✨73 | Bahamas

El viaje a la isla de ensueño pareció bastante breve para Alice y John. El detective, por su parte, tuvo coincidentemente la mala suerte de ir sentado al lado de una madre primeriza y un bebé el cual no dejó de llorar y salpicar comida durante todo el trayecto. Sin embargo, Watson y Sanders no lo notaron, ya que, ambos iban hasta el otro extremo del avión. 

―Detesto a los infantes ―bufa el irritado detective mientras carga su maleta a través de los atochados corredores del aeropuerto―. Pequeñas bestias.

―¡Hey! Era sólo un bebé, tú también fuiste uno ―replica Watson defensivamente, Holmes rueda los ojos con fastidio, ello mientras se unen a Alice quien había localizado un taxi el cual les llevaría al hotel.

―Deberían existir sectores libres de bebés, como con las zonas de fumadores ―opina ella cuando los tres abordan el transporte y asiente efusivo, John, al contrario, arruga el ceño de manera exagerada.

―Alice ¿no planeas tener hijos alguna vez?

―No, claro que no ¿por qué debería? ―consulta de manera retórica desde su extremo de la cabina trasera, Holmes le observa atento en junto, ya que, él iba entre sus amigos―. La vida ya es complicada por sí misma. Imagina tener que arrastrar contigo a un desagradecido conjunto de células por el resto de tu vida. Además, para nosotras el trabajo es triple. Ustedes sólo "plantan su semillita" y después es como si nada hubiese pasado. Las mujeres pierden años, salud mental, física, aspiraciones y más... Así que, no gracias. Ese trabajo no es para mí. Ya suficiente tuve cuidando de mi hermana cuando era pequeña.

―Vaya... ―musita el rubio con un dejo de decepción en su voz, ello cuando se echa hacia atrás sobre su asiento. Sherlock, en cambio, sonríe ladino y conforme con la respuesta de su amiga, tanto, que decide no aportar nada en absoluto, y, como nunca lo hacía, oye en cómplice silencio la discusión de sus amigos.

―... No porque sea una fémina debo obligatoriamente engendrar mini-humanos ―continúa Sanders al notar la ausente mirada de Watson―. Y, aunque me agrada jugar con esos pequeños salvajes. Supongo que nací con el gen de "tía simpática".

―Tía ebria ―le corrige John, irónico pero risueño después de todo.

―Ebria y simpática ―agrega ella alegremente y se inclina para tocar ligeramente el antebrazo del doctor―. Si tienes hijos alguna vez, no me molestaría ocupar el rol de madrina en su vida.

―Dudo que te elija, pero, mantendré tu número en mi agenda ―bromea y ella ahora le golpea con el puño, aunque no con bruta fuerza.

No deben viajar mucho hasta que arriben hasta el hotel en donde les esperaban y, luego de hacer check in, desde el lobby son dirigidos hasta la prefectura de policía en las cercanías del centro. Las relajadas olas de las turquesas aguas de la costa distraen la mirada del taciturno detective, quien, silencioso, perdía su mirada en el paisaje. Sanders en tanto, quien parecía más inquieta que de costumbre, discutía con John ahora sobre la soberanía política de aquella isla y como, a su parecer, los británicos con su invasora tradición eran todos unos malditos cerdos imperialistas. Holmes ríe para sí mismo, satisfecho, ya que, el militar patriotismo de Watson lucía más y más ofendido con cada palabra de su americana amiga. Él por su parte, era indiferente a todo tema de carácter social político, a menos que tuviese que ver con un caso. El resto, la moralidad de todo, realmente no le importaba.

