✨ 59 | All Hallows eve
Un relativamente tranquilo mes transcurre sin mayor novedad que esporádicos y decepcionantes casos, Sherlock y su eterna pelea en contra de Loki, el gato, quien rompía cada una de sus probetas cuando él las descuidaba; Alice, quien poco vio de Moran, tuvo mucho tiempo de ocio y arrancaba de las constantes invitaciones a cenar por parte de John para que ella intentara forjar una amistad con Jeannette, la novia con quien llevaba casi dos meses de estable relación; ello sin mencionar a la señora Hudson y su nuevo soñador semblante cada vez que volvía desde el Speedys durante las tardes.
―Me parece ridículo que te escondas aquí ― le reclama Holmes a su amiga quien llevaba un par de horas en la azotea durante un día de milagroso buen clima en Londres―. Sólo dile que no soportas a su novia.
―No quiero ser cruel ―suspira resignada mientras cierra el libro que leía sentada sobre el barandal, pronto volteándose hacia Sherlock―. Él parece realmente feliz con ella...
―¡Oh, lo superará! ―bufa cuando saca una caja de cigarrillos desde el bolsillo de su chaqueta―. Cambia de novias como yo consigo casos.
―Prefiero evitarlo hasta que deje de intentar hacer que ella y yo nos volvamos amigas ―insiste la morena aceptando un cigarrillo con aproblemado semblante―. ¿Recuerdas cuando vino a cenar al 221B? ¡fue un desastre!
―No recuerdo nada en específico.
―¡PORQUE TE SENTASTE SOBRE TU MALDITO SOFÁ INDIVIDUAL Y NOS IGNORASTE A TODOS!
―De seguro estaba en mi palacio mental ―se justifica indiferente luego de dar una calada y afirmar su espalda en contra del barandal, junto a ella.
―¡Claro que no! ¡recibiste un par de mensajes por parte de Irene! ―exclama exasperada y él rueda los ojos―. ¿Sabes lo incómodo que fue eso? ¡Jeannette es estrictamente cristiana...!
―¿Y a mí qué?
Sanders le observa enojada durante unos segundos, fuma y luego deja caer los hombros, resignada.
―Bueno... Desearía que toda interacción social no me preocupara tanto como a ti ―confiesa mordiéndose el labio inferior, pensativa. Él le observa con atención―. No me haría semejante cobarde.
―Lo cual es irónico porque el corazón de tu campo de trabajo es sanar y guiar las percepciones de otros para procurar su bien estar mental... ―agrega sarcástico y ella fuma, amarga―. Aun así, prefieres ignorar tus problemas con la esperanza de que así desaparezcan.
―¿Qué puedo hacer? Soy inconsecuente conmigo misma ―suspira―. Al menos no daño a nadie.
Sherlock bufa irónico y da un paso al costado hacia ella, curioso, para quitarle el libro que sostenía. Sanders lo rinde sin más y le contempla de cerca mientras él ojea su ejemplar de "Jane Eyre" de Charlotte Brontë.
―¿Cuántas veces has leído este libro? ―consulta aunque, luego de revisar lo desgastado de él, se responde a sí mismo―. Unas cuatro veces... ¿Por qué tantas?
―Me parece realmente hermoso... ¿Quieres leerle?
―No me entusiasma el romance.
―Eso lo sé. Pero una perspectiva de la vida como la de Jane tal vez te ayudaría a replantearte ciertas cosas... ―él fuma pensativo y le devuelve su libro a la morena, quien lo recibe con un leve puchero de resignación. Holmes pronto apaga la colilla de su cigarrillo y emprende camino contrario―. ¿Me puedes avisar por mensaje de texto cuando Jeannette se vaya? ―consulta con voz suplicante, ello mientras tirita levemente bajo su ancho rojo sweater de hilo y skinny jeans oscuros―. No quiero arriesgarme a morir de hipotermia.
―No ―responde en seco, aunque, luego de un par de pasos, pone los ojos en blanco, se quita su bufanda y se la lanza; ella la atrapa ágilmente y, así, él se pierde de vista.
Sanders se enrolla la bufanda de su amigo alrededor del cuello y no puede evitar sentirse complacida debido a su aroma. Era suave y cálido, como alguien justo después de dejar la ducha, sin embargo, también poseía un leve toque de menta, quizá derivado de alguna loción para afeitar. De seguro Holmes usaba productos neutros, sin aroma y, tal vez, ni siquiera se molestaba en la idea de un perfume, ya que, posiblemente le resultaba algo innecesario para su línea de trabajo. La chica sonríe para sí misma sin saber por qué y cubre su nariz con la bufanda, debido a que le resultaba reconfortante, ello mientras intenta distraerse en su libro para así dejar pasar la hora. No obstante, pronto el viento otoñal de la tarde le hace imposible mantenerse en la azotea.
