✨66 | The Horned Thatchers
―No puedes dejarme de hablar por siempre ―le reclama el rizado cuando Alice arriba hasta su apartamento, ello luego de que el chofer de Sebastian le trajera. El empresario debió partir de inmediato a una reunión después del aterrizaje―. Ese fue un susto necesario. Eran sólo ciervos salvajes ―rueda los ojos, exasperado por el constante reproche―. Sin mencionar que, Oh, claro... ¡Tengo la tercera memoria! ―Alice le observa amenazante y él se corrige de inmediato―. Tenemos.
―Dámela.
―No.
―Holmes...
―Estamos juntos en esto ―asevera retrocediendo un paso hacia la sellada salida.
―Debemos destruirla.
―Corrección ―dice tajante―. Debemos comprobar que es lo que se supone que es...
―Entonces entrégamela ―él pretende discutir, pero ella le interrumpe―. Ya sé la contraseña. Que yo vea los planos no será ponerme en peligro. Pero, por otro lado, si tú los ves...
―Me da igual.
―A mí no ―sentencia de manera cortante y su amigo parece quedarse sin palabras―. No permitiré que nadie más salga dañado por culpa de mi padre. Es suficiente ―insiste estirando su brazo con firmeza. El moreno tensa la mandíbula y le entrega la memoria a ella.
―Revisa ahora. Yo te espero aquí en la sala.
Sanders asiente certera y desaparece a través del corredor. Holmes, por su parte, no parece tener la voluntad de quedarse tranquilo así que le es imposible sentarse y camina de allá para acá. De pronto, el curioso gato de su vecina se abalanza sobre sus zapatos y le desabrocha un cordón el cual muerde agresivo. El primer instinto de él es sacudirlo como si se tratase de una alimaña y así liberar su pie, pero, pronto no puede evitar verse algo entretenido con la valentía de aquel pequeño patán; por lo tanto, se agacha y le quita el cordón para abrochárselo y decide tomar al gato para alzarlo entre sus brazos.
―¿Estás vestida? ―consulta irónico a través de la puerta de la habitación de su vecina.
―Entra...
El detective se integra y libera al gato negro sobre el piso, el cual corre hacia el fondo de la habitación. El rizado se une a ella y toma puesto sobre la cama, pronto realizando el pálido semblante de su amiga y que el dispositivo revelaba una pantalla negra en el laptop. No contenía archivos.
―Él lo sabe...
.
Dos semanas transcurren en un abrir y cerrar de ojos, pero de Sebastian, Alice no había sabido de manera privada. El empresario, coincidentemente, luego de haber plantado el señuelo y que este fuese robado, decide mantenerse alejado de escena, ya que, tenía mucho por resolver y eso, para Sanders no era más que cruda incertidumbre. Mycroft no sabía nada al respecto. Sherlock y ella se había visto obligados a pactar que planearían algo en conjunto cuando fuera el momento, así que, ahora sólo restaba aguardar. Moran debía ser el primero en hacer contacto.
De esa manera, los amigos decidieron volver expresamente a su típica rutina cual giraba exclusivamente alrededor de los casos que a Holmes se le comisionara investigar, además del mundano día a día en el 221 de la calle Baker.
―Es necesario. Claro que lo es ―insiste el rubio pero su amigo rizado se niega de inmediato de forma bastante áspera.
―Claro que no lo es.
―¡Alice, ayúdame! ―suplica un atónito John.
―No puedo creer que vaya a concordar con el Grinch. Pero tiene razón, John ―el doctor no puede dar crédito a lo que oía―. No es necesario.
―Los regalos de navidad son un bello gesto hacia tus amigos y seres queridos, Sherlock.
―Al contrario ―refuta el indiferente aludido―. La tradición de obsequiar bienes materiales no es más que un adoctrinamiento capitalista que incita al consumismo desenfrenado de las masas. Enriqueciendo a los miembros de la oligarquía y endeudando al ciudadano promedio.