De esa manera, las horas pasan con rapidez mientras los colegas son instruidos de los sucesos y evidencias del caso. Y, para la sorpresa de todos, la detective inspector Murray se entiende profesionalmente con Sherlock a la perfección. Luego, sin siquiera notarlo, ya eran casi las diez de la noche, por lo tanto, en una hora sería el arribo de Moran a la isla y ella debía mantenerle vigilado en todo momento para así lograr encontrar alguna pista que le guíe hacia el último y oculto flash drive. Así, al notar que ella no era esencialmente requerida en el lugar, se excusa con John diciéndole que tenía una jaqueca. Este le ofrece acompañarla devuelta al hotel para recetarle algún medicamento que él llevaba en su maleta, pero, ella se niega argumentando que estaba en "sus días". Dicho aquello, Watson la deja ir sin más.

Alice corre hacia su habitación y, sin perder más tiempo, altera su atuendo para así pasar desapercibida como una turista perdida más con su amarrado cabello en una coleta de caballo, una simple remera blanca bajo una camisa a cuadros de matices azules, shorts vaqueros de tiro alto y zapatillas de lona clara. Pronto, ella saca su teléfono y comienza a comunicarse a través de mensajes de texto con Riley, quien le indicaba cada movimiento del empresario debido a un dispositivo GPS que Sanders había logrado unir al móvil de él hace un tiempo y que, hasta ahora, nunca habían activado para así evitar arruinar esa tan valiosa herramienta.

Sebastian se hospedaba en una lujosa habitación presidencial, cual dorado número que brillaba en el picaporte de la puerta: 915C. La chica sabía que el empresario era un veterano de élite cual no sería fácil de espiar, sobre todo teniendo en cuenta que, después de lo sucedido en África y su distanciamiento con ella, era obvio que Moriarty también tuviese sus desconfiados ojos sobre él en todo momento. Por lo tanto, debía buscar la forma para entrar sin ser detectada.

Los minutos trascurren impasibles y Alice se deshace los sesos hasta dar con la solución. En uno de sus tantos viajes con Moran, y paranoicas redadas a las habitaciones, notó algo muy particular: Las entradas de los ductos de ventilación de las suites de lujo usualmente tienden a ser camufladas sólo por temas de estética, siendo impenetrables desde las habitaciones. Así es como la chica corre hasta el final del pasillo del séptimo piso y, con la pulsera que Holmes le había regalado, abre la puerta de mantenimiento cual pronto aseguro. Sin embargo, ahora lo dificultoso sería comprender el mapa de ductos que tenía frente a ella. La joven toma una fotografía de la extensa guía y se abre inmediato paso dentro de los túneles, mirando frecuentemente su celular, deseando acertar o recibir noticias por parte de Riley.

Y después de dos encuentros fallidos, rodillas resentidas y un extremo estrés debido a periódicos avistamientos de arañas, la chica logra finalmente dar con el 915C. Bueno, eso era lo que le indicaba el mapa. El ducto en que la joven se queda a la espera de Sebastian tenía una decente vista de la sala y gran parte de la pieza principal. Exceptuando el baño y la terraza, por supuesto. Así, luego de treinta silenciosos minutos en la misma posición, es severamente espantada por el vibrar de su teléfono móvil.

«¿Qué haces? Estoy en tu cuarto ¿dónde estás?»

Alice rueda los ojos al realizar que sólo se trataba de Holmes. Ella pronto silencia sus notificaciones y continúa a la espera. Un par de minutos después, Riley le avisa sobre el arribo del empresario al Hotel y, efectivamente, ese era el cuarto indicado. Sanders, estática y expectante en su oculta posición, observa como Moran se mueve por la habitación, pero no estaba solo. Dos corpulentos hombres lo escoltan, marchándose a vigilar, presumiblemente, la puerta del 915C.

Cuando al fin es dejado a solas, Sebastian se sienta sobre su cama durante unos segundos, para luego cerrar inalámbricamente las cortinas por completo. Pronto saca su ordenador y lo enciende para hacer una video llamada. Nada más y nadie menos que James Moriarty contesta.

―Oh Sebastian, querido, mi amigo ¡tan cerca y a la vez tan lejos!

―Bastante lejos, diría yo. Tomando en cuenta tu propia agenda.