―¿Dónde está Alice? ―consulta John luego de volver al 221B, habiendo recientemente ayudado a Jeannette a conseguir un taxi en las afueras.
―Se escondía de ti en la azotea porque no desea ser persuadida de hacerse amiga de tu novia. No le agrada en absoluto...
―... ¡¿Qué?!
―Y, para ser justos, a mí tampoco me simpatiza ―continúa como si nada, ello mientras revisaba su correo electrónico sentado frente al escritorio. Watson se desploma sobre su sofá individual, desconcertado y decepcionado.
―¿Qué es lo que no les agrada de ella?
―No es justo que nosotros te lo digamos ―responde cortante.
―¿Por qué?
El detective suspira fastidiado ante la insistencia y se voltea hacia él sobre su silla.
―Porque seríamos responsables de romper tu ilusión. Debes notar que es una odiosa por ti mismo para evitar ser atrapado en un bucle pasional.
―¿¡Odiosa!? ―espeta ofendido.
―¡DEBES DESCUBRIRLO POR TI MISMO...! ―insiste notoriamente exasperado, pero se frena a si mismo al notar la repentina baja mirada de su amigo, quien perdía la vista sobre la alfombra―. Sólo pasa el tiempo que desees con ella en intimidad. Simplemente no nos involucres a nosotros.
―¿Por qué Alice actuaría así? ―susurra contrariado―. Debió decirme. Somos amigos...
Sherlock succiona levemente el interior de sus mejillas, impaciente.
―Llevas seis meses viviendo en el mismo edificio que ella ¿acaso no lo has notado? Sanders suele ser complaciente porque es una cobarde, más que por vocación profesional. Y si no puede verse en la facultad de mentir explícitamente, evita las problemáticas a dé lugar ―John frunce los labios, como aceptando el análisis hecho por el detective―. Aun así, considero que no debería importante. Tú eres un ser independiente ¿no? Supongo que puedes sobrellevar con moderado éxito tus relaciones románticas por ti mismo, sin necesidad de opiniones de terceros.
―Confío en su juicio...
―¿Hablas en serio? ―espeta genuinamente incrédulo―. ¡Ella es autodestructiva! ¡duerme voluntariamente con un posible terrorista!
―¿Posible terrorista? ―consulta consternado y ligeramente asustado―. ¿Qué has averiguado sobre Moran?
―Ese no es el punto ―rueda los ojos―. Sólo procura disfrutar de lo que sea que te brinde tu relación con Sarah y déjanos fuera de ello ―el detective vuelve su atención hacia su laptop―. Sanders ya debe estar congelada en la azotea y no pienso ir por su cadáver.
―Jeannette.
―¿Qué?
―Mi novia se llama Jeannette.
―Ah... ―musita desinteresado mientras escribe―. Da igual.
El triste doctor suspira profundo y se alza sobre sus pies para irse a su cuarto, sin embargo, Lestrade se les une repentinamente en la sala.
―¡Tengo un caso para ustedes! ―anuncia saludándoles sólo con un asertivo ademán de la cabeza.
―Soy todo oídos ―dice el solemne detective, ahora alzando su mirada desde la pantalla de su laptop―. Pero, te advierto, Gary: Si me haces perder el tiempo escuchándote, te pediré que te pares tras la puerta para cerrarla en tu cara.
Una hora más tarde y un piso más arriba, Alice comía un improvisado sándwich y veía televisión, fatalmente aburrida. Loki dormía sobre un cojín y a veces gemía debido a algún sueño que tenía. Ella le observa curiosa durante unos segundos, pero, el tierno momento es ruidosamente interrumpido cuando Holmes se abre súbito camino a su sala como un estrépito, causando que el pequeño gato saltara de la impresión, cayera sobre el piso y corriera despavorido a la habitación de ella, al fondo del apartamento.
―Gato idiota.
―¿Qué quieres? ―consulta con tono agotado ante la conforme y victoriosa expresión de él.
―Empaca tus cosas ―dice acercándose decidido hasta ella y robándole exitosamente el sándwich que sostenía―. Mañana nos iremos a Dublín. Al mediodía.
―¿Qué?... ¡HEY!
Pero ya era demasiado tarde para explicaciones o reproches. Sherlock había desaparecido por donde había llegado con el sándwich de su atónita vecina.