―¡Camarada! ―grita una irónica Alice y le da una brusca palmada a Holmes sobre la espalda, haciendo que este se inclinara levemente debido a la fuerza del golpe.
―¡Insólito! ―manifiesta John con enojo, alzándose casi de salto desde su sofá―. Tú más que nadie deberías ayudarme a humanizarlo.
―En este caso iría en contra de mis principios.
―¡Oh, vamos! ―reprocha―. Tú y él tienen dinero de sobra para no "endeudarse". Par de avaros ―Alice tuerce los labios y mira a Holmes con resignación.
―Juan tiene razón.
―¿Juan? ―pregunta Watson, extrañado.
―No soporto los lugares acaudalados de personas ―refunfuña Holmes aún de brazos cruzados y cómodo sobre su sofá individual.
―Tampoco yo. Pero es la segunda semana de diciembre... ―agrega la chica, frunciendo sus labios, resignada―. Mientras antes salgamos de esto, mejor.
―Vamos, Sherlock.
El aludido sostiene la mirada de su compañero y le observa con rencorosos ojos entornados.
―Treinta minutos, sólo treinta minutos desperdiciaré de mi tiempo en el centro comercial. Luego me marcho.
―¡Hecho!
Los colegas pronto se dirigen hacia el mall Westfield Stratford City en el centro de la ciudad de Londres. Eran las dieciséis horas, y, como era de esperarse, el lugar estaba repleto de personas caminando en todas direcciones, niños ruidosos y la típica insulsa música de ascensor inundaba el ambiente. El caos reinaba en el lugar y los amigos sólo se concentraron en guiar a Holmes a través de tiendas en donde él pudiese encontrar obsequios para los demás.
―¿Para quienes serán los regalos, Sherlock? ―pregunta la chica tratando de hacerse oír entre la multitud. El impaciente detective cierra los ojos con exasperación.
―John, la señora Hudson y... ―mira a Sanders con incredulidad―. Tu dijiste que estabas en contra de la cultura consumista ―vuelve su mirada hacia Watson―. Tú y la señora Hudson.
―¡Sherlock! ―reclama el molesto doctor.
―Tiene razón, a mí no me importa.
―Yo ya te tengo un regalo, Alice.
―Por supuesto que lo aceptaré, John. Pero no es necesario ―responde ella sin darle importancia―. Bueno, vamos por el regalo de la señora Hudson primero.
Los amigos recorren un par de vitrinas y, como era de esperarse, Holmes pretende comprar lo primero que ve para salir del paso.
―¡Sherlock! ¡no! ―exclama John―, el obsequio debe ser algo significativo para ella.
―Ese macetero es el menos agradable que haya tenido la desgracia de ver ―agrega la morena con horror distorsionando sus facciones.
―Es de buen porte y cumpliría la función de albergar alguna de las plantas de Cannabis...
―¡SHSSSSSST! ―espeta Watson interrumpiendo a su desinteresado amigo―. Alguien podría escucharte.
―Siglo XXI, John. Además, según la señora Hudson es "medicinal" ―hace comillas con los dedos y Alice le empuja ligero a un costado, entretenida.
―Aun así, ¡Shsssst! ―Watson sigue caminando con sus amigos siguiéndole de cerca―. ¿Qué te parece un florero, al menos? ―Holmes se encoge de hombros e indica uno al azar―. ¡ESE ES HORRIBLE!
―¡Tiene cuernos! ¿qué clase de florero es este? ―ríe Alice mirando el objeto en cuestión de cerca.
―Eres prácticamente una computadora llena de datos ―comenta John, exasperado―. Usa tus "poderes" deductivos y escoge un macetero decente acorde a los gustos de la señora Hudson ―le ordena Watson a su amigo con firmeza. Holmes fastidiado y todo, le hace caso finalmente y le entrega una decente elección―. Este, vaya... Sí, este es.
Así, al ganar la aprobación de su compañero, el moreno camina de mala gana hacia la caja registradora y Alice se acerca al doctor.