―¡ABURRIDO! ―exclama casi forzando los pequeños parlantes del laptop del desinteresado empresario―. Siempre tan literal. Le quitas a diversión a todo.

―Sabes muy bien que no es así ―se encoge de hombros con suficiencia. Jim ríe con complicidad y prosigue.

―Tenemos al sexy Oppenheimer. Logramos al fin infiltrarnos en el MI6 y capturar al bombón. Intenté ser bueno con él, pero, al parecer, le gusta rudo ―ríe con desdén. Alice parece perder la capacidad de respirar―. No pudimos obtener nada, sólo silencio absoluto. Parece estar dispuesto a morir en vez de divertirse creando bombas para nosotros. Que pesado...

―Eso quiere decir que...

Debemos ir por tu noviecita. Si es que aún lo es... Aunque eso no importa en realidad. Nunca ha importado. Sólo tráela a mí. Yo veré que hacer con ella ―agrega Moriarty con una maquiavélica sonrisa―. Aun no decido cómo encargarme de ellos. Él es un genio de la destrucción, ella tiene una actitud de-mo-le-do-ra ―ríe entretenido. Sebastian no altera su seria expresión―. ¿Recuerdas esa vez en la piscina? Cuando queríamos molestar al detective virgen por un rato, la rubiecilla golpeando a todos y tu casi la ahogas con un balde de repleto de agua ¡qué buenos tiempos! Como extraño salir a jugar contigo.

―Por lo que dices, eso volverá a pasar muy pronto ―sentencia Moran, cortante.

No seas así ―le reclama rodando los ojos de manera exagerada, casi infantil―. Todo saldrá perfecto. Yo soy quien supervisa esto. Tú, en tanto, sólo encárgate de engatusar a la chica y disfrutarla por última vez antes de que me encargue yo mismo de quitarle las ganas de vivir si se niega a darme esa maldita contraseña ―el conforme terrorista sonríe suspicaz―. Y, supongo que tendré que cambiar mis planes respecto al virgen y su mascota si son tan estúpidos como para decidir involucrarse. Esto ciertamente está fuera de su radio de casos mundanos.

―Sherlock Holmes se involucrará a como dé lugar, te lo puedo asegurar. Ya lo ha hecho.

Lástima ―bufa decepcionado―. Deseaba jugar con Sherlock de una forma grandiosa... ―Jim mira hacia el vacío durante unos segundos y, luego se encoge de hombros, resignado―. Supongo que deberíamos regalarle una taza con la inscripción de "Padre del año" a James Hart. Nos regaló a sus hijos en bandeja de plata. Qué agradable sujeto, compartimos el mismo nombre y sed de poder... Aunque, aun así, me parece un verdadero idiota. Con la sangre no se juega. La familia es lo único que perdura...

―Es irónico que tú lo digas. Sobre todo, cuando no soportas a tu padre.

Que no lo soporte no significa que desee asesinarle ―asevera sombrío―. Quiero convertirme en la muerte, en el destructor de mundos y que él lo vea suceder.

―Seguro.

―Un informante me dijo que hay una tercera hermana en cuestión.

―Así es. Ella acaba de cumplir dieciocho años y siempre fue puesta en internados extranjeros. Casi no tiene relación con su propia familia y está prófuga desde los dieciséis.

―Ay, querido mío, bien sabes que no me gustan los cabos sueltos ―bufa agotado―. Pero, hasta el momento, no creo que sea necesario perder tiempo y dinero en una niña anónima ―espeta con desdén para pronto cambiar su foco de atención―. ¿Cuándo es tu reunión con la junta?

―En quince minutos. Les persuadí para que la junta fuera nocturna y así ellos supieran en verdad lo que es A.L.I.V.E.

Maravilloso. Me encanta la forma en que haces lucir glamoroso y elegante el lavado de dinero ―susurra lo último con complicidad―. Debo marcharme, tengo un emocionante día por delante. Te dejo ser, querido mío.

―Tscüss, Jim.


.