. . .
Tras una hora y treinta minutos de viaje por aire, los colegas llegan finalmente a la capital de la república de Irlanda. Al salir del aeropuerto, de inmediato son abordados por la policía del lugar para ser escoltados a la escena del crimen la cual se encontraba a escasos treinta minutos de donde ya estaban.
El festival de "All hallows eve", o, "Halloween" como es popularmente conocido, se llevaba a cabo en el parque de Santa Ana desde comienzos del siglo XIX. La celebración tenía una notoria reputación en toda Europa, ya que, fue una de las fundadoras de las festividades de noche de brujas en la zona. Múltiples generaciones de comerciantes y artistas se reunían en las locaciones para demonstrar lo mejor de sí y aterrar a las ansiosas masas de turistas además de lugareños. Ello más la frondosa naturaleza y ancestral entorno del parque hacían del sitio ideal para crear la atmósfera fantasmagórica que Halloween requería.
Durante las noches del treinta y treintaiuno de octubre, miles de personas, hombres, mujeres y niños, se reunían en sus mejores y espeluznantes disfraces para apreciar las actividades que se llevaban a cabo en el lugar; casas del terror, historias alrededor de fogatas, desafíos de fobias y todo aquello que se pudiese imaginar. Por otro lado, la comida era uno de los mayores atractivos de la celebración, ya que, era la ocasión en que la creatividad culinaria se liberaba de la estética tradicional de la cocina irlandesa para así transformarse en la vívida imagen de lo lúgubre y alucinante de la temporada.
Pero, este año la noche del viernes treinta de octubre se vio empapada por la desgracia: Más de ochenta personas salieron dañadas y otras veintidós fallecieron de maneras estremecedoras.
Los colegas son pronto admitidos en la escena del crimen y no deben caminar por más de diez metros desde la cinta de precaución de la policía para encontrarse con las primeras víctimas del incidente. De inmediato, divisan a un forense examinando el cadáver de una mujer con parte de su cráneo roto, aparentemente, debido a un feroz golpe con un objeto contundente. Y, a tan sólo unos centímetros de distancia, sobre una posa de sangre seca, yacía un hombre con múltiples puñaladas en su pecho.
Los amigos siguen su curso a través del parque, divisando a diestra y siniestra las ya evaporadas manchas de sangre sobre las superficies. La mayoría de los cuerpos yacían descubiertos y eran estudiados por los médicos forenses, mientras que los difuntos con las heridas más escabrosas eran tapados con una cobertura color naranja.
―Detective inspector Fox. Un gusto conocerlos ―un hombre en sus cincuentas saluda cortés a los colegas y apresuradamente les dirige hasta la casa de control del parque en donde se hallaba la evidencia videográfica―. Debido a la magnitud de lo acontecido, consultamos con Scotland yard para la investigación del caso. Es por lo que su nombre surgió, señor Holmes.
―Lo sé.
―... No tiene sentido. Hemos examinado todo, el agua, la vegetación, hasta los cadáveres desde la madrugada. Pero nada arroja resultados, no sabemos a qué nos estamos enfrentando ―finaliza el policía y les hace un ademán con la cabeza para que se acerquen al ordenador de la oficina del guardabosque y así observar la cinta del treinta de octubre a las 23:59 de la noche.
En el video se puede apreciar el espíritu lúgubre pero festivalero a la vez que se respiraba. Los niños tironeaban a sus padres de allá para acá. Los adolescentes se asustaban entre ellos y reían a carcajadas. Nada parecía fuera de lo ordinario, hasta que el reloj de la grabación marca las 00:00. En un abrir y cerrar de ojos se puede apreciar como la violencia y la locura toman el control de aquel entorno. Mientras algunas personas gritan, se autoflagelan y golpean a sí mismas. Otras atacan a quien sea que se encontrara en su radio de alcance.
No parecía haber ningún patrón entre los atacantes y atacados. Algunos parecían conocerse, otros no; pero, sin importar aquello, una estampida humana de sangre y caos dominó el lugar.
Los amigos no podían dar crédito a lo que veían sus ojos. Hombres, mujeres y niños por igual eran "poseídos" instantáneamente y atacaban sin piedad a sus pares. Sanders y Watson buscan desesperadamente respuestas en el semblante de Sherlock quien se erguía entre ellos; y quien miraba impasiblemente el monitor, intentando barajar las diferentes alternativas que pudiesen explicar lo que la grabación le mostraba.
―¿Sus forenses?
―En diferentes locaciones aquí en el parque, los más experimentados investigan los cuerpos de los niños junto al lago.