―¿Qué tal si yo lidio con Sherlock hasta que encuentre un regalo para ti?
―Me parece excelente ―suspira aliviado―. Aun me faltan Molly y Lestrade.
―¡Oh! Había olvidado a George...
―¿Tú también? ―le observa entre decepcionado y horrorizado.
―Nah, sólo bromeaba... ―ríe la morena―. Greeeeeg Lestrade. Lo sé.
―Claro... ―pronuncia lentamente y desconfiado―. Me envías un mensaje cuando estén listos.
Ella asiente certera y John parte en sentido contrario. Así, los amigos recorren varias tiendas, pero, esta vez Sherlock parecía saber lo que buscaba.
―¿Qué tienes en mente?
―A John le gustan las armas ―responden cuando entraban a una tienda de "Caza y pesca".
―Es un trámite bastante largo conseguir un arma de fuego, Sherlock.
―No. Busco otra cosa... Algo que nunca tiene a mano ―musita pensativo mientras observa las vitrinas―. ¡Voilá!
―¿Una navaja suiza?
―No es solo una navaja común. Es la más filosa que hay en el mercado. Tú deberías saberlo.
―Claro y sé que esta no es la más letal.
―John es un neófito con los objetos corto punzantes en batalla, esto servirá bastante bien como un modesto, pero, efectivo comienzo.
Alice deja a Holmes en la tienda a espera de su compra y ella pronto camina hacia el escaparate de frente en donde hacían tazas con mensajes personalizados. Sanders ríe de su propia broma interna y elige un modelo completamente negro el cual deja al descubierto el grabado sólo cuando agua tibia era vertida dentro del tazón.
―¿Cuál será el mensaje?
―"Not my división" con una dona mordida junto a la última letra N. Por favor.
―Mañana puede venir por su obsequio ―dice cortésmente la vendedora entregándole el recibo.
―¿Qué compraste? ―le interroga el rizado al encontrarse con ella a las afueras de la tienda.
―Un regalo para Lestrade.
―¿Por qué?
―Me agrada, es un buen sujeto.
―¿No dijiste estar en contra del consumismo?
―Dije que estaba en contra. No que tuviera fuerza de voluntad para evitar comprar cosas innecesarias. Además, John tiene razón... ¿Para qué ser avara? Si tu hermano me ha pagado muy bien por ser tu niñera ―Sanders vuelve la mirada hacia su vibrante teléfono―. John nos espera frente al gigante árbol navideño.
Alice y Sherlock se hacen inmediato paso como pueden entre el mar de gente que invadía el centro comercial. Cientos de personas apretujadas, acaloradas y apuradas iban en todas direcciones, chocando entre sí y desviándose desde su camino a ratos. La joven puede notar como minuto a minuto el detective va perdiendo la paciencia, y, para peor, mientras más cerca el árbol navideño... Más personas ruidosas.
De esa desesperante manera, cuando finalmente encuentran al doctor, intentan salir del lugar, pero son inevitablemente arrastraos por una larga fila de niños pequeños los cuales entusiasmadamente van a ver a Santa Claus. Siendo aquello la gota que rebalsa el vaso. Y, de pronto, un furioso Holmes se voltea hacia el hombre disfrazado y grita delante de todos los presentes.
―¿SABES LO QUE YO QUIERO? ¡QUIERO UN AGRADABLE ASESINATO! ¡SI, ESO QUIERO! ¡ESTOY COMPLETAMENTE ABURRIDO Y NO LO SOPORTO! ¡ME TIENEN HARTO ESTOS NIÑOS RUIDOSOS, TODA ESTA GENTE IDIOTA! ¡DAME UN NUEVO CASO! ¡¡¡¡¡DAME-UN-MALDITO-JUGOSO-ASESINATO!!!!!!
