su vida? Tengan dignidad. Aunque sea difícil, intenten buscar algo menos interesante que yo para hacer valiosas sus insulsas charlas.

―Blah, blah, blah ―espeta John con un gesto disuasivo, ello mientras observa de reojo como su amigo contempla a una risueña Alice preparar huevos revueltos para todos―. Como sea. Buscaré un nuevo empleo.

―Intenta no enamorarte.

―Intenta tú no enamorarte ―refuta burlón y Holmes entiende de inmediato, pronto atinando a alzarse desde su puesto para buscar el hervidor de agua cerca de Sanders, ello como un desesperado intento de desviar la atención de su amigo, pero, a él no podía engañarlo.

―Parecen adolescentes ―les reprende la chica y posa un bowl para cada uno sobre la mesa. Ella decidiendo sentarse en posición de loto sobre el despejado mueble junto al lavaplatos―. Entonces, John ¿para cuándo nos presentarás a tu próxima cita?

Entre las típicas bromas pesadas a costa de la infortunada vida amorosa del doctor y, en realidad, la de todos, la hora del desayuno queda atrás y Watson se marcha porque lo que había asegurado era cierto y pretendía buscar un nuevo empleo. Sherlock, en tanto, finge distraerse en el librero de su vecina, ello hasta que John finalmente deja el lugar.

―Entonces... ¿Qué sucede? ―consulta la morena cuando también se asegura de que están solos en la sala del 221D. Holmes alza su mirada y pestañea repetidamente antes de decidir qué responder.

―¿Por qué tanta certeza?

―Eres un hombre práctico ―aclara la chica cuando recupera su desgastada copia de 1984 de George Orwell que Holmes sostenía. Aquella era su actual relectura―. Si no quisieras decirme algo no estarías aquí.

Ella entrecierra sus ojos de manera suspicaz. Él se mantiene inamovible en frente.

―¿Quién lee sobre desesperanzadoras distopías luego de haber consumido por milésima vez una romántica novela de Austen?

―Alguien a quien le gusta tener claro panorama de todas las posibilidades. De alguna efectiva manera, hace que todo caiga en perspectiva ―el aludido arruga el ceño y ella explaya sus dichos―. La dulzura excesiva neutraliza la desesperanza y viceversa.

―¿Tu consejo profesional es una vida gris?

―El pesimismo lo reservo sólo para mí. Para el resto tengo mejores expectativas.

―Eso te vuelve una inconsecuente en tu profesión ―menea la cabeza con desaprobación.

―O me vuelve una mártir.

―¿Quieres ser una mártir?

―Sólo deseo existir y ya ―dice agotada ante aquella repentina avalancha de preguntas por su parte. Él se encoge de hombros con un dejo de indiferencia y se dispone a caminar hacia la ventana, en donde se distrae con la vista a la calle. Ella le sigue no mucho después―. ¿Qué apostaron tú y John?

―Que él dejaría de salir en insulsas citas mientras yo deje de fumar. Cincuenta libras semanales. Quien mantenga más tiempo su palabra será el ganador.

―Vaya... Eso está difícil.

―¿No apostarías por mi victoria?

―Francamente no ―él le mira ofendido―. Pero, por el momento diría que estás en ventaja.

―¿Por qué?

Ella sonríe para sí misma y su amigo observa atento cada minúsculo detalle de aquella hermosa postal.

―Porque puede que tengas algo mejor con qué distraerte por el momento.

―¿Tú? ―consulta irónico. Alice se encoge de hombros, con ligero desinterés.

―Yo me refería a algún caso interesante, pero, si quieres...

Sherlock se cruza de brazos y rueda los ojos, volviendo a distraer su vista a favor de su orgullo. La chica frunce sus labios y le observa atenta; él lucía ligeramente ruborizado bajo la claridad de aquel primaveral día de mayo.

―Sabes que yo no funciono por mero instinto.

―Muy bien ―dice conforme―. Entonces... ¿Me dirás por qué realmente estás aquí?

Él le observa directo a los ojos y pronto baja su vista porque temía no ser expreso guía de sus facultades, podría perderse en una cautivante mirada ajena. Y, antes de que pudiese resolver qué decir, el sonido del teléfono celular de su compañera les interrumpe, ella viéndose forzada a contestar y no tardando en querer cederle su móvil. Sherlock arruga el ceño, pero, Alice, con gesto aburrido insiste.

―¿Mycroft? ―la chica asiente―. Dile que se vaya al demonio.

―Díselo tú.

Holmes rechaza el llamado, bufa irritado y abandona el 221D sin mirar atrás. La chica corta la línea y, pensativa, se deja caer sobre el cómodo alfeizar de su ventana, ello con la intención de distraer su mente con la lectura. Así, al cabo de unas horas, baja en dirección al 221A para asegurarse que los platos del Loki se encontraran llenos también en ese piso; sorprendiéndose de sobremanera, casi asustándose al pillarse a Sherlock de frente cuando caminaba a la cocina de la señora Hudson.