―John, me acompañarás a recopilar datos sobre los cadáveres ―Watson asiente como buen soldado y Sherlock continúa interrogando a Fox.
―¿Hay testigos?
―Afuera, a unos doscientos metros de aquí. Junto a una ambulancia hay un grupo de treinta personas, aproximadamente, que son o fueron entrevistados por policías nuestros.
―Sanders, ve a interrogar a la mayor cantidad de testigos que puedas –le ordena el rizado.
La joven sale raudamente desde la oficina y se dirige con determinación hacia un gran grupo de personas de apariencia demacrada, que en su mayoría tenían mantas sobre sus hombros. Algunos de ellos hablaban con policías, mientras que otros sólo miraban a la nada. Por lo tanto, a la chica le llama la atención el lenguaje corporal de una pareja que estaba sentada sobre una banca a unos dos metros de la ambulancia más cercana.
El sudoroso hombre de unos treinta años aproximadamente tenía su mirada perdida en el abismo y tiritaba sin parar, haciendo que constantemente su manta se resbalara desde sus hombros. Y, a su lado, se encontraba una pálida mujer quien, con manos seguras, se encargaba de reconfortarlo y abrigarlo. Ella parecía susurrarle continuamente, pero no recibía respuesta alguna de su compañero.
―Buenos días, soy Alice Sanders...
―Ya dimos nuestro testimonio a la policía.
―Vengo de parte de Scotland yard ―refuta la chica. Y, tal como esperó que resultara su mentira, la mujer cedió ante su presencia.
―Fue una locura, mi Albert no es así ―confiesa con palpable tristeza―. Comenzó a gritar con todas sus fuerzas y se soltó de nuestras manos, corrió y corrió...
―¿Albert?
―Nuestro hijo de ocho años...
La morena traga pesado y asiente lento, dejando pasar un par de segundos antes de continuar.
―¿El pequeño no había manifestado alguna crisis con anterioridad?
―No. Él solo... Él solo no era el mismo durante ese momento ―insiste―. Mi Albert desapareció en un instante y después todo fue negro. Todo era caos, muchos tenían la misma reacción de mi hijo y gritaban y arrancaban sin parar. Mientras que otros atacaban a quien pudieran... ―la mujer descubrió levemente el brazo de su cabizbajo esposo el cual estaba vendado hasta arriba del codo―. Perdimos de vista a nuestro hijo porque fuimos atacados por un corpulento hombre fuera de sí... y... y... Cuando nos liberamos de él.... Ya era demasiado tarde... ―Sanders ve como la fachada de impasibilidad de aquella mujer se quiebra al terminar su relato.
―¿Dónde está Albert? ―ella le indica el horizonte con su mirada. La costa del lago―. Gracias por su cooperación. Lamento su pérdida.
Alice camina lentamente devuelta hacia la pequeña multitud de testigos, y les analiza durante unos contemplativos segundos, ello hasta divisar a un solitario hombre que sostenía su cara con sus manos. La joven se dispone a caminar en su dirección, pero es desviada desde sus pensamientos por una cercana voz.
―A él ya lo interrogué. Todos te dirán lo mismo que acabas de escuchar, es inútil ―dice arrogante con un tosco acento irlandés―. Sólo perderás tu tiempo.
―¿Y tú eres...?
―Una mejor pregunta sería ¿quién eres tú? ―le refuta el moreno y desaliñado hombre sentado sobre el respaldo de una banca. Alice arruga la nariz con desagrado al darse cuenta que él hablaba con la boca llena.
―Alice Sanders, psicóloga criminalista ―responde ceñuda, distrayendo la vista sobre la roja manzana que él devoraba.
―Alan Gallagher ―hace un casual ademán con la cabeza―, detective privado.
―¿Sólo te inmiscuyes o alguien te dio acceso al lugar y al caso? ―pregunta sarcástica mientras cambia de dirección y emprende camino al lago con la esperanza de perderlo de vista; pero, Alan se alza y le sigue de cerca adaptándose con facilidad al acelerado ritmo de la caminata de Sanders.
―Me contactaron. Claro que tú estás familiarizada con inmiscuirte en donde no deberías ―Alice le mira ceñuda y desacelera su paso. Él ríe con suficiencia y contextualiza sus dichos―. Sé que trabajas con Sherlock Holmes. He leído el blog del doctor Watson, interesantes casos... Bastante cliché y hasta aburrido, si me preguntas...
―... Tendré en cuenta no hacerlo... ―dice por lo bajo, algo incómoda por la no solicitada compañía.
