76 | Calm before the storm

―¿Gallagher? ―consulta Alice con un dejo de asombro mientras camina hacia el recién llegado. Holmes, en tanto, fastidiado, observa la escena con recelo.

―¿Qué haces aquí?

―Es un gusto para mí también volverte a ver, Sherlock ―dice alegremente el investigador irlandés haciéndole un respetuoso ademán con la cabeza, para luego acercarse a Alice y darle un fugaz abrazo.

―No pensé que vendrías... No respondías ninguno de mis más recientes mensajes.

―¿"Más recientes mensajes"? ―interviene Holmes, extrañamente curioso.

―Dijiste que era un caso de extrema confidencialidad, era necesario tratar cada aspecto de él en persona y, además, un tal Mycroft Holmes se puso en contacto conmigo. Así que debí mantener todo para mí mismo ―explica mientras posiciona su maleta junto al sofá doble de la sala sobre el cual toma asiento.

―Mañana temprano trataremos el plan nuevamente entre todos los involucrados. Puedes pasar la noche acá si lo deseas.

Sherlock arruga inmediatamente la frente para contradecir a su casual amiga.

―No tienes sofá-cama.

―No, pero...

―No tendría problemas en compartir tus aposentos. Aunque, sólo por precaución, te recomiendo que no me embriagues, o podría seducirte ―agrega un irónico Gallagher con cara de resignación, notando de reojo como aquello realmente tensaba a Sherlock, por lo tanto, ríe ligero para así hacerle entender que sólo bromeaba.

―Imbécil ―bufa una sarcástica Sanders―. No, gracias... ¿Puedo ocupar el sofá del 221B? ―le pregunta a Holmes. Este, rueda los ojos y se encoge de hombros con indiferencia―. Hecho ―se conforma y se devuelve hacia su invitado―. ¿Tienes hambre?

―No.

―Le preguntaba a Alan, Holmes.

―Siempre ―responde el aludido entre risas. Y, Holmes aun parece irritado.

―Son las once de la noche ―sentencia como si las consecuencias de comer tarde fuesen obvias. Sus acompañantes le observan curiosos―. Sus organismos sintetizarán todo lo que consumen como carbohidratos. Comer después del anochecer es el camino más rápido al sobrepeso.

―¿Sushi? ―propone Alice luego de una ligera pausa, e, ignorando al rizado.

―¡Me encanta!

―Si pretenden intoxicarse, les recomendaría comer veneno para ratas. Es mucho más rápido.

Como ninguno de los dos le prestaba atención al detective consultor, él, ofendidamente, decide largarse desde el 221D sin más para encerrarse en su habitación durante un rato. Cuando John llega al departamento, se encuentra de frente con su amigo quien, en pijamas, caminaba con suma rapidez hacia el gran sofá del 221B para lanzarse estrepitosamente sobre él y acostarse en posición fetal, dándole la espalda al doctor quien no puede evitar observarle atento desde el otro extremo de la sala.

―¿Qué te sucede?

―Evitando la toxicidad de los eventos sociales, como siempre ―le responde secamente a su amigo.

―¿Eventos sociales? ―susurra curioso, intentando hacer sentido de ello.

―¡No has hecho las compras! ―grita repentinamente el detective, abandonando su posición fetal y poniéndose raudo de pie. Así, camina a paso decidido hacia la cocina para abrir la nevera, encontrando solamente un par de cervezas además de un recipiente lleno de pulgares cercenados.

―¡Hey! No vivo solo ¿ok? ―se defiende genuinamente ofendido, siguiéndose hasta el límite de la cocina―. Además, me ha costado bastante trabajo procesar todo lo que ha sucedido últimamente y lo que está por suceder... Aun me cuesta creer que Alice es quien es y la bomba y Moriarty...

―Oh, no seas quejumbroso ―le desestima con un desdeñoso ademán de la muñeca―. Resolveremos eso el lunes. Ahora ve a la tienda y trae algo para cenar.

―Es sábado y casi son las once y treinta de la noche. No hay tiendas de víveres abiertas a esta hora...