Alice y John quedan petrificados ante el furioso berrinche del detective y sólo reaccionan conteniéndole para que dejara de gritarle a San Nicolás. Aunque, al cabo de unos minutos, llega la policía y les escolta fuera del centro comercial hacia la calle Baker. Así, para cuando los avergonzados y frustrados amigos entran hasta la habitación principal del 221B, ellos encuentran a una joven mujer de aspecto desaliñado sentada sobre el largo sofá de la sala.
―Buenas tardes, mi nombre es Sally Barnicot...
―Los clientes se sientan aquí ―espeta maleducadamente el detective, posando una silla entre los sofás individuales. John y Holmes toman asiento en sus respectivos puestos; mientras que Alice observa de pie afirmada junto a una esquina de la chimenea como de costumbre―. ¿Cuál es su problema? Aparte de su abstracta elección de maquillaje, sumado a su estrafalario y andrajoso vestir.
―¡Sherlock! ―le reprende Watson. El detective, sin inmutarse, le hace un ademán a la joven para que prosiga.
―Soy estudiante en la Universidad Londinense de las artes...
―Lo supuse ―bufa desdeñoso y sus amigos le echan una amenazante mirada.
―... Y, hace algunos días, mi mejor amigo, Pietro Venucci, fue apuñalado en el cuarto de esculturas y falleció casi al instante ―cuenta afligidamente.
Sin embargo, un ansioso Sherlock golpetea impaciente el posa-brazos del sofá con sus rítmicos y rígidos dedos.
―¿Y?
―Sherlock...
―Su novio. Beppo Rovito, fue encontrado a un costado del cadáver ―poco a poco se le hace más difícil respirar con calma―. Él alegó que sólo había descubierto a Pietro y luego de las pericias correspondientes. Scotland yard dedujo que debido a que había indicios de una entrada forzosa, una ventana rota, y ningún rastro del arma. Ellos concluyeron que Beppo es inocente.
―No estaría aquí si creyera en la policía ¿verdad?
―Pietro y Beppo tuvieron una relación bastante agresiva y tóxica. No se me ocurre otra persona que haya querido dañarle, él era un amigo maravilloso...
―Y usted estaba enamorada de él ―Holmes rueda los ojos―. Cliché.
―¡Detente! ―espeta Alice al cansarse de los malos tratos del detective hacia Sally, la cliente; picoteándole fuertemente el brazo con un dedo.
Holmes mira con enfado a su amiga y se pone rápidamente de pie en busca de su laptop. Comenzando pronto con una exhaustiva indagación en diferentes sitios de internet. Así es como, al cabo de unos quince minutos, ya tenía toda la información que requería.
―¡MARAVILLOSO!
―¿Qué encontraste?
―Ha habido una serie de robos a cuartos de estudiantes en el campus, además de la de un profesor de la facultad de artes durante los últimos días.
―El profesor es un amigo ―interviene la clienta.
―Lo sé ―responde Holmes, petulante―. John, ve con ella devuelta a la universidad. Te harás pasar por un curador de la galería Hickman de las bellas artes. Necesitamos todo antecedente posible respecto al trabajo que era hecho por el señor Venucci antes de morir.
―Oh, pero yo tenía que...
―¡Ve!
John, resignado, le indica la salida a la confundida cliente, con la cual se marcha en dirección al campus. Por su parte, Holmes toma de pronto su violín y comienza a tocar. Alice, al sentirse olímpicamente ignorada, toma a su felino el cual dormía sobre el largo sillón de la sala y procede a salir del lugar.
―¿Dónde vas? ―grita el moreno, haciendo chillar a su instrumento musical.
―A mi departamento.
―¿Para qué?
―¿Quieres que ayude en algo? ―Sanders se devuelve al piso, de brazos cruzados.
―No, no hasta que John regrese.
―Entonces ¿adiós?
La joven continúa con su camino ascendente y entra a su departamento despertando a Loki debido al sonido de la puerta, así, el felino corre en busca de su plato de comida. La chica, contemplativa, decide sentarse frente al piano y comenzar a examinar sus partituras, hasta encontrar una que estaba incompleta desde hacía un par de meses. De esa manera, poco a poco, va rellenando los espacios faltantes, pero, al mismo tiempo borra aquellas melodías con las cuales no estaba tan satisfecha.
