❤️74 | Human error
Un par de horas pasan sin que ninguno de los dos diga una sola palabra. En tanto, Holmes logra localizar a su hermano mayor vía mensaje texto, ello luego de que Sanders finalmente pudiese verse en la capacidad de explicarle el contexto de lo sucedido.
El tan elaborado plan del caso "Hart" había fallado.
Sherlock, por su parte, a pesar de poder simplemente divagar en su palacio mental para así adelantar esfuerzos, decide vigilar de reojo el perfil de ella mientras mantiene la vista fija sobre el horizonte a espera de alguna reacción por parte de su deprimida amiga.
―He sido una estúpida, créeme lo sé muy bien... ―musita cuando nota que era vigilada, así conecta su mirada con la de él.
―Siempre lo has sido, pero, esta vez ni siquiera Mycroft anticipó este posible resultado. Que hayan capturado a tu hermano no es tu culpa. Por lo tanto, tu grado de estupidez sigue intacto ―Alice hace una amarga mueca que simulaba una débil sonrisa mientras el detective le escaneaba meticulosamente con la mirada.
Ella impregna sus temblorosos dedos entre su cabello con las rodillas presionadas en contra de su pecho. Holmes abandona su posición al costado de la chica, cubre sus hombros con su largo abrigo y se pone de cuclillas frente a ella para buscar su mirada.
―Puse en peligro todo... ―se lamenta con voz quebrada―. ¡TODO! Mi familia... Mi hermano... James, debo encontrarlo...
―Debemos encontrarlo ―le corrige el detective levantando el mentón de ella con el dedo índice, siendo su mano empapada por las lágrimas que corrían sobre las mejillas de Sanders. Él saca un sedoso pañuelo desde el bolsillo de su abrigo y asea con poca sutileza la cara de su amiga. Alice le mira agradecida y sostiene ambas muñecas de él para que se detuviera.
―Gracias, Sherlock... ―susurra avergonzada. Él tensa su mandíbula―. Siento mucho haberte regañado. Tu instinto acosador si fue de ayuda, después de todo ―sonríe melancólica―. Me salvaste la vida.
―Deberías considerar usar máscara de pestañas a prueba de agua ―le ignora él con amargura, cambiando el tema de manera ágil para así no verse también abatido por la situación―. Tu pañuelo quedó inservible.
―Es máscara a prueba de agua ―se defiende en voz baja. Él bufa con ligero desdén, aun agachado frente a ella.
―Deja de lloriquear tanto entonces.
Sanders suelta una muda carcajada y su compañero suspira profundo. No mucho después, él la ayuda a reincorporarse y caminan lentamente por el bosque devuelta al hotel, Holmes sosteniéndola desde un costado, más como un intento de guía que un abrazo. Así, luego de un rato, Alice se detiene súbitamente antes de pasar la arboleda y mira con preocupación a su compañero.
―¿Qué haremos? ―consulta con ojerosa y cristalina vista―. No puedo involucrar a más personas en este asunto... Si algo sucede... No... No podría perdonármelo nunca...
―Sanders... ―interviene gravemente―. Después de lo visto hoy, debes reconocer de una vez que no puedes sola con esto. Nuestro soldado necesita saber toda la verdad, al igual que Mycroft quien debe ser contextualizado de cada detalle de nuestras propias conjeturas. Al fin y al cabo, necesitamos reunir toda la ayuda que podamos conseguir ―afirma el detective posando ambas manos sobre los hombros de ella, como estabilizándole sobre la arena. Alice niega aproblemada, lúgubre.
―No quiero que nadie muera por mi culpa...
―Eso es inevitable. Si quieres volver a las raíces del problema, para empezar, tu querido hermano debió no pretender impresionar a su demente padre y haber elegido otra rama científica para evitarse este tipo de problemas.
―Sabes que no es así de simple... ―le reprocha dolida. Él traga pesado y desvía la vista.
―Lo sé.
―¿Qué hora es?
―Cuatro y treinta de la madrugada.
Ella asiente en silencio y se abraza a sí misma dentro del abrigo de Holmes, estaba cálida, aun así, no podía calmar su cuerpo; este continuaba tiritando de manera intermitente. La noche era tibia, sólo una leve briza peinaba el césped y palmeras que adornaban la etérea costa, así que, el detective parece genuinamente preocupado por el deplorable estado de su compañera.