―¡Oh! ¿Qué...? ―consulta algo pasmada, pronto dejando caer su mirada sobre la medio llena bandeja del horno de la casera tras su amigo―. La señora Hudson dijo que debíamos compartir y ya te comiste casi todas las galletas.

―No he almorzado, así que se me antojó ―se encoge de hombros con ligereza.

―¿Mycroft no te invitó a comer? Qué negligente hermano ―se burla. Él sólo alza una petulante ceja―. ¿Qué quería?

―Desahogar su paranoica mente.

―¿Sobre qué?

―Cosas ―responde neutro y ella bufa agotada.

Alice le indica a su amigo que se haga a un lado en el estrecho corredor para así poder ingresar hacia la cocina y este obedece, contemplativo de cada movimiento que ella hacía. La chica nota lo último con su mirada periférica, así que se detiene frente a él.

―¿Sabes que con John soltero y desempleado no tendremos mucho tiempo a solas en el 221?

―Por supuesto ―responde certero y ladeando ligeramente su cabeza hacia la derecha, aun observándole atento.

―¿Y eso no te importa?

―¿Por qué lo haría? ―dice ceñudo―. Él es útil.

―Me refiero a... Ya sabes.

―Desde ese punto de vista, sí, es un inconveniente. Pero, supongo que eso ayudará a que no nos veamos tentados a desviarnos del trato y mantenerle como debe; confidencial, independiente y no emocional.

―Sólo sexo.

―Así es.

Ella asiente pensativa, aunque, eventualmente se acerca a su compañero de tal manera que termina de acorralarle, causando que él se enderezara en contra la pared. Sherlock le observa con intensidad. A pesar de que se le hacía difícil el respirar debido al vértigo que la cercanía de Alice le causaba, su dulce aroma sólo instigaba una cosa, y esta no era necesariamente salvaje, sino que era casi como si su instinto de supervivencia le suplicara proximidad, aunque fuera resultado de un mero abrazo o un tan deseable beso. Y así parecía que sería, porque la morena lucía igualmente tentada; por lo mismo, él posa sus manos sobre las caderas de ella para atraerle hacia su cuerpo, sin embargo, justo antes de que sus labios pudiesen rozarse, la joven se sostiene desde el cuello del blazer de su amigo e inclina su cabeza, posando la frente con suavidad sobre su pecho cubierto por aquella favorecedora camisa púrpura. Ella sólo sonríe con falsa conformidad antes de alejase gracias a una sobrehumana fuerza de voluntad.

―Besarnos o interactuar de maneras comprometedoras fuera de tu cuarto es contraproducente ¿no? En tanto al trato.

Él, algo aturdido y genuinamente decepcionado por el desaire, da lo mejor de sí para no lucir abatido.

―Bueno...

―Lo es ―se responde ella misma con resignación y pronto ingresa a la cocina, dándole así la espalda a su frustrado compañero en completo silencio.

Él no puede hacer otra cosa más que arrancar desde escena y se apresura hasta su propio piso. Ella tenía razón. Si el trato de ambos sólo consistía en tres simples reglas, estas debían ser respetadas en su totalidad para procurar el éxito de ese pacto. Sólo dormirían juntos cuando se presentara la ocasión. No porque lo buscaran o desesperadamente lo necesitaran. Él no creía funcionar así de todas formas. No obstante, ya no estaba tan seguro de qué creer sobre sí mismo.

Sherlock, a pesar de no ser una persona estrictamente sexual, ahora no podía negar que podría estar en peligro de disfrutar demasiado de la íntima compañía de su amiga así que, como alguien sensato, debía mantener a raya sus nacientes deseos. Sin mencionar que, al final del día, el mayor problema que tenía con Alice era que simplemente se sentía bien estando con ella. No era necesario consumar nada. Una simple plática era suficiente, pero, para su pesar, a veces una parte de él no podía evitar anhelar también un beso o un cálido abrazo. Cualquier tipo de contacto con ella era como un vaticinio del verano, ella podía despejar su día de todo lúgubre problema.

El detective arruga el ceño y sacude su cabeza mientras recupera su violín en la sala del 221B y se dispone a tocar frente a la ventana. Parecía un idiota pensando esas cosas... La influencia de John y Alice le había vuelto un idiota sentimental. Era una pérdida de tiempo. Debía distraerse y quizá su pasión por la música ayudaría. Pero, no puede tocar más de cinco acordes cuando, de alguna manera, cree percibir el perfume de Sanders en el ambiente, ello a pesar de que la chica ni siquiera se le había unido ese día en el segundo piso del edificio. Él cierra los ojos, relajado ante la calidez de las suaves notas de vainilla. Realmente adoraba a ese perfume... Tal vez, sólo tal vez, también a la persona que lo usaba... Ese tipo de bioquímica aparentaba ser poderosa, avasalladora, letal... Y, a su parecer, esa avalancha de sentimientos desencadenados en él sólo por un simple aroma era intrigante. Bastante.

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