―... Aun así, el personaje que es Holmes me parece fascinante.
La joven le sonríe fingidamente e intenta acelerar su paso para deshacerse de la compañía indeseada. Pero le es imposible, ya que, él parece darse cuenta con facilidad que la diferencia de estaturas entre ellos era tanta, que la caminata acelerada de Alice parecía un trote algo vergonzoso al lado de la suya.
Él le hace una mueca divertida cuando ella le mira de reojo por sobre su hombro. Sanders bufa fastidiada y cansada por el largo recorrido, hasta que finalmente llega al lado de sus colegas.
―¿Qué averiguaste?
―Nada que no nos hayan dicho antes ―Holmes cierra su lupa de bolsillo con la cual escaneaba el cadáver del pequeño Albert y se alza de pie. Watson le sigue y mira interrogante a su amiga, para luego así observar a su acompañante y viceversa.
―¿No nos presentarás? ―Sanders bufa irritadamente y de mala gana introduce a Alan.
―Algo... Gallagher, es detective privado como tú. ―le hace un ademán impaciente con la mano a Holmes y este entrecierra sus ojos, enfadado―. No le gusta tu blog ―Watson se cruza de brazos, sorprendido―. Y lleva cinco minutos siguiéndome.
―Un gusto caballeros ―dice el aludido con suficiencia e inclina la cabeza agraciadamente. Watson le imita, mientras que Holmes le ignora hostil.
―Nos dirigiremos hasta el hospital mortuorio Beaumont, hay ciertos rasgos de interés de los cuales me gustaría tratar en persona.
―También crees que es una toxina, pero no sabes por qué canal entró en el sistema de aquellas personas de una forma tan selectiva, pero, al azar al mismo tiempo ―Holmes mira atónito a Gallagher por una fracción de segundo, aunque, con incredulidad finalmente, para luego caminar rápido hacia su transporte. Watson y Sanders, quienes parecían perplejos por la escena, se demoran unos segundos en reaccionar y siguen a su compañero.
―Yo los llevaré hasta la morgue ―les avisa Fox al divisar a los colegas y los encamina hasta su auto.
Sherlock toma el puesto de copiloto, mientras que sus amigos se acomodan en la cabina trasera del city car.
―No crean que se liberarán de mí tan fácilmente ―espeta Alan mientras sube al carro raudamente, empujando a Sanders hacia el medio del asiento trasero del auto para abrocharse el cinturón de seguridad con entusiasmo. Sacando luego goma de mascar desde su bolsillo, cual le ofrece a los colegas, sin embargo, ambos rechazan.
―Creo que ya se conocen ―comenta el detective inspector iniciando marcha y observando a través del espejo retrovisor a los londinenses quienes lucían incómodos al lado del alegre detective irlandés.
―Creí que la policía no consultaba con detectives privados ―comenta Holmes con desdén. Gallagher ríe por la nariz burlescamente.
―Claro que no ―le guiña un ojo en respuesta a Sherlock quien lo observa por sobre su hombro, cortando el contacto visual de inmediato debido al gesto picaresco.
El resto del viaje es en completo silencio. Así, luego de unos eternos y mudos veinte minutos, arriban hasta su destino. Fuera de Beaumont un desfile de ambulancias era observado. Según explicaba Fox, aquellas instalaciones eran las más tecnológicas de la región y eran administradas por los más expertos médicos forenses en Dublín; por lo tanto, era lógico que la investigación principal se llevase a cabo en las primicias.
Todos siguen a Fox, hasta entrar a un gran salón blanco, similares a los del hospital San Bartolomé, pero, con un aire más futurista. Holmes, de inmediato, camina hacia los forenses quienes estaban tras el microscopio, siendo seguido de cerca por Gallagher y Fox. Alice y John, por su parte, se limitan a ponerse guantes y examinar uno de los cuerpos cual yacía en la camilla metálica más próxima a ellos.
―Gallagher dijo que podía ser una toxina venenosa... Sherlock pareció estar de acuerdo con la teoría ―comenta John mientras examina la cavidad bucal de la víctima.
―Tiene sentido... Pero ¿cómo es posible que sólo algunos fueran afectados y que la toxina hiciera efecto tan coordinadamente? ―insiste ella―. El impacto fue exactamente a las 00:00 del treintaiuno de octubre.
―Ese es el dilema...
―Debe haber un factor común que las una.
―En efecto, eso es lo que buscamos ―interrumpe un intruso Alan casi gritando desde el otro lado del salón, también levantando ambos brazos afianzadoramente, causando que todos le miren con molestia debido al repentino alboroto.
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