―¿Qué harás ahora?
―No lo sé... Es demasiado...
―Me refiero a ¿qué harás? De manera inmediata.
―Oh... ―susurra y se encoge de hombros, dubitativa―. No creo que pueda dormir...
―Tampoco yo.
La morena se demora un par de segundos en comprender el silencio de su expectante compañero y, cuando alza su mirada, se encuentra con aquellos grises ojos sobre ella, a la espera de alguna idea.
―¿Me harías compañía? ―pregunta insegura y Sherlock le observa impasible durante unos segundos, para luego asentir solemne.
Ambos caminan lento al interior del hotel y se abren paso hasta la habitación de Sanders en el tercer piso, a una considerable distancia desde el cuarto del detective. Ella sólo tiene la energía suficiente para quitarse los zapatos y meterse rápidamente bajo las frazadas de su cama. Holmes, en tanto, por su lado cruza la habitación hasta llegar al minibar, revisando así su contenido y finalmente sacando un paquete de galletas de chocolate.
―Vaya sorpresa, no has tocado el alcohol ―comenta monótono haciendo alusión a la autodestructiva tendencia de ella.
―El alcohol es un detonante de la depresión y desestabilizador de ánimo... No necesito más turbulencias en mi cabeza por ahora ―responde la joven acurrucada bajo las frazadas.
―Lo sé.
El detective enciende la televisión y comienza a hacer zapping, para pronto encontrarse finalmente con una película la cual a la joven se le hace conocida. Ella sale de su escondite y se reincorpora como una niña, aún tapada hasta el cuello.
―Amo esa película.
―"León, el profesional" ―lee él desde el televisor.
Holmes se encoje de hombros con indiferencia y se sienta a un costado de la chica sobre la cama para descalzarse. Sanders, algo encandilada por la luz del televisor, limpia sus ojos con un pañuelo de papel de los que había sobre su mesita de noche y, eventualmente, intenta alcanzar una galleta de las que su amigo comía, pero este las niega.
―Hay más en el minibar.
―No creo que me coma un paquete completo yo sola.
―Yo sí, creo poder. Desde hace un día que no pruebo un bocado.
Alice suspira cansada y pronto se dispone a alzarse, haciendo una leve mueca de dolor al intentarlo, pero, dos galletas le llegan estrepitosamente a la cara y le detienen.
―Eres un bruto ―se queja y Holmes se acomoda recto en contra del respaldo con una burlesca mueca de satisfacción mientras continúa sin quitar la mirada desde el televisor.
Así, luego de un rato, el detective seguía hipnotizado en la emotiva película de acción la cual ya se acercaba al final. Y Alice se sentía avergonzada, ya que, el término de aquella cinta siempre la hacía llorar a mares y, por ahora, cualquier motivo era buena excusa para dejarse ahogar por sus amargos sentimientos. Es por eso que la morena no puede evitar arrancar hacia el baño. Ella cierra con pestillo y continúa inhalando y exhalando con calma para controlar su respiración, sin embargo, cuando finalmente se sienta dentro de la bañera, no puede evitar dejar que el nudo dentro de su garganta se disolviera junto a ansiosas lágrimas.
Una de las personas que ella más amaba en el mundo estaba en peligro. Él sufría y, si no hacía algo pronto, moriría... No podía permitirlo, pero, tampoco podía actuar de inmediato. Se sentía inútil, débil, impotente, aturdida, perdida...
Unos quince sombríos minutos después y ella nuevamente se reincorpora en la habitación. Holmes yacía cómodo en una similar posición en que ella le había visto cuando se había levantado, pero, esta vez él parecía dormido. Alice apaga el televisor y cubre a Sherlock con el cobertor bajo el cual ella también se integra. No obstante, tan pronto como Sanders pone la cabeza sobre la almohada, él se acomoda quedando recostado lateralmente frente a ella.
―Sé que llorabas en el baño. Pude escuchar tus sollozos.
La respiración de ella se acelera, avergonzada.
―Lo siento, intenté no hacer ruido.