―¿Alguna novedad sobre Moran?
Sanders salta en su puesto debido a la impresión y ve por sobre su hombro a Holmes quien estaba concentrado de pie, semi inclinado a ella, examinando la partitura.
―Nada, en absoluto. Ni siquiera de parte de Mycroft.
―Bien.
Y, al cabo de unos segundos, no puede evitar sentir que su amigo se aproximaba lentamente e iba a señalar algo que no le agradaba en el escrito musical. Pero, Alice reacciona agarrándole la mano con fuerza sobre su hombro.
―No. Todo menos mi música.
―Entonces será mediocre.
―¿Cómo tus propias habilidades en el piano? ―espeta ella girando su cara hacia él―. No lo creo.
―No he tenido el tiempo para practicar.
―Pero sí para sex-tear con Adler ―refuta la chica levantando ambas cejas y soltando al detective de su agarre. Holmes arruga el entrecejo y, ofendido, abre la boca para responder. Aunque, al no saber qué decir, finalmente vuelve a juntar sus labios.
Sanders, por su parte, amargamente victoriosa se vuelve hacia el piano, siendo interrumpida nuevamente por Sherlock; quien esta vez se sienta bruscamente junto a ella, ocupando la mitad del banquillo, causando que casi perdiera el equilibrio.
―Más cuidado ―él le ignora y comienza a tocar en calma y ella le contempla de cerca―. Nada mal, pero, te saltaste una nota.
―No lo hice.
―Sí, lo hiciste ―ella le toma la mano derecha con brusquedad y lo guía rápidamente por las teclas―. ¿Lo ves?
―Esa nota era innecesaria.
Alice rueda los ojos, exasperada.
―Como tú digas.
Sherlock continúa practicando y mejorando acorde pasan los minutos. Y, Sanders, quien no le saca la mirada desde encima, para fastidiarlo decide soplar suavemente hacia su dirección. Causándole inevitables escalofríos al detective, desconcentrándolo por completo.
―¿¡Qué haces!?
―Distraerte.
―¡Eres tan desagradable! ―se queja mientras posa una mano sobre su oreja derecha para protegerla.
―Si de verdad lo fuera no me seguirías como una sombra.
―Yo no te sigo.
―Claro que lo haces.
Holmes se alza bruscamente sobre sus pies y camina lento con sus manos entrelazadas tras la espalda baja hacia la puerta para cerrarla. Alice le sigue atenta con la mirada, casi sintiendo la preocupación de Sherlock debido a su sombrío y repentino cambio de semblante.
―Algo me ha inquietado desde que arribamos. Una hipótesis sobre Moran ―Alice, atenta, asiente lento. Ya que, ella tenía sus propias conjeturas en mente―. Creo, de igual forma, poder entender lo suficiente a James Moriarty para saber que, al ser alertado de estar en riesgo de perder algo por lo que se ha dado tantas molestias, no se quedaría de manos cruzadas. Se haría notar al instante.
―¿Cuál es tu punto?
―Sebastian Moran no está trabajando completamente para Moriarty. Tampoco para destruir el flash drive... Entonces ¿para quién? ―Sanders tensa la mandíbula y se une junto a su compañero en el sofá doble―. En base a esa incógnita, eso nos obliga a...
―No.
―Sanders...
―Todo irá acorde a mi plan original. Seremos pacientes.
―Es peligroso. Cada día que transcurre en incertidumbre lo es ―insiste observándole ansioso―. Que él sepa que robamos el flash drive y que no haga nada es una peor señal. Porque eso vuelve a Moran alguien realmente impredecible...
―Él es un riesgo que estoy dispuesta a correr.
Holmes bufa con impaciencia y comienza a golpetear el posa-brazos del sofá con la punta de sus dedos.
―Tu obstinación sólo desencadenará desastre.