―¡John! ―le llama Alice desde el recibidor el 221B―. Si quieres puedes comer con nosotros.

El doctor se voltea y, con grata sorpresa, se acerca al umbral de la puerta para saludar cordialmente a Alan.

―Riley se nos unirá en el local.

―Vamos Sherlock ―insiste Sanders, esperanzada, ello mientras John se pone su chaqueta y se une a Alan en las escaleras. El detective le da la espalda y camina a la sala para volver a recostarse sobre el sofá.

―No me apetece.

―Como quieras ―responde ella con desgano y, vacilante, pronto se resigna a seguir a sus amigos quienes le esperaban en el primer piso.

La velada pasa con rapidez para todos menos para el detective, quien, preso de su amargura y testarudez, no había tenido otra opción que saquear la nevera de la señora Hudson. Ya que, había vaciado la alacena de Sanders hace unos días, y, esta adoptó, como nueva estrategia, simplemente no hacer más compras antes que ellos para evitar así los frecuentes saqueos de los que era "victima".

Luego de unas horas, sus amigos llegan a la calle Baker y él mira con recelo desde su sofá individual como John, Alice y Gallagher suben las escaleras entre risas sin detenerse en el 221B. Al cabo de unos minutos logra oír como Watson da las buenas noches al igual que Sanders, cuyas pisadas se escuchan cada vez más próximas. La chica pronto camina a través de la puerta de la cocina, arrastrando frazadas y una almohada las cuales deja sobre la mesa, para luego dirigirse hacia el baño del apartamento bajo la pendiente mirada del detective.

―Pensé que ya te habías dormido.

―No ―responde él seca y evasivamente. Alice abre ambos ojos, sorprendida y algo resentida por lo áspero de su respuesta.

La agotada chica apaga las luces principales, dejando al detective ser tenuemente iluminado por una lámpara de pie, para luego dirigirse hacia el sofá; acomodándolo a su gusto y cubriéndose hasta el cuello con las frazadas que llevaba consigo. No pasan más de quince minutos hasta que Sherlock decide aumentar al máximo el nivel de iluminación de la alcoba, despertando y causando que Sanders quede momentáneamente encandilada, muy al contrario de Loki, su felino, quien dormía plácidamente sobre el posa-brazos del gran sofá y lucía imperturbable, ya acostumbrado al caos de Sherlock.

―Detente con eso, por favor ―suplica resignada―. Tengo sueño...

―Si no fuera cierto no lo comentarías ―espeta él cruzando ahora su pierna derecha sobre la izquierda, aún sentado sobre su sofá individual.

―Apaga la luz, por favor.

―No.

―Necesito dormir...

―Después de haber consumido tantos rolls repletos de bacterias. Será un mal descanso de todas formas.

―Tú perfectamente podrías leer ese libro en tu alcoba ―bufa ella, exasperada, tapándose la cara con la almohada.

―Es mi piso, mi territorio. Mis reglas.

―Imbécil egoísta... ―susurra la irritada chica para sí misma. Holmes le oye igualmente.

―Imbécil ilusa ―responde venenoso y, para aumentar lo molesto de su venganza, comienza a tocar estruendosamente su violín.

Así es como, de forma inesperada, Sanders se quita las frazadas de encima, toma su celular y camina fuera del 221B a paso decidido. Holmes, se demora un par de segundos en reaccionar y le sigue por la puerta de la sala, para luego notar que su amiga se había colado por la aún abierta entrada de la cocina. Un portazo tras otro fue oído. Sherlock se apresura hacia su habitación, sin embargo, ambas entradas, tanto la del baño como la principal, ya estaban cerradas.

―¡Abre! ―exige mientras golpea con rabia.

―Ni lo sueñes.

―Sabes que eventualmente entraré, Sanders ―le amenaza próximo frente a la puerta de su habitación―. Y no te conviene estar ahí cuando aquello pase.

―¡Oh, hazme el favor de cerrar la boca de una vez! Desperdicias oxígeno, Holmes.