―Los baños son conocidos por tener una buena acústica. Tu estrategia no tuvo lógica ―le reprende grave, casi como un susurro, un ronroneo―. Además, ya te he visto hacerlo suficientemente hoy para acostumbrarme a tu desagradable mueca de llanto ―prosigue aun sin abrir los ojos y Sanders no sabe descifrar si era la oscuridad aquella que le daba la sensación de extrema cercanía, o, la cara de Holmes realmente estaba a tan escasos centímetros de la suya que podía sentir su tibio aliento envolvente con cada palabra que él emitía.
―Intentaré no llorar más en tu presencia.
―Oh, boo-hoo ―se burla impaciente―. No se trata del llanto, ya que, no hay nada de vergonzoso en ello en tu actual situación. Sino que se trata de que intentes ocultarlo cuando es obvio.
―Te avisaré entonces, cada vez que necesite un hombro para llorar debes aguantarme.
―Sabes que eso no es a lo que me refería ―refuta ligeramente hostil―. No intentes causarme pesadillas con tus feas muecas.
Alice no puede evitar reír por la nariz debido a la infantilidad de su compañero y, sin notarlo, se inclina lo suficiente para rozar su nariz con la de él.
―Lo siento ―se lamenta tensa y, automáticamente, retrocede unos centímetros sobre el colchón, así alejándose desde el próximo calor de su amigo. Holmes, por su parte, suspira sonoro, algo decepcionado, y continúa en la misma posición.
―Es una estupidez.
―¿Qué cosa?
Él no responde y exhala de manera prolongada, así vaciando por completo sus pulmones. De pronto, todas aquellas cavilaciones que le atormentaban desde hace algunas semanas comenzaban a hacer sentido o eso creía su cuerpo. Tener a Alice cerca, abatida, sólo al otro extremo de la cama, causaba que sólo deseara sostenerle entre sus brazos de manera segura; tal vez así ella se sentiría mejor, tal vez así su siempre gélida temperatura corporal se estabilizaría al igual que su errático pulso, tal vez, así, él mismo podría sentirse tranquilo, un poco en control luego de una situación que hería a quien realmente admiraba cuando sonreía. Aun así, a causa de que ella misma se había apartado, una repentina inseguridad le invade y no puede evitar sentirse repugnado consigo mismo al tener ese tipo de suaves pensamientos en relación a ella cuando claramente el protocolo de su relación no podía ser de una naturaleza corporal. Ella lo había dicho ya en diferentes ocasiones; él era como su familia, él no era su tipo, aunque, siendo justos, ella tampoco era el suyo, sin embargo, cualquier movimiento en falso en ese momento le ponía en peligro de delatarse a sí mismo y quedar como un completo idiota a sus pies.
Sanders, al otro extremo del colchón, luego de un par de minutos de silencioso y rítmico respirar, finalmente puede calmar su errático pulso, aun así, sus gélidas manos y pies le hacen imposible el caer dormida. Ella podía ver a la perfección la oscura silueta de Holmes en frente y titubea antes de reunir el valor para así devolverse a su anterior y próxima posición, ya que, temía invadir su espacio personal, pero, de igual manera, el frío de la madrugada le obligaba a buscar el calor es su tibio acompañante. Él no protesta ante la proximidad de ella, aunque, se estremece levemente al sentir sus frías manos sobre las de él separando sus rostros en la almohada.
―Un día tus manos caerán como témpanos al suelo y simplemente se romperán en mil pedazos.
Ella esboza una media sonrisa al sentir que el detective se apoderaba de ambas de sus manos y las envolvía entre las suyas, pronto acercándolas a sus labios, como sintiendo con su delicada piel la verdadera gélida temperatura desde la cual él le revivía. Sanders cierra ambos ojos con fuerza y se rinde ante el relajante compás de la respiración de su compañero, sintiendo su calor cada vez más envolvente. Así, abrumada además de confundida por la poco común y dispuesta cercanía corporal de Holmes, casi como un instinto luego de que este comenzara poco a poco a soltar sus manos, ella intenta alejarse unos centímetros más para así realmente respetar su preciado espacio personal. Pero, es frenada inesperadamente por el detective, quien no puede permitirse a sí mismo dejarle alejarse, no en ese momento, y, de esa manera la atrae con su brazo desde la cintura hasta deshacerse de la escasa distancia que les separaba.