Un par de minutos antes, Sherlock y John fueron transportados devuelta al hotel en un auto de la policía. El detective, taciturno, continuaba sin hacer real sentido del caso. Las evidencias estaban dispersas, era como si sólo un montón de posibilidades se presentaran, pero, ningún patrón podría unirles. Es por ello que decide dejarlo ser por un rato; seguía haciendo ruido en su mente, sin embargo, tenía algo inmediato que atender por ahora.

―¿Dónde está Sanders? ―consulta de pronto, trayendo a su amigo el doctor devuelta desde sus pensamientos.

―Oh... ―se encoge de hombros con ligereza―. Ella no se sentía muy bien.

―¿Qué tenía?

―Sólo malestares, ya sabes.

―¿De qué? ―insiste y su amigo el doctor sólo le regala una condescendiente mirada, a lo cual Holmes arruga el entrecejo―. Miente. Su periodo fue hace una semana. Cuando bebía y lloraba sola en su apartamento. El día en que te robó esa botella de whisky por la que te quejaste tanto.

―Pensé que ambos se la habían bebido.

―Ella la robó de la alacena.

Watson suspira cansado y rueda los ojos. Su amigo, frustrado, intenta distraer su mirada sobre la oscura costa.

―Tal vez quería recorrer las playas por sí misma o disfrutar el spa. No la culpo...

El detective hace oídos sordos a su compañero y, cuando arriban al hotel, se separan en el lobby. John pensaba irse directo a la cama para intentar disfrutar el matutino desayuno buffet, mientras que Sherlock decide finalmente ocupar su as bajo la manga y dar con el paradero de su compañera, ya que, dudaba mucho que esta mintiera sólo por "liberarse" de un caso, no cuando no oía de Moran desde navidad. Sanders sabía mejor que nadie que las mejores mentiras debían ser aquellas simples, pero, indiscutibles.

.


Siete pisos más arriba, un frío sudor empapaba a la joven casi por completo. Tenían a su hermano, Mycroft no parecía estar enterado y, ella tampoco le había contado aún sobre su indiscreción con Sherlock. Todo el asunto daba un dramático giro en ciento ochenta grados y la morena sólo atina a intentar contener su respiración. Alice había logrado grabar la conversación con su teléfono móvil y, aun en shock, por lo escuchado, el aparato se le resbala entre sus húmedas manos. Moran es alertado de inmediato por el estruendo y corre hacia el ventilador principal para mirar dentro de él e intentar abrirlo, pero le es imposible. Por lo tanto, suspicaz, se apresura hacia la puerta de su habitación.

Sanders, temblorosa, emprende una desesperada travesía por los conductos, los cuales sólo se conectaban independientemente por pisos: La única salida era por la misma entrada. De esa manera, metro tras metro de gateo, sus rodillas arden, pero, finalmente la joven logra salir desde el metálico laberinto para encontrarse de frente con uno de los matones de Sebastian. El fornido hombre no lo duda ni por un segundo y se abalanza sobre la chica quien lo esquiva rodando por el piso. Él se levanta imponente y logra impedir que ella abandone la habitación de limpieza, e intenta sacar su arma, pero es frenado por un fuerte golpe propinado por Alice. El revólver salta hacia el otro lado del cuarto y ambos intentan ir por él, aunque caen estruendosamente sobre el piso, batallando incesantemente uno con el otro. Así, al cabo de un par de minutos de forcejeo, la joven ya estaba perdiendo la lucha debido a su evidente desventaja de peso, sin embargo, de igual manera continua la férrea pelea con todas sus fuerzas, ya que, si el matón se le escapaba, de seguro le dispararía.

De pronto, la progresivamente agotada chica tiene una epifanía y recuerda su regalo de cumpleaños; el demente de Holmes tenía razón. Ella comienza a punzar con rapidez a su contrincante donde y cuantas veces puede, causando que este pierda fuerza y se distraiga debido al dolor de las abundantes pero diminutas heridas. Sanders se libera pronto y, con unos cables de electrodomésticos, logra estrangular al hombre hasta que este pierde la conciencia.