El iracundo moreno se impacienta, ya que, su kit para cerrojos estaba dentro de su mesita de noche y tendría que buscar alambres o cualquier cosa para reemplazar sus herramientas y lograr resolver el complejo cerrojo de su propio cuarto. Pero, efectivamente, luego de diez frustrantes minutos, logra colarse dentro de la habitación, encontrando a Alice quien ya dormía acurrucada al lejano costado izquierdo de la cama. Sherlock le mira rígida y pensativamente, para luego resignarse y unírsele bajo las frazadas.

A la mañana siguiente, el detective es, obviamente, el primero en levantarse. Y, luego de echarle una atenta y rencorosa mirada a su amiga junto a él, camina a paso decidido hacia el baño; así, al salir de este, notando que Alice aun no despertaba, decide fastidiarla un poco más. Sherlock toma dentífrico cual coloca estratégicamente sobre la punta del dedo índice de la chica y se posiciona de cuclillas a la altura de su cara junto a la cama, de esa manera comenzando a deslizar una suave pluma sobre ella. Primero en la cara, luego en el cuello, el pelo, el pecho... Y, el resultado era siempre el mismo. Así, debido a las cosquillas que le causaba al tacto, la joven no podía evitar rascarse y mancharse con dentífrico sin ser consciente de ello. Eventualmente, pasados unos minutos, Holmes decide que ya había sido suficiente, por lo tanto, acaricia con intensidad la nariz de Sanders con la oscura pluma. Ella se refriega desesperada, quedando así cubierta en dentífrico cual mentol la hace despertar entre llorosos estornudos.

―Eso fue por desperdiciar diez preciados minutos de mi tiempo, dejándome puertas afuera de mi propia habitación ―Alice se sienta rauda sobre la cama intentando respirar agónicamente y limpiarse la nariz con las manos.

―¡Te detesto!

―Claro que no lo haces. Todos lo saben ―refuta él con suficiencia y le lanza su bata color borgoña―. Watson ya se duchó, al igual que yo. Es tu turno, y déjame advertirte que si te demoras más de diez minutos iré personalmente a sacarte del baño sin importar nada.

―Brillante excusa ―bufa poco impresionada cuando ya le era posible respirar. Él arruga el ceño.

―¿Para qué?

―Para verme desnuda otra vez ―dice con irónico disgusto. Él se lo toma personal―. Deberías intentar otra técnica.

―¿Para qué? ―refuta disgustado―. Ya te he visto sin ropa en un par de ocasiones. No es la gran cosa ―Sanders tensa la mandíbula mientras se cubre por completo con la bata, cabizbaja, molesta e insegura, cubriéndose así hasta el cuello.

―No sé qué es lo que te sucede. No entiendo cuál es el motivo de tanta aspereza e infantilidad, ya que, pensaba que habíamos superado esa etapa de nuestra "relación"... Pero, en este escenario, me alegro de no ser de tu "gusto" personal, es en serio.

Sherlock alza ambas cejas, algo desconcertado, e intenta explicarse de inmediato al realizar que ella había tergiversado el significado de lo dicho.

―Eso no era a lo que me refe...

Sin embargo, Alice no le permite terminar la oración dando un estruendoso portazo al entrar hacia baño.



.



Durante la tarde, Mycroft les cita al club de Diógenes. Riley, Gallagher, Watson, Sanders y Sherlock se abren paso entre los silenciosos corredores del club de caballeros.

―Ya era hora ―espeta el mayor de los Holmes desde su escritorio; junto a él estaba Anthea, de pie y sosteniendo lo que parecían ser varios expedientes.

Todos toman asiento, a excepción de Alice, quien se une de pie al otro extremo de Mycroft. Y, para la sorpresa de todos luego de un leve ademán de parte de Holmes mayor, la joven es la que toma la primera palabra.

―Como saben, cada uno debe cumplir un esencial rol en la misión. Riley trabajará por su cuenta desde una posición secreta con Anthea a su disposición ―las aludidas comparten una cómplice mirada que no pasa desapercibida por el detective consultor―. Mycroft moverá hilos desde la comodidad de su oficina...

―Por supuesto ―añade él con satisfacción, a lo cual su hermano sólo bufa despectivo en respuesta.

―...Mientras, el resto iremos hasta Alemania en donde nos separaremos por duetos. John y Sherlock van juntos. Alan va conmigo...

―Yo tengo mejor conocimiento del caso que él. Yo debería ir contigo ―protesta molesto. Alice niega con la cabeza, para luego añadir con una desanimada expresión.

―Es por eso que necesito que causes una gran distracción. Solo tú podrías calcular la magnitud requerida ―asevera persuasiva―. Además, todos te reconocerían. Gallagher pasará completamente desapercibido.

―Gracias, gracias... ―tose el aludido con resignación. Holmes menor sólo se limita a tensar rígidamente su mandíbula. No confiaba realmente en las intenciones de ella. Quizá podría ponerse a ella misma en peligro.

―He aquí cada una de sus instrucciones a seguir y cierta información extra que les será de ayuda ―agrega Anthea repartiendo los documentos.

Mientras tanto, Mycroft se alza de pie e, inesperadamente, afirma ambos puños con fuerza sobre su escritorio, mirando penetrantemente a sus invitados.

―No creo que deba inferirles lo obvio ―hace una breve pausa bajo la incrédula mirada de su hermano menor, y, luego prosigue fijando su vista también en el resto―. Esta es una misión nivel seis: Artefactos de destrucción masiva y, por ende, múltiples vidas de civiles están en inminente peligro. Por lo tanto, la corona y el gobierno de los Estados Unidos requieren que esto tenga un muy bajo perfil. En otras palabras, hay que mantener el ruido al mínimo.

―Es obvio ―añade Sherlock con ironía, mirando fugazmente a Alice en busca de aprobación, aunque, para su pesar, es desapercibido. La chica llevaba todo el día ignorándole con sutileza.

―Desde ahora y hasta que culmine la operación, son parte del MI6. Y tampoco creo que deba recordarles que cualquier palabra a un tercero sobre esta misión o cualquier cosa en relación a ella resultarían en que la corona les querría exterminados en un instante ―espeta lo último con voz amenazadora.

Sin embargo, el intento de intimidación del mayor de los Holmes es un completo fracaso. Sherlock y Riley rompen en una simultánea carcajada. Mientras que Watson y Alan miran confundidos a Mycroft. Anthea y Alice por otro lado, intentan fijar la vista hacia otros extremos de la sala para no ser contagiadas por las risas.

―Oh, por favor ―bufa con fastidio―. ¿Podrían, alguna vez, dejar de comportarse como niños?

―Oh, Mycroft, eres como la madre que nunca tuve ―dice Riley entre risas y todos se contagian estruendosamente esta vez, causando que Holmes mayor intentara caminar fuera del lugar, exhausto. Aunque, pronto su hermano menor se alza de pie y espeta:

―Oh, vuelve. Estás siendo melodramático, Mycroft.

―Son una verdadera pérdida de tiempo. Este es un tema de extrema gravedad y deberían tomarle el peso ―sentencia grave, ahora observando directamente a Alice―. Sobre todo, usted, señorita Sanders, cuya familia está comprometida en su totalidad... Por ende, a ti también debería hacerte peso, hermano mío.

Holmes menor observa desafiante a Mycroft, para luego bajar progresivamente la intensidad de su mirada.

―Lo sabemos, todos lo sabemos, hermano. También tenemos conocimiento de los riesgos, por lo tanto, debes comprender que las endorfinas derivadas de la risa son un buen relajante en contra de la ansiedad ―el detective mira de reojo a Sanders cuyo semblante se había oscurecido por completo―. Por lo mismo, me parece que tus incriminaciones son injustas. Todos le tomamos el peso a esto. Sobre todo, Alice.

Finaliza el solemne detective consultor bajo la atenta mirada de todos los presentes manos Sanders. Mycroft junta con fuerza sus labios, para luego dirigirse a la chica con una leve reverencia y falsa sonrisa, de aquellas las cuales tanto le caracterizaban.

―Mis disculpas... Alice ―dice lo último con suma dificultad y ella responde asistiendo suavemente.

―¿Podemos seguir? ―interviene un impaciente Gallagher, alzando su brazo al aire, como un educado chico de primaria―. Tengo una cita con alguien en un rato. La conocí en un sitio online de citas.