―Lo sé ―Sherlock sostiene la penetrante y testaruda mirada a su amiga. Hasta que, finalmente, se rinde y se encoge de hombros sin más. Sanders se pone de pie y camina hacia la cocina, intentando ocultar su cristalina mirada―. Debido al riesgo, entenderás que no deseo que te involucres más en mis asuntos...
―Ni lo sueñes ―insiste alzándose y caminando hacia el centro de la sala―. No me haré a un lado. Estás atrapada conmigo en esto hasta el final ―refuta un seguro detective.
A la joven se le hace difícil el respirar. No estaba sola, era un pensamiento reconfortante, pero, la dulzura dura sólo un segundo, ya que, pronto, el miedo de perder a Sherlock logra que su cuerpo se enfríe completo debido al dolor y la predadora culpa. Alice enciende el hervidor eléctrico de agua y fija su mirada sobre este para así concentrarse lo suficiente para no derramar una amarga lágrima.
―¿Té?
.
La suplantación de identidad llevada a cabo por Watson había sido todo un éxito. El doctor había logrado recolectar datos vitales para la resolución del caso. Y, luego de una entrevista con el profesor de esculturas de la facultad de artes, le fue posible averiguar que el recientemente difunto había estado trabajando en la creación de seis bustos de arcilla con la cara de Margaret Thatcher, lo especial de ellos siendo que tenían cuernos de cabra sobre el cabello; transformándolos así en una ácida sátira política. Y, como era de esperarse, todas aquellas esculturas habían sido ya vendidas.
Los colegas deciden pronto ir a investigar, esta vez, a los compradores quienes, coincidentemente, habían sido aquellos afectados por los repentinos robos. Extasiado, Holmes decide vigilar las casas de los dueños de los dos bustos restantes. Watson y Sanders se alían en una de las casas, mientras Sherlock vigilaba la otra propiedad por su cuenta.
―¡Ahh! Juro que algo caminó sobre mi pierna... ―se queja Alice como un susurro.
―¡Shsssst!
―John, si es una araña... Me muero, no...
―¡Alice! ―la reprende el doctor. Ambos estaban escondidos tras un largo sofá en una oscura sala.
Los minutos pasan silenciosa e impasiblemente hasta que el agudo e inconfundible sonido de vidrios rotos es escuchado. Los doctores, alerta, vigilan de cerca al intruso, era Beppo Rovito. El decidido estudiante toma la escultura de la cuernuda Thatcher y procede a dejar raudo el lugar. Pero, los sigilosos colegas van tras el ladrón, sin que este lo note. De esa manera, Alice le envía su ubicación al detective y, al cabo de un rato, este se les une en la calle.
Beppo sigue su caminata acelerada hasta llegar a un solitario puente en un olvidado rincón de Londres, saca el busto de arcilla y lo rompe en mil pedazos de un sólo golpe contundente contra el piso.
―Nosotros podemos seguir desde aquí, gracias ―grita Holmes para distraer al joven universitario, mientras John le reduce apuntando con su arma en dirección al pecho del, ahora, pálido estudiante.
Sanders y Holmes escudriñan los restos de la escultura y, efectivamente, encuentran una daga con restos de sangre y, aún peor, con el nombre de Beppo grabado en ella.
―Pésimo plan ―ríe el insensible detective levantando la daga para contemplarla con atención.
―Yo... yo... Pietro y yo tuvimos una terrible discusión... No pude evitarlo, de verdad... Lo apuñalé cegado por la ira y... y... ―masculla desesperado y al borde de las lágrimas ante la vista de los incrédulos amigos―. Al darme cuenta de mi error solo escondí la evidencia dentro de las crudas esculturas, para luego llevarlas al horno...
―Y rompiste la ventana para desviar la investigación ―continúa el doctor, aun apuntándole.
―Si...
―Brillante.
―Claro que no, John ―bufa el decepcionado detective y sus amigos le observan ceñudos―. Es decepcionantemente simple.
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