La chica recupera el arma, mira sigilosamente por la puerta del cuarto de mantenimiento, y, con cuidado de no ser vista, se dirige hacia las escaleras de emergencia. Alice logra bajar un par de escalones hasta que es pronto alcanzada por otro hombre, pero ella ya no tiene tanta fuerza esta vez. El matón restante, con sólo una patada, logra lanzarla un par de metros escaleras abajo. La joven, abatida, intenta reincorporarse, pero le es inútil. El fornido hombre se acercaba cada vez más con su arma entre las manos, apuntando directamente a su cabeza luego de quitarle el seguro.

¿Alice? ¡vamos, despierta!

Sanders abre lentamente sus ojos y, con borrosa vista, divisa a un furioso detective consultor. Este, al cerciorarse de la conciencia de ella, la toma en sus brazos y procede a bajarla rápidamente por las escaleras.

―Estoy bien, puedes dejarme ya ―espeta ella, testaruda e intentando apartarse, y él le suelta sin más, dejándole caer de pie junto a sí. El tenso moreno le observaba profundamente consternado, pero, sobre todo, furioso. La chica lucía fatal, magullada, pálida y exhausta―. ¿Cómo me encontraste?

―¿Y eso qué? Tu coartada menstrual fue poco creíble. Sé que tu periodo llegó la semana pasada ―Sanders detiene su agonizante caminata para mirar horrorizada a su amigo, quien desafiantemente se encoge de hombros.

―Eso no responde a mi pregunta original.

―Aquello fue lo que te delató de manera incriminatoria... Después sólo tuve que rastrearte ―confiesa irritado, adelantándose y bajando rápidamente. Alice, a duras penas, le alcanza y sujeta con bruta fuerza el antebrazo para frenarle.

―¿A qué te re...? ―ella no logra terminar de pronunciar la oración cuando ya estaba escudriñando su regalada pulsera, encontrando el diminuto rastreador de inmediato―. ¿Cómo pudiste? ―espeta visiblemente afectada, aplastando con la suela de su zapato aquel minúsculo dispositivo GPS el cual estaba camuflado entre los dijes de plata de su pulsera.

―No pensé que le darías tanta importancia.

―Es mi privacidad.

―Necesitabas asistencia ¿no?

Alice desvía su mirada y traga una profunda bocanada de aire, para luego mantener la respiración y exhalar finalmente, aun visiblemente fastidiada.

―Esto no lo aceptaré, Sherlock.

―Fue sólo una medida de seguridad ―se defiende el detective al notar el decepcionado semblante de su débil amiga.

―¡Hablas como Mycroft! ―exclama colorada debido al enojo, dando un medio paso hacia él―. ¡Justificas tu complejo de poder casi como un chantaje emocional!

Sherlock pretende debatir en contra, pero, ninguna palabra logra salir de sus labios, ya que, a contraluz, su amiga lucía aún más débil y drenada. De esa manera, su prolongado silencio da la impresión de que él es un niño regañado el cual efectivamente entendió la lección, y, Sanders pronto le da la espalda para caminar lo más rápido que puede, a pesar del punzante dolor en su tobillo izquierdo, y salir del hotel con el objetivo de perderse y adentrarse así en el bosque, como deseando escapar de sus propios pensamientos con el detective siguiéndole a una moderada distancia, pero, siempre atento a cada pisada.

Así, Alice da con la playa al otro extremo e, irremediablemente exhausta, se deja caer de rodillas sobre la inmaculada arena tan característica de las soñadoras costas caribeñas, ignorando la incomodidad del peso de su abatido cuerpo durante unos segundos. Holmes, por su parte, en contemplativo y solemne silencio, se sienta a su lado abrazando ambas piernas, ello mientras Sanders llora amarga, derrotada y flectada sobre sí misma, avergonzada y cubriéndose el rostro con ambas manos.

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