.



El resto el día pasa con suma rapidez. Cada uno arregla sus pertenencias y estudia sus respectivos pasos a seguir en la misión. Aquella era la última noche que pasaban en el 221B antes de que tuviesen que partir hacia Alemania. Y, el avión privado les esperaría a las seis en el aeropuerto de Heathrow la mañana siguiente, por lo tanto, era imperioso que las luces de la calle Baker se extinguieran a la brevedad.

Sherlock sale de su habitación ondeando con gracia su bata azul y camina hacia la sala en donde divisa que la chica había acomodado nuevamente el sofá. El detective apaga las luces del lugar y se dirige hacia el baño, esta vez, a paso decidido para golpear fuertemente en repetidas ocasiones. Eventualmente, Sanders abre la puerta sin darle importancia y prosigue aseando sus dientes.

―Deja de ser tan infantil ―le reprocha―. Puedo notar que me has estado ignorando durante todo el día.

―No lo hago, sólo me limito a expresar lo estrictamente necesario hacia tu persona, nada más.

―Tergiversaste mis dichos de la mañana ―Alice sigue lavándose los dientes y mirándose al espejo, como si no hubiese escuchado a su contraparte. Sherlock suspira impaciente y se afirma de costado sobre el umbral de la puerta, resignado―. No hay nada malo con tu físico. A lo que me refería es que la desnudez no es la gran cosa entre nosotros al menos. Tú misma eres una firme oponente de las religiones y sus falsos valores morales establecidos, como el pudor, por ejemplo ―Sanders se enjuaga la boca, aun sin parecer interesada en lo que el detective incómodamente planteaba―. ¿A dónde vas?

―Buenas noches.

―¿Notas lo cliché de esto? ―regaña siguiéndole por el corredor―. Tú disgustada, dormir en el sofá a pesar de que te ofrezca asilo...

―No somos una pareja, Holmes. Ahora, si me permites... ―espeta ella mientras le hace un ademán con la mano a su amigo para que le abriera el paso luego de interponerse en su camino.

―Puedes dormir en mi cama si lo deseas.

―No lo deseo.

―Si lo haces ―refuta confiado y cruzándose de brazos―. Siempre lo haces, sola te apropiaste de mi habitación el día de ayer.

―Tú eres el que insiste hoy, yo sólo quiero ir a la sala.

―Pero... ―duda el detective buscando ayuda entre sus rápidos pensamientos. Tenía que argumentar algo al instante; si Alice continuaba enojada con él, menos participación tendría en el caso. O, al menos eso se decía a sí mismo para desviar lo románticamente comprometedor de sus motivos, lo cual era obvio que le causaba gran culpa. Por lo tanto, se negaba rotundamente aceptarlo, y tan difícil como le era procesarlo, suelta lo primero que se le viene a la mente―... Pero, necesitarás una buena noche de sueño, además, hace ¿frío? ―la neutra expresión de Sanders se rompe por completo debido a la confundida expresión del detective al decir aquello. La chica cierra los ojos con fuerza, enternecida por su incómodo esfuerzo de retenerla a su lado, así que intenta con todas sus fuerzas el contener una risita. Holmes, notablemente ofendido, se le sube la sangre a las mejillas y se hace a un lado de inmediato. Intentando lucir desinteresado―. Como quieras.

El incómodo rizado decide caminar hacia la entrada de su alcoba, escapando así de la conmovida mirada de ella. Aun así, la joven lo alcanza y le toma desde el brazo, afirmando su cabeza contra su hombro riendo por lo bajo, para luego entrar al cuarto de Sherlock sin decir una palabra. Holmes alumbra la habitación sólo con la lámpara de su mesita de noche y Sanders se integra al lado izquierdo de la cama, pronto cubriéndose hasta el cuello y dándole la espalda.

―Gracias por esto ―susurra ella, aun en posición fetal hacia su izquierda. Sherlock, por su parte, le observaba nostálgico y en taciturno silencio desde su lado―. Gracias por mantenerte siempre a mi lado. 

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