Alice, por su parte, en un arrebato de valor lo abraza y hunde su cara en el cuello de él, pronto viéndose gratamente intoxicada por aquel perfume, últimamente, tan característico de su persona. La chica estaba segura que era la adictiva fragancia de Jean Paul Gautier cual le había regalado como una apuesta para navidad, pero, él nunca lo reconocería. Ella ríe al recordar sus comprometedores y fallidos intentos para comprobar su hipótesis desde entonces. Holmes le separa unos centímetros desde su pecho para mirarle suspicazmente a los ojos, inseguro, sin soltarle de su abrazo.
―¿De qué te ríes? ―consulta grave, temiendo por una fracción de segundo ser rechazado por ella. Pero, la morena en vez de intentar ampliar la distancia entre ambos, es ahora quien le envuelve en sus brazos.
―¿Me dirás alguna vez si efectivamente el perfume usas es el que yo te regalé?
―No ―responde tenso y respirando agitado, ya que, no estaba seguro si Alice le ahorcaba con su abrazo o simplemente sus pulmones le traiciona ban por la emoción.
―Por supuesto...
Holmes piensa en la reconfortante posibilidad de dormirse así mismo, en aquella tierna y relajante posición, pero, algo en él no le permite detener el incremento en su pulso. Su pecho se encontraba realmente tenso y su casi vacío estómago era víctima de un molesto vértigo, el cual sólo podía traducir en incertidumbre. Incertidumbre de no saber que le sucedía, incertidumbre de no saber realmente lo que quería. Ambos estaban solos en un cuarto de hotel, vestidos, pero, aun así, acaparadoramente abrazados bajo las suaves mantas y... Sin importar lo anterior, sus intenciones no eran realmente de una naturaleza lujuriosa. No era eso realmente lo que sentía por ella. Él podría no saber bien lo que sentía por su amiga, pero, de una cosa si estaba seguro, y eso era que ninguna de sus acciones era motivada para obtener algo a cambio por parte de ella más que, tal vez, una simple sonrisa y su compañía.
Sanders se separa de él sólo por un par de centímetros. La joven siempre se había sentido fascinada por las facciones de su compañero, y, como nunca habían estado en el contexto adecuado en que pudiese apreciarlas cómodamente desde tan cerca... Ella no perdería la oportunidad esta vez. Alice procede a acariciarle la mejilla derecha al detective, quien no le quita su fija y cristalina mirada desde encima. Y la morena deduce que él no estaba incómodo por la simple razón que los brazos que envolvían su cintura no estaban tensos en absoluto. No como antes, que, a cualquier señal de proximidad, él la empujaba sin importarle nada; ahora parecía ser que la cercanía era vital para el confort de ambos.
Él era el que la presionaba en contra de su cuerpo. Él también la deseaba cerca.
Los dedos de Alice comienzan a cambiar de curso. Desde los pómulos se deslizan hasta los oscuros rizos, luego se hacen camino hasta su definida, pero, igualmente suave mandíbula, terminando su travesía sobre los hermosamente dibujados labios y aquel pronunciado arco de cupido. Ella ríe con suavidad debido a una fugaz idea que cruza por su mente y oculta su nerviosa sonrisa apoyando su frente en el mentón de él.
Sherlock, sin comprenderse a sí mismo, se impacienta; su respiración se vuelve más agitada, tal como si la adrenalina comenzara a inundarle sin piedad en su interior. Nada, no había nada en su palacio mental que le ayudara a descifrar lo que su cuerpo le estaba pidiendo. Tenía innumerables cuartos con datos que había recopilado durante los años, pero, nada que le ayudara a decidir cuál debía ser su siguiente movida y el posterior resultado a esperar. Él estaba perdiendo una figurativa partida de ajedrez cuyas jugadas en contra nunca pudo anticipar en su totalidad, aunque, lo más sorprendente era que, por primera vez, su mente no se anteponía a sentir todo aquello lo cual revivía sólo a través de la literatura y aquello a lo cual había decidido ser voluntariamente ajeno. Por lo tanto, para sobrevivir a ese avasallador sentir sólo le quedaba una viable alternativa: Seguir su latente instinto y tener el valor de cometer un error